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Diciembre, 2010

Palimpsesto2punto0

ANTOLOGÍA
Índice
Casa anegada 6

Imperfecto de subjuntivo 7

Mi madurez 8

El cigarro 9

Banda sonora 10

VI. 11

El plan 12

Summertime 13

IV. 14

Lucidez 16

Ex libris 17

El fracaso 19

A ciegas 21

Invocación 24

Haiku urbano I 25

Una teoría 26

Nota a tus pies 27

Whodonit 28

Valentín Uzcátegui 31

La decisión 34

Una de policías 35

Desnudo paradójico 40

Facetas de un día medio 42

Muerte de placer 45

Pasado, presente, futuro 50


Palimpsesto2punto0 Antología

Casa anegada

Ah,
te creías
que era una metáfora,
no?

Mira,
no es mi costumbre,
pero
hoy
me has cogido
de malas
y te voy a dar
un consejo

déjate de poesías,
agarra una escoba
y comienza a achicar.

22 Febrero, 2010 Pablo


Papeles sueltos
6
Antología Palimpsesto2punto0

Imperfecto de subjuntivo

Sonó tres veces


en medio de la noche.

La primera,
como un paracaídas
que se abriera
sigilosamente.

La segunda,
un nardo que lanzara
sus pistilos al aire
y rasgara
la oscuridad.

La tercera, por fin,


como una garra seminal
que royera en el hueco.

Desde una boca apenas.


Desde un lugar extraño.

Sonó tres veces.


Hinchado, dulce, voraz.
Era mi nombre
y no lo parecía.

28 Febrero, 2010 MeriPink


Papeles sueltos
7
Palimpsesto2punto0 Antología

Mi madurez

Quemar etapas
y más etapas.

Y, después,
cuando ya no hay
nada más
que pueda arder,
vengo yo,

el último
material inflamable.

17 Marzo, 2010 Pablo


Papeles sueltos
8
Antología Palimpsesto2punto0

El cigarro

18 Marzo, 2010 Juan Luis

Una pornografía personal


9
Palimpsesto2punto0 Antología

Banda sonora
Te gustaría que rompiera con todo,
¿verdad?
Que mandase al diablo a esa panda de indeseables
—su familia y sus mejores amigos, básicamente—
que le dicen que lo vuestro,
ten cuidado,
no va a ningún sitio,
que ojo con ese tío,
además de continuas alusiones al mundo cereal
—al trigo limpio, sobre todo—
que tú, sinceramente, nunca entendiste.

Di la verdad,
te gustaría que sucediese todo eso,
que al final te dijese que,
para ella,
lo más importante
eres tú,
que el mundo y la vida sin ti,
mi amor
—o cualquier otro vocativo afectivo
de la misma leche,
que el mal gusto siempre tuvo un repertorio amplio—,
no tienen sentido.

¿Verdad que te haría ilusión que te dijera


que su mundo pende de ti?

Así,
después,
mientras te alejas,
oirías
nítidamente
el estruendo
de toda su banda sonora
al caer.

12 Mayo, 2010 Pablo


Papeles sueltos
10
Antología Palimpsesto2punto0

VI.

Las uñas con sus dedos, de las manos y de los pies, todas sus costillas y vértebras,
los huesos largos, e incluso el hioides, su esternón, pelvis y el cráneo; sus articula-
ciones desarticuladas, músculos y tejido graso, los órganos, todo, ahí

amontonado al pie del muro


como un impulso que ha vuelto a caer.

Detrás detrás del muro


dicen que se ha visto
el resplandor
de un manzano verde.

14 Mayo, 2010 Juan Luis


Ciudad cer0
11
Palimpsesto2punto0 Antología

El plan.

No puede ser tan difícil


si todos lo hacen.

Me digo que basta con mirar


hacia otro lado,
dejar en paz el móvil y el correo;
cambiar de rutina: probar qué tal
la espuma del café en el bar ese,
ir a Ikea, comprar sábanas nuevas,
aguardar a que un día me defraudes.

Y sentarme a esperar pacientemente.

17 Mayo, 2010 MeriPink

Papeles sueltos
12
Antología Palimpsesto2punto0

Summertime

Un viejo que pasa


y escupe,
una madre que pone
a sus dos hijas
a cagar
al lado de mi casa,
dos que eructan
en el chiringuito de enfrente.

Bienvenidos
todos
a la liberación
del verano.

18 Mayo, 2010 Pablo

Papeles sueltos
13
Palimpsesto2punto0 Antología

IV

Fíjate si es sepia esta escena


si es piel la captura de sus dedos
que hasta me he parado a mirarla
si es piel la abertura, si es piel, de la pupila
igual que hacemos siempre
si es piel el lunar
con una fotografía antigua
si es piel adherida al reguero de sudor

Mira si tú te has parado a fijarla.


si es piel, mira si es piel

Mirarla
como se fijan sus labios
pero sin la nostalgia del pariente,
a sus labios, fijarla, como se percute
señalando cada objeto como serán
un objetivo como se encuadra la oscuridad en la luz
también figura, esta voz, este beso
fijarla a los restos deshechos de esta cama
toda nuestra vida.

Una arritmia de gestos,


pero con pose,
ni siquiera la sonrisa a la hora
de articularse como abrazo.
Es un flash de vencido
un escueto
brillo de secreción y mancha
mientras recogen sus nombres del suelo.

Ella y él

14
Antología Palimpsesto2punto0

y tú, sí, conmigo, mira cómo


fijas tus latidos con este
silencio compensado
a mi respiración silábica
directo y final
como este punto.

El disparo
que nos lleva,
como mínimo, al cajón más negro
junto a los demás
fotografías.

27 Mayo, 2010 Juan Luis


Ciudad cer0

15
Palimpsesto2punto0 Antología

Lucidez

Subida en la torre, cuando la lluvia comenzó a empaparla, descubrió que en


realidad allá no le llovía más ni de modo diferente que al resto de personas
que paseaban por debajo de ella, tan sólo le llovía algo antes.

4 Junio, 2010 Cordelia


Palabras las menos
16
Antología Palimpsesto2punto0

Ex libris

Un día me llegó por correo, sin remitente, una especie de libro manuscrito.
En la tapa, un título que nunca logré traducir sobre el nombre de un autor
nórdico del que tan sólo encontré algunas pocas referencias por Internet -y
más por lo extraño de su muerte que por la importancia de su obra-.

En la primera hoja, se podía ver una enrevesada marca, bajo la cual aparec-
ía la leyenda “Ex libris Loki”.

