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Transmisión y datación
El hecho de que se hayan conservado tres manuscritos principales (ninguno completo)
y algunos fragmentos de menor importancia es un indicio de la difusión que tuvo la
obra a lo largo de los siglos XIV y XV.
En cuanto a la fecha de redacción, varía según el manuscrito: en uno el autor afirma
que lo terminó en 1330 y en otro en 1343. Ante esta divergencia, se tiende a creer que
esta última fecha fue en realidad una revisión en la que Juan Ruiz añadió nuevas
composiciones.
Contenido y estructura
Preliminares:
Cuerpo de la obra
Una cita de Aristóteles (De Anima, libro II) le sirve de punto de partida para hacer
un planteamiento del amor con una serie de elementos influidos por el averroísmo,
que lo vincula a los textos teóricos sobre este tema elaborados en el entorno
universitario. Así, todos los seres vivos, y más el hombre, se mueven por el instinto
sexual, por lo que él no puede ser ajeno a esta inclinación (estrofas 71-76).
Las tres primeras aventuras (estrofas 77-180), salpicadas con variados exempla de la
tradición esópica ([3], [4]), desembocan en un resultado adverso: una indeterminada
dueña, con la que entra en contacto a través de una mensajera, lo rechaza; otro
intermediario, Ferrand Garçía, le quita a la panadera Cruz. Tras “probar” la verdad de
la astrología y declarar su nacimiento bajo el signo de Venus —que le hace estar
inclinado al amor—, intenta conquistar a una dueña encerrada, compendio de todas las
cualidades físicas y morales, que no le presta la menor atención.
Triste por el mal resultado de sus primeros intentos, refiere, con un rosario de
ejemplos, su soñada -el somnium era un género muy prestigioso- disputa con Don
Amor (estrofas 181-574), en la que le culpa de todos los males del mundo y de ser
origen de todos los pecados. Pero Don Amor, tras tacharlo de inexperto y rencoroso
por sus fracasos, le comunica mediante un verdadero ars amandi los distintos medios
y ardides de que ha de valerse para seducir a una mujer, le concreta el tipo que ha de
preferir, le recomienda acudir a una alcahueta, y aún agrega algunos dictámenes de
carácter práctico y moral.
Decidido a seguir los consejos de Don Amor, el protagonista busca por sus propios
medios una dama que reúna hermosura y virtud. Tras nuevas amonestaciones y
consejos, esta vez a cargo de Doña Venus, mujer de Don Amor, y con la ayuda de la
vieja Trotaconventos, logra relacionarse con ella. Se trata de Doña Endrina, una joven
viuda a la que consigue enamorar y con la que acabará casándose. Aunque en todo el
pasaje (estrofas 575-909) se mantiene la primera persona narrativa, según se avanza
en la lectura nos enteramos de que el protagonista ya no es el Arcipreste, sino que
ahora se llama Don Melón de la Huerta (o Don Melón Ortiz), disociación que el autor
justifica alegando que ha incluido tal historia para dar un ejemplo al lector, non
porque a mí vino (estrofa 909b).
Sin más transición, nos habla de una apuesta dueña, a la que requiebra, de nuevo con
la ayuda de Trotaconventos. Un malentendido con ésta le da pie a repasar toda la
retahíla de nombres con que son conocidas estas mediadoras; nombres que no
conviene usar delante de ellas para no ofenderlas. Restablecido el buen trato con la
mensajera, ésta logra conquistarle a la dama requerida que, por desgracia, muere
inesperadamente. Un breve diálogo con la vieja y unas reflexiones dirigidas al lector
cierran el episodio (estrofas 910-949).
Ante la cercanía de la primavera, y aguijoneado por el deseo de provar todas las cosas,
pues el apóstol lo manda, emprende una gira por la sierra de Guadarrama (estrofas
950-1066). Allí mantendrá cuatro encuentros con sendas serranas, de aspecto salvaje y
descomunal, expuestos alternativamente en forma narrativa ([5], [6], [7] y [8]) y en
forma lírica ([9], [10], [11] y [12]). Con las dos primeras se ve forzado a mantener
contacto sexual; de la tercera, a la que promete matrimonio, no nos cuenta cómo acaba
la aventura; y, por fin, de la cuarta, la más monstruosa de todas, consigue librarse por
no tener dinero o mercancías para pagarle. A continuación, acudirá como peregrino a
la ermita de Santa María del Vado, a cuyo loor dirige una cantiga, a la que se añaden
otras dos ([13] y [14]) sobre la pasión de Cristo.
