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--Usted cierra el siglo XX en la caída de la Unión Soviética, esto su pone que ya ve los
signos que marcarán el próximo siglo. ¿Cuáles son?
--La crisis que se abrió con ese hecho todavía no se ha solucionado. Al contrario, en
los años que siguieron a la publicación de mi libro "Siglo XX, la era de los extremos",
se agudizó. La desintegración de la URSS y todo su sistema se ha quebrado en modo
total y muy trágico. Entre tanto, la situación del capitalismo globalizador y el mercado
libre y sin controles ha llegado a un punto crítico. Estamos al final de una época, pero
aún no vemos claro su rumbo.
--¿Usted contempla, entonces, una zona gris entre este gran final y lo que vendrá?
--Durante largos años usted fue un afiliado comunista. ¿Cuál es el saldo positivo
histórico de la experiencia comunista?
--En primer lugar, la victoria sobre el fascismo no se hubiera logrado sin los rusos. Sin
el Ejército Rojo y el comunismo, Europa no hubiera vencido a los alemanes. Otro
mérito fue que obligó a la reforma del capitalismo en el sentido del Estado de
bienestar. La mera existencia del comunismo permitió integrar en una sola generación
al movimiento obrero y sus programas de tipo social y democrático. Esto obedeció en
gran parte al miedo del estado liberal a la revolución social. Lo mismo puede decirse
de la descolonización, favorecida por el peligro latente de levantamientos comunistas.
En este sentido, uno de los peligros actuales es que el capitalismo ha perdido todo
sentido del miedo. Se aceptan niveles de desigualdad que antes no se hubieran
tolerado.
--Sí, funcionaba como "memento mori", marcaba una alternativa que los estados
debían tener presente. Esto los obligaba a ciertas compensaciones sociales. Por otra
parte, y en el mundo entero, el comunismo motorizó los movimientos de resistencia,
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de inspiración leninista. En España, hasta el fin del franquismo, la resistencia fue
dominada por el Partido Comunista. Desde el punto de vista de los países comunistas,
en muchos casos su retiro los dejó en peor situación que antes. Tal vez hubiera sido
mejor no hacer la revolución de octubre...
--Usted atribuyó a la guerra fría una especie de equilibrio entre las potencias.
--Es que era un sistema estabilizador de las relaciones internacionales, pero al altísimo
precio del peligro de una catástrofe nuclear. Por cierto, tuvo consecuencias negativas
para la mayor parte de América Latina, ya que ésta quedó atrapada en la pugna; y
para el bloque europeo oriental. Pero en términos generales, y salvo unos pocos
países como Corea y Vietnam, se vivió un periodo de tranquilidad.
--¿Esta vuelta del marxismo como paradigma crítico es simple magnanimidad de los
vencedores?
--Marx vuelve en el sentido de análisis crítico del modus operandi del capitalismo, que
fue su objetivo original, y no como alternativa de organización social.
--Si uno quisiera diferenciar el año 2000 de 1970, por ejemplo, mencionaría la
hegemonía absoluta del capitalismo.
--De una manera muy general, sí. Pero, por otra parte, vemos que el mercado libre y
sin controles ha sido una moda pasajera de los años 80 y 90. Si pensamos en el
periodo desde la segunda posguerra y los años 70, había un capitalismo mundial en
fabulosa expansión pero con controles estatales. Existía una convivencia entre el
mercado y el Estado. En este momento estamos volviendo a la necesidad de
restablecer esa convivencia, cuya importancia fue negada durante los últimos veinte
años debido a la moda del reaganismo. Desde los 80 hasta hace muy poco, el
mercado incontrolado monopolizó completamente el poder. Esto se está acabando,
sobre todo, en los últimos meses.
--No creo en ella, se trata de una invención puramente retórica. En la terminología del
primer ministro británico, Tony Blair, casi no tiene sentido. En cambio, estoy más cerca
de la formulación de otros, entre ellos el primer ministro francés, Lionel Jospin, sobre
una tercera vía que medie entre el estatalismo planificado y el librecomercio. A mi
juicio, hoy es acuciante volver a una combinación entre el control público y el libre
mercado.
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--Creo que es cada vez más importante, precisamente en función del cambio de la
estructura de la economía. Hoy día, el producto nacional se puede producir con un
insumo mucho menor de trabajo debido a la tecnología, con menos trabajadores. El
gran problema actual es que toda esa masa que durante años participó del producto
nacional a través del mercado de trabajo, hoy se marginaliza; de manera que es más
urgente que nunca distribuir la riqueza del país en modos que no impliquen al
mercado de trabajo.
--Alguna vez usted consideró que aun la gente que sobra debería conservar su puesto
en lugar de ser lanzada a la marginalidad.
