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II) Los años entre Venecia y Roma (1567-1576). La adopción de los recursos del renacimiento
italiano.
Debió ser en torno a 1567 cuando El Greco llegó a Venecia, la metrópoli, donde se desplegó
ante sus ojos un excepcional esplendor artístico, que varió su forma de pintar. Coincidió con la
última fase del siglo de oro de la pintura veneciana: el viejo Tiziano, Tintoretto, los Bassano y El
Veronés. La conversión a la pintura occidental no se dio súbitamente como podemos comprobar en
el Tríptico de Módena (1568) que aún conserva mucho regusto bizantino.
En sólo dos años se producirá la transformación e irán calando en él:
• la pincelada amplia y libre
• los modelos humanos del manierismo,
• los contrastes lumínicos,
• los atrevidos escorzos,
• el rico colorido veneciano y
• la perspectiva.
Si se compara las dos obras que vienen a continuación se aprecian las diferencias de estilo.
Tríptico de Módena (1568). Detalle de la Adoración de los pastores.
Anunciación del Museo del Prado, 1570.
IV) Del Entierro del Conde de Orgaz hasta su muerte. 1586-1614. La etapa expresionista.
La obra monumental de El Greco, el Entierro del Conde de Orgaz (1586), es la obra de
madurez en donde se mezclan los dos géneros en los que se especializa en esos años. La
composición se organiza en dos registros horizontales. El inferior representa la leyenda del milagro
acaecido durante el sepelio del conde en donde se aparecieron San Esteban y San Agustín para
depositar el cadáver en su tumba. La escena se actualiza mediante el añadido del grupo de
caballeros toledanos contemporáneos del pintor que contemplan la escena y de su propio hijo que
mira a los espectadores y nos señala con su dedo el momento. El piso superior representa la
recepción del alma del difunto en el cielo. Entre la corte celestial el retrato de Felipe II.
Detalle del Entierro del Conde de Orgaz. Retratos de caballeros, San Esteban y su hijo Jorge
Manuel señalando el milagro. Se dice que el caballero que nos mira por encima de la cabeza
del santo podría ser el autorretrato del pintor.
La diversidad de los dos mundos, el terrenal y el celeste, será a partir de ahora una constante
de sus cuadros. Todavía en este cuadro el plano terrestre está tratado con sobriedad de colores y
realismo en el retrato, pero el cielo ya manifiesta una libertad de pincelada desmaterializadora que
"espectraliza" a los seres.
El retrato. Sus condiciones de retatista son excepcionales y aún se expresarían mejor en
cuadros posteriores como los retratos del Cardenal Niño de Guevara (1600) del Metropolitam
Museum de Nueva York y el de fray Hortensio Félix de Paravicino (1609) del Museo de
Boston. En todos sus retratos muestra una pincelada suelta en lo formal y un interés por adentrarse
en las personalidades de los retratados. La mayoría de las veces reflejan solemnidad y distancia del
retratado (se habla a veces de hieratismo), pero en algunos cuadros, como el de Fray Hortensio,
podemos sentir simpatía y los lazos de amistad que unían al pintor con el fraile poeta.
Retrato de fray Hortensio Félix de Paravicino (1609). Museo Fine Arts of Boston.
Los retablos y las obras religiosas. La obra religiosa tras 1586 evoluciona hacia un
lenguaje personal en el que las escenas cada vez se despegan más de la realidad:
• Los cuerpos se alargan a la manera manierista, pero cayendo en la exageración
expresionista para dotarlos de mayor espiritualidad. Juega con la deformidad y la
ingravidez de las figuras para crear más sensaciones oníricas. No es de extrañar que tanto el
expresionismo como el surrealismo del siglo XX tuvieran a El Greco como pintor
inspirador.
• Las leyes de la perspectiva renacentista se arrinconan y los fondos se convierten en manchas
de color vaporoso, que crean ambientes sobrenaturales. El color tiene un valor por sí mismo
en el cuadro sin depender ni de la forma ni del dibujo, lo que le confiere también un carácter
moderno.
Detalle de la Adoración de los pastores de Santo Domingo el Antiguo, Toledo (1610-14). es el
mejor ejemplo de los juegos de luz y color y de deformación de las formas. Posiblemente el
pastor de espaldas sea su propio retrato ya que esta obra sería para su propia capilla
funeraria.
Entre los principales encargos religiosos de esta etapa final habría que destacar los retablos
de La capilla de San José en Toledo (1597-99), el del Colegio de Doña María de Aragón en
Madrid (1596-1600) y el de la capilla del Hospital de la Caridad en Illescas, Toledo (1603).
También pintaría muchos cuadros pequeños con la participación de su taller. Se trata de santos, a
menudo, dispuestos por parejas y de cuerpo entero, como el San Andrés y San Francisco del
Museo del Prado, y de los doce apóstoles individualizados y Cristo bendiciendo.