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Don Dado, Don Quitado:

Lavar, Ungir y Bendecir a los


Enfermos entre las Mujeres Mormonas

Linda King Newell
(The New Mormon History, edited by D. Michael Quinn, Signature Books,
Salt Lake City, 1992, Cap. 6)

Para los miembros de la moderna Iglesia SUD, el término “lavar y ungir” es sinónimo de
las ordenanzas iniciatorias de la investidura del templo. José Smith primero presentó la práctica a
los miembros varones de la iglesia en el Templo de Kirtland; incluyó mujeres cuando dio la
investidura y las ordenanzas de sellamiento a su selecto “Quórum de los Ungidos” en Nauvoo 1.
Cuando los mormones establecieron un refugio en la Gran Cuenca, el lavar y ungir también se
combinó con la sanación. Aunque surgió de las ordenanzas del templo en Nauvoo, la práctica por
la mujeres fue ejercida fuera del templo. Incluso después del establecimiento de la Casa de las
Investiduras en Salt Lake en 1855, la ordenanza se efectuaba dentro de los confines de las
estructuras sagradas y en la privacidad de los hogares individuales. El vocabulario tomó
diferentes formas según la ocasión. Uno de los usos más comunes de la bendición de lavar y
ungir se originó cuando las mujeres se administraban una a otra antes del parto.
Que las mujeres podían y participaban en bendecir y sanar a los enfermos, era un hecho
claramente establecido y sancionado oficialmente cuando los Santos establecieron refugio en la
Gran Cuenca. Mujeres como Sarah Leavitt y Ena Roberts dejaron registros de sus experiencias
con sanaciones en Kirtland, Ohio.2 En Nauvoo, el profeta José Smith no solamente formó la
Sociedad de Socorro como parte esencial de la iglesia, sino que también introdujo la ceremonia
de la investidura del templo, incluyendo lavamientos y unciones. Con la llegada de la Sociedad de
Socorro, las mujeres tuvieron una organización por medio de la que manifestaban los dones del
espíritu. De este periodo, Susa Young Gates, una hija de Brigham Young, escribió: “Los
privilegios y poderes delineados por el Profeta en esas primeras reuniones [de la Sociedad de
Socorro] nunca han sido otorgados en plenitud de igualdad a la mujeres.” Luego preguntaba:
¿Esas mujeres, usted o yo, vivían tan bien como para ser dignas de todos ellos?”
Hay considerable evidencia en la minutas de las reuniones de la Sociedad de Socorro de
Nauvoo para sugerir que José Smith visualizaba a la Sociedad de Socorro como una organización
independiente, paralela a la organización del sacerdocio para los hombres.4 No obstante ambos
parecían originarse bajo la tutela del sacerdocio como un poder de Dios, no como una entidad
administrativa.
Las mismas mujeres veían su organización más que como una sociedad caritativa. Los
dones espirituales como hablar en lenguas y sanar a los enfermos no solo eran abiertamente
discutidos sino practicados por las hermanas. Con la aprobación de Smith, su esposa Emma y sus
consejeras imponían las manos sobre los enfermos y les bendecían para ser sanados. La quinta
vez que se reunió la Sociedad de Socorro, Sarah Cleveland invitó a las hermanas a hablar
libremente, y las hermanas se levantaron una a una en esta reunión de testimonios. La Hermana
Durfee estuvo entre las que hablaron. Ella “dio testimonio de la gran bendición que recibió
cuando fue administrada, después de la última reunión, por Emma Smith y [sus] consejeras
[Sarah] Cleveland y [Elizabeth] Whitney, dijo que jamás se había dado cuenta de mejor beneficio
por medio de una ministración.” Agregó que había sido sanada y “pensaba que las hermanas

LINDA KING NEWELL, ex coeditora de Dialogue: A Journal of Mormon Thaought, es co-autora de Mormon Enigma: Emma Hale
Smith. “Don Dado, Don Quitado: Lavar, Ungir y Bendecir a los Enfermos entre las Mujeres Mormonas” apareció en Sunstone 6(Sep-
Oct 1981): 16-25, y posteriormente compilado como “Dones del Espíritu: La Porción de las Mujeres” en Sisters in Spirit: Mormon
Women in Historical and Cultural Perspective, edits. Maureen Ursenbach Beecher (Urbana: University of Illinois Press, 1987), 111-
50.
tenían más fe que los hermanos.” Después de la reunión Sarah Cleveland y Elizabeth Whitney
ministraron a otra hermana de la Sociedad de Socorro, Sra. Abigail Leonard, “para la restauración
de la salud.”5
Durante la semana aparentemente alguien reportó a José Smith que las mujeres imponían
sus manos sobre los enfermos y bendiciéndoles. Su respuesta a la pregunta sobre la propiedad de
tales actos fue simple. Dijo a las mujeres en la siguiente reunión que “no podía haber mal en ello,
si Dios daba su aprobación por medio de la sanación… no podía haber más pecado en mujer
alguna al imponer las manos sobre los enfermos, que en mojarse el rostro con agua.” También
indicó que había hermanas que fueron ordenadas para sanar a los enfermos y que era su privilegio
hacerlo. “Si las hermanas tienen fe para sanar,” dijo, “que todos refrenen sus lenguas.”6
En 1857, Mary Ellen Kimball registró su visita a una mujer enferma en compañía de
Presindia, su hermana-esposa. Lavaron y ungieron a Susannah, cocinaron su comida y la vieron
comer “puerco y patatas” con gran apetito. Me regocijé con ella ya que nunca olvidaré la ocasión
en que fui sanada por el Poder de Dios por medio de la fe en Él, cuyo poder de nuevo ha sido
restaurado con el sacerdocio” (una frase que indica una diferenciación en la mente de Mary
Ellen): “Pero después que regresé a casa pensé en las instrucciones que había recibido
ocasionalmente que el sacerdocio no fue conferido a la mujer. Por consiguiente le pregunté al Sr.
