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I. EL CASO
La Comisión Nacional de Derechos Humanos y la Procuraduría General de la
República promovieron acción de inconstitucionalidad (146/2007 y 147/2007) contra
varios artículos del Código penal para el Distrito Federal y otros de la Ley de Salud para
el Distrito Federal, por entender que violaban diversos preceptos de la Constitución
Mexicana. Esencialmente, se trataba de la despenalización del aborto durante las
primeras 12 semanas del embarazo. La reforma modificaba los artículos 144 a 147, que
pasaban a estar redactados así:
Artículo 145. Se impondrá de tres a seis meses de prisión o de 100 a 300 días de
trabajo a favor de la comunidad, a la mujer que voluntariamente practique su
aborto o consienta en que otro la haga abortar, después de las doce semanas de
embarazo. En este caso, el delito de aborto sólo se sancionará cuando se haya
consumado.
Al que hiciere abortar a una mujer, con el consentimiento de ésta, se le impondrá
de uno a tres años de prisión.
Por lo que se refiere a los artículos de la Ley de Salud para el Distrito Federal, las
novedades consistieron en establecer la obligación para las autoridades sanitarias de
atender las solicitudes de interrupción del embarazo (en los supuestos permitidos de
acuerdo con el nuevo Código) y practicar las interrupciones requeridas en un plazo
breve (5 días).
Durante el proceso hubo numerosos informes tanto por parte de los órganos que
habían dictado las normas en discusión como de expertos en muy diversas materias; se
celebraron también seis audiencias en las que participaron políticos, médicos, juristas,
filósofos... La ponencia se encargó al ministro de la Corte Aguirre Anguiano, el cual
elaboró un largo texto en el que proponía, esencialmente, declarar la invalidez de la
reforma en lo que se refería a la despenalización del aborto durante las primeras 12
semanas y, en consecuencia, una nueva redacción de dos de los artículos (el 145 y el
146) impugnados. Ocho de los once ministros de la Corte votaron sin embargo en contra
de esa propuesta y sostuvieron la constitucionalidad de la reforma. El ministro Cossío
(uno de los que formaron la mayoría del tribunal) fue el encargado del «engrose».
2.1. El art. 148 del CP del Distrito Federal, el art. 16 Bis 7 de la Ley de Salud del
Distrito Federal y el art. tercero transitorio del Decreto de Reformas. En relación con
ellos, decide sobreseer, por considerar que la acción de inconstitucionalidad es
improcedente: respecto de los dos primeros artículos, porque no habían sido objeto de
reforma por el Decreto de 2007; y en relación con el tercero, porque el precepto –
transitorio– ya había cumplido el objetivo para el que había sido emitido.
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2.2. Los arts. 144, 145, 146 y 147 del CP del Distrito Federal, el art. 16 Bis 6
tercer párrafo y el art. 16 Bis 8, último párrafo, de la Ley de Salud para el Distrito
Federal. Respecto de ellos, la Corte entiende que su constitucionalidad o no depende de
las tres siguientes cuestiones (que agrupan el conjunto de argumentos vertidos por
quienes habían promovido la acción)
III. ESQUEMA
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2.2.
2.1. Arts. 144-147 C.P.D.F.
Art. 148 C.P.D.F. Art. 16 Bis 6 tercer párrafo L.S.
Art. 16 Bis. 7 L.S. Art. 16 Bis 8 último párrafo L.S.
Art 3º transitorio D.R.
IV. COMENTARIO
suscriben el fallo. El resultado, por ello, ha sido una sentencia votada por una amplia
mayoría del Tribunal, pero a la que se le adjunta, además de los tres votos en disidencia
(de los magistrados contrarios a la decisión), nada menos que siete votos concurrentes
(o sea, el de todos los que integran la mayoría, salvo el del ministro encargado del
engrose). Y el grave problema que surge con ello es, naturalmente, que es imposible (o
extraordinariamente difícil) saber cuál es la ratio decidendi del fallo. Da por ello la
impresión (que, sin embargo, podría ser falsa) de que ésta es una de las situaciones a las
que se aplicaría la célebre anécdota referida por Maritain en relación con los miembros
de una Comisión de la Unesco que, a pesar de representar ideologías muy distintas entre
sí, habían aprobado una misma lista de derechos. Cuando se les preguntó cómo, en esas
condiciones, había sido posible el acuerdo, la respuesta fue: «estamos de acuerdo, con
tal de que no se nos pregunte por qué». Lo que pasa es que, en relación con las
decisiones judiciales (y a diferencia hasta cierto punto de lo que ocurre con las de
carácter más bien político), el por qué no es precisamente irrelevante.
En cuarto lugar, el razonamiento que incluye la sentencia para concluir que la
Constitución mexicana no reconoce el derecho a la vida no resulta convincente. Al final
de ese punto (2.2.2.1.) puede leerse: «Por todo lo anterior, si de lo argumentado resulta
que la vida, como bien constitucional e internacionalmente protegido, no puede
constituir un presupuesto de los demás derechos, además de que aun como derecho no
podría en ningún momento ser considerado absoluto...». Pero aquí se están
confundiendo, me parece, dos cosas. Una es si la vida es o no presupuesto para los otros
derechos, y la respuesta, obviamente, es que sí: los titulares de los derechos son los
seres (humanos) vivos (y esto también ocurre en relación con los derechos de las
generaciones futuras: si no presuponemos que va a haber generaciones futuras, no
tendría sentido otorgar derechos). La otra cosa (distinta a la anterior) es si la vida es un
derecho absoluto, superior a todos los otros (y si tiene sentido atribuir ese derecho a un
embrión hasta las 12 semanas de su desarrollo), y la respuesta ahora es que no, como lo
sostiene la propia sentencia basándose en normas de Derecho internacional
suplementadas con algunas consideraciones sobre cómo deben entenderse los textos
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En otro momento de la sentencia, el Tribunal parece reconocer esa distinción: «podemos aceptar como
verdadero que si no se está vivo no se puede ejercer ningún derecho, pero de ahí no podríamos deducir
que el derecho a la vida goce de preeminencia frente a cualquier otro derecho. Aceptar un argumento
semejante nos obligaría a aceptar también, por ejemplo, que el derecho a alimentarse es más valioso e
importante que el derecho a la vida porque lo primero es una condición de lo segundo». Lo que ocurre es
que el derecho a alimentarse no es que sea una condición, sino que forma parte del derecho a la vida, si se
entiende (como es el caso de la sentencia) que el derecho a la vida supone la obligación positiva, por parte
del Estado, de «promocionar y desarrollar» la «condición de vida».