--Es moralmente intolerable dejar que cientos de empleados caigan en el mercado sin
una red de bienestar. En las últimas décadas se creía que comprometería a un grupo
muy reducido, y que por ende se lo podía desestimar como problema. Ahora se ha
revelado como un peligro grave. El régimen de Suharto, en Indonesia, cayó porque no
había ningún modo de rescatar a las mayorías una vez que se agotó el trabajo. Hoy
hay gran cantidad de personas sin ninguna estructura de seguridad, ni siquiera
privada. Y la gente de edad, incluso la de clase media, se verá en grandes
estrecheces. Esto no fue apreciado cabalmente durante las dos últimas décadas, en
virtud del auge extraordinario que tuvo la bolsa. Hoy sabemos que eso no era un
fenómeno estable.
--Pero la economía todavía de pende en parte de lo político. ¿La clase política europea
está pensando en nuevos rumbos para una economía global en crisis?
--En este escenario de inseguridad, ¿cree que las personas ya no van a definirse por
su condición de trabajadores?
--Hay diferencias muy pronunciadas. En países como Inglaterra hay más gente
trabajando en las agencias de publicidad que en todo el gremio de mineros, mientras
que en India y China la composición del mundo del trabajo sigue siendo la tradicional.
Claro que, con la migración de los procesos productivos hacia los países de bajo coste
de trabajo, siempre tendremos más trabajadores en los países en desarrollo que en el
Primer Mundo. Es difícil hacer generalizaciones universales.
--¿Esta clara dicotomía entre países según la composición del mundo laboral seguirá
profundizándose?
--Hasta cierto punto, sí. Pero a largo plazo la tendencia hacia la tecnología es la misma
en el mundo entero. En un futuro, también las fábricas de India funcionarán por
automatización.
--Se trata de cambios profundos a largo plazo. De todos modos, en este siglo ya
vivimos la sustitución del campesinado por la agricultura de alto nivel tecnológico con
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poca mano de obra. La humanidad ha llegado al punto en que le basta sólo el tres por
ciento de su población en tareas rurales para fabricar mayores cantidades de
alimento. Tarde o temprano habrá una tendencia análoga en la producción
manufacturera industrial. Lo que sí me parece más peligroso es el cambio en el
concepto del trabajo, la falta de esa experiencia humana de un entorno colectivo, que
tanto afecta el destino de la familia y la vida privada, y que tradicionalmente modeló
buena parte de la realidad humana. Actualmente asistimos a una inédita inseguridad
del trabajo, en su estructura más profunda. Lo inédito es que ni siquiera están seguros
los profesionales exitosos: de un día para otro, un ejecutivo con éxito puede verse
obligado a cambiar de compañía, incluso de ciudad. Y no puede estar seguro de cuál
será su jubilación ni puede planificar a largo plazo. Esta situación supone cambios
profundos en los sujetos sociales y psicológicos.
--Es cierto, ya se advierte una multiplicidad de mundos muy distintos coexistiendo. Sin
embargo, hay una identidad común, problemas afines a la totalidad. Me refiero a la
inseguridad laboral, la incertidumbre por la jubilación y la salud, la educación de las
nuevas generaciones. Con arreglo a estos temas comunes se pueden dar
movilizaciones generales. A pesar de la fragmentación, hay un interés común en el
ambiente. Yo guardo cierto optimismo de las movilizaciones generales políticas, pero
éstas serán de otro tipo.
--¿Diría que el siglo XXI vivirá más de acuerdo a los ideales de la Ilustración?
--Es difícil decirlo. El mundo actual vive de ciertos logros indudables de la Ilustración,
me refiero a los progresos de la ciencia y la técnica. Pero, al mismo tiempo, se está
alejando de ella en otros aspectos. Junto a los adelantos de la salud hay un auge de la
medicina alternativa. Vemos que las tendencias irracionalistas surgen más allá del
reino de la necesidad, ya que la economía todavía de basa en el concepto de lujo. Uno
de los lujos es precisamente las creencias irracionales. Tomen ustedes el Feng Shui, el
arte oriental de la plena armonía en la decoración de una casa...
--No todas las tendencias irracionalistas son privativas de la clase rica. La xenofobia,
una mentalidad tanto más clásica, surge precisa mente entre los marginales.
--Usted fue testigo del ascenso de Hitler a canciller, en el Berlín de 1933, y dijo alguna
vez que el mundo actual es más violento que aquél.
--No lo duden. Y esto es así en buena medida porque los gobiernos han aprendido a
ejercer la violencia sin límites a lo largo del siglo. Después de la Primera Guerra, la
violencia amoral ha sido incorporada como práctica por los gobiernos. Para tomar un
tema regional, en los últimos treinta años, algunos países como Estados Unidos daban
instrucción en tortura o interrogatorios a oficiales de los ejércitos latinoamericanos.