Al término de su viaje, que coincide con el inicio de la Cuaresma, recibida por las
gentes con profundo disgusto, decide regresar a su tierra, donde, durante una comida
con Don Jueves Lardero, recibe una carta de Doña Cuaresma, remitida a todos los
arçiprestes e clérigos sin amor, en la que se ordena divulgar un cartel de desafío con
Don Carnal. La misiva le suministra el motivo para narrar de forma alegórica y
paródica la pelea entre Don Carnal y Doña Cuaresma. Después de distintas peripecias
y del enfrentamiento directo de sus respectivos ejércitos de carnes y de verduras y
pescados, Don Carnal vence y Doña Cuaresma se retira a Jerusalén. Concurriendo el
triunfo de Don Carnal con la llegada de la Pascua y el esplendor de los días abrileños,
se produce el recibimiento triunfal de Don Amor, acompañado de Don Carnal [15] y
[16]. Clérigos de todas las órdenes, seglares de todas las clases sociales, y el propio
Arcipreste, quien le ofrece su casa como hospedaje, se disputan la compañía de Don
Amor, el cual prefiere plantar su tienda, adornada con una alegoría de los doce meses
del año (1), en un prado de la villa. Al día siguiente, y después de poner al corriente al
protagonista de sus correrías por España, don Amor abandona el lugar (estrofas 1067-
1314).
Una semana más tarde, el Arcipreste, deseoso de nuevas aventuras amorosas, acude a
Trotaconventos para que le ayude a conquistar a una joven viuda, que lo rehúsa
(estrofas 1315-1320). Lejos de desanimarse, se prenda, el día de San Marcos, de una
dueña fermosa (...), muy devota a quien divisa en la iglesia, pero tampoco logra sus
pretensiones (estrofas 1321-1331). Por consejo de la alcahueta, decide enamorar a una
monja, doña Garoza, contra la que se estrellan todas las artimañas de la vieja, ya que
—a pesar de entrevistarse con el galán— el trato quedará reducido a un limpio amor,
pronto truncado por la muerte. En este pasaje se incluye el famoso retrato del
Arcipreste (estrofas 1332-1507). Como ni siquiera consigue dialogar con una mora,
que despide a la vieja con cajas destempladas (estrofas 1508-1512), sólo le queda el
consuelo de componer unos cantares (estrofas 1513-1517). A su profunda angustia se
le une la que le depara la repentina muerte de Trotaconventos, que provoca un planto
paródico y un epitafio (estrofas 1518-1578). Tras el fallecimiento de la intermediaria,
hace una reflexión moral sobre los siete pecados capitales y los tres enemigos del
alma —mundo, demonio y carne—, así como las armas que debe usar el cristiano para
combatirlas (estrofas 1579-1605). Puesto que quiere poner punto final al sermón que
se alarga, enuncia la importancia de la brevedad, idea que, aplicada irónicamente a las
mujeres, le permite presentar una deliciosa enumeración de las propiedades que las
dueñas chicas an (estrofas 1606-1617). Pero ni la desaparición de Trotaconventos ni el
temor de ofender a Dios son obstáculos para interrumpir los proyectos eróticos del
protagonista, quien, renovada la primavera, tienta fortuna, una vez más, por medio de
don Furón, un apostado doncel que tiene todos los defectos posibles y que le espanta
la pieza (estrofas 1618-1625).
Epílogo:
De modo imprevisto, el relato amoroso se corta, y el autor, a manera de epílogo,
añade unos versos en los que, con consideraciones similares a las contenidas en el
prólogo en prosa, remacha el sentido que se le ha de dar al libro, lo data y lo entrega al
público para que lo lea o escuche, y si bien trovar sopiere, / puede más y añedir et
enmendar si quisiere. Su deseo es que se difunda lo más posible: ande de mano en
mano a quienquier quel’ pidiere (estrofas 1626-1634).
El Libro de Buen Amor está acabado; sin embargo, cierra el manuscrito -que no la
obra- una serie de poemas (estrofas 1635-1728), de contenido religioso y profano,
entre los que se inserta la Cantiga de los clérigos de Talavera —adaptación de un texto
latino más antiguo, la Consultatio sacerdotorum—, en la cual los clérigos de esa villa
se quejan de su obispo, que les ha ordenado abandonar sus concubinas.
[editar] Fuentes
Religioso: la Biblia, especialmente el Libro de los Salmos, así como los sermonarios y
los tratados morales de la Iglesia.
Clásico: son numerosas, pero destaca el Ars Amandi del poeta latino Ovidio, que deja
su influencia, más que en detalles concretos, en analogías de conjunto.
Literatura latina medieval:
Especialmente importante es la comedia elegíaca (Pamphilus, De Vetula, De nuntio
sagaci, etc.)
El tratado didáctico-amoroso De Amore, de Andrés el Capellán, del que toma, entre
otros, los conceptos de amor purus (amor a Dios o amor honesto a la mujer, que hace
bueno y glorifica al amante, según los cánones del amor cortés) y amor mixtus (o
amor carnal y pecaminoso). Estos conceptos están en la base de lo que Juan Ruíz
llama en su libro, respectivamente buen amor y loco amor.
El espíritu goliárdico, presente en numerosas composiciones satíricas: la cantiga de
Crus crusada, la parodia de las Horas canónicas (estrofas 374-387), el Enxiemplo de
la propiedat qu’el dinero ha o la Cantiga de los Clérigos de Talavera.
Colecciones de fábulas y ejemplos: se sirve de las numerosísimas recopilaciones de
cuentos y fábulas que circularon durante la Edad Media, tanto de escritores griegos
(utilizó seguramente algún Isopete), como de la tradición europea (Romulus, de
Walter el Inglés), y de las colecciones de origen oriental y árabe (Calila y Dimna).
