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Aristóteles como filósofo del lenguaje

La ciencia empírica, en su praxis cotidiana, tiende a poner en tangencia


la importancia de su propia historia: el desarrollo que llevó a la conciencia a la
identidad con su objeto de estudio no interesa para la práctica y la
experimentación científica – lo importante es el resultado teórico, la tesis final
que se haya obtenido como producto de tal proceso. Esto tiene como
consecuencia lógica inmediata el olvido de las teorías que fueron formando
lenta y penosamente el camino del estudio de su objeto particular,
estableciendo tácitamente que los resultados científicos son ahistóricos, que su
verdad se establece a partir de una necesidad lógica o empírica independiente
del devenir de la misma ciencia. Este olvido, sin embargo, a pesar de su
generalización y de su extendida aceptación por parte de los científicos
empíricos, genera no solamente un desconocimiento de la propia historia o
génesis de su ciencia, sino que también oscurece los fundamentos de los que
partieron los primeros científicos y pensadores que se enfrentaron con el objeto
de estudio de esa ciencia específica (todo lo que Max Black llama “el legado
erudito”). Así la ciencia cae en un anquilosamiento teórico y vocacional, en que
no discierne más ni su objeto de estudio en su concreción ni su objetivo
vocacional: la búsqueda de la verdad del objeto, a través de su
desenvolvimiento en el concepto.

Un segundo cariz presenta este problema metodológico: el olvido de la


historia de la ciencia trae consigo el olvido de la unidad de la ciencia. En
nuestros tiempos, por razón de la institucionalización y departamentalización de
los conocimientos concretos, de los llamados “campos de estudio”, se llega a la
creencia y al establecimiento como presupuesto metodológico la idea de que
no puede hablarse de Ciencia, sino de ciencias: que los objetos de estudio
están objetivamente separados, condicionando así la esfera epistemológica y la
metodológica: si los objetos son entidades separadas, entonces el
conocimiento sobre ellos debe ser un conocimiento separado, segmentado, y la
metodología que utilizada para estudiarlos debe ser una serie de métodos
separados, sin más relación entre ellos que el de basarse en el llamado
“método científico”, que sería el último resquicio por el que asome la conciencia
oculta de la unidad científica.

La ciencia, la episteme, es un concepto nacido en la Grecia antigua. La


ciencia, amén de ser una colección de teorías y tesis establecidas, era una
práctica desarrollada en la soledad o en la comunidad, práctica que pretendía
no solamente encontrar nuevos objetos de estudio, sino integrarlos en un
sistema vocacional, más que teórico. La Academia, el Liceo y la Stoa son los
más grandes ejemplos de síntesis vocacional del conocimiento, en donde se
entretejían los estudios de la dialéctica, la matemática, la biología, la zoología,
etc., todos bajo la unidad de la filosofía, que era, más que una disciplina
apartada de los demás campos de estudio, la síntesis vocacional de todos ellos
como verdadero “amor al conocimiento”. Durante los siglos posteriores, incluso
llegada la época moderna, las ciencias especiales no estaban separadas de
esa unidad llamada filosofía: el pensamiento de Descartes o de Leibniz no
puede concebirse sin la unidad de sus teorías filosóficas del conocimiento y de
su actividad como matemáticos - incluso Newton titula su obra magna
Philosophiae naturalis principia mathematica, manteniéndose en unidad con el
conocimiento científico completo. La separación de la Ciencia es un artificio de
la contemporaneidad, condicionado, creemos, por la acción del positivismo, y
alentado por un espíritu bárbaro de pragmatismo y funcionalismo que ha
permeado toda la vida científica en razón de su sujeción al voraz tecnologismo.

Ya apunta tácitamente Max Black que la lingüística no debe olvidar su


legado histórico, en tanto que este legado no sólo apunta a la eventual
obtención de una verdad teórica completa, sino que este desarrollo histórico es
también un desarrollo del concepto que apunta hacia su propio devenir como
ciencia. Este legado histórico, por lo menos en Occidente, comienza con la
filosofía griega, especialmente con las grandes figuras de Platón y Aristóteles.
El primero no desarrolló, pensamos, una teoría del lenguaje sistemática, en
tanto que la naturaleza de sus escritos no lo permitía. El análisis del diálogo
Cratilo es un estudio más empírico que teórico, basado en el estudio
etimologías populares y en la enunciación de dos hipótesis sobre el origen del
lenguaje. Más allá no llega.