Dediqué meses a traducirlo y, desde que lo hube terminado, no había un sólo


día en que no pasara horas leyéndolo: primero de corrido, después releyendo
párrafos una y otra vez, volviendo sorprendido cuatro páginas hacia atrás o
pasando ocho hacia delante en busca de algún detalle que hubiera dejado pa-
sar.

Era la obra de un pobre hombre convencido de que un demoníaco espíritu


jugaba a convertirlo lentamente en uno más de los personajes del libro que
escribía. Vivía atormentado con la idea de que se volvería papel si la transfor-
mación se producía. Página tras página, el autor explicaba cómo había
hecho todo lo posible por evitar convertirse en personaje ficticio. No quería
pasar la eternidad siendo leído.
[…]

La última vez que Alonso fue visto con vida fue en una biblioteca. Iba totalmente
desaliñado. Los que lo vieron coincidían en la descripción de su actitud, en el modo
en que hojeaba un antiguo libro con desesperación, como en busca de algo, pasando
de una página a otra sin lógica aparente y con la mirada perdida en un más allá del
libro que sostenía.

No se supo más de él hasta el día en que murió en el incendio en su piso.

17
Palimpsesto2punto0 Antología

Cuando los bomberos llegaron, sólo encontraron restos de ceniza por la habitación.
En la moqueta, como marca hecha a fuego, se distinguía la forma de su cuerpo. De
este modo, pudieron saber que había muerto acurrucado en postura fetal y aferrado a
algún objeto aun sin identificar.

Todos se inclinaron a pensar en una combustión espontánea, sin embargo, al analizar


las cenizas no encontraron ningún resto del hombre cuya forma vieron claramente
dibujaba en el suelo, tan sólo eran cenizas de papel quemado.

Nadie podría imaginar que este hombre finalmente se había transformado en ficción
y había terminado siendo papel ardiendo como un personaje más del libro al que se
abrazaba.

«Al abrir la puerta me encontré un paquete en el suelo. Sin remitente. Era


una especie de libro manuscrito. En la tapa, un título escrito con símbo-
los de una extraña lengua que no conocía sobre el nombre de un autor
español, Alonso Quejino.

Pasé largo rato fascinada con lo que vi en la primera hoja. Se trataba


una
marca enrevesada que se me asemejó a la figura de un hombre acurruca-
do en
postura fetal.

Bajo la marca, una leyenda: “Ex libris Loki”.


[…] »

4 Junio, 2010 Cordelia

Serie de ángeles caídos –R


18
Antología Palimpsesto2punto0

EL FRACASO

Has llamado a la puerta


y me saludas
como si nada.

Te digo que pases.


¿Un café? Solo,
como siempre, y sin azúcar.
Te sientas y sacas
tu libreta que es como
una de esas antiguas cajas
de galletas, que guardara
tu corazón y tus mejores
perlas.
Me muestras una lista
como de la compra:
desafinándose, un piano abandonado;
sólo una matrícula
en la universidad;
un trabajo mediocre; y una ristra
de amigos que se codean
con la prosperidad.

Y eso por no hablar -perdón-


de lo sentimental
-disculpa-. El rechazo se prolonga
detrás de los cristales.

En fin, me pones
delante del espejo,
me repites con gesto grave y serio.

19
Palimpsesto2punto0 Antología

Después del chaparrón


pruebo a darle otra
vuelta al café, a ver
si todo cambia.

Pero entonces
veo, al fondo de la sala,
una ventana abierta
y me despista.

6 Junio, 2010 MeriPink


Papeles sueltos
20
Antología Palimpsesto2punto0

A ciegas

Estaba sentado en su sillón, inmerso en su acostumbrada oscuridad. No alcanzaba a


imaginarse lo que en las calles de Alethinon estaba ocurriendo por su causa.

Llevaba los últimos tres años sin saber nada de lo que ocurría a su alrededor ya
que, desde su decisión, había dejado de leer periódicos, acceder a Internet y, con el
tiempo, también de ver la televisión y escuchar la radio. Así que cuando aquellos
guardias se lo llevaron por su seguridad, le cogió totalmente por sorpresa.

...

21
Palimpsesto2punto0 Antología

22
Antología Palimpsesto2punto0

...

Tres años a ciegas. Tres años con ese antifaz de satén negro –recuerdo de una noche
de pasión con una morena ardiente que conoció en un tugurio de mala muerte-. Tres
años desde que, una noche de desesperación, se lo puso para poder dormir.

Llevaba meses de insomnio a consecuencia de la luz de neón que el bar de abajo


había colocado junto a su ventana y se sintió tan a gusto con aquella oscuridad que,
simplemente, no había sentido la necesidad de volver a quitárselo.

9 Junio, 2010 Cordelia

Crónicas de Skótomo
23
Palimpsesto2punto0 Antología

Invocación

Lo sé. Fuera se amontona


la belleza como en una cacharrería
y crecen tiernas dunas
hasta el horizonte.

Pero hoy no está a mi lado


tu mano, ni se acerca delicadamente
tu mirada oscura
y el mundo es un lugar profundo,
donde mi corazón se ve cercado
por la violenta corriente
y preguntas sin respuesta

Y por más que me repito


que sólo tengo que pensar en ti
para que tú estés cerca;
no viene
tu cuerpo,
como una pluma,
a tenderse a mi lado;
ni encuentran mis dedos
motivo de juego.

Pobre corazón, que aúlla entre la nubes,


¿qué vas a hacer
cuando esto haya pasado?

20 Junio, 2010 MeriPink

Papeles sueltos
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Antología Palimpsesto2punto0

Haiku urbano I

21 Julio, 2010 Cordelia

Haikú urbano
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Palimpsesto2punto0 Antología

Una teoría

Tengo la teoría
de que si dejo caer
un libro de Chandler
—La ventana alta,
por ejemplo—
en una calle
concurrida,
la explosión resultante
dejará frita
a toda la gente
que esté pasando
por allí.

La probé
el otro día
en un centro comercial.
Tiré el libro,
cayó al suelo,
tres o cuatro personas
me miraron,
y no sucedió
nada.

Aún
creo
en mi teoría,
solo que la gente
a estas alturas
es difícil de freír.

