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Resumen
Cuando aparece una nueva forma de vida más compleja, surge siempre de una forma precedente
más simple. En la evolución sucesiva de las formas de vida, la especie más reciente suele imponerse
sobre la especie más antigua. Pero se da el caso de que, desde la aparición del hombre, se produce
también un proceso semejante en el plano cultural. En el trance de la emergencia de la condición
humana, ciertos grupos se desgajaron del resto de los pre-homínidos y empezaron a evolucionar
hasta producir una identidad y una cultura propias. Más tarde, la revolución agrícola produjo una
nueva ruptura. Los agricultores se diferenciaron de sus predecesores con una nueva cultura y una
nueva forma de vida. Las nuevas formas de organización social, que se hacen posibles a partir de la
revolución agrícola, permiten formas más refinadas y eficientes de cooperación y actividad
económica. Estos asentamientos estables permiten la intensificación de la comunicación. Debido a
todas esas mejoras, las primeras comunidades agrícolas adquieren mayor poder y terminan
imponiendo su supremacía sobre los nómadas y los cazadores. Algo parecido, pero a mayor escala,
ocurrió cinco mil años más tarde con la aparición de las primeras ciudades. Nuevamente surgen
formas de organización más complejas que proporcionan más poder representando el fin de la
prehistoria y el comienzo de la historia. En este punto acontece una nueva bifurcación y surge un tipo
de cultura distinto. Finalmente, más tarde, la revolución industrial produjo una nueva escisión que
desgajó las sociedades industriales del resto de la humanidad. La industrialización hace posible la
aparición y difusión de nuevos medios de transporte y comunicación que intensifican las corrientes
de información y aumentan la interacción entre personas y grupos. Con todo ello, la industrialización
produce una nueva cultura que se diferencia de las culturas preindustriales. El hueco creado por este
último desgajamiento es el más grande de todos. Y hoy en día, en los albores del siglo XXI, este
hueco no sólo sigue abierto sino que continúa ensanchándose cada vez más deprisa. Los últimos en
desgajarse entran en conflicto con aquellos de los que proceden. Hasta ahora, lo más usual ha sido
que el enfrentamiento se produjera por el control de recursos escasos. Esos conflictos degeneran
fácilmente en confrontación. En ocasiones, esas discrepancias desembocan en una lucha abierta y,
en este caso, prevalece la supremacía del más fuerte, a saber, el último en emerger. En estos
conflictos, cada parte cree que la cultura propia es superior a la de su adversario. Pero con
independencia de estas consideraciones, y en equilibrio de fuerzas, la cultura que permite una
comunicación más eficiente y, por ende, mejores formas de cooperación, es la que tiene más ventaja
y, si está realmente resuelta a ganar, es la que termina imponiéndose. Las hostilidades entre el
hombre de Neandertal y el Homo sapiens, descendientes ambos de un tronco común terminaron con
la supremacía final del Homo sapiens, que era físicamente más débil y más vulnerable pero que se
comunicaba mejor y era socialmente más eficiente. Dentro de la evolución cultural del Homo sapiens,
la aparición sucesiva de culturas sustentadas en el uso de nuevas tecnologías y formas de
comunicación más eficaces, corre pareja con la intensificación simultánea de la cooperación y de la
competición. Esto ha producido una estratificación de las formas de vida humana en el planeta. Así,
tenemos hoy poblaciones que viven aún en el estadio más antiguo, otras en el estadio nómada y
cazador, otras en el estadio agrícola y otras que han alcanzado distintos grados de industrialización.
Si se observa nuestro pasado en conjunto, se ve que cada gran cambio de cultura ha estado
precedido siempre por un salto en la comunicación. Es decir, que cada vez que ha aumentado
substancialmente la comunicación, seguidamente aparece una cultura distinta, de nuevo cuño. La
perspectiva queda muy clara si nos atenemos únicamente a las transformaciones más importantes
que ha sufrido la vida humana desde el momento de su aparición. Niveles desiguales de tecnología
de la comunicación producen distintos niveles de rendimiento económico y esto abre tremendas
distancias culturales entre los pueblos que son peligrosas por su enorme potencial de conflicto ya
que todavía están creciendo y que pueden continuar haciéndolo todavía más deprisa y más
profundamente. Mientras la complejidad de la tecnología crece exponencialmente, el tiempo
requerido para hacer efectivos esos incrementos decrece también exponencialmente. Nuestros
ancestros necesitaron docenas de miles de años para mejorar una tecnología elemental.
Actualmente, por el contrario, una tecnología extremadamente sofisticada puede ser mejorada en
cuestión de semanas o meses. Estos dos parámetros, la tecnología, de un lado y el tiempo empleado
para desarrollarla, de otro, están convergiendo hacia un punto de intersección en el que el
incremento de complejidad en la tecnología sería infinito en tanto que el tiempo para lograrlo tendería
a cero. Este proceso se está expandiendo a una velocidad uniformemente acelerada desde el origen
de los tiempos manifestando una especie de recurrencia entre la auto-organización y la cantidad de
Área de Posgrado Ciencia de las Plantas y Recursos Naturales
Ciclo de Seminarios : noviembre de 2009
alguna transformación excepcional entre los supervivientes y una floración de formas de vida en un
estadio de auto-organización posterior.
BIBLIOGRAFÍA:
BURCET LLAMPAYAS, Josep. 2009. Ingeniería de Intangibles. La Formación del Agujero Blanco.
270 pp. Formato Digital. http://www.burcet.net/jbl/lleixa/textes_on_line.htm