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Acerca de la verdad
Una clase de ajuste1
Porque además de que nos complicamos la vida cocinando alimentos que bien
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
Somos consumidores de ideas, dije. Al menos los que lidiamos con la educa-
ción. Quizás por ese consumo muchos de ustedes están aquí… Sí, al venir me
daban vueltas en la cabeza ideas… ¡sobre el consumo de ideas! Ellas también
se ponen de moda. Tengan en cuenta que la desmesura exacerbada de la mo-
da es una contradicción moderna porque moda como modo están etimológi-
camente emparentadas con las palabras castellanas moderación y medida.
Nada menos.
Sigo. Muchas de las ideas que sobrevuelan sobre nuestras cabezas llevan su
marca registrada en el orillo. Pero en lugar de decir Ferrari, Vuitton, Lagarfeld,
Bulgary (los nombres extranjeros siempre tienen más brillo y cuestan más, por
eso los chinos los imitan y nos los venden a precios de ganga), en lugar de
esos nombres, les decía, las marcas de las ideas revelan sus progenitores inte-
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
Los avisos publicitarios de la marca Olay, decía el articulista del New York Ti-
mes, “pasan el dato” (tout, expresión del turf de aquel país) de una tecnología
basada en “la ciencia del agua corriente” celular, Aquacurrent Science, en la
que poros o canales (Aquaporin) conducen agua hacia adentro y hacia afuera
de las células. Este descubrimiento, según me enteré allí, le valió el Premio
Nobel de Química al Dr. Peter Agre. El uso de la jerga científica – que te hace
sentir ignorante pero encandilado y embobado – jerga, susurrada diría por la
manipulación publicitaria, tiene más fuerza de compra que calificativos ya vul-
gares y algo gastados como humectante, exfoliante, anti-arrugas, o cualquier
otro de esa generalidad. En cambio, palabras como “aquaporin” o “limpieza a
nivel celular” adquieren aires de alta tecnología de última generación (que sus
competidores no tienen), connotan que se trata de ciencia y no de vanidad o
mera frivolidad y, por supuesto, justifican así el alto o altísimo precio del pro-
ducto de marras.2
2 Las palabras tomadas una por una no se entienden, pero tomadas todas juntas
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Les decía que en materia de ideas hay que andar con cuidado. Especialmente
en lugares tan alejados de los centros donde se producen las más influyentes;
e innegablemente una ciudad patagónica sin mucha tradición de vida intelec-
tual intensa como la nuestra es uno de esos lugares alejados. No nos engañe-
mos. Nos pueden vender fácilmente chafalonías, espejitos y cuentas de colo-
res, chucherías. Ah… no tienen que excluir esta charla mía de la anterior ad-
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
vertencia, porque quizás pudiera estar yo hoy aquí vendiéndoles ideas que en-
tre intelectuales serios de otras partes del mundo son consideradas de poco
valor. Les dejo esta preocupación sobre mi charla, convencido de que enseñar,
entre tantas otras cosas, es preocupar…
Reparen en este hecho curioso: también, y con bastante frecuencia diría, aquí
y ahora por ejemplo, se da entre nosotros la compulsión a consumir las ideas
que combaten lo que está de moda, que combaten lo que se usa, las ideas de
marca, con logo y etiqueta. O sea que también nos gusta consumir ideas con-
tra el consumo. Otra retroalimentación que tiene sus bemoles pero que no voy
desarrollar…
Les leo la imputación que hace Cioran al empresario de ideas en ese pasaje
mascullando sus ideas con estilo corrosivo:
No hay nada de lo que [tal empresario] no sea contemporáneo. Tanto vigor en los artifi-
cios del intelecto [reparen en la palabra “artificios”], tanta facilidad en abordar todos los
sectores del espíritu y de la moda [!] – desde la metafísica hasta el cine – deslumbra…
Ningún problema se le resiste, no hay fenómeno que le sea extraño, ninguna tentación
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Claro, uno no suele ponerse a pensar que en una época dominada por el con-
sumo ilimitado tiene que haber “empresarios” que producen sin descanso
ideas y explicaciones para todo, incitando indiscriminadamente a la compra y
al goce insensato de ellas por vanidad, por engreimiento o sentido comercial,
por cierta perspicaz lucidez o por rechazo de las lacras del sistema, o por lo
que fuere. Aun cuando maticemos la dureza de Cioran, es bueno andar preca-
vido con tales “empresarios” – pueden ser periodistas, gente de radio, ensa-
yistas – incluso si tuvieran mucho renombre, incluso si algunas o muchas de
sus ideas nos parecieran brillantes y acertadas.