31 Julio, 2010 Pablo

Papeles sueltos
26
Antología Palimpsesto2punto0

Nota a tus pies

Yo quiero ser tu objeto


articularme como una lengua
en medio de un grito
ser voz
desvanecerme
en
tu
oído
mientras
pasas
la
página

pensando
-asumidos
los ronquidos de tu amante-

dónde
o
cuándo
habías
sentido
algo
parecido

30 Agosto, 2010 Juan Luis


Una pornografía personal
27
Palimpsesto2punto0 Antología

Whodonit

El crimen perfecto no es el que queda sin resolver porque el


autor no deja rastro alguno de su identidad ni sus motivos. El
crimen perfecto es aquel en el que se dejan pistas e indicios
que alguna mente brillante pueda descifrar, y en el que, pese
a todo, el autor quede impune.

Albah Rizia

Max estaba sentado junto a su lecho mientras ella tomaba la sopa con mucha difi-
cultad. Agatha sabía que iba a morir, el duro invierno que estaban pasando se había
ensañado con su débil cuerpo decrépito y cada sorbo penetraba en su garganta co-
mo miles de cuchillas afiladas. Él también lo sabe, por eso tenía la mirada tan fija
en ella, como quien presenciara un espectáculo -imaginaba la moribunda a su es-
pectador, en el momento de la muerte, puesto en pie y pidiendo un bis en medio de
una gran ovación-.

Nunca quiso permitirse la debilidad de querer a su marido. Cuando se casaron, pen-


saba que, en realidad, él tampoco la amaba, sino que se movía guiado por esa afi-
ción que sentía por la arqueología, Mírenme todos, señores, me gustan tanto las
momias que me casé con una, aunque tampoco es que él fuera ya ningún niño. Sin
embargo, había pasado junto a ella los últimos cuarenta y seis años, y pese a que
nunca lo expresaría de viva voz, debía admitir que durante ese tiempo le había de-
mostrado su amor.

Ella también había aprendido a quererlo. En cierta forma, al menos. Era un ser pu-
silánime, un segundón oculto tras la sombra de la gran reina del crimen, pero en
tantos años no había encontrado otros motivos de reproche hacía él que éstos. De
todas formas, no podía dejarse llevar por el sentimentalismo. Había dedicado su vi-
da a planear el crimen perfecto y para ello era imprescindible mantener en todo mo-
mento la mente fría.

28
Antología Palimpsesto2punto0

La idea del crimen perfecto la venía obsesionando desde muy joven. A ella debía el
éxito de sus novelas policíacas. Había pasado su vida recreando crímenes, aportan-
do pistas, guiando a sus lectores y ejercitándolos en la observación de los pequeños
detalles, del whodonit, todo con el fin de poder llevar a cabo su propio crimen per-
fecto. Había tenido mucha paciencia y escogido con mimo todos los detalles: el
marido adecuado, el veneno adecuado, las dosis adecuadas durante el tiempo ade-
cuado. Y, por supuesto, todas esas pistas que tan sólo una mente brillante pudiera
hilar hasta llevarlas hacia ella -¿qué mérito había en salir impune si no se deja sos-
pecha o prueba alguna del autor de delito?-. Por supuesto que el whodonit incluye
pista engañosas que pueden llevar a acusar a algún ser inocente, mientras lo pen-
saba una mueca se dibujaba en su boca desdentada por la que un hilo de sopa se iba
derramando. Ya casi no le quedaban fuerzas para sonreír, ni mucho menos para se-
guir bebiendo aquella sopa con mercurio.

Había llegado la hora.

Cerró los ojos. Tenía algo de miedo, sabía que al hacerlo no podría volver a abrir-
los más, sin embargo era más fuerte la necesidad de descansar. No sabes, querida,
cuánto he aprendido de ti en todos estos años. Mientras Max hablaba, Agatha in-
tentaba abrir los ojos, mirar a su marido, pero le resultaba casi imposible mantener-
los abiertos. No obstante, escuchaba sus palabras con nitidez. Max prosiguió con su
discurso con la seguridad de quien ha estudiado pacientemente la naturaleza de la
muerte y su fisiología, y la certeza de que tras aquellos párpados cerrados había una
conciencia despierta. Habló sin parar durante horas, incluso después de descubrir
que no era más que un cuerpo inerte lo que yacía entre las sábanas.

Murió sabiendo que había fracasado, que Max lo había destapado todo y no tendría,
por tanto, el final policíaco que merecía. Había planeado su propio asesinato sol-
tando algunas pistas que pudieran indicar que ella era la autora, a la vez que dejaba
engañosos indicios que podrían llevar a que Max fuera acusado. Sin embargo, él
descubrió lo del mercurio, siguió las pistas, observó los pequeños detalles. Así que,
mientras ella iba envenándose a sí misma -vieja loca con aires de grandeza-, él la
dejaba actuar e iba tras de ella –siempre a su sombra- eliminando todas aquellas

29
Palimpsesto2punto0 Antología

pruebas que lo señalaban como cruel uxoricida. Fue tan limpio en sus actuaciones
que ni siquiera dejó rastro alguno que delatara que aquella muerte no había sido otra
cosa que natural. En un alarde de ingenio, se permitió incluso retocar aquella auto-
biografía de su mujer, un manuscrito que había encontrado oculto bajo la tabla suelta
del suelo del despacho -al fin y al cabo, no iba a privarse de aumentar su fortuna pu-
blicando la obra póstuma de su amada esposa-.

Agatha Christie murió por causas naturales el 12 de enero de 1976 y fue enterrada
en St Mary dos días después en un funeral digno del personaje que fue. Max Mallo-
wan no derramó una sola lágrima por su esposa y, por ello fue admirado por todos
los asistentes, un acto de entereza propio del marido de la gran reina del crimen. The
queen. Cada vez que Max escuchaba el apodo con el que se referían a Ágatha, tenía
que hacer esfuerzos por ocultar una sonrisa. Sí, por supuesto, la reina.

25 Septiembre, 2010 Cordelia


Papeles sueltos
30
Antología Palimpsesto2punto0

Valentín Uzcátegui

Valentín Uzcátegui fue un hombre solo, con actitudes incomprensibles y una figura
grotesca, que variaba de una pequeña cabeza malformada, con ojos bizarros y la-
bios cuarteados, hasta llegar a una panza desproporcionada que le impedía mirar
sus pequeños pies. No se exponía al sol durante mucho tiempo, tenía una palidez de
recién nacido. También era muy extraño verlo fuera de su casa, cuando salía se con-
vertía en un espectáculo, con su escasa estatura de un metro sesenta, se escondía de
los rayos solares y de las miradas de los vecinos. Siempre caminando rápido y con
los puños muy bien cerrados, moviendo las manos de un lado a otro, sin parar, co-
mo si los comentarios, risas y burlas lo persiguiera y apuñalaran desde que sale de
su tétrica casa hasta llegar al abasto, donde el ciego Manuel, le atendía con mucho
cariño, igual que un niño, sin que nadie le advirtiera que servía a un monstruo.

