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BOGOTÁ ANTE EL BICENTENARIO

DE LA INDEPENDENCIA*
POR
ROBERT O V ELANDIA**

Bogotá como escenario principal y protagonista del movimiento emanci-


pador proclamado el 20 de julio de 1810 por una pléyade de granadinos
ilustres de esta ciudad y de las de Cali, Popayán, Pamplona y otras, que
estaban formándose en sus Colegios Mayores y universitarios, es la ciudad
que con más derecho está llamada y comprometida a conmemorar la gloriosa
efemérides. Desde ese momento fue promotora de la revolución, su epicen-
tro político-ideológico y militar, cuartel de sus ejércitos, sede de su primer
gobierno y capital de la revolución.
Estas son razones para impetrar del gobierno de Bogotá y su Cabildo el
solemne e indeclinable compromiso de conmemorar el Bicentenario de la
Independencia Nacional dignamente y con el esplendor que corresponde a
una de las efemérides más trascendentales de América, compromiso que lo
es también del Gobierno Nacional, heredero de esa epopeya de la Libertad.
Compromiso igualmente de la Academia de Historia de Bogotá, que por
su naturaleza, sus principios estatutarios, por llevar su nombre, está obligada
a conmemorarla, a resaltar su historia, a recordar a los hombres de esa gene-
ración procera como elemental tributo de la posteridad a quienes se sacrifica-
ron por fundar esta Patria.
Bogotá fue la cuna de esa revolución, que ya venía enunciándose desde
Cartagena, Cali, Mompox, Pamplona, Socorro, y en ella tendría la más em-
pinada tribuna para pregonarla a toda la nación. Es el compromiso de revivir
la grandeza histórica de una ciudad, cuya gesta viene desde su fundación y

* Discurso en sesión de la Academia de Historia de Bogotá celebrada en el Jockey Club el 1º de


febrero de 2006.
** Secretario de la Academia Colombiana de Historia.
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desde los tiempos heroicos de la época emancipadora y republicana,


aconteceres que la constituyen en el Olimpo de la Historia Colombiana.
Esta Academia no nació de la improvisación intelectual, patriótica y bo-
gotana del médico Álvaro López Pardo, hecha realidad por mandato oficial
y conformada por una nómina de egregios personajes que en ella apenas
dejaron inscrito su ilustre nombre, grabado como una estampilla de homena-
je a su nacimiento.
Ante todo, valoremos la importancia de su nombre: Academia de Historia
de Bogotá, creada por Decreto 1617 de 18 de diciembre de 1987 del Alcalde
Julio César Sánchez a iniciativa, y por gestión del doctor Álvaro López Par-
do con el beneplácito de la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá.
Tiene la misión de llevar la representación histórica de la ciudad, velar por
la conservación de su historia y tradiciones y de su patrimonio cultural, de
sus monumentos como expresiones de su grandeza; conservar todo aquello
que revela su fisonomía de ciudad en cuanto encarna los rasgos de su abo-
lengo hispano y son muestra de su identidad. En suma, es su misión rescatar
y exaltar el pasado glorioso de Bogotá, mantener en el calendario de los años
el recuerdo de sus días heráldicos para orgullo y honra de su presente. La
identidad de una ciudad se revela más en la fisonomía de su pasado que en la
del presente.
Para cumplir ese compromiso es necesario conocer y ante todo sentir la
historia de Bogotá y que el gobierno Distrital tome conciencia histórica de la
ciudad y particularmente de la efemérides del 20 de julio. Pero nos asiste la
duda, y hay evidencias de que las actuales y nuevas generaciones no cono-
cen ni sienten la Historia Patria, toda vez que fue suprimida como materia de
enseñanza del pénsum del Bachillerato por Decreto 1002 de 24 de abril de
1984 del Presidente Belisario Betancur. Ahora no se enseña sino la Historia
Universal, que es distinta a la Historia Patria y es la que traen las llamadas
Enciclopedias Universales, en las cuales no tienen cabida los hombres y los
hechos de la historia colombiana sino tangencialmente escasas menciones de
cortesía. Así, ha quedado libre el campo para imponer la consigna socialista
que proclama: “Dadme las escuelas y yo gobernaré el mundo”.
La Academia Colombiana de Historia desde entonces viene reclamando
su restablecimiento, ha presentado proyectos de ley que pasan en una Cáma-
ra y en la otra son rechazados, como si hubiera en el Congreso intereses
creados contra la enseñanza de la Historia Patria y se desconociera que su
conocimiento afianza el sentimiento de patria y nacionalidad. Tres Ministros
de Educación han sido invitados a sesiones de la Academia para tratar de su
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Postal que circuló en Colombia con ocasión del Centenario de la Independencia.


