You are on page 1of 5

¿QUÉ SIGNIFICA SER COMUNIDAD?

: IMÁGENES PAULINAS DE LA IGLESIA


Leopoldo Cervantes-Ortiz
Iglesia Presbiteriana Ammy Shadday
28 de enero, 2007

Comunidad cristiana significa comunión en Jesucristo y por Jesucristo.


Ninguna comunidad cristiana podrá ser más ni menos que eso. Y esto es
válido para todas las formas de comunidad que puedan formar los creyentes,
desde la que nace de un breve encuentro hasta la que resulta de una larga
convivencia diaria. Si podemos ser hermanos es únicamente por Jesucristo y
en Jesucristo.1
DIETRICH BONHOEFFER

Introducción. El péndulo actual entre comunidad, organización y empresa


Es probable que en alguna noche o madrugada de insomnio muchos se hayan asomado al
programa Pare de sufrir, de la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD), fundada por el
obispo Macedo.2 Lo que es seguro es que han visto su publicidad y, sobre todo, el nuevo uso a
que han destinado antiguos cines o lugares públicos, habilitados como centros de
concentración de multitudes. También se habrán enterado de algunos elementos en su misión
que no pueden calificarse sino de esotéricos: antiguamente, la “oración fuerte al Espíritu Santo”
y, más recientemente, las flores bendecidas o los horarios destinados a conectarse con
bendiciones provenientes de la llamada “Tierra Santa”, todo ello aderezado con el infaltable
acento brasileño que recuerda a cantantes y futbolistas. Pues bien, este fenómeno, calificado ya
de teatro, templo y mercado por un estudioso presbiteriano del mismo país, se ha establecido entre
nosotros con más o menos fortuna, a pesar de las sanciones gubernamentales de las que ha
sido objeto.
El caso de la IURD viene a cuento porque ejemplifica muy bien el péndulo en el que se
mueve actualmente la realidad de la Iglesia y las iglesias: nos movemos (o quieren que nos
movamos) en una dinámica que va de la comprensión y vivencia de la Iglesia como una
comunidad (siempre llamada a serlo), una organización (con una estructura y un gobierno bien
desarrollados) o una empresa (como la IURD). El primero es el enfoque natural, que coincide
con el bíblico, pues respeta los cánones, costumbres y dinámicas propios de los pueblos. El

1D. Bonhoeffer, Vida en comunidad. 3ª ed. Salamanca, Sígueme, 1985 (Pedal, 133), p.12.
2Cf. Alma E. Muñoz y Fabiola Martínez, “Sutileza y bendiciones para recabar fondos en la Iglesia Universal de
Dios”, en La Jornada, 15 de abril de 2006; y Carlos Martínez García, “Estigmatizar al diferente”, en La Jornada, 11
de mayo de 2005.
segundo se ha identificado con la obligación de ser Iglesia y no de jugar a serlo, de ahí la
obsesión por definirse como misión, congregación o iglesia, con base en criterios estadísticos.
La tercera, obviamente la peor perspectiva, manifiesta el dominio de criterios económicos con
base en el éxito y el tamaño del organismo: se busca obtener una ganancia mediante el control
de todas las variables en juego: recursos, ubicación, planificación, etcétera.
Hace 20 años, el finado pastor Daniel Prince Alarcón, junto con su esposa, siguiendo un
análisis del teólogo peruano Samuel Escobar enumeró una serie de definiciones prácticas de
iglesia que iban desde la Iglesia-discoteque hasta la Iglesia-teatro o centro de entretenimiento,
entre otras.3 Pues bien, urge acudir a los textos del Nuevo Testamento para iluminar y redefinir
de manera práctica y operativa el perfil comunitario que la Iglesia necesita para cumplir su
misión en el mundo, pues los otros dos esquemas no contribuyen a ser sal y luz en medio de
las necesidades humanas, ante las cuales hay que esgrimir un Evangelio cristiano
contextualizado, transformador y respetuoso de las especificidades.

