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Psicología y Psicopatología en la Adolescencia.

Acercar las Teorías y las Realidades*

Hernán Santacruz O**

Cecilia de Santacruz***

Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Medicina

Departamento de Psiquiatría y Salud Mental

"Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es


difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la
contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para
interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que
se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para
todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para
nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas
ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos
libres, cada vez más solitarios".

Gabriel García Márquez

Cuando uno asume hablar de psicología y psicopatología en la adolescencia, dentro de un


marco académico, la primera fuente a la que acude para sustentar sus aportes es la de los
textos y encuentra, por ejemplo, el escrito ya clásico de Mauricio Knobel referente al
Síndrome de la Adolescencia Normal, caracterizado por: búsqueda de sí mismo y de la
identidad; necesidad de intelectualizar y fantasear; crisis religiosas; desubicación temporal;
fluctuaciones del humor y del estado de ánimo; contradicciones en la conducta; evolución
del autoerotismo a la heterosexualidad; actitud social reivindicatoria; tendencia grupal, y
separación progresiva de los padres.
Knobel afirma, además, que el problema básico fundamental de la adolescencia es la
condición evolutiva que significa esta etapa, con todo su bagaje biológico individualizante
y, que sus expresiones particulares geográfica y temporal e histórico-social, son
circunstanciales.

Esta consideración nos lleva de la mano a un primer abordaje de la adolescencia, basado en


los recientes avances en el conocimiento de las raíces biológicas del comportamiento
humano, que hacen cada vez más difícil ignorar los descubrimientos y las consecuencias de
ellos, en campos como la etología, la sociobiología, la genética de la conducta y la
antropología física.

La agresividad, el sexo, la formación de pareja, el altruismo o la conducta parental no


pueden considerarse más como un producto "cultural" simple, sino como la expresión de
tendencias genéticamente determinadas, que además están presentes en otras especies, con
grados de complejidad creciente y posibilidad de modificarse por los factores ambientales
que pueden cambiar la forma de su expresión pero que no alteran su presencia en sí.

La teoría evolucionista ha tenido diversos desarrollos históricos. La evolución entendida


como el cambio en los organismos a través del tiempo, fue pensada mucho antes que
Darwin apareciera en escena, aunque fue él quien agregó el postulado de la selección
natural, la cual tiene lugar cuando ciertas variaciones hereditarias conducen a un mayor
éxito reproductivo que otras.

Gracias a la integración de dichas ideas con los postulados de Mendel, surgió un


movimiento denominado Síntesis moderna, y de allí se dio paso a la etología con Lorenz y
Tinbergen a la cabeza, la cual propició un reconocimiento del papel de la biología en el
comportamiento humano.

Ya en 1964, la teoría de la selección natural fue reformulada por William Hamilton, para
quien el proceso por el cual opera la selección involucra no sólo la eficacia (fitness) clásica
–es decir, la producción directa de descendencia– sino la eficacia inclusiva, que incluye los
efectos de las acciones de un individuo en el éxito reproductivo de los parientes genéticos
de acuerdo con el grado de cercanía genética.

Tal reformulación resolvió en parte el problema del altruismo al explicar porqué los
organismos incurrían en costos personales para ayudar a otros individuos que "cargaran"
copias de sus genes. A partir de los desarrollos anteriores, Trivers ofreció en 1972 tres
postulados que aún hoy en día siguen vigentes: el altruismo recíproco, la inversión parental
y el conflicto entre padres e hijos. Pero fue hasta 1975, con la publicación del libro ya
clásico de Wilson, que este movimiento, la Síntesis moderna, adquirió un nombre
reconocible: Sociobiología. Como cabe esperar, ésta ha suscitado una lluvia de críticas,
muchas de las cuales se basan en una serie de malentendidos. Cabe aclarar que desde este
punto de vista no se ha insinuado que la determinación del comportamiento humano sea
sólo genética ni que sea inmodificable.

Mientras ocurrían todos estos cambios al interior de la biología evolucionista, el campo de


la psicología estaba siguiendo un curso diferente, uno que era esencial para su integración
eventual con la teoría evolucionista. Siguiendo a Darwin, se desarrollaron dos teorías
psicológicas fundamentales: por un lado, Freud prestó gran atención a la importancia de la
supervivencia y la sexualidad, lo cual podría verse como paralelo a la selección natural y a
la selección sexual de Darwin; por el otro, William James propuso que los humanos tenían
una serie de instintos específicos.

