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"Para Pedro Henriquez Ureña, escribió Borges, América llegó a ser una realidad; las naciones no
son otra cosa que actos de fe". En esta aparente contradicción, entre realidades y actos de fe, se
debate el periodismo de América Latina.
No es una contradicción reciente aunque sí muy diferente de la que vivieron los primeros
latinoamericanos que hicieron periodismo en la transición entre el régimen colonial y la
Independencia, cuando empezaron a circular pequeñas hojas escritas con una identidad originaria:
la beligerancia política. Desde entonces, el periodismo de América Latina ha estado marcado por
el poder político, ya sea para defenderlo o para combatirlo. Al primer periódico del continente, La
Gaceta de México y noticias de Nueva España creado en 1722 por Juan Ignacio Castoreña Ursúa
y Goyeneche, un funcionario del Virreinato y después obispo de Yucatán, lo siguieron La Gaceta
de Guatemala (1729), La Gaceta de Lima (1743), La Gaceta de La Habana (1764), El Papel
Periódico de Santafe de Bogotá (1791) y Primicias de la Cultura de Quito en 1792.
Este panorama inicial tiene una fuerza premonitoria y una tendencia común: casi todos obedecían
a la Corona y por tanto eran oficialistas. Algunos de los que surgieron a fines del siglo XVIII
inauguraron una tradición periodística diferente, libertaria e insurgente. La prensa escrita, que
acompañó el afianzamiento de las naciones, se comprometió con ideas generalmente llegadas de
Europa (desde los enciclopedistas de la Ilustración hasta Jeremías Bentham) que fueron
apuntalando, a la vez, las precarias instituciones políticas, los periódicos y los nacientes partidos.
Sin embargo los grandes periódicos latinoamericanos modernos apenas tienen más de un siglo.
Entre los más antiguos están El Mercurio de Chile que llega a los 180 años, El Comercio de Lima
a los 168 y La Nación de Buenos Aires a los 136. El Universal de México apareció en 1916, El
Comercio de Quito en 1906, El Universal de Caracas en 1908 y El Tiempo de Bogotá en 1911. La
Folha da Manhã fue fundada en 1921, y en 1960, tres periódicos se fusionaron en la Folha de
S.Paulo. Los hay mucho más jóvenes como el Clarín de Buenos Aires con 61 años y Reforma de
México creado apenas en 1993.
1 Jornalista, assessor para projetos de Responsabilidade Social da Casa Editorial El Tiempo, de Bogotá, e ex-
ombudsman o diário El Tiempo; é mestre conselheiro da Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, integra o
Conselho Consultivo da revista da Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social, escreveu
vários livros sobre comunicação e jornalismo, além de artigos par publicações internacionais
Esta connotación temporal es importante. Indica la dependencia de una época, pero sobre todo las
relaciones de la prensa con una historia a la que ha acompañado en sus sobresaltos. Porque con
sus epifanías y ocultamientos, la prensa escrita ha estado presente en la revelación de América
Latina desde los inicios de sus modernidades aplazadas, hasta su ingreso azaroso en la sociedad
global y la cultura mundializada.
La variedad se refiere no sólo a la naturaleza de los medios, sino también a sus soportes
tecnológicos, su capacidad de convergencia, las formas de su propiedad, los nichos específicos de
mercado y sobre todo a sus relaciones con la sociedad. Mientras que unos se concentran en las
grandes ciudades, otros funcionan en zonas rurales o en barrios de la periferia urbana; mientras
que unos tienen coberturas amplias que los hacen nacionales e incluso internacionales, otros se
concentran en poblaciones pequeñas y en regiones aisladas y desprotegidas. Una red amplia de
medios atraviesa todo el continente con unas especificidades que los hacen diferentes a los medios
norteamericanos o europeos, pero a la vez bastante similares al rostro que tienen los medios en
épocas globales. Cuando se leen análisis como la "Enquete sur une presse qui a mauvaise presse"
del 2003 o "Medios de comunicación en crisis" del 2005 [En : El punto de vista de Le Monde
Diplomatique, edición Española., Nº 3], ambos de Le Monde, o se revisa el Informe sobre el
Estado de los medios en los Estados Unidos del Proyecto para la Excelencia en el Periodismo
(2006), se encuentran problemas asombrosamente coincidentes. Parece que al periodismo en el
mundo le aquejan los mismos males: la pérdida de credibilidad, los mimetismos con el poder
político, las fisuras de su independencia, el incumplimiento de los parámetros de calidad
periodística, la disolución de la confianza en las fuentes, las fuertes presiones económicas y el
declive del interés público.
