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PROYECTO EDUCATIVO PASTORAL SALESIANO INSPECTORIAL

CENTRO AMÈRICA 2006-2008

Marco Doctrinal
¿Qué quiere Dios de nuestra Inspectoría y de nuestras comunidades educativo pastorales en
este contexto centroamericano? ¿Cómo quisiéramos que fuera la realidad juvenil en el
futuro?
Tras las huellas de Don Bosco, queremos responder a la llamada de Jesús para ser, en la
Iglesia de hoy, signo profético y portadores gozosos del amor del Padre a los jóvenes (Cf. C 2).
Dios nos llama a ser comunidades no solamente para los jóvenes, sino con los jóvenes;
«reafirmando nuestra preferencia por la juventud pobre, abandonada y en peligro» (C 26). “Me
basta que seáis jóvenes, para que os ame con toda mi alma”.
Herederos de esta misión, “creemos que Dios nos está esperando en los jóvenes para
ofrecernos la gracia del encuentro con Él y disponernos a servirle en ellos, reconociendo su
dignidad y educándoles en la plenitud de la vida” (CG 23, 95; CG 24, 89-90). Nuestra misión y
nuestra competencia es ser compañeros de camino de los jóvenes hasta alcanzar juntos, nosotros
y ellos, educadores y educandos, la estatura de Cristo (cf. Ef 4,12) por medio de la educación
(AgRM 2004).
Los jóvenes, ante todo: son el don de Dios. No son simples beneficiarios de una actividad;
son nuestra vocación. Sin ellos, pues, no cabe una presencia cualitativamente salesiana. Los
jóvenes, a quienes abrimos nuestro corazón salesiano, nos piden que acojamos sus peticiones:
quieren que abramos de par en par con sencillez y familiaridad nuestras puertas y que salgamos a
su encuentro, que compartamos su vida caminando juntos, que comprendamos sus valores,
acojamos sus preocupaciones y sepamos ofrecerles espacios de participación (CG 25, 37). Siendo
“especialista en jóvenes” tenemos el corazón vuelto hacia ellos, hacia sus aspiraciones y deseos y
hacia sus problemas y necesidades.
En la figura del Buen Pastor encontramos los principios inspiradores de nuestro estilo
pastoral. Como Don Bosco soñamos que el hombre y la mujer formados y maduros son los
ciudadanos que tienen fe, ponen en el centro de su vida el ideal del “hombre nuevo” proclamado
por Jesucristo y dan valientemente testimonio de sus convicciones religiosas. «Educamos y
evangelizamos siguiendo un proyecto de promoción integral del hombre, orientado a Cristo,
hombre perfecto. Fieles a la idea de Don Bosco, nuestro objetivo es formar honrados
ciudadanos y buenos cristianos» (C 31).
La meta que nos proponemos junto a cada joven, como buen cristiano, es la de construir
la propia personalidad teniendo a Cristo como referencia fundamental; referencia que, haciéndose
progresivamente explícita e interiorizada, lo ayudará a ver la historia como Cristo, a juzgar la
vida como Él, a elegir y a amar como Él, a esperar como enseña Él, a vivir en Él la comunión con
el Padre y el Espíritu Santo (Cf. CG 23, 112-115). «Presentar a los jóvenes el Cristo vivo, como
único Salvador, para que evangelizados, evangelicen y contribuyan, con una respuesta de amor
a Cristo, a la liberación integral del hombre y de la sociedad, llevando una vida de comunión y
participación» (DP 1166).
Queremos pues ayudar a los jóvenes a colocarse frente al propio futuro con actitud de
responsabilidad y generosidad, a escuchar la voz de Dios, y acompañarlos en la formulación del
propio proyecto de vida. Por esto, nos empeñamos en despertar en los jóvenes la búsqueda de