Sin embargo, en los años veinte los psicólogos norteamericanos se alejaron de las ideas
evolucionistas y adoptaron una versión de conductismo radical: la idea que unos pocos
principios del aprendizaje podían dar cuenta de la complejidad del comportamiento
humano. Pero en los años sesenta, se comenzó a acumular evidencia empírica que sugería
importantes violaciones a las leyes generales del aprendizaje, lo cual condujo a la llamada
"revolución cognoscitiva". La idea que los seres humanos pueden venir predispuestos o
equipados especialmente para procesar ciertos tipos de información y no otros, configuró el
escenario para la emergencia de la psicología evolucionista, que representa una síntesis
entre la psicología y la biología evolucionista.

Desde luego, el análisis a partir de un punto de vista evolucionista (o mejor aun


darwiniano) de la adolescencia humana no podía tardar y algunas características generales
de la conducta adolescencial pueden ser explicadas a partir de este punto de vista. Cabe
reiterar aquí que no se trata de afirmar un determinismo genético excluyente, sino de
integrar las reflexiones que provienen de esos campos de conocimiento con otras ya
conocidas y obtener de ese ejercicio una visión mas completa de ese momento del
desarrollo y maduración de nuestra especie.

Por otra parte, el valor científico y epistemológico del darwinismo, hace por lo menos
interesante considerar, desde ese punto de vista, los contenidos y problemas de la
Psicología y la Psicopatología. No deja de ser llamativo, que una teoría que tiene tal valor
en la historia de la ciencia haya tardado tanto en aplicarse a la comprensión de la conducta
humana normal y patológica; no cabe duda que el narcisismo humano tiene parte en esta
postergación.

La noción de impulso (entendida como la expresión del instinto en la conducta humana) tan
cerca a la formulación freudiana ortodoxa, constituye una presencia teórica que puede
servir de puente entre la visión evolucionista y la formulación psicoanalítica, y que
permitiría afirmar que entre estos dos puntos de vista existen vínculos que merecen ser
explorados y descritos, del mismo modo que entre éstos y las formulaciones de la
Psicología social.

En la cultura de occidente la adolescencia parece prolongarse en el tiempo y a lo largo del


último siglo, constantemente, hasta rebasar francamente el nivel cronológico en que los
cambios puberales terminan. Este hecho, que es tal vez uno de los más llamativos cuando
se consideran los cambios de la adolescencia en este último siglo, estaría ampliando cada
vez más la moratoria que se impone a los adolescentes en cuanto a sus funciones
reproductivas, no al ejercicio de la sexualidad. El resultado obvio de esta exigencia es una
disminución del crecimiento poblacional, pero también sería la manifestación del éxito de
los adultos en retener para sí el privilegio reproductivo. Por otra parte, no se puede dejar de
notar que el fin de la adolescencia y la edad del primer embarazo son más tardíos en
ámbitos urbanos populosos que en el medio rural.

Una adolescencia cada vez más prolongada, unos padres que ya no envejecen tan aprisa
como antes y una preocupación creciente por calificar de inadecuados a los embarazos
"tempranos" es una conclusión de lo anterior, cuando hace cien años la edad del primer
embarazo estaba habitualmente antes de los 18 años.

Algunos teóricos del enfoque evolucionista han comparado la estructura y el


funcionamiento de las culturas "primitivas", "premodernas" o tradicionales con las
sociedades modernas, para tratar de dar cuenta de las características particulares de los
adolescentes de hoy en día. Plantean por ejemplo, que las llamadas sociedades tradicionales
se caracterizan por la vida grupal, la cual se explica por la ventaja adaptativa que representa
el agrupamiento para la defensa; por un periodo largo de cuidados a la prole debido a la
inmadurez en el momento del nacimiento, siendo para las mujeres la edad del matrimonio
más o menos los 16 años, es decir, alrededor de la menarquia (hablar de la edad cada vez
más temprana de la menarquia), y para los hombres alrededor de los 20 años.

