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Historia de la

ciencia argentina

José Babini

Fondo de Cultura Económica,


México, 1949

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EL VIRREINATO Y LA REVOLUCIÓN

1. AMÉRICA Y EL RENACIMIENTO

LA HERMOSA frase de Francisco Romero: “Hasta el descu-


brimiento, el mundo sufría oscuramente por la ausencia
americana”, no es sólo una bella imagen. Ella expresa
claramente el íntimo afán de intercomunicación que sien-
ten y presienten los ámbitos culturales, afán que luego se
traduce, más que en un injerto o en un trasplante, en una
verdadera simbiosis.
América naciente y el Renacimiento europeo viven esta
simbiosis. Mientras el espíritu renacentista impulsa a los
hombres de los siglos XV y XVI a intentar y realizar la gran
aventura del descubrimiento, de la conquista y de la colo-
nización, el nuevo mundo, con el asombro que provoca,
estimula a aquel espíritu y lo acompaña y penetra.
América, por su sola presencia y existencia, y el descu-
brimiento, con todo lo que significó de aporte geográfico,
histórico y étnico, ofrecieron a la cultura occidental nuevos
motivos de expresión, nuevos campos donde extender e
irradiar su acción; motivos y acción que, a su vez, impreg-
nan a esa cultura con matices jamás conocidos.
En el mundo del saber, en el campo de la ciencia, este
proceso se revela claramente. Los viajes de descubrimiento
son posibles gracias a los conocimientos, nuevos unos, otros
renovados, que el Renacimiento posee sobre astronomía,
náutica y cartografía. Son las medidas geográficas de Pto-
lomeo, por suerte erróneas, las que inducen a Colón a
intentar la proeza que lo conduce a las nuevas tierras, en
las que él, terca y obstinadamente, ve o quiere ver las tie-

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rras del Cathay. Es la técnica metalúrgica de la época la
que permite la explotación inmediata de los filones de
México y del Perú.
Pero al mismo tiempo, el incremento científico europeo
lleva ya el sello americano. Si al principio no se hace cien-
cia en América, Europa hace ciencia con América. Los
viajes de descubrimiento y de circunnavegación, así como
los viajes terrestres que cruzaron el continente de orilla a
orilla, abrieron nuevos horizontes a la geografía y a la car-
tografía, a la cosmografía y a la náutica. Recordemos que
es el Almirante quien descubre la declinación magnética,
su variación con el lugar y la existencia de líneas sin decli-
nación. El comercio ultramarino enriquece con nuevos ca-
pítulos a la economía. El derecho colonial sienta nuevas
normas jurídicas. Las crónicas acrecientan el saber histó-
rico, y las ciencias del hombre: antropología, etnografía,
lingüística, explotan la rica veta que les ofrece el hombre
americano con sus ritos y costumbres, con sus mitos y sus
dioses, mientras nacen gramáticas, vocabularios y traduc-
ciones en lenguas jamás oídas.
Pero es en el campo de las ciencias naturales donde la
cosecha es más abundante. El estudio de la fauna, flora y
gea que contienen los nuevos continentes y los nuevos ma-
res; las posibilidades del intercambio mutuo entre las espe-
cies indígenas de ambos mundos; las aplicaciones de es-
pecies americanas a la farmacia y a la medicina (piénsese
en la quina y que ya en 1565 Nicolás Monardes escribe
su Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras
Indias...); el perfeccionamiento de los métodos de los
minerales en las explotaciones americanas (Alvaro Alonso
Barba experimenta en las minas de Potosí el procedimiento
de amalgamación de los minerales de plata por medio del

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azogue, Juan Capellin lo hace en México); son otros tantos
progresos que la ciencia debe al nuevo mundo.

2. NACIMIENTO DE LA ARGENTINA

La zona austral de América nace tarde a la vida de la


cultura. Mientras en México y en Perú los conquistadores
penetran en áreas culturales extrañamente iluminadas, en
el desolado Río de la Plata se despuebla la recién fundada
Buenos Aires.
En estas regiones no hay más imperios que los fabulo-
sos y legendarios. Habitan o recorren su suelo naciones
primitivas o semiprimitivas. Estribaciones incaicas moran
en el noroeste, en el dilatado sur vagan los fornidos y des-
nudos patagones que asombran a los hombres de Magalla-
nes, despertando en ellos extrañas sugestiones, como tres
siglos después, los gigantes fósiles de la extinguida fauna
pampeana asombrarán a Darwin, afirmando en él la idea
del transformismo.
Mientras en México y en las Antillas nacen las pri-
meras universidades y se imprimen los primeros libros, en
el Tucumán se fundan recién las primeras ciudades. Y
mientras criollos mexicanos cantan en versos líricos a la
“verde primavera’’ y al ‘‘oro ensortijado”, el frondoso Cen-
tenera bautiza en su epopeya, fruto poético de una ilusión,
a un nuevo país “a quien titulo y nombro Argentina to-
mando el nombre del sujeto principal que es el Río de la
Plata”. En verdad, éste era “otro mundo”.

3. LA LABOR DE LAS ÓRDENES RELIGIOSAS

El despertar y los primeros balbuceos de la vida cultural

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se deben en la Argentina a las órdenes religiosas. La evan-
gelización, la docencia y la labor científica, que en la edad
media fueron los motivos cardinales que presidieron a su
creación y en cuyo desempeño descollaron figuras emi-
nentes (piénsese, en el campo del pensamiento: Bacon, Al-
bertus Magnus, Santo Tomás), fueron también las tareas
que las órdenes se impusieron en América, aunque en estas
regiones las condiciones de sus habitantes obligaron a que
la misión evangelizadora absorbiera la mayor parte de sus
esfuerzos.
Los conventos de las órdenes, además de ser centros
de evangelización y de proselitismo, cumplían una función
docente al formar el sacerdocio colonial y, más tarde, al per-
sonal que monopolizaría la educación de la juventud.
Si bien en el virreinato del Perú actuaron franciscanos,
mercedarios, agustinos, dominicos y jesuitas, fueron sin
duda estos últimos, por lo menos hasta su expulsión en
1767, los que realizaron una labor preponderante en la
docencia y en el estudio.
Del primer colegio importante establecido en el virrei-
nato del Perú (el del Rosario de Lima en 1565, regenteado
por los dominicos) nace la primera universidad surameri-
cana, en 1551, que, convertida en 1574 en la Universidad
de San Marcos, constituye hasta 1580 el único centro su-
perior que otorga títulos profesionales. Pero ya por esa
época empieza a advertirse el predominio jesuítico, y a me-
diados del siglo XVII, de las tres universidades suramerica-
nas existentes, dos ya son jesuitas: Chuquisaca y Córdoba.
Los jesuitas fueron extendiendo su obra a través de
todo el continente, bajando por el Alto Perú hacia el Río
de la Plata se establecen en Tucumán, Salta, Córdoba,
Santiago del Estero, y en Paraguay, en 1607, fundan la
provincia jesuítica en la que establecerán aquellas misio-

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nes, que, al decir del padre Furlong, “a la par de ser el
gran cuartel de soldados con que contó el Río de la Plata
durante siglo y medio, fue también el emporio de las artes
gráficas, de la arquitectura, pintura, escultura, dorado, mú-
sica, etc.”, y en las que “en todos los pueblos había biblio-
teca pública y era escaso o nulo el analfabetismo”.
Es en la labor de los jesuitas donde deben verse los
primeros rudimentos de las ciencias en la Argentina. La
geografía, la lingüística, la etnografía, la historia y las cien-
cias naturales inician su aparición en las relaciones y
crónicas de los numerosos viajes y exploraciones que los
jesuitas realizaron, principalmente con fines evangelizado-
res. Así, tienen interés geográfico las distintas expedicio-
nes (1662, 1703, 1767) realizadas a la región cordillerana
de Nahuel Huapí y de Tierra del Fuego; la expedición
(1721) que reconoció el río Pilcomayo como distinto del
Bermejo; la expedición, ahora por orden del rey, que en
1745 recorre las costas de la Patagonia por vía marítima y
cuya jefatura ejerce el padre José Quiroga, “maestro en
matemáticas”; y la expedición (1766) que salió en procura
de un camino directo —y lo encontró— entre el Paraguay
y el Perú, sin tener que pasar por Buenos Aires. Nume-
rosos mapas de estas regiones, el primero de los cuales pa-
rece remontarse a 1609, se deben a los jesuitas; asimismo,
se les deben trabajos especiales, como el que a mediados del
siglo XVII publica el padre Atanasio Kircher sobre los flu-
jos y reflujos de las corrientes marítimas en las costas
magallánicas y patagónicas con una teoría sobre el sistema
hidrográfico andino, ilustrando ambos estudios con sendos
mapas.
Por otra parte, en todas las obras de los cronistas y
etnógrafos existen noticias de interés para las ciencias natu-
rales, destacándose la Historia Natural y Moral de las In-

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dias, que en 1590 publica en Sevilla el padre José Acosta,
que recorriera América entre 1572 y 1587 y fuera profesor
en San Marcos y rector en Salamanca, tan bien recordado
por Humboldt. Además de consignar cuanto se conocía a
fines del siglo XVI sobre la flora y la fauna americanas,
desde México hasta el Perú, se destaca el padre Acosta por
su posición discretamente polémica frente a los prejuicios
tradicionales. Él quiere ‘‘tratar las causas y razones de las
novedades”: si afirma que las tierras más altas son más
frías, no lo hace basándose en los autores, sino porque ha
escalado el Titicaca y ha descendido hasta el Pacífico. Dis-
cute la cuestión de los antípodas, de la Atlántida y de la
posibilidad de vida en la zona tórrida: “Confieso que me
reí e hice donaire de los meteoros de Aristóteles y de su filo-
sofía, viendo en el lugar y en el tiempo que, conforme a sus
reglas había de arder todo y de ser un fuego, yo y todos
mis compañeros teníamos frío.” También se refiere a la
posibilidad de un canal interoceánico en Panamá: “Han
platicado algunos de romper este camino de siete leguas,
y juntar el un mar con el otro, para hacer cómodo el pasaje
al Pirú, en el cual dan más costa y trabajos diez y ocho
leguas de tierra que hay entre Nombre de Dios y Panamá,
que dos mil y trescientas que hay de mar. Mas para mí
tengo por cosa vana tal pretensión, aunque no hubiese el
inconveniente que dicen...”
Recordemos además al hermano Pedro Montenegro,
cuyo libro Historia Médica misionera, de 1710, con 148
láminas, es considerado el primer tratado de materia médi-
ca del Río de la Plata; y al padre Buenaventura Suárez,
autor de las primeras observaciones astronómicas realizadas
en estas regiones. Suárez era argentino y jamás estuvo en
Europa; había nacido en Santa Fe, en cuyo Colegio estu-
dió, siguiendo los estudios superiores en Córdoba. En

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1706 inició sus observaciones astronómicas en la reducción
de San Cosme y San Damián con aparatos fabricados
con materiales indígenas, pues escribe en 1739: “No pu-
diera haber hecho tales observaciones por falta de instru-
mentos (que no se traen de Europa a estas provincias, por
no florecer en ellas el estudio de las ciencias matemáticas)
a no haber fabricado por mis manos los instrumentos nece-
sarios para dichas observaciones, cuales son reloj de péndu-
lo con los índices de minutos primeros y segundos; cua-
drante astronómico para reducir, igualar y ajustar el reloj
a la hora verdadera del Sol, dividido cada grado de minuto
en minuto; telescopio, o anteojos de larga vista de sólo dos
vidrios convexos, de varias graduaciones desde ocho hasta
veintitrés pies. De los menores de 8 y 10 pies usé en las ob-
servaciones de los eclipses de Sol y Luna, y de los mayores
de 13, 14, 16, 18, 20 y 23 pies en las inmersiones de
los cuatro satélites de Júpiter, que observé por espacio
de trece años en el pueblo de San Cosme y llegaron a
ciento y cuarenta y siete las más exactas.”
Con tales instrumentos, algunos de los cuales halló lue-
go Azara abandonados, realizó Suárez las observaciones que
consignó en su Lunario de un siglo (cuya primera edición
es probablemente de Lisboa, 1744), del cual reproducimos
el largo título de la edición de 1748, que da clara cuenta de
su contenido: Lunario de un siglo Que comienza en Enero
del año de 1740, y acaba en Diziembre del año de 1841
en que se comprehenden ciento y un años cumplidos.
Contiene los aspectos principales del Sol, y Luna, esto es
las Conjunciones, Oposiciones, y Quartos de la Luna con
el Sol, según sus movimientos verdaderos: y las noticias de
los Eclipses de ambos Luminares, que serán visibles por
todo el Siglo en estas Misiones de la Compañía de Jesús
en la Provincia del Paraguay. Regulada, y aligada la hora

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de los Aspectos y Eclipses al Meridiano del pueblo de los
esclarecidos Mártyres San Cosme y San Damián, y esten-
dido su uso a otros Meridianos por medio de la Tabla de
las diferencias meridianas, que se pone al principio de el
Lunario. Danse al fin de él reglas fáciles para que cual-
quiera, sin Mathemática, ni Arithmética, pueda formar de
estos Lunarios de un siglo los de los años siguientes, desde
el 1842 hasta el de 1903.
Posteriormente, desde 1745 hasta 1750, el padre Suá-
rez realizó nuevas observaciones, pero ahora ayudado por
instrumentos adquiridos en Europa.
Consignemos, para terminar, que en el primer semestre
de 1787 Manuel Torres, un fraile dominico, desentierra de
las barrancas del río Luján el primer esqueleto completo
de megaterio. Lo hace dibujar, encajonar y enviar a Ma-
drid, donde es estudiado por varios sabios europeos. Cuvier
lo bautiza en forma científica y es tal el interés que des-
pierta este gigantesco esqueleto de cerca de cinco metros
de largo, que Carlos III, entusiasmado, reclama el envío de
otro, pero. . . vivo.
Con Manuel Torres, nativo de la villa de Luján, se ini-
cia el renombre científico de esta localidad argentina. Su
megaterio no es sino el síntoma de la extraordinaria riqueza
paleontológica de la región, su hallazgo preludia las exca-
vaciones y estudios de Muñiz, Ameghino, etc.

4. LA IMPRENTA

En el Río de la Plata los primeros impresos nacen en


los talleres instalados por los jesuitas en las misiones. De
la índole de esos talleres da cuenta la frase de Bartolomé
Mitre, tantas veces citada: “La aparición de la imprenta en
el Río de la Plata es un caso singular en la historia de la

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tipografía, después del invento de Gutenberg. No fue im-
portada: fue una creación original. Nació o renació en
medio de las selvas vírgenes, como una Minerva indígena
armada de todas sus piezas con tipos de su fabricación,
manejados por indios salvajes recientemente reducidos a
la vida civilizada, con nuevos signos fonéticos, hablando
una lengua desconocida en el nuevo mundo, y un misterio
envuelve su principio y su fin.”
Se ha establecido que el primer libro impreso en esos
talleres, un Martirologio romano, data de 1700. Le siguie-
ron dos traducciones debidas al padre Serrano: el Flos
Sanctorum del padre Rivadeneyra y la obra del padre Juan
Eusebio Nieremberg De la diferencia entre lo temporal y
lo eterno (1705). Mientras de las dos primeras no se
conservan ejemplares, de la última existe un solo ejemplar
que basta para atestiguar que es ésta, sin duda, la mejor
impresión de los talleres misioneros. Contiene 472 páginas
y la adornan numerosas viñetas y láminas grabadas en
cobre, a buril, seguramente de mano indígena. Algunas
de ellas están firmadas.
De interés científico, sólo podrían consignarse algunos
trabajos menores de la imprenta, como las Tablas astronó-
micas y los Calendarios del padre Suárez.
El papel para los impresos era importado, aunque pa-
rece que los jesuitas proyectaban instalar una fábrica de
papel (así como una de vidrio); y si bien aparecen pies
de imprenta con localidades diferentes (Loreto, San Ja-
vier, etc.), se supone que en realidad se trataba de un solo
taller rodante.
En 1747 la imprenta misionera deja de dar señales de
vida, y para encontrar nuevos impresos argentinos debe
llegarse hasta 1766, fecha de las primeras publicaciones de
la imprenta cordobesa del Colegio Montserrat, de los jesui-

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tas. Esta imprenta que, cronológicamente, es la segunda
imprenta argentina, enmudece poco después a raíz de la
expulsión de la orden, pero reaparece, más tarde, en Bue-
nos Aires, gracias al celo del virrey Vértiz, con el nombre
de Real Imprenta de los Niños Expósitos, creada con el
objeto de allegar fondos para el sostenimiento de la Casa
de Niños Expósitos y confiriéndosele el privilegio para la
impresión de los catones, catecismos y cartillas de todo el
virreinato. No se conoce con precisión el primer impreso
de estos talleres, pero se sabe que la imprenta inicia su
labor a principios de 1781.
La importancia histórica de este taller, único en el
territorio durante un largo cuarto de siglo, reside en que
fue la imprenta de la revolución. De ella salieron los ban-
dos, proclamas y manifiestos de la primera época revolu-
cionaria.
En sus talleres se imprimieron los primeros periódicos
y los primeros tratados didácticos elementales. Sus posibi-
lidades tipográficas no han debido ser amplias, pues cuan-
do en 1810, bajo el fervor revolucionario, y “para instruc-
ción de los jóvenes americanos”, se resuelve imprimir el
Contrato Social, hubo de hacerlo en dos partes, por caren-
cia de tipos.
En 1808 se le incorporan elementos de una imprenta
que los ingleses habían instalado en Montevideo el año
anterior, y en 1824, ya existiendo en la ciudad y en el
país otras imprentas (Tucumán, 1817; Santa Fe, 1819;
Mendoza, 1820; Paraná, 1821) se desmantela para for-
mar, en parte con sus elementos, la Imprenta del Estado
que crea Rivadavia.

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5. LA LITERATURA Y EL PERIODISMO

Fuera de los escritos de los misioneros, también pueden


encontrarse en la literatura de la conquista y de la colonia
datos históricos, geográficos, etnográficos, lingüísticos, etc.,
de interés científico. Ya, entre los libros más antiguos, en-
contramos en los Comentarios de Alvar Núñez Cabeza de
Vaca (1555), de Pedro Hernández, interesantes descripcio-
nes geográficas y de costumbres indígenas, intercaladas en
el tema mayor del relato.
También contiene una descripción de las provincias
del Río de la Plata la Argentina (1612, inédita) del asun-
ceño Ruy Díaz de Guzmán, quien toma el título de su
obra seguramente de: Argentina y conquista del Río de la
Plata, con otros acaecimientos de los reinos del Perú, Tu-
cumán y estado del Brasil (1602), del arcediano Martín
del Barco Centenera, cuyo interés mayor parece residir en
el título, pues en él aparece por primera vez el nombre de
este país.
En cambio, posee un interés especial el célebre Viaje
(primera edición alemana, 1567), del “primer historiador’’
de las regiones del Plata: Ulrico Schmidl. De esta obra
ha aparecido recientemente (1938) una versión castellana
del manuscrito alemán existente en la Biblioteca Real de
Stuttgart, con el título Derrotero y viaje a España y las
Indias. 1534-1554. Esta erudita versión crítica de Ed-
mundo Wernicke, con numerosos comentarios, salva los
errores y omisiones existentes en las versiones europeas,
dado el general desconocimiento, por parte de los traduc-
tores, del idioma castellano y de la historia de la conquista
del Río de la Plata, y convierte al relato del “viejo Utz” en
una obra llena de interesantes aportes lingüísticos y etno-
gráficos.

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También los periódicos pueden servir para un mejor
conocimiento del desarrollo y difusión de las nociones
científicas durante la época colonial y los primeros años
de la emancipación. Ya antes de la instalación de la im-
prenta de los Niños Expósitos, habían aparecido en Bue-
nos Aires algunos noticiosos manuscritos de vida efímera,
pero es en 1781 cuando se publican los primeros perió-
dicos impresos, de los cuales se conocen, aunque con títu-
los algo distintos, sólo dos ejemplares de ese mismo año.
Al iniciarse el nuevo siglo, exactamente cuando éste
contaba un trimestre, nace el primer periódico de vida no
tan efímera y en el que se hace oír por primera vez en
estas regiones, públicamente aunque no muy sonoramente,
la voz de la ilustración. Es el Telégrafo Mercantil, Rural,
Político–Económico e Historiográfico del Río de la Plata.
Su director, Francisco Antonio Cabello y Mesa, que en
Lima había editado un periódico semejante, se proponía
constituir una Sociedad Patriótico–literaria y Económica y,
mientras ésta se consolidara, publicar un periódico que
“concurriendo sino a instruir y cultivar al pueblo le dé (a lo
menos) un entretenimiento mental e inspire inclinación a
las ciencias y artes”. Ambos: la Sociedad y el periódico
debían promover la fundación de nuevas escuelas filosó-
ficas “donde para siempre cesen aquellas voces bárbaras
del escolasticismo que, aunque expresivas en los conceptos
ofuscaban, y muy poco o nada trasmitían las ideas del ver-
dadero filósofo. Empiece ya a reglarse nuestra agricultura,
y el noble labrador a extender sus conocimientos sobre este
ramo importante. Empiece a sentirse ya en las provincias
argentinas, aquella gran metamorfosis que a las de Méjico
y Lima elevó a par de las más cultas, ricas e industriosas de
la iluminada Europa”.