[Heber C.] Kimball si las mujeres tenían derecho a lavar y ungir a los enfermos para la
recuperación de su salud o si es una burla para ellos hacerlo así. Respondió que en la medida que
sean obedientes a sus esposos, tienen derecho a ministrar de ese modo en el nombre de Jesucristo,
pero no por la autoridad del sacerdocio investido en ellas, porque esa autoridad no está dada a la
mujer.” Entonces Mary Ellen anota un argumento que calmaría los recelos en las siguientes
cuatro décadas: “También dijo que podían ministrar por medio de la autoridad dada a sus esposos
en la medida que eran uno con su esposo.”7
Al mismo tiempo que un fuerte aliento oficial para que las mujeres desarrollaran y usaran
sus poderes espirituales es evidente, Brigham Young, hablando el 14 de noviembre de 1869,
fustiga tanto ahombres como mujeres por no mejorarse. El ejemplo que citaba era el de un niño
enfermo. “¿Por qué no viven de manera que reprendan a la enfermedad?” demandaba. “Es su
privilegio hacerlo así, sin enviar por los Élderes.” Asentó un consejo práctico, si el niño estaba
enfermo de fiebre o de un estómago revuelto, traten esos síntomas por todos los medios, cuídense
de demasiada medicina, y recuerden que la prevención es mejor que la cura. Finalizó dirigiéndose
específicamente a las madres: “Es el privilegio de la madre tener fe para ministrar a su hijo; esto
puede hacerlo ella misma, como enviando por los Élderes para tener el beneficio de su fe.”8 tener
fe suficiente para sanar era claramente, para Young, “religión práctica,” como tener comida
suficiente a la mano.
El año anterior, en Cache Valley, el Élder Ezra T. Benson había llamado a todas las
mujeres que habían sido ordenadas para lavar y ungir para ejercer su poder para reprender una
enfermedad no especificada que tan destructivamente se extendía por el valle.” 9 este registro no
identifica a las mujeres ordenadas ni quién les ordenó. Solamente decía que fueron “ordenadas
para lavar y ungir.” El diario de Zina Huntington Young menciona varias sanaciones. El
cumpleaños de José Smith en 1881, ella lavó y ungió a una mujer “para su salud” y ministró a
otra “para su oído.” Recordaba el cumpleaños del profeta y hacía memoria sobre los días en
Nauvoo cuando ella era una de sus esposas plurales: “He practicado mucho con Mi Hermana
Presendia Kimball en Nauvoo y desde entonces antes de la muerte de José Smith. Él bendijo a las
hermanas para bendecir a los enfermos.” Tres mese después, en marzo de 1890: “Fui a ver a
Chariton [su hijo] y le ministré, me sentí tan triste al verle sufrir.” Al año siguiente anota con
satisfacción escuchar un mensaje del Obispo Whitney donde “bendice a las Hermanas por tener fe
para ministrar a sus propias familias con humilde fe, no diciendo por medio de la Autoridad del
Santo sacerdocio sino en el nombre de Jesucristo.”10
No obstante, la sanación por medio de mujeres causaba alguna confusión. Esta silenciosa
práctica rutinaria en el nivel local, ocasionalmente levantaba preguntas que, cuando se
contestaban públicamente por medio de los líderes de la iglesia o de la Sociedad de Socorro,
parecía iniciar una ola de intranquilidad que tarde o temprano disparaba otra pregunta. Los líderes
de la iglesia comenzaron a emitir advertencias generales sobre las bendiciones de mujeres a los
enfermos. Angus Cannon, presidente de la Estaca Salt Lake, incluyó lo siguiente en su respuesta
a una pregunta sobre mujeres poseedoras del sacerdocio: “Las mujeres solamente pueden poseer
el sacerdocio en conexión con sus esposos; el hombre posee el sacerdocio independiente de la
mujer. Las mujeres tienen el derecho para ungir a los enfermos, y orar al Padre para sanarlos, y
para ejercer esa fe que prevalecerá con Dios; pero las mujeres deben ser cuidadosas en cómo usan
la autoridad del sacerdocio al administrar a los enfermos.”11 Dos años después, el 8 de agosto de
1880, el discurso de John Taylor sobre “El Orden y Deberes del Sacerdocio” reafirmó que las
mujeres “poseen el Sacerdocio solo en conexión con sus esposos, ambos siendo uno con sus
esposos.”12
Una circular enviada desde Lago Salado ese octubre “para todas las autoridades del
Sacerdocio y Santos de los Últimos Días” describía la organización de la Sociedad de Socorro, su
composición, sus propósitos, las calificaciones de sus oficiales, y sus deberes. La carta incluye
una sección llamada “Los Enfermos y Afligidos”: “Es el privilegio de todas las mujeres fieles y
los miembros laicos de la Iglesia, que creen en Cristo, ministrar a todos los enfermos o afligidos
en sus respectivas familias, ya sea por medio de la imposición de manos, o por medio de la
unción con aceite en el nombre del Señor: pero deben ministrar en estas ordenanzas sagradas, no
por virtud y autoridad del sacerdocio, sino por virtud de su fe en Cristo, y las promesas hechas a
los creyentes: y de estas maneras deben hacer en todas sus ministraciones.”13 Parece claro que la
Primera Presidencia contestaba una de las preguntas: ungir y bendecir a los enfermos no es una
función oficial de la Sociedad de Socorro ya que cualquier miembro fiel puede efectuar esta
acción. Sin embargo, al especificar el derecho de las mujeres para ministrar a los enfermos “en
sus respectivas familias,” los líderes de la iglesia trajeron a colación otra pregunta: ¿Qué hay
sobre ministrar a aquellos fuera de la familia? No dieron respuesta, aunque ciertamente la práctica
de llamar a los Elderes o llamar a las hermanas había sido establecida.
Otra cuestión se alberga en el tema: “¿Es necesario que las hermanas sean apartadas para
oficiar en las ordenanzas sagradas de lavar, ungir e imponer las manos al ministrar a los
enfermos?” Eliza R. Snow usó las columnas del Woman’s Exponent en 1884 para contestar:
“Ciertamente no. Todas las hermanas que honran sus santas investiduras, no solamente tienen el
derecho, sino que deben sentirlo como un deber siempre que sean llamadas para ministrar a
nuestras hermanas en estas ordenanzas, que Dios gentilmente ha comprometido tanto a Sus hijas
como a Sus hijos; y testificamos que cuando son administradas y recibidas con fe y humildad, son
acompañadas con toda la omnipotencia. En la medida en que Dios nuestro Padre ha revelado
estas ordenanzas sagradas y las ha comprometido a Sus Santos, no solamente es nuestro
privilegio sino nuestro deber imperativo aplicarlas para el alivio del sufrimiento humano.”
Entonces Eliza Snow en 1884 hizo eco del lenguaje de José Smith en sus instrucciones del 28 de
abril de 1842 a la Sociedad de Socorro: “miles pueden testificar que Dios ha aprobado la
administración de estas ordenanzas [de sanar a los enfermos] por medio de nuestras hermanas con
la manifestación de Su influencia sanadora.”14
Al contestar la pregunta de quién debe “oficiar en las ordenanzas sagradas,” el lenguaje
de Eliza Snow es instructivo. Al limitar su ejecución a aquellas que han sido investidas, ella
definitivamente puso la fuente de su autoridad bajo el escudo de aquellas ordenanzas en el
templo. En otras palabras, vio el lavamiento y la unción de los enfermos como una ordenanza que
podía y de hecho tenía lugar fuera de los confines del templo. Las mujeres por medio de su
investidura tenían tanto la autoridad como la obligación de realizarlas.