En tales sociedades, se logra que la mitad de la adolescencia llegue a la adultez, y en


ausencia de la medicina moderna poca gente vive más allá de 40 años, siendo la muerte
durante el nacimiento del hijo una causa común de mortalidad entre estas mujeres, mientras
que las causas más frecuentes de muerte entre los hombres son los accidentes o los
homicidios. No se puede dejar de mencionar, a propósito de la menarquia, el fenómeno
descrito en todo el mundo pero mucho más acentuadamente en occidente, de su precocidad
creciente, que además de poderse vincular a una serie de causas, tendría como razón
principal, el bombardeo de estímulos explícita e implícitamente sexuales, sobre la
población infantil expuesta constantemente a la televisión.

Volviendo a las culturas pre-modernas, existe en ellas una exigente demanda de trabajo
infantil, iniciando los niños labores útiles entre los 3 y los 6 años de edad, trabajando en
compañía de sus madres o de niños mayores, y siendo a menudo adoptados por los abuelos
debido a su utilidad productiva o a sus funciones de compañía. De hecho, se ha postulado
que el trabajo infantil ha contribuido, en cierta forma, a los intervalos cortos entre
nacimientos, lo cual habría favorecido el éxito de nuestra especie. Además, una de las
tareas que se encarga a los niños más grandes es la del cuidado de los más pequeños.

Otro aspecto de las culturas tradicionales es que las personas interactúan frecuentemente
con sus parientes y a menudo viven todos juntos. También son poco comunes las disputas
al interior de las familias o entre familias; en tales culturas, los jóvenes están bajo la
supervisión permanente de los mayores, lo cual se debe a que en las sociedades
cooperativas, un individuo no cooperativo resulta severamente desventajoso. Otro factor
que promueve la "buena conducta" es la falta de privacidad en las sociedades tradicionales
y de hecho, las casas con cuartos separados son una invención reciente en occidente.

En lo concerniente a la conducta sexual, los juegos sexuales son ignorados o tolerados por
los padres, existiendo poca restricción efectiva sobre la actividad sexual en los
adolescentes; sin embargo, el embarazo prematrimonial es raro debido a que las niñas
usualmente se casan alrededor de la menarquia cuando todavía no son plenamente fértiles.
En dichas sociedades tradicionales las opciones personales para los adolescentes son
bastante limitadas, empezando por las ocupacionales, y otras decisiones, como con quién
casarse o por cuánto tiempo estar subyugado a los intereses de la familia y de la tribu ni
siquiera son puestas en tela de juicio; el número de personas de la misma edad es reducido,
existiendo, por consiguiente, una limitación para la elección de amigos o pareja. El
lenguaje, además, es una barrera de comunicación hacia fuera del grupo, por lo cual, las
nuevas ideas se difunden muy lentamente. Como resultado de estas realidades, la noción de
"crisis de identidad" no es posible en estas sociedades.

Pese a lo anterior, los adolescentes de estas culturas tienen un número importante de


cambios de rol; tienden a desempeñar el trabajo de los adultos y a vestirse como ellos,
aunque realizan actividades diferentes en su tiempo libre; además, se encuentran bajo una
"supervisión o evaluación" permanentes; se observa cómo se desempeñan en el trabajo y
como esposos, y sus transgresiones son menos perdonadas que las de los niños. El hecho de
que la adolescencia en estas culturas dure tan sólo unos pocos años significa que la
preparación para la adultez debe ser muy rápida.

Por otro lado, tenemos a los adolescentes de las sociedades modernas quienes contribuyen
poco a las labores útiles de la familia, aparentemente por la complejidad económica de las
sociedades modernas. Al mismo tiempo, la educación formal para proveer el entrenamiento
para estos trabajos complejos ocupa mucho del tiempo del niño y el adolescente. Esta
explicación económica es respaldada por datos históricos. La inducción al trabajo adulto a
una edad temprana todavía ocurría en Europa antes de la revolución industrial; aunque la
edad en la cual eran enviados los niños a trabajar empezó a elevarse a partir del siglo XVII
en las familias acomodadas, continuó siendo baja en las familias agricultoras y de industria
rural. Por ejemplo, en la América Colonial, los hombres jóvenes que estuvieran lo
suficientemente crecidos para realizar trabajos de hombres adultos eran tratados como tales;
podían casarse y tenían privilegios y responsabilidades de adultos, como el servicio militar.
En nuestros días, los niños, en particular los de la minoría que pertenece a los estratos
socio-económicos más altos y urbanos, permanecen aislados de la mayoría de las formas de
trabajo adulto hasta después de la pubertad y no consiguen el estatus de adulto sino muy
tardíamente.