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restablecimiento, de lo cual quedaron plenamente convencidos; pero al re-


gresar a su Despacho se olvidaron.
Todo ello se debe a que hoy día hay intereses internacionales en que los
países del tercer mundo hispanoamericano no se fortalezcan en sentimientos
de patria y nacionalidad. Bajo el criterio de una nueva filosofía de la historia,
la nuestra se analiza en los laboratorios del Materialismo Histórico despoján-
dola de lo más bello y sublime que es su idealismo y el sentido romántico y
heroico de sus luchas.
Continúa la política de desconocimiento de la Historia Patria con el pro-
yecto del Gobierno Nacional de sustituir el 20 de julio de 1810 como Día de
la Independencia Nacional por el 7 de agosto de 1819, día de la batalla de
Boyacá, con lo cual viene a cometer un atentado contra la Historia Nacional,
a tergiversarla, a violentar una tradición de dos siglos, pues ese 20 de Julio
está consagrado por la nación y por la historia.
La del 20 de julio no fue una revolución incendiaria, de violaciones, ase-
sinatos y saqueos; fue una revolución ideológico-política inspirada en las
ideas de Libertad y Democracia, fundamentada en la necesidad de autono-
mía, en el propósito de derrocar un gobierno tiránico y destronar una pésima
administración pública. Una revolución proclamada por profesores universi-
tarios, abogados, sacerdotes y frailes, cabildantes, empleados públicos, hom-
bres de letras, comerciantes, hacendados, científicos, padres de familia, quienes
con su grito autonomista llevaron al pueblo a los campos de batalla, donde se
forjó la Independencia y nació la República, después institucionalizada por
un Congreso Constituyente y Legislativo.
Los hombres del 20 de julio de 1810 fueron la simiente de un árbol cuya
más bella florescencia fue la Independencia, la Libertad y la República. De
esa raíz nacieron y bajo la sombra de ese árbol se formaron y han formado
las generaciones que ayer, hoy y mañana son Colombia. La manera de ofren-
darles el tributo que la posteridad les debe es con libros, con bronce, piedra y
mármol que encarnen su figura y perpetúen su presencia. Esos hombres, en
aras de la Libertad y de la Patria, rindieron su vida, ofrendaron su fortuna,
abandonaron y empobrecieron a su familia, a quien no dejaron más herencia
que la gloria de su nombre.
Al efecto, el Gobierno Nacional ha propuesto la conmemoración del Bi-
centenario para el 7 de agosto del año 2019 y la ha encomendado a un orga-
nismo de Planeación integrado por tecnólogos, quienes la han programado
como ejecución de un conjunto de obras públicas, carreteras y puentes, pres-
cindiendo totalmente del sentido histórico de la conmemoración.
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Recordemos. El primer centenario de la Independencia fue programado