Dos puntos de vista diferentes no estaban escritos en letra de molde. Eliza R. Snow y la
Primera Presidencia acordaron que la Sociedad de Socorro no tenía el monopolio de la ordenanza
de ministración por y para las mujeres. La Primera Presidencia, no obstante, dio a entender que la
ordenanza debería limitarse a la familia de la mujer, sin especificar más requerimiento que la
fidelidad. Eliza Snow, por otra parte, nada dijo de limitar la administración a la familia–
ciertamente la implicación está clara que cualquiera que necesite una bendición debe recibirla–
pero dijo que solamente las mujeres que han sido investidas pueden oficiar.
Como los lavamientos y las unciones continuaban, las mujeres que asistieron a una
conferencia de la Sociedad de Socorro en 1886 escucharon a la Hermana Tenn Young
apremiarles: “Deseo hablar del gran privilegio dado a nosotras para lavar y ungir a las enfermas y
sufrientes de nuestro sexo. Aconsejaría a toda la que espera llegar a ser Madre que le sean
administradas estas ordenanzas por medio de una hermana fiel.” Después dio instrucciones de
cómo debería hacerse. Su consejo fue endosado por Mary Ann Freeze quien “dijo que prestó
atención a esto y la maldición de dar a luz con sufrimiento casi fue quitada.”15
Pero las dudas siguieron surgiendo entre las mujeres cuyo deseo de aprobación de sus
hermanos presidentes inevitablemente les llevaron a las preguntas de propiedad. Sin embargo, las
respuestas variaban, dependiendo de quién las proporcionaba.
En 1888, Emmeline B. Wells, editora del Exponent y pronta a ser presidenta de la
Sociedad de Socorro, envió al presidente de la iglesia Wilford Woodruff una lista de preguntas
sobre el tópico de lavamientos y unciones. A continuación las preguntas de ella y las respuestas
de él:
“Primera: ¿Están justificadas las hermanas al administrar la ordenanza de lavar y ungir
antes de los partos a aquellas que han recibido sus investiduras y se han casado con hombres
fuera de la Iglesia?
“Segunda: ¿Puede alguien que no ha recibido sus investiduras ser administrada por las
hermanas, si es una Sato fiel de buena reputación y aún no ha tenido la oportunidad de ir al
templo para las ordenanzas?
“Para comenzar con,” escribio Woodruff, “deseo decir que la ordenanza de lavar y ungir
es una que solamente debe ser administrada en Templos u otros lugares santos que están
dedicados para el propósito de dar investiduras a los Santos. Esa ordenanza no puede ser
administrada a cualquiera si ella ha recibido o no ha recibido sus investiduras, en cualquier otro
lugar o bajo cualesquiera otras circunstancias.
“Pero imagino por sus preguntas que usted se refiere a una práctica que ha crecido entre
las hermanas de lavar y ungir a las hermanas que se aproximan a su parto. Si es así, esto no es,
estrictamente hablando, una ordenanza, a menos que sea hecho bajo la dirección del sacerdocio y
en conexión con la imposición de las manos para la restauración de los enfermos.
“No es impropio que las hermanas laven y unjan a sus hermanas de esta manera, bajo las
circunstancias que usted describe; pero debe entenderse que hacen esto, no como miembros del
sacerdocio, sino como miembros de la Iglesia, ejerciendo su fe y pidiendo las bendiciones del
Señor sobre sus hermanas, así como ellas y todo miembro de la Iglesia puede hacer a favor de los
miembros de sus familias.”16
Las distinciones de Woodruff entre la ordenanza del templo de lavar y ungir, la práctica
de los miembros de la iglesia de lavar y ungir, y la ordenanza del sacerdocio de ungir en
conexión con una bendición no se dirigen directamente a la posición que Eliza R. Snow había
tomado antes de que únicamente mujeres investidas debían administrar a otras. Pero el tema se
volvió más confuso. Cuando el mismo acto era realizado y usadas casi las mismas palabras entre
las mujeres en el templo, entre las mujeres fuera del templo, y entre los hombres ministrando a las
mujeres, la distinción –para la mente común –era verdaderamente oscura.
En 1889, Zina D. H. Young, hablando en una conferencia general de la Sociedad de
Socorro, dio consejo a las hermanas sobre una variedad de temas. Entre el almacenamiento de
trigo y el cultivo de la seda viene este párrafo: “Es el privilegio de las hermanas, que son fieles en
dar cuenta de sus deberes, y han recibido sus investiduras y bendiciones en la casa del Señor,
ministrar a sus hermanas, y a los pequeños, en tiempos de enfermedad, en mansedumbre y
humildad, siempre siendo cuidadosas de pedir en el nombre de Jesús, y dar la gloria a Dios.”17
aunque no especifica si el “privilegio” se refiere a lavar y ungir o ambos, reafirma –sin
mencionarlo –que no es una ordenanza del sacerdocio. También reitera la posición de Eliza que
era un privilegio de las investidas.
Cuando finalizaba la última década del siglo diecinueve, eran añadidos refinamientos,
tanto oficialmente como en los barrios y estacas. En 1893, el Young Women’s Journal aconseja a
las chicas a obtener fe suficiente para ser sanadas ya que es “mucho más fácil… mucho menos
problemático y caro” que el tratamiento médico. Luego la escritora ofrecía un programa para
incrementar la fe: “No esperes hasta estar enferma, cercano a la muerte antes de probar tu fe y el
poder de Dios. La próxima vez que tengas un dolor de cabeza toma algo de aceite y pide a Dios
que te sane. Si tienes un ligero ataque de úlcera de garganta, prueba el aceite y una pequeña
oración antes de tratar con algo más. Vete a la cama y ve si no estás mejor por la mañana. Si lo
estás, entonces ve añadiendo experiencia tras experiencia hasta que hayas acumulado un almacén
de fe que será necesitado cuando tu cuerpo esté débil, y estés enferma de muerte… y si aún te
sientes enferma pide a tu madre o a tu padre que te ministre. Prueba eso; luego, si eso falla, y
ellos desean llamar a los Élderes, que lo hagan, y así agotamos las ordenanzas del sacerdocio
antes que tomes el otro paso [llamar al médico].” 18 Este enérgico pragmatismo hace eco de la
cordialidad de Brigham Young –aquí no hay nada misterioso o místico sobre la fe y los dones
espirituales. Pero quizá lo más revelador es la actitud de autosuficiencia espiritual y la
intercambiabilidad de la madre y el padre como ministradores. Si este artículo refleja la práctica
de manera amplia entre la membresía, la ministración estaba lejos de estar limitado a hombres
poseedores del sacerdocio.
