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Drug Policy
help Mexico? REALIZADA EN EL INSTITUTO TECNOLÓGICO AUTÓNOMO
DE MÉXICO (ITAM) EL DÍA 6 DE ABRIL DE 2011. AL FINAL DEL
DOCUMENTO ESTÁN LOS PUNTOS EXTRAÍDOS DEL PAPER CON LOS
QUE SE DESARROLLARON LOS PUNTOS DE LA PRESENTE RÈPLICA.
Por lo general se tiende a confundir a los “cárteles de la droga” con los “grupos
delictivos organizados” generando una disociación falsa entre el problema del
narcotráfico y el problema del crimen organizado. México enfrenta un problema con los
grupos de crimen organizado que operan en el territorio nacional. En el año 2000, la
Oficina Contra las Drogas y el Delito de Naciones Unidas logró articular a 107 países
de la comunidad internacional a que firmaran y ratificaran el documento más importante
en cuanto al crimen organizado trasnacional se refiere: la Convención de Palermo.
Dicha Convención en su artículo número 2 define al crimen organizado de la siguiente
manera:
Es decir, para que el crimen organizado trasnacional pueda llegar a consolidarse como
tal, es primero necesario que exista un entramado institucional débil que permita una
severa filtración a través de huecos de autoridad que surgen de esta realidad. El crimen
organizado no es un problema de gobierno, sino un problema de Estado.
En México opera el cártel más poderoso de América Latina y el tercero a nivel mundial
sólo después de los rusos y de los chinos: el cártel de Sinaloa. Esta poderosísima
Confederación Criminal obtiene, otra vez remitiéndonos a fuentes oficiales y
académicas de los expertos en la materia, entre el 35 y 45% de sus ganancias por
traficar estupefacientes. El otro 75-65% lo obtiene de las ganancias que el secuestro, la
extorsión, la trata de blancas, la piratería, los asesinatos calificados, los actos de
terrorismo, el tráfico de documentos, y otros 15 delitos etc, dejan.
¿Cómo abatir este gravísimo problema que compromete el mismo Estado de Derecho
mexicano? La Convención de Palermo del 2000 y la Convención de Mérida del 2003
establecen 4 principales ejes que deben ser aplicados a cabalidad y en conjunto para
reducir este problema: acción policiaca y eficiente aplicación de la ley; abatir la
corrupción política; desarrollar y capacitar la inteligencia financiera y la incautación de
bienes patrimoniales; prevención social.
La idea general que se tiene es que existe una corresponsabilidad por parte de Estados
Unidos sobre lo que está pasando en México. Yo diría que esa corresponsabilidad, en un
somero intento de hacer un análisis económico del derecho, es sólo de entre 35 y 45%
(el mismo porcentaje que los ingresos provenientes del tráfico de estupefacientes del
grupo delictivo más poderosos de México). Es decir, la más grande demanda por
estupefacientes proviene de los Estados Unidos, cierto, pero de ninguna manera esa
demanda explica por completo los niveles de corrupción que se vive en México, mucho
menos la terrible violencia que azota gran parte del territorio nacional. La cooperación
con los Estados Unidos no puede centrarse únicamente en el problema que representa el
tráfico de estupefacientes si lo que esperamos es realmente obtener una integral y
duradera desarticulación de los grupos criminales organizados y con ello erradicar los
niveles de violencia que azotan a nuestro país.
Las consecuencias de implementar una política pública que sólo se concentre en buscar
erradicar la práctica de uno sólo de los 23 delitos (por ejemplo, siendo el más famoso de
todos y el que nos compete para el caso, el tráfico de estupefacientes) resultará ser más
perjudicial que benéfica. Esto debido a que el crimen organizado –como grupo
económico que es- al ver que los ingresos de una de sus rentas está parcial o
completamente comprometida, optará por redistribuir riesgos y especializarse en sus
otras fuentes de ingreso intentando subsanar la pérdida sufrida. De esta manera, en el
supuesto de que el tráfico de estupefaciente lograse ser absolutamente eliminado, lo que
estaríamos generando es un aumento considerable en el secuestro, la extorsión, la trata
de blancas, la piratería, los asesinatos calificados, los actos de terrorismo, el tráfico de
documentos, etc.
Por lo tanto hemos llegado a la conclusión que el problema del crimen organizado es
mucho más complejo y diverso que únicamente el tráfico de estupefacientes. De la
misma manera, la cooperación internacional entre México y Estados Unidos debe
avocarse al cumplimiento de los ejes de las Convenciones Internacionales y no
únicamente en un debate sobre el tráfico de estupefacientes entre las dos naciones. Si
bien es un problema de salud pública en los Estados Unidos, en México no lo es. Si bien
en Estados Unidos no es un problema de seguridad pública, en México sí lo es. De tal
manera que mientras esté desfasada nuestra comprensión sobre lo que sucede en nuestro
país y en los Estados Unidos, el problema de inseguridad en México provocada por la
actividad de los grupos delictivos organizados seguirá in crescendo como ha venido
siendo los últimos años.
Muchas gracias.
PETER REUTER, “How can U.S. Drug Policy help
Mexico?
Mexico’s principal drug problems, the violence and corruption related to
trafficking, are the consequence of the large U.S. market for cocaine, heroin,
marijuana, and methamphetamine. If the U.S. market disappeared, Mexico’s
problem would diminish dramatically, even with its own domestic consumption
remaining. Thus, it is easy to argue that the key to reducing Mexico’s problems is
vigorous efforts to reduce consumption in the United States.
It may, however, be that the current violence itself is in part engendered by the gradual
decline in the U.S. market and that further declines will, for a while at least, increase the
inter-gang disputes over falling revenues. Nevertheless, in the long run, smaller
consumption in the United States is surely going to lower the corruption and
violence associated with drug trafficking in Mexico.
During the 1990s, the Office of National Drug Control Policy commissioned a research
organization (Abt Associates) to produce estimates on at least three occasions. These
estimates are of (1) the number of “chronic users” of cocaine, heroin and
methamphetamine, defined as those who used the drug more than eight times in the
previous 30 days; (2) the total consumption of those three drugs, plus marijuana; and (3)
expenditures on the four drugs. I emphasize consumption rather than prevalence or
domestic expenditures as most relevant to Mexico’s violence and corruption:
There are no documented estimates of the share of Mexican drug revenues from each
specific drug. A cursory calculation based on the 2005 distribution of revenues across
the four drugs and taking into account other information about the contribution of
Mexican domiciled actors, suggests that the ranking of the drugs in terms of revenues to
Mexican residents is as follows: cocaine, marijuana, heroin and methamphetamine.
A substantial number of programs have been developed that aim to reduce the number
of adolescents who try illegal drugs. Most programs have shown little effect but a few
have delayed the initiation of drug and alcohol use (Faggiano et al., 2005). For example,
a small number of reputable studies find that specific family-based or classroom
management programs are able to prevent drug or alcohol use. An important
characteristic is that these programs attempt to improve behavior and social skills
more generally, within the family or classroom environment. They do not focus
exclusively or specifically on drug or alcohol use per se and indeed have a variety
of effects beyond drugs and alcohol.
The results must be placed in the context of Mexico. The outcome of primary interest
for our analysis is how much treatment can reduce the consumption of drugs, since that
is how the U.S. affects Mexico. The levels of drug use related crime in the United
States, on the other hand, has minimal consequence for Mexico.