en 1910 por la Academia Colombiana de Historia y celebrado con el concur-
so de una comisión nacional integrada por el Ministro de Obras Públicas
Nemesio Camacho, los generales Rafael Uribe Uribe y Marceliano Vargas,
el doctor Álvaro Uribe y otros, y la colaboración de los gobiernos de
Cundinamarca y Bogotá y todos los estamentos sociales, culturales y políti-
cos de la ciudad. En esa ocasión las avenidas, calles y parques se engalana-
ron con estatuas, bustos, monumentos y al pie de cada uno se levantó una
tribuna para pregonar por qué la encarnación en bronce de ese prócer, y las
casas y edificios fueron blasonados de lápidas conmemorativas de sus fastos.
Se publicaron libros, revistas, periódicos, se revelaron documentos que celo-
samente guardaban los archivos familiares de los descendientes de los próce-
res. Esa conmemoración fue la apoteósis del patriotismo que en ese año de
1910 reverdecía en el alma de Bogotá y en el alma de Colombia. Tan tras-
cendente fue que imprimió su nombre a una generación, la generación
Centenarista, que vendría a ser gestora de una nueva Colombia. De todos
esos bronces y mármoles que entonces se erigieron hoy queda una ínfima
parte, pues la piqueta del progreso y el vandalismo urbano los han venido
destruyendo, y los que aún quedan siguen el mismo destino porque no hay
autoridad que los proteja.
Sorprende que el Gobierno Nacional en su afán reformista esté violentan-
do la Historia Patria y tratando de tergiversar la fecha más solemne de Co-
lombia. El Presidente de la República podrá cambiar el presente pero no el
pasado.
Se fundamenta en el concepto de que la batalla de Boyacá el 7 de agosto
de 1819 le dio la Independencia a Colombia, lo que no es exacto, sin tener en
cuenta que fue una culminación del proceso emancipador iniciado y procla-
mado el 20 de julio de 1810. Pero la batalla de Boyacá le dio Independencia
sólo al interior del país, causó la huida del Virrey Sámano a Cartagena, don-
de restableció su gobierno y otros virreyes y Capitanes Generales lo sostu-
vieron hasta octubre de 1821.
Fue la primera y más importante pero no la única, pues para llegar a la
total Independencia hubo que librar otras batallas: en el sur las de Candelaria
y San Juanito en 1819, Pitayó en 1820 y Jenoy en 1821 hasta la final, el 7 de
abril de 1822, en Bomboná; en el Bajo Magdalena, la de Tenerife en 1820
hasta la de Cartagena, por tierra y por mar, el 1º de octubre de 1821; en
Antioquia la de Chorros Blancos, 1820; en la costa atlántica las de Ciénaga,
Santa Marta y Riohacha hasta la final del lago de Maracaibo dada por el
Almirante Padilla el 24 de julio de 1823, victorias que vinieron a quedar
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selladas para siempre con la de Ayacucho en el Alto Perú el 9 de diciembre


de 1824.
Entonces; qué tremenda equivocación la del Gobierno Nacional al desco-
nocer que el 20 de julio de 1810 es el día de la Independencia Nacional,
como consta en la tradición del pueblo colombiano, como lo ha consagrado
la historia de todo el continente, como lo confirmó la Ley 60 de 8 de mayo de
1873. El mismo General Santander, quien fuera de los primeros y más nota-
bles vencedores de la batalla de Boyacá, siendo Vicepresidente de la Repú-
blica fue el primero en celebrar en 1824 el aniversario del 20 de julio de
1810.
El entusiasmo que despertó la citada Ley 60 de 1873 hizo que en este año
la conmemoración del 20 de julio fuese apoteósica. La ciudad de Bogotá se
volcó a las calles y plazas: gobierno nacional, municipal, estadual, universi-
dades, colegios, escuelas, ejército, sociedades populares. Desde el día ante-
rior comenzaron los festejos; de los pueblos circunvecinos vinieron centenares
de cundinamarqueses agrupados en 17 columnas de caballería, armados,
recordatorias de las grandes batallas. La catedral Primada y las iglesias cele-
braron patrióticos actos religiosos, por primera vez se sacó en procesión la
histórica imagen de Santa Librada y el Cristo de los Mártires; de la Casa de la
Moneda se sacó la corona que el Perú ofrendó al Libertador y también se
trajo la corona de Cuzco, de oro y piedras preciosas, obsequiada por esa
ciudad al Libertador, con las cuales fue coronada la estatua de Bolívar en la
plaza de su nombre.
Presidieron estos actos el Presidente de la República Manuel Murillo Toro, el
Alcalde de Bogotá Manuel J. Angarita, quien dictó varios decretos, y el Gober-
nador del Estado Soberano de Cundinamarca, Coronel Julio Barriga Villa.
Idea de los numerosos actos celebrados nos dan los 49 discursos pronun-
ciados y más de diez poesías, algunos del poeta Rafael Pombo, uno de los
principales organizadores de la festividad*.
Así pues, no era la Oficina de Planeación la llamada a organizar la con-
memoración del Bicentenario sino la Academia Colombiana de Historia, que
por leyes y decretos es organismo consultivo del Gobierno, y ha tenido por
más de cien años la responsabilidad de velar por la Historia Patria, mantener
vivo el culto a esa herencia vital de la nación, representarla y ser personera
moral de la República. Atribución que hoy día comparte con 25 Academias

* Mario Germán Romero: “Cómo se celebró en Bogotá el 20 de julio de 1873”, en Boletín de