Como igualmente nos gusta oír ideas que combatan ideas o posturas que
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combatimos, y nos disgusta en cambio que nos contraríen. Y cuanto más críti-
cos, lúcidos e informados nos consideremos, casi con seguridad menos nos va
a gustar que nos critiquen con información que desconocemos. Puesto lo
mismo pero de otra manera… un poco más maliciosa: cuanto más gocemos
quitándole seguridad a las convicciones más firmes e íntimas de otros, menos
aceptaremos gustosos que nos quiten la seguridad de las creencias que fundan
nuestro “derecho” a desfondar la seguridad de otros. La frase me salió medio
larga y rebuscada. Dicho de manera más simple: nos disgusta que le quiten
seguridad a nuestro supuesto derecho de quitar seguridad a otros. Todo un
tema que les dejo apenas susurrado al oído…
No hay que ser muy sagaz para deducir que el iconoclasta cree que no idolatra
ningún ídolo, ningún ícono. Y sin embargo no hay duda de que al menos tiene
un ícono que adora: la iconoclastia. Creer que no se cree en ídolos es una ido-
latría más, pero de poca calidad. Las ideas, las ideas que juzgamos más impor-
tantes y decisivas, pueden terminar siendo para nosotros amuletos o talisma-
nes teóricos: ¡nos encantan! Nos encandilan. Es decir, nos iluminan y nos en-
ceguecen al mismo tiempo. Y como sirven para desprestigiar y excluir las que
se le oponen, en su uso se da un efecto de rebote: nos hacen creer que nos
cubrimos de prestigio automáticamente con la mera oposición al término que
tenemos por desprestigiado. Quizás ese supuesto prestigio de “culatazo” sea
vacío, ficticio, fantasmal, iluso pero puede llegar a ser muy eficaz si no esta-
mos sobre aviso… Uno de esos términos desprestigiados es “esencialismo”, y
se ha vuelto “esencial” luchar contra él… Ayayay, ¡qué manera de hablar!
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
[Entrando en materia]
Ya hace un tiempo que estamos todos en el aula. Bien, pasemos entonces a la
charla programada. Les pido perdón por haber alargado demasiado este
compás de espera sin haber entrado en materia y para colmo distrayéndome
con temas de los que, al preparar esta clase, no tenía pensado siquiera decir ni
una palabra. Pero antes les pediría que dejáramos de lado todos los gustos y
disgustos de los que recién he hablado para evitar ruidos molestos que dificul-
tarían nuestra mutua comunicación.
El filósofo español Ortega y Gasset, en una charla que dio en Buenos Aires en
1929, confesó que, salvo excepciones que siempre hay, había perdido toda ilu-
sión que consistiera en esperar de españoles o de argentinos que entendieran
por leer u oír otra cosa que resbalar del significado espontáneo, impresionista
de una palabra al de otra o del sentido primerizo de una frase al de la siguien-
te. Tal cual. He sido casi literal, creo, si la memoria no me falla. Suenan duras
esas palabras pero eso dijo. Por mi parte convengo con él que en mi experien-
cia docente – y llevo en esto una temeridad de años – he confirmado en buena
medida su severo juicio. Me sucede a cada rato y no sólo en clase sino en con-
versaciones informales con amigos o conocidos.
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guntar, ni pedir explicaciones, salvo las excepciones, claro, que siempre hay. Y
no conformes con ello se lanzan a responder o a rebatir lo que creen oír en lu-
gar de hacer un esfuerzo por entender, prescindiendo de sus convicciones
más entrañables… prescindiendo de ellas en un primer momento, claro. Sub-
rayo esto. Esta situación se extrema cuando “lo-que-creen-oír” de mi parte les
suena a “crítica” hecha con planteos que a su juicio son “retrógrados” y “ob-
soletos”, sin vigencia.
Entonces, sin que hayan estudiado los vericuetos, a veces milenarios, de cier-
tos problemas, empiezan a argumentar – “poseídos” por la verdad – con ínfu-
las y hasta con cierto desdén contra una postura que tienen por “superada”.4
Esto me sucede más seguido de lo que imaginan. Ustedes lo saben: en filosof-
ía como en cuestiones de fútbol todos nos creemos con los conocimientos, la
agudeza y la autoridad suficientes para discutirle a cualquiera… Como si no se
necesitaran estudios, pareciera. Estudios algunos de ellos muy complejos y
erizados de problemas. Como si bastara lo que sostiene un autor o maestro. Y
cuando las cuestiones se vuelven molestas por la información que se ha de
manejar en cantidad y sutileza, entonces rematan el debate con un “Bueno,
yo no pienso así”, o desdeñan las precisiones por “academicistas”, o peor, por
“abstracciones filosóficas”… Una posición esta última típicamente positivista,
frecuente en algunos que se declaran públicamente anti-positivistas… Ya ven
cómo me malhumoran estos hábitos intelectuales… [Risas]
Recuerdo que hace unos años di una clase sobre la polisemia de lo que enten-
demos por verdad. Entre los significados que expuse mencioné uno de larga
tradición indoeuropea. Era aquel significado que entiende que “las palabras y
las acciones son tenidas por verdaderas si se ajustan al orden de las cosas que
se dicen o se hacen”.
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sultó o le sonó a una versión disfrazada de la teoría que concibe la verdad co-
mo “correspondencia” y a la correspondencia como “adecuación”. O sea, la
teoría que formula el significado de verdad, dicho grosso modo, como “la
adecuación entre el intelecto y la cosa tal como es en sí misma”.5 Antonella
me hizo saber su discrepancia con tal postura. Pero no conforme con traducir
ajuste con adecuación, dio un paso más dando por equivalente ajuste a adap-
tación al sistema. Ambas traducciones distorsionaban el sentido de la frase
que les había dado a conocer a mis alumnos.
Les voy a mostrar dos listas de teorías que sobrevuelan los círculos de estu-
diosos del tema de la verdad, simplemente para que capten la complejidad de
lo que está en discusión y que a veces - incluso en aulas universitarias - se to-
man con una liviandad que a mí me desespera y me malhumoran al tener que
tratar este asunto no menos delicado que decisivo.
5 Después del llamado “giro lingüístico” se hace de la verdad una propiedad de las
oraciones o enunciados que expresan nuestras percepciones, creencias, conoci-
mientos, acciones, etc..