1. La Iglesia que Jesús quería y las iglesias que los apóstoles nos dejaron
El enunciado de esta sección se compone de dos títulos de libros fascinantes, uno de Gerhard
Lohfink y otro de Raymond Brown. La conjunción de ambos apunta hacia el hecho de que la
utopía de Jesús en los Evangelios debía encarnar en una comunidad de seguidores de Jesús,
puesto que el llamado que hizo a quienes lo conocieron y escucharon fue categórico: buscar el
reino de Dios y su justicia implicaba la creación de una comunidad apegada al estilo de vida
propuesto por él. Con su partida, los ahora apóstoles quedaron a cargo de encaminar el rumbo
de las comunidades que comenzaron a surgir en varios lugares.
La pluralidad de perspectivas e interpretaciones de los deseos de Jesús aparece reflejada
en los mismos Evangelios y en las epístolas del Nuevo Testamento. El propio Pablo da
testimonio de la forma en que algunos se apegaban a tal o cual interpretación, que generaba el
apego a tal o cual grupo de seguidores. Así, I Corintios refiere que algunos se sentían de Pedro,
Pablo o incluso de Jesús. Tampoco hay que olvidar la tradición juanina con sus énfasis
eclesiológicos específicos. Desde aquella época, cada tradición eclesial acentuaba determinados
rasgos de la enseñanza u orientación de Jesús. Hablamos de utopía de Jesús pues él, con sus

3 D. Prince y O. Quezada, “Programa de entrenamiento. La adoración religiosa y el día de reposo”, en Varios

autores, Versión popular actualizada y amplificada de la Confesión de Fe de Westminster. Ser y quehacer de la Iglesia desde la
perspectiva reformada. Tomo II. México, CUPSA, 1990, pp. 61-79. La enumeración completa es: Iglesia-teatro,
sindicato, hospital, club, institución, sala de conferencias, discoteque y tienda de ofertas, pp. 74-75.

2
planteamientos y acciones, mostró que el Reino de Dios, aun cuando no se manifestara
abiertamente todavía, encontraría en la comunidad de sus seguidores una forma de mostrar que
estaba llegando al mundo como una posibilidad efectiva de transformación humana y social.
Según Lohfink, “la voluntad comunitaria de Jesús”, que no se contrapone a la idea de
que él no fundó una religión organizada, se manifestó cuando la mayoría de Israel se negó a
seguir su invitación, por lo que se concentró de manera creciente en sus discípulos. Agrega:

El Reino de Dios no es, pues, algo etéreo e ilocalizado, sino que está ligado a un pueblo concreto, el
Pueblo de Dios. ¿Cómo podría venir la soberanía de Dios a la tierra si no fuera aceptada por hombres [y
mujeres], por personas que, en su inserción social, pudieran hacer patente la dimensión social del Reino de
Dios? [...]
Aquí, y por voluntad de Jesús, rigen unas relaciones sociales distintas que las reinantes en las habituales
sociedades humanas. En ella no hay lugar para la represalia, para las estructuras de dominio.4

De modo que el sueño, la utopía de Jesús busca, promueve y demanda una expresión
comunitaria auténtica, atenta a los desafíos del Reino de Dios.

2. La naturaleza orgánica de la Iglesia en la metáforas paulinas


Al referirse a la Iglesia como un pueblo de Dios en el que los no judíos eran ya la mayoría,
Lohfink señala: “La reflexión teológica de este fenómeno extraordinario fue obra, sobre todo,
de Pablo [...] En la teología paulina sorprende el gran número de conceptos relacionados
estrechamente con la idea de pueblo de Dios; conceptos que, por consiguiente, sólo pueden
entenderse desde la idea de pueblo de Dios”.5 Así, las imágenes, metáforas o títulos
honoríficos con que Pablo se refiere a la Iglesia es un reconocimiento explícito a su carácter
plural, étnico, racial, cultural y geográfico. Así, la comunidad de Corinto, recibió en la epístola
correspondiente la orientación en cuanto al uso de la imagen orgánica de la Iglesia cuando
Pablo se refiere a ella como cuerpo (I Co 12), esto es, como un ente indivisible, además de que
es vista también como un templo (I Co 3.16), labranza y edificio de Dios (I Co 3.9).
Estas imágenes proyectan una visión de conjunto dirigida a atender los diversos aspectos
que la comunidad debe desarrollar como tal. Pero acaso sea la imagen de cuerpo la más
completa entre ellas, pues la intuición básica consiste en privilegiar el todo y no las partes, en
atención a un proyecto común de celebración, misión y testimonio en medio del mundo. En

4 G. Lohfink, La Iglesia que Jesús quería. Dimensión comunitaria de la fe cristiana. 3ª ed. Trad. V.A. Martínez de Lapera.