La estrategia moderna parece ser la de sacrificar la fertilidad por la inversión parental, la


cual, en la forma de educación para los hijos serviría para incrementar su éxito
reproductivo, y por consiguiente, el de los padres. Pero la exclusión de los niños y
adolescentes del desempeño de labores útiles puede ser desventajoso para ellos en el
desarrollo. En las culturas tradicionales, los adolescentes son valorados y respetados debido
a las contribuciones que hacen por medio de su trabajo. Las familias tienden a tener más
niños cuando el trabajo de éstos es valioso.

En contraste, en las sociedades industrializadas el tamaño de las familias es forzosamente


pequeño, no sólo por los costos de todos los insumos necesarios sino por la drástica
reducción de los espacios habitables. Los adolescentes son entonces económicamente
dependientes de sus padres durante un tiempo cada vez más prolongado; como resultado de
esto y de la dependencia a la vez inevitable y detestada en una sociedad individualista,
llegan a sentirse despreciables y, en consecuencia, expresan un resentimiento creciente
hacia sus padres y otros adultos, resentimiento que fácilmente se expresa en términos
simbólicos y en cada vez mas frecuentes comportamientos vandálicos o de contravención
vengativa de las normas. Lo anterior es además facilitado por la casi inexistencia de un
control social y por la pobreza de las interacciones familiares intergeneracionales

Ahora bien, esta primera comprensión apoyada en desarrollos de la sociobiología parece


poder dar cuenta con cierta propiedad de aspectos generales de la adolescencia; sin
embargo, podría hacernos pensar en una de las críticas de Reis y Zioni al pensamiento
biológico naturalista que la sustenta y, si bien no se trata tampoco de desconocer el papel de
la biología y, particularmente de una de sus versiones más preciadas en la actualidad: la
Genética. Lo cierto es que la presunción de dos opciones para clasificar las organizaciones
sociales son, a todas luces, insuficientes.

Para ejemplo, algunos piensan que uno de nuestros problemas fundamentales es el no haber
entrado a la modernidad, o que hay una coexistencia de lo premoderno, lo moderno y lo
posmoderno, en donde la desterritorialización y la hibridación (como señala Martín-
Barbero) son las constantes.

Colombia se caracteriza por un proceso de migraciones permanentes, la gran mayoría de la


gente que vive en las ciudades, o bien sus antepasados más recientes, nacieron en el campo.
Este proceso implica que a la vez que Colombia se ha urbanizado demográficamente, con
más de un 70% de la población viviendo en zonas citadinas, las ciudades están sufriendo un
proceso de "ruralización" en tanto que lo urbano permea el campo.

Además, el desplazamiento forzado se convierte generalmente en causa de nuevos


desplazamientos, con lo cual se configura una dinámica de nomadismo–asentamiento para
un volumen importante de la población y en general para el país entero.

Entonces debemos aceptar las palabras de Pérez y Mejía en cuanto:

"Hoy (...) nos encontramos frente a una nueva realidad de globalización


fragmentada ya que, por un lado, los nuevos fenómenos nos hacen
ciudadanos del mundo, pero al mismo tiempo, las particularidades
culturales y sociales en los cuales son recibidos, las recontextualizan
haciendo de ese hecho universal un epifenómeno específico y diferenciado
en cada lugar social y cultural, de tal manera que esa ciudadanía del
mundo se hace específica en el lugar local en el que cada cual desarrolla
sus prácticas sociales" [17].

Y lo anterior significa para nosotros el reconocimiento de una doble diversidad: la de orden


internacional que nos diferencia de otras naciones y la interna, que nos hace distintos por
regiones y por condiciones sociales y económicas.