Esto hubiera sido impensable antes de las guerras mundiales. Los estados
abandonaron todo límite moral sobre la violencia en la vida pública. He escrito sobre
esta nueva clase de barbarie. Pero, entre tanto, también asistimos a una disolución de
las convenciones, costumbres y tradiciones en el comporta miento social. Los
cronistas que primero accedieron a las comunidades más primitivas siempre
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registraron, en cualquier sociedad que fuera, algunos protocolos, por ejemplo, el de la
neutralidad. La crueldad no era indiscriminada.
--Exacto. Al mismo tiempo que había matanzas, se recibía con hospitalidad al viajero.
Esto se está perdiendo. Un pensador importante, Michael Ignatieff, que ha estudiado la
guerra en los Balcanes, destaca la diferencia entre la cultura de las armas en
Kurdistán y en la ex Yugoslavia. En el Kurdistán, alrededor de los trece años, cuando el
niño se vuelve un joven, accede a las armas bajo la firme advertencia social de que se
trata de un asunto de extrema seriedad. Después de décadas de gobierno comunista,
que ya había monopolizado el poder del orden público, ya se había perdido entre los
jóvenes esta conciencia de un límite. Los jóvenes varones entre los catorce y los
veintipico constituyen la nueva clase peligrosa en buena parte del mundo, ya que el
acceso a las armas les da ocasión de demostrar su omnipotencia social y física. La
disolución de las viejas estructuras afecta particularmente a los varones jóvenes, en
esa época tan singular que sucede a la infancia. Es una de las razones por las que se
estableció el servicio militar, para marcar muy claramente ese periodo, señalando que
inmediatamente después se ingresaría en la edad adulta. Esta disolución de las viejas
reglas se ve en ambos ángulos, en la esfera pública y en el mundo privado; por
ejemplo, en el antagonismo entre la policía y los jóvenes, y dentro de las cárceles,
entre los guardianes de las cárceles y los prisioneros. Piensen ustedes que Estados
Unidos tienen el dos por ciento de la población encarcelada. Estos niveles de
delincuencia y confinamiento no tienen antecedentes en la historia.
--La sociedad carcelaria es una de las que menos se modernizó en el último medio
siglo.
--En el interior de las cárceles existe una estructura social que no guarda ninguna
relación con los derechos humanos ni la legalidad que existe afuera. En Londres
tenemos una situación explosiva entre la policía y la población negra.
--Algunos han visto allí un caso de doble legalidad internacional: en España se puede
juzgar a Pinochet, mientras que los delitos de Franco nunca fueron investigados.
--En esta custión hay una diversidad de problemas. En una buena cantidad de países
europeos existió la necesidad de ordenar una transición de regímenes totalitarios o
autoritarios hacia gobiernos democráticos. Las transiciones son siempre muy
complejas y generalmente se hacen, formalmente o no, a través de una negociación.
En Europa, los casos de España y Polonia son paradigmáticos de una transición a
través de negociaciones. Pero esto resulta particularmente difícil en el caso de los
torturadores del antiguo régimen. En efecto, hay cosas que nunca se deben tolerar.
Para mí es una injusticia enorme que no se hayan investigado los delitos en Rusia, la
historia negra del gulag estalinista. Todo el mundo sabe que en la Rusia de hoy,
oficiales que participaron en torturas masivas siguen en cargos oficiales, pero nadie
dice una palabra. Después de la última guerra, en casi todos los países surgió la
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necesidad de la convivencia entre quienes habían luchado en la resistencia y los
colaboracionistas. A veces se hace necesario trazar una raya. No me parece realista
una punición general.
--Ese es uno de los casos que no se deben olvidar. En el caso de Pinochet, todo esto
fue tratado a través de la negociación. Pinochet debe ser un problema de la justicia
chilena. Porque si esta situación llega a generalizarse a todos los dictadores, entonces
no habrá límites a la justicia internacional. No creo que pueda existir tal cosa como
una justicia global, ya que los norteamericanos no lo permitirían. Para hacer una
"reductio ad absurdum", juzgar a Pinochet en Europa sería posible sólo si en Argentina
se pudiera juzgar a Margaret Thatcher por el hundimiento del "Belgrano". Una vez
abierto el camino, sería difícil controlarlo. Tengo mucha simpatía por la demanda de
justicia de los chilenos. Se ha dicho en el proceso en Londres que tal habría sido el fin
probable de Hitler al final de la Segunda Guerra. Pero el mismo Churchill sabía que no
existían bases legales para una cosa semejante.