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Hasta octubre de 1802, en que es clausurado por orden
virreinal, el periódico apareció, primero bisemanalmente y
luego semanalmente. En sus artículos se trataron cuestio-
nes de educación, agricultura, medicina, etc., y entre sus
colaboradores asiduos figuró el naturalista Tadeo Haenke,
entonces en Cochabamba.
Cuando muere el Telégrafo, hace un mes y medio que
ve la luz otro periódico: el Semanario de Agricultura, In-
dustria y Comercio (el Semanario de Vieytes), que se pro-
pone tratar “de la agricultura en general y los ramos que la
son anexos, como son cultivo de huertas, plantío de árboles,
riego, etc. De todos los ramos de industria que sean fácil-
mente acomodables a nuestra presente situación, del co-
mercio interior y exterior de estas provincias, de la educa-
ción moral, de la economía doméstica, de los oficios y las
artes, de las providencias del gobierno para el fomento de
los labradores y artistas, de los elementos de química más
acomodados a los descubrimientos útiles, a la economía del
campo y a la mejor expedición de los oficios y las artes”. Y
agrega en el número siguiente: “Nación alguna puede
prosperar sin el fomento de la industria: su extensión es
inmensa, sus objetos innumerables, sus utilidades inde-
cibles.”
Mencionemos que el Semanario publicó unas “leccio-
nes elementales de agricultura”, por preguntas y respues-
tas, y que fue un decidido defensor de la introducción de
la vacuna contra la viruela.
Las invasiones inglesas provocaron su suspensión tran-
sitoria, y luego su desaparición definitiva en 1807, y hay
que esperar tres años más para que surja un nuevo perió-
dico en el Plata: es ahora el Correo de Comercio de Ma-
nuel Belgrano, quien en la “Dedicatoria a los Labradores,
Artistas y Comerciantes” del número inicial se refiere a

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la obra útil del Semanario y a la necesidad de dotar a la
ciudad de un periódico “en que auténticamente se diese
cuenta de los hechos que la harán eternamente memorable
e igualmente sirviese de ilustración en unos países donde la
escasez de libros no proporciona el adelantamiento de las
ideas a beneficio del particular y general de sus habitado-
res”. El Correo, que contribuyó al despertar revoluciona-
rio, muere casi al año de vida, cuando Moreno ya había
creado la Gaceta de Buenos Aires, primer periódico argen-
tino posterior a la revolución.
En los años siguientes, y en especial a raíz de la funda-
ción de la Universidad de Buenos Aires, surgen en Buenos
Aires instituciones y periódicos más directamente vincu-
lados a la ciencia y a la educación.
A fines de 1815 Senillosa edita un periódico mensual:
Los amigos de la patria y de la juventud, que logra vivir
seis meses, y que si bien estaba consagrado “a discutir
cuanto pudiera interesar a la instrucción pública”, no so-
bresalió, según Gutiérrez, ni por la novedad ni por la pro-
fundidad en las materias que trató.
En cambio, en 1822 aparece una de las más brillantes
revistas de la época: La Abeja Argentina, redactada por la
Sociedad Literaria que también editaba El Argos, y que en
sus 15 números, hasta mediados de 1823, publicó cuestio-
nes relacionadas con las ciencias y la educación. En uno
de sus números aboga por la creación de un observatorio
astronómico. Citemos por último la Crónica política y lite-
raria de Buenos Aires, redactada por José Joaquín de Mora
y Pedro de Ángelis, que aparece en 1827, y en la que tam-
bién aparecieron cuestiones vinculadas directa o indirecta-
mente con la ciencia.

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6. LOS VIAJEROS Y LOS VIAJES

Fuera de los viajes y expediciones realizados con fines


científicos, encontramos en los relatos de algunos viajeros
que recorrieron las regiones del Plata, datos de interés
científico.
Por su carácter especial, se destaca en la literatura de
los viajeros de la época colonial El lazarillo de ciegos cami-
nantes desde Buenos Aires hasta Lima con sus itinerarios
según la más puntual observación, con algunas noticias
útiles a los nuevos comerciantes que tratan en mulas; y
otras históricas (1773), que contiene datos interesantes
respecto de los lugares de ese recorrido y cuyo autor, que
dice ser Calixto Bustamante Carlos Inca, alias Concolorcor-
vo, declara haber realizado ese viaje con un funcionario, al
cual se le comisionara “para el arreglo de correos y estafe-
tas, situación y ajuste de postas, desde Montevideo”.
Respecto de los motivos declarados de este viaje podemos
agregar que el servicio de correos entre Buenos Aires y
Potosí, así como con el reino de Chile, fue implantado
durante el gobierno de José de Andonaegui (1745-1755),
y que bajo el gobierno de Bucarelli (1766-1770) se am-
pliaron los servicios terrestres, mientras se inauguraba el
correo marítimo entre La Coruña y el Río de la Plata.
Pero ya a fines del siglo XVIII recorre las regiones del
Plata un naturalista y geógrafo que es considerado como
uno de los fundadores del estudio de las ciencias naturales:
Félix de Azara. De origen español, había llegado al Plata
en 1781 como miembro de la comisión demarcadora de
límites de acuerdo al tratado de 1771 entre España y
Portugal. Ante la dilación de los trámites para los cuales

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había sido comisionado, Azara emprende una serie de via-
jes por toda la provincia del Paraguay, reconociendo el
Uruguay, el Iguazú, el alto Paraná, el Chaco, etc. “Des-
pués de haber pasado así cerca de trece años, recibí orden
de regresar prontamente a Buenos Aires. Se me dio el
mando de toda la frontera del sur, es decir del territorio de
los indios pampas, y se me ordenó reconocer el país, avan-
zando hacia el sur, porque se querían extender las fronteras
españolas en esa dirección. Cuando terminé esta comisión,
el virrey me permitió visitar todas las posesiones españo-
las al sur del Río de la Plata y del Paraná.” Como poste-
riormente se le encomendó el establecimiento de colonias
en las fronteras del Brasil, y otros trabajos de índole militar
y científica, recién pudo regresar a España en 1801, des-
pués de haber recorrido el Plata durante veinte años.
En memorias, algunas ya redactadas durante su estada
en América, y en libros, dio cuenta del fruto de sus viajes
y de sus estudios. En 1809 aparecieron, traducidas sin
consentimiento del autor, muchas de esas memorias como
Voyage dans l’Amerique méridionale, y en 1847, póstuma,
la Descripción e historia del Paraguay y Río de la Plata.
Sus dos obras zoológicas, muy importantes por la época en
que las escribió, son Apuntamientos para la historia de los
cuadrúpedos del Paraguay y Río de la Plata (en francés,
1801, y en castellano, 1802) y Apuntamientos para la his-
toria natural de los pájaros (1805), y en ellas se describen,
a veces con observaciones biológicas, todas las especies de
aquellos vertebrados, entonces conocidas. No utiliza la
nomenclatura linneana, consecuencia de su carácter de
autodidacto y de haberse hecho naturalista en América,
dando de los pájaros y mamíferos sus nombres vulgares en
español o guaraní. Azara fue además un notable cartógrafo
y sus obras, fuera del interés geográfico e histórico, conser-

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van aún un gran valor etnográfico por haber sentado en
ellas las bases del conocimiento de las tribus indígenas de
la época.
Mientras Azara recorría las zonas del noreste, las costas
patagónicas eran recorridas por Alejandro Malaspina con
las corbetas Descubierta y Atrevida. En 1789 estaba en
Montevideo, donde la expedición quedó varios meses esta-
bleciendo un observatorio para los cálculos de longitud y
otras tareas. “La Costa, desde el Cabo de Santa María has-
ta la Colonia del Sacramento, por el espacio de unas se-
senta leguas se había sujetado casi en un todo a operaciones
trigonométricas. Se habían trazado cuidadosamente los
planos de Maldonado y Montevideo, y el todo ligado con
la posición absoluta de Montevideo y con excelentes relojes
marinos en operaciones repetidas y encontradas con latitud
observadas con la mayor confianza en el sextante. Las islas
de Lobos y de Flores, el Banco Inglés, los bajos a lo
largo de la costa del N. y las restingas temibles de las
Puntas de la Carreta y Brava, se habían colocado con la
mayor exactitud sobre las operaciones geodésicas y astro-
nómicas. El prolijo examen del fondeadero del Santa Lu-
cía, cuya barra tenía menos de dos pies de agua, disipaba ya
cualquier proyecto sobre su utilidad...” “Por otra parte,
en el Observatorio de Montevideo se había sujetado al más
prolijo examen la marcha de los relojes marinos.”
En ese mismo año Malaspina dio una Carta del Río de
la Plata, rica en sondajes, de un ancho de 2° de latitud por
2° 30’de longitud.
La expedición de Malaspina, que tenía por objeto
realizar estudios de oceanografía, geología, flora, fauna,
climatología, etc., de las posesiones españolas, partió luego
de Montevideo dirigiéndose a Puerto Deseado, golfo de
San Jorge, San Julián, Santa Cruz, y Puerto Gallegos. De

25
aquí pasó a las Malvinas, para regresar a la costa patagónica
cerca del cabo Vírgenes y costeando siempre la parte orien-
tal de la Tierra del Fuego cruzó el estrecho de Lemaire,
dobló el cabo de Hornos y fue a parar a Chiloé, para seguir
a Concepción y Valparaíso, desde donde pasó a Santiago.
En esta ciudad (1790) se incorporó el naturalista Tadeo
Haenke, quien por haber perdido la expedición en Monte-
video, hizo el viaje por tierra cruzando el continente. La
expedición continuó costeando el Perú hasta México, Ma-
rianas, Filipinas, Nueva Zelandia, para volver al Callao y
Concepción en 1794, regresando a España por vía del Pa-
cífico, mientras Tadeo Haenke lo hacía por Buenos Aires,
atravesando la ciudad de Mendoza y el país del Tucumán
que entonces comprendía las ciudades de Córdoba, San-
tiago del Estero, San Miguel del Tucumán, Salta, Jujuy,
Catamarca y San Esteban de Miraflores, tratando, como él
dice, de “aprovechar las coyunturas que se presentasen para
establecer la situación geográfica de los puntos principales
de esta dilatada travesía”. En España escribió una Descrip-
ción del Perú, Buenos Aires, etc., cuyos originales existen
en el Museo Británico y de los que recientemente (1943)
se publicó el fragmento relativo a la Argentina. Más tarde
Haenke regresó a América, radicándose en Cochabamba,
siendo luego designado ‘‘profesor de ciencias naturales”,
vale decir, naturalista de las Provincias Unidas, cargo en
que le sucedió Bonpland.
Otro naturalista de la expedición de Malaspina fue
Luis Née, francés naturalizado español, quien describió
luego las plantas recogidas en Montevideo, Buenos Aires,
Puerto Deseado y Malvinas, dejando a su regreso en el
jardín botánico de Madrid un herbario de unas 10,000
plantas.
De los viajes realizados después de la revolución, el

26
primero es el viaje de circunnavegación cumplido por una
expedición armada por el canciller ruso conde de Roman-
zoff y en la que iba, como naturalista, el poeta y botánico
alemán Chamisso. Aunque no tocaron las costas argenti-
nas, pues del Brasil pasaron al archipiélago fueguino, el
material recogido en la zona austral interesa a la flora
argentina. Chamisso estudió y clasificó el material recogido
por él y por otros naturalistas. Así encontramos entre ese
material estudiado, un Cocos Romanzoffiana, nombre con
que Chamisso, para honrar al organizador de la expedi-
ción, designó la palmera que caracteriza al brazo del río
Paraná denominado ‘‘Paraná de las Palmas”.
De los demás viajes científicos realizados a las regiones
del Plata durante la primera mitad del siglo, sólo recorda-
remos a los de D’Orbigny y de Darwin, cuyas exploracio-
nes por estas tierras dieron lugar a estudios científicos que,
fuera de su valor histórico, constituyen aún hoy fuentes de
consulta indispensables en muchos campos de las ciencias
naturales.
Alcides d’Orbigny recorrió los países de América del
sur desde 1826 hasta 1833, visitando, en la Argentina, el
Carmen de Patagones, las barrancas del Paraná y la pro-
vincia de Corrientes. En su obra monumental Voyage
dans L’Amerique méridionale, muchos capítulos traen no-
ticias de interés para la geología, paleontología, botánica,
zoología y antropología argentinas.
Aproximadamente en esa misma época otro joven hom-
bre de ciencia recorre el país. Es Charles R. Darwin, natu-
ralista del Beagle, que cumple entre 1831 y 1836 un
crucero científico. En 1832, después de haber tocado tierra
en varios puntos de la Patagonia y de Tierra del Fuego,
Darwin desembarca en Río Negro; a caballo se dirige a
Bahía Blanca, de reciente fundación, cruza la sierra de la

27
Ventana por los ramales de Pilliahuincó y llega a orillas
del Tepalquén, en cuyas barrancas descubre los capara-
zones de los gliptodontes, cuyo parecido con especies ac-
tuales le asombra. Más tarde, cuando vuelve a entrar en
el país, por el lado chileno, volverá a sorprenderse ante un
grupo de cuarenta o cincuenta araucarias petrificadas, con-
vertidas en sílice y espato calizo. “Sentí al principio tal
sorpresa que no quería creer en las pruebas más evidentes.”
Este viaje de Darwin por las regiones suramericanas sem-
brará en su espíritu la duda acerca de la estabilidad de las
especies, duda que la lectura de los Principios de Lyell,
cuyo primer tomo lee a bordo, no hará sino fortificar. Los
cambios que advierte en los animales y en las plantas al
bajar de norte a sur, la similitud de la fauna y de la flora
indígenas del archipiélago de los Galápagos con las del
continente; y el asombroso parecido de las especies extin-
guidas y actuales, que el rico depósito de fósiles de la Pa-
tagonia le revela, son síntomas que preludian el adveni-
miento de la teoría que un cuarto de siglo después desarro-
llará ampliamente.
Los resultados de las observaciones de Darwin están
consignados en su Viaje de un naturalista alrededor del
mundo, en el cual casi la mitad está consagrada a la Argen-
tina, y en obras más especiales como las Observaciones
geológicas sobre la América del Sur, y Zoology of the
Beagle (en colaboración con otros autores), en las que
una gran parte está dedicada a la geología y a la fauna
actual y fósil de las regiones del Plata.
Cuando en 1833 Darwin pasa por Luján, reside en esa
villa un médico argentino, con el cual más tarde entablará
correspondencia científica. Es Francisco Javier Muñiz,
considerado el primer naturalista argentino.

28
La vida de este estudioso autodidacto tiene contornos
heroicos: a los doce años es herido, luchando en la segunda
invasión inglesa; interviene como médico militar en la gue-
rra del Brasil, en Cepeda, donde es malamente herido,
y en la guerra del Paraguay; y muere durante la epidemia
de fiebre amarilla que contrae al atender a un enfermo.
Si bien Muñiz actuó también durante la organización
nacional, como hombre público y como profesor y decano
de la Facultad de Medicina, nos ocupamos en este capí-
tulo de su labor científica, pues ésta se desarrolló princi-
palmente durante su permanencia en Chascomús (1825) y
en Luján (1828–1848).
Su actuación como médico fue notable para su época;
en 1832 la Real Sociedad Jenneriana de Londres le con-
fiere el grado de socio correspondiente en mérito a sus
estudios sobre la vacuna y la acción de ésta como agente
terapéutico en algunas enfermedades cutáneas; pero sin
duda es en el campo de las ciencias naturales, en especial
en la paleontología, donde la figura de Muñíz adquiere sus
contornos más nítidos.
Ya en Chascomús Muñiz inicia los trabajos que pue-
den considerarse corno los primeros esfuerzos paleontológi-
cos argentinos. Recoge y reconstruye fósiles, algunos cono-
cidos, pero otros nuevos que por no dar a conocer a tiempo
no le permiten hoy hacer valer sus indiscutidos dere-
chos de prioridad. Pero es en Luján donde durante largos
años realizará la fructuosa tarea de remover y sacar a luz
el extraordinario mundo fósil sepulto en las barrancas de su
río. Reúne, estudia y clasifica un material apreciable que
en 1841 obsequia al gobernador Juan Manuel de Rosas
(Ameghino insistirá más tarde que no fue un obsequio,
sino un despojo, pues Rosas habría obligado a Muñiz a
hacer la pretendida donación). El material contenido en

29
once cajones comprendía restos de niégatenos, elefantes,
mastodontes, toxodontes, orangutanes, milodontes, glipto-
dontes... “y hasta las reliquias de tres especies última-
mente encontradas”. Y Rosas, magnánimo, regala todo
este material, fruto de tantos años de trabajo, al almirante
Dupotet. Parte de la colección será estudiada luego por
Gervais, del Museo de París, y en ella se encontrarán pie-
zas que darán lugar a nuevas especies. Otros restos fueron
a Londres por intermedio de Woodhine Parish, escritor
inglés que vivió en la Argentina entre 1839 y 1852, autor
de un libro: Buenos Aires and the provinces of the Río de
la Plata (1839. 1852), importante para la mineralogía y
paleontología.
Ante el destino que Rosas depara a sus fósiles, Muñiz
vuelve a las barrancas, reconstruye y amplía la colección,
que en 1857 deposita en el Museo de Buenos Aires.
En 1844 realiza su descubrimiento paleontológico más
importante, el del “tigre fósil”, hoy bautizado como Smilo-
don bonaerensis (Muñiz), y del cual da cuenta en un
ejemplar de la Gaceta Mercantil del año siguiente, circuns-
tancia que, por supuesto, hace que el hallazgo pase total-
mente inadvertido.
También pasó inadvertido, por publicarse en ese mismo
periódico, el trabajo de 1848 El ñandú o avestruz ameri-
cano, excelente monografía en la que no sólo se describen
extensamente los hábitos del animal, sino también los del
gaucho y de la vida campera de entonces.
En 1847 da fin a sus Apuntes topográficos del territo-
rio y adyacencias del Departamento del Centro de la Pro-
vincia de Buenos Aires, con algunas referencias a los
demás de su campaña, con datos de interés para la geolo-
gía, la geografía, la etnografía y la medicina social. Res-
pecto de las observaciones geológicas sobre la formación

30
pampeana dirá más tarde Ameghino: “Mis descripciones,
demostrando que los mamíferos extinguidos quedaron se-
pultados en el barro de antiguas lagunas, parecen copiadas
de Muñiz. Es que ambos, aunque con 40 años de inter-
valo, hemos escrito sobre el terreno, con el cuerpo del delito
a la vista, que da siempre una idea distinta de la que se
hace el sabio desde el bufete.” “En el mismo caso se en-
cuentran muchas otras observaciones de Muñiz, exactísi-
mas, pero que sólo se conocen desde un cortísimo número
de años.”
Ya aludimos a la correspondencia con Darwin. Ella se
inicia con el deseo expresado por Darwin de poseer mayo-
res informaciones respecto de la “vaca ñata”, curiosa espe-
cie doméstica que había observado en su viaje y que le
interesaba y le preocupaba. Muñiz contestó con precisión
a las preguntas formuladas por Darwin, quien utilizó esa
respuesta en la segunda edición de su Viaje, así como más
adelante en el Origen de las especies.
Todos los escritos científicos de Muñiz, o casi todos,
fueron recopilados y publicados por Sarmiento en 1885,
acompañándolos con comentarios y con una nota biográ-
fica.

