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El punto central para iniciar una discusión que permita reflexionar acerca de la emoción en
la educación escolarizada, parte de la acertada concepción del hombre como un ser integral,
donde cada una de las dimensiones que conforman su ser no puede ser asumida como un eje
completamente desligado del resto, por el contrario cada una de estas dimensiones:
cognoscitiva, afectiva, social, espiritual, cultural, biológica, etc. está tan intrínsecamente
relacionada con las demás que cada acción que vaya encaminada al desarrollo de una, debe
contemplar todo el conjunto.
Es por ello que frente a las exigencias que la misma sociedad plantea a la labor educativa,
se hace necesaria una respuesta desde el actuar educativo en todos los niveles pero de
manera especial desde el aula de clases. Replantear desde una pedagogía de la emoción el
proceso de enseñanza – aprendizaje, donde los objetivos que se planteen estén centrados en
brindar mejores habilidades sociales y emocionales a los niños y permitan recrear las
escuelas como entornos más humanos.
Abrir un espacio a la emoción dentro del aula de clases implica maestros capaces de
reconocer la dimensión afectiva de sus estudiantes, maestros que, superando los esquemas
de la educación tradicional asuman la responsabilidad de educar como un reto de formación
de seres en la vida y para la vida. Afirma Juan Francisco Pérez M. en su ensayo “Educación
como acto de ternura”: “Acoger la ternura como paradigma educativo tiene muchas
implicaciones. En primer lugar ,implica una conmoción de la escuela tradicional
dominada por el eficientismo, centrada en la nota y en la acumulación de conocimientos”.
El aula para la mente y el corazón requiere de maestros que no consideren la ternura como
un acto de debilidad, más bien de libertad que equivale a una renuncia a la eliminación de
las diferencias sin recurrir nunca a la violencia. La educación afectiva exige el
reconocimiento de lo que nos hace y nos acerca como humanos, establecer canales
efectivos de comunicación asertiva y de expresión auténtica del sentimiento y la emoción
que den paso a la cognición.
Fomentar una pedagogía de la emoción es en últimas abrir espacio para una humanización
de la educación, reconociendo como fundamental el componente afectivo en el acto
educativo, la emoción como moduladora y estabilizadora de los procesos de aprendizaje,
por experiencia sabemos que lo que queda al final de un periodo de formación académica
no es solo un conjunto de conocimientos sino también, y de manera muy espacial, un
conjunto de habilidades, impresiones afectivas y hábitos que terminan ejerciendo un fuerte
poder de reglamentación cognitiva y afectiva sobre el educando.
El tema de la afectividad no puede seguir siendo solo un “adorno” más en los P.E.I., de las
instituciones que formulan sus planes y programas basados en una supuesta integralidad
que solo se ve en el papel, no se trata tampoco de exaltar el sentimentalismo contra los
excesos de la razón, es cuestión de comprender, iniciando por los maestros, que siempre en
la razón habrá una carga emocional, y en lo emocional un juego con la razón.