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l=spanish
ZS09072712 - 27-07-2009
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Excelencia,
Ante todo quisiera decirle "gracias" a usted, excelencia, por sus atentas
palabras, con las que me ha introducido en la gran historia de esta iglesia
catedral y, de este modo, me ha hecho experimentar que aquí no sólo rezamos
en este momento sino que podemos rezar con los siglos en esta hermosa iglesia.
Y gracias a todos vosotros que habéis venido para rezar conmigo y para hacer
visible de este modo esta red de oración que nos une a todos, siempre.
En esta breve homilía, quisiera decir unas palabras sobre la oración, con la que
se concluyen estas vísperas, pues me parece que en esta oración, el pasaje de
la Carta a los Romanos que se acaba de leer, se interpreta y transforma en
oración.
La oración se compone de dos partes: a quien está dirigida, por así decir, y
después dos peticiones.
¡Dios! Tenemos que llevar de nuevo a nuestro mundo la realidad de Dios, darle
a conocer y hacerle presente. Pero, ¿cómo conocer a Dios? En las visitas "ad
limina" hablo siempre con los obispos, sobre todo con africanos, pero también
con los de Asia, de América Latina, donde todavía están presentes las religiones
tradicionales, precisamente de estas religiones. Hay muchos detalles,
naturalmente bastante diversos, pero hay también elementos comunes. Todos
saben que Dios existe, un solo Dios, que Dios es una palabra en singular, que
los dioses no son Dios, que hay un Dios, el Dios. Pero, al mismo tiempo, este
Dios parece ausente, muy alejado, no parece entrar en nuestra vida cotidiana,
se esconde, no conocemos su rostro. De este modo, la religión en gran parte se
ocupa de las cosas, de los poderes más cercanos, de los espíritus, los
antepasados, etc., dado que Dios mismo está demasiado lejos y de este modo
tiene que vérselas con estos poderes cercanos. La evangelización consiste
precisamente en el hecho de que el Dios lejano se acerca, que Dios ya no está
lejos, sino que está cerca, que este "conocido-desconocido" ahora se da a
conocer realmente, muestra su rostro, se revela: el velo de su rostro desaparece
y muestra realmente su rostro. Y por ello, dado que el mismo Dios ahora es
cercano, le conocemos, nos muestra su rostro, entra en nuestro mundo. Ya no
es necesario vérselas con estos otros poderes, pues Él es el poder verdadero, es
el Omnipotente.
Dios omnipotente y misericordioso. Una oración romana, ligada al resto del Libro
de la Sabiduría, dice: "Dios, muestra tu omnipotencia en el perdón y en la
misericordia". La cumbre de la potencia de Dios es la misericordia, es el perdón.
En nuestro actual concepto mundial de poder, pensamos en uno que tiene
grandes propiedades, que en economía tiene algo que decir, dispone de
capitales para influir en el mundo del mercado. Pensamos en uno que tiene el
poder militar, que puede amenazar. La pregunta de Stalin: "¿Cuántos ejércitos
tiene el Papa?" sigue caracterizando la idea común del poder. Tiene el poder
quien puede ser peligroso, quien puede amenazar, quien puede destruir, quien
tiene en su mano tantos instrumentos del mundo. Pero la Revelación nos dice:
"No es así"; el verdadero poder es el poder de gracia, y de misericordia. En la
misericordia, Dios demuestra el verdadero poder.
Sin embargo, queda en pie la cuestión difícil que ahora no puedo responder
ampliamente: ¿por qué era necesario sufrir para salvar al mundo? Era necesario,
pues en el mundo existe un océano de mal, de injusticia, de odio, de violencia,
y todas las víctimas del odio y de la injusticia tienen el derecho a que se haga
justicia. Dios no puede ignorar este grito de los que sufren, de los que son
oprimidos por la injusticia. Perdonar no es ignorar, sino transformar, es decir,
Dios tiene que entrar en este mundo y oponer al océano de la injusticia un
océano más grande del bien y del amor. Y éste es el acontecimiento de la Cruz:
desde ese momento, contra el océano del mal, existe un río infinito y por tanto
siempre más grande que todas las injusticias del mundo, un río de bondad, de
verdad y de amor. De este modo, Dios perdona transformando el mundo y
entrando en nuestro mundo para que se dé realmente una fuerza, un río de bien
más grande que todo el mal que puede existir.