Otro ejemplo revelador ocurrió en 1895 cuando el Hermano Torkel Torkelson,
ampliamente requerido en su comunidad para bendecir a los enfermos, registra que dos hermanas
“vinieron a mi casa para lavar y ungir a mi esposa antes de su alumbramiento. Como sucedió que
me encontraba en casa, las hermanas me llamaron para bendecirla. Después que la hube
bendecido y luego sellado la santa ordenanza que las hermanas habían realizado… pude ver el
poder de Dios descender” sobre ella, y ella profetizó en lenguas sobre él, su familia y el niño
nonato.19 Es interesante que Torkelson bendijera a su esposa porque “sucedió que me encontraba
en casa” y que califica al servicio de las hermanas una “ordenanza santa.” La distinción trazada
en los altos niveles no era tan restrictiva en los más bajos.
En el siglo veinte, continuó la controversia sobre las tradiciones y políticas aludiendo en
general a las ministraciones de las mujeres a los enfermos y en específico a lavamientos y
unciones. El 16 de septiembre de 1901 una reunión de la mesa general de la Sociedad de Socorro
discutió “si las hermanas deberían sellar la unción después de los lavamientos y unciones. La
Pres. [Elmina S.] Taylor dijo que creía que estaba bien. Ella había recibido un gran beneficio por
el sellamiento de las hermanas, como el de los hermanos, pero creía que era sabio pedir al
sacerdocio que sellara la unción cuando estuviera accesible.” Su propio testimonio de que había
sido grandemente beneficiada tanto por las hermanas como por los hermanos, sugiere que no
creía que un hombre con la ordenación del sacerdocio pudiera ser más eficaz, solo que pensaba
que había sabiduría al incluir tanto como fuera posible a los poseedores del sacerdocio. Esta
interpretación es confirmada por su siguiente declaración:”Y si los hermanos decidieron que las
mujeres no podían sellar la unción, entonces debemos hacer como dicen,” pero podía ver razón
alguna de por qué las mujeres no podían: “La tía Zina lo hizo.”
Más de cinco años antes, Ruth Fox registró una discusión con la misma Zina Young
delicadamente temible. “Cuando se le preguntó si las mujeres poseían el sacerdocio en conexión
con sus esposos, [ella dijo] que debíamos estar agradecidas por las muchas bendiciones que
gozamos y no decir nada sobre ello. Si plantas un grano de trigo y escarbas y miras para ver si
está creciendo, arruinarías la raíz. La respuesta fue muy satisfactoria para mí.”20
Pero siempre alguien estaba ansioso de escarbar, y cada vez las raíces espirituales de las
mujeres estaban en peligro. Algunas, como Louisa Lulu Green Richards, ex editora del Woman´s
Exponent, respondieron indignantemente. El 9 de abril de 1901 escribió un tersa carta al
presidente de la iglesia Lorenzo Snow en relación con un artículo que leyó en el Deseret News el
día anterior, que afirma: “El Presbítero, Maestro o Diácono puede administrar a los enfermos, y
también un miembro, varón o hembra, pero ninguno de ellos puede sellar la unción y bendecir,
porque la autoridad para hacer eso está investida en el Sacerdocio según el orden de
Melquisedec.” El asunto de sellar fue agregado de esta manera a la larga lista de ambigüedades.
Lulu dijo: Si la información dada en la respuesta es absolutamente correcta, entonces yo misma y
miles de otros miembros de la Iglesia erróneamente instruidos y trabajamos bajo un error serio,
que ciertamente debe corregirse con autoridad.” Ella da un indicio de la clase de autoridad que
sería necesaria al declarar firmemente: “La Hermana Eliza R. Snow Smith, quien recibió las
instrucciones del Profeta José Smith, su esposo [el hombre a quien escribe es el hermano de
Eliza], enseñaba entonces a las hermanas que una parte muy importante de la ordenanza sagrada
de la ministración a los enfermos era el sellamiento de la unción y las bendiciones, y nunca
debería omitirse. Y continuamente seguimos el modelo que ella nos dio. No sellamos por la
autoridad del sacerdocio, sino en el nombre de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.”21
Sin embrago, en los pocos años siguientes, una definición emergente de la autoridad del
sacerdocio y un acentuado énfasis sobre su importancia quitaría más y más responsabilidades
espirituales de las mujeres y las aglutinaría al sacerdocio. Las mismas declaraciones autorizando
la continuación de las bendiciones de las mujeres solamente señalaban su dependencia de ese
permiso. Un mes después, la presidencia general de la Sociedad de Socorro envió al Presidente
Snow una copia de la carta de 1888 del Presidente Woodruff a Emmeline B. Wells. Esta carta,
antes discutida, distinguía entre lavamientos y bendiciones como una ordenanza (y por
consiguiente limitado al templo, bajo la autoridad del sacerdocio) y como un acto de hermanas.22
Como presidente de la iglesia, Snow reafirmó esta posición con la excepción que las bendiciones
debían ser “confirmadas” en vez de “selladas.”23
En algún momento durante la primera década del nuevo siglo, la Sociedad de Socorro
circuló una carta, con el membrete de la Sociedad de Socorro, llamada sencillamente “Respuestas
a Preguntas.” Sin fecha, terminaba con la anotación: “Aprobada por la Primera Presidencia de la
Iglesia.” Esta carta de dos páginas era el documento más completo a la fecha sobre el tema.
En función de la extensión en que fue circulada esta carta, puede haber sido una respuesta
a una lección anónima, del Young Woman’s Journal de 1903, que afirmaba: “Solamente el
Sacerdocio más alto o de Melquisedec tiene el derecho de imponer las manos para la sanación de
los enfermos, o para dirigir la administración… aunque orar por los enfermos es el derecho que
necesariamente pertenece a todo miembro de la Iglesia.” 24 esta puede ser la primera aseveración
publicada que únicamente el sacerdocio de Melquisedec tenía la autoridad para sanar. Pero la
carta de la Sociedad de Socorro aprobada rebatía directamente esa posición.
Esta carta aclaraba algunos temas que antes habían sido ambiguos o contradictorios. Las
administraciones de las mujeres a los enfermos no necesariamente caían como una función de la
Sociedad de Socorro, pero indicaban claramente que las mujeres no necesitaban permiso o
participación del sacerdocio para ejecutar estos deberes. Citar la posición de Eliza R. Snow daba
a cualquier mujer investida autoridad para realizar tales servicios. Limitar las bendiciones a la
propia familia de uno no era necesario. La carta también prevenía a las mujeres para evitar
semejanzas de lenguaje con las ceremonias del templo, y aunque las bendiciones debían ser
selladas, las hermanas no necesitaban a un poseedor del sacerdocio para hacerlo.25
Nephi Pratt, presidente de misión SUD en Portland, Oregon, escribió al presidente de la
iglesia, Joseph F. Smith, en 1908 para indagar si al apartar a las hermanas, de la Sociedad de
Socorro, debía darles autoridad para lavar y ungir a las hermanas para su parto y también si había
algunas formas que ellas debían seguir. El Presidente Smith contestó que los lavamientos y
unciones en cuestión era una práctica que “Algunas de las Hermanas de la Sociedad de Socorro
parecen haber confundido… con una de las ordenanzas del templo… por tanto, deseamos que
usted recalque a las hermanas de su Sociedad de Socorro que esta práctica en ningún sentido es
una ordenanza, y no debe considerarse como tal, a menos que sea atendida bajo la dirección de la
debida autoridad en conexión con la ordenanza de imposición de manos para la sanación de los
enfermos.”