Bilbao, Descleé de Brouwer, 1998 (Cristianismo y sociedad, 12), p. 81-82.


5 Ibid., p. 88.

3
otras palabras, esta imagen subraya el carácter orgánico de la Iglesia, su existencia dirigida por el
Espíritu que la habita, su razón de ser. La pluralidad de órganos no puede impedir que quien lo
preside y gobierna lleve a cabo lo que le place a fin de cumplir las tareas asignadas por su
Dueño y Señor. El resto de las comunidades paulinas (Éfeso, Galacia, Tesalónica, Colosas, y
otras más), como nosotros hoy, no podían quedar al margen de esta percepción de valor
universal, puesto que la realidad planteada por Pablo se aplica a todas las comunidades
cristianas.
Además, los cristianos del primer siglo experimentaron también el dilema o la dinámica
campo-ciudad, la evolución de comunidades rurales a urbanas. De ahí que las iglesias urbanas,
desligadas del pasado comunitario o barrial, tienen ante sí el enorme desafío de reaprender a
ser comunidad, esto es, a vivir con la confianza, la profundidad y la cotidianidad de una
auténtica comunidad para que exista verdadera comunión. Comunidad y comunión son palabras
afines por cuanto expresan la intimidad y familiaridad propias de quienes se encuentran no
sólo en un mismo espacio físico sino también en una sintonía espiritual plena.

3. Algunas pistas para la experiencia actual


Una enorme tentación en la actualidad consiste en dejarse llevar por la inercia de las
mentalidades prevalecientes. Por lo tanto, habría que hacer los siguientes planteamientos de
fondo:

a) Advirtamos la preocupación eclesiológica de fondo, porque la eclesiología se pregunta seria


y críticamente por el problema de aprender a ser iglesia en el mundo, más allá de triunfalismos
institucionales o de clientelismos dominados por el culto a la personalidad de los dirigentes.
Pensar eclesiológicamente significa asumir los riesgos y peligros de participar de una
comunidad en permanente construcción y reconstrucción en la dinámica cristológica vida-
muerte-resurrección.
b) Señalemos el énfasis eminentemente utópico acerca de la construcción de una comunidad
nueva, marcada por el fermento del Espíritu en busca de la nueva humanidad en el mundo.
Hacer comunidad, en términos cristianos, implica, como en la imagen simbólica del trigo y la
cizaña, enfrentar las pasiones, intereses, esperanzas y ambiciones de los seres humanos que
integran la Iglesia para buscar, juntos/as, el ideal plasmado por Jesús mismo: una Iglesia que

4
no se anuncie a sí misma sino que viva, muera y resucite en función de la presencia del Reino
de Dios.
c) Subrayemos la idea de que hablar de comunidad es, siempre, hablar y practicar una política
comunitaria, lo cual implica la necesidad constante de afrontar y resolver conflictos internos y
externos. Internos, desde la organización que obliga a distribuir el poder y las
responsabilidades de una manera colegiada; y externos, ante la obligación evangélica de
testificar y hacer presente la actividad redentora de Dios. Esto significa que la comunidad logre
entender de qué forma se suma a la missio Dei (misión de Dios), esto es, la acción de Dios en el
mundo para renovar su creación y llevarla a la plenitud de vida.
Y es que, como observa Pierre-André Liégé:

Ante el vacío político, creado así en las comunidades de Iglesia en un momento en el que todo adquiere en
la sociedad resonancia política, surge, en casi todas las comunidades, una reacción. Se siente la necesidad
de que las comunidades, y no sólo unos cristianos, tomen una decisión ante el desorden del mundo y se
declaren al servicio del hombre en el plano de la existencia social. La urgencia parece a algunos tan
apremiante que prefieren una Iglesia dividida por las tensiones así desencadenadas, antes que una Iglesia
ilusoriamente instalada en una unidad que esquiva las divergencias inconfesadas.6

6 P.-A. Liége, Comunidad y comunidades en la Iglesia. Trad. de M. Pastor. Madrid, Narcea, 1978, p. 93.

You might also like