En Aristóteles, creemos, hay un desarrollo más amplio del problema del


lenguaje, iniciando con sus escritos lógicos y concluyendo en sus obras
metafísicas. Esta conexión entre lenguaje, lógica y metafísica es la base por la
cual pensamos que se puede hablar de una filosofía del lenguaje aristotélica.
Este ensayo intentará lograr un acercamiento (y sólo eso: un acercamiento, no
un agotamiento de la fuente bibliográfica o del problema en cuestión) a una de
las primeras obras lógicas del Estagirita, las Categorías, como el germen de
una filosofía del lenguaje y de un análisis lingüístico que concluirá en siglos
posteriores en las gramáticas griegas de Crates de Malos y de Dionisio el
Tracio, ya desnudas (por lo menos en apariencia) de su investidura metafísica.

La definición que Aristóteles da del lenguaje hablado y que será decisiva


para el análisis que posteriormente hagamos de su germinal filosofía del
lenguaje, se encuentra en el comienzo del libro Peri hermeneias o sobre la
interpretación: “Así, pues, lo <que hay> en el sonido son símbolos de las
afecciones <que hay> en el alma… Ahora bien, aquello de los que esas cosas
son signos primordialmente, las afecciones del alma, <son> las mismas para
todos, y aquellas de lo que éstas son semejanzas, las cosas, también <son>
las mismas.”1. Este es un texto clave para poder entender los presupuestos
teóricos sobre los que se basa nuestra interpretación del texto de las
Categorías como un texto de análisis lingüístico. El lenguaje es
primordialmente un sonido (phonei) que funge como representación auditiva o
símbolo (symbola), o incluso como signo (semeia) de los objetos recibidos por
al percepción de los sentidos, llegando al alma como centro ordenador que es
de las percepciones sensibles2: estos objetos son siempre los mismos, y las
afecciones que provocan en el alma son siempre las mismas – esto significa,
pues, que hay una correspondencia entre el ente en su objetividad y la
percepción sensible del mismo. Es más, no sólo existe esta correspondencia,
sino que, si la afección del alma es siempre la misma frente al mismo objeto, y
si el signo lingüístico es una representación sonora de la afección del alma,
entonces, según este pequeño fragmento del texto aristotélico, existe una
correspondencia entre el signo y la cosa. Hay que hacer, sin embargo, una
prevención: este signo no es un signo unívoco que se desprenda originalmente
del objeto: es decir, la estructura de la palabra hablada concreta no tiene
ninguna relación de necesidad con el objeto. Esto se concluye porque
Aristóteles llama también “symbola” a estas representaciones auditivas: según
las definiciones A 3 y A II 4 de la entrada “symbolon” del lexicón Lidell-Scott 3,
“symbolon” significa “contrato” o “convención”. Esto es: para Aristóteles el
símbolo fónico que se utiliza para significar al objeto es una convención 4 – sin
embargo, en su conexión inmediata con la afección del alma, dice referencia
mediata al objeto mismo.

Esta relación entre el signo lingüístico, la afección del alma y el ente


tendrá consecuencias de fondo dentro del sistema aristotélico. Sin entrar en
mayores profundidades, anotamos la primera conclusión que salta a la vista y
que resulta decisiva para nuestra argumentación: si el lenguaje es una
representación de la facultad del alma para recibir las impresiones de los entes,
entonces el estudio del lenguaje puede decirnos algo sobre los entes mismos,
constituyéndose así una lógica (una doctrina de orden del lenguaje para
fundamentar todo razonamiento) y una metafísica de corte lingüístico 5. Hay una
correlación lógica, pues, entre la representación auditiva y las características
del ente, en tanto que ambas se unen en la afección del alma. Para decirlo de
otra manera: lógica es metafísica – análisis lingüístico es filosofía primera, por
lo menos en las bases de esta última.

