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SOBRE LOS LLAMAMIENTOS DEL SACERDOCIO

Es ese compromiso personal al deber lo que hace que la iglesia siga marchando
adelante hacia su gran destino. Si fracasamos en cumplir con nuestro deber, también, en
ese mismo grado, demoramos su progreso y aumentamos el riesgo de perder almas. Este
es un principio que se aplica a todos los miembros de la Iglesia, a hombres y a mujeres
por igual. A las organizaciones tales como la Primaria, la Sociedad de Socorro, la Escuela
Dominical y la Mutual, las designamos como organizaciones auxiliares. ¿Auxiliares de
qué? La respuesta es, naturalmente, auxiliares del sacerdocio. Por lo tanto el cometido
de aprender nuestro deber y cumplir fielmente con nuestro oficio es tan válido para una
maestra de la Primaria como para un poseedor del sacerdocio. El élder Marion D. Hanks
contó un relato maravilloso que ilustra la importancia de que cada alma tome en serio
los llamamientos del sacerdocio:
“Usemos el nombre de Diana para llamar a una joven hermana que dejó su hogar
para ir a una ciudad cercana en busca de empleo. Tenía un gran deseo de asistir a la
universidad y necesitaba fondos para lograr su ambición. Como sucede muchas veces,
no encontró trabajo, y al paso del tiempo se iba desanimando más y más. Entonces, por
esas vueltas de la vida, llegó a estar bajo la influencia de una persona sin escrúpulos,
quien aprovechándose de la soledad y juventud de Diana y del hecho de que no podía
encontrar empleo, la llevó a cometer un pecado moral.
“La experiencia fue horrible para ella, que regresó a su casa con el corazón
destrozado a contarle la tragedia a su madre, y después de algún tiempo, a su obispo.
“Hubo consejos, compasión, admonición, dirección, oración y bendición. Diana, de
regreso en su casa, comenzó a adaptarse y a conocer el dolor del remordimiento y la
bendición de la gratitud por la gracia, bondad y misericordia de Dios. Pero, un día tuvo
necesidad de hablar nuevamente con el obispo para informarle que de su efímera y
trágica experiencia ahora esperaba un hijo. La situación cambiaba, Diana recibió más
consejos para ayudarla a enfrentarse con esta nueva situación. Se pensó en muchas
posibilidades, incluso en el Programa de Servicios Sociales de la Iglesia, pero Diana
tomó la desición final; permanecería en su pueblecito esperando el nacimiento de su
hijo. Trataron de disuadirla en vista de los problemas que tendría que enfrentar, pero
Diana decidió quedarse, especialmente debido a la enfermedad que aquejaba a su madre
viuda.
“Diana se levantó en la siguiente reunión de ayuno y testimonios y explicó su
condición. Reconoció su falta y pidió que la perdonaran. Les dijo: ‘Me gustaría caminar
por las calles de este pueblo sabiendo que tienen compasión por mí y me perdonan.
Pero si no pueden hacerlo —dijo—, por favor no culpen a mi madre; el Señor sabe que
me enseñó caminos muy diferentes a los que yo tomé, y por favor no le guarden rencor
a mi bebé. Él no tiene la culpa’. Dio su testimonio del agradecimiento que sentía por
el conocimiento personal que tan amargamente había obtenido, pero que atesoraba
grandemente, de la importancia de la misión salvadora de Jesucristo. Entonces se sentó.
“El hermano que me relató esta historia observó la reacción de la congregación y
pudo ver muchos ojos llenos de lágrimas y muchos corazones humildes, ‘pero no hubo
nadie que tirara una piedra —dijo—. Nos sentimos llenos de compasión y amor, y me
encontré deseando que el obispo terminara la reunión en ese momento para no romper
el ambiente de aprecio, interés y gratitud a Dios’.
“El obispo se levantó, pero no concluyó la reunión; en vez de hacerlo,
dijo: ‘Hermanos, la historia de Diana nos ha entristecido y conmovido a todos. Ella
ha aceptado con valor y humildad toda la responsabilidad de su situación. En efecto,
imaginariamente ha colocado en la pared de la capilla una lista de pecadores en la cual
aparece solamente su nombre. Actuando honradamente no puedo dejarlo así; por lo
menos debería escribirse un nombre más, el nombre del que en parte es responsable
de esa desgracia, aunque estuvo lejos cuando ocurrió el incidente. El nombre les es muy
conocido a todos ustedes. Es el de su obispo. Verán —dijo—, si yo hubiera llevado a
cabo completamente los deberes de mi llamamiento y aceptado las oportunidades de mi
posición, tal vez hubiera podido evitar esta desgracia’.
“Entonces el obispo habló de la conversación que había tenido con Diana y su
madre antes de que la primera partiera de la ciudad en busca de trabajo. Dijo que había
hablado con algunos de sus compañeros, y con su esposa, expresando su preocupación