Literatura europea en lengua romance:
Debió conocer alguna versión del Fabliau de la Bataille de Caresme et Carnage,
poema anónimo francés del siglo XIII, cuya trama y tema adapta en el episodio de la
Pelea de Don Carnal y Doña Cuaresma,
así como romances de temas caballerescos (Tristán y los de Blancaflor y Flores).
El Libro de Alexandre.
Literatura semítica:
Para el musulmán no existía el pecado original, y esa “ausencia de culpa” permitía que
no se estableciera una escisión entre el goce de los placeres sensuales y el ascetismo
más rígido, que en la moral cristiana son incompatibles. Esta contradicción la resuelve
el Arcipreste mediante el humor, que le permite la transición entre una y otra actitud.
La alternancia entre partes narrativas y líricas, con el uso de la poesía para metaforizar
o ejemplificar lo antes tratado en forma narrativa, era un procedimiento típico de los
autores árabes. En el libro del Arcipreste se manifiesta por la continua alternancia
entre las partes narrativas en cuaderna vía con las partes líricas en versos de arte
menor, que ilustran lo tratado con anterioridad.
El collar de la paloma, libro de Ibn Hazm de Córdoba.
[editar] Métrica
Juan Ruíz es un poeta que domina tanto los recursos cultos como los juglarescos. Se
muestra orgulloso de su obra y es, quizá, el primer poeta castellano consciente de su
individual personalidad humana y artística. Su libro, como ya dijera Ramón
Menéndez Pidal, puede ser considerado como un cancionero personal en el que el
autor ha ido recogiendo muestras de todo tipo de composiciones. Según el género de
que se trate, se utiliza la estrofa habitual del Mester de Clerecía o se acudirá a otras
estrofas en arte menor:
Para ejemplificar mejor, recordemos la tirada 36 del Poema del Cid en la que se nos
hace una descripción casi fílmica, de gran economía lingüística de una batalla:
Cuánta conciencia tenía el escritor que traducía el texto culto de su saber tanto erudito
como métrico, lo demuestran los creadores del Mester de Clerecía una y otra vez.
Recordemos que el autor del Libro de Alexandre proclama con ingenua jactancia este
doble conocimiento, al comienzo de su obra:
Por ejemplo, Gonzalo de Berceo no sólo nos trasmite, al traducir los manuscritos que
descubre en la biblioteca del monasterio, el conocimiento que ellos contienen.
También recoge el arte popular e incorpora en su obra cantos como el Eia velar,
canción de vela, que encontramos en su obra Duelo de la Virgen, coplas 178 a 190.
Algo similar ocurre en la obra de Juan Ruiz quien no sólo basa su obra en una crítica
observación de los que en el mundo se usa y se hace (14 d), sino que también
introduce coplas líricas tanto sacras como burlescas.
O FORTUNA OH FORTUNA
O Fortuna,
velut luna
stratu variabilis
semper crescit
aut decrescis;
vita detestabilis
nunc obdurat
et tunc curat
ludo mentis aciem,
egestatem,
potestatem,
dissolvit ut glaciem.
Sors immanis
et inanis
rota tu volubilis,
status malus,
vana salus,
semper dissolubilis,
obumbratra
et velata
michi quoque niteris;
nunc per ludum
dorsum nudum,
fero tui sceleris Oh Fortuna,
como la luna,
eres variable. Siempre creces
o decreces;
vida detestable
ahora te endureces
y luego consuelas
enhebras ilusiones;
necesidad,
poder
Como las otras manifestaciones culturales, su cultivo se extiende por toda Europa con
diversos nombres, poesía cortesana, dolce styl nuovo, tradición de los trovadores y
minnesinger, etc. No olvidemos que los poetas cortesanos, muchos de ellos
pertenecientes a la alta nobleza, son viajeros incansables, siempre abiertos a las
innovaciones y a los aportes que cada lugar que visitan les ofrece. No desdeñan
utilizar la lengua popular y privilegian como forma métrica el zéjel con todas las
variantes posibles. Indiscutiblemente las jarchas se encuentran en la base de las
'cantigas de amigo'.
Poesía de cortesanos, concibe el amor como un servicio similar al feudal y utiliza un
vocabulario bélico que aun empleamos: a la dama se la asedia como a una fortaleza
hasta que cae rendida en los brazos de su conquistador.. Se le rinde pleitesía como a
su señor y se la sirve con las armas poéticas.
A los amantes se les somete a juicios de amor, verdaderos duelos en los que se
combate por la señora con la espada de la palabra. En los juegos florales cada amante
canta, sirve a sus dama, y recibe como premio la 'joie' (alegría, dicha) : una flor de oro
con piedras preciosas que el triunfador ofrecía a su dama.
La Edad Media se caracteriza por un fuerte sentido corporativo que se rompe con la
nueva mentalidad que preconiza el Renacimiento en cuanto valorización del
individuo. La poesía cortesana contribuye al desarrollo de este pensamiento al
considerar al amor, en cuanto relación de pareja, como un proceso de elección no
supeditado a la voluntad de un señor o de los padres.