7. LA ENSEÑANZA PRIMARIA Y LA ENSEÑANZA


SECUNDARIA

Volvamos nuevamente a la colonia para considerar


otros aspectos de la naciente cultura argentina.
La primera noticia que se posee de un maestro de pri-
meras letras en el territorio argentino procede de Santa Fe,
donde en 1577 se habla de un Pedro de Vega, “que enseña
la doctrina christiana á los niños de poca edad y á leer y
escribir á los demás”, aunque parece que después de ese

31
maestro, la ciudad estuvo desamparada un tiempo en ma-
teria de enseñanza primaria.
La instrucción primaria en la colonia fue principal-
mente obra de los vecindarios, quienes por intermedio de
los cabildos, o establecieron directamente escuelas, o exi-
gieron a los religiosos la obligación de enseñar como condi-
ción para la fundación de sus conventos. Su única finali-
dad fue la de enseñar a leer, escribir y contar (para
artesanos y comerciantes) e impartir la doctrina cristiana.
A fines del siglo XVIII, con el advenimiento de Car-
los III, se manifiesta un mayor interés por la instrucción
pública. Se crean nuevas escuelas fiscales, con los fondos
de las temporalidades de los jesuitas expulsados, y muni-
cipales, con los fondos propios de los cabildos; se reclaman
perfeccionamientos y hasta asoma el concepto de enseñanza
obligatoria. Así en Buenos Aires, inspirado por la prédica
de Belgrano, el virrey Cisneros en 1810 decreta la concu-
rrencia obligatoria de los niños a las escuelas.
Mas el progreso real no fue muy grande. Los prejuicios
raciales excluían de la instrucción a los más. Los negros no
podían recibir ninguna clase de enseñanza, excepto la doc-
trina cristiana, una vez por semana. Los indios no estaban
mejor (las misiones habían constituido una excepción).
Por otra parte, la enseñanza se limitaba generalmente
a los varones, pues recién a fines del siglo XVIII, y en algu-
nas provincias, se establecieron escuelas para huérfanas y
para niñas.
También bajo Carlos III aparecen los primeros regla-
mentos que fijan los requisitos que deben satisfacer los
maestros de escuela. Figuraban como tales requisitos: la
aprobación eclesiástica, la limpieza de sangre y un examen
ante escribano “sobre la pericia del Arte de Leer, Escribir,
y Contar, haciéndole escribir a su presencia muestras de

32
las diferentes letras, y extender ejemplares de las cinco
Cuentas”.
En los conventos e iglesias, por lo general, los clérigos
y regulares delegaban la enseñanza primaria en sacristanes
o hermanos legos con resultados no evidentemente satis-
factorios. En las escuelas donde los alumnos eran nume-
rosos, se acudía al método de Lancaster. Más tarde (1822),
ante la necesidad de lograr una mayor difusión de la ins-
trucción primaria, el método fue oficializado; al crearse el
Departamento de primeras letras anexo a la Universidad
de Buenos Aires, se fundó para su vigilancia una Sociedad
Lancasteriana.
El método de enseñanza consistía en el abecedario, los
palotes y las cuatro reglas con enteros y fracciones y la
regla de tres. En algunas escuelas se enseñaba gramática
y ortografía castellanas.
Los castigos corporales estaban en boga, aunque no
parece que por eso la disciplina fuera ejemplar. A veces
el juicio de los contemporáneos respecto de las escuelas fue
lapidario. En el Semanario de Vieytes se lee, en un núme-
ro de 1805: “Entregábamos los niños a maestros ignoran-
tes y que apenas sabían más que leer y escribir, y que les
abatían con castigos viles e ignominiosos.”
En definitiva: desde fines del siglo XVI se van fundan-
do en el territorio argentino escuelas de primeras letras de
tal manera, que al estallar la revolución la enseñanza pri-
maria está difundida a través de casi todas las provincias
argentinas.
Respecto de la enseñanza secundaria, los centros más
importantes se desarrollaron en Córdoba y en Buenos
Aires.
En Córdoba los jesuitas establecieron en 1607 un novi-

33
ciado que sirvió de base al Colegio Máximo declarado en
1610, y cuyos cursos quedaron definitivamente instalados
en 1614, sirviendo, a su vez, de base a la futura Universi-
dad cordobesa.
Mientras tanto, con los bienes donados por el presbí-
tero Ignacio Duarte y Quirós, se funda en 1687 el Colegio
Real Convictorio de Nuestra Señora de Montserrat, sujeto
al Real Patronato y subordinado al Provincial de la Com-
pañía de Jesús.
La fundación de este Colegio es importante, pues du-
rante mucho tiempo es a él donde acudirán los estudiantes
de Buenos Aires y Paraguay, y no pocos del Alto Perú y
Chile. Por lo demás, sirvió de modelo al Real de San Car-
los de Buenos Aires.
Desde el siglo XVII se trató de instalar en Buenos Aires
establecimientos de enseñanza media y superior, pero ya
por indiferencia de la corona, por rivalidades de las con-
gregaciones o por oposición de las ciudades que poseían
colegios o universidades, esos proyectos no tuvieron reali-
zación, hasta que el gobernador Vértiz, en 1771, consulta
a la junta de temporalidades con el propósito de “estable-
cer escuelas y estudios generales para la enseñanza y edu-
cación de la juventud”. La Junta, previo informe de los
cabildos eclesiástico y secular, resuelve en 1772 la creación
de una escuela de primeras letras y una cátedra de gramá-
tica, con lo que se fundan reales estudios públicos que se
completan en 1776. Y en 1783 el ahora virrey Vértiz ins-
tala solemnemente el Real Colegio Convictorio de San
Carlos (o Carolino), en el que se educaron “casi todos
los hombres que encabezaron y sostuvieron la revolución
y honraron a la patria con sus talentos”. (Gutiérrez.)
Los estudios reales y el Colegio Carolino pasaron por
vicisitudes diversas provocadas por los sucesos militares

34
(invasiones inglesas) y políticos (movimiento revolucio-
nario), de tal manera que en 1810 la Junta de Gobierno
reconocía la necesidad de crear un nuevo establecimiento
más adecuado a las circunstancias del momento, y para
formar “un plantel que produjera algún día hombres que
fueran el honor de la patria”. No obstante estos buenos
deseos, recién en 1818 se transformó el Colegio de San
Carlos en Colegio de la Unión del Sud.
Pese a la frase de Gutiérrez, Salvadores, a través de
un análisis del carácter de la enseñanza que se impartía
en el Real de San Carlos, afirma que la influencia que el
colegio pudo tener sobre la formación moral de la juven-
tud que encabezó el movimiento revolucionario, fue nula.
Esa enseñanza, en la que imperaba aún “la doble
verdad” y en la cual la ciencia en el sentido ordinario del
término estaba incluida, tenía su libertad restringida por
motivos políticos y religiosos, que impedían que se ense-
ñasen doctrinas contrarias a la autoridad y regalía de la
corona, o que contradijesen a los principios del dogma.
Manuel Moreno refleja el carácter de esa enseñanza
al decir “...en las lecciones de filosofía se omite la aritmé-
tica y la geometría, que como llevo dicho, ignora siempre
el maestro mismo, de que resulta, que en todas las cues-
tiones de física se pasan por alto las pruebas de la demos-
tración matemática...”, “los ramos de lógica, física natural
y experimental, ética y metafísica que se enseñan a los
alumnos por el espacio de tres años, antes de pasar a la
teología, que como lo más necesario y lo que deben sacar
más fresco en sus cabezas, se deja para lo último. Pero es
doloroso añadir que en estos ramos se advierte todavía el
escolasticismo en todo su rigor, y que aún se defienden
con calor las tesis que han sido abandonadas en Europa
hace cincuenta años, o se ignoran los descubrimientos he-

35
chos por los modernos en esta parte tan provechosa de
los conocimientos humanos.” “En cuanto a la utilidad que
debía esperarse de promover los conocimientos y las cien-
cias, estando reducidas sus lecciones a formar de los alum-
nos unos teólogos intolerantes, que gastan su tiempo en
agitar y defender cuestiones abstractas sobre la divinidad,
los ángeles, etc., y consumen su vida en averiguar las
opiniones de autores antiguos que han establecido siste-
mas extravagantes y arbitrarios sobre puntos que nadie
es capaz de conocer, debemos decir que es absolutamente
ninguna.”
Ya creada la Universidad, Rivadavia, en 1823, trans-
forma el Colegio de la Unión del Sur en Colegio de Cien-
cias Morales, y con el objeto de facilitar la venida de jóve-
nes a Buenos Aires, y al mismo tiempo favorecer a la
formación del plantel de futuros estudiantes universita-
rios, se resuelve costear el sostenimiento en los colegios de
la ciudad (se proyectaba crear otros de tipo científico-
natural) de seis jóvenes por cada territorio dependiente
gobierno.
Las clases públicas las recibían los alumnos en el De-
partamento preparatorio de la Universidad, no obstante
lo cual el Colegio logró cierto prestigio, llegando a tener
durante los cursos de 1825 y 1826 más de un centenar
de alumnos.
Pero los tiempos cambian, y en 1830, “Siendo incom-
patible con las graves y urgentes atenciones del erario
público de esta Provincia la permanencia del Colegio de
la Provincia de Buenos Aires, y no correspondiendo sus
ventajas a las erogaciones que causa, ni a los fines que
debieron motivar su fundación, el Gobierno...” resuelve
disolver el Colegio de Ciencias Morales, que el año ante-

36
rior se había refundido en el Colegio de la Provincia
de Buenos Aires.
Mientras tanto, en Mendoza, por obra de San Martín,
se creaba el Colegio de la Santísima Trinidad, que empe-
zó a funcionar en 1818. Estaba destinado principalmente
al estudio de las ciencias, pues era su propósito establecer
“cátedras de humanidades, en que se enseñarán los sa-
grados derechos y deberes del hombre en sociedad, las
facultades mayores, la física, las matemáticas, la geogra-
fía, la historia y el dibujo”.
Como se ve, en tales estudios falta la teología, y esa
falta, dice el historiador Vicente F. López, “revelaba ya
un progreso tanto más evidente en las ideas de los que
habían dirigido la fundación de este establecimiento, cuan-
to que la enseñanza de la filosofía en manos del rector
Guiraldes, estaba calcada sobre el método de Condillac
y tomaba por punto de partida, como este grande maes-
tro, la observación experimental y la observación efecti-
va de la conciencia individual”.

8. LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA

En 1614 fallece en Córdoba fray Fernando Trejo y


Sanabria, quien el año anterior había concretado una do-
nación al colegio jesuítico, a fin de que con sus rentas se
sustentaran cátedras de latín, artes y teología y se otor-
gara con licencia real grados de bachiller, licenciado, maes-
tro y doctor. Aunque tal donación, complicada por otra
del donante a Santiago del Estero, dio lugar a una serie de
pleitos, el hecho es que a principios de 1614 se inician en
el Colegio Máximo los estudios, pero sin facultad para
otorgar grados, hasta que en 1622 Gregorio XV autoriza,

37
por un término de diez años, a conferir grados a los que
hubiesen cursado estudios en colegios de la Compañía
que funcionasen a más de 200 millas de la universidad
más próxima, en este caso la de Charcas.
Recién en 1664 se dan las primeras “constituciones”
que se amplían en 1710. Por ellas, la Universidad com-
prendía las facultades de artes y de teología. La primera
otorgaba los grados de bachiller, licenciado y maestro, y
sus estudios comprendían la filosofía (lógica, física, me-
tafísica).
A raíz de la expulsión de los jesuitas, la Universidad
pasa a manos de los franciscanos, iniciándose una larga
lucha entre éstos y el clero secular por el predominio en
la Universidad, hasta que en 1790 se inicia la seculari-
zación con la creación de la cátedra de Instituta, en 1795
se confieren grados en derecho civil y, finalmente, en
1799 se resuelve “fundar de nuevo” en Córdoba una uni-
versidad mayor con el nombre de Real Universidad de
San Carlos y de Nuestra Señora de Montserrat.
Pero esta nueva universidad recién se instala en 1808,
cuando asoman los nuevos tiempos y asciende al recto-
rado un hombre de actuación en la historia argentina: el
deán Funes (Gregorio Funes). El primer signo de los
tiempos nuevos es la creación, a costa del peculio particu-
lar del rector, de una cátedra de matemática que empieza
a funcionar en 1809.
Tal es la universidad que existe en la Argentina al
estallar la revolución. Nada pudo influir sobre ésta, pues
el espíritu nuevo que se le pretendía animar, era coetáneo
con el de la revolución.
En 1815 se aprueba una modificación en la estruc-
tura de los estudios, propuesta por el deán Funes, con la

38
que se pretende mejorar la enseñanza de las ciencias: in-
tensificación de la matemática, estudio experimental de la
física, aunque no se contaba aún con material para ello;
sin demostrar, empero, igual pretensión en la filosofía.
Se sigue sosteniendo que las escuelas de los escolásticos
son un campo cerrado donde se puede caminar a pie segu-
ro, que las doctrinas de los nuevos filósofos (Descartes,
Malebranche, Locke y Leibniz) son ocurrencias antoja-
dizas, etc.
Que las cosas no mejoran cuando la Universidad en
1820 pasa a depender de la provincia, lo comprueba el
inútil esfuerzo del rector Bedoya para que se modificara
el estudio de la “física de puro capricho” que entonces se
enseñaba, y que se adoptara para ese estudio el castellano
en lugar del latín, como se seguía haciendo en la univer-
sidad cordobesa.
Mientras tanto, en Buenos Aires continúan en forma
intermitente las gestiones para fundar una universidad,
gestiones que se habían iniciado en 1771 con la funda-
ción de los reales estudios y continuado en 1783 con la
creación del Colegio Carolino. Las creaciones educaciona-
les de Belgrano desde el Consulado, y el espíritu nuevo
que trae la revolución, mantienen latentes esos propósitos,
pero es recién en 1816 cuando la idea vuelve a ser consi-
derada oficialmente. El auspicio del gobierno y los esfuer-
zos del presbítero Antonio Sáenz permiten finalmente que,
el 9 de agosto de 1821, el gobernador Rodríguez y su
ministro Rivadavia firmen el decreto de creación de la
Universidad de Buenos Aires. En realidad, los trabajos
de organización de la Universidad estaban muy adelanta-
dos, pues con anterioridad se habían designado el rector,
que lo fue Antonio Sáenz, y los catedráticos, de modo que

39
el 12 de agosto pudo instalarse solemnemente la Univer-
sidad y el día siguiente conferirse los primeros grados.
En la Universidad de Buenos Aires se trató de dar,
desde sus comienzos, carta de ciudadanía a la ciencia. Se
componía de “departamentos científicos”, que de acuerdo
a la organización de 1822 eran: Departamento de ciencias
exactas (dos cátedras y dos ayudantes); Departamento de
medicina (tres cátedras); Departamento de jurispruden-
cia (dos cátedras); Departamento de ciencias sagradas
(tres cátedras), que funcionó recién desde 1924, y el De-
partamento de estudios preparatorios (seis cátedras, entre
las cuales una de físico–matemáticas y una de economía
política). También en 1822 se creaba un Departamento
de primeras letras, por el cual quedaban incorporadas a
la Universidad y bajo su inspección inmediata todas las
escuelas existentes en la ciudad y en la campaña. Como
los departamentos científicos, a su vez, habían incorpora-
do los establecimientos educacionales preexistentes, la
Universidad se constituía en un “verdadero poder públi-
co, al cual estaba sometida la dirección de la inteligencia
en sus relaciones con el estudio de las ciencias y de las
artes y” continúa Gutiérrez, “cuyos inmediatos subordi-
nados eran los profesores y los jóvenes desde que comen-
zaban a asistir a las escuelas primarias hasta que vestían
las insignias de graduados en facultades mayores”.
Toda la instrucción pública estaba unificada en la
Universidad, y en el presupuesto para 1825 se observa
que más de la mitad de sus gastos se insume en el depar-
tamento de primeras letras, y del resto, parte de los gastos
se proyecta para gastos “del jardín de aclimatación” y “del
laboratorio de química, conservación de la sala de física
y establecimiento de estudios de mineralogía y geología”.

40
En 1826 el presidente Rivadavia fijó el orden de los
estudios preparatorios: 1° latín y griego; 2° filosofía; 3°
aritmética, geometría y álgebra; 4° física experimental,
imponiendo la obligación de aprobar esos cursos para in-
gresar en las facultades mayores.
Pero en verdad los acontecimientos políticos impidie-
ron que la vida activa de la Universidad fuera de larga
duración. En 1835 sólo funcionaban los cursos prepara-
torios, y en 1838 se suprime la subvención oficial a la
universidad y el sueldo a los profesores, con lo que poco
a poco van desapareciendo las cátedras.

Ya se dijo algo respecto del carácter de la enseñanza


de la época; agreguemos algunas noticias sobre el papel
asignado a la ciencia en esa enseñanza.
Durante la colonia, la ciencia, por lo menos en el sen-
tido actual del vocablo, no figura en la universidad cor-
dobesa. La física se estudia en los cursos de filosofía que
se siguen a Aristóteles y al padre Suárez, y durante el
siglo XVIII, no sólo en Córdoba sino en todo el virreinato,
se “refuta a Newton con silogismos” y se utilizan recursos
semejantes para oponerse a Descartes, Gassendi y al “liber-
tino” Voltaire. Pero si estos autores se refutaban, era por-
que se leían y, poco a poco, ellos ejercen su acción de
manera que a fines del siglo la física, dice Orgaz, se mues-
tra con un atraso afligente y el odio a los libertinos se
mantiene, pero “en cambio, circula ya la duda cartesiana,
unida a un cierto desdén por el aristotelismo”.
En Buenos Aires, durante el siglo, las cosas no están
mejor, aunque Orgaz, que no acepta “en su integridad,
los juicios mordicantes de Manuel Moreno”, dice que ya
en el San Carlos “se dicuten y a veces se adoptan las ideas

41
de Copérnico, Nollet, Euler, Franklin y Feijóo, y se recu-
rre a Descartes para dar solución al problema del alma de
los brutos”, y al referirse al presbítero Chorroarín, que fue
rector y catedrático de filosofía del Colegio, dice que éste
“acepta, con el cartesianismo, que el conocimiento claro
y distinto es criterio de verdad”; mas ello debe tomarse
“con un sentido sobrio”, porque, “¿qué respondería Des-
cartes a Lutero y a Calvino que afirman que ellos entien-
den las Escrituras y los misterios divinos por las ideas cla-
ras que Dios les ha concedido?” No está de acuerdo con
los que critican el valor del silogismo, útil “si se usa caute-
losa y moderadamente”; rechaza la manía del “experimen-
to en las cosas físicas...”
Con el nuevo siglo asoman nuevas ideas y nuevos
hombres. Juan Crisóstomo Lafinur inició sus estudios en
Córdoba, de cuya universidad fue expulsado al graduarse
de maestro en Artes. Se incorporó al Ejército del Norte
frecuentando la Academia de Matemáticas que Belgrano
fundara en Tucumán. Baja luego a Buenos Aires, donde
en 1819 conquista por oposición la cátedra de filosofía del
Colegio, pero la lucha que promueve su orientación filo-
sófica, lo obliga a abandonarla y se dirige a Mendoza, en
cuyo Colegio profesa y donde las polémicas que sostiene
para defender sus convicciones filosóficas lo llevan ahora
a Chile desterrado, donde completa sus estudios, muriendo
poco después. Con Lafinur la enseñanza de la filosofía ad-
quiere un nuevo espíritu. ‘‘Antes de él —dice Gutiérrez—
los profesores de Filosofía vestían sotana: él, con el traje
de simple particular y de hombre de mundo, secularizó el
aula primero y en seguida los fundamentos de la ense-
ñanza.” Y agrega Gutiérrez que en la introducción de su
curso, Lafinur “pasa en revista a toda la antigüedad, y

42
encarándose con Aristóteles, le arrebata el cetro del mundo
literario por la mano de Gassendi, de Galileo, de Descartes
y especialmente de Newton, de cuyo sistema dice que es el
dominante en todas las academias científicas del mundo”.
Con Lafinur la física sale del período escolástico, pero
no ingresa aún en el período experimental. La física ex-
perimental aparece de nombre, mas no de hecho, en 1825,
con el curso que dicta “sin el auxilio de los instrumentos”,
Avelino Díaz, como profesor de ciencias físico–matemáti-
cas en el Departamento de estudios preparatorios. Díaz,
que luego fue profesor en el Departamento de ciencias
exactas y presidente del Departamento topográfico y esta-
dístico, publicó los tratados elementales de las ramas ma-
temáticas de su curso, mas no el de física, que sólo se
conserva en apuntes incompletos, seguramente redactados
por algún discípulo. Pero Díaz ya recorre la buena senda,
y en la introducción de su curso habla de que “la expe-
riencia conducirá a establecer principios fundamentales y
valiéndonos del análisis deduciremos las consecuencias”.
Dos años después se dicta en Buenos Aires el primer cur-
so de física experimental que merezca tal nombre.
“Un laboratorio de química, y una sala de física la
más completa, han sido conducidas de Europa para servir
a la enseñanza de las ciencias naturales”, informa el go-
bernador Rodríguez en su mensaje del año 1824, y a
mediados de 1827 se lee en la Crónica Política y Lite-
raria de Buenos Aires: “De todos nuestros recientes esta-
blecimientos, el que fijará algún día la atención de los
extranjeros, así como hoy excita poco la de los nacionales,
es el gabinete de física y de historia natural que se
aumenta silenciosamente en el convento de Santo Do-
mingo. Apenas cuenta seis meses de existencia aunque la

43
primera demanda que se hizo a Europa de un surtido de
instrumentos tuvo lugar en 1823.”
En efecto, se había destinado el convento abandona-
do de los dominicos como local para reunir todos los obje-
tos relativos a la enseñanza de las ciencias naturales, que
comprendían, además del gabinete de física y laboratorio
de química, las colecciones de historia natural del Museo
público, y una rica colección numismática con que este
museo se había enriquecido en 1823.
Para el dictado de la física experimental, Rivadavia
contrató en Londres al médico italiano Pedro Carta Moli-
na, antiguo profesor en la Universidad de Turín y ex-
patriado por razones políticas, quien llegó a Buenos Aires
en 1826 con una dotación de instrumentos para comple-
tar el gabinete y con un ayudante: Carlos Ferraris. Carta
inició su curso en 1827 con un discurso inaugural, pu-
blicando más tarde las dos primeras lecciones de intro-
ducción al curso de física experimental, que dedicó a Ri-
vadavia; pero parece que Carta dejó su cátedra antes de
dictar sus lecciones ya preparadas, como consecuencia
de la caída de su benefactor y amigo Rivadavia.
A Carta sucedió Octavio Fabricio Mossotti, sabio ita-
liano que había sido llamado a Buenos Aires con el objeto
de establecer un observatorio astronómico. Mossotti dictó
el curso de física desde 1828 hasta 1834, fecha en la que
regresó a su patria, quedando entonces vacante la cátedra
en Buenos Aires durante 20 años,
Mossotti es el precursor de la pléyade de sabios y pro-
fesores extranjeros que más tarde cimentarán la ciencia
argentina. Ya era conocido como físico y astrónomo cuan-
do llegó a Buenos Aires, después de haber residido un
par de años en Londres como emigrado político.