Dicen los que tuvieron la desdicha de acercarse en algún momento a Valentín, que
su cuerpo emanaba un hedor de inmundicia. Un pálpito-morbo estaba aferrado al
aura de ese desorden llamado Valentín Uzcátegui. Tanto hombres como mujeres al
pasar frente a la casa de Valentín sentían la mirada penetrante de ese cuarentón en-
fermo, que los desnudaba y tocaba con asquerosas ideas, ruines fantasías que sólo
podían nacer en la mente de un depravado fuera de control.

Los vecinos de la abominable morada de Valentín cuentan que, por las noches, de
las ventanas laterales, escapan como relámpagos diabólicos, gritos que logran parar
los pelos de las ancianitas y contaminar de excitación a los niños de meses. Su casa
estaba rodeada por un ambiente pesado, como si las larvas encadenaran a las perso-
nas e hicieran que el factor tiempo transcurriera más lento frente a sus ventanas.

Muchos decían que era virgen. No aparecía en los anales del prostíbulo y ni en la
memoria de las putas del pueblo. Pero cuentan que los fines de semana brotaban las
conchas de plátano vacías en su basurero, abiertas por la mitad con extraños amasi-
jos pegajosos dentro. Verdaderamente, Valentín Uzcátegui era un tipo asquerosa-
mente extraño.

31
Palimpsesto2punto0 Antología

Un buen día Valentín se dispuso a llenar su despensa. Dejó los binoculares en el


suelo. Se abrigó para luchar contra la luz solar y salió de su asquerosa morada. Ca-
minaba en zigzag, de árbol en árbol, huyendo de los rayos ultravioleta, escapando
de la amenaza calórica que lo hacia sudar y recordar los días de su juventud.

Nunca estudió nada, vivía de la pequeña fortuna de sus padres. Se sentía culpable,
su ropa aún olía a marihuana. Llevaba dos meses sin probar ni una ramita, porque
en un desespero, se fumó hasta la raíz del último arbusto.

Cerraba bien los puños, aceleraba el paso. Desde pequeño tuvo miedo que lo descu-
brieran. Su mente divagaba muchas cosas mientras recorría otra vez la ruta que to-
dos los vecinos conocían de memoria. Los más curiosos se asomaban por las venta-
nas, también lo hacían los niños que estaban la escuela, mientras que las putas pre-
paraban todo para abrir el prostíbulo. Él sabía que las putas lo miraban, él conocía
sus intenciones, pero nunca se imaginó que esa tarde se fueran a consumar gracias
a una pequeña apuesta.

En la noche anterior, cuando todos los hombres yacían atiborrados de alcohol y el


dinero estaba en sus pantimedias, ellas se sentaron a recordar los hombres que hab-
ían pasado entre sus piernas. El lechero, el panadero, el ruso, los motilones, el ma-
ricón, el carpintero, el barrendero, el ciego, los leñadores, los policías, el bombero,
el cura, el presidente del consejo municipal, bueno y pare de contar, todos menos el
susodicho Valentín Uzcátegui. Entonces, las chicas tomaron el dinero de sus pren-
das íntimas, lo metieron en el pote de la brillantina y lo dejaron en custodia del ne-
gro José, quien atendía la barra, con el compromiso de que la primera que llevara a
Valentín al prostíbulo y lo desvirgara se llevaba todo.

Fue Magdalena de la Cruz, después de echarlo a la suerte la ganadora del primer


turno. Valentín entró sigiloso al abasto y sistemáticamente, producto por producto,
Don Manuel le iba despachando cada una de sus pequeñas excentricidades. Mien-
tras el ciego salía al huerto a buscar un sin fin de hierbas, Magdalena penetró en el
estrecho abasto.

— Hola Valentín — dijo con una voz muy sensual al oído del monstruoso indivi-
duo— Siempre me has gustado mucho, desde niña he estado enamorada de ti.

32
Antología Palimpsesto2punto0

Él permanecía totalmente callado, sus puños cerrados se movían nerviosamente, no


quería ni respirar. Ella le decía todos los apetitos que tenía de estar con él. Su ojo
derecho empezó a palpitar. Sus poros derramaban sudor a cántaros rotos. No
aguantó más, dio media vuelta e intentó salir del lugar, pero en ese preciso momen-
to, Magdalena tocó su pecho, lo empujó contra la pared con la intención de mano-
sear su pubis. La respiración de Valentín se hizo aguda y angustiosa. Magdalena se-
guía moviendo su mano hasta tener un encuentro con la privacidad de Valentín,
apretando la pieza de orfebrería más asquerosa del pueblo.

Todo pasó en fracciones de segundo. Magdalena se restregaba la mano contra su


falda. Valentín se sentía aturdido. Los vapores de marihuana que emanaba su ropa
lo impulsaban a buscar más y alimentar su éxtasis. Su excitación, el calor, los re-
cuerdos de su juventud, el miedo a las personas, el cuerpo de Magdalena que insta-
ba a ideas y fantasías morbosas, sus piernas, sus axilas, « sí, sí, sus axilas», el dedo
gordo del pie, el grosor de sus pezones, sus lágrimas, «¿Cómo se vería llorando?»,
el sol, la luna, la lengua cruzando las fronteras de la falda, los grillos de la marihua-
na, «me tocó, es la primera vez que alguien me toca», se repetía en la mente una y
otra vez; era tanta la presión que decidió huir, corrió hacia afuera, al medio de la
calle gritando a todo pulmón: «¡Estoy erecto, si, si, lo estoy, miren, miren!». Todos
los vecinos salieron a mirar el deprimente espectáculo del maniático. El sol se re-
flejó sobre la cara de Valentín, achicharrando sus pestañas, secando sus ojos. La sa-
liva se evaporaba de su lengua, su hombro se movía de un lado a otro respondiendo
a un tic nervioso, abrió la boca, corrió un líquido blanco y espeso por sus meji-
llas, luego un largo hilo de sangre antes de derramarse sobre el asfalto caliente.

Cayó boca arriba, su erección aún se notaba, claramente fue un infarto fulminante.
Todos los vecinos se acercaron para ver el cadáver en un incendio de células que
morían junto con el cerebro. Las putas, el cura, las autoridades y todos los vecinos
sentían asco. Magdalena se aproximó hasta el pestilente cadáver y muy cínicamente
dijo a todos los presentes:

—Miren, era verdad, le salieron pelos en la mano.