Historia y Antigüedades vol. 60 (1973) pp. 283-299.
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Departamentales de Historia, con Academias de Historia Especializada como


la Colombiana de Historia Militar, la de Historia de la Medicina, la de la
Policía Nacional, la de la Fuerza Aérea, la Patriótica Antonio Nariño, las
Sociedades Bolivariana y Santanderista de Colombia. Y junto con la Colom-
biana, llamada también a participar en su programación, la Academia de His-
toria de Bogotá, a quien esta conmemoración le pertenece muy de cerca.
¿Cómo es posible que el Gobierno desconozca tales instituciones? Afor-
tunadamente son conscientes de su valía, son entidades autónomas al servi-
cio de la Nación, sin compromiso político ni laboral con el Gobierno,
integradas por personas de solvencia cultural y social, consagradas al culto
de la historia y tradiciones patrias.
Además ha desconocido al Colegio Máximo de las Academias Colom-
bianas, integrado por Academias Nacionales reconocidas por ley; la de la
Lengua, la de Historia, de Medicina, de Jurisprudencia, Eclesiástica, Cien-
cias Exactas, Físicas y Naturales, de Ciencias Económicas, Sociedades Geo-
gráfica, de Arquitectos y la de Ingenieros.
Qué valioso conjunto de instituciones de estudios históricos,
humanísticos, científicos, artísticos, sociológicos, cuyos trabajos publica-
dos en miles de libros enriquecen las bibliotecas del país, de América y
Europa e ilustran las páginas de la cultura universal. Y sin embargo, el
Gobierno no ha sabido aprovecharlas para desarrollar programas cultura-
les, una labor que le daría verdadera identidad cultural al país. Bien es
cierto que la cultura nunca ha sido programa de gobierno de ninguna
candidatura presidencial, de Gobernadores, de Alcaldes ni de Congresistas
y menos de Diputados y Concejales.
Nuestros gobiernos no han entendido que el conocimiento de la Historia
Patria afianza el sentimiento de patria y nacionalidad y contribuye a la con-
solidación social y política de la nación, y es la barrera contra la cual vienen
a chocar las influencias políticas internacionales interesadas en despersonalizar
a nuestros países y vulnerar nuestras instituciones republicanas.
El desconocimiento de las Academias de Historia puede ser también por-
que el Gobierno no sabe qué son, qué hacen, para qué sirven, cuál es su
misión, cuál su importancia. Ni tampoco sabe que están inspiradas en una de
las tradiciones más ilustres de la cultura de Occidente, que sus raíces
primigenias están en la Escuela Filosófica de Platón, aquel sabio griego del
siglo IV a. C., uno de los exponentes de la “primera edad del pensamiento
humano”. Este solo antecedente bastaría para considerar la palabra “Acade-
mia” como una expresión de jerarquía.
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Y de la “Historia” siempre tendrá vigencia el raciocinio de Cicerón de


hace dos mil años al definirla como “luz de la verdad, testigo de los tiempos,
vida de la memoria, maestra de la vida, mensajera de la eternidad”.
Una de las manifestaciones del Renacimiento fue la creación de Acade-
mias en Florencia, Roma, París y otras ciudades, cuyos cenáculos fueron
focos incandescentes de sabiduría que iluminaban el camino de una nueva
cultura que simultáneamente florecía en las universidades. En la época de
la Ilustración los reyes fueron creando Academias de historia, de humani-
dades y de artes. De esa estirpe son las españolas de la Lengua y de la
Historia, creadas por el Rey Felipe V a comienzos del siglo XVIII, las
cuales son la fuente de inspiración y antecedente del movimiento cultural
promovido a finales del mismo siglo en la América Hispana y particular-
mente en nuestro país por el sabio español José Celestino Mutis y su expe-
dición y por el criollo Don Manuel del Socorro Rodríguez en su «Papel
Periódico de Santafé», preciosa enciclopedia en cuyas páginas se encen-
dieron iniciativas humanísticas que habrían de florecer años más tarde en
la ciudad de Santafé de Bogotá, sede radiante de una cultura naturalista
que ha trascendido por más de dos siglos.
Y así, no acababa de librarse la última batalla de la Independencia de los
países suramericanos cuando ya el Vicepresidente de la Gran Colombia,
General Francisco de Paula Santander, en 1826, creaba la Academia Nacio-
nal, formada por hombres de letras de los tres países, la cual, por motivos que
no son del caso referir, apenas alcanzó a balbucear las primeras palabras
académicas y a sembrar la semilla de tan frondoso árbol.
Poco después, disuelta la alianza militar grancolombiana, que ya había
cumplido su propósito porque la guerra había terminado, se reconstituyeron
separadamente esas tres naciones, y el General Santander, ahora Presidente
de la Nueva Granada, apenas posesionado en 1832, nuevamente creó la
Academia Nacional, formada solamente por granadinos. Años luego des-
aparece, pues en Colombia cuando muere el Presidente suelen morir tam-
bién sus obras y sus iniciativas, y por eso no hay continuidad gubernamental
ni administrativa.
Quedó flotando en el porvenir de los años la noción de Academia. Se
crearon la de la Lengua y la de Medicina, y al fin, en 1902, la de Historia,
cuya labor emprendió una brillante generación de historiadores y cultores de
las tradiciones patrias con quienes resurgió la historia nacional a través del
rescate de archivos, reedición de las primeras grandes obras de cronistas e
historiadores de la Colonia y la República, y publicación de nuevas, erec-
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ción de monumentos, conmemoración de efemérides, creación de una con-