El Informe lo declara dramáticamente pero con bastante justicia, cuando en el resumen de las
grandes tendencias del periodismo estadounidense anuncia, por ejemplo, el fin de la batalla entre
los idealistas y los contadores. Los contadores, por lo pronto, parece que han vencido. Lo que
quiere decir que los argumentos y las preocupaciones de la rentabilidad sobrepasan con creces a
los propósitos públicos de una información desde y para los ciudadanos y que las lógicas
comerciales han logrado hacer mella en las autonomías informativas. La primacía del
entretenimiento, la superficialidad de las noticias interesadas en parecerse al escaneo del
navegante virtual, el protagonismo de las opiniones como estilo periodístico, son solo algunas de
sus muestras.
Todos estos temas no son nada extraños al periodismo latinoamericano, aunque los contextos, las
prácticas y los desafíos de la información en América Latina tengan un perfil diferente a las
realidades periodísticas de otros continentes. Como lo escribió el nicaragüense Sergio Ramírez, el
periodismo de América Latina es una casa llena de cuartos y espejos en donde se reflejan al
mismo tiempo, nuestras desgracias y nuestras esperanzas.
Inicialmente de familias, los periódicos más importantes de América Latina, han ido transitando
hacia su nueva condición de empresas o de grupos corporativos. Después de varias generaciones
de predominio familiar, los periódicos han racionalizado su producción, han buscado estrategias
comerciales para sobrepasar las dificultades de la competencia, la caída de la circulación o lo
duros embates de la recesión económica. Para ello planifican estrategias de mercado, reducen
costos de operación que con frecuencia terminan afectando el funcionamiento informativo,
experimentan convergencias con otros medios, se rediseñan adoptando formas atractivas y ágiles
que buscan ganar nuevos lectores o por lo menos para no perder los que ya tienen.
Los periódicos también han vivido la transformación del campo tecnológico. Como sucede en
otros países, su circulación no crece, sobre todo por el poblamiento desmesurado del paisaje
mediático, los cambios en la vida urbana y la modificación radical de las pautas de
comportamiento cotidiano.
A todo ello se agregan, en América Latina otras cuestiones que nos diferencian. Por una parte los
bajos niveles de escolaridad, que aunque han crecido en las últimas décadas, crearon una brecha
casi infranqueable entre educados y analfabetos, entre informados e "infoinformados". Solo un
porcentaje bajo de latinoamericanos que inician la primaria pasan a la universidad, aún a pesar de
los avances que se han logrado en educación en los últimos años. Pero, por otra parte, está el
rumbo que tomó el proyecto ilustrado en nuestras culturas, eso que algunos investigadores como
Ong han denominado la articulación entre culturas orales y culturas audiovisuales, por la cual
muchos latinoamericanos han pasado directamente de las tradiciones orales a lo audiovisual sin
transitar necesariamente por el proyecto ilustrado, sustentado tan fuertemente en la lectura y la
escritura. Mis estudios sobre el consumo cultural en América Latina [Germán Rey, Tramas y
trazos de la cultura, Convenio Andrés Bello, Bogotá, 2006 (en edición) y "El consumo cultural de
Chile en el contexto de América Latina". En: Consumo cultural en Chile. Miradas y perspectivas,
Santiago de Chile: Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, 2005] han mostrado esta situación
paradójica de la lectura, atrapada entre los cantos de sirena de la televisión y los lamentos casi
inaudibles de las expresiones de la cultura culta. Son los mas pobres, pero sobre todo los que
tienen niveles educativos más bajos, los que leen menos, aunque las mujeres han tenido una
presencia destacada en nuestras lecturas y los jóvenes están sobrepasando lentamente, de la mano
del placer, del video y las nuevas tecnologías, la lectura obligatoria de la escuela.