44
Sobre la base de los restos del instrumental dejado
por la comisión demarcadora de límites del siglo anterior,
Mossotti instaló un pequeño observatorio astronómico en
una de las celdas altas del convento de Santo Domingo,
al cual anexó un gabinete meteorológico. Venía a albergar
así el viejo convento a la totalidad de los incipientes re-
cursos con que contaba el país para el estudio científico
de la naturaleza.
Colaboró en la organización y en las tareas del De-
partamento topográfico y determinó la latitud de Buenos
Aires, refiriéndola a la pirámide de la plaza de la Victo-
ria (hoy plaza de Mayo).
Fuera de un agradecido recuerdo, poco se ha conser-
vado de la actuación argentina de Mossotti, quien “Au-
sente de una patria desgraciada y aislado en un país casi
del todo ajeno a las ciencias que él profesaba, debía con-
siderarse dos veces desterrado” (Gutiérrez).
Del curso de física experimental redactado en castella-
no y que parece circulara solamente en copias manuscri-
tas entre sus discípulos, se publicó únicamente una parte
muy breve y general de la introducción.
Las diarias observaciones meteorológicas realizadas du-
rante más de seis años (fue el primero en anotar datos de
lluvia haciendo construir al efecto un pluviómetro) sólo
se conservan por las informaciones periodísticas, pues se
han perdido: tanto los originales que Mossotti dejara al
abandonar el país, como una serie de observaciones y
noticias sobre el clima que, después de haber sido utiliza-
das por Humboldt, fueron a parar a manos de Arago para
ser presentadas al Instituto de Francia.
Las únicas cuatro páginas impresas en la Argentina,
que se conocen de Mossotti, son las Noticias astronómicas

45
con que se abre un calendario para 1832 editado por una
imprenta porteña, y en las que da cuenta de las cosas de
interés que ofrecerá el cielo de Buenos Aires durante ese
año; aparecieron en cambio en las memorias de la Real
sociedad astronómica de Londres, dos artículos de Mossotti
sobre las observaciones de un eclipse de Sol y del cometa
Enke, realizadas desde las celdas de Santo Domingo.

9. OTRAS INSTITUCIONES CULTURALES

Durante la colonia y la época de la “primera Argenti-


na”, se realizaron algunos otros esfuerzos culturales vincu-
lados con la ciencia. Algunos de ellos dieron lugar a insti-
tuciones permanentes, varias de las cuales más tarde
fueron incorporadas a la Universidad. Con tales esfuer-
zos están ligados los nombres de Vértiz, Belgrano, More-
no, Rivadavia.
A Vértiz se le debe la creación del protomedicato,
origen de los estudios médicos en el Plata.
Ya desde el siglo XV, España había sentido la necesi-
dad de crear cuerpos técnicos encargados de vigilar el
ejercicio del arte de curar y que al mismo tiempo ejercie-
ran una función docente y de formación de profesionales.
Al efecto creó el protomedicato, institución que luego
extendió a las colonias, creándose en 1570 los protomedi-
catos de México y del Perú, del cual dependía el Río de
la Plata, y más tarde el de Chile.
Al asumir Vértiz el virreinato, y ante el evidente aban-
dono de la asistencia pública y las serias deficiencias de
los servicios hospitalarios y farmacéuticos, resuelve crear
en 1779 el protomedicato del Río de la Plata, indepen-
diente del de Lima y del de Castilla, instalándolo solem-
nemente el año siguiente.

46
De las razones que presidieron esa creación, da cuenta
este párrafo de la memoria que años más tarde Vértiz eleva
al marqués de Loreto: “Otro de los establecimientos que
me dictó la humanidad fue, el del Real Protomedicato
que se erigió en esta Capital, pues el del Perú estaba, se-
gún la ley de Indias, unido y anexo a la cátedra de prima
medicina de la Universidad de Lima, aquel Proto–médico,
descuidaba en ambas partes extremadamente sus obliga-
ciones; y aún se dio caso de que algunos que aquí debían
ejercitar la materia médica, los aprobase sin examen y
comparecencia personal ante él, contraviniendo a otra
expresa disposición de las mismas leyes; y en cuya virtud
les retiré sus nombramientos, de modo que, este experi-
mental conocimiento y la reflexión de que a la distancia
de mil leguas nunca podrían remediar bastantemente
desórdenes que perjudicaban la salud y conservación de
los vasallos del rey, y menos precaver el desarreglo de las
Boticas, estando siempre a la mira de la bondad de los me-
dicamentos y composiciones, y de la equidad de los pre-
cios, de esta inaveriguable y enmarañable administración,
me indugeron con precisión no desamparar unos objetos
tan importantes, como es mantener la sociedad y la vida
del ciudadano, y aprovechar la oportunidad de hallarse
aquí el primer médico de la expedición a esta América
Meridional, Dr. Don Miguel O’Gorman, mandado rete-
ner para el arreglo de los Hospitales y economizar sus
consumos. Con esta ocasión y por la notoria suficiencia y
conducta de este Profesor de Medicina, le despaché título
de Real Proto–médico, concediéndole cuantas facultades
por las leyes a esta extensión y distrito de todo el virrey-
nato...”
O’Gorman, de origen irlandés, había estudiado en

47
París y Reims revalidando su título en Madrid. En 1766
ingresó al servicio de España y en 1776 forma parte de la
expedición a la Colonia del Sacramento que dirige don Pe-
dro de Cevallos. Se le debe, primero en España y luego
en el Plata, la introducción del método de inoculación
contra la viruela. Después de medio siglo de servicios,
achacoso y pobre, se jubila y muere en 1819.
Una interesante iniciativa, que parece no haberse con-
cretado, fue el proyecto de O’Gorman de crear una Aca-
demia de Medicina con asiento en Montevideo, para ase-
gurar su independencia como corporación científica, ajena
a las influencias burocráticas y oficiales del protomedicato
residente en Buenos Aires. En el proyecto O’Gorman
expone la necesidad de dotar a los prácticos empíricos,
que pululaban, de un saber teórico y científico, agregan-
do que muchos inconvenientes anotados serían menores
si “ya se hubiese fundado la Universidad en Buenos Ai-
res” (estamos en 1783) “y en ella las correspondientes
cátedras de ciencias médicas”. Si la Academia no prospe-
ró, en cambio el protomedicato pudo iniciar su función
docente, para la cual se le facultó en 1793, aunque los
cursos recién se iniciaron en 1801. Estos cursos que fue-
ron los primeros de carácter universitario que se dictaron
en Buenos Aires y los primeros de esta índole en la Argen-
tina, pues en Córdoba no había estudios médicos, se des-
arrollaron de acuerdo a un plan modelado sobre el de la
universidad de Edimburgo, con seis años de estudios, curso
nuevo cada tres años y ajustado a dos catedráticos.
En ese plan aparecía, por primera vez en los estudios
argentinos, la química y la botánica, que se estudiarían
por el texto de Lavoisier. Estos estudios figuraban en se-
gundo año y debían ser impartidos por O’Gorman, pero
debido a su precario estado de salud fue sustituido, en

48
1802, por Cosme Argerich, médico argentino secretario
del protomedicato que había estudiado en España y una
de las figuras próceres de la medicina argentina. Puede
dar una idea del contenido de esos estudios los siguientes
párrafos del acta de examen: “...fueron preguntados por
los maestros y por varios literatos concurrentes sobre la
química pneumática, filosofía botánica, farmacia. No sólo
fueron examinados en todas las partes de la química filo-
sófica, sino que hicieron la aplicación de los principios de
éstas a las operaciones de la farmacia que están en uso
en la operación de las enfermedades. Trataron así mismo
de la meteorología explicando sus fenómenos más o me-
nos, cuales son la formación del agua en la atmósfera, la
de la nieve, granizo, y escarcha; el admirable fenóme-
no del rayo y su comunicación, con cuyo motivo disertaron
de los fluidos eléctrico, magnético y galvánico, de la aurora
boreal, vientos periódicos y demás meteoros ígneos y aéreos.
Igualmente dieron bastantes noticias de la mineralogía
con gran satisfacción de los inteligentes, que conocen la
suma necesidad que hay de estos conocimientos para los
progresos de nuestras minas.
“Fueron con especialidad muy satisfactorias para el Pú-
blico las nuevas ideas que presentaron sobre la química
vegetal, ya demostrando los principales órganos de las
plantas, ya explicando el vario juego que tienen en la eco-
nomía vegetal, ya como se produce el desarrollo. Todos
estos conocimientos se aplicaron a la agricultura, expli-
cando la theórica de los abonos y los principales funda-
mentos de la primera y más necesaria de todas las artes.
Se trató con mucha extensión de los materiales inmediatos
de los vegetales y con especialidad del principio curtien-
te, y theórica del curtimbre, de las materias colorantes
y theórica de los tintes y mordientes; del modo y teórica

49
de la vitrificación; objetos los más interesantes para la
prosperidad del comercio de estas Provincias.”
Pero los acontecimientos militares y políticos, así como
la escasez de material, hacen que los cursos se desarrollen
irregularmente y languidezcan, de modo que en 1812 la
escuela se cierra por falta de alumnos.
La Asamblea del año 13 aprueba un plan, proyectado
por Argerich, para una nueva escuela de cirugía y medi-
cina que parece no haber funcionado nunca, creándose
en cambio un Instituto Médico, con carácter de cuerpo
militar, que funcionó precariamente hasta 1820, fecha en
la que murió su director Argerich, suprimiéndosele ofi-
cialmente el año siguiente.
Con ese Instituto está vinculado, aunque circunstan-
cialmente, otro gran naturalista extranjero residente en el
Plata: Aimé Bonpland, quien había acompañado a Hum-
boldt en sus viajes a las regiones equinocciales de América
y luego colaborado con él en la obra Nova genera et spe-
cies. Bonpland llegó a Buenos Aires en 1818, trayendo
desde Europa muchas plantas y semillas con las que esta-
bleció un pequeño jardín; más tarde sustituyó a Haenke
en el cargo de profesor de historia natural de las Provin-
cias Unidas, y fue catedrático en un colegio, probable-
mente el de la Unión. En 1821 fue nombrado profesor
en el Instituto, pero parece no haber desempeñado el car-
go a causa de una cuestión litigiosa que suscitó su nom-
bramiento. A fines de ese año se retira a la provincia de
Corrientes, donde cae bajo el poder del dictador Francia
quien lo retiene detenido en el Paraguay hasta 1829, fe-
cha en que, según Gutiérrez “...se estableció en San Borja
y allí dejó correr su vida de filósofo, haciendo el bien y
cultivando su ciencia favorita, hasta que falleció...”
Durante su estada en Buenos Aires Bonpland publicó

50
en los periódicos locales cuestiones de interés general,
vinculadas con las ciencias naturales. El primero de esos
artículos parece ser uno sobre la cochinilla y sus aplicacio-
nes, a raíz de haberse encontrado este insecto en una es-
tancia de la provincia, no lejos de la ciudad.
Creada la Universidad, los estudios médicos se incor-
poran a ella constituyendo uno de sus departamentos y
con el objeto de “dignificar la profesión de la medicina”
y “dar participación a esta ciencia en la mejora de la socie-
dad”, el gobierno crea, a principios de 1822, la Academia
de Medicina, reuniendo en su seno a los más ilustrados
profesores, nativos o extranjeros, que residían entonces en
Buenos Aires. La Academia inicia sus sesiones en 1823
y a mediados de ese año publica, como fruto de su labor,
el primer volumen de sus Anales.
En ese volumen, fuera de otros trabajos, figura un
discurso del secretario de la Academia que informa que
“En este mismo año la escuela de medicina ha sufrido
reformas remarcables. Se ha construido a expensas del
Gobierno una sala de disecciones con todos los útiles ne-
cesarios a las preparaciones anatómicas, y por primera vez
en nuestro país el arte de las inyecciones principiará a
practicarse en este invierno”, y un par de trabajos cientí-
ficos y un extenso “Discurso para servir de introducción a
un curso de química”, de Manuel Moreno, profesor de
química en el Departamento de estudios preparatorios y
que es el iniciador de los estudios químicos en la Argen-
tina.
Con el nombre de Manuel Belgrano se vinculan va-
rias creaciones educacionales, destinadas principalmente
a los estudios matemáticos. Ya a principios de 1799 el
Consulado, por inspiración de Belgrano, creaba una “Es-

51
cuela de geometría, arquitectura, perspectiva y toda espe-
cie de dibujo”, que tuvo vida efímera, pues parece que en
ella sólo se enseñara el dibujo y que poco después de su
creación uniera su destino al de la Escuela Náutica. Ésta
fue creada también por el Consulado a fines de 1799,
previo asesoramiento de Azara. Si bien tuvo una existen-
cia más brillante que la otra, dificultades internas y exter-
nas minaron su vida. Por lo pronto se produjo entre sus
directores un conflicto, muy frecuente y aún hoy latente,
acerca de la orientación y prioridad de la enseñanza ma-
temática en la formación de no matemáticos (en este
caso, pilotos). Por lo demás no se había obtenido la auto-
rización peninsular, y en 1806 se “desaprueba el estable-
cimiento de la referida Escuela y los certámenes expresa-
dos, como que todo se ha verificado sin autoridad legítima
y contra su terminante soberana voluntad”, y la Escuela
se cierra. Ella continuó un año más por la iniciativa pri-
vada de Carlos O’Donell, quien luego fue llamado a
Córdoba a regentear la cátedra creada por el deán Funes.
Los cursos de matemática que se dictaban en la Es-
cuela consistían en los elementales (aritmética, álgebra,
geometría, trigonometría plana y esférica) y nociones de
geometría analítica, amén de un curso de cosmografía.
Vida aún más breve tuvo una Escuela de matemáti-
cas, creada después de la revolución y siempre por inicia-
tiva de Belgrano. Esta Escuela, que se inauguró en setiem-
bre de 1810 con un plan semejante al anterior, fue
dirigida por Felipe de Sentenach, comandante de arti-
llería que en 1812, complicado en la conspiración de Ál-
zaga, es fusilado, terminando con él la Escuela.
No obstante las dificultades de todo orden de los pri-
meros años revolucionarios, los hombres del gobierno
mantenían el deseo de propagar la “ilustración de todos

52
los ramos concernientes a la prosperidad pública”, y en
un anuncio oficial de 1812, se lee: “Al fin ha llegado esa
época tan suspirada por la filosofía: los pueblos bendeci-
rán su destino, y el tierno padre que propende a hacer
felices los recuerdos de su ser, no necesitará ya despren-
derse de ellos, ni afligir su ternura para ver perfeccionado
su espíritu en las ciencias y artes que sean más propias
de su genio. Cerca de sí y a su propio lado verá formarse al
químico, al naturalista, al geómetra, al militar, al político,
en fin, a todos los que deben ser con el tiempo la colum-
na de la sociedad y el honor de sus familias. Este doble
objeto en que tanto se interesa la humanidad, la patria y
el destino de todo habitante de la América, ha decidido al
gobierno a promover en medio de sus graves y notorias
atenciones, un establecimiento literario en que se enseñe
el derecho público, la economía política, la agricultura, las
ciencias exactas, la geografía, la mineralogía, el dibujo,
lenguas, etc. Con este objeto ha determinado abrir una
suscripción en todas las Provincias Unidas, para cimentar
el Instituto sobre el pie más benéfico y estable, luego que
lleguen los profesores de Europa que se han mandado ve-
nir con este intento.” Pero ni la suscripción ha de haber
tenido éxito, ni los profesores de Europa llegaron y habrá
que esperar una década antes de que el “establecimiento
literario” (la Universidad) abra sus puertas.
Pero felizmente los estudios matemáticos lograron es-
tructurarse en forma permanente desde 1816 con la crea-
ción de la Academia de matemáticas y arte militar, cuyo
edicto de erección se inicia con las palabras: “El estudio
de las matemáticas se ha considerado siempre como el pri-
mero y único elemento sólido de la ilustración, y jamás
podrá esperarse el progreso de los conocimientos en nin-
guno de los ramos útiles al hombre en particular y a la

53
sociedad en general sin la aplicación de los axiomas que
hacen el alma de aquella ciencia;...” La dirección de la
Academia estuvo desde el principio en manos expertas:
José Lanz y Felipe Senillosa.
Lanz, mejicano de origen, había estudiado en Francia
y los azares de la época lo llevaron a Londres, donde Ri-
vadavia lo indujo a venir a Buenos Aires a regentear la
clase de matemática. Lanz estuvo sólo un año al frente
de la Academia, quedando luego como único director Se-
nillosa. Lanz es conocido en el mundo científico por varias
obras y trabajos sobre máquinas y mecanismos.
Senillosa era español y había llegado en 1815, siendo
aún muy joven, a Buenos Aires donde desplegó de inme-
diato gran actividad como escritor y publicista. Fundó Los
amigos de la patria y de la juventud, destacándose más
tarde como miembro activo de la Sociedad de Ciencias
físico–matemáticas que se había fundado en 1822, bajo el
ministerio de Rivadavia. A esa Sociedad presentó en 1823
Senillosa un Programa de curso de geometría, que es un
trabajo metodológico redactado a raíz de un decreto del
gobierno de ese año que indicaba a los profesores de la
Universidad la obligación de redactar y publicar las lec-
ciones dadas a los alumnos “para comodidad de éstos y
regularidad del estudio”. Tal Programa, que motivó varios
informes, revela, según Dassen, “en Senillosa un espíritu
práctico”. También se le debe un texto elemental de arit-
mética, “corto pero bueno”, dice Dassen. Senillosa formó
parte de la Comisión topográfica y más tarde fue miem-
bro y luego presidente del Departamento topográfico,
que tuvo a su cargo, en colaboración con Mossotti la com-
paración de la vara al metro, fijándose desde entonces
(1835) la equivalencia 1 vara – 866 mm. Con este mo-

54
tivo Senillosa publicó un opúsculo titulado Memoria sobre
las pesas y medidas.
Los cursos de la Academia duraban dos años y su pro-
grama era superior al de las escuelas anteriores. Si bien el
reglamento preveía que “En el segundo año se darán
algunos principios del cálculo diferencial e integral...” de
hecho parece que esas nociones, nacidas un siglo y medio
antes, no se impartieron en la Academia,
Cuando se crea la Universidad, la Academia se incor-
pora a la misma bajo forma de uno de sus departamen-
tos: el de ciencias exactas, cuyo prefecto será Senillosa
mientras dicta la cátedra de geometría descriptiva. En
1826 renuncia y le suceden Avelino Díaz, del cual ya he-
mos hablado, y un francés contratado. Román Chauvet,
que parece haber dictado únicamente un solo curso, ahora
sí, de cálculo infinitesimal y sus aplicaciones a la mecá-
nica.
Chauvet había trabajado con Lacroix y con Cauchy
y su clase inaugural de 1827, publicada en la Crónica
política y literaria de Buenos Aires, revela cabalmente el
estado del cálculo infinitesimal de la época, aún envuelto
en brumas metafísicas, que precisamente Cauchy contri-
buirá a disipar. Los párrafos finales de esa clase que trans-
cribimos aluden, con el tono romántico de la época, a
una esperanza que bien pronto se convertirá en desilusión y
a un destino que deberá aguardar todavía más de medio siglo
para iniciar su trayectoria.
“La dificultad del cálculo infinitesimal no existe sino
en su metafísica; conocida una vez ésta, el mecanismo del
cálculo es mucho más sencillo que el de las teorías del ál-
gebra superior.
En mi primera lección empezaré a exponer sus prin-
cipios, y demostraré que además de la dificultad de elegir

55
bien los datos, de ponerlos en relación con los que han
de conducir al resultado, existe otra que no puede ser
explicada ni tampoco demostrada y que no puede realmen-
te ser concebida sino por el alma; esta dificultad es la del
tránsito de la existencia a su aniquilamiento.
“Venzamos este obstáculo y todo es hecho; tendremos
la llave para penetrar en el santuario de las ciencias físi-
co–matemáticas, y para apropiarnos todos los recursos que
ofrecen en todo género; y si no somos todavía capaces
de hacer progresar las ciencias, aprovechémonos de los
desvelos de los europeos, enriquezcámonos con los esfuer-
zos que hace su genio para elevar la ciencia al apogeo y
para derramar toda suerte de nuevos goces, sobre todas las
clases de la sociedad; apliquemos sus descubrimientos a
esta interesante parte de la América, saquemos los tesoros
que el suelo nos ofrece tan generosamente aquí; trabaje-
mos, en fin, en el progreso de la industria y la América
mudará de semblante.
“Las máquinas hidráulicas distribuirán en todas partes
del suelo aguas saludables que vivificarán las produccio-
nes; las fábricas, los caminos, los canales, las máquinas de
vapor, todo insensiblemente se instituirá; las relaciones
comerciales con las provincias, las ligarán las unas a las
otras de una manera tanto más íntima cuanto serán más
frecuentes; el laboreo de las minas, la agricultura, el co-
mercio, la industria, la enriquecerá; y Buenos Aires, a la
cabeza de este gran movimiento, será su alma y ejercerá
un influjo tanto más grande, cuanto mayores esfuerzos
habrá hecho para centralizar las ciencias y las artes.”
Con el nombre de Mariano Moreno se vinculan otras
obras culturales. A los pocos días del establecimiento del
nuevo gobierno que había producido “una feliz revolu-
ción en las ideas”, crea la Gaceta de Buenos Aires con la