6 Téngase en cuenta que correspondencia es un término polisémico. No es lo
mismo la correspondencia con un color, con una roca, con una señal de tráfico,
con un documento, con un cuerpo de conocimientos admitido, con una norma o a
una orden o un mandato, a un llamado o a una invitación, etc. De modo que
siempre hay que aclarar en qué sentido uno usa el término correspondencia y en-
tre qué y qué ella se da o no se da. Sobre la polisemia del término he escrito en
Realismo y correspondencia, ¿está todo dicho? que pueden consultar en mi websi-
te.
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Pero no vine a desarrollar estas teorías. Quiero exponerles más bien una for-
mulación distinta, y supongo que nueva para ustedes y que acabo de mencio-
nar: la verdad como ajuste. Dicha formulación produjo la reacción de Antone-
lla, reacción – nada infrecuente – que a mi juicio es de lamentar. Con un agra-
vante: ella, como la inmensa mayoría, no conocía ninguna de las posturas a las
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
Por eso, en el ejemplo de ella que les di, me interesa destacar entre otras co-
sas lo que ven en pantalla [proyección en Power Point]:
1) Antonella no preguntó ni pidió precisiones sobre la formulación que
expuse a pesar de que era la primera vez que la oía;
2) interpretó mi exposición según le “sonaba” la frase a sus hábitos
lingüísticos; [una costumbre para entender a otros deplorable que
cuesta erradicar]
3) sostenía posiciones “anti-correspondentistas” que, a juzgar por la
manera de exponerlas, no había investigado mucho;
4) suponía que esa teoría implicaba cierta actitud reprochable de
“adaptación al sistema” [sic, sin más precisión];
5) argumentaba que la correspondencia es una construcción social-
mente impuesta a fin de que tengamos por “verdad” lo que se
adapta a las necesidades de perdurabilidad del sistema. Esto es, una
teoría que nos ajusta a él.
6) desconocía implícitamente que ella [Antonella] pudiera estar ajusta-
da y adaptada a algún sistema;
7) presuponía que el pensamiento de Foucault sí se ajustaba a las cosas
como en realidad son;
8) dada esta adhesión, quedaba tácitamente invalidado su argumento
contra la caracterización de la verdad como ajuste por un lado y
contra la supuesta complicidad de ésta con la adaptación al sistema
[social y político que enjuiciaba críticamente] por otro.
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
A todos nos cuesta cambiar ciertas ideas fundamentales sobre las que se
asientan nuestras más firmes convicciones y creencias; nos cuesta cambiar
nuestras exageraciones, nuestros simplismos o excesos de teoría; nos cuesta
poner en duda la supuesta y deseada incuestionabilidad de los autores en que
basamos nuestras posiciones y argumentos. O mejor, nos cuesta poner en du-
da la supuesta y deseada incuestionabilidad de nuestra interpretación de los
autores con cuyo discurso pretendemos, en definitiva, reclamar la verdad del
nuestro.
8 Dice mucho más en ese carta: “Son ustedes más sensibles que precisos, y,
mientras esto no varíe, dependerán ustedes íntegramente de Europa en el orden
intelectual – único al que me refiero-. Porque al ser sensibles, toda idea graciosa y
fértil que se produzca en Europa, conmoverá, quieran o no, el fino receptor que es
su organismo, pero al querer reaccionar frente a la idea recibida – juzgarla, refu-
tarla, valorarla, oponerle otra - encontrarán ustedes dentro de sí esa impresión,
esa vaguedad – llamémoslo por su nombre -, esa falta de criterio certero, firme,
seguro de sí mismo, que sólo se obtiene mediante rigurosas disciplinas”.
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
Ahora, que toda concepción semántica del valor de verdad sea una construc-
ción de ninguna manera implica que “cualquier” construcción conceptual de
ese valor sea admisible. Y entre las construcciones admisibles las hay mejores
y peores. Un criterio para valorar esto último es, por ejemplo, evaluar qué
construcción da cuenta de mayor cantidad de tipos o clases de verdad y res-
ponde a mayor cantidad de objeciones y qué construcción lo hace en menor
medida. Con lo que “mejor” o “peor” puede estar determinado por “más
ajustado” o “menos ajustado”, una determinación más específica que la vaga
y general “construcción”.
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
Una consecuencia de todo esto es que siempre estamos más o menos adap-
tados a algún sistema, sea tradicional, conservador, reformista, progresista,
revolucionario, o como lo quiera calificar. Siempre estamos en mayor o me-
nor grado ajustados a algún sistema de ideas al que adherimos porque lo
consideramos más ajustado, más acorde o conforme a cómo son, se dan o
suceden las cosas en nuestra vida. Más ajustado… Bueno, más ajustado has-
ta que las cosas se desajustan o hasta que las cosas (o lo real como a algu-
nos les gusta imaginar) nos desajustan nuestros “bien” construidos discur-
sos sobre ellas, no importando en realidad a la diosa Verdad si esos discur-
sos son tradicionales o revolucionarios, retrógrados o progresistas… Para
pensar, ¿no?
Espero con esta charla ser para ustedes un guía de aventuras y no un soporífe-
ro guía de turismo, un guía de desventuras. ¿No es acaso esa la función de to-
do docente ser un guía de aventuras? ¿No se trata acaso de que la experiencia
de uno ayude a explorar el mundo a otros que no la tienen, a mostrarles sus
paisajes y secretos, a precaverlos de los senderos que no conducen a nada, o,
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
1. [Una línea que destaca] La verdad como una acción o rito que se atiene
ceñidamente al orden que nos imponen las cosas para tratarlas de una
manera ajustada y, por ajustada, certera y eficaz.