A esta realidad se agrega la situación económica de más de la mitad de los latinoamericanos que
sobreviven en la pobreza y por lo menos a una cuarta parte de ellos que tienen que seleccionar
entre necesidades básicas para poder hacer frente a una miseria lacerante. Los pobres no leen
periódicos también por sus costos, y los jóvenes no lo hacen, sobre todo por aburrimiento. En
1990 había en el continente 200 millones de pobres, en el 2002, 221 y en el 2005, 213 ["Panorama
Social en América Latina", CEPAL, 2005]. Mientras que según los datos del Informe de
Desarrollo Humano de las Naciones Unidas del 2004, el producto interno bruto promedio en
América Latina es de 3.792 dólares al año, el de Europa es de 22.6000 y el de los Estados Unidos
es de 36.100. Las desigualdades son aún más abismales. América Latina aunque no es el
continente mas pobre si es el más desigual del mundo. El decil más rico de la población de
América Latina y el caribe se queda con el 48% del ingreso total, mientras que el decil mas pobre
recibe el 1.6%. En las naciones industrializadas el decil superior se queda con el 29.1% mientras
que la más pobre recibe el 2.5% [En "Desigualdad en América Latina y el Caribe", Banco
Mundial, 2003]. He ahí el tamaño de la desproporción. En Brasil, por ejemplo, las mujeres y
hombres de ascendencia africana ganan alrededor del 45% de sus contrapartes blancas.
Pero los pobres y los jóvenes ven televisión, escuchan radio, bailan y disfrutan la variedad de
nuestras músicas. Esto quiere decir que la atención cognitiva y la sensibilidad frente a la
información se han desplazado hacia los medios electrónicos y otras industrias creativas con una
contundencia aún mayor que la que existe en los países desarrollados. Mientras en estos existe una
oferta informativa más amplia y unas condiciones de acceso mejor distribuidas, en Latinoamérica
la radio y la televisión son el refugio comunicativo de los pobres. Ya es un lugar común decir que
sobre los techos de las favelas, las villas miseria o los pueblos jóvenes, como se llaman
indistintamente los asentamientos populares en nuestras ciudades, hay antenas de televisión, y que
en Tepito en México o en San Andresito en Bogotá crecen como hongos los DVD’s y los Cd’s
piratas, ofrecidos por manteros, buhoneros o vendedores de tianguis. Se estima, por ejemplo, que
más del 90% de la música que se vende en las calles de Perú, Paraguay y Ecuador es pirata.
Pero más allá de los costos y de las tecnologías, de la competencia mediática y de la ampliación
de la oferta, lo que existe son unos dinamismos culturales que recrean el mundo, desde otros
escenarios y a través de otros procesos de significación. Aquellos en los que no logró nunca
insertarse la prensa escrita ni el libro, pero que si fueron ocupados por el melodrama, los tebeos, el
baile, las novelitas rosa, el bolero, el fútbol y la enorme riqueza visual de nuestro barroquismo
latinoamericano.
Siempre me conmueve la reflexión que hizo el historiador francés Serge Gruzinski, gran
conocedor de México, cuando en su libro "La Batalla de las imágenes. De Cristóbal Colón a
Blade Runner" construyó una descripción erudita del encuentro entre la imaginería cristiana y las
cosmovisiones indígenas. El autor concluye que el barroco jesuítico atraviesa toda la historia
cultural e iconográfica mexicana hasta llegar a Televisa. En otras palabras: Televisa es la
reivindicación mediática del barroco de las mixturas e hibridaciones jesuíticas. Aún hoy, en
pueblos lejanos de la Chiquitania boliviana, los niños fabrican sus flautas y violines como los
luthiers del setecientos en plena selva y cantan motetes en latín.
"De hecho –escribe- convendría examinar el modo en que, en México y en América Latina, la
época posbarroca (1750-1940), por medio del desplome de las Luces, los fracasos del liberalismo
y la lentitud de la alfabetización, preparó las mentes y los cuerpos para la recepción de una
imagen asociada a nuevas formas de consumo. Un recorrido que, a diferencia del de la Europa
occidental, se ahorraría la revolución industrial y urbana del siglo XIX para conducir, sin
miramientos ni verdadera transición, al mundo del consumo contemporáneo –a si fuese a las
puertas de ese mundo-".
La tendencia en el continente no es muy diferente a la de otros, aunque por supuesto es aún mas
grave por el entorno económico, político y social en la que se presenta: los grandes medios
tienden a concentrase, a aprovechar la convergencia que ofrecen las nuevas tecnologías, a buscar
rentabilidades a través de diferentes estrategias de comercialización. Mientras capturan altos
porcentajes del mercado y de la publicidad, tienen aliento suficiente para exportar sus productos y
fusionarse con otras industrias culturales. Algunos ejemplos de esta tendencia son Televisa en
México, Venevisión en Venezuela y O’Globo en Brasil, sin duda los más fuertes de la región, los
dos primeros con una importante presencia en el mundo latino de los Estados Unidos. Si bien la
prensa escrita no pertenece a grandes grupos internacionales y está manejada aún por grupos
nacionales, regionales y locales, la industria editorial si se halla dominada por grupos
multinacionales, como sucede también con la música en la que unas pocas "majors" tiene la
primacía sobre las "indies".
En la vida política los medios de comunicación continúan teniendo una gran importancia. Las
relaciones entre medios y política tienden a complejizarse y a tornarse contradictorias. Mientras
que influyen en la gobernabilidad también provocan desestabilizaciones interesadas, mientras que
colaboran en los procesos de control político y rendición de cuentas, también pueden ocultar o
desviar la atención de los asuntos públicos que la ciudadanía cuestiona para proteger intereses
políticos cercanos.
El texto del Programa de Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD) sobre "La democracia en
América Latina" (2004) define a los medios como un poder fáctico que en muchas ocasiones
contrasta con los poderes institucionales, pero también destaca la importancia de la visibilidad que
los medios ofrecen sobre problemas que son letales para las democracias latinoamericanas: la
corrupción, la ampliación de las desigualdades, la violación de los derechos humanos, el
narcotráfico o las violencias.
Abundantes páginas del periodismo de América Latina se han dedicado a explorar y hacer
comprensibles estas lacras, a encontrar a los actores que medran en la sombra, en la protección
indebida o en el chantaje, a encarar con valentía a sus protagonistas ya sea que estén instalados en
los espacios del Estado o agazapados en sus reductos privados.
Las consecuencias no se han dejado esperar sea a través de las condenas de cárcel por delitos de
prensa, las argucias para desproteger el secreto de las fuentes, la persecución por desacato, la
dificultad para tener acceso a la información pública, las presiones o el asesinato. En la
clasificación mundial de la Libertad de Prensa del 2005, elaborada por Reporteros Sin Fronteras,
Argentina ocupa el puesto 59, Venezuela el 93, Colombia el 128, México el 137, la invasión de
los Estados Unidos a Irak el 137 y Cuba el 161. "América Latina evidenció –dice el informe del
CPJ del 3 de enero de 2006- un marcado mejoramiento con cuatro periodistas caídos por su labor
en el 2005, tres menos que el año anterior. Sin embargo, numerosos periodistas de la región
atribuyeron esta disminución a la creciente autocensura, un fenómeno que el CPJ encontró
predominante en Colombia y México". En efecto, en estos dos países, el poder de paramilitares,
guerrilla, narcotraficantes y algunos representantes de las fuerzas armadas o de la seguridad del
Estado, además de políticos corruptos, ejercen una gran presión sobre los periodistas,
especialmente aquellos que están más desprotegidos en las zonas de conflicto o en los territorios
dominados por las fuerzas ilegales.
En un estudio sobre el periodismo digital en América Latina ["Perfil de los periodistas de internet
en en los sitios latinoamericanos", El Tiempo, Bogotá] se encontró que el 87% de los periodistas
digitales están entre los 20 y 30 años, los grupos de trabajo son pequeños (un 10% del periódico
impreso) y sienten que son percibidos como de más bajo nivel que los periodistas tradicionales,
42% gana menos que estos y hacen muy poca reporteria. Sólo el 25% reportó ingresos por
suscripción a su servicio on line.
Finalmente, una descripción provisional de la situación del periodismo en América Latina debe
tener en cuenta las vicisitudes del oficio y los cambios de las relaciones de los medios con la
sociedad.
Todas estas deficiencias han empezado a influir en la credibilidad de los medios, aunque en el
conjunto de las instituciones latinoamericanas, aún están en los puestos más altos de la escala, tan
solo superados por los bomberos y la iglesia, es decir, por la seguridad en la tierra y las esperanzas
en el cielo. En el fondo de las desconfianzas ciudadanas, como lo destaca la medición del
Latinobarómetro (2005) están el Congreso y desde hace años los partidos políticos.
A medida que cambian tanto el periodismo como la sociedad, se transforman sus relaciones.
Los latinoamericanos han ido percibiendo la importancia de la información como una dimensión
de su ciudadanía y los medios empiezan a comprender que los lectores o las audiencias son mucho
más que esos consumidores delineados por los estudios de mercado y las preocupaciones por la
rentabilidad.
Por eso algunos periódicos del continente han creado consejos de lectores, divulgado códigos de
ética, inventado sistemas de monitoreo de su información. En periódicos, pero también en canales
de televisión y emisoras de radio se ha creado la figura del ombudsman desde que a comienzos de
la década de los 90 lo hiciera de manera pionera La Folha de Sao Paulo y un poco después El
Tiempo de Bogotá. Si la práctica no se ha extendido suficientemente en los medios del continente
se debe a que aún es precaria la participación de la sociedad civil, los procesos de transparencia y
las actividades de rendición de cuentas. Pero también porque no pocos dueños de medios ven con
sospecha y riesgo una figura independiente que sirva de mediador entre los lectores y los
periodistas, que vigile con rigor el funcionamiento del medio, ventile públicamente sus errores y
de paso garantice que la libertad de expresión se complemente con la responsabilidad social.
Pero a diferencia de otros países la labor del ombudsman en los nuestros es probablemente más
compleja. Cuando fui defensor del lector del periódico El Tiempo en Bogotá recibí cartas de
paramilitares, narcotraficantes, sicarios y políticos corruptos protestando por informaciones que
en la mayoría de las ocasiones eran verdaderas, pero que contrariaban sus intereses criminales.
Como también me llegaron las observaciones de cientos de ciudadanos y ciudadanas anónimos,
que progresivamente fueron comprendiendo que sus derechos civiles también se juegan
diariamente en el campo de la información.
Tenía razón Borges cuando decía que las naciones son sobre todo actos de fe. Por lo menos así
sucede en Latinoamérica. Porque día a día, los periodistas y los ciudadanos y ciudadanas de
nuestros países ponen a prueba su fe en medio de las turbulencias políticas, los desastres de la
pobreza o inclusive, las propias conmociones de la naturaleza. La misma fe que se reanima con la
creatividad de nuestra gente, su permanente ironía frente a las causas de sus desilusiones y la
persistencia de una imaginación y una voluntad que nunca no se dan por vencidas.