56
que afirma “la libertad de escribir”, pues: “Si se oponen
restricciones al discurso vegetará el espíritu como la mate-
ria, y el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y
el embrutecimiento harán la divisa de los pueblos y cau-
sarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria.”
A la iniciativa de Moreno se debe también la creación
de la Biblioteca Pública de Buenos Aires, en cuyo docu-
mento de creación de mediados de 1810 ya se alude a un
“nuevo establecimiento de estudios adecuado a nuestras
circunstancias”, sobre cuya creación se volverá infructuo-
samente en 1812 y: “Entretanto que se organiza esta obra
cuyo progreso se irá publicando sucesivamente, ha resuel-
to la junta formar una biblioteca pública en que se faci-
lite a los amantes de las letras un recurso seguro para
aumentar sus conocimientos.”
Moreno, designado protector de la biblioteca, se dedi-
có de inmediato a la organización de la “casa de libros”,
que se constituyó mediante una contribución popular en
dinero o en libros (entre los donantes figuró O’Gorman
con una rica colección) e incorporándole varias bibliote-
cas particulares, así como las del Colegio San Carlos y
la de los jesuitas de Córdoba. Más tarde se enriqueció
con un archivo de documentos y una colección de mapas.
La obra cultural de Belgrano y de Moreno fue con-
tinuada por Rivadavia. Como secretario del Triunvirato
inspiró en 1812 el decreto de apertura de la Biblioteca,
ordenando que se hiciera “con la dignidad y lucimiento
que corresponde”.
Más tarde (1823) Rivadavia revive un decreto ema-
nado de la asamblea del año 12 y que no había tenido
ejecución, creando un Museo Público en Buenos Aires
en el que organiza un gabinete de historia natural que se
instaló en el convento de Santo Domingo con los labora-

57
torios, el observatorio de Mossotti y, más tarde, con una
colección mineralógica y otra numismática. Una noticia
del año 1827 da cuenta que el gabinete posee “150 pája-
ros, un ciervo, una iguana, 180 conchas, algunos peces y
800 insectos”. Como se ve, la botánica estaba ausente. A
cargo del gabinete estuvo principalmente Carlos Ferraris,
el ayudante que Carta Molina había traído de Europa, y
que parece haberse ocupado especialmente de las colec-
ciones zoológicas. Más tarde, con el retiro de Carta y de
Ferraris, el Museo languidece; Rosas desvirtúa su finali-
dad remitiéndole trofeos militares e históricos, mientras
el laboratorio de química fue a parar a un sótano de don-
de se le sacó en 1852 “casi inservible” y, el gabinete de
física se entregaba a los jesuitas, junto con los “trastos,
muebles y utensilios que haya demás en el estableci-
miento”.
Por último, en 1826, Rivadavia, ahora presidente,
crea un Departamento de ingenieros arquitectos y orga-
niza un Departamento topográfico y estadístico sobre la
base de la Comisión topográfica creada en 1823 y el Re-
gistro estadístico de 1821.
Pero al finalizar el primer tercio del siglo, las institu-
ciones culturales argentinas están aletargadas: sus dos
universidades, su museo, su biblioteca yacen inertes, muer-
tos. Se había cerrado un ciclo de vida cultural: ciclo que
había iniciado un virrey progresista y que clausuraba un
presidente ilustrado; ciclo en cuyo vértice había vibrado
el grito de la revolución, ciclo que pasando por la inde-
pendencia iba desde la colonia hasta la tiranía.
La colonia había vivido encerrada en sí misma, intro-
vertida, alejada e incontaminada del fermento cultural
que agitaba y vivificaba a Europa. Las misiones, impri-
miendo sus libros con material indígena y Suárez obser-

58
vando el ciclo con instrumentos construidos por su propia
mano, son los símbolos vivos de esta actitud.
Mas tal actitud cambia en el medio siglo que va de
Vértiz a Rivadavia, en el que nace una nueva Argentina:
es la “primera Argentina” que despierta y se incorpora
dirigiendo sus miradas a Europa en demanda de luces y
de ilustración. Pero si el deseo es grande, el esfuerzo es
débil y el efímero contacto con la ciencia europea no deja
huella: todo ha sido un sueño.
Y nuevamente, después de este breve e infecundo pe-
riodo extrovertido, la Argentina se encierra en sí misma.
Las luchas intestinas, el caudillismo, la tiranía, cierta pos-
tura antiextranjera la atan a la tierra y la enlarvan a su
suelo; a ese suelo que naturalistas europeos recorren, como
aves de paso, mientras en un rincón correntino un natura-
lista francés cuida su jardín y en las barrancas del Luján
un naturalista argentino desentierra fósiles.
Mas allá, telón de fondo, asoma el espíritu de la
colonia.

59
LAS DÉCADAS GLORIOSAS

10. LA ENSEÑANZA

DESPUÉS de Caseros (1852) y del período de convul-


siones que siguieron a la caída de Rosas y de luchas entre
la Confederación y Buenos Aires que culminó con Cepe-
da y con Pavón, se inicia en la Argentina, con la presi-
dencia de Mitre, una era de resurrección científica. Es
la era en que, paralelamente a la organización nacional, se
organiza también la ciencia. Es la era en que los hombres
de gobierno son hombres de cultura: historiadores, escri-
tores, poetas. Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Gutiérrez,
no sólo dirigen los destinos políticos de la nación, sino
también estructuran y conforman su vida cultural. Es una
etapa constructiva, que acertadamente José Luis Romero
ha denominado la “segunda Argentina”, y que se cierra
con la crisis político–económica del 90. Es un nuevo perío-
do extravertido, en que la Argentina vuelve sus miradas
hacia el exterior y organiza su ciencia bajo direcciones
europeas y norteamericanas. Es el período en que la gran
figura de Sarmiento es símbolo y es realidad.
En el decenio que va de Caseros a Pavón, hay en
realidad dos estados argentinos: la Confederación y Bue-
nos Aires, en tensión constante y a veces en lucha arma-
da. Situación que si bien evidentemente no favoreció al
progreso cultural, tampoco impidió que se vislumbrara un
nuevo despertar, especialmente en lo que se refiere a la
instrucción pública. Ese despertar se inicia en Entre Ríos,
aún antes de Caseros. En 1848, ya decidido al pronun-
ciamiento, Urquiza trata de fortalecer material y espiri-

63
tualmente a la provincia a fin de que en el momento
necesario, se haga merecedora de apoyo y de considera-
ción. Paralelamente a una reforma de la enseñanza pri-
maria, funda a fines de ese año un Colegio de estudios
preparatorios en Paraná, y el año siguiente otro semejante
en Concepción del Uruguay. Ambos colegios se refun-
den en 1851 en este último con el carácter de Colegio de
estudios superiores o universitarios, colegio conocido como
Colegio del Uruguay, o mejor como Histórico Colegio del
Uruguay.
Este Colegio del Uruguay gozó durante muchos años
de merecido prestigio, así como mantuvo una elevada je-
rarquía cultural, y hasta 1881 se dictaron en él cursos uni-
versitarios de jurisprudencia. Fue fundado como interna-
do, pero en 1877, cuando la difícil situación del país
obligó a Avellaneda a “economizar sobre el hambre y la
sed de la República” y se dispuso la supresión de los inter-
nados en los colegios nacionales, el prestigio del Histórico
Colegio dio nacimiento a una entidad popular: La Fra-
ternidad, que aún subsiste y que sustituye al internado
suprimido.
No sólo en Entre Ríos se desarrollaba una incipiente
enseñanza secundaria. Así, el Colegio de Mendoza, que
las contingencias políticas habían clausurado, se reabrió,
aunque el terremoto de 1861 volvió a determinar una sus-
pensión de sus funciones. En Catamarca se funda en
1850 el Colegio secundario de la Merced, y mientras
en Corrientes desde 1853 se realiza una serie de inten-
tos en este sentido, en Tucumán se llama a dirigir el
Colegio de San Miguel a Amadeo Jacques, uno de los
educadores de más prestigio con que contó la Argentina.
Jacques, inmortalizado en las páginas de Juvenilia de Mi-
guel Cané, fue más tarde traído a Buenos Aires para

64
dirigir los estudios y luego el mismo Colegio Nacional
que fundara Mitre, en esta ciudad, donde falleció poco
después (1865).
Finalmente, en 1862 se fundaban en Salta y San Juan,
por iniciativa de los respectivos gobernadores Uriburu y
Sarmiento, colegios secundarios, mientras en Santa Fe
los jesuitas fundaban el Colegio de la Inmaculada Con-
cepción, aún existente y que goza de ciertas franquicias
respecto de los demás colegios privados.
Por falta de fondos, un proyecto de la Confederación
de 1856 creando colegios secundarios en Mendoza, Salta,
Tucumán y Catamarca no puede ejecutarse, pero ocho
años más tarde ese proyecto, ampliado, se cumple y se
crean “colegios nacionales” en esas cuatro ciudades y en
San Juan, sobre la base del Colegio Nacional de Buenos
Aires creado por un decreto del 14 de marzo de 1863 que
dice: “Sobre la base del Colegio Seminario y de Ciencias
Morales y con el nombre de Colegio Nacional se estable-
cerá una casa de educación científica preparatoria, en que
se cursarán las letras y humanidades, las ciencias morales
y las ciencias físicas y exactas...” Este es el decreto que se
toma como iniciación de la actual enseñanza secundaria
argentina y los cinco colegios creados en 1864, junto con
los de Buenos Aires, Córdoba y el Uruguay constituyen
el primer plantel de establecimientos para la educación de
la adolescencia, que hoy llegan a casi un centenar, sin
contar las numerosas escuelas normales, de comercio, in-
dustriales y profesionales de diversos tipos, que si bien
se destinan a la adolescencia, son en verdad escuelas de
formación profesional y que sólo la tradición y su común
dependencia administrativa con los colegios nacionales,
hace que erróneamente se les considere con éstos como
establecimientos de segunda enseñanza.

65
Para terminar con esta etapa de la educación en la
Argentina, digamos dos palabras respecto de la formación
de su personal docente. En una publicación oficial lee-
mos: “El personal docente que prestaba servicios en los
Colegios Nacionales [se refiere a 1904] se componía de
profesores con títulos de las Facultades de las Universi-
dades Nacionales, profesores y maestros normales, profe-
sores sin título y profesores extranjeros sin título o con
título de profesores normales o universitarios. La mayor
parte de estos profesores ejercía, además de las cátedras
que ocupaban, otras profesiones, y sólo un número muy
reducido de ellos se dedicaba exclusivamente a la tarea
docente” (si se exceptúa quizá la alusión a los profesores
extranjeros, no podemos decir que hoy, a casi medio siglo
de distancia, la situación haya cambiado mucho).
Para subsanar la carencia de profesores especializados,
en 1903 se había impuesto como condición para ingresar
a la carrera docente, la de poseer el diploma universitario
correspondiente y seguir un curso teórico y experimental
de ciencias de la educación en la Facultad de Filosofía y
Letras (esta Facultad se había creado en 1891) y un curso
práctico de pedagogía de dos años de duración, cuya par-
te general se impartiría en la Escuela Normal y cuya
parte especial lo sería en un Seminario pedagógico a ‘‘fun-
darse en Buenos Aires, según modelo prusiano”. Vale
decir que el futuro profesor, además de sus estudios pro-
fesionales, debía realizar y cursar estudios en tres estable-
cimientos diferentes.
El año siguiente se contratan los primeros seis profe-
sores en Alemania y se crea el Colegio Nacional que debía
servir de escuela de aplicación, pero a fines de año cam-
bia el gobierno y es designado Ministro de instrucción
pública uno de los grandes valores culturales argentinos:

66
Joaquín V. González, quien modifica la disposición ante-
rior y crea, en lugar del Seminario pedagógico, un instituto
más amplio, al que encomienda todas las tareas pedagó-
gicas que de acuerdo al decreto anterior estaban a cargo
de tres establecimientos distintos. El año siguiente se le
incorporó también la formación científica correspondiente
a cada especialidad, y quedó así establecido en Buenos
Aires el Instituto Nacional del Profesorado Secundario
que ha funcionado y aún funciona independientemente
de las Universidades (si se exceptúa una breve interrup-
ción en los años 1907 y 1908 en los que se anexó a la
Facultad de Filosofía y Letras) y que tiene a su cargo, con
otro par de establecimientos análogos creados posterior-
mente, la formación de los profesores para la enseñanza
secundaria.
Desde 1904 a 1913 se contrataron en el extranjero,
para el Instituto de Buenos Aires, unos veinte profesores,
en su inmensa mayoría alemanes (figuró entre ellos el
filósofo Félix Krueger). La mayor parte de ellos regresó
a su patria al finalizar sus contratos, sólo algunos pocos
ingresaron en la docencia universitaria argentina y reali-
zaron labor científica.
En verdad no puede decirse que este “injerto cultural”
en gran escala tuvo éxito. Es posible que la época en que
les tocó actuar, desvanecido el brillo cultural de las déca-
das anteriores, no permitió a estos profesores dejar en la
Argentina una huella más profunda, pero lo cierto es que
el Instituto que ellos dirigieron no logró, pese a los her-
mosos considerandos del decreto de González, modificar el
estado de conciencia existente respecto del reclutamiento
de profesores. Y ese fue su fracaso.

El despertar cultural que en la enseñanza secundaria

67
dio lugar al advenimiento de los colegios nacionales, tam-
bién se hizo sentir en la enseñanza superior. En 1854 la
Confederación propone a la provincia de Córdoba la na-
cionalización de la Universidad y del Colegio Montserrat,
propuesta que es aceptada, pues, como dice la Sala de
Representantes de la Provincia, “esos establecimientos y
especialmente la Universidad han estado sujetos al gobier-
no general desde el tiempo del gobierno español y mucho
más desde que nuestra constitución declara tal todos los
establecimientos de esta clase”, y que una ley del Con-
greso de 1856 ratifica.
Pero la nacionalización no logra modificar el carácter
tradicional de la universidad cordobesa que, entre otras
características, se distinguía por la escasa cabida que daba
en sus estudios a la ciencia, en sentido estricto. Tal situa-
ción se mantiene hasta la presidencia de Sarmiento, épo-
ca en la que, por así decir, la ciencia irrumpe violenta-
mente en los claustros cordobeses. Ya en 1869 el ministro
Avellaneda, en un discurso pronunciado en Córdoba, ex-
puso la ‘‘conveniencia de un plan general de estudios que
diera por resultado la uniformidad de la enseñanza en
todos los colegios de la república y proveyese a la implan-
tación de cátedras de ciencias exactas y naturales para
abrir así nuevas carreras a la juventud”, y de inmediato,
dando forma concreta a ese pensamiento, ese mismo año
se aprueba una ley por la cual: “Autorízase al Poder Eje-
cutivo para contratar dentro o fuera del país hasta 20 pro-
fesores, que serán destinados a la enseñanza de ciencias
especiales en la Universidad de Córdoba y en los Cole-
gios Nacionales”.
Es esta la ley que da nacimiento a la futura Academia
de Ciencias de Córdoba que, a su vez, tras algunas vici-
situdes, deja como saldo en la universidad cordobesa una

68
Facultad de ciencias que si bien, como todas sus homóni-
mas argentinas, no es sino una casa de formación de pro-
fesionales, en este caso ingenieros, no deja por ello de
albergar en su seno las ciencias que enseña y cultiva.
Mientras tanto, en Buenos Aires se trataba de reparar
las injurias de la tiranía, y no había aún pasado un mes
desde la batalla de Caseros, que el gobierno de la provin-
cia dicta un decreto, cuyos considerandos califica de “ac-
ción reparadora”, destinado a “hacer desaparecer ciertas
injusticias y monstruosidades del régimen anterior”, agre-
gando ‘‘que era un deber imperioso del Gobierno proviso-
rio el hacer cesar el doloroso escándalo y la vergüenza de
que una ciudad como Buenos Aires carezca, hace 14 años,
hasta de escuelas públicas”. Con este decreto, cuya parte
dispositiva deroga el “inicuo decreto” de 1838 por el cual
se suspendía el sueldo a los profesores de la Universi-
dad, se inicia la reorganización de la misma. Volvieron así
a funcionar la Facultad de jurisprudencia (la de medicina
se separó de la Universidad por un decreto de 1852), y el
Departamento de estudios preparatorios, al cual volvieron
a incorporársele en 1854 los estudios de física experimen-
tal (uno de sus profesores fue Jacques) y de química,
éstos a cargo de Miguel Puíggari, considerado “el funda
dor de la enseñanza de la química moderna” en la
Argentina, para lo cual hubo que exhumar los aparatos
del antiguo laboratorio y adquirir otros nuevos.
Pero los estudios científicos carecían aún de facultad.
En 1855 el miembro del Consejo de Instrucción Pública,
ingeniero Pellegrini (padre del futuro presidente y que
lucra contratado en 1828 para la instalación de desagües,
provisión de aguas y construcción del puerto de Buenos
Aires, pero conocido también por su labor artística, a tra-
vés de la cual hizo conocer aspectos pintorescos del Bue-

69
nos Aires del siglo pasado y de sus hombres importantes),
propuso la creación de una escuela de ingeniería en la
Universidad, pero esta propuesta, si bien discutida, no
prosperó, y hay que esperar todavía diez años para ver
realizado un proyecto semejante. Será la obra de uno de
los más grandes promotores de la cultura argentina: Juan
María Gutiérrez, rector de la Universidad de Buenos Ai-
res desde 1861 hasta 1874.
Gutiérrez es el representante más genuino del libe-
ralismo constructor de la época. Desde joven se inicia en
las letras: crítica literaria, poesía, historia, mas no desde-
ña a la ciencia y en especial a la matemática. No ejerce
su profesión de abogado, pero para ganarse el sustento
utiliza su versación matemática para desempeñarse en el
Departamento topográfico como agrimensor e ingeniero.
Con Echeverría, Alberdi,... funda la Asociación de
Mayo; conoce los rigores de la tiranía, emigra, viaja por
Europa y por América. Más intelectual que político, los
acontecimientos posteriores a la caída de Rosas lo llevan
a la política. Es el único porteño que asiste al Congreso
Constituyente del 53, defiende el Acuerdo de San Nico-
lás, fracasa como ministro político pero triunfa luego como
ministro de relaciones exteriores de la Confederación du-
rante la presidencia de Urquiza. Mitre acierta al llevarlo
al rectorado de la Universidad, desde donde, hombre de
pluma incansable, continúa su obra literaria y cultural. Su
compilación Origen y desarrollo de la Enseñanza Pública
Superior en Buenos Aires, escrita en esta época es hoy
clásica. Una vieja lesión cardíaca hace crisis durante los
festejos que se realizaban en Buenos Aires recordando el
centenario del nacimiento de San Martín. En un hermoso
estudio biográfico que Alberdi, gran amigo de Gutiérrez,
escribe con motivo de su muerte, dirá: “La afinidad entre

70
San Martín y Gutiérrez viene de que los dos eran símbo-
los de la misma cosa: la Independencia... pero el uno la
representaba como guerrero, el otro como hombre de Es-
tado.” Dos párrafos más de ese estudio dirán más sobre
Gutiérrez que toda una biografía: “Si no hizo libros, al
menos hizo autores. Estimuló, inspiró, puso en camino a
los talentos, con la generosidad del talento real que no
conoce la envidia. Bueno o malo, yo soy una de sus obras.”
Y más adelante insiste: “El que escribe estas líneas debió
a sus conversaciones continuas la inoculación gradual del
americanismo que ha distinguido sus escritos y la con-
ducta de su vida. Gutiérrez le comunicó su amor a la Eu-
ropa y a los encantos de la civilización europea. Él fue, en
más de un sentido, el autor indirecto de las Bases de la
organización americana.”
De la gestión universitaria de Gutiérrez, nos interesa
por ahora destacar la creación del Departamento de cien-
cias exactas. En 1863 dirige una nota al gobierno de la
provincia en la que, fiel a su vocación, hace una reseña
histórica de los estudios matemáticos en la Universidad
desde la creación de ésta, y al expresar que: “No hay quien
no reconozca su importancia, y no confiese que el progreso
material del mundo moderno, y señaladamente en el siglo
último y en el presente, es debido en su mayor parte a
las verdades físico–matemáticas diseminadas con generali-
dad y puestas al servicio de las necesidades públicas e
individuales”, transcribe párrafos del anuncio oficial de
1812 y de artículos aparecidos en La Abeja Argentina, y
dice, al referirse al año 30, que: “El despotismo oscuro
que empezó a imperar desde entonces, a pesar de ser bár-
baro y estúpido, tenía el instinto de su conservación y
preveía que el día en que una numerosa juventud argen-
tina, llena de verdades positivas, saliese a explicarlas, rena-