2. [Otra línea muestra] La verdad como una formulación justa, precisa,
afinada, para el caso de que se habla.
3. [Y una tercera ve] La verdad como efecto de un hacer protegido y ale-
gre y de un decir con música y cantos que nos subyuga y nos ajusta y
junta comunitariamente.
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
mayor frescura semántica. Espero hacer así más atractiva la clase saliéndome
de lugares demasiado transitados. Lugares demasiado conocidos que termi-
nan por ocultarnos el esplendor joven, lozano de las cosas que son importan-
tes para nosotros… Voy a decir algo que quizás caiga mal a algunos de uste-
des, pero no resisto la tentación de decirlo… Algunos de esos lugares transi-
tados que nos ciegan para ver ese resplandor joven son a veces… ¡los discur-
sos más actuales y en boga! Ellos también - contra sus intenciones - pueden
meter mucho bochinche, pueden hacer mucha bulla, e impedirnos oír enton-
ces el balbuceo vívido, no trillado, de lo que se nos muestra en nuestro mun-
do, en nuestro entorno, y tenemos delante de las narices. Cosas y sucesos que
nos rodean… nos afectan… nos reclaman. Voy a dejar, pues, por el momento
las opiniones habituales, sin importarme el renombre de sus autores.
9 Los dioses soberanos de los indoeuropeos, Barcelona, Herder, 1999, 63. Para la
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Para entender mejor esta forma de ver antigua, tengamos en cuenta que ella
ve y experimenta al trabajo humano como un rito que se amolda y ajusta a las
exigencias que nos imponen las cosas para acertar y tener éxito al trabajarlas.
Las exigencias que nos impone la realidad para obtener y defender lo que de
ella nace, brota, crece, prolifera, pulula, y también protegernos de lo que de
ella nos acecha y amenaza. Lo sabemos muy bien: no todo es color de rosa ni
en los amaneceres ni en los atardeceres de la naturaleza. El ritual del trabajo,
entonces, nos ajusta en verdad al orden de los astros, de las estaciones. Nos
ajusta a las reglas de convivencia con otros hombres y con los dioses. De estos
ajustes depende la supervivencia de la comunidad, los plantíos, los ganados,
las huertas, las comidas…
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Pero el ajuste ha de alcanzar también, como decía, a los vínculos de las gentes
de la etnia, a fin de lograr el orden y la armonía, la unión y la cooperación, la
equidad y la justicia de una comunidad que se experimenta entonces así como
verdadera. Pues, cuando los hombres no se entienden entre sí, el sol brilla co-
mo siempre y la lluvia cae, pero las semillas no germinan como deben ni pro-
ducen lo mismo. ¿Por qué? Ah, porque los campos y los huertos no están bien
cultivados, las cosechas se resienten, la aldea muestra las heridas del abando-
no, los frutos se distribuyen con inequidad, o peor, con iniquidad, o la guerra
devasta la tierra y la esteriliza.12
Es por eso que cuando se enjuicia algún mal en la vida comunitaria, cuando se
denuncia alguna situación injusta de expoliación o explotación, de persecu-
ción ideológica o étnica, se los enjuicia o denuncia siempre como un desajuste
que no corresponde al ideal de una “verdadera” comunidad. En este sentido en-
tre nosotros, por ejemplo, los que combaten al capitalismo lo denuncian como
un ominoso y repudiable desajuste a un orden justo o más justo de la vida so-
cial; y los que combaten las dictaduras (sea cual sea su signo ideológico de
ellas, incluidas las anticapitalistas) o las guerras genocidas las impugnan y re-
cusan como un inadmisible y detestable desajuste a un orden justo o más jus-
to de libertad en la vida social. El dilema, por tanto, no es “ajuste sí, ajuste
no”, sino “qué ajuste sí, qué ajuste no, con qué grado y quién tiene la autori-
dad y el poder de realizarlo”. Tengámoslo en cuenta.
11 Es un lugar común en antropología afirmar que los ritos están entrelazados con
la realidad de la acción de modo tal que forman una parte constituyente e indis-
pensable de ella. En algunas etnias estudiadas sus miembros viven de la creencia
de que la naturaleza no proporciona nada sin ceremonias, de que se trabaja y se
come porque se celebran y festejan de la manera correcta los ritos apropiados. Pe-
ro además no podemos perder de vista que en la visión ritual del mundo no exis-
ten fronteras entre tecnología, economía, sociedad, rito, mito… Por ejemplo, el
Señor de los peces o el Dueño del río, las redes y técnicas brindadas a los ances-
tros por la divinidad (a ella le pertenecen), la norma que manda no pescar más
peces que los que se necesitan para comer, etc., constituyen también el sentido
de la pesca.
12 Cf. R. GIRARD, La Violencia y lo Sagrado, Barcelona, Anagrama, 1983, 16.
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
Ajuste, ajustar, ajustarse tienen muy distintos tipos de usos lingüísticos. Uste-
des los conocen. Por ejemplo [proyección en Power Point]:
Pueden agregar ejemplos a esta lista - sería recomendable - que sólo les doy a
título de sugerencia.
Fijémonos que “justo”, que aparece en 1 y 3, no hace alusión a algo que tenga
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
que ver con la justicia. Alude a una acción exacta, precisa: cuando una cosa se
acomoda estrecha, ceñida, apretadamente, a otra. Lo usamos así a diario: vivir
con lo justo (sin que sobre nada pero sin que falte lo indispensable); llegar jus-
to a tiempo. Podemos sospechar que quizás este sentido de “justo” es más
primitivo que el referido a quien obra con justicia. De hecho es así, créanme.