1
Aristóteles, Peri hermeneias, 16a, traducción de Miguel Candel Sanmartín, en Aristóteles, Tratados de
Lógica (Órganon) II, Gredos, 2008
2
Cf. De anima
3
Lidell-Scott, A Greek-English Lexicon, Oxford University Press, 1996
4
Argumentación sostenida también por Miguel Candel en la nota 4 de su traducción del Peri hermeneias
ya citada,
5
Sabemos lo arriesgado que resulta hacer esta hipótesis; sin embargo, la evidencia nos parece
contundente: si la lógica aristotélica es un estudio lingüístico y si la metafísica aristotélica descansa
sobre esa lógica, entonces la metafísica aristotélica depende de un estudio lingüístico.
Establecidos ya estos presupuestos, podemos pasar a estudiar la
manera en que, pensamos, las Categorías aristotélicas suponen un análisis
lingüístico. Este texto trata, como lo dice textualmente, “de las cosas que se
dicen”6. Esto quiere decir, pues, dos cosas: la primera es que las Categorías
tratarán sobre el lenguaje en su concreción; la segunda, que tratará de “cosas”,
es decir, de los entes en sí mismos (esto viene corroborado, por supuesto, por
el texto del Peri hermeneias que acabamos de analizar). En otras palabras, las
Categorías tratan de realidades lingüísticas en tanto que existen, es decir, en
tanto que mientan realidades metafísicas.

El capítulo primero comienza con una distinción claramente lingüística: la


distinción entre palabras sinónimas, homónimas y parónimas. Esta distinción,
sin embargo, se da en las cosas, no solamente en las palabras: lo que
primariamente se llama sinómino, homónimo o parónimo es el ente, no la
palabra sola.

El capítulo segundo trata sobre los términos independientes y los


términos combinados. Los primeros son las palabras solas, flexionadas o no
(hombre, buey, corre, triunfa): los segundos son las palabras que se hayan en
una frase (un hombre corre, un hombre triunfa). Esto es: en el habla cotidiana
pueden decirse todas estas cosas, tanto frases como palabras, tengan sentido
en su aislamiento léxico o no. Esto supone, creemos, un nivel de abstracción
del lenguaje mayor que el que otros pensadores habían llegado a mostrar,
puesto que, mientras en el platonismo lo que importaba en el lenguaje eran los
sustantivos como signos de los soportes ideales de la realidad, el aristotelismo
rescata o reconsidera en su individualidad a todo tipo de palabra. Más
adelante, dentro de cada categoría, se verá que Aristóteles estudia como
realidades a los adverbios e incluso a las preposiciones.

En este mismo capítulo segundo sigue Aristóteles con un análisis sobre


si las cosas que existen están dentro de algún otro sujeto: es decir, partiendo
de las palabras usadas para designar a tal ente, procede a examinar las
relaciones semánticas de tales entes para saber si estos hacen referencia a
algún tipo de dependencia de significado dentro de otro campo semántico, para
saber si en la realidad de su existencia óntica el objeto inhiere dentro de otro
como su soporte existencial.

El capítulo tercero trata sobre la transitividad de la predicación


copulativa: esto es, si dentro de una relación de inherencia semántica (como la
de “hombre” en “animal”), algo se predica copulativamente (con la cópula “es”)
del término superior, entonces ese algo debe predicarse del término inherente
(es decir, si “viviente” se predica de “animal”, entonces “viviente” también se
predicará de “hombre”). Esta teoría sobre la transitividad de la predicación,

6
Categorías, 1a, b
teoría a todas luces lingüística, fundará la teoría aristotélica de la definición y la
doctrina metafísica de las sustancias segundas.

Ahora bien, procede Aristóteles a hacer la presentación de las


Categorías, que son “cada una de las cosas que se dicen fuera de toda
combinación”7: es decir, es un criterio de categorización entre las palabras
aisladas – intenta, logradamente o no, identificar y agotar las funciones que las
palabras solas ocupan dentro del habla. Esto nos parece un adelanto
significativo que sin duda influirá en el pensamiento lingüístico: distinguir entre
tipo de palabra y función, así como catalogar todas esas funciones tratando de
agotar todos los tipos de palabras.

Presentaremos las categorías en una lista analizando cada una en sus


repercusiones teóricas:

