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Humanismo y Ciencia en el Renacimiento

1.- Rasgos del pensamiento renacentista:


-Nacimiento de la actitud crítica, cuestionamiento de la autoridad.
-Secularización de la vanguardia intelectual (Diferenciar de irreligiosidad).
-Naturalismo (ciencia, arte…).
-Vuelta a modelos clásicos desde otra perspectiva.
-Exaltación del universo (nueva “morada” del hombre).
-Humanismo, antropocentrismo, como síntesis de los rasgos anteriores:
nacimiento del individuo,
búsqueda de un modelo humano,
realidad contemplada desde el hombre (antropocentrismo) y no desde Dios
(geocentrismo), aunque no se le niegue, progresiva emancipación de la razón.

2.- La revolución científica.

2.1.-La ciencia desde la filosofía: el paradigma aristotélico.


Entre los aspectos novedosos que introduce el Renacimiento en la historia, ocupa un
lugar importante la llamada “revolución científica”, de la cual parte el concepto de ciencia que
utilizará la modernidad y cuyas líneas esenciales se conservan hasta nuestros días. En
términos históricos, comienza aquí (siglos XVI y XVII) el espectacular desarrollo del
pensamiento científico que modificará radicalmente la cultura occidental en el lapso
relativamente breve de tres siglos que han transcurrido desde entonces. Basta con pensar que
hace cien años no existían los aviones ni las calculadoras electrónicas y hoy circulan naves
espaciales y el ordenador ha pasado a ser un “electrodoméstico”…
Para entender este proceso es necesario recordar el concepto de ciencia (aún no
separada de la filosofía) que manejaba la cultura medieval, atada al paradigma aristotélico.
La ciencia antigua estaba basada en la concepción del movimiento como un signo de “falta de
plenitud“ de ser, según la herencia de Parménides. Si hay movimiento es porque hay
imperfección: el ser se mueve para conseguir su perfección, su plenitud. El verdadero ser era el
acto puro, el motor inmóvil. Los entes físicos, si bien gozan de su propia realidad, son
interpretados según la teoría metafísica que privilegia la teoría sobre la observación empírica,
que no es por sí misma capaz de alcanzar la verdad. Según este paradigma científico los
hechos deben acomodarse a las teorías filosóficas, y si no lo hacen tanto peor para los
hechos…
Por ejemplo: el modelo vigente entonces del universo consistía en un tierra central e
inmóvil (geocentrismo) rodeada de esferas celestes en las cuales se insertan los astros,
formados de una “quintaesencia” y cuyo movimiento sólo puede ser circular y uniforme (el
menos “imperfecto” de los movimientos). Por otra parte, cada ente físico tiene su “forma” dada
resultante de la composición de los cuatro elementos de Empédocles (tierra, agua, fuego y
aire), y en virtud de esa “forma” tiene un “movimiento natural”. Éste se explica por la ansiedad
de esa forma por recupera su lugar natural (la esfera de la luna/el centro de la tierra). Además
del movimiento natural existe el violento. Todo “movimiento violento” debe explicarse por el
influjo actual y constante de un ser en acto que lo provoque: nada se mueve a sí mismo. Como
se ve, el movimiento es, al menos, “sospechoso” metafísicamente hablando. El mundo del
cambio de los fenómenos físicos es interpretado a la luz de una serie de principios metafísicos
elaborados desde una concepción determinada de la razón, en la cual cuenta muy poco la
observación empírica de los hechos. Por eso la aristotélica es una ciencia eidético-cualitativa:
de la forma (esencia) se derivan las cualidades y el movimiento de los entes. El cambio de
paradigma científico supondrá sustituir una explicación eidético-cualitativa por otra
cuantitativo-mecánica. Los protagonistas principales de este cambio, que culminará con
Newton, son: Copérnico, Kepler y Galileo.
Nicolás Copérnico (1473-1543), en el siglo XVI, comienza a cuestionar el
geocentrismo. Intentando corregir el esquema de Ptolomeo, que había construido un
artificioso conjunto de hipótesis para adecuar el modelo aristotélico a la observación del cielo,
Copérnico postula el heliocentrismo como modelo cosmológico, lo cual provoca una fuerte
polémica y una violenta reacción represiva, porque la cultura tradicional intuía que este nuevo
tipo de pensamiento ponía en peligro no solamente un concepto de ciencia sino un modelo
global de cultura que estaba a punto de morir.
El paso siguiente lo da J. Kepler (1571-1630), que se atreve a formular sus tres leyes
en las cuales cuestiona, no sólo el prejuicio del geocentrismo ptolemaico, sino también el
movimiento circular y uniforme de los astros, al postular órbitas elípticas. Pero quizás lo más
importante sea el paso que da con su tercera ley al interpretar el movimiento de todos los
astros según una fórmula matemática: es la primera imagen matematizada del universo tal
como hoy lo concebimos, aunque su autor esté atrapado en muchos supuestos teóricos
antiguos y casi místicos.
Habrá que esperar a Galileo Galilei (1564-1642), ya en el siglo XVII, para tener una
formulación más ajustada al nuevo paradigma científico que desarrollará la modernidad. Su
misma vida, con la condena de la Inquisición y su posterior adjuración, representa un símbolo
del choque de culturas que se desarrolla en su época.
El genio de Galileo abarca muchos campos. Son importantes sus aportaciones en
astronomía (defiende el heliocentrismo copernicano, la materialidad de los astros, introduce el
telescopio, etc.), física y mecánica (intuye la ley de la inercia, describe los sistemas inerciales,
las leyes de la caída y trayectoria de los proyectiles, etc.). Pero importan más aquí sus
aportaciones a una nueva filosofía o metodología de las ciencias. Galileo advierte que la
nueva física no debe buscar las “formas” metafísicas de la realidad material sino su
formulación matemática. El problema consiste en “medir”, ya que, según sus palabras, el
universo es un libro escrito en caracteres matemáticos y es necesario saber matemáticas para
poderlo leer. Se conjugan en este proyecto dos dimensiones que hasta ahora no habían sido
reconciliadas (y que nunca se reconciliarán del todo): la observación empírica de los hechos y
su racionalización en leyes generales que sólo la matemática puede proporcionar. Su método
resolutivo-compositivo, que intenta ordenar los pasos de este nuevo enfoque, constituye un
formidable aporte, del cual Newton sacará las consecuencias fundamentales en el siglo
siguiente. Se insinúan ya dos líneas que se desarrollarán en la modernidad: la lucha entre
racionalismo y empirismo que Kant intentará superar.