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sentido y en ayudarlos a encontrar una respuesta: nos proponemos ser escuela de vida, que suscita
interrogantes y da razones de esperanza, vive y celebra la presencia de Cristo Resucitado,
comunica la propia experiencia de fe y forma discípulos, acompañando su crecimiento «para que
desarrollen su propia vocación humana y bautismal, mediante una vida diaria progresivamente
inspirada y unificada por el Evangelio» (C 37, cf. CG 24, 37).
De aquí que, juntos nos acerquemos con amor a la Palabra, deseando vivir el misterio de
Cristo que se hace presente por la liturgia de la Iglesia; celebrar asiduamente los sacramentos de
la Eucaristía y la Reconciliación, que nos forman en la libertad cristiana, en la conversión del
corazón y en el espíritu de compartir todo y de servir; para así, abrirnos a una nueva comprensión
de la vida y de su significado personal y comunitario, interior y social. La catequesis encauza a
los jóvenes, mediante la palabra y el contacto con modelos, hacia la reflexión vocacional. Les
hace ver cuál es la vocación de todos y cuáles son las diversas formas de servicio al Reino (Cf.
GG 23 153 – 156).
Sabemos que ser ciudadano honrado supone hoy, para un joven, promover la dignidad de
la persona y sus derechos, en todos los contextos; vivir con generosidad en la familia y prepararse
para formarla sobre las bases de donación recíproca; favorecer la solidaridad, especialmente para
con los más pobres; realizar el propio trabajo con honradez y competencia profesional; promover
la justicia, la paz y el bien común en la política; respetar la creación; favorecer la cultura. (CG 23,
178).
Ya el Concilio Vaticano II nos había dejado una tarea comprometedora: hacer nuestros los
gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de la humanidad, sobre todo de los más pobres
y de los que sufren (cf. GS 1). Sabemos que el esfuerzo de la Iglesia por la liberación de los
hombres “no es extraño a la evangelización” (EN 30). La Iglesia debe estar vivamente
comprometida en esta causa, “porque la considera como su misión, su servicio, como verificación
de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la Iglesia de los pobres” (LE 8).
En nuestro continente, la Iglesia “ha manifestado repetidamente su deseo de ser
evangelizadora de los pobres y solidaria con ellos…” (DM 14, 8). Por eso invita a la “conversión
de toda la Iglesia a una opción preferencial por los pobres, en vistas a su liberación integral” (DP
1141). También en Santo Domingo, los obispos nos exhortaron a “asumir con decisión renovada
la opción evangélica y preferencial por los pobres” (SD 180).
Queremos, por tanto, actuar como mediadores de cultura, promoviendo una inserción
crítica en la propia cultura y, al mismo tiempo, suscitar un desarrollo positivo de la realidad
cultural del grupo humano de cara a lograr la síntesis entre fe y vida.
Animados por la caridad del Buen Pastor, teniendo a María como Madre y Maestra,
buscamos con confianza un proyecto educativo pastoral común y una metodología que sepa
introducir en la educación los valores del Evangelio, y que preste atención a los procesos
educativos más que a las actividades, a las personas más que a las estructuras, y a la fraternidad
más que a la función (CG 25, 37).
La pasión por Dios y por los jóvenes nos impulsa a ser «casa y escuela de comunión»
(NMI 43; cf. AgRM 2003), viviendo nuestra vocación que irradia alegría y promueve
participación. Como comunidades educativo pastorales, siguiendo la reflexión, profunda y larga,
del concilio Vaticano II, acogemos la Iglesia como misterio, Pueblo de Dios, donde vivimos la
participación y la comunión. “La Iglesia es en Cristo como un sacramento, signo e instrumento
de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Comunidad de
hermanos y hermanas que viven la fraternidad e igualdad básica, fundada en la común dignidad

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de ser cristianos e hijos de Dios (Mc 10, 42-45); familia de Dios, pueblo de Dios, peregrino.
Creemos que la Iglesia construye esa realidad acogiendo el don del Espíritu y haciéndose
respuesta concreta por el esfuerzo convergente de todos los bautizados. Por ello, seguimos
soñando con “comunidades” educativas y pastorales en las que participen de manera
corresponsable, religiosos, educadores(as), jóvenes y padres de familia, comprometidos en la
educación cristiana de los jóvenes (cf. CG 24, 156-161). Así nace en nosotros la convicción de
que el espíritu de familia, las relaciones personales, la mutua confianza entre educadores y
jóvenes, y la promoción de la vida de grupo y del protagonismo juvenil, son una característica de
nuestro estilo educativo y evangelizador (cf. C 16, 35).
“El honrado ciudadano y el buen cristiano" se miden, en primer lugar, con una presencia
significativa en el territorio. Esto comporta una inserción efectiva en los contextos de vida de la
gente sencilla y de los jóvenes en particular. “Donde hay grandes desafíos, se requieren el valor y
la esperanza de la comunidad. Los caminos nuevos y los arduos cometidos de la evangelización
podrán ser afrontados por comunidades que emprenden una conversión pastoral radical y viven
una profunda experiencia espiritual. Coraje y esperanza son las manifestaciones más elocuentes
de la profecía de nuestras comunidades” (Pascual Chávez, Discurso de Clausura, CG 25, 197).
Desde esta experiencia de Iglesia, en cada rincón centroamericano, nos sentimos llamados
más que nunca a colaborar con la Iglesia local; lo cual implica hoy una nueva relación, en la
educación y en la pastoral, con los carismas y aportaciones originales de los laicos en una Iglesia
particular.
Como Don Bosco afirmamos con convicción: “la educación es cosa del corazón y es Dios
quien mueve los corazones”. De este sueño de Dios y sueño nuestro concluimos con estas
palabras del CG 24:
“Queremos estar con vosotros y para vosotros en las situaciones de pobreza,
en los dramas de la guerra, en los conflictos que dividen y dondequiera que
se encuentra amenazada la vida y obstaculizado su crecimiento. Estamos
con vosotros en la búsqueda del Amor, que da sentido pleno a la vida y
produce felicidad.
Juntos queremos ser «centinelas de la aurora», mensajeros de paz,
constructores de una nueva humanidad, sacando fuerzas de la Pascua del
Señor. Queremos deciros que las puertas de nuestros corazones y de
nuestras casas están siempre abiertas para vosotros”. (CG 24, 139)

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