71
cerían inmediatamente la propensión a la industria y el
amor al trabajo; que los caminos mejorados acortarían las
distancias y harían imposible el aislamiento de las ciuda-
des y de las poblaciones; que la riqueza crecería y con ella
el progreso general que haría difícil el imperio a una vo-
luntad que no tomaba en cuenta más intereses que los
suyos propios.” Y al agregar que: “Hoy... estamos favoreci-
dos por la paz, y las ideas que asisten a los consejos del
Gobierno son diametralmente opuestas a aquéllas”, termi-
na solicitando la creación del Departamento de ciencias
exactas, cuyos profesores... “es mi persuasión que deben
hacerse venir expresamente de Europa”.
Aceptada la propuesta, se iniciaron las gestiones para
contratar a los profesores por intermedio del conocido mé-
dico, escritor y antropólogo Paolo Mantegazza que había
estado en la Argentina varias veces: en 1858, 1861 y
1863. Al finalizar esas gestiones, a mediados de 1865, se
crea entonces el “Departamento de ciencias exactas, com-
prendiendo la enseñanza de las matemáticas puras, apli-
cadas y de la historia natural”, y que debía tener por fin
“formar en su seno ingenieros y profesores, fomentando
la inclinación a estas carreras de tanto porvenir e impor-
tancia para el país”.
La enseñanza en su triple aspecto se confía respecti-
vamente a los profesores contratados: la de matemáticas
puras “con el título de profesor astrónomo”, al doctor Ber-
nardino Speluzzi, ex profesor de álgebra complementaria
y de geometría analítica en la Universidad de Pavía;
de matemáticas aplicadas al ingeniero Emilio Rossetti, li-
cenciado en la Facultad de Matemáticas de la Universidad
de Turín, laureado de la Escuela de aplicación para los
ingenieros de la misma ciudad; y para la historia natural
a Pelegrino Strobel, caballero mauriciano ex profesor de

72
zoología, geología y mineralogía de la Universidad de
Parma.
Speluzzi y Rossetti ejercieron la cátedra hasta su ju-
bilación en 1885, no así Strobel, quien regresó en 1866
a su patria y fue sustituido por Juan Ramorino. La labor
de estos profesores que soportaron, en especial durante
primeros años, la carga de la enseñanza de toda la casa,
con la variedad y cantidad de sus cursos, fue más forma-
tiva que creadora. Speluzzi redactó un texto de mecánica
racional (el contrato exigía la publicación por cuenta del
listado de las lecciones que dictara) y que según Gutié-
rrez estaba inspirado “en su ciencia propia y en los méto-
dos y principios de los más afamados maestros de Alemania
e Inglaterra”, pero no llegó a publicarse. Por los cursos
que dictó, fue sin duda un profesor de vasta ilustración.
No obstante el escaso tiempo que Strobel estuvo en la
Argentina, dejó algunos trabajos; realizó una excursión a
las cordilleras mendocinas y puede decirse que fue uno
de los primeros herborizadores del país. Su nombre está
vinculado al progreso de las ciencias naturales en la Ar-
gentina, pues antes de regresar a su patria instituyó un
premio que lleva su nombre, a otorgarse a los estudiantes
de ciencias naturales que más se distinguieran en ellos.
(La idea de los premios científicos en la Argentina ya ha-
bía sido sustentada por Rivadavia.) Los primeros natura-
listas argentinos que se hicieron acreedores a ese premio
fueron Holmberg y Hicken.
El Departamento, que inició sus tareas en 1866, debía
expedir títulos de ingeniero, profesor de matemáticas y de
ingeniero profesor, pero de hecho sólo expidió el de inge-
niero. Y en 1869, después de los cuatro años de estudios,
egresaron los primeros doce ingenieros argentinos (cari-
ñosamente se les denominó luego los “doce apóstoles”)

73
que tuvieron todos una destacada actuación profesional y
científica. Varios de ellos perfeccionaron sus estudios en
Europa, todos sobresalieron en el aspecto técnico, algunos
también en la enseñanza. Recordemos a Valentín Balbín,
que se perfeccionó en Europa, reemplazó a Speluzzi y
fue luego designado doctor honoris causa. Dotado de vas-
tos conocimientos y talento matemático, trató de intro-
ducir en sus cursos, y mediante escritos y traducciones,
conceptos modernos y novedades científicas. Se debe a
Balbín uno de los primeros intentos de periodismo cientí-
fico: en 1889 funda la Revista de matemáticas elementa-
les, cuyo objeto, “sin propósito de lucro ni pueriles deseos
de aparecer”, era: propender a la difusión de las matemá-
ticas en el país, completar los conocimientos matemáticos
que se adquieren en los colegios nacionales, y estimular a
la juventud en la investigación de las verdades matemáti-
cas; objeto que cumplió acabadamente en los tres años
largos que tuvo de vida. Sólo un cuarto de siglo después
reaparecerá otro intento semejante.
Veamos ahora rápidamente las etapas sucesivas del
Departamento de ciencias exactas de Buenos Aires. En
1874 la Universidad sufre una reforma esencial: se le
reincorpora la Facultad de ciencias médicas, el Departa-
mento de estudios preparatorios se convierte en Facultad
de humanidades y filosofía, y el Departamento de ciencias
exactas, con un exceso de optimismo nacido de su brillante
evolución, se desdobla en dos Facultades científicas: de
matemáticas, que presidirá Gutiérrez, y de ciencias físico-
naturales, que presidirá Puíggari. La orientación científi-
ca que los hombres del 60 quisieron imprimir a la Univer-
sidad de Buenos Aires, adquiere en estos momentos su
máxima expresión, hasta el punto de dar forma correcta,
efímera quizá por prematura, a un instituto dedicado ex-

74
clusivamente a estudios científicos, desinteresados y sin
pretensiones profesionales, utilitarias; instituto del cual
aún hoy se carece en la Argentina.
Pero la Facultad de matemáticas, que otorgará diplo-
ma de doctor en ciencias físico–matemáticas, seguirá siendo
una escuela de ingeniería; la Facultad de ciencias físico–
naturales, que expedirá diplomas de doctor en ciencias
físico–naturales, vegetará; ni de una ni de otra egresará
doctor alguno.
Por ello, cuando en 1881 se produce la nacionaliza-
ción de la Universidad, que da lugar a reformas internas,
las dos facultades vuelven a reunirse en la Facultad de
ciencias físico–matemáticas, de la cual entonces, allá por
el 86, egresarán los primeros doctores; aunque luego la
mayoría de los doctores en ciencias físico–matemáticas son
ingenieros que, aprobando una media docena de materias
especiales (que más adelante ni ya se dictan), reciben el
título de doctor.
En 1891 la Facultad toma su nombre actual de Facul-
tad de ciencias exactas, físicas y naturales, y en sus planes
de 1896 aparece al lado de los doctorados en ciencias
físico–matemáticas y en ciencias naturales, el doctorado en
química, cuyos estudios, en virtud de sus posibilidades
profesionales, han adquirido gran pujanza.
La cultura argentina no debe al rector Gutiérrez sola-
mente la creación del Departamento de ciencias exactas.
En 1865 es designado para formar parte de la comisión
(que integran entre otros Jacques y el director del Colegio
del Uruguay Alberto Larroque) que debía presentar “el
proyecto de un plan de instrucción general y universitaria”,
que en realidad aún no se ha dictado, pues la Argentina
carece todavía de ley de enseñanza secundaria.

75
El informe presentado por la comisión, que Gutiérrez
presidió, y sus anexos: proyecto de ley en el cual se fijan
y reglamentan la enseñanza preparatoria de los colegios,
la enseñanza de las escuelas profesionales y la enseñanza
superior de las Facultades; programas y reglamentos de
estudios, exámenes, bibliotecas y depósitos de los colegios
nacionales; programas y reglamentos para las distintas Fa-
cultades; constituyen documentos de verdadero valor, no
sólo desde el punto de vista histórico, sino también por
sus concepciones didácticas y científicas. En ese informe
se daba cuenta del lamentado fallecimiento de Jacques
y se adjuntaba la “luminosa memoria” que el distinguido
educador había elevado oportunamente a la comisión.
En 1872, Gutiérrez, en un proyecto de ley remitido al
gobierno, expuso sus ideas sobre organización universi-
taria. Propugnaba la enseñanza universitaria gratuita, la
implantación de la enseñanza libre que “hará imposible
la estagnación de la ciencia” y proclamaba la autonomía
universitaria. “La universidad se gobierna a sí misma y.
no responde sino ante el país y la opinión pública de sus
aciertos y sus errores”, y más adelante: “Bajo la dirección
inmediata del Estado y del Gobierno se convierten las uni-
versidades en máquinas que tienen la pretensión de pro-
ducir inteligencias y aún caracteres que se amolden a
propósitos siempre perniciosos en todo país libre y especial-
mente en los republicanos.”
Fuera de otras iniciativas, Gutiérrez proyectó escue-
las de agricultura, de comercio y de náutica, así como
se esforzó en crear una Facultad de química y farmacia.
En este último proyecto fue estimulado por la Asociación
farmacéutica de Buenos Aires, creada en 1858, y qué
desde entonces publica una Revista Farmacéutica, decano
de la prensa científica argentina y en la que se publicaron

76
y publican numerosos trabajos científicos, en especial de
química, botánica y farmacia.
En 1877 la Universidad inicia sus publicaciones, edi-
tando los Anales de la Universidad de Buenos Aires, que
aparecieron hasta 1902 con una interrupción entre 1878
y 1888. Los Anales publicaron con preferencia documen-
tos oficiales y sólo muy pocos trabajos firmados, entre los
cuales, en los dos volúmenes de 1877, las Noticias históri-
cas de Gutiérrez, ya citadas. En cambio la Revista de la
Universidad de Buenos Aires, cuya publicación se inicia
en 1904, contenía trabajos originales de filosofía, ciencias y
letras, que reflejaban el movimiento cultural del país y del
extranjero en conexión con los problemas de la Univer-
sidad.
Recién 10 años más tarde (1914), aparece la Revista
de la Universidad Nacional de Córdoba con trabajos de
humanidades, derecho y ciencias sociales, ciencias bio-
lógicas, ciencias físico–naturales y matemáticas. Tam-
bién publica esta Universidad obras especiales relativas
a esos mismos temas.
La declaratoria de Buenos Aires ciudad capital y la
federalización de su territorio, trajo consecuencias en
la vida universitaria argentina. Fuera de las modificacio-
nes internas que se produjeron en la Universidad de Bue-
nos Aires con motivo de su nacionalización (1881), fue
necesario, en primer lugar, fijar un régimen legal per-
manente y común a las dos universidades nacionales
existentes, promulgándose en 1885 la llamada “ley Ave-
llaneda” (Nicolás Avellaneda, a la sazón rector de la
Universidad y senador nacional, fue el autor del proyec-
to), cuya brevedad y flexibilidad, así como por las normas
generales que establece para la Universidad, confiriéndole
una total autonomía didáctica y administrativa y una rela-

77
tiva autonomía docente, han permitido y facilitado el natu-
ral desenvolvimiento de las universidades argentinas some-
tidas a su imperio o a disposiciones análogas. Pudo haber
fijado la ley una relativa autonomía económica de cuya
carencia siempre se resintieron las universidades argenti-
nas, así como una mayor autonomía docente, pero su vi-
gencia durante 60 años largos en los que hubo períodos
de intensa agitación universitaria y épocas de crisis, es el
mejor elogio de su articulado y la mejor prueba de la cer-
tera visión de sus autores.
Una segunda consecuencia de la federalización de
Buenos Aires fue el advenimiento de una Universidad en
La Plata, flamante capital de la provincia de Buenos Ai-
res. Al ceder Buenos Aires a la nación (muchos provin-
cianos hablaban de despojo), la provincia había quedado
culturalmente rezagada, pues con la ciudad se habían en-
tregado también sus institutos de cultura, entre ellos la
Universidad. De ahí que surgiera el propósito de crear un
establecimiento universitario provincial en La Plata, pro-
pósito que se concreta por ley provincial de 1889. Pero
los tiempos no son propicios y la ley no se ejecuta sino en
1897, fecha en que se establece la Universidad, se le fija
su destino americano estampando la Cruz del Sur en su
sello mayor y se inicia precariamente la organización de
sus facultades.
La ley preveía cuatro Facultades, las tres “clásicas”: de-
recho, medicina e ingeniería, y una cuarta, nueva, la de
química y farmacia, que Gutiérrez no había logrado crear
en Buenos Aires. La organización de 1897 dio vida a tres
facultades, pues de la Facultad de medicina sólo funcio-
naron más tarde los cursos de la Escuela de obstetricia,
pero ellas desenvolviéronse tan lentamente debido a la
falta de recursos y de elementos, que en 1903 se puso en

78
peligro la vida toda de la Universidad, y en algunas parti-
das oficiales del presupuesto hasta se llegó a hablar de la
‘‘extinguida Universidad provincial”.
La organización definitiva de la Universidad recién
se logró con su nacionalización, cuando en 1905 constitu-
ye la tercera universidad nacional por obra principal del
ministro González, que fue también su primer presidente.
A esa organización contribuyó la serie de cesiones que, des-
de 1902, el gobierno provincial hizo a la nación de institu-
tos especiales que dependían de la provincia y que no
pertenecían a la Universidad pero que, como ésta, se des-
envolvían precariamente.
Esas cesiones fueron:
a) El Observatorio astronómico, instituido en 1882.
b) El Museo de ciencias naturales, creado en 1884.
c) La Escuela práctica de agricultura y ganadería de
Santa Catalina (en el partido de Lomas de Zamora, entre
ambas capitales), que se había establecido en 1872 y reor-
ganizada entre 1892 y 1897 con el propósito de proporcio-
nar una enseñanza eminentemente práctica de las indus-
trias rurales.
d) La Facultad de agronomía y veterinaria, creada por
ley de 1889, pero independiente de la Universidad, sobre
la base de un Instituto agronómico que había funcionado
en Santa Catalina. (Esta Facultad fue la primera en su
género en el país.)
e) La Biblioteca Pública que funcionaba en La Plata
desde 1884 y que, fuera de su función específica, era el
centro cultural de la ciudad.
Si a estos institutos se agrega la Universidad provin-
cial, el uso de edificios y varios terrenos, uno de los cuales
destinado a un Colegio nacional modelo, se tiene el plantel
material que constituyó la armazón de la Universidad Na-

79
cional de La Plata, creada por una Ley–Convenio de 1905
y organizada el año siguiente.
En cuanto al espíritu que debía animarla, está fijado
en la nota que el ministro González envió al gobernador
de la provincia al iniciar oficialmente las gestiones de la
nacionalización. Entre otras cosas se refería a la futura
institución como a “una nueva corriente universitaria, que,
sin tocar el cauce de las antiguas y sin comprometer en lo
más mínimo el porvenir de las dos Universidades históricas
de la Nación, consultase, junto con el porvenir del país,
las nuevas tendencias de la enseñanza superior, las nuevas
necesidades de la cultura argentina y los ejemplos de los
mejores institutos similares de Europa y América”. Esa
“nueva corriente” se caracterizaría por una ampliación en
la organización universitaria, que abarcara todos los grados
de la enseñanza; por una íntima correlación y concurren-
cia de todas las dependencias de la Universidad que res-
pondiera al concepto de Universitas; y una orientación
práctica y experimental concordante con las exigencias de
la época.
Fue sin duda esta concepción la que indujo a que en
la Universidad Nacional de La Plata los estudios (con
excepción de los de derecho y agronomía), se organizaran
inicialmente cobijándolos en los dos grandes institutos cien-
tíficos preexistentes: el Observatorio y el Museo, aunque
posteriores reformas modificaron esencialmente esta orga-
nización.
En esa Universidad aparecen por primera vez los di-
plomas de doctor en astronomía, doctor en física y doctor
en matemáticas, con lo que se inician los estudios astronó-
micos y físicos en la Argentina, especialmente estos últi-
mos. Para ello contó desde 1906 con un Instituto de físi-
ca bien provisto (se habían invertido en esa época unos

80
100,000 pesos) y montado científicamente, destinado a
“fomentar el estudio de las ciencias físicas y crear un per-
sonal competente para que pueda utilizar todas las mate-
rias primas y todas las energías naturales del país” y que
desde 1909 estuvo bajo la excelente dirección de un físico
eminente: Emil Hermann Bose. Éste había estudiado en
Gotinga, y realizado su tesis de doctorado con Nerst.
Fue luego asistente de Nernst y de Voigt, redactor del
Physikalische Zeitschrift y autor de numerosos trabajos de
física. Cuando se le contrató para ejercer la dirección del
Instituto de La Plata era profesor de fisicoquímica y de
electroquímica y director de los laboratorios respectivos
en la Escuela técnica superior de Danzig.
Su acción al frente del Instituto fue eficaz, aunque
breve, pues falleció en 1911, sucediéndole otro físico ale-
mán: Richard Gans, quien continuó la obra iniciada por
Bose, impulsando la investigación científica a una altura
que valió al Instituto un justo renombre internacional.
En 1914, y a iniciativa de Gans se inicia la publica-
ción de un periódico científico, Contribución al estudio de
las ciencias fisicomatemáticas, en dos series: Serie mate-
maticofísica y Serie técnica, en la primera de las cuales
aparecieron los trabajos realizados por Gans y sus colabo-
radores. En ese mismo año fue contratado Walter Nernst
para dictar un ciclo de conferencias en el Instituto, sobre
los problemas modernos de la termodinámica.

Aunque en esta época sólo existen en el país tres uni-


versidades nacionales, pueden, no obstante, encontrarse
en él, los gérmenes de las tres restantes universidades na-
cionales que se han de crear más adelante.
Así, en Santa Fe existía desde 1889 una Universidad
provincial, cuyo origen puede verse en la creación de au-

81
las para enseñanza de facultades mayores en el Colegio
de la Inmaculada Concepción, dispuesta por ley pro-
vincial de 1868. Avellaneda, en 1875, reconoce validez
nacional a los estudios de jurisprudencia realizados en las
facultades mayores, pero a raíz de una clausura tempora-
ria del Colegio en 1884, tales estudios languidecen y ter-
minan en forma precaria. De ahí que la Universidad de
1889 pueda considerarse cronológicamente continuación
de aquellas facultades mayores, tanto más cuanto, si bien
la ley disponía que: “La Universidad tendrá por objeto el
estudio del derecho y demás ciencias sociales, el de ciencias
fisicomatemáticas, el de teología en la forma que establezca
el Poder Ejecutivo de acuerdo con la autoridad eclesiás-
tica y de las otras facultades que en adelante se determinen
por esta ley”, en verdad sólo funcionó la Facultad de de-
recho, hasta 1911, año en que se agregan las escuelas de
farmacia y obstetricia, que más tarde se reúnen en una
sola facultad. Son estas dos facultades las que existen
cuando unos años después se crea la Universidad Nacional
del Litoral.
Por su parte en Tucumán había nacido en 1875 una
Facultad de jurisprudencia y ciencias políticas, que ha-
bía muerto después de un par de lustros de precario fun-
cionamiento. Y en 1912 la legislatura provincial sanciona
una ley creando una universidad de acuerdo con las aspira-
ciones regionales. Esa universidad no contó desde sus
comienzos con institutos de estudios científicos superiores,
aunque posteriormente, a raíz de su nacionalización, tales
estudios se incorporaron a la universidad.
Y finalmente, en la región minera de la zona cuyana,
por iniciativa de Sarmiento, se habían creado en los cole-
gios nacionales de Catamarca y de San Juan, en 1869, cá-
tedras especiales de mineralogía, convertidas más tarde en

82
departamentos de minería y que en 1876 se refundieron
en una Escuela de Ingenieros de San Juan, que funcionó
más o menos precariamente hasta su incorporación a la re-
ciente Universidad de Cuyo.

11. MUSEOS Y NATURALISTAS

Las ciencias naturales y la astronomía son las primeras


ciencias que se cultivan seriamente en la Argentina. No
son las ciencias físicas, que vimos nacer recién en este
siglo, y mucho menos las abstractas; son las ciencias del
cielo y de la tierra: astros, fauna, flora, gea.
Las ciencias naturales encuentran su hábitat científico
en los dos grandes museos argentinos que nacen, o rena-
cen, y se desarrollan durante este período.
En realidad, el Museo de Buenos Aires, después de
Caseros, estaba desmantelado. Sólo se conservaban, de sus
colecciones, la numismática y la mineralógica, esta última
de escaso interés, pues las piezas no eran indígenas. Cunde
entonces entre los amantes de la cultura, la iniciativa de
modificar este estado de cosas, y en 1854 se declara fun-
dada la Asociación de Amigos de la Historia Natural del
Plata, que en cierto modo se oficializa el año siguiente.
Entre sus miembros fundadores figuraron Muñiz y el que
fue su más activo promotor y secretario: Manuel Ricardo
Trelles. Éste se encargó del Museo, y a él se deben los
primeros catálogos de las colecciones, que desde entonces
por adquisiciones y donaciones empezaron a crecer.
Ese mismo año aparecía en Buenos Aires El Plata
científico y literario, periódico que se publicó hasta media-
dos de 1855 y en el que se tratarían cuestiones de juris-
prudencia, economía política, ciencias naturales y lite-

83
ratura. A pesar de que entre sus colaboradores figuraban
Bonpland y De Moussy, es muy reducido el número de tra-
bajos dedicados a las ciencias naturales. Otro periódico de
pretensiones científicas, pero de vida aún más efímera, na-
ció y murió en 1857: fue el Labrador argentino, que se ocu-
paba de agricultura, agronomía, jardinería y arboricultura.
Mientras tanto, en la Confederación, diversas medidas
de Urquiza propendían al desarrollo de las ciencias natu-
rales. En 1854 funda en la capital de la Confederación
(Paraná) un Museo Nacional a cuyo frente estuvo Alfredo
M. Du Gratry, nativo de Bélgica, y coronel del ejército de
la Confederación, que más tarde publicó en París una
obra descriptiva, histórica y geográfica sobre la Confede-
ración Argentina, en la que propugna la inmigración belga
hacia este país; y el geólogo francés Auguste Bravard, quien
había llegado a la Argentina después de mediados de siglo
y había realizado observaciones y coleccionado fósiles en
los terrenos terciarios marinos de las barrancas del Paraná.
Emprendió luego viajes a las regiones mineras del país,
encontrando la muerte en el terremoto de Mendoza de
1861. Sus valiosas colecciones paleontológicas fueron más
tarde adquiridas, por disposición de Sarmiento, para el Mu-
seo de Buenos Aires.
El Museo de Paraná, ahora provincial, renació en
1884, para vivir hasta 1899, llegando a adquirir importan-
cia, en especial por sus colecciones paleontológicas, allá
por el 1886, bajo la dirección de Pedro Scalabrini. (Ame-
ghino dedicó a Scalabrini un género fósil.) Recién en este
siglo ese Museo volverá a renacer.
Otra contribución importante de Urquiza al desarrollo
de las ciencias naturales fue la publicación, que él contra-
tó, de la obra de Martin De Moussy Description physique,
geographique et statistique de la Confederation Argentine

84
(1860) en tres volúmenes y un atlas, escrita sobre la base
de observaciones realizadas en el terreno por este geólogo
y geógrafo francés, quien estuvo en las regiones del Plata
desde 1841 hasta 1858, pasando doce años en Montevideo,
donde instaló un observatorio, y recorriendo desde 1855
los ríos Uruguay y Paraná, el Paraguay, Chaco y Misiones
y las zonas de la cordillera.
También en Corrientes hubo durante la Confedera-
ción algunos intentos semejantes. Aprovechando la per-
manencia de Bonpland en la provincia el gobierno sugirió
en 1852 la formación de un Gabinete de Historia Natural
y de algún “Jardincito Botánico”, sugestión que se concre-
tó más tarde, en 1854, cuando a raíz de las colecciones reu-
nidas para la Exposición Universal de París del año siguien-
te, se creó un Museo o Exposición provincial permanente,
del cual fue designado director jefe Bonpland.