2 Noviembre, 2010 Luis Perozo cervantes


Papeles sueltos
33
Palimpsesto2punto0 Antología

La decisión

a Ricardo

Esta mañana me has dicho


delante del espejo que ya basta,
que has decidido salir
de este desgalgadero. Y de hecho
has salido
a tomar una cerveza.

Pasan unas horas del éxodo y no sabes


si sentarte o sentirte-
al fondo de la mesa te contemplan
un montón de colillas-.
Una voz ronca te repite
que tal vez es la hora de cerrar,
tú silbas mientras tanto y disimulas
e intentas doblegarte en la luz
que queda, y lames
las últimas cornisas.

Hoy la noche está húmeda y parece


que un otoño más fresco está doblando
las próximas esquinas.

6 Noviembre, 2010 MeriPink

Papeles sueltos
34
Antología Palimpsesto2punto0

Una de policías

La vida es un elemento radioactivo que sin quererlo genera la mortandad o las pa-
siones.

Martes en la mañana. La policía recogía sus muertos. Fue una noche cruenta, algu-
nas manchas de sangre la testificaban desde la bota del pantalón. Nada alarmante,
más cifras para un esquizofrénico estadístico que resuelve tumbas y familias deso-
ladas como si fueran sodokus. A esta hora la patrulla estaría en algún barrio oscuro
—condenado a la noche perpetua— siendo desvalijada. Sus compañeros, algunos a
la morgue, otros a la UCI, muchos a casa, a vendarse el tobillo, limpiarse la sangre,
coser los traumas con un dedal prestado, besar hondamente a sus hijos, hacerle el
amor a sus esposas, dejando sus fuerzas impregnadas en la desnudez que, posible-
mente, mañana no vuelvan a ver.

El metro conduce almas a toda velocidad. Un niño llora en lo último del vagón. Los
intervalos de luz irán encandilando a los pasajeros en las próximas tres estaciones
—gruesos pilotes de concreto que se siembran en la ciudad como un monumento a
la desazón urbana—, para después abrirse paso a través la oscuridad intestinal del
túnel, donde otras cuatro paradas permitirán que el oxígeno renueve las células que
aún no dejan de moverse al ritmo de los rieles. Cuatro estaciones para llegar final-
mente al centro convulso —literalmente palpitante— de la ciudad en digestión.
Pronto serán las ocho de la mañana —no ha dormido nada, no será capaz de dor-
mir— en el reloj de su pulsera. Seguía siendo martes. Su hijo menor se alegrará
mucho de saber que sigue vivo en un martes. «En cambio la esposa de Ramírez Paz
no se pondrá muy feliz». Él no se decidió a tomar el metro hasta que los camilleros
de la ambulancia le dieron la dirección del hospital a donde lo llevarían. «Coño, a
quien le va a gustar saber que su marido tiene cinco balas en una pierna y no sé
cuantas en las bolas».

35
Palimpsesto2punto0 Antología

Fue una noche intensa. De rutina. No por ello menos intensa. ―Los malos‖ tenían ar-
mas automáticas; ellos apenas una pistolita de agua que se encasquilla al segundo
disparo. «A todo el mundo se encasquilla esa mierda, no tanto por el óxido como por
los nervios». ―La persecución‖ comenzó a las tres de mañana, terminó a las tres y
cuarenta y cinco en la esquina de la calle Rotten con avenida Cohelo; le dieron tres
vueltas a la manzana llegando al sitio donde comenzaron. Las ventanas de la quinta
Rotten se abrieron a lo grande, y decenas de boquillas humeantes empezaron a repe-
ler sus mosquitos mortales sobre las cinco patrullas. «De todas formas ya la pintura
no servía para nada».

El sonido del disparo —es un estruendo difícil de olvidar—, un elemento curioso.


«Sientes que la muerte grita jerónimo cada vez que los oyes». En los auriculares del
adolescente que se sienta junto a él los disparos están presentes —tan presentes co-
mo en el resto de nuestra sociedad, «en estas tierras se mantiene un culto al dispa-
ro»—. Debe ser el gemido de algún cantante de moda que disfruta haciendo ruidos,
haciendo ―el ruido‖ —mejor conocido como la melodía que patéticos ciudadanos
hilvanan en sus carritos estereofónicos—, pensando en violencia, golpes, violaciones
colectivas, extraterrestres, presidentes norteamericanos, pero esencialmente en un
dilema existencial: ¿Cómo grito más que tú? Son maledicientes: ―foquiumen‖ o
―Biutifol‖, o cuanta porquería se les ocurra. Pero esos disparos no son la muerte.
«Son juegos de niños maricones con piercings, pelo de colores, algún tatuaje tempo-
ral más abajo de la zona abdominal o preferiblemente en la frente, y muchas mue-
cas; muchas, todos andróginos y afeminados, llenos de muecas, balas muecas, dispa-
ros muecas, todos consumidores de muerte. La muerte la compran en muecas, en
gestos infames, marcas Light®, pastillas para el acné y gruesos tomos de farándula
colorida y sonriente que muestra sutilmente la etiqueta Hilton en las pantaletas de
Madonna. Invierten millones en viajes estelares, jeringas, chupones y sexo industria-
lizado. Su mundo es una mueca que quiere ser disparo».

Él prefería no mirarlos. Los auriculares del joven seguían escupiendo blasfemias.


Cuando nada puede ser peor entonces llega la hora de recurrir al libro: Eliot, la tierra
baldía. El oficial Semprum siempre fue bueno para las letras. «Mi abuela decía: todo
nos daña la sopa, y a uno también le pasa, en está caja de concreto sólo podemos
darnos el lujo de buscar comida, la ciudad es estricta con eso de ser feliz. Las musas

36
Antología Palimpsesto2punto0

no pagan cuentas, la vida no se conduele con los poetas ni con los güevones. Por eso
soy policía».