¿A quién se consideraba persona justa? A quien actuaba ciñéndose con punti-
llosa exactitud, estrechamente a las creencias más básicas, a las normas, a los
usos y costumbres más hondos y entrañables de su comunidad o de su etnia.
Y ahora les añado: se supone en esta manera de ver las cosas que un juez, al-
guien que dicta justicia, es el que dice lo que cuadra en cada caso de duda o liti-
gio de manera ceñida, precisa, estricta.
Como ven, pues, volvemos a encontrar en esta raíz el mismo sentido que ya
vimos con respecto a rta anteriormente. Lo que no tiene por qué sorprender-
nos: un rito colocaba en el estado de *yous.
El ius latino - derivado de ese *yous era, siempre según Benveniste, una fórmu-
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
la, ritual también.14 Era la fórmula que se ajustaba estrictamente al caso, cuan-
do había una duda ante la norma o regla a seguir en una situación dada, o
cuando se trataba de un pleito. Esas fórmulas, además, enunciaban no sólo la
decisión de una autoridad legítima. También implicaban que no podían ser po-
sesión de cualquiera. Sólo unos pocos eran sus poseedores, y estaban distri-
buidas entre ellos en función de qué causa se tratara y entre quiénes era el plei-
to. “Juez”, iudex, significaba simplemente – ya se los adelanté – “el que dice (-
dex) la fórmula o regla (iu-)”, la cual se aplicaba justamente al caso en cues-
tión.
En el *yous, dicho estado permitía estar purificado para otro rito: por ejemplo,
el casamiento o una oblación sacrificial. Con la fórmula o ius, el ritual jurídico
legitimaba, ajustaba, normalizaba para la vida social aquel o aquello sobre lo
cual se pronunciaba. Lo conformaba en estado de iustus; lo producía efecti-
vamente como “justo”. Así se hablaba, por ejemplo de nupcias justas, iuxtas
14Su plural, iura, era el conjunto recopilado de las fórmulas, impregnadas de es-
crupulosa religiosidad, que reglaban las cuestiones de la vida social.
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nuptias.
Les había hecha una pregunta: ¿a qué hacemos “justicia” cuando en cada caso
podemos ajustar nuestro decir para hablar con verdad? La respuesta es pero-
grullesca, trivial: hacemos justicia a las cosas de las que hablamos si nos ceñimos
a lo que de ellas se nos muestra, lo que de ellas se nos hace manifiesto. No se
asusten. Trataré de aclarárselo con un ejemplo.
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
con seguridad para nosotros y para los otros y llegaremos a destino sanos y
salvos… si no pasa nada raro o imprevisto.
Los antiguos admitirían decir pues que “hacemos justicia” a las cosas del
mundo vial cuando, por ejemplo, en la calle manejamos un coche según lo que
se nos manifieste allí, evitando con nuestro ajuste y cuidado, con nuestra “jus-
ticia callejera”, poner en peligro nuestros cuerpos y el de los demás.
Una última observación sobre esto para terminar este punto. Sin duda podr-
íamos decir que la verdad vista como ajuste nos llevaría a afirmar que nuestros
juicios sobre las cosas les hacen a éstas justicia cuando se ajustan a lo que ellas
son. Nada más tradicional que una aseveración semejante. Pero después de
Nietzsche esta manera de hablar está desprestigiada. El decía que nuestras
verdades son mentiras vitales: mentiras necesarias para la supervivencia, ne-
cesarias para vivir. Que cuando afirmamos que “la pared es dura”, la dureza
no tiene nada que ver con la pared. Es simplemente una reacción nerviosa,
orgánica de nuestro cuerpo. En tal sentido, “la pared es dura” es algo falso, un
engaño, una mentira.
Un filósofo griego, sin embargo, podría responderle que si las verdades son
mentiras hacerle justicia sería reconocer sin tapujos lo que son: es decir “men-
tiras”. Y como él sabe son mentiras muy útiles porque nos permiten cruzar
una calle con más tranquilidad cuando nuestras mentirosas percepciones nos
avisan que “algo viene hacia nosotros”. Este aviso vago, poco definido, “algo
viene hacia nosotros”, mentiroso sólo en parte, es suficiente para ponernos
en alerta, para ajustarnos a un posible peligro y atenernos justamente a ello. Y
si ese venírsenos algo encima es una reacción nerviosa poco importa: es una
reacción que nos avisa y ayuda a protegernos de algo que puede sernos peli-
groso. La reacción no crea de la nada el peligro: lo hace a partir de algo que
puede hacernos daño, herirnos o matarnos…
Hay que tener cuidado con las afirmaciones contradictorias del tipo “las ver-
dades son mentiras”. Caemos fácilmente en contradicciones pragmáticas: “las
verdades son mentiras” sería una verdad de la que estamos convencidos que
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
se ajusta a lo que las cosas son. Tengan en cuenta que estas aseveraciones o
como queramos llamarles, algo enfáticas y exageradas, no son inofensivas.