El museo de Buenos Aires entra resueltamente en su tra-


yectoria científica en 1862, cuando se hace cargo de su
dirección Carlos Germán Conrado Burmeister, que no sólo
organizó el Museo sino fue un promotor de la ciencia
argentina durante los 30 años que actuó en el país. Bur-
meister era un sabio mundialmente conocido por sus tra-
bajos paleontológicos y zoológicos, en especial sobre en-
tomología: su Handbuch der Entomologie en cinco tomos,
escrito a los 25 años, ya se había traducido al inglés. Ha-
bía pisado América en dos ocasiones: en 1850 estuvo en
el Brasil con Lund, el descubridor de la fauna cuaternaria
de Lagoa Santa, y del 1856 al 1860 recorrió los países del
Plata: Uruguay, Argentina y Chile; frutos de cuyo viaje
fueron varios libros, entre los cuales el Reise durch die
La Plata–Staaten, en dos volúmenes, casi dedicado exclu-
sivamente a la Argentina.

85
La atracción que ejercían estas tierras vírgenes para
su ciencia, unida a cierto desencanto producido por moti-
vos políticos, le indujeron a renunciar en 1861 a su cáte-
dra en Halle, y aceptar el ofrecimiento que le hacían
Mitre y Sarmiento del cargo de director del Museo de
Buenos Aires.
Y en poco tiempo Burmeister convirtió la reunión in-
forme de las colecciones en un Museo de ciencias natura-
les. Ya al año de estar al frente del mismo una comisión
científica extranjera, de visita, anotaba que en el Museo
‘‘Hay asimismo tres especies de aves muy notables, pero
los fósiles son de un valor inapreciable; sobre todo el Glip-
todon y el Toxodon.” Gracias a los esfuerzos de Burmeis-
ter fue, entre todas las colecciones, la paleontológica la que
logró un mayor incremento, adquiriendo celebridad mun-
dial, contribuyendo a ello los propios hallazgos, la colec-
ción de Bravard, los fósiles de Muñiz (el célebre Smilodon
fue adquirido por el industrial norteamericano William
Wheelwright y donado al Museo).
Como la Asociación de Amigos de la Historia Natural
del Plata languideciera, Burmeister propuso transformarla
en una Sociedad paleontológica, que surgió en 1866. Su
presidente fue Gutiérrez, su director científico Burmeister,
uno de los secretarios Speluzzi, pero la vida de esta asocia-
ción, quizá demasiado especializada para la época, fue
muy breve.
Si bien Burmeister fue zoólogo (pasó de sus estudios
juveniles de los insectos al de los vertebrados) y paleon-
tólogo, su obra científica fue muy variada, a veces de con-
tornos enciclopédicos. Prueba de ello fue su obra de vastos
alcances Description physique de la Republique Argenti-
ne, en la que debía describirse toda la fauna, la flora, la
geología y la paleontología del país, y que, diferentemente

86
a lo que ocurre en obras de esta índole, no sólo Burmeister
organizó y dirigió, sino que fue su único redactor y hasta
ilustrador. Es posible que esta multiplicidad y compleji-
dad de tareas explique que la obra haya quedado inconclu-
sa; con todo aparecieron en alemán y en francés cinco to-
mos, el primero de los cuales (1876) iba dedicado “A su
protector y excelente amigo” Sarmiento.
Burmeister no fue un maestro en sentido estricto, mas
su obra de investigador y organizador fue para la Argenti-
na tan importante como la de un jefe de escuela que deja
tras de sí un grupo de discípulos que continúan su obra.
Ahí están los Anales del Museo, cuya publicación inició
en 1864, de una magnífica presentación in folio, compa-
rables a las mejores del mundo y cuyos primeros volú-
menes fueron escritos casi exclusivamente por él, con sus
descripciones de los mamíferos fósiles de la formación pam-
peana admirablemente ilustradas por él mismo y con sus
trabajos sobre insectos, peces, aves y mamíferos, mientras
remitía memoria tras memoria a revistas alemanas, fran-
cesas, inglesas.
Al referirnos a los Anales es justo destacar la impor-
tancia que en publicaciones de esta índole y en las cien-
tíficas en general, adquiere la impresión y por tanto el
valioso auxiliar que en la organización de la ciencia repre-
sentan las imprentas científicas. En tal sentido debemos
recordar la imprenta Coni, imprenta científica argentina
que ya en esos tiempos heroicos cumplió cabalmente su
papel. Pablo Emilio Coni, de origen francés y diplomado
por la Cámara de impresores de París, se instaló, desde 1853
hasta 1859, en Corrientes al frente de la Imprenta del
Estado y dando a luz publicaciones oficiales, el periódico
del gobierno (en el que aparecieron cartas y colaboracio-
nes de Bonpland), y ediciones sobre temas de historia, de

87
difusión científica y cultural, obras didácticas, etc., entre
las cuales la Biografía del célebre naturalista Amado Bon-
pland, por Pedro de Ángelis.
En 1863, después de un par de viajes a Europa, se
instaló en Buenos Aires, fundando la Imprenta Coni y
con ella una dinastía de verdaderos artesanos de la cultura
y de cuyas prensas salieron las más importantes publica-
ciones científicas de la época, así como los periódicos de los
museos, observatorios, academias y sociedades argentinos.

Hacia 1875 asoman los naturalistas argentinos: More-


no, Holmberg, Ameghino...
Sus aficiones de naturalista y su vocación por las cien-
cias naturales, llevaron a Francisco P. Moreno a reunir
una colección científica (arqueológica, antropológica, pa-
leontológica) de más de 15,000 ejemplares de piezas óseas
y objetos industriales, reunidos por él en sus viajes por el
interior del país: Catamarca, y en especial la Patagonia,
que recorrió en varias ocasiones, y cuyo cabal conocimiento
le valió ser designado perito en la cuestión de límites con
Chile, en cuyo carácter estuvo en Londres para facilitar el
laudo arbitral de la reina de Inglaterra.
Como el gobierno de la provincia manifestara el deseo
de fundar un museo antropológico, Moreno ofreció gra-
tuitamente sus colecciones con ese objeto, creándose en
1877 el Museo antropológico y arqueológico de Buenos
Aires, cuyo director vitalicio fue designado Moreno.
Al federalizarse Buenos Aires y trasladarse el gobierno
de la provincia con todas sus dependencias e instituciones,
en 1884, a la nueva capital: La Plata, fundada en 1882, se
desistió de trasladar el Museo que dirigía Burmeister (así
como la Biblioteca Pública), resolviéndose en cambio crear,
ese mismo año, el Museo de La Plata sobre la base del

88
Museo antropológico de Moreno, enriquecido con todas
las colecciones que este naturalista había reunido entre
1878 y 1884, y con la propia biblioteca particular, de unos
2,000 volúmenes, que también donó.
Bajo la dirección de Moreno el Museo de La Plata co-
bró intensa vitalidad científica, que le confirió sólidos pres-
tigios. En 1889 se instala en su edificio propio, en 1890
inicia la publicación de sus Anales y de la Revista del Mu-
seo, impresos en esta primera época en la imprenta propia,
mientras incorpora una serie de naturalistas extranjeros
que van organizando las secciones de geología y minera-
logía, zoología, botánica, antropología, arqueología y et-
nografía, iniciándose también la organización de una sec-
ción de cartografía.
Entre los naturalistas y hombres de ciencia que cola-
boraron en la obra de Moreno, figuraron: el geólogo Carl
Burckhardt que, traído por Moreno a fines de siglo, regresó
a Europa en 1900, habiéndose ocupado en la Argentina
de la paleontología, estratigrafía y también de la tectóni-
ca de la alta cordillera; el antropólogo, etnógrafo y lin-
güista Roberto Lehmann–Nitsche que Moreno trajo en
1897 para organizar la sección de antropología y que du-
rante más de 30 años realizó obra útil y fecunda en la Ar-
gentina; el zoólogo, en especial ictiólogo, Fernando Lahille
traído para organizar la sección de zoología en 1893 y que
al retirarse del Museo seis años después (para continuar su
labor científica en el país donde residió hasta su muerte)
no sólo había dejado organizada esa sección, sino creado
una estación marítima, proyectado una legislación pesquera
e iniciado el estudio científico del mar; el botánico ruso
Nicolás Alboff, quien llega en 1895 y que, a pesar de su
breve actuación (fallece en 1897) recorre la provincia de
Buenos Aires, Tierra del Fuego, Corrientes y Misiones; el

89
químico Federico Scickendantz, que residía en el país y que
Moreno designa químico del Museo en 1896; el lingüista
Samuel A. Lafone Quevedo, que sucedió a Moreno en la
dirección del Museo; el entomólogo Carlos Bruch, for-
mado al lado de Moreno y cuya labor en el Museo se inicia
a principios de siglo, con cuestiones referentes a la arqueo-
logía y a la antropología, para dedicarse luego, a partir de
1914, exclusivamente a su especialidad; y el argentino
Luis María Torres, antropólogo y arqueólogo que se incor-
pora al Museo en las postrimerías de la dirección de Mo-
reno y que en 1920 ocupa su lugar.
Al incorporarse el Museo a la Universidad de La Plata
y nacionalizarse, Moreno abandona la dirección, mientras,
sus instalaciones se reducen: parte de su biblioteca se dis-
tribuye entre otros institutos universitarios, la imprenta así
como los terrenos adyacentes quedan de propiedad de la
provincia, y su estructura interna y finalidades se modifi-
can esencialmente. En efecto, la ley–convenio de 1905 es-
tablecía que: “El Museo conservará los fines de su primiti-
va creación pero convertirá sus secciones en enseñanzas
universitarias de las respectivas materias y comprenderá
además, la Escuela de química y farmacia, que hoy funcio-
na en la Universidad de La Plata. Todos sus profesores
constituirán, reunidos, el Consejo académico común a todo
el instituto, que se dirigirá como una escuela superior de
ciencias naturales, antropológicas y geográficas, con sus
accesorios de bellas artes y artes gráficas.” Por su parte el
pensamiento de Joaquín V. González, reorganizador de la
Universidad, sostenía que: “No perderá el Museo su desti-
no como centro de estudio y exploración del territorio y
conservación de sus tesoros acumulados, sino que estas cua-
lidades se harán mucho más notables poniéndose al servi-
cio de la instrucción científica de la Nación entera... Las

90
colecciones que hasta ahora realizaban esa vaga y remota
forma de educación colectiva que consiste en la visita po-
pular de los días feriados, se convertirán en enseñanza efec-
tiva y en estudio directo, guiados por los profesores, que
tendrán en sus discípulos estímulos y alicientes nuevos.”
Se propugnaba así para el Museo una triple función:
científica, mediante viajes, exploraciones, excursiones e
investigaciones docentes, destinada a la formación de na-
turalistas, y de educación popular mediante la exhibición
pública ordenada y dirigida. Pero los tiempos no eran pro-
picios para el cumplimiento de esa triple misión, que en
verdad sólo ha logrado realizarse cabalmente desde hace
poco tiempo. Tanto más, cuanto a la función específica
del Museo, se le agregaban tareas y funciones en cierto
modo heterogéneas con aquella. En efecto, la organización
inicial preveía, además de las secciones dedicadas a las in-
vestigaciones científicas en las distintas ramas de las cien-
cias naturales y otras afines o auxiliares, una escuela de
ciencias naturales para la enseñanza de aquellas ramas,
una escuela de ciencias químicas (constituida por la Fa-
cultad de química y farmacia provincial), un Instituto
de geografía física, y una Escuela de bellas artes y dibujo.
(El accesorio de las “artes gráficas” había quedado impo-
sibilitado al quedarse la provincia con la imprenta del
Museo.)
Tal complejidad de tareas, así como la superposición
de funciones científicas y docentes, no favoreció al Museo
en sus primeros años de vida nacional, pues las exigencias
didácticas y el creciente número de alumnos de sus escue-
las absorbieron casi completamente la actividad de los pro-
fesores, en detrimento de la labor científica, decayendo
notablemente las exploraciones y las investigaciones en ge-
neral.

91
En 1882 Sarmiento escribe: “Un paisano de Merce-
des, Florentino Ameghino, que nadie conoce, y es el único
sabio argentino, según el sentido especial dado a la clasifi-
cación, que reconoce la Europa.” Sin duda la frase ence-
rraba una doble intención, pues si el nombre y la fama de
Ameghino, que aún no contaba treinta años, había llega-
do hasta a él, Sarmiento, no era seguramente por ser un
desconocido. Se ha exagerado el desconocimiento de Ame-
ghino en su propia tierra: profesor universitario y luego
vicedirector del Museo de La Plata antes de los treinta y cinco
años, y Director del de Buenos Aires a lo cincuenta, no era
evidentemente desconocido para el público científico.
En cuanto al público en general, ¿en qué país del mundo
los habitantes conocen a sus hombres de ciencia? El re-
verso de la medalla, reflejado en aquella anécdota, según
la cual en cierta parte del mundo sólo se conocía a la Ar-
gentina como tierra de Ameghino, de no ser falso, que es
lo más probable, sólo revelaría la proverbial ignorancia e
indiferencia de los no americanos de la época, por la geo-
grafía y las cosas americanas. En efecto, la frase de Sar-
miento iba dirigida a Burmeister quien, él sí, desconocía
a Ameghino, pero científicamente.
Hubo discrepancias y polémicas en torno a la fecha
y el lugar de nacimiento de Ameghino. Una fe de bau-
tismo atestigua que en septiembre de 1853 nació en Mo-
neglia, provincia de Génova, Juan Bautista Fiorino Josa
Ameghino; mientras que en la Argentina, el interesado,
Florentino Ameghino, declara haber nacido en Luján, pro-
vincia de Buenos Aires, en septiembre de 1854. Puede no
haber contradicción, ni tercio excluido: Ameghino, que se
formó en la Argentina, se sentía argentino y quiso serlo,
como de hecho lo fue; y olvidó o hundió en el Atlántico

92
los escasos primeros meses de su vida transcurridos fuera
de la Argentina.
Argentino fue el niño que ya recogía huesos en las ba-
rrancas del Luján, mientras cursaba las primeras letras bajo
el ala protectora de un buen maestro que lo trae a Buenos
Aires para que ingrese en la escuela normal. Y argentino
fue el adolescente que, mientras estudiaba su carrera, que
por circunstancias ajenas hizo a medias, visitaría el Museo
y conocería sus colecciones.
Aún adolescente va a Mercedes como maestro y luego
director, y es durante los nueve años que residió en ese
pueblo cuando, según sus propias palabras “emprendió el
estudio de los terrenos de la pampa, haciendo numerosas
colecciones de fósiles e investigaciones geológicas y pa-
leontológicas, que demostraron la existencia del hombre
fósil en la Argentina”.
En 1875, año en que hace conocer sus primeras espe-
cies nuevas, expone su colección, ya numerosa, en la So-
ciedad Científica; colección que tres años después llevará
a Europa a la Exposición Internacional de París.
Su estada en Europa fue fructífera. Siguió cursos,
visitó museos, se relacionó y conoció a sabios y publica La
Antigüedad del hombre en el Plata, y en colaboración
con Gervais, con quien ya había establecido vinculación
desde Mercedes, Los Mamíferos fósiles de la América Me-
ridional, en francés y en castellano.
Vuelto a Buenos Aires, en 1880, se instala con una li-
brería de nombre significativo y ya famoso: la librería del
“Glyptodón”, y en 1884, año en que aparece Filogenia, la
Universidad cordobesa le ofrece una cátedra de zoología,
que acepta. Pasa un par de años en Córdoba, que aprove-
cha para estudiar la geología y paleontología de la región
y para publicar numerosas memorias en el Boletín de la

93
Academia. Más tarde (1889) llenará él solo el Tomo VII
de sus Actas, con su monumental Contribución al conoci-
miento de los mamíferos fósiles de la República Argentina
(dos volúmenes, texto y atlas), que será premiada en la
Exposición universal de Buenos Aires.
En 1886 Moreno, organizando el Museo de La Plata,
designa a Ameghino secretario–vicedirector del mismo y le
encarga la sección de paleontología, que Ameghino enri-
quece con sus propias colecciones. Pero los dos hombres
no se entendieron. Sea que se provocaran excesos de amor
propio juveniles, o que el Museo fuera aún demasiado
pequeño para dar cabida a dos figuras de esa talla, el hecho
es que el alejamiento de Ameghino de la institución fue
violenta, con rasgos dramáticos. Sin embargo, con el tiem-
po, el desenlace fue feliz. Cuando los intelectuales argen-
tinos resolvieron rendir un homenaje de admiración hacia
Moreno, fue Ameghino quien tomó la iniciativa y es su
firma la primera que aparece en el documento recorda-
torio. Y cuando Ameghino muere, es el diputado Moreno
quien hace su elogio, y funda el proyecto de ley para ad-
quirir las colecciones del sabio y enriquecer con ellas el
Museo de Buenos Aires. Y el último vestigio de esa des-
inteligencia desapareció, al distribuirse recientemente un
trabajo de Ameghino sobre Toxodontes que había perma-
necido, ya impreso, cerca de 50 años arrumbado en uno
de los sótanos del Museo de La Plata.
Después de su aventura en el Museo, Ameghino se
queda en La Plata, donde vuelve a instalarse con una li-
brería; ahora se llama “Rivadavia”, y sigue trabajando. En
1892 muere Burmeister y queda vacante el cargo de di-
rector del Museo Nacional. Sarmiento, hablando de Ame-
ghino, declara: “Es el hombre indicado para dirigir el
Museo Nacional, cuyo puesto ocuparía si el último deseo

94
de Burmeister no hubiera sido el de buscar un sucesor que
no fuera él. ¡Intransigente y contumaz hasta en el lecho de
muerte!” Y en efecto, el sucesor de Burmeister fue Carlos
Berg, naturalista de origen ruso, que había llegado al país
en 1873. Realizó varias expediciones científicas por Amé-
rica y organizó el Museo de Historia Natural de Monte-
video. En Buenos Aires se doctoró en ciencias naturales
(1886), fue profesor de zoología en la Universidad y en
sus investigaciones científicas se ocupó especialmente de
insectos, peces, batracios y reptiles.
Pero lo que no ocurrió en 1892, lo fue en 1902, pues
a la muerte de Berg, Ameghino, ya profesor de mineralo-
gía y geología en La Plata, fue designado director del Mu-
seo, a cuyo frente estuvo hasta su muerte en 1911, y en el
cual declara “haber acumulado... en pocos años y con
escasos recursos, quizás tanto material como en el resto
del período en que fue creada la institución”.
En las investigaciones científicas de Ameghino, en es-
pecial las referentes a la Patagonia, fue un eficacísimo co-
laborador su hermano menor Carlos, quien durante 24
años recorrió la Patagonia, primero como comisionado del
Museo de La Plata y después por cuenta propia, exploran-
do infatigablemente esa amplia zona desde el Colorado
hasta el estrecho, desde el océano hasta la cordillera, y en-
viando datos y materiales a su hermano para su estudio
e interpretación. Formó parte del personal del Museo de
Buenos Aires, a cuyo frente estuvo interinamente desde
1917 hasta 1923.
La obra científica de Ameghino, verdaderamente extra-
ordinaria, dejó escritas unas veinte mil páginas, comprende
dos aspectos. Por un lado está la labor descriptiva del geó-
logo y sobre todo del paleontólogo, de valor perenne e in-
destructible. Casi el ochenta por ciento de las especies

95
de mamíferos fósiles descritas en la obra de 1889, son des-
cubrimientos suyos. Con la labor de los dos Ameghino y
la de Hermann von Ihering, fundador y director del Mu-
seo paulista, con quien estuvo vinculado Ameghino y a
quien éste confió el estudio de los invertebrados fósiles de
sus ricas colecciones, la paleontología argentina realizó pro-
gresos extraordinarios y fundamentales.
El otro aspecto de la obra de Ameghino lo ofrece la
armazón teórica, la construcción doctrinaria, en la que es-
tructura todas sus observaciones y todos sus descubrimien-
tos y, finalmente, los fundamentos básicos de esa estruc-
tura, fundamentos que hoy sin vacilar calificaríamos de
metafísicos, sin atribuir al vocablo, claro es, ningún sentido
peyorativo.
Tales fundamentos metafísicos, sintetizados en Mi cre-
do, Los cuatro infinitos, pueden ser resultados de su for-
mación de autodidacto o fruto de la época, pero las doctri-
nas son de un innegable valor científico. Como es sabido, la
tesis que Ameghino sustentó y por cuyo establecimiento
luchó toda su vida, consiste en sostener para el hombre un
origen americano, y que el territorio argentino, o alguno
muy próximo a él, fue la cuna de la especie humana, arran-
cando de él, a través de puentes hoy existentes, las migra-
ciones humanas que poblaron los demás continentes. Al
servicio de esta teoría antropológica Ameghino puso to-
dos sus hallazgos paleontológicos y sus estudios e inter-
pretaciones de carácter geológico y estratigráfico. El he-
cho que investigaciones más numerosas y descubrimientos
posteriores rejuvenecieran las capas consideradas por Ame-
ghino como muy antiguas, y que entre la fauna surameri-
cana y la de otros continentes no exista el grado de paren-
tesco que Ameghino le asignaba, no resta a sus doctrinas
el valor científico que ellas encarnan.