1. La entidad: se dice de dos maneras – la primera es de la entidad en sí y


la segunda es de la especie a la que pertenece semánticamente esa entidad.
Es decir, aquel ente individual al que llamamos hombre pertenece a la especie
hombre. Por tanto, entidad, de otra manera, se dice de dos formas: del ente en
sí mismo y del nombre que se utiliza para designarlo. De nuevo hay una
referencia a la relación estrecha entre nombre y cosa. El primer sentido puede
designarse con un pronombre demostrativo: esto (tode ti). El segundo sentido
con un pronombre relativo: cual8 (poion ti). Esto todo se halla en relación
semántica con el pronombre interrogativo qué.
2. La cantidad: que se refiere al pronombre relativo cuanto y al pronombre
interrogativo cuánto. Se trata de expresiones adverbiales, en algunos casos
perifrásticas, que refieran a una medida numérica.
3. La relación: que se establece de diversas maneras, la más importante de
las cuales, pensamos, es a través del criterio de relación semántica – es decir,
si dos términos se hallan en relación semántica, entonces esta relación es real:
esclavo remite necesariamente a amo, por lo que en la realidad están unidos a
través de una relación. Algunos adverbios y adjetivos entran en esta
clasificación, como mucho, poco, grande, pequeño, fríamente, etc. Asimismo,
las preposiciones caen dentro de esta categoría al mentar en todo caso
relaciones entre conceptos.
4. La cualidad: que se refiere a los pronombres relativos tal o cual. Se trata,
en este caso, de adjetivos que no mientan relación: es decir, blanco, liso, justo,
ficticio, etc.
5. Lugar y tiempo: se trata de adverbios o de frases adverbiales que
mienten respectivamente espacio o tiempo – aquí, allá, mañana, temprano, etc.
6. Acción y pasión: en tanto que hacer o padecer – se refiere
específicamente al verbo conjugado, sea en voz activa o en voz pasiva 9.

7
Cf. 1b
8
Cf. 3b
7. Situación: se refiere a todo verbo que semánticamente no signifique ni
acción ni pasión – esto es, que se refieran más bien a un estado del sujeto que
a un proceso
8. Hábito: se refiere a todo verbo que en castellano se pueda conjugar en
gerundio con el verbo estar: comiendo, corriendo, llorando, etc.

Esto nos muestra, por tanto, que Aristóteles intentaba hacer un catálogo de
todos los tipos de palabras funcionales que pudieran usarse en griego y que
tuvieran referencia ontológica: por tanto, creemos que por esa razón otro tipo
de palabras fueron omitidas, como los artículos y las conjunciones, puesto que
no dicen referencia a ningún ente real.

Conclusión

La obra aristotélica resulta de suma problematicidad por razón de su


extensión: la comprobación de tesis sobre su pensamiento tendría que recurrir
siempre a un cotejamiento de todas las fuentes autorizadas, para poder
obtener una visión de conjunto. Sin embargo, también es notable que el
pensamiento aristotélico salta a la vista como un pensamiento con gran
uniformidad y sistematicidad: las tesis de una obra se corresponden con las
tesis de otra, apoyándose mutuamente. Esto autoriza, creemos, a desmenuzar
la obra aristotélica, en son de hipótesis, para poder examinar su pensamiento.
Pudimos ver entonces, siguiendo esa metodología, que la lógica aristotélica,
por lo menos la que se presenta como sus bases en el texto de las Categorías,
es una verdadera filosofía del lenguaje, y que su base teórica se traduce en un
análisis lingüístico que muestra relación con todo el resto del sistema
aristotélico.

Queremos retornar finalmente al tema del olvido de la historia de la ciencia:


tal olvido ha querido ver en la filosofía un conglomerado de tesis vacuas y de
metafísicas idealistas, sin ninguna referencia a la realidad. Pero observando el
texto aristotélico, podemos colegir de él muchas conclusiones que fueron
olvidadas por siglos, considerándose novedades cuando volvieron a ser
formuladas: la tesis del signo hablado con referencia a una afección del alma
causada por una influencia de un objeto exterior causó una revolución científica
en su formulación dentro de la obra de Saussure. Sin embargo, podemos ver
que la ciencia bien hubiera podido evitarse esa espera de siglos para poder
constituirse como tal, si la historia del pensamiento no fuera olvidada, y si la
unidad de la ciencia no fuera vista como una simple unidad de metodología: la
unidad se da en efecto en los mismos objetos de estudio, cuya realidad patente
y objetiva no acepta, más que por mor de abstracción, una parcelación en
“campos de estudio” o de “metodologías”: la realidad es una, y su unidad
9
No podemos ejemplificar aquí este tipo de categorías, en tanto que el castellano carece de una
conjugación verbal pasiva: tiene que recurrir forzosamente a una perífrasis.
supone también la unidad del conocimiento. Tal unidad, de ser lograda y
avalada por la comunidad científica, permitiría a la ciencia, pensamos, el
empuje y la base de plena seguridad epistemológica que ha perdido durante el
pasado siglo y que tantos trabajos le ha costado intentar recuperar.

Bibliografía principal

- Aristóteles, Tratados de Lógica (Órganon) I, Gredos, 2008


- ----, Tratados de Lógica (Órganon) II, Gredos, 2008

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