Con estos supuestos buscamos los textos o las investigaciones que nos permitan describir la
psicología y la psicopatología de nuestros adolescentes; pero lo cierto es que desde la
perspectiva epidemiológica, los pocos estudios existentes apuntan a una indagación
exhaustiva en relación con las sustancias psicoactivas y algunas mínimas informaciones de
otros aspectos. Además, el país cuenta con muy pocas instituciones que brinden atención en
salud mental a esta población, y en buena parte del territorio nacional este recurso es
inexistente.

El paso siguiente es recurrir a la observación, a la experiencia propia, al conocimiento


cotidiano y a las conversaciones habituales, es decir a lo que los adultos decimos y
pensamos de los adolescentes. Lo que ellos significan para quienes crecimos con unas
imágenes que eran una mezcla de James Dean y el Che Guevara (y aquí cabría una nueva
crítica de Reis y Zioni por el androcentrismo de la noción de adolescencia, pues las figuras
femeninas más cercanas podrían haber sido Juana de arco, la Virgen María y la madre de
cada uno).

En este contexto los adolescentes se entienden como los que carecen de valores, de futuro,
de afecto e incluso de buenos modales. Son como dice Rodríguez, citando a Charly García,
los after new nada, a los que nada les importa, a quienes nada convoca. Pero es también la
generación X, Y, Z dependiendo del uso de su tiempo, del acceso a internet, del volumen y
frecuencia de sus compras, son una generación rodeada de riesgos y peligros, virus, drogas,
armas nucleares; señala Camelo Bronx que los ve acechados además por comunismo,
guerrilla y ateismo.

Algo similar sucede cuando nos acercamos a la psicopatología. Amanda Oliveros advierte
cómo las instituciones y programas etiquetan a los jóvenes: drogadictos, en la prostitución,
en las bandas juveniles, menores delincuentes, desplazados..., olvidándonos que ese nombre
los inscribe socialmente y los torna resistentes al ideal que intentamos a través del
tratamiento y la rehabilitación.

Hasta aquí nuestra visión resulta corta para llenar de contenidos y de vida propia las
concepciones de adolescencia; una posibilidad para lograrlo es ubicar una categoría que nos
permita acceder a los aportes de otras disciplinas y movimientos que trabajan en este campo
con ópticas distintas; maestros, comunicadores, sociólogos, politólogos, psicólogos... están
interesados en la juventud, así mismo, lo están los padres y los propios jóvenes.

La concepción de adolescencia como un paso entre la infancia y la vida adulta que expone
Marcelli, es lo suficientemente amplia para articularse con lo que se entiende por joven (la
persona entre 14 y 26 años), en la Ley de juventud promulgada en 1997 .

La juventud que aparece como un nuevo actor en el escenario público en la última década,
cuenta en este momento con un Programa Presidencial para el Sistema Nacional de
Juventud Colombia Joven.2000, un Viceministerio, un Observatorio Nacional y la
propuesta del Observatorio de Cultura Juvenil de la Universidad Javeriana.

Ubicarnos en esta categoría nos permite realizar una primera caracterización, basados en
datos de los boletines del Observatorio de Coyuntura Socioeconómica, así:
Los jóvenes son el 24% de la población; más del 41% vive en condiciones de pobreza, 70%
solteros aunque en los estratos más pobres hay casados, en unión libre, separados y hasta
viudas, muchas mujeres son jefes de hogar.

La deserción escolar, en edades superiores a 15 años, se asocia a razones económicas y en


jóvenes mujeres la inasistencia corresponde a asignación del tiempo en oficios domésticos
más que a participación permanente en el mercado laboral. Aunque representan el 23% de
la población activa total, su desempleo corresponde al 44 % del desempleo total y los
hogares más pobres se ven más afectados por el desempleo de sus jóvenes.

De otra parte, colocarnos en el terreno de la juventud abre paso a las nociones de


sensibilidad juvenil y culturas juveniles, que en el decir de investigadores como Germán
Muñoz u Orlando Pulido, estructuran un campo de análisis heterogéneo, contradictorio,
inestable, híbrido.