Tienen consecuencias, algunas de ellas políticas, pues nos lleva a hacernos
sospechar de los dictámenes o de los juicios de los Tribunales de Justicia. Por
ejemplo, en Argentina, los Juicios de la Verdad que se instauraron para rever
lo actuado durante la dictadura militar, ¿son “juicios de la mentira”? O ponién-
dolo de una forma más punzante: ¿son juicios de la mentira de unos contra la
mentira de otros? Ya ven por qué les insisto que no podemos hablar de estos
temas demasiado a la ligera sin ahondar en las posibles consecuencias que
ellos tienen para nuestra vida y en especial para nuestros cuerpos, frágiles y
mortales ellos…
Pero aun si dijéramos “las verdades son siempre verdades a medias”, inade-
cuadas, con fallas, fallidas y con cegueras, etc., nuevamente nos encontramos
con un juicio que trata de ajustarse a lo que las verdades son. Y entonces vol-
vemos a caer en algo perturbador: ¿aseverar que toda verdad es una verdad a
medias, es a su vez una verdad a medias, inadecuada, fallida, con puntos de
ceguera? O, teniendo en cuenta que hay muy distintos tipos de verdades,
¿habrá verdades que no son a medias? Es para pensarlo…
Volvamos a nuestra charla. Este asunto de la verdad como “ajuste con el or-
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
den de las cosas que se dicen o hacen” tiene un lado que puede llegar a sor-
prenderlos y los desoriente. Esta forma de entenderla implica ya estar previa-
mente instalado de alguna manera en la verdad con la propia vida, “de cuerpo
y alma”. Que para acceder al conocimiento verdadero de las cosas primero
uno tiene que estar ajustado con su ser al orden de las cosas. Ya voy a tratar de
explicarles esto.
Les hago una rápida alusión a la postura de Foucault. En esas clases, él distin-
guía entre filosofía y espiritualidad. Lo plantea, si mal no recuerdo, en la clase
del 6 de Enero. Caracteriza a la “filosofía” como la forma de pensamiento que
intenta determinar las condiciones y límites que permiten el acceso del sujeto
a la verdad. En cambio, por “espiritualidad” entendía la búsqueda, la expe-
riencia, las prácticas – si no me falla la memoria, nombra allí expresamente
Foucault purificaciones, ascesis, modificaciones de la existencia, etc. – por las
que el sujeto efectúa en sí mismo las transformaciones necesarias para tener
acceso a la verdad. Tal cual.16
De modo que la perspectiva del ajuste en este asunto de la verdad de la que
venimos hablando no se trata de verla primero como problema epistemológi-
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
17 En realidad, onto-epistemológico.
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ROMEO CÉSAR – Acerca de la verdad. Una clase de ajuste
Muy bien. El verbo castellano “decir” de la formulación “la verdad como efec-
to de un decir” que les di, se engarza con la palabra griega díke, “la justicia in-
terfamiliar” y con la palabra dikaios, “el justo”. También los verbos latinos
“dicere” (que se pronuncia “díkere”) y “dicare” están emparentados con esas
palabras griegas.18
No quiero que se pierdan… Acuérdense que vimos ya que el decir del juez, al
pronunciar las fórmulas que están bajo su cuidado, hace con su acto de habla
la “cosa” misma del derecho: el ajuste del orden social.19 Su decir hace la cosa.
En este caso la cosa-judicial con la que se quiere ajustar la vida en común. Lo
mismo pasa cuando juramos o prometemos o advertimos. Al pronunciar un ju-
ramento o al prometer algo o al dar una advertencia, hacemos la cosa-
juramento, la cosa-promesa, la cosa-advertencia. Son “cosas” hechas con pala-
bras, como nos enseñó Austin. No son cosas como mesas o casas. Pero son
cosas en el sentido de que son “algo”: algo que se dan en nuestro mundo,
acontecimientos en él, algo que encontramos en nuestra vida, que nos con-
mueve o perturba, algo que nos hacen frente o con lo que contamos, que
modela o condiciona nuestras acciones, nuestros discursos, nuestros pensa-
mientos e ideas, o que puede meternos en una cárcel…
Por supuesto, cuando argumentamos hacemos la cosa-argumento, cuando
amenazamos hacemos la cosa-amenaza, cuando alentamos hacemos la cosa-
aliento. Yo estoy haciendo ante ustedes la cosa-clase-de-filosofía o como le
quieran llamar. Sigan ustedes la lista…
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Ajuste, entonces, es atenerse a los límites fijados en un orden, fuera de los cua-
les no hay “verdad”. La palabra ajustada, verdadera, es la que respeta esos
límites, los señala, se atiene a ellos y se articula con ellos. Aquello sobre lo que
el poder humano no puede poder nos impone sus condiciones, nos limita. Hay
que atenerse a esas condiciones para no delirar, para no errar, para no caer en
la injusticia de la trasgresión que hace estragos o causa la muerte. Hay que
atenerse a esas condiciones para evitar la destrucción o el dislate que se paga
caro, porque se paga con la propia carne. Esto es fácil de ver en la actual crisis
medioambiental del planeta.
Muchos ajustes son posibles dentro de los límites de un orden, pero no cual-
quiera. Aristóteles repetía: “el ser viene de múltiples maneras al brillo de la pa-
labra en que se muestra y hace su aparición”. Eso sonaba en griego, según di-
cen, así: To ón légetai pollajôs. Lo que significa que hay muchas posibles lectu-
ras sobre la realidad de algo, todas ellas eventualmente ajustadas… en cierta
medida. Pero no puedo hacer la lectura caprichosa que se me ocurra. Me ten-
go que limitar a ciertas posibilidades de interpretación y descartar otras por
no ser apropiadas al caso ni tienen que ver con él. O descartarlas por ser fal-
sas, o antojadizas, o delirantes o psicóticas o imposibles, etc.. La Hermenéutica
del sujeto de Foucault no enseña a cebar mate, ni habla de una conspiración
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Antes una aclaración. Sus planteos son siempre sugerentes. Dan que pensar.