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durante los tres primeros meses del embarazo), un argumento importante de la sentencia
(y aceptado también por los disidentes: concretamente, por el juez Rehnquist que
representaba la postura más «derechista») fue que la enmienda 14 de la Constitución de
ese país «incluye derechos no explícitamente reconocidos en la Declaración de
Derechos»; por lo tanto, lo que algunos jueces pusieron en duda en aquel caso fue si la
enmienda en cuestión incluía también el derecho al aborto, pero no la posibilidad de que
pudieran existir derechos implícitos. Y me parece que lo mismo puede decirse de la
práctica de todos o casi todos los tribunales constitucionales (incluyendo, seguramente,
a la propia Corte Suprema mexicana, en casos anteriores). Dicho de otra manera, la idea
de que existen derechos implícitos es verdaderamente un presupuesto del
constitucionalismo contemporáneo. La otra razón a la que antes aludía es que afirmar
que el derecho a la vida no es un derecho fundamental de los mexicanos lleva
inevitablemente al absurdo: si no existiese ese derecho, ¿cómo podría justificarse la
obligación (positiva) del Estado mexicano de promocionarla, desarrollar condiciones
para que aumente su nivel de disfrute, etc? O sea, si existe esa obligación (positiva) y
también (como la sentencia lo reconoce) la obligación (en este caso, negativa) de no
privar arbitrariamente de la vida o de no restablecer la pena de muerte, ¿no significa eso
que se tiene un derecho (fundamental) a la vida? ¿No está aquí el Tribunal
confundiendo el problema de si se tiene derecho a la vida con el de cuándo empieza a
tenerse ese derecho?
Y, en fin, desde un punto de vista retórico, la tesis de que la Constitución
Mexicana no reconoce un derecho a la vida tiene efectos verdaderamente devastadores,
en cuanto parece dar a entender que para justificar el derecho a decidir libremente
abortar durante las primeras 12 semanas de la gestación se requiere, nada más y nada
menos, que negar que exista un derecho a la vida.
Insisto en que el error del Tribunal es, en mi opinión, fundamentalmente un error
metodológico y no, por así decirlo, de fondo. Si digo que no es de fondo es porque, a mi
juicio, una adecuada fundamentación del extremo en cuestión debería haberse basado en
algo que está también afirmado en la sentencia: que el derecho a la vida no es un
derecho (o un «bien»; este es el término preferentemente usado en la sentencia)
absoluto. O sea, lo que el Tribunal debería haber aducido (y ese es el tipo de
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argumentación que se encuentra en las sentencias de los otros tribunales a que antes se
hacía referencia) es que el derecho a la vida es un derecho constitucional y de carácter
fundamental, pero no absoluto. Que, como tal derecho fundamental, no existe para los
embriones de menos de 12 semanas de desarrollo. Y que aunque la vida del embrión
(incluso en las primeras etapas de su desarrollo) debe considerarse como un bien digno
de protección jurídica, su valor es inferior al de la autonomía de la mujer, lo que
justifica, en definitiva, que el aborto, al menos hasta ese momento de desarrollo del
embrión, no debe ser penalizado2.
En quinto lugar, la tesis que estoy discutiendo parece ir ligada (como ya lo he ido
sugiriendo en las líneas anteriores) a un tipo de positivismo jurídico que identifica el
Derecho simplemente con un conjunto de prescripciones (normas de mandato y
permisos); que, en consecuencia, niega que en la interpretación del Derecho deban jugar
algún papel las razones subyacentes a las normas, esto es, los valores,; y que sostiene la
tesis de la separación estricta entre el Derecho y la moral. Pues bien, yo diría que la
sentencia (o su fundamentación) es un buen ejemplo para ilustrar la tesis de que el
positivismo jurídico (o cierto tipo de positivismo jurídico) significa un obstáculo para
dar cuenta adecuadamente de nuestros Derechos y poder operar con sentido en los
mismos.
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Hay, probablemente, detrás de esta actitud del Tribunal, una pretensión de resolver un problema muy
polémico evitando entrar en los aspectos más espinosos del mismo (si los embriones tienen o no derecho
a la vida). Pero esa estrategia elusiva no siempre es acertada. En cierto modo, es algo parecido a lo que
puede encontrarse en la reforma del Código Penal del Distrito Federal que originó la sentencia. Allí se
evita reconocer que el aborto durante las 12 primeras semanas del embarazo no es punible y, para ello, lo
que se hace es fijar una extraña definición de «aborto» (art. 144: aborto es «la interrupción del embarazo
después de la décima segunda semana de gestación») que, muy poco después (en el art. 146) aparece
desmentida por el propio legislador (en donde se habla de «aborto forzado» para referirse a la
interrupción del embarazo «en cualquier momento«) ¿No habría sido mejor redactar el art. 144 en el
sentido de que «la interrupción del embarazo [si se desea evitar la expresión ‘aborto’] dentro de las
primeras 12 semanas no es punible»?
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