2.2.- Observación empírica e interpretación racional.


¿En qué radica la novedad de la revolución científica del Renacimiento, que va a
culminar en el sistema maduro de Newton, ya en el siglo XVIII?
El hombre siempre había observado la naturaleza. Ya Aristóteles había realizado
minuciosos catálogos de animales y plantas y abundaban los autores antiguos que aportan
datos de una historia natural. Por otra parte, la observación del cielo estaba muy adelantada, y
se dice que ya Tales de Mileto había previsto un eclipse de sol. Por aquí, poco nuevo sub
sole…
El hombre siempre había razonado sobre la realidad. Basta pensar en los veinte siglos
de filosofía que habían transcurrido, llenos de pensadores geniales y creativos. También la
matemática había llegado a un desarrollo considerable, no sólo en occidente sino también en
pueblos asiáticos y africanos. Tampoco parece haber en esto demasiadas novedades…
Quizás la originalidad del paso renacentista consista en la nueva relación que se
establece entre la observación empírica y su interpretación racional. El científico ya no
busca la esencia metafísica del mundo sino que intenta describir su comportamiento en
términos matemáticos. Como dice Galileo: “el universo es un libro escrito en caracteres
matemáticos y es necesario saber matemáticas para poderlo leer”. La matemática antigua no
era un instrumento de interpretación de los hechos empíricos: se bastaba a sí misma. En
adelante la matemática se convertirá en un lenguaje al servicio de la explicación de los hechos
físicos. Dicho en otras palabras: se empieza a medir y no sólo a teorizar sobre los datos. Por
ejemplo, cuando Galileo descubre las leyes del péndulo (según se dice observando las
oscilaciones de una araña en la catedral) ya no le importa el paso de la potencia al acto del
móvil; lo que le interesa es traducir en una fórmula la constancia del tiempo de oscilación aun
cuando la distancia recorrida es variable.
La diferencia es considerable, porque esta nueva actitud va a permitir establecer leyes
que luego se aplican a predecir el futuro comportamiento de los hechos y con las cuales se
pueden construir máquinas que aprovechen esas leyes (técnica). El reloj de péndulo, por
ejemplo. Pero medir, en términos científicos, implica someter los hechos a pautas ideales;
implica “obligar” a los hechos a adaptarse a una determinada manera de observar que tiene el
científico (recordemos que la matemática no se da “en la realidad”, que es una construcción
ideal del sujeto). Desde ahora en adelante, por lo tanto, el sujeto va a “mandar” sobre la
naturaleza, a imponerle sus propias categorías subjetivas. El sujeto ya no es un mero receptor
sino un “constructor” del mundo. Esto tiene mucho que ver, por supuesto, con el humanismo y
antropocentrismo que indicábamos antes como características generales del Renacimiento.
De esta actitud surge el idealismo. El conocimiento ya no se considera como una
actitud receptiva ante una realidad objetiva y ya dada de antemano. Por el contrario, el sujeto
mismo es el que “crea” la realidad cuando la conoce. Ya no se hablará de “cosa en sí”, sino de
“cosa para mí”, de fenómeno. Pero todavía faltan muchos años para que la filosofía llegue a
una síntesis sobre estos temas. Mientras tanto, en el siglo XVII, vamos a asistir a la lucha entre
dos corrientes filosóficas que representan los dos aspectos de que hemos hablado:
-el empirismo, que pone el acento en los datos de los sentidos, en la observación;
-el racionalismo, que insistirá en la razón a priori, innata, como fuente de conocimiento.
Como suele suceder, la ciencia estaba resolviendo en la práctica el problema que la
filosofía no acababa de sistematizar. Como dice Hegel, la filosofía es como “el búho de
Minerva, que alza el vuelo al anochecer”. Habrá que esperar hasta Kant, ya en pleno siglo
XVIII, para que estas dos corrientes se armonicen. Aunque esta armonía también será
provisional y superable…

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