Eliot siempre lo calma. El tono suave y deprimente de la tierra baldía logra llevar a
lo mínimo su sobrexcitación urbana. Vuelve a leer los primeros versos. Piensa en la
tristeza que embarga a los hombres del mundo —«muchas personas piensan en eso
cuando buscan pensar en nada»—. Se agobia al pensar en un Apocalipsis. «Tendrían
la razón esos miserables». Ha negado su espiritualidad desde niño, pero el adoles-
cente interrumpe sus pensamientos con grueso escupitajo que fue a dar a piso sintéti-
co del metro. «Coño, no respeta el uniforme». El muchacho levanta el mentón, lo
mira, espera una repuesta, un quejido, alguna prerrogativa que permita expulsar su
intenso conflicto con la autoridad. «Estará pensando: este policía come mierda no
tiene cojones». El policía cerró el libro, tal vez reflexionando rápidamente en la dife-
rencia de régimen. En la dictadura un niño mal parecido como ese, hubiera perdido
los dientes antes que el escupitajo llegase al suelo. Cerró el libro y lo miró. «No res-
peta la sangre de Ramírez Paz que tengo zapatos, ni la Centeno, ni la de los perros
de la calle Rotten, éste carajito tiene algo en la mirada…»

Una voz femenina interrumpe la reacción de Semprum. Es el anuncio de la primera


parada del túnel. El policía abre el libro y baja la cabeza mientras ve salir la sombra
del adolescente que sigue la voz eléctrica. Su pulso volvió a agitarse. Reconoció a la
muerte en ese joven. «El miedo no estaba dentro de él». Cuando no hay miedo la
muerte es titiritera de las acciones humanas. «Los hombres sin miedo son la sombra
del mismísimo diablo». Volvió a poner su atención en el libro, buscando calmar nue-
vamente su éxtasis urbano. Leyó unos quince versos antes de percatar los ojos que lo
miraban. En el metro las miradas son comunes, puedes deducir con facilidad que
sentimiento mueve cada una ellas: hay las exploratorias, que los hombres y mujeres
usan para reconocer su espacio; también hay miradas clasistas, muy parecida a la
mirada xenofóbica, que intenta reconocer en ti algún aspecto discriminatorio, dedu-
cir tu clase social y repelerte —―los fracasados tienen malas vibras‖—; hay miradas
eróticas, bien usadas por los hombres para contemplar la perfección femenina. Pero
existe una mirada puntiaguda, es la mirada de curiosidad, la que habla de esa sed de
información. Era la muchacha que llevaba al niño, ahora callado, sobre su pecho.

37
Palimpsesto2punto0 Antología

Era muy joven, el niño parecía un juguete entre sus brazos. Sus manos eran peque-
ñas, ella era pequeña, además reía extasiada: parecía ver por primera vez a un hom-
bre leyendo, o por lo menos, era la primera vez que vía algo impreso de esa forma
tan extraña. Él se detuvo a mirarla. Sus ropas estaban un poco sucias, el peso del ni-
ño marcaba una gruesa molestia en su alma, un sentimiento soso y tenue que se re-
flejaba en su mirada: «estaba sufriendo, y quién sabe desde cuando». Pronto hizo
que la joven se incomodara y bajara velozmente la cabeza; la culpa había empezado
a ser vergüenza. Él se levantó con el vagón en turbulento movimiento, y caminó has-
ta el puesto vacío que existía junto a ella. Y preguntó ingenuamente:

— ¿Has leído a Eliot?, yo tengo en Casa los cuatro cuartetos.

Después de decir eso dejó una sonrisa en su esplendoroso rostro de policía amable.
La joven, que bien parecía una niña ahora que se le miraba de cerca, sacó su cara de
entre el cuerpo del nene, y movió su rostro indicando no. Él dijo algunas paraferna-
lias sobre el premio Nobel y la forma en Pound corregía sus textos; pero ella, tal vez
sin notarlo, hizo el gesto típico de un ciudadano que escucha sobre poesía: no enten-
dió nada. Gesto que fue cambiando de matiz hasta llegar al límite de incomprensión.
La pobre chica creería que Semprum hablaba en otro idioma. Él se dio cuenta un po-
co tarde de la inopia que producía su cháchara en el cuerpecillo de la muchacha. En-
tonces comenzó el silencio: un fenómeno urbano que logra consumir cualquier in-
tento de arte, expresión humana o sentimiento comunicativo. El hosco silencio.

«En el silencio también hay un poco de muerte. La percepción de las voces en el si-
lencio es muy parecida a la de muerte física; tu cerebro continúa activo, no puedes
moverte, escuchas voces por ecos, comienza la lejanía, las palabras que pronunciaste
antes de callar aún siguen en el aire, en tu mente, el médico grita, tú sabes que estás
muerto, la enfermera cree estás muerto, te revisa el pito, los camilleros creen que
estás muerto, te golpean, te meten en una bolsa asfixiante, tu esposa llora, tus hijos
tocan tu pecho y por dentro de maldicen, la urbe se ríe, la muerte está en ti, eres
muerte, y sólo él aire te abandona, porque todos tus recuerdos quedan allí, en la iner-
cia de un cuerpo, veintidós días de ecos y voces lejanas, de inmovilidad. La muerte
es un gran silencio y la naturaleza urbana imita a la muerte en su caminar.»

38
Antología Palimpsesto2punto0

Él ve que ella está preocupada. La mira y toca su hombro: «tranquila» piensa mien-
tras ve como se incorpora destapando suavemente la cara del niño. Semprum vio lo
peor, lo deplorable, el porque odiar a algunos dioses. Allí estaba la muerte. La mujer
le pidió algo de dinero, con alguna palabrería y el nombre de una medicina que no
sería capaz de repetir dos veces. Algún temblor poseía a sus mejillas mientras daba
varios billetes de veinte a la joven. No le importó cuánto era, debía dar lo suficiente
para pagar sus penas y dejar de sentirse parte de un sistema de autodestrucción. El
niño no tenía nariz, había nacido sin tabique, apenas unos orificios irritados que pro-
veían oxígeno a sus pulmones. La mujer lo miró sorprendida. Semprum se levantó
simulando fuerza moral y emprendió velozmente su rumbo a la puerta, pero que la
joven supo interrumpir para decir en fracciones de segundo, con sus grandes ojos
poblados de angustia, como pidiendo una gran ayuda o una oportunidad para salir
del infierno:

— No se leer.

José Semprum sintió vacío su uniforme, miró muy dentro de él y se sintió culpable.
Por esa sola palabra, la muerte de Centeno había sido en balde y la pierna que ampu-
tarían a Ramírez Paz sería alimento de zamuros. La mujer no sabía leer. Él no podía
hacer nada. Acababan de abrir la puerta. Debía salir. El pulso de la ciudad se lo exig-
ía.