Pero sepan que muchos de sus análisis filológicos resultan objetables e incluso
inadmisibles para los académicos entendidos. No se ajustan, dicen éstos, a la
historia semántica, a la historia de los significados de las palabras griegas de
las que él nos habla. Una de esas palabras es díke… justamente. Pese a estas
observaciones se las presento porque lo que me importa en este caso es que
al menos vislumbren el campo de posibilidades significativas que, con sus su-
gerencias, se nos abren para pensar. De hecho, las ideas de los pensadores, las
de cualquiera, han de ser un pre-texto para ponernos a pensar y hacer nuestro
texto, también él provisorio. Por eso no importa demasiado cuánto se ajustan
realmente los análisis de Heidegger al sentido que esas palabras tuvieron para
algunos pensadores griegos del siglo VI y V antes de Cristo. Nos basta con que
haya creído realmente lo que decía, aun cuando su creencia fuera un mero de-
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22 O. c., 195-203. En pág. 197 caracteriza a la díke como el ensamble que junta,
que obliga a la inserción y al insertarse. Es pre-potente: una potencia previa, an-
terior a la actividad violenta de la τέχνη, de la tékhne. Como potencia previa la dí-
ke puede sobre ella, dispone de la tékhne.
“El arte, en señalado sentido, erige y hace aparecer al ser en la obra de arte como
ente, debe regir sin más como el poder-poner-en-obra, como tékhne. El poner-en-
obra es el manifestante e-fectuar [sic] del ser en el ente […] El arte es saber, y por
eso τέχνη.” O. c., 196.
23 Cf. O. c., 201. Heidegger traduce el tò deinón de los famosos versos 332-333 de
Antígona como das umheimliche, palabra que para él significa por lo menos tres
cosas: algo que es terrible, das Furchtbare, que al imperar subyuga; algo violento,
das Gewaltige; y lo inhabitual, lo no familiar, das Ungewöhnliche. En la versión
castellana a que me remito aquí, das umheimliche es traducido por “lo pavoroso”.
De todos modos ha habido muchísimas traducciones de esa palabra, quizás la
más estudiada de la obra sofoclea: “inquietante”, “monstruoso”, “formidable”…
Con respecto a deinón como lo violento, Heidegger explicita que quien la usa no
sólo dispone de ella sino que ese hacer violencia, esa actividad de violencia (Ge-
walt-tätikgeit), que no es brutalidad arbitraria, es el rasgo fundamental no sólo de
su hacer sino de su mismo ser. Ib., 186.
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Antígona de Sófocles.
Fiesta y verdad
En realidad, una forma de juntura que junta a los mortales de esta Tierra, una
forma de juntarse que ajusta a los hombres al orden del mundo y que realizan
las gentes comunes y silvestres, las gentes de todas las culturas y sin que ne-
cesiten dedicarse con rigor ni denuedos de intelectuales a teorizar, la pode-
mos rastrear curiosamente en la etimología de nuestra palabra “verdad”, pa-
labra esta que viene de la palabra latina ueritas y ésta a su vez de uerum. Lo
que van a escuchar de ahora en más no lo van a encontrar, que yo sepa, en
ningún autor de renombre o conocido.
24Donde recita y predica del “ajuste” cosas como éstas: es “lo que ajusta al hom-
bre … por lo cual debe ajustarse a ello para que su esencia sea en el ajuste. Lo
que es ajustado de esta manera para el hombre, lo ajustable para él y lo que se
ajusta a él, lo nombramos con la palabra singular ajuste, en griego δίκη”. Parmé-
nides, Madrid, Akal, 2005, 120.
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La idea de verdad en latín, y en idiomas celtas y germánicos está dada por una
raíz indoeuropea reconstruida como *uer. De esa raíz, que ha tenido distintas
derivaciones (los entendidos señalan unas 13), vinieron al castellano del latín
no sólo “verdad”, “verdadero”, “veraz”, “aseverar”, “perseverar”, sino tam-
bién “guarda” con sus parientes: “guardián”, “resguardar”, “salvaguardar”; y
“garante”.25 Eso implicaría que la raíz indoeuropea *uer- habría significado
“proteger, defender, en un lugar cercado y custodiado, en un espacio puesto
a resguardado de peligros o amenazas que provienen del afuera, del exte-
rior”. Por tanto, estar protegido, amparado, a salvo de poderes que pueden
destruir al grupo o a sus miembros, a sus bienes, cultivos y comidas es estar en
la verdad con el ser íntegro, de cuerpo y alma. En esta visión de las cosas la
verdad – me importa volver a subrayarlo - no era una cuestión epistemológica,
una cuestión de conocimiento. Era un estado de nuestro ser. El estado en que
nos encontramos a resguardo, inmunes. ¿De qué? De males que pueden causar
nuestra destrucción o ruina. ¿No les resulta interesante esta visión distinta de
la verdad?
Pero hay algo curioso y sorprendente en esto. Los estudiosos aceptan que de
ese radical indoeuropeo *uer- proviene la palabra griega para “fiesta”,
‛εορτη´, heorté.26 ¿No es esto sorprendente? ¿Qué relación podría existir entre
significados aparentemente tan distanciados, fiesta y verdad? ¿Podemos unir
la verdad (un estar a salvo de los males) con el festejar? ¿En qué sentido estar-
25 De esa raíz también provienen las palabras alemanas para “verdadero” y “ver-
dad” (wahr,, Wahrheit), y para “defensa”, “protección”: Wehr.
