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Buen vivir no solo sea un slogan que se confunde con el vivir bien
Fraternidad
Capital social
Otr
Santiago Castro-Gómez(1)
Durante las últimas dos décadas del siglo XX, la filosofía posmoderna y los
estudios culturales se constituyeron en importantes corrientes teóricas que,
adentro y afuera de los recintos académicos, impulsaron una fuerte crítica a las
patologías de la occidentalización. A pesar de todas sus diferencias, las dos
corrientes coinciden en señalar que tales patologías se deben al carácter dualista
y excluyente que asumen las relaciones modernas de poder. La modernidad es
una máquina generadora de alteridades que, en nombre de la razón y el
humanismo, excluye de su imaginario la hibridez, la multiplicidad, la ambigüedad
y la contingencia de las formas de vida concretas. La crisis actual de la
modernidad es vista por la filosofía posmoderna y los estudios culturales como la
gran oportunidad histórica para la emergencia de esas diferencias largamente
reprimidas.
En la encuesta efectuada para la asamblea nacional sobre “Las leyes para el país
que soñamos” se destacan los siguientes resultados:
Seguridad ciudadana 38 %
Educación 23
Sociales 10
Salud 09
Niños y jóvenes 04
Comunicación 04
Agua 03
Laboral 03
La interculturalidad, surge en América Latina como parte del discurso político de organizaciones
sociales (especialmente étnicas, aunque no de manera exclusiva) que denuncian las formas de
subordinación a las que fueron sometidas en virtud de su diferencia cultural. En el caso de estas
poblaciones, la diferencia fue articulada desde los comienzos del proceso colonizador alrededor de la
idea de raza; en virtud de esta idea, las diferencias biológicas fueron codificadas como desigualdades
sociales, dando así paso a un proceso de subordinación de poblaciones clasificadas en un sistema de
jerarquías que las definía en relación con las poblaciones dominantes. Es decir que la diferencia
cultural no es un hecho natural, sino un hecho social, históricamente constituido y reflejo de
relaciones de poder en sociedades concretas. Y este es el segundo asunto al que me quiero referir.
La diferencia siempre es marcada desde un lugar concreto: el del poder dominante. Es desde este
lugar que se ‘marca’ la diferencia. Se es ‘diferente’ en relación a una supuesta ‘mismidad’ (un punto
de referencia aparentemente desmarcado) de los sectores dominantes. Dicha supuesta mismidad de
los sectores dominantes, se soporta en las formas sociales de nombrar la realidad; en el contexto
actual de las políticas del reconocimiento, por ejemplo, el discurso de la ‘diversidad cultural’ parece
ser la forma de ‘celebrar’ la multiplicidad de culturas; sin embargo, esta ‘diversidad’ habla de culturas
separadas, totalizadas e incorruptas, y muy poco nos dice de los procesos históricos en los que se
constituye la diferencia, en nombre de la cual se discrimina y se somete a poblaciones que son así
ubicadas en un lugar de inferioridad social, política y epistémica.