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AULAS PARA LA MENTE Y EL CORAZÓN

MARTHA LUCÍA HERNÁNDEZ ALBA


2000152016

UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA NACIONAL


INTELIGENCIA EMOCIONAL
BOGOTÁ
NOVIEMBRE, 2003
AULAS PARA LA MENTE Y EL CORAZÓN

“Vivimos en una época en la que el tejido de la sociedad parece deshacerse a una


velocidad cada vez mayor, en la que el egoísmo, la violencia y la ruindad espiritual
parecen corromper la calidad de nuestra vida comunitaria… si existe un remedio, creo que
debe estar en la forma en que preparamos a nuestros jóvenes para la vida…”
David Goleman, Inteligencia emocional

Mucho se ha escrito acerca de los objetivos centrales de la educación, de la organización de


la estructura escolar, muchos son los intentos por diseñar currículos y planes de estudio que
abarquen todas las dimensiones que se consideran centrales en la labor educativa, sin
embargo y a pesar de estos grandes esfuerzos, subsiste aún en la dinámica escolar el
privilegio de la razón sobre la emoción, la instrucción escolar apunta a la mente, raras veces
al corazón.

El punto central para iniciar una discusión que permita reflexionar acerca de la emoción en
la educación escolarizada, parte de la acertada concepción del hombre como un ser integral,
donde cada una de las dimensiones que conforman su ser no puede ser asumida como un eje
completamente desligado del resto, por el contrario cada una de estas dimensiones:
cognoscitiva, afectiva, social, espiritual, cultural, biológica, etc. está tan intrínsecamente
relacionada con las demás que cada acción que vaya encaminada al desarrollo de una, debe
contemplar todo el conjunto.

Es por ello que frente a las exigencias que la misma sociedad plantea a la labor educativa,
se hace necesaria una respuesta desde el actuar educativo en todos los niveles pero de
manera especial desde el aula de clases. Replantear desde una pedagogía de la emoción el
proceso de enseñanza – aprendizaje, donde los objetivos que se planteen estén centrados en
brindar mejores habilidades sociales y emocionales a los niños y permitan recrear las
escuelas como entornos más humanos.

Abrir un espacio a la emoción dentro del aula de clases implica maestros capaces de
reconocer la dimensión afectiva de sus estudiantes, maestros que, superando los esquemas
de la educación tradicional asuman la responsabilidad de educar como un reto de formación
de seres en la vida y para la vida. Afirma Juan Francisco Pérez M. en su ensayo “Educación
como acto de ternura”: “Acoger la ternura como paradigma educativo tiene muchas
implicaciones. En primer lugar ,implica una conmoción de la escuela tradicional
dominada por el eficientismo, centrada en la nota y en la acumulación de conocimientos”.

La implementación en los centros educativos en una pedagogía emocional, implica pensar


el acto educativo desde la ética social, abandonado la ética normativa, dar la posibilidad de
una acción educativa como un encuentro entre personas, superando el restringido esquema
audiovisual y asumir una educación del tacto, del olfato, del gusto. Una pedagogía que no
considere la escuela como espacio de homogeneidades, por el contrario debe ser un espacio
de cultivo para la singularidad, sin etiquetas ni marcas hacia aquellos que manifiestan
dificultades.

El aula para la mente y el corazón requiere de maestros que no consideren la ternura como
un acto de debilidad, más bien de libertad que equivale a una renuncia a la eliminación de
las diferencias sin recurrir nunca a la violencia. La educación afectiva exige el
reconocimiento de lo que nos hace y nos acerca como humanos, establecer canales
efectivos de comunicación asertiva y de expresión auténtica del sentimiento y la emoción
que den paso a la cognición.

El punto central no es dejar de lado la educación del pensamiento, el enseñar a pensar, a


conocer y a construir conocimiento, se trata de vincular estas concepciones con la realidad
afectiva y sensible de cada persona. Alcanzar un aprendizaje más significativo, que se
conecte con la experiencia de la vida cotidiana, que el maestro sea lo suficientemente ágil
para conectar la razón con el corazón. ¿Enseñar matemáticas, física o química desde lo
emocional?, claro que si, dando la posibilidad de innovar desde la didáctica implementar
nuevas metodologías con tantos recursos que se ponen al alcance del aula: la expresión
artística en sus diferentes campos, música, dibujo, pintura, plástica, etc.

Fomentar una pedagogía de la emoción es en últimas abrir espacio para una humanización
de la educación, reconociendo como fundamental el componente afectivo en el acto
educativo, la emoción como moduladora y estabilizadora de los procesos de aprendizaje,
por experiencia sabemos que lo que queda al final de un periodo de formación académica
no es solo un conjunto de conocimientos sino también, y de manera muy espacial, un
conjunto de habilidades, impresiones afectivas y hábitos que terminan ejerciendo un fuerte
poder de reglamentación cognitiva y afectiva sobre el educando.

El tema de la afectividad no puede seguir siendo solo un “adorno” más en los P.E.I., de las
instituciones que formulan sus planes y programas basados en una supuesta integralidad
que solo se ve en el papel, no se trata tampoco de exaltar el sentimentalismo contra los
excesos de la razón, es cuestión de comprender, iniciando por los maestros, que siempre en
la razón habrá una carga emocional, y en lo emocional un juego con la razón.

“Los sentimientos no pueden seguir confinados al terreno de lo inefable, de lo


inexpresable, mientras la razón ostente una cierta asepsia emocional, apatía que la coloca
por encima de las realidades mundanas. La separación entre razón y emoción es producto
de la torpeza y el analfabetismo afectivo a que nos ha llevado un imperio burocrático y
generalizador que desconoce por completo la dinámica de los procesos singulares”.
Luis Carlos Restrepo, 1994.

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