por el bienestar de Diana. Se habia sentido preocupado por la falta de experiencia y la
soledad en que se vería la joven. Había también hablado, según nos dijo, con el Señor
sobre todas estas cosas.
“ ‘Pero después —dijo—, no hice nada. No le escribí una nota a su nuevo obispo. No
hablé por teléfono. No viajé unos cuantos kilómetros hasta la ciudad. Solamente esperé
y oré pidiendo que Diana estuviera bien allá sola. No sé lo que hubiera podido hacer
hecho, pero siento, que si hubiera sido el tipo de obispo que debiera haber sido, se podría
haber evitado este triste incidente.
“ ‘Mis hermanos, no sé durante cuánto tiempo voy a ser obispo de este barrio. Pero
mientras lo sea, si hay algo que yo pueda hacer para impedirlo, no volverá a sucederle
nada parecido a alguien que esté bajo mi protección.’
“El obispo se sentó con lágrimas en los ojos. Su consejero se levantó y dijo: ‘Amo al
obispo. Es uno de los mejores y más escrupulosos hombres que jamás he conocido. No
puedo dejar su nombre en la lista sin agregar el mío. Verán, el obispo sí habló con sus
compañeros. Me habló a mí de este asunto. Creo que pensé que como ocasionalmente
viajo por negocios a la ciudad, podría encontrar la manera de llamar o visitar a Diana
para ver si se hallaba bien. Podía haberlo hecho, pero siempre estaba corriendo de un
lugar a otro y no me tomé el tiempo para hacerlo. Yo también hablé con otras personas.
Le mencioné mi preocupación a mi esposa. Casi me avergüenzo de decirles que hablé
con el Señor y le pedí que ayudara a Diana. Y después no hice nada. No sé qué hubiera
sucedido si hubiera hecho lo que debía, pero siento que tal vez pude haber evitado esta
desventura.
“ ‘Hermanos, no sé durante cuánto tiempo serviré en este obispado, pero quiero
decirles que mientras esté en esta posición, si hay algo que pueda hacer para impedirlo,
no volverá a suceder esto.’
“La presidenta de las Mujeres Jóvenes se levantó y relató una historia semejante. El
consejero del obispo a cargo de esa organización auxiliar había hablado con ella, lo cual
la había dejado pensando preocupada, pero no había hecho nada. Agregó su nombre a la
lista.
“La última persona que se levantó fue un hombre mayor que agregó dos nombres
a la lista, el suyo y el de su compañero de orientación familiar. Indicó que los habían
asignado al hogar en que vivían Diana y su madre, pero que habían fallado en sus
visitar y no hicieron ningún esfuerzo por ser la clase de maestros que señalaban las
revelaciones de Dios.
“ ‘No sé durante cuánto tiempo seré maestro orientador, pero mientras lo sea, no
dejaré de visitar mensualmente ningún hogar, y trataré de ser la clase de maestro que el
Señor desea.’
“Terminó la reunión, y el maravilloso hombre que me relató esta gran experiencia
me dijo: Hermano Hanks, pienso que no hubiéramos podido comprender más
claramente la importancia de los llamamientos de los oficiales y de las organizaciones
de la Iglesia si el Señor mismo hubiera bajado para enseñarnos. Si Pablo hubiera venido
para repetir sus instrucciones a los corintios de que “ni el ojo puede decir a la mano:
No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros… sino
que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un
miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra,
todos los miembros con él se gozan” (1 Corintios 12:21, 25-26), tampoco podríamos haber
comprendido con más claridad’.
“Hace unos cuantos años el hermano Joseph Anderson y yo tuvimos el privilegio de
viajar con el presidente Reuben Clark, hijo, a una solemne asamblea en St. George, Utah.
En el camino le relaté esta historia, que había sucedido recientemente. Pensó durante
largo rato y con lágrimas en los ojos me dijo: ‘Hermano Hanks, esa es la historia más
significativa que he escuchado para ilustrar la importancia tan grande que tiene cumplir
con nuestras obligaciones en la Iglesia. Cuando lo haya pensado durante suficiente
tiempo, comparta con los demás esta experiencia’.
“Lo he pensado durante mucho tiempo y muy a menudo. Creo que ilustra poderosa
y humildemente los propósitos que tuvo el Señor al establecer su reino y permitirnos las
bendiciones del servicio dentro de él. Ahora comparto esta historia con vosotros y pido
a Dios que nos bendiga a todos a comprender sus implicaciones y actuar de acuerdo con
ellas, en el nombre de Jesucristo. Amén.” (CR, abril de 1996, págs. 151-153.)1

1Artículo publicado en: Doctrina y Convenios Manual para el alumno (Religión 324-325),
Salt Lake City: Intellectual Reserve, Inc., 1985; págs. 408-9.

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