Esta óptica novedosa que se va conformando con una tendencia interdisciplinaria genera
una oportunidad de conocimiento propio, mediante dos ejercicios complementarios. El
primero, la consideración a la luz de nuestras realidades de cada uno de esas condiciones y
conflictos psicológicos que se plantean para la adolescencia, y el segundo, la identificación
de particularidades. Una cita de Castoriadis podría ilustrar esta pretensión, así:

"El individuo con el cual se encuentra el psicoanálisis es un individuo


socializado yo, superyo, ideal del yo sólo son pensables como productos
(aún más, coproductos), del proceso de socialización (...) la socialización no
es una simple adición de elementos externos a un núcleo psíquico que
dejarían inalterado; sus efectos están inextrincablemente tejidos a la psique
tal como ésta existe en la realidad efectiva".

Ahora bien, los ejercicios propuestos actúan como caminos para responder preguntas a las
cuáles, muy probablemente, poseemos pobres y estereotipadas respuestas. Una muestra de
esta aseveración sería intentar contestar cómo se vive el conflicto de identidad, de búsqueda
de sí mismo, de formación del auto-concepto, en un medio en el cual, alguien lo ha
señalado, una parte de la población quiere ser gringa, y la restante mejicana.

Donde, para Omar Rincón, los jóvenes se pierden en las imágenes mediáticas, los medios
representan la imagen masiva - mundializada - consumida que desconoce la diversidad.

Donde son vistos como un grupo para el consumo, de gente bella para adornarse y adornar,
su papel no es el de cambiar el mundo tan sólo el propio cuerpo, la figura.

Donde la presión que el mercado ejerce podría reducirse en la frase: Si el producto que le
vendemos no le queda bien, es que usted está mal hecho. Y a fe que muchos parecen
creerlo a juzgar por las modificaciones en el color del pelo, la altura de los tacones, hasta
las quirúrgicas para aumentar, disminuir, recolocar...
Más aún, donde las figuras de referencia pierden legitimidad a diario envueltas en
escándalos, pero igualmente a diario grupos y pueblos enteros deben desprenderse de su
territorio, sus pertenencias y hasta de su historia para sobrevivir.

Qué sabemos de una sexualidad que paradójicamente se inicia más temprano pero que se
encuentra asociada ya no sólo al control social, al temor al embarazo, sino también a la
muerte. ¿Cómo es ser amigovio? O adolescente, trabajadora, jefe de hogar, madre, en un
país con una ley de paternidad responsable y en donde Diomedes Díaz canta: Yo sé bien
que te he sido infiel, pero en el hombre casi no se nota, pero es triste que lo haga una
mujer, porque pierde el honor y muchas cosas".

¿Qué significa pertenecer a una tribu urbana, ser ñero o gomelo, rapero, punkero,
desplazarse como mutante por imágenes distintas, desde el collar de perlas finas a la
florecita rockera? Vivir con aparatos portátiles con audífonos y sonido estéreo que
permiten, según Prieto, una conexión directa entre la música y el cerebro.

¿Cuál es la psicopatología que genera habitar el miedo, convivir con lo siniestro por fuera
de la fantasía, sentirse amenazado, ser víctima/victimario de la violencia omnipresente?

¿Cómo se vive en un ahora permanente y caótico del que no se puede salir porque no hay
trabajo, no hay espacio, no hay recursos y sin embargo, los adultos y los viejos quieren ser
parte de ese tiempo juvenil de moda?.

Y finalmente el interrogante mayúsculo: ¿cómo sufrir y gozar, aislarse y entregarse, ser


parte y estar en otra parte, ser joven e ilusionarse y a pesar de todo, resistir....?

Todo este recorrido para aceptar que el estudio de la adolescencia impregna las ciencias que
se ocupan de la psicología y de la psicopatología con las connotaciones de lo juvenil, entre
éstas, la posibilidad de asombro, la flexibilidad, la apertura a lo múltiple, la inseguridad de
la ausencia de certezas y sus posibilidades de creación, el temor, la vacilación, la
búsqueda... y con ello la oportunidad de reflexionar acerca de los fundamentos
conceptuales y técnicos de nuestras disciplinas.

Pero a la hora de los alcances en la comprensión de ese mundo y en revertir esa


comprensión en contribuciones a la salud mental de los jóvenes nos hemos quedado con
una inmensa deuda.

BIBLIOGRAFÍA

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