96
Esas doctrinas implicaban la adhesión a la teoría de la
evolución, aun no aceptada en aquella época por todos los
naturalistas. Y Ameghino fue evolucionista, transformista,
como se decía entonces, apasionadamente transformista. A
ello se debe en gran parte las diferencias con Burmeister.
Fuera de la diferencia de edad, la jerarquía, de formación,
había entre ambos naturalistas una incompatibilidad cien-
tífica. Burmeister era creacionista y alguna vez había es-
crito: “No podemos echar abajo el principio de la varia-
bilidad de las especies, sin que se venga también por los sue-
los toda la zoología científica.” También al evolucionismo
“revolucionario” de Ameghino se debe el ingrato episodio
de la Sociedad Científica, cuando una comisión, en la que
figuraban Moreno y Berg, aconsejan no publicar en los
Anales unos trabajos científicos presentados por Ameghino.
Fue un sabio auténtico. Por el valor de sus investiga-
ciones científicas, por su fe en una teoría, revolucionaria
para su época, que previó duradera y fecunda, por la auda-
cia y el vuelo de sus doctrinas y por su adhesión vital, en
cuerpo y alma, a la ciencia. Fue el prototipo de sabio de-
dicado exclusivamente a los estudios y preocupaciones
científicas y víctima por eso de las aparentes contradiccio-
nes que esa adhesión significa.
Es el hombre a quien los chiquillos apedrean, pero a
quien Mitre comenta elogiosamente en sus escritos; a quien
llaman “el loco de los huesos” pero a quien Zeballos ayuda
a costear sus ediciones, es el hombre que para ganar tiempo
en sus escritos crea un sistema propio de taquigrafía, pero
que no vacila en perder unas cuantas semanas para apren-
der alemán a fin de refutar las objeciones de un naturalis-
ta en su propio idioma.
Es esa adhesión vital a la ciencia, y no su obra y sus
doctrinas que la mayoría no conoce, la que ha convertido

97
a Ameghino en un símbolo en el que se encarnan las virtu-
des de la ciencia. Y no es ésta sin duda una de las menores
contribuciones de Ameghino a la ciencia.
Eduardo L. Holmberg es un naturalista de otro temple,
diríamos más humano, si la comparación no diera lugar
a equívocos.
Hijo y nieto de hombres dados a las plantas y a las flo-
res (el abuelo llega en 1815 a ofrecer sus servicios al país
junto con otros oficiales en la misma fragata que trae a
San Martín), se dedicó desde joven a las ciencias natu-
rales.
Realizó una serie de excursiones científicas por el inte-
rior del país, iniciadas en 1872 con un viaje a la Patago-
nia; y desde 1875, durante 40 años, ejerció la docencia
secundaria y universitaria, debiéndosele a él, en gran parte,
el impulso adquirido en el país por el estudio y cultivo de
las ciencias naturales.
En sus publicaciones e investigaciones científicas, se
ha ocupado de casi todas las ramas de las ciencias natura-
les: mineralogía, botánica, zoología, destacándose sus tra-
bajos sobre arácnidos e insectos.
Dotado de vasta cultura, literato y poeta, fue en el cam-
po de las ciencias naturales un maestro en el sentido de en-
carnar los valores encerrados en los conocimientos que
impartía o comunicaba. De ahí que formara escuela sobre
la base de la coparticipación y comunión de esos valores.
Holmberg promovió o colaboró en todo medio de trans-
misión y perpetuación de los conocimientos adquiridos en
las ciencias naturales. En colaboración con el entomólogo
y ornitólogo Enrique Lynch Arribalzaga fundó la primer
revista dedicada a las ciencias naturales El naturalista ar-
gentino, que sólo vivió un año (1878). Más tarde cooperó

98
en la fundación de la revista editada por Ameghino: Re-
vista argentina de historia natural (1891), de la que sólo
aparecieron seis números. Tampoco tuvo mayor duración
otro periódico, Apuntes de historia natural, que Holmberg
editó con otros naturalistas, hasta que en 1901 sus esfuerzos
son coronados por el éxito al asociarse los naturalistas ar-
gentinos en una agrupación, aún hoy existente y flore-
ciente, comúnmente designada, así como su órgano de pu-
blicidad que inició su aparición en 1912, Physis. Nacida
para “estimular y facilitar la producción científica del país
en el ramo de ciencias naturales y especialmente biológi-
cas”, su órgano adoptó el nombre de Boletín de la sociedad
Physis para el cultivo y difusión de las ciencias naturales
en la Argentina, y que hoy ha cambiado para designarse
simplemente Physis, como Revista de la Sociedad Argenti-
na de Ciencias Naturales. Esta institución es la que por
inspiración de Holmberg realizó en Tucumán en 1916 la
primera reunión nacional de naturalistas.
La ciudad de Buenos Aires le debe su Jardín Zooló-
gico, del cual fue fundador y primer director (1888). Du-
rante su dirección inició la edición de la Revista del Jardín
Zoológico, en la cual se publican artículos científicos.

Fuera de los dos grandes museos de carácter general,


se crea en esta época un museo especializado: el Museo
Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras de la Uni-
versidad Nacional de Buenos Aires, fundado en 1906 por
iniciativa de Norberto Piñero. Su organización se debió a
la labor de su primer director Juan B. Ambrosetti, entre-
rriano, quien trabajó bajo la dirección de Scalabrini en el
Museo Provincial de Paraná, dedicándose luego a la etno-
grafía, arqueología y folklore, especialidades sobre las cua-
les publicó numerosos trabajos. En 1908, Ambrosetti, que

99
desde hacía muchos años investigaba la arqueología del
noroeste argentino, llegó a Tilcara (Quebrada de Huma-
huaca, Provincia de Jujuy) en busca de una vieja po-
blación indígena citada por los cronistas, y que él pudo
identificar en el Pucará de Tilcara. Desde entonces las
investigaciones en el Pucará y en toda la quebrada entrega-
ron un rico material antropológico y arqueológico, revela-
dor de toda una cultura.

12. LOS OBSERVATORIOS

El proyecto abrigado por Sarmiento de fundar en la


Argentina un observatorio astronómico, y sin duda acaricia-
do desde hacía tiempo, fue favorecido durante su estada
en Estados Unidos como ministro argentino. Conoció allí
al reputado astrónomo norteamericano Benjamín Apthorp
Gould, quien había completado sus estudios astronómicos
en Alemania, recibiéndose en Gotinga, donde trabajó con
Gauss. Regresado a su patria se propone, como escribe a
Humboldt en 1850: “Therefore it is that I dedicate my
whole efforts, not to the attainment of my reputation for
myself, but to serving, to the utmost of my ability, the
science of my country.” No obstante, no fue su país, sino
la Argentina, la que cosechó el fruto de esa dedicación.
En 1865 Gould expresa a Sarmiento el deseo de reali-
zar una expedición a la Argentina para explorar el cielo
austral, inquiriendo si para ello podía contar con el apoyo
oficial y, más adelante, abrigar la esperanza de que al ter-
minar la expedición el gobierno adquiriese las instalaciones
con el fin de dejar fundado un Instituto científico perma-
nente. (Tal cosa había ocurrido en Chile unos años an-
tes.) La propuesta encontró de inmediato una favorable

100
acogida y sólo las condiciones políticas del momento, el
país estaba en guerra con el Paraguay, impidieron que la
empresa se llevara a cabo. Pero al asumir la presidencia,
uno de los primeros actos de Sarmiento es proponer la crea-
ción de un observatorio nacional que es aprobada por el
Congreso, y en 1869 el ministro Avellaneda invita a Gould
a organizar y dirigir una institución permanente prove-
yéndola de los edificios e instrumental necesarios. Se había
elegido como lugar del futuro observatorio, por razones as-
tronómicas, la ciudad de Córdoba, y Sarmiento, en su dis-
curso inaugural, hizo alusión a la proximidad “de una de
nuestras más antiguas universidades, ya que, como lo ha
asegurado el profesor Gould, y lo he visto yo en los Estados
Unidos, no hay universidad ni aún colegio, que no ostente
uno con telescopio o reflectores, como el de Chicago, re-
putado entre los más completos del mundo”. No obstante
esta alusión, el Observatorio no tuvo jamás vinculación
directa con la Universidad cordobesa.
Gould llegó a la Argentina en 1870 (permaneció en
ella hasta 1885) y el Observatorio Astronómico Argentino
se inauguró oficialmente, con la presencia del presidente
Sarmiento y del ministro Avellaneda, el año siguiente. Y
en su discurso inaugural, Sarmiento aprovechó para expo-
ner su pensamiento sobre el papel de las ciencias naturales
en la vida de la nación y sobre su necesario estímulo ofi-
cial. “Hay, sin embargo, un cargo al que debo responder, y
que apenas satisfecho por una parte, reaparece por otra
bajo nueva forma. Es anticipado o superfluo, se dice, un
observatorio en pueblos nacientes y con un erario o exhaus-
to o recargado. Y bien, yo digo que debemos renunciar al
rango de nación, o al título de pueblo civilizado, si no to-
mamos nuestra parte en el progreso y en el movimiento
de las ciencias naturales. Nos hemos burlado del tirano

101
Rosas cuando se hacía solicitar que dejase por años aban-
donado todo interés administrativo, a fin de contraerse so-
lamente a los asuntos de eminencia nacional. Los asuntos
de eminencia nacional, según su teoría, era hacer cartuchos
para exterminar a los salvajes unitarios, pues caminos,
muelles, educación, industria, todo debía sacrificarse ante
esa muestranza de proyectiles.
“Los que hallan inoportuno un observatorio astronómi-
co, nos aconsejan lo que Rosas practicaba, lo que Felipe II
legó a sus sucesores, y nos separa por fin de la especie
humana, en todos los progresos realizados mediante el
estudio de las ciencias naturales, desde el Renacimiento
hasta nuestros días, en el resto de la Europa y en los Esta-
dos Unidos, que con Franklin y Jefferson contribuyeron
desde su origen a los progresos de la física y la geología y
en sus aplicaciones a las necesidades de la vida, con Morse
y Agassiz, se han adelantado a veces en la marcha ge-
neral.
“Es una cruel ilusión del espíritu creernos y llamarnos
pueblos nuevos. Es de viejos que pecamos. Los pueblos
modernos son los que resumen en sí todos los progresos
que en las ciencias y en las artes ha hecho la humanidad
aplicándolas a la más general satisfacción de las necesida-
des del mayor número.
“Lo que necesitamos es, pues, regenerarnos, rejuve-
cernos, adquiriendo mayor suma de conocimientos y ge-
neralizándolos entre nuestros ciudadanos. Los españoles
que venían a poblar la América se desprendían de la Eu-
ropa cuando ella se renovaba, y llegados a este lado del
Atlántico, subyugaban e incorporaban en la nueva socie-
dad que principiaron a construir, al hombre primitivo, al
hombre prehistórico, al indio que forma parte de nuestro
ser actual. ¿Cuánto necesitamos nosotros los rezagados de

102
cuatro siglos, para alcanzar en su marcha a los pueblos
que nos preceden? El Observatorio astronómico argentino
es ya un paso dado en este sentido.”
La labor del Observatorio en realidad se había iniciado
el año anterior con la llegada de Gould, pues éste con sus
ayudantes se dedicaron a la observación de todas las estre-
llas visibles a simple vista, para determinar especialmente
las magnitudes y fijar en mapas sus posiciones aproxima-
das. Por eso Gould había afirmado en la ceremonia de la
inauguración: “Cuando levantéis, señores, vuestros ojos
esta noche, después de ponerse la luna, hacia el cielo estre-
llado, y esforzando vuestra atención se os presenten las
más pequeñas estrellas, una en pos de otra, no hallaréis ni
una sola cuya posición y magnitud no esté ya registrada por
alguno, si no por más de uno, de los astrónomos de vuestro
Observatorio.”
A la certera visión de gobernante de Sarmiento, y a la
contracción y laboriosidad de Gould debe agregarse un
nuevo factor, ahora objetivo, que ha favorecido al des-
arrollo del observatorio de Córdoba: su decisiva contribu-
ción al conocimiento del ciclo austral. En efecto, la mayor
parte de los observatorios activos del hemisferio norte están
comprendidos entre latitudes (de 35° a 60°) en las cuales
la mayor parte de las estrellas australes son invisibles. Como
los observatorios meridionales no abundan, y en la época
de Gould aún eran más escasos, se explica la deficiencia de
los catálogos australes y la necesidad de subsanarla. Que
Gould y el Observatorio de Córdoba subsanaron esa defi-
ciencia, lo declara el astrónomo de Potsdam Gustav Müller
quien en un artículo biográfico expresa: “De pronto, con
los trabajos de Gould, el conocimiento del cielo austral,
que hasta entonces había sido deficiente, fue extendido y
completado de manera inesperada. La Uranometría argén-

103
tina y los catálogos de estrellas del sur son los frutos más
preciosos de la vida laboriosa de Gould, que inmortalizarán
su nombre y le aseguran el agradecimiento de los astró-
nomos de todos los tiempos y de todos los países... El nom-
bre de Gould figurará por siempre en letras de oro en la
historia de la astronomía; y la obra realizada por este hom-
bre infatigable, de fuerza casi sobrehumana para el traba-
jo, llenará de admiración a muchas generaciones venide-
ras, incitándolas a la emulación.”
El mismo año de la fundación, el Observatorio inició
sus publicaciones tituladas Resultados del Observatorio
Nacional Argentino, y en 1879 su director daba a publi-
cidad, en Buenos Aires, la “Uranometría argentina”, bri-
llantez y posición de las estrellas fijas, hasta la séptima
magnitud comprendidas dentro de cien grados del polo
austral (vale decir pertenecientes al hemisferio austral y
a una faja boreal de 10° sobre el Ecuador) que compren-
día un catálogo, con atlas, de 7,756 estrellas, de las cuales
6,755 del hemisferio sur.
A estas publicaciones siguen luego los dos primeros
grandes catálogos australes, el Catálogo de las zonas estela-
res, de 1884 (Vol. VII y VIII de Resultados) con unas
73.000 estrellas, y el Catálogo general argentino de 1886
(Vol. XIV de Resultados) con unas 33,000 estrellas y al
cual Gould puso prólogo estando ya en Norteamérica.
Gould fue uno de los primeros astrónomos que aplicó la
fotografía a los estudios astronómicos. Inició sus estudios
en este campo en 1866 y los continuó en Córdoba obser-
vando los principales cúmulos australes. La publicación
(póstuma) de estas observaciones, correspondiente al vo-
lumen XIX de Resultados, apareció bajo el título Fotogra-
fías cordobesas.
A Gould sucedió al frente del Observatorio uno de

104
sus ayudantes, Juan M. Thome, también norteamericano,
quien continuó la labor de su predecesor. Su obra princi-
pal fue la Córdoba Durchmusterung (Zonas de explora-
ción), catálogo monumental de más de seiscientas mil
estrellas, hasta la décima magnitud, del hemisferio sur a
partir de los 22° de latitud, hacia el polo. Durante su di-
rección el observatorio inició la colaboración en tareas de
carácter internacional. La primera de ellas fue la tarea,
asumida en 1890, de completar el catálogo de las llamadas
“Zonas de la Astronomische Gesellschaft” desde la latitud
de 22 grados sur hasta el polo, tarea que luego delegó
parcialmente en el Observatorio de La Plata (desde los
47° hasta los 82°) y que ambos Observatorios han cumpli-
do casi en su totalidad.
Otra tarea de carácter internacional asumida en 1900
por el Observatorio de Córdoba, y que primitivamente es-
taba asignada al de La Plata, fue la de realizar los trabajos
correspondientes a la zona comprendida entre los 24° y
los 31° de latitud sur, para la confección del Catálogo as-
trográfico que contendrá unos dos millones de estrellas, y
la Carta fotográfica del cielo, en la cual ese número llegará
a más de cincuenta millones, y cuya ejecución decidió el
Congreso Internacional de París de 1887, distribuyén-
dola entre 18 Observatorios de todas las partes del mundo.

En 1882 el gobierno de la provincia de Buenos Aires


adquirió un pequeño telescopio que se instaló en el pueblo
de Bragado, con el objeto de observar el paso de Venus
por el disco solar a realizarse a fines de ese año. Este hecho
sugirió el plan de establecer un Observatorio astronómico
provincial en la flamante capital de la provincia, adquirién-
dose los instrumentos necesarios y poniendo a su frente en
1883, a Francisco Beuf, ex director del observatorio de la

105
marina de Tolón y a la sazón director de la Escuela naval
militar argentina.
Pero en verdad la actividad científica del Observatorio
durante los años del siglo pasado fue casi nula. Mientras
en Córdoba, aún sin instrumentos, ya se habían iniciado
los trabajos, en La Plata los trabajos no comenzaban dis-
poniéndose ya de aparatos. La crisis económica subsiguien-
te, así como la enfermedad del director, que fallece en 1899,
contribuyeron a mantener este estado de cosas. He aquí lo
que informaba el director interino, algunos años después:
“... pero no habíase concluido aún de instalar todo el nu-
meroso instrumental de gran precisión... cuando sobrevi-
no la crisis económica; disminuyóse entonces notablemente
el personal; escasearon los recursos pecuniarios indispensa-
bles para emprender trabajos de utilidad, y, como el de
Lima, ha arrastrado siempre una existencia enfermiza hasta
el presente, en que hállase poco menos que abandonado
y sus instrumentos más valiosos siguen deteriorándose por
la falta de uso y de personal apropiado para su cuidado y
conservación”.
Su publicación Anuario (catorce volúmenes desde
1887 hasta 1900) fue también de escaso valor científico,
pues en su mayor parte incluían datos de interés general:
cuadros de pesas y medidas de todas las provincias y de paí-
ses extranjeros, datos geográficos, físicos, químicos, geo-
físicos, en especial meteorológicos, estadísticas varias, etc.
Al incorporarse el Observatorio a la Universidad de
La Plata la situación no mejoró mayormente. De acuerdo
a la idea que presidió la organización inicial de la univer-
sidad, el Observatorio y el Museo debían constituir los dos
centros alrededor de los cuales se desarrollaría toda la acti-
vidad científica de la Universidad. El artículo respectivo
del Convenio estipulaba que “El Observatorio astronómico

106
se organizará de manera que constituya una escuela supe-
rior de ciencias astronómicas y conexas, comprendiendo
la mineralogía, la sísmica y el magnetismo, y cuyos resul-
tados prácticos serán publicados periódicamente.” Por su
parte, el decreto de organización se refiere al “doble carác-
ter de observación y de enseñanza” y habla de una “Facul-
tad de ciencias matemáticas y físicas del Observatorio”.
Para dirigir el nuevo Instituto se contrató al astrónomo
italiano Francisco Porro, director del Observatorio de Tu-
rín y profesor en Génova.
La complejidad de las tareas superpuestas y la variedad
y heterogeneidad de los estudios a impartirse, amén de otras
dificultades circunstanciales, hizo que el Instituto se des-
arrollara con dificultad y, no obstante los numerosos cam-
bios de organización y planes, sólo se logró un desarrollo
normal cuando en 1920 el Observatorio se separó total-
mente de la Facultad de ciencias fisicomatemáticas.
Bajo la dirección de Porro pasó a depender del Obser-
vatorio de La Plata, en 1908, la estación astronómica de
Oncativo (provincia de Córdoba) que en 1905 había fun-
dado la Asