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A sus 53 años, Marco Antonio de la Parra –siquiatra, dramaturgo, ensayista, crítico de televisión– es un tipo
que no tiene pudores. Eso ya queda claro desde la mera revisión de los títulos de sus obras. Ha vaciado su
imaginería, sueños, deseos y temores más íntimos, ya sea en sus numerosos cuentos eróticos, en ensayos
como “La Sexualidad Secreta de los Hombres”, en obras de teatro como “La Secreta Obscenidad de Cada Día” o
en novelas como “Cuerpos Prohibidos”. Y esa libertad lo ha vuelto un hombre suelto, espontáneo y natural. Por
ello, no extraña que apenas nos recibe para esta entrevista de mediodía en su sencillo departamento del barrio
El Golf, invita a la cocina para preparar unos tecitos. No le aproblema que allí se acumulen todavía varias cajas
de pizzas consumidas el día anterior o que desde la ventana que da a la loggia se asomen unos calzoncillos
negros colgados, en la más natural. Es que su mujer anda de viaje por unos días, explica, y él también debe
tomar el avión en breve. Así es De la Parra. Hiperquinético como pocos intelectuales, anda metido en mil cosas
a la vez y lo único que lamenta es que en la jornada previa se le juntaron todas sus profesiones, lo que casi lo
dejó extenuado. Casi, porque se da tiempo para hablar con “Cosas” sobre la aparición de su última novela, “Te
Amaré toda la Vida” (editada por Random House-Mondadori). Y lo hace con el mayor de los relajos,
tendiéndose a lo largo en el sofá de su living, como si se dispusiera a ser él, esta vez, el sicoanalizado.
Por ello, le sale natural hablar de cómo la lectura y la escritura le cambiaron la vida. De niño era tímido y hasta
despreciado en su barrio por su mismo retraimiento. No entendía el mundo si no era a través de los libros y eso
le provocó muchos traspiés, algunos muy graciosos y otros aterradores. “O sea, mi infancia la viví con un poco
de pánico, los libros me calmaban. Leía lo que viniera, incluso enciclopedias completas”, dice. Cuenta que se
inició en la lectura muy temprano; de hecho, los libros fueron su primer juguete. Cuando descubrió la escritura,
se le abrió otro mundo, que lo destacó claramente de los demás y le permitió conocer mujeres a las que antes
no tenía posibilidad de acceder. “Eso me salvó de la timidez y apareció toda una ferocidad mía. A partir de ese
momento, me fui hacia arriba, me disparé en el colegio, empecé a sacar notas altas y entré a medicina”,
resume.
“Hoy”, confiesa, “mi interés por España es absoluto, musical, de paisaje, de comidas, la siento como si fuera mi
casa”. Todo partió cuando lo contrataron para dictar un taller de dramaturgia que duraba tres meses y se
quedó dos años. De ahí salieron los que hoy son los más importantes dramaturgos madrileños que andan en los
40. “Fue fantástico, porque cuando empecé el taller todos, como buenos europeos, sabían más que yo, sabían
latín, griego, habían leído libros que yo conocía por citas, habían visto películas a las que yo no había tenido
acceso; me mostraron todo lo que yo no sabía. Y el taller se hizo tan popular que me empezaron a convidar a
otros sitios y empezamos a recorrer España, a hacer giras”.
“Para mí”, subraya emocionado, “España es Europa y mi segunda patria. La recorrí, la viví, voy y vuelvo
constantemente, y en uno de esos viajes, el año 98, conocí a la que hoy es mi mujer”.
–¿Y has tomado también vicios españoles, como el cine o la comida?
–Muchos, muchos. Me gusta el flamenco, los cafés, esa copa que se toman a las 11 de la mañana, las setas, los
postres, el jamón de…, las librerías. En “Juan Pablo Librero” de Madrid me saludan de “hola, tanto tiempo...”. A
veces voy tres veces al año, como en ocasiones hay años enteros
que no voy. Pero adoro sus cafés, esa costumbre de tomarse una
copa a media mañana, conversando con amigos. Y tengo una
cantidad de dichos españoles que no me los puedo quitar: “Y nada”,
“y vale” y el “jo” (de “joder”).
Cuenta De la Parra que cuando él estaba a punto de salir del Instituto Nacional, participaba en un grupo de
teatro “y nos juntaron con chicas del Liceo 1 de niñas, nosotros felices (ríe). Ahí conocí a Michelle y se inició
una amistad. Ella me encantó como persona, me resultó atractiva”.
–Una vez dijiste que era la niña que cualquiera se hubiera soñado.
–Claro, pero yo era muy tímido, así es que no hubo nada.
“La pregunta del amor es muy fuerte y eso tiene que ver con mi trabajo en terapia. Hay dos emociones que nos
dejan sin palabras: el amor y la muerte, dos emociones frente a las cuales se desarma todo. Por eso, uno tiene
que escribir mucho sobre ellas, hacer mucho arte sobre ellas. El arte está siempre trabajando con cómo se ama
en una sociedad, con cómo se muere, cómo se envejece, cómo se arman las familias, y todo eso para
defenderse del tema del amor y la muerte”.
–Y al ahondar en esos sentimientos antiguos, ¿no se afecta el nuevo amor?, ¿no te tiran las orejas?
–No, no. Pero es una novela que me dolió escribirla, porque sufrí por mí y porque hay mucha gente que está
ahí, gente que estaba y que me conmovía con su historia. Me di cuenta de que, inevitablemente, cualquier
relación que se dé por terminada es una relación que deja una secuela, uno vive con su fantasma para siempre,
sea una relación amorosa, de padre, madre o hijo. Esto es como en el tema de las “constelaciones familiares”,
que me está interesando bastante: cuando incorporas a una pareja, ya la pareja, si de verdad entró, se queda
para siempre. Hay parejas que rozan y que se van; otras no, dejan huella; y uno vuelve a soñar con esa
persona y vuelve a encontrarse con ella.
De la Parra se pone de pie un instante para recibir a su nana y darle unas domésticas instrucciones. Acto
seguido cuenta que cuando se estrenó “Infieles” en el teatro hace ya 17 años, tuvo un éxito que no se
esperaba. “La obra conmovió a mucha gente, a las personas les pasaban muchas cosas viéndola. El tema era la
pasión y sus referentes políticos. Había una lectura ahí, que está en la novela, de la pasión de izquierda, esa
promesa amorosa, ardiente, de los años 60 y 70, cuando se hacía el amor por la revolución y uno se decía
compañero, compañera y todo eso. Ahí se contaba mucho más en breve la historia de este Felipe que no se
ajusta consigo mismo, que de poeta pasó a publicista –cosa que también yo ejercí en la vida real– y que de
pronto quiere salirse de ese mundo, pero en realidad tiene una crisis personal y se encuentra con una mujer
que también tiene crisis personal, porque retorna del exilio y vuelve a hacer la revolución cuando ésta ya no
existe para ella”.
En ese sentido, concluye: “La madurez y el matrimonio estable se parecen más a la democracia que a la
revolución. El adulterio es siempre revolucionario. Cuando ya se vuelve estable, se convierte en una célula
militante clandestina”.
A partir de ésos y otros paralelos, De la Parra se animó y dijo: “‘Bueno, vamos a hacer una novela’ y empecé a
llenar con todos los elementos que habíamos trabajado en la puesta en escena, esas cosas que uno construye
con los actores y los personajes, cuando uno va viendo de dónde son, cuál es el fondo, en qué casa vivieron,
cosas que después en el texto no aparecen, pero a los doctores les sirve mucho para trabajar. Y yo empecé a
escribir, escribir y escribir”.
Explica que él tenía muchas ganas de hacer una novela de época, tipo siglo XIX, como “Ana Karenina” o
“Madame Bovary”. De pronto llegó un anónimo amenazando de muerte a varias personas de teatro. Entonces
vinieron a Chile muchos artistas, entre ellos Christopher Reeves, a apoyar a los actores. “Ahí se me estancó
esta novela”, dice. “Fue rarísimo, pero no pude seguir. Llevaba 400 páginas y no podía seguir. Después
continué escribiendo otras cosas, porque en general siempre tengo varios proyectos en distintos niveles de
producción dentro de mi factoría, donde hay desde embriones hasta cosas que están en versión dos punto cero
o tres punto cero”.
–Sí, sí. Mucha influencia de escritores anglosajones, con su ironía y sus personajes mayores. De pronto me
aparecieron los hijos, que era algo muy fuerte, y al final fueron ellos quienes marcaron la novela.
–¿Tú realmente crees que no se puede amar toda la vida a una pareja?
–El “te amaré toda la vida” es un deseo que todos tenemos. Todos necesitamos sentir que vamos a poder tener
un amor tan grande como el que sentimos en los brazos de mamá. Hay sicoanalistas que dicen que ahí es
donde se aprende la belleza. La mirada al bebé es el primer momento en que vamos a encontrar todo lo bello y
cualquier persona busca lo bello, porque está ligado con el amor y la verdad. Uno busca eso toda la vida.
Entonces, ese amor es una promesa que no se puede cumplir.
–Pero hay un tipo de amor que sí puede perdurar toda la vida, como esas parejas de viejitos
tomados de la mano caminando por la plaza.
–Sí, pero tú sabes que ese amor ha tenido vicisitudes, momentos de dolor y otros de cercanía. Los personajes
de mi generación que yo pongo en la novela no están dispuestos a aceptar las vicisitudes, porque son la última
generación romántica. A uno le da rabia que ya no exista ese romanticismo.
El cruce del amor con los tiempos es otra obsesión de Marco Antonio de la Parra. Según él, “es distinto hacer el
amor en diferentes épocas. No era lo mismo hacer el amor en tiempos en que la revolución iba a estallar en 10
minutos más, que hacerlo cuando no se podía salir de las casas hasta las seis de la mañana por el toque de
queda”.
Lo otro que le ha enseñado su experiencia, dice, es “lo aterrorizador de que la pasión no se va nunca. Cuando
uno es joven. tiene la ilusión de que a los 40 descansará de ella. Al cumplir 40 descubre que no sólo la pasión
no se va, sino que puede ser incluso más incendiaria y, por supuesto, arrasar a más inocentes que lo que uno
cree. Luego, uno llega a los 50 y la pasión está otra vez instalada ahí, a toda orquesta, y más presente incluso
que cuando eras joven. Entonces uno dice: ‘¡Cuándo para esto!’. Antes del Viagra, el cuerpo te avisaba. Ahora
ni siquiera”. ?