17 Noviembre, 2010 Luis Perozo Cervantes


Papeles sueltos
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Palimpsesto2punto0 Antología

Desnudo paradójico

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Antología Palimpsesto2punto0

22 Noviembre, 2010 Juan Luis


Ensayos para una puesta en escena
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Palimpsesto2punto0 Antología

Facetas de un día medio

El viejo repetía frenéticamente el mismo refrán obsceno: esta verga se jodió, se jo-
dió y se volvió a joder. Movía los brazos con brusquedad y miraba el espejo de la
sala mientras decía: lo que les gusta un loco es verga. Sus palpitantes y plateadas
sienes no se ponían de acuerdo. Siempre sucedía lo mismo cada vez que el hombre
de la boina ocupaba la primera página del diario matutino. Antonini llenaba la sala
de imprecaciones y alusiones incoherentes, inentendibles, entre italiano e ingles,
con articulaciones castellanas.

La peor desgracia para un italiano es no poder tener hijos. Estos cogones inútiles,
pero eso le servía para excusar la vaguedad y el descarrilamiento de sus hijastros.
Eso lo compre yo, y eso, aquello también, son unos perro mantenidos. Quizás tanta
alharaca, pleito político y resentimiento sexual, lograron privar a Clarizza y a Ma-
nuel de la calurosa, divina, cuasi perfecta, panorámica de su balcón. El piso 23, el
mismo rincón donde hace menos de una década llegaban los amigos de Antonini a
ofrecerle los contratos jugosos de autopistas perdidas y asfaltado de barrios sin
habitantes. Es normal, si llevan 14 años esperando por su acera, unos cinco o seis
años no le harán mucho daño, y la palabra de siempre: esperá que salga el dientón,
y te candidatiamos a vos, pa‘ que te pongáis en la buena.

Pero el italiano se llenaba de rencor y volvía a estallar contra la sonriente faz del
hombre de la boina, que se posaba frente a él, en su periódico matutino.

Clarizza va a cumplir dieciséis en agosto, está hablando con Margot por el Messen-
ger, y con David por su celular. La grande y espaciosa habitación ya no poseía ni un
vestigio de lo que fueron sus ilusiones infantiles. Todas las Barbies que adornaban
las repisas, fueron suplantadas por la mirada curva y seductora de Avril Lavigne; la
mórbida figura de Madonna en ínfimas piecitas de ropa sintética y brillante, o el
gesto incomprensible de los chicos de RBD.

„Margot la colegiala cachonda que te ama‟ dice:


Mira marik, q paso cn Dvid el sbado?

42
Antología Palimpsesto2punto0

Clarizza sonreía, no sería capaz de decirle, nunca tendría suficiente coraje. Sus dóci-
les piernas se estremecían al pensarlo. Por alguna manía femenina se acomodó la
blusa estampada que tenía puesta y luego, cual vaquero suicida, se levantó un poco
los jeans para comenzar el duelo.

„Clarabolla‟ dice:
M lo mame completico, eso fue fuego x tdos lados
„Margot la colegiala cachonda que te ama‟ dice:
Y le tomast las fotos q t dije con el cell? Como lo tiene?

Un poco sonrojada, sin saber que hacer, consultó de inmediato la página porno que
estaba revisando hace algunos minutos. Eligió el pene de su preferencia; ese pene
que combinaba la piel blancuzca de David, y que intimidaba con sólo pensar que su
novio podía tener algo así entre las piernas.

„Clarabolla‟ te envía un archivo: guevogrande.jpg

„Margot la colegiala cachonda que te ama” ha aceptado el envío.


Archivo enviado.

„Margot la colegiala cachonda que te ama” dice:


Mana, q guevo! Chama, prestámelo.

„Margot la colegiala cachonda que te ama‟ dice:


Mentira amiga es broma… yo no seria capaz de eso… vas para la fiesta de esta
noche. Va a estar Víctor, el del grupo de regueton y dicen que se va a llevar a
una!

Ella aún no salía de la extraña sensación que le ofrecía el pene blanquecino que aca-
ba de enviar; realmente ella no podía sentir atracción por algo tan simple, tan vacío,
¡tan fálico! No la motivaba, en realidad no deseaba apuñalarse sin sentido con algún
cabeza hueca que simplemente convulsionara en su interior.

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Palimpsesto2punto0 Antología

„Margot la colegiala cachonda que te ama‟ te envía un zumbido.

A lo lejos, bueno, no tan lejos; detrás de la gruesa puerta de su habitación ya se escu-


chaban las voces de Manuel y Antonini en una contienda de infinitos rounds, de in-
contables victorias y revanchas, de malos recuerdos y traumas hostiles. Por qué nun-
ca me dejan las llaves en el sitio. Y tú, maricón, con los ojos rojos, ¿qué te estás me-
tiendo?

„Margot la colegiala cachonda que te ama‟ te ha enviado un zumbido.

Lentamente Clarizza deslizo el mouse. ―No admitir a ‗Margot la colegiala cachonda


que te ama‘‖. ―aceptar‖. Se dio media vuelta y abalanzó sobre la cama. “Avast! An-
tivirus le informa. Su sistema tiene virus”. Ella apenas si abre los ojos. Escucha
psicóticamente los gritos del italiano. Una última lágrima se precipita sobre la col-
cha. La ventana está abierta, hay una paisaje hermoso. Clarizza mira con los ojos
húmedos la vista corva de la estrellita de rock, se fija en sus manos, en los estigmas
de su maquillaje. Sonríe. Piensa. Y actúa.

22 Noviembre, 2010 Luis Perozo Cervantes


Papeles sueltos
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Antología Palimpsesto2punto0

Muerte de placer

Nicolás estaba sentado en su laptop totalmente desnudo, escribiendo apasionada-


mente las siguientes líneas:

14 de febrero de 1997
Habitación de Mafer. Calle Federación. Gallegos.

Nunca en su vida había eyaculado tanto, sus ojos se desprendían en un


incontenible erizo que recorría su cuerpo. Sobre el cadáver esta disper-
so el resultado de su placer. Unos doscientos mililitros de esperma con-
formaban un fresco abstracto en el cuerpo sin vida de Mafer. La había
ahorcado en el desenfreno orgásmico. Aún sus huellas digitales se sent-
ían como relieve en el cuello blanco de su novia difunta. El reloj marca-
ba más de las seis p.m. y sería imposible ocultar el cadáver a esa hora.
Su tez blanca y su cuerpo desnudo, se empalidecían en la orilla de la ca-
ma mientras fumaba un cigarrillo que obtuvo de la cartera de Mafer.
¡Todo fue tan sensual! ¿por qué no podía seguir siéndolo?. Empezó a
morder los fríos pezones en busca de alguna compensación cósmica por
el asesinato. Tocaba su clítoris, pero ya no había de respuesta esa mira-
da desafiante. Aún así, Nicolás asumió una erección para experimentar.
Realmente lo disfrutó. Algo dentro de él lo hacía sentir superior. Él mov-
ía el cadáver en muchas posiciones, y no dejaba de hablarle.