ciencia histórica nacional.
De lo primero de la Academia fue promover la fundación de Academias y
Centros de Historia en los Departamentos para recoger la historia de la pro-
vincia e incorporarla a la historia nacional, misión que han venido cumplien-
do 25 de ellas y varios Centros de Historia, a cuya formación el Congreso
Nacional ha contribuido al impartirles su reconocimiento y constituirlas tam-
bién en organismos consultivos, disposición esta última que no se cumple
por los respectivos Gobiernos Departamentales, lo cual ha demeritado su
importancia y categoría.
Hacemos este recuento para mostrar que las Academias tienen una tradi-
ción clásica, creadas las primeras por filósofos y letrados, por mecenas de la
cultura, y siglos después por los reyes europeos, quienes han pasado a la
posteridad como promotores de las letras, las artes y las ciencias y
patrocinadores de obras que encarnan la cultura universal y la grandeza de
sus naciones.
Recordemos que nuestros Gobiernos han creado Academias ad honorem,
pero para su ya permanencia y ejercicio no previeron los recursos necesarios,
sino de vez en cuando auxilios dadivosos. Quizá por ello han venido recibien-
do un tratamiento de instituciones de beneficencia literaria y son consideradas
como entidades que viven de la caridad oficial, cuando es obligación del Esta-
do sostenerlas por estar al servicio de la nación. Ese tratamiento hace creer que
el ejercicio de la cultura en el país es una profesión mendicante, aunque esté
por encima de todas las mediocridades que hoy se llaman culturales.
El aporte que el Gobierno les da no es para sus miembros sino para pagar-
le al mismo erario público el suministro de los servicios de la sede académi-
ca, pagar los empleados que necesariamente deben tener para cuidar de sus
instalaciones, y prestar los servicios de funcionamiento, como el de bibliote-
ca, publicación del boletín académico y de una parte de los trabajos de inves-
tigación, y pagarle a la Administración Postal Nacional millonarias sumas
por concepto de portes de correo de las publicaciones que distribuyen a insti-
tuciones similares, a bibliotecas y universidades nacionales y extranjeras,
publicaciones que le dan nombradía a Colombia en los estrados culturales de
América y Europa.
Finalmente. ¿Por qué el Gobierno de Bogotá no ha consultado a su Aca-
demia de Historia sobre la conmemoración del Bicentenario de la Indepen-
dencia? ¿Será que no tiene conciencia de la importancia y trascendencia de
esta efemérides? ¿O no conoce su historia?
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En este momento, faltando apenas cuatro años para esa fecha, la Acade-
mia no puede ser indiferente ni permanecer en silencio ante la actitud negati-
va del Gobierno Distrital. Bien es cierto que últimamente Bogotá no piensa,
no habla sino de urbanismo y nuevas urbanizaciones, de plan maestro de
acueducto y alcantarillado, de nuevas calles y avenidas, de planeación, del
medio ambiente, de códigos de tránsito vehicular y de multas a sus infractores,
de espacio público para los peatones, quitándoselo a los automóviles particu-
lares, de festivales populares, y no se preocupa sino de la financiación de su
enciclopedia de gastos públicos. Piensa en el presente y el futuro, en
globalizarse, universalizarse, pero no en el pasado y por eso no siente que el
alma de la ciudad es su historia.
Esa no es disculpa para no cumplir con una obligación imperativa, una
obligación con la Patria y con Bogotá, cual es la conmemoración digna y
solemne del bicentenario de un día heráldico de la historia nacional que le
dio gloria a la ciudad y la incorporó a los anales de la Independencia y la
Libertad de la nación para honra perpetua de su nombre, que desde entonces
resplandece en el Olimpo de las capitales emancipadoras de la América his-
pana, en las cuales la España Imperial creadora de naciones se transformó en
un imperio de democracias.

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