Sin embargo, enfatizó que incluso las mujeres que no han recibido sus investiduras
podían participar en estos lavamientos y unciones “ya que no hay impropiedad alguna al hacerlo,
en tanto que lo hagan de la manera correcta, es decir, en el espíritu de la fe y la oración, y sin
presunción de autoridad especial, no más de hecho que generalmente los miembros de la iglesia
en general necesiten estar impedidos de recibir una bendición de manos de mujeres fieles… En
cuanto a la forma particular de las palabras que deben ser usadas, no hay ninguna, como no la hay
para que un élder use al administrar a los enfermos.”26
El 17 de diciembre de 1909, la Primera Presidencia, todavía encabezada por Joseph F.
Smith, de nuevo endosó la carta de 1888 del Presidente Woodruff a Emmeline B. Wells, haciendo
una corrección: particularmente en el inciso correspondiente a la administración de las mujeres a
los niños, el Presidente [Anthon H.] Lund ha dicho que esas hermanas no necesariamente deben
ser únicamente quienes han recibido sus investiduras, porque no siempre es posible para las
mujeres tener ese privilegio y las mujeres de fe pueden hacerlo [da r bendiciones].”27
Aparentemente, por primera vez, directa y decididamente, un presidente de la iglesia
enunciaba una política acerca de quién podía dar y recibir tales bendiciones, separando dichas
acciones de las ceremonias del templo y haciéndolo un rito accesible para cualquier miembro de
la iglesia, hombre o mujer. Pero el asunto todavía no se echaba al olvido. La silenciosa práctica
de lavar y ungir entre las mujeres continuaba, pero iba acompañada de mayor inquietud, más
preguntas y mayor incertidumbre sobre lo apropiado de tales acciones.
El libro de minutas de la Sociedad de Socorro del Segundo Barrio de Oakley (Idaho)
contiene una rara anotación sin fecha, la redacción de la bendición que debía pronunciarse al
lavar, ungir, y sellar esa unción, para las mujeres embarazadas antes de dar a luz. Aunque Joseph
F. Smith había dicho que no había formas especiales para tales ocasiones, parece que las
hermanas estaban más cómodas con una escrita. Hasta qué punto siguieron el patrón o se
desviaron de él, no se sabe, pero la existencia misma de tal documento es una insistencia que
debe hacerse, que debe hacerse de cierto modo, y que está relacionado con la Sociedad de
Socorro. Ellas siguieron el primer consejo para evitar la fraseología usada en el templo.
Las primeras dos bendiciones se siguieron muy cercanas una a la otra con cambios
menores en la fraseología. Eran específicas y globales: “Ungimos tu columna vertebral para que
seas fuerte y saludable, que ninguna enfermedad se aferre a ella, que ningún accidente te suceda;
tus riñones para que sean activos y saludables y realicen sus funciones apropiadas; tu vejiga para
que sea fuerte y protegida de los accidentes; tus Caderas para que tu sistema pueda relajarlas y
den paso para el nacimiento de tu hijo; tus costados para que tu hígado, tus pulmones y bazo sean
fuertes y realicen sus funciones apropiadas,… tus pechos para que tu leche fluya libremente y no
seas afligida con pezones dolorosos, como lo son muchas; tu corazón para que sea reconfortado.”
Continuaban pidiendo bendiciones del Señor sobre la salud del hijo nonato y expresaban la
esperanza de que no llegara antes de su “tiempo completo” y que “el se presentará en posición
correcta para el nacimiento y que la placenta llegará a su debido tiempo… y no necesitas tener
flujo en exceso… ungimos… tus muslos para que sean saludables y fuertes y que estés exenta de
calambres y del estallido de venas… Que puedas permanecer sobre la tierra [y] entrar y salir de
los Templos de Dios.”28
El documento combina consideraciones prácticas, más común de las mujeres platicando
sobre la cerca de atrás, con la paz y el consuelo reconfortante de ser ungidos con el bálsamo de la
fraternidad femenina.29 Las mujeres sellaban la bendición: “Hermana______ unidamente
ponemos las manos sobre ti y tu hijo y pedimos a Dios que sus bendiciones descansen sobre ti,
que tengas dulce sueño por la noche, que tus sueños sean placenteros y que el buen espíritu te
guarde y proteja de la influencia de todo espíritu y poder maligno, que completes tu tiempo y que
cada bendición que hemos pedido a Dios que te confiera a ti y a tu progenie se cumpla
literalmente, que todo miedo y temor sean quitados de ti y que confíes en Dios. Todas estas
bendiciones unidamente sellamos sobre ti en el nombre de Jesucristo, Amén.”30 La tierna
atención tanto al estado psicológico y físico de la mujer es un ejemplo de servicio amoroso y
dulzura.
Que esta práctica ampliamente generalizada continuó de forma similar durante varias
décadas más se ilustraba en un relato escrito por una hermana canadiense: “En los primeros años
de los 1930’s, en el barrio R. S. de Calgary bajo la presidentas –Bergeson, Maude Hayes, Lucile
Ursenbach, con frecuencia las hermanas pedían lavamiento y bendición antes de ir al hospital
para una operación o parto. En esta ordenanza dos hermanas lavaban las partes del cuerpo,
pronunciando las palabras apropiadas de oración y bendición, siendo aconsejadas para evitar la
semejanza con las expresiones usadas en una ordenanza del templo, y en la conclusión ponían sus
manos sobre las cabeza de la receptora y, en el nombre del Señor pronunciaban una bendición
más.”31
En Cache Valley en 1910 en una reunión de la Sociedad de Socorro se dieron testimonios
de sanaciones. La Presidenta Lucy S. Cardon “leyó algunas instrucciones a las hermanas sobre
los lavamientos y las unciones [de] los enfermos y cómo deben hacerse apropiadamente.” Luego
una hermana “hizo una pregunta sobre el tema” de lavar y ungir, y Martha Meedham, con
mundana energía que sale de la página, contestó que “había hecho tantos lavamientos y unciones
como cualquiera en esta Estaca. Relató una experiencia de una bendición que había dado cuando
estaba en Salt Lake. Dijo que quería pasar el resto de su vida haciendo el bien a otros y
bendecirles y confirmarles. Relató experiencias donde todas habían bendecido y ungido personas.
Dijo que había escrito al Pte. J. F. Smith y él le dijo que continuara y bendijera y confortara como
lo había hecho en el pasado. Era un don que solamente era dado a pocos, pero todas las hermanas
que lo deseen y se les solicite pueden realizar esto.”
Junto con algunas otras hermanas la presidenta de la Sociedad de Socorro local, Margaret
Ballard “habló de su exp[eriencia] en lavamiento y unción y dijo que habían cumplido con estas
instrucciones dadas.” La siguiente oración habla volúmenes no solamente de la independencia de
la Sociedad de Socorro sino quizá también de una mezcla de orgullo y trepidación: “Las
hermanas sentían que el Obispo debía estar familiarizado con la obra que hacemos.” 32 Ballard
continuó, diciendo a las hermanas “cómo fue que sintió la impresión de bendecir y administrar a
su padre, que estaba enfermo y doliente y que fue sanado. También sintió la impresión de
bendecir a su esposo y fue sanado.” La sesión se cerró apropiadamente cantando “Cuenta Tus
Bendiciones.”
Dos años después, en octubre de 1914, el Presidente Joseph F. Smith y sus consejeros
enviaron una carta a los obispos y presidentes de estaca estableciendo la política oficial de las
“Hermanas de la Sociedad con relación a la Unción de los Enfermos.” Por vez primera un
documento así no llegaba por medio de la misma Sociedad de Socorro. 33 Poca de la información
era nueva. Formalizaba la política que había tomado forma a través de los años: La cláusula de
Lorenzo Snow que la bendición debía ser confirmada no sellada, la de Wilford Woodruf de que
no era una función de la Sociedad de Socorro y tampoco era una ordenanza. Parece ser que la
única nueva política era que tal obra está bajo “la dirección” del obispo.
En la Conferencia General del 13 de abril de 1921, el Élder Charles W. Penrose informó
sobre mujeres preguntando “si no tenían el derecho a administrar a los enfermos” y, citando la
promesa de Jesús a sus apóstoles de los signos que seguirán a los creyentes, concedió que puede
haber “Ocasiones cuando quizá sería sabio que una mujer ponga sus manos sobre un niño, o
algunas veces unas a otras, y ha habido citas hechas a nuestras hermanas, unas buenas mujeres,
para ungir y bendecir a otras de su propio sexo que esperaban pasar por momentos de gran prueba
personal dolores y labor de parto; así que todo está bien, hasta aquí. Pero cuando las mujeres van
por ahí y declaran que han sido apartadas para administrar a los enfermos y toman el lugar que ha
sido dado por revelación a los Élderes de la Iglesia como se declaró en la antigüedad por medio
de Santiago, y por medio del Profeta José en los tiempos modernos, eso es una presunción de
autoridad y contrario a la escritura, que es que cuando la persona esté enferma deben llamar a los
Élderes de la Iglesia y orarán por ellos e impondrán oficialmente las manos sobre ellos.34 Aunque
citó la autoridad de José Smith, Penrose contradijo la ampliación de Smith de los privilegios de
sanación a las mujeres. De hecho, Smith había citado la misma escritura en la reunión de la
Sociedad de Socorro el 12 de abril de 1842, pero irónicamente había hecho un comentario
completamente diferente: “Estos signos… seguirían a todos los creyentes, sea hombre o mujer.”35
Durante los 1920’s los líderes de la iglesia trazaron gruesas líneas entre los dones
espirituales y los poderes del sacerdocio. Con la aclaración del papel del sacerdocio en la
sanación llegaron mayores restricciones a la esfera de la mujer. Los líderes de la Iglesia pusieron
en claro que las mujeres no tienen derecho al poder del sacerdocio. La continua redefinición del
sacerdocio sostuvo que la sanación, unción con aceite, etc. eran funciones exclusivas de los
Élderes.
Por 1928 el Presidente Heber J. Grant defendió al sacerdocio contra “el reclamo… de la
dominación del pueblo por aquellos que presiden sobre ellos.” Citó la descripción de la manera
ideal en que la autoridad del sacerdocio debe funcionar, encontrado en Doctrina y Convenios 121,
y luego preguntó retóricamente: “¿Es algo terrible ejercer el sacerdocio del Dios viviente a la
manera que el Señor prescribe: ‘Por benignidad y mansedumbre’?”37 Ahora el modelo había sido
establecido, aclarado y validado.
La fuerza de ese modelo se pede ver a través de una carta de Martha A Hickman quien
escribió a la presidenta de la Sociedad de Socorro general, Louise Yates Robison, preguntando:
“¿Es ortodoxo y aprobado hoy por la Iglesia realizar ‘lavamientos’ y ‘unciones’ para los
enfermos (hermanas) especialmente en su internamiento para dar a luz?
“Algunos han propugnado que el procedimiento apropiado sería tener una administración
especial de unos hermanos poseedores del sacerdocio para quienes deseen una bendición especial
en este momento.
“Hace algunos años, cuando nuestros templos eliminaron esta ordenanza para los
enfermos y mujeres embarazadas, en muchos de nuestros barrios en esta estaca, como en estacas
cercanas, comités de hermanas, generalmente dos o tres en cada comité, fueron llamadas y
apartadas para esta labor de ‘lavar’ y ‘ungir,’ en sus respectivos barrios, dondequiera que se
deseara esta ordenanza.
“Me ocurrió ser la cabeza de este comité en el Primer Barrio de la Estaca Logan. Hemos
oficiado en esta capacidad por unos diez años, hemos gozado nuestro llamamiento y hemos sido
apreciadas. No obstante, desde que han surgido las preguntas anteriores, no nos sentimos del todo
cómodas. Nos gustaría estar en armonía, como también ser capaces de informar correctamente a
quienes buscan información. Ni nuestra Presidenta de la Sociedad de Socorro de la Estaca ni el
Presidente de la Estaca parecen tener nada definitivo sobre este asunto.”38
Robison envió de regreso la carta de Hickman a su presidenta de Sociedad de Socorro de
estaca local, con una carta anexa explicando:
“Con referencia a la pregunta surgida, podemos decir que esta hermosa ordenanza
siempre ha estado con la Sociedad de Socorro, y es nuestro deseo sincero que podamos continuar
teniendo ese privilegio, u hasta el momento presente el Presidente de la Iglesia siempre nos lo ha
permitido. Sin embargo, hay algunos lugares donde una posición definitiva en contra ha sido
tomada por las Autoridades del Sacerdocio, y donde tal es el caso no podemos hacer nada sino
aceptar su voluntad en la materia. No obstante, donde les es permitido a las hermanas hacer esto
para las mujeres embarazadas, deseamos que sea hecho muy silenciosamente, y sin infringir el
servicio del Templo. Realmente es una bendición de la madre, y no apoyamos el nombramiento
de comités que estén a cargo de esto, sino que cualquier buena hermana digna es elegible para
realizar este servicio, si tiene fe y está bien acreditada en la Iglesia. Es algo que debe ser tratado
muy cuidadosamente y, como hemos sugerido, sin hacer ostentación o discutir sobre ello.