— Así querías morir ¿no? Aún estado muerta eres excitante.

Cuando fueron las diez de la noche, Nicolás se propuso vestir el cuerpo sin vida
para disimular. Buscó en el guarda ropas, la vistió de colores claros. La sacó del
departamento por la escalera de emergencias; con mucha dificultad la sentó en el
puesto del copiloto, hasta que estuvo bien ajustada con el cinturón de seguridad.
Sería difícil que alguien en la calle sospechara algo. No vale la pena mirar a los
lados, sólo conducir hasta el muelle

45
Palimpsesto2punto0 Antología

Después de dos horas de carretera llegaron al lugar seleccionado por


Mafer. Entonces su cuerpo se perdió en la profundidad del mar.

Nicolás siempre fue un buen escritor, se enamoro de Mafer como loco, estaba dis-
puesto a todo por ella. Hoy era un día definitivo, escribía un cuento que lo haría in-
mortal. Su cuerpo desnudo sudaba al pensar en lo que pasaría después de terminar el
cuento. Llevaba casi seis meses maquinándolo, pero no podía escribir de él ni una
sola palabra hasta la fecha indicada. Ella amaba las contradicciones, y él disfrutaba
viéndola reírse mientras ensayaba su plan. Nicolás sudaba, todo su cuerpo desnudo
sudaba, al pensar en Mafer, que estaba en la habitación conjunta preparando todo
para el último día. Se excitaba nada más al pensar en lo que viviría; de todas formas
¿Cuándo nos queda por vivir?, no tenía remordimiento; un minuto más, un minuto
menos ¿Cuál es la diferencia?. Escuchó una serie de ruidos provenientes de la habi-
tación. ¿serán los últimos detalles?, entonces apresuro la escritura.

25 de abril de 1996
Auwa Center – Calle independencia. Gallegos.

Nicolás, tontito, ven acá


— Dime Mafer, ¿Qué has visto?
— ¡Quiero ser como ella!
— ¿Cómo quien?
— ¡Como la actriz de esa película! La trama trata de una mujer que es
violada y asesinada, y justo antes de asesinarla el hombre se da cuenta
que la ama, pero ya se ha dispuesto a matarla y debe continuar con su
plan. ¿tú continuarías con el plan si amaras?
— Para comenzar nunca haría un plan para matarte; pero si tuviera
algún plan, no lo continuaría si descubriera mi amor por ti. Son cosas
del cine de hollywood, y del cine malo por cierto.
— ¿Y si yo te diera en este momento un plan y te pidiera que lo llevarás
a cabo por amor?
— Vuelves como lo mismo de ayer. Me estas asustando. ¿De qué plan
hablas? Yo no pienso asesinar a nadie.

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Antología Palimpsesto2punto0

— ¡por amor! ¿me amas?


— Claro que si.
— Entonces, calla y toma esto.
Mafer saco sutilmente de su cartera un sobre, le dio un beso en la mejilla
y lo dejó en sus manos.

Mafer abrió la puerta de habitación, su desnudez conmocionó a Nicolás, quien detu-


vo la escritura para observarla. Ésta se acercó, y puso sus partes candentes en la es-
palda de Nicolás. Él recostaba su cabeza cansada sobre los suaves senos de Mafer.
— Vamos ya tengo todo listo. —Abrió la gaveta, sacó una linda daga con inscripcio-
nes egipcias, y la pasó por el cuello de Nicolás.— Ya llegó la hora tontito, ¡quiero
ser tu última mujer!, devorarte, quiero cumplir tu deseo.
— Espera un momento, me falta poco. Recuerda bien lo que vas a hacer con este
cuento. Además quiero darle unos últimos detalles. Para que podamos disfrutar estas
últimas dos horas de la tarde.
Ella abrió la puerta. Se acostó en la cama, simulando a la maja desnuda. Nicolás res-
piraba frenéticamente, sentía en su cuerpo una sensación irreprimible, y continuaba
escribiendo.

28 de octubre 1997
Hospital Psiquiátrico Penitenciario. – Cárcel de Gallegos.

— ¿Después de lo que sucedió en el Auwa Center por qué decidió ma-


tarla realmente?
— A partir de ese día, todo en la cama cambió. Ensayábamos cada vez
que hacíamos el amor. Yo entraba a su cuerpo por las piernas, y agui-
joneaba su cuello con mis manos. Fueron las mejores noches que tuve
en mi vida. Al principio me daba miedo ese asunto del muelle abada-
nado, y la ropa que quería ponerse. Pero después sentía atracción por
cada uno de esos detalles. Ella fingía que estaba muerta para que
practicara las relaciones que debía tener con su cadáver. Todo fue en-
sayado.

47
Palimpsesto2punto0 Antología

Un día me dijo que había llegado la hora. Yo había decidido no hacer-


lo, no podía, la amaba mucho. Esos meses fueron suficientes para que-
rer pasar la vida con ella. Pero había una sombra extraña en sus ojos.
Algo que me conducía a obedecerla. Quizás yo también deseaba morir.
Me dijo que lo hiciera como un regalo de San Valentín. Las luces se
apagaron a las cuatro p.m. comenzando con los besos ya estaban en-
sayados. Los nervios de la primera y última presentación inundaban
mi cuerpo. No podía olvidar que en esa sesión todo tendría fin. Pero
me animaba la cara de felicidad que poseía Mafer, para ella, era la
sensación que estuvo esperando toda su vida.
Fue espectacular, ahora lamento no haberlo grabado, la memoria no
me permite recordar cada uno de los detalles. Ella sonreía felizmente,
mientras pernoctaban en su cuerpo mis manos con su inefable inten-
ción de extinguir sus días. Eso me excitó más, me provocó una sensa-
ción irreprimible. Un orgasmo se apodero de su cuerpo y de mis ma-
nos mientras la estrangulaba. Ella sonreía, gemía de excitación, gemía
sin aire y moría de placer.

27 Noviembre, 2010 Luis Perozo Cervantes


Papeles sueltos
48
Palimpsesto2punto0 Diciembre, 2010
Pasado, presente, futuro

24 Noviembre, 2010 Nela74


Azar instantáneo

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