26 Cf. Gerhard KÖBLER, Indogermanisches Wörterbuch (basado en el renombrado
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Los rituales, entre ellos los rituales festivos de todo tipo, alegres o serios, reli-
giosos o laicos, cívicos o deportivos, comunitarios o familiares, se desarrollan
es espacios especialmente dedicados para tales acontecimientos. En espacios
fijos consagrados para la celebración, por ejemplo un templo, un estadio, una
plaza. En Argentina, por ejemplo, la Plaza de Mayo. O en espacios ordinarios,
de todos los días, como nuestra casa o una cancha de basquet, lugares que
son transformados con arreglos y adornos específicos y distintivos para la
ocasión y se convierten así en espacios extra-ordinarios, separados de la vida
cotidiana y de su uso habitual.
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No hay duda ninguna que la fiesta “junta”, como ninguna otra cosa. Hasta los
actos políticos, cuando verdaderamente juntan, toman rasgos festivos o deci-
didamente son “pura” fiesta. No hay duda que ella nos ajusta, y nos “obliga”
a insertarnos en su celebración (so pena de ser un “amargado” o un “agua-
fiestas”). Al celebrar juntos, comiendo, bebiendo, cantando, danzando, sin
preocupaciones ni temores, nos hace un conjunto reunido, estrechamente
unido. Conjugamos el Nosotros verdaderamente humano. En e-lla, si nos ajus-
tamos a sus códigos festivos, los que celebramos somos “justos”, somos
“buena gente”. Y la comunidad política en ellos se sostiene para alcanzar lo
que le conviene a largo plazo, y no sólo en el presente de la coyuntura.
Quiero terminar esta charla leyéndoles sendos pasajes de dos autores conoci-
dos por todos nosotros: Platón y Aristóteles. Platón en su diálogo Las Leyes
(653c-654b), dice de las fiestas: [proyección en Power Point]
Y los dioses, compadeciéndose del género humano, cargado de pesares por su condición na-
tural, han dispuesto para los hombres unos relevos de las penalidades, que son las épocas de
sus fiestas (heortai) y les han dado como compañeros en la celebración de ellas a las Musas, a
Apolo su conductor y a Dionisos, para que restituyan su crianza y su vivir en esas fiestas junto
a sus dioses […] Por cierto, los demás animales no tienen el sentido del orden o desorden en
los movimientos, cuyo nombre es ritmo y armonía; mientras que a nosotros los hombres los
mismos dioses que nos fueron dados como compañeros de fiesta nos procuran ese sentido,
junto con su goce. Con lo cual nos ponen en movimiento y dirigen nuestros cuerpos enlazán-
donos unos a otros con canciones y danzas.
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Una comunidad política no sólo consiste en estar juntos dentro de cierto terri-
torio. Ni sólo consiste en estar regidos por la misma ley y unas mismas normas
de conducta y buena vecindad, velando todos para que se cumplan y se logre
con ellas el cometido de que haya un “buen funcionamiento social”. No sólo
es el sentir en común la existencia compartida. La dulzura del existir juntos,
en la que sentimos la verdad de estar viviendo juntos, ha de hacerse también,
diría, carne comunitaria en el lujo de los festejos públicos comunes; en el en-
tusiasmo festivo con comidas y bebidas, con danzas y con cantos por esa vi-
da; y por gozar justamente haciéndola juntos.
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las cosas del mundo en un lugar guardado, en el que no había entrado todavía
el desorden y por eso estaban en el goce de la verdad, o mejor dicho en el go-
ce de una condición de vida más verdadera. ¿Podríamos interpretar el mito
así? También la historia de la salvación podría ser pensada como el proceso de
recuperación de ese estado. Y no importaría que fuera un ideal inalcanzable,
porque el camino de su recuperación haría más verdadera nuestra vida. ¿Podr-
íamos decir eso?
- No sé. Ni idea. No he pensado ni investigado sobre eso, no conocía lo que
nos contaste de los huertos mesopotámicos, y confieso que soy un ignorante
total de los estudios bíblicos. Complejísimos por otra parte. Hay que saber un
montón de idiomas como el hebreo, el arameo, el sumerio, el acádico, el
ugarítico, y no sé cuántos más… Además no sé nada de teología. Pero lo que
planteás me parece al menos muy interesante y provocador. Lo tomaría como
una hipótesis de la que vale la pena averiguar si tiene algún asidero teórico…
Has hecho un muy buen aporte. Gracias. Me has enseñado muchísimo… ¿Al-
guien más quiere preguntar?
- Sí yo. Soy profesora de Historia. Mi nombre es Adelaida [Estepona]. Me
quedé enganchada con el tema del ajuste y la correspondencia… ¿No pueden
plantearse como sinónimos?
- ¿Te animarías a darme un ejemplo de lo que estás pensando?
- Bueno… ¿qué se yo?... Por ejemplo, si me ajusto a lo que una fuente o docu-
mento historiográfico dice, de alguna manera correspondo a algo de la reali-
dad, el texto, que me impone sus condiciones. No puedo leer el texto de cual-
quier manera…
- Sí, por cierto. Muy buena observación. ¿Leíste mi trabajo sobre historiografía
y verdad?
- No.
- Bueno, allí digo algunas cosas parecidas sobre este asunto. Algunos autores
prefieren hablar de conformidad y no de correspondencia para evitar discu-
siones inútiles. También podemos decir que cuando me ajusto a lo ya estable-
cido en un cuerpo de conocimientos como imposible que sea falso, o cuando
me ajusto a una decisión tomado en común en consenso con otros, o cuando
ajusto un motor con éxito porque lo hago funcionar bien, de alguna manera
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