“Hemos escrito a la Hermana Hickman y le hemos dicho que les consulte en este asunto,
como es siempre nuestra costumbre discutir asuntos de esta clase con nuestras Presidentas de
Estaca [de la Sociedad de Socorro], y que ellas aconsejen a las hermanas en sus Barrios.”39
Hay un aire de timidez casi melancólica sobre la carta de Robison que da indicios de casi
resignación hacia el cambio que sucedía, no necesariamente porque la política contra las
bendiciones hubiera cambiado per se, sino porque la política sobre el sacerdocio en general había
cambiado el medio ambiente n el que ocurrían las bendiciones por mujeres. Las bendiciones que
no eran del sacerdocio ahora eran sospechosas. Uno de los últimos documentos sobre el tema es
un cuadernillo de notas conteniendo un registro de “Lavamiento(s) y Uncion(es) hechos por
hermanas en el Barrio 31” en Salt Lake City. Comienza en 1921: “La hermana Dallie Watson por
parto, Dic. 1, 1921 –por Emma Goddard y Mary E. Creer. 1033 Lake Street.” Cada pocas
semanas hay otra entrada, usualmente por alumbramiento o enfermedad. La última entrada es el 2
de julio e 1945 un lavamiento y unción para Jane Coulam Moore por tres hermanas, una de las
cuales es la misma Emma Goddard quien había oficiado veinticuatro años antes en la primera
anotación.40
El año siguiente trajo el toque de difuntos oficial para este don espiritual particular. El 29
de julio de 1946, el élder Joseph Fielding Smith del Quórum de los Doce Apóstoles escribió a
Belle S. Spafford, la presidenta general de la Sociedad de Socorro, y sus consejeras, Marianne C.
Sharp y Gertrude R. Garff: “Aun cuando las autoridades de la Iglesia han estipulado que es
aceptable, bajo ciertas condiciones y con la aprobación del sacerdocio, que las hermanas laven y
unjan a otras hermanas, no obstante sienten que es mucho mejor para nosotros seguir el plan que
el Señor nos ha dado y enviar por los Élderes de la Iglesia para que vengan y ministren a los
enfermos y afligidos.”41 Ciertamente, sería difícil que una hermana dijera que no desea seguir “el
plan que el Señor nos ha dado” pidiendo la ministración de sus hermanas en vez de los Élderes.
Una obrera de la Sociedad de Socorro en Canadá recordaba: “Esta ordenanza era un consuelo y
una fortaleza para muchos. Pero fue descontinuada y se les pidió a las hermanas que más bien
solicitaran la ministración por el Sacerdocio cuando fuera necesario y deseable.”42 El
pronunciamiento del élder Smith finalizó la práctica donde no se había parado ya. No tenemos
evidencia posterior de lavamientos y bendiciones de unciones dadas por mujeres. Sin embargo,
desde la publicación original de este ensayo en 1981, más de una docena de mujeres han contado
a la autora sus experiencias con bendiciones y sanación. Una mujer tomó en sus brazos el cuerpo
frágil, acosado por el cáncer, de su hermana y la bendijo con un día sin dolor. Otras dos mujeres,
en casos separados, bendijo cada una y sanó a un niño a su cuidado. Ninguna de estas mujeres
había nunca discutido antes la bendición con nadie por el temor que sería considerada
“inapropiada.” Varia mujeres juntas bendijeron a una amiga íntima justo antes de tener una
histerectomía. Otras pidieron que su experiencia no fuera mencionada –de nuevo por el temor de
que lo que fue personal y sagrado para ellas fuera malentendido y visto como inapropiado por
otros. Por supuesto, la misma clase de bendiciones, cuando son realizadas por poseedores del
sacerdocio, comúnmente son relatadas en las reuniones de la iglesia como experiencias
promotoras de la fe y en ese espíritu son aceptadas por los miembros de la iglesia.43
En 1981, un artículo, en la revista New Era de la Iglesia, titulado “El Presidente Habla
sobre la Ministración a los Enfermos,” tiene relación con el tema. Aunque no trata de la práctica
de lavar y ungir a los enfermos, sí declara lo que parece ser la política actual de la iglesia con
relación a la bendición de los enfermos: “La ministración apropiada es una ordenanza de dos
partes, la unción y el sellamiento. Un élder derrama una pequeña cantidad de aceite sobre la
cabeza de quien va ser bendecido, cerca de la corona de la cabeza si es posible, nunca sobre otras
partes del cuerpo [itálicas añadidas], y en el nombre del Señor y por la autoridad del sacerdocio,
unge a la persona para la restauración de la salud. El sellamiento es realizado por dos o más
Élderes, uno de los cuales, como portavoz, sella la unción y da una bendición apropiada, también
en el nombre de Jesucristo y por la autoridad del sacerdocio.” Se pueden hacer concesiones en
circunstancias inusuales, por ejemplo cuando solo un poseedor del sacerdocio está presente. En
este caso, establece el artículo, “se sigue un programa sustituto.” Un élder, probablemente
actuando solo, puede “dar una bendición, igualmente en el nombre del Señor y por la autoridad
del sacerdocio de Melquisedec… Solamente por medio del sacerdocio se manifiestan resultados.”
