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INTRODUCCIÓN

Sufismo y surrealismo es un titul.o que probab\emen-


te provoque el rechazo, o cuanto menos la objeción, no
solo de quienes se interesan por el surrealismo, sino
también de los interesados por el sufismo. Sea el interés
de unos u otros negativo o positivo, la mera reunión de
ambos términos es ya quizá motivo de extrañeza.
La objeción fundamental que puede esgrimirse es
que el sufismo es una forma de religiosidad y se dirige,
por tanto, hacia la salvación religiosa, mientras que el
surrealismo es un movimiento ateo que no aspira a nin-
guna salvación celestial. ¿Cómo reunir, pues, religión
y ateísmo? Sin embargo, esta objeción es pertinente
solo en apariencia, puesto que no anula en el fondo
la posibilidad de acercamiento o encuentro existente
en numerosos aspectos de la senda cognoscitiva que
siguen tanto el sufisrno como el surrealismo. Además,
el ateísmo no presupone necesariamente el rechazo del
sufismo, de la misma manera que el sufismo no conlle-
va por necesidad la fe en la religión tradicional, ni la fe
tradicional en la religión.
Semejante objeción ofrece, con todo, la impor-
tante ventaja de impulsar al investigador a revisar la
definición y significado divulgados sobre el sufismo
y entenderlo bajo una nueva luz. Y lo mismo sucede
respecto al surrealismo, ya que puede decirse que Dios,
en el sentido religioso tradicional, carece de toda pre-
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sencia en la experiencia surrealista, cosa que afirmaba


el propio André Breton al manifestar que lo sagrado en
que él creía no es religioso, o que es ajeno a la religión.
Pero Dios, en el sentido religioso tradicional, tampoco
tiene presencia alguna en la experiencia sufí. Digamos
que la presencia de Dios en el sufismo no está separada
o abstraída de la existencia, como sucede en la visión
religiosa tradicional, sino que es una presencia de unión
con la existencia, una presencia de identificación y uni-
dad. Para el sufisrno, Dios no es el Uno más que por
ser el Múltiple. Él es, respecto a la existencia, «el punto
supremo», en expresión de Breton, el punto en el que
se unen lo que denominamos materia y aquello a lo
que llamamos espíritu, disolviéndose las contradiccio-
nes. Él no es el Uno que crea la existencia desde fuera
y sin contacto con ella, sino que es la existencia misma
en su dinamismo e infinitud. No está en el cielo ni en
la tierra. Es a la vez el cielo y la tierra, unidos. El viaje
hacia Él no requiere que salgamos de la existencia, ni
de nosotros mismos, al contrario, lo que requiere es que
nos adentremos más y más en la existencia y en noso-
tros mismos. La infinitud no se encuentra fuera de la
materia, sino dentro de ella: la infinitud es el mismo ser
humano yes la misma materia. Él está en algún lugar,
pero dentro del lugar. Él es otro país, mas un país que se
encuentra en nuestro derredor y en nuestro interior.
De este modo, al hablar sobre el sufismo hemos
de hacer caso omiso al discurso predominante acerca
del mismo y, en especial, a las interpretaciones sectarias
que de él, o a propósito de él, se han realizado. Para
ello, hemos de partir del origen. Originalmente, el tér-
mino «sufí» va ligado a lo invisible y lo oculto. Lo que
lleva hasta el sufismo es la incapacidad de la razón (y
de la norma religiosa) para responder a muchas de las
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preguntas profundas que se plantea el ser humano, así


como la incapacidad de la ciencia. El ser humano se
siente acuciado por problemas incluso cuando todos los
problemas racionales, normativo-religiosos y científicos
han sido subsanados, o cuando todos los problemas
se han solucionado por medio de la razón, de la norma
religiosa y de la ciencia. Pero lo que no ha sido solucio-
nado (o es insolucionable), lo que no ha sido conocido
(o es incognoscible) y lo que no ha sido dicho (o es
indecible), es lo que conduce al sufismo. Yeso mismo
explica también el nacimiento del surrealismo. En efec-
to, lo primero que reclamó para sí el surrealismo fue su
condición de movimiento que pretendía decir lo que no
había sido dicho, o lo que es indecible.
La esfera del sufismo es, pues, a mi entender, la de
lo indecible, la de lo invisible, la de lo desconocido. El
fin último que persigue el sufí es diluirse en lo oculto,
o sea, en lo absoluto, que es justamente lo mismo que
pretende el surrealismo. Pero lo importante aquí no
es la identidad de ese absoluto, sino el movimiento de
fusión con él, el camino que conduce h~a él, trátese
del absoluto de Dios, de la razón, de la materia, del
pensamiento, del espíritu, etc. En todos los casos se
produce siempre un retorno al origen( de la creación,
cualquiera que sea dicho origen. Es un \~torno que su-
pone la transformación de quien retorna al origen y, al
mismo tiempo, su mezcla con él. Dicho de'otro modo,
el origen permanece siendo él mismo mientlras se ma-
nifiesta a través de sus criaturas y mientras s s criaturas
retornan a él.

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