En ninguna parte del artículo menciona una instancia donde una madre, esposa u otra
mujer pueda ayudar al poseedor del sacerdocio. Sin embargo sí afirma: “Luego hay la oración,
que es diferente de la ministración; solicita al Señor que sane y puede ser ofrecida por cualquier
alma que tenga el deseo de hacerlo así y nos es una ordenanza en el mismo sentido. La oración es
una solicitud para que el Señor actúe, mientra que la bendición o la administración es dada por
los hermanos en el nombre de Cristo.”43
Tal vez ahora las mujeres mormonas puedan ganar alguna medida de consuelo del Élder
James E. Talmage, quien escribió: “Cuando las fragilidades e imperfecciones de la mortalidad
queden atrás, en el glorificado estado del bendito más allá, esposo y esposa ministrarán en sus
respectivas posiciones, viendo y comprendiendo por igual, cooperando a plenitud en el gobierno
de su reino familiar. Entonces las mujeres serán recompensadas en rica medida por toda la
injusticia que la mujer ha soportado en la mortalidad… El ojo mortal no puede ver ni la mente
comprender la belleza, gloria y majestad de una mujer honesta hecha perfecta en el reino celestial
de Dios.”44 Pero el Presidente Joseph F. Smith abundó más sobre el punto cuando dijo: “No hay
nada en el… evangelio que declare que los hombres son superiores a las mujeres… las mujeres
no poseen el sacerdocio, pero si son fieles y verídicas, llegarán a ser sacerdotisas y reinas en el
reino de Dios, y ello implica que les será dada autoridad.”45
La declaración de Susa Young Gates aún suena clara: “Los privilegios y poderes
delineados por el Profeta [José Smith… nunca han sido otorgados en plenitud de igualdad a la
mujeres.” Cuando las vidas de las mujeres Santos de los Últimos Días –su fe, espiritualidad,
devoción y sacrificio – son vistas a lo largo de la historia de la iglesia, encontramos un registro
tan venerable como el de los hombres. Debemos responder afirmativamente a la pregunta de
Susa: “¿Esas mujeres… vivían tan bien como para ser dignas de todos ellos?”

NOTAS:
1. Para estudios más extensos para fechar la historia de la ordenanza del templo, vea D. Michael
Quinn, “Latter-day Prayer Circles” [Círculos de Oración de los Últimos Días] Brigham Young
University Studies 19 (Otoño 1978), David John Buerger, “The Development of the Mormon
Temple Endowment Ceremony,” Dialogue: A Journal of Mormon Thought 20 (Invierno 1987), y
Andrew F. Ehat, artícilo inédito en posesión del autor.
2. Para ejemplos de mujeres participando en sanaciones en Kirtland, vea Linda King Newell y
Valeen Tippets Avery, “Sweet Counsel and Seas of Tribulation: The Religious Life of the Women
in Kirtland;” Brigham Young University Studies 20 (Invierno 1980). Para relatos adicionales, vea
Carol Lynn Pearson, Daughters of Light (Salt Lake City: Bookcraft, 1973)
3. Susa Young Gates, “The Open Door for Woman,” Young Women’s Journal 16 (1905): 117.
4. Vea Newell, #Gifts of the Spirit: Women’s Share,” Sisters in Spirit: Mormon Women in Historical
and Cultural Perspective (Urbana: University of Illinois Press, 1987), 114-16, para una discussion
más detallada de este tema.
5. “A Record of the Organization, and Proceedings of The Female Relief Society of Nauvoo,” 19 de
abril de 1842, microfilm del original, colección Joseph Smith, archivos, Departamento Histórico,
Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días: en adelante citado como LDS archives;
también microfilm y documento mecanografiado, Biblioteca y Archivos, Iglesia Reorganizada de
Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, Independence, Missouri.
6. Ibid., 28 abr. 1842.
7. Diario de Mary Ellen Kimball, Mar 2 1856, LDS archives (itálicas añadidas).
8. Journal of Discourses (Liverpool y Londres, 1856), 13: 155;en adelante citados como JD.
9. Cache Valley Stake Relief Society Minute Book A, 1869-81, 18 Junio 1868, LDS archives.
10. Diario de Zina Diantha Huntington Smith Young, Vol. 13, Ago-Dic 1881, LDS archives.
11. Woman’s Exponent 7 (1 Nov. 1878): 86.
12. JD 21:367-68.
13. Circular Letter, Salt Lake City, Utah, 6 Oct 1880, LDS archives.
14. Woman’s Exponent 13 (15 Sep 1884):61.
15. Cache Valley Stake Relief Society Minute Book B, 46-48,11Sep 1886, LDS archives.
16. Wilford Woodruff to Emmeline B. Wells, editor, Woman’s Exponent, 27 Abr 1881,
Correspondencia de la Primera Presidencia, LDS archives.
17. Woman’s Exponent 17 (15 Ago 1889): 172.
18. Young Woman’s Journal 4 (4 Ene 1893): 176-77.
19. Diario de Torkel Torkelson, 7 Nov 1895, LDS archives, traducido por Richard Jensen.
20. Diario de Ruth May Fox, 8 Mar 1896.
21. Louisa L. G. Richards al Presidente Lorenzo Snow, 9 Abr 1901, LDS archives.
22. Relief Society Minutes, 1901, LDS archives.
23. Relief Society Minutes, reunion especial de oficiales de la directiva general, 2 May 1901, 1:352,
LDS archives.
24. Young Women’s Journal 14 (8Ago 1903):384.
25. James R. Clark, ed., Messages of the First Presidency, 6 vols. (Salt Lake City: Bookcraft, 1965-
75), 4:314-15.
26. Joseph F. Smith a Nephi Pratt, 18-21 Dic 1908, Correspondencia de la Primera Presidencia, LDS
archives.
27. Relief Society Minutes, 17 Dic 1909, 136.
28. Oakley [Idaho] 2nd Ward Relief Society Minutes, LDS archives.
29. Maureen Ursenbach Beecher, Comments, n. d., 1-2, en posesión de la autora.
30. Oakley [Idaho] 2nd Ward Relief Society Minutes, LDS archives.
31. Lucille H. Ursenbach statement, 14 Ago 1980, en posesión de Maureen Ursenbach Beecher.
32. Para este y otros testimonios nacidos ese día, vea Cache Valley Stake Relief Society Minute Book
B, 1881-1914, 5 Mar 1910, L 2:438-40, LDS archives.
33. Messages of the First Presidency, 4:314-15.
34. Conference Reports, 3 Abr 1921, 190-91.
35. Relief Society Minutes of Nauvoo, 12 Abr 1842.
36. Para una discusión más detallada, vea Newell, “Gifts of the Spirit,” 36.
37. Conference Reports, 5 Oct 1928, 8-9.
38. Martha A Hickman a la Pres. Louise Y. Robison, 28 Nov 1935, LDS archives.
39. Louise Y. Robison, 5 Dic 1935, copia en posesión de la autora.
40. Fotocopia del ológrafo, cortesía de Charlott Boden Erickson, LDS archives.
41. Citado en Messages of the First Presidency, 4:314.
42. Ursenbach, statement.
43. Newell, “Gifts of the Spirit: Women’s Share,” 149 n115.
44. “President Kimball Speaks out on Administration to the Sick,” New Era, Oct 1981, 46, 50.
45. James E. Talmage, “The Eternity of Sex,” Young Women’s Journal, 25(Oct 1914): 602-603.
46. Doctrines of Salvation, 3:178 citado en Choose You This Day, Guía de Estudio Personal del
Sacerdocio de Melquisedec, 1980-81 (Salt Lake City: Church of Jesus Christ of Latter-day Saints,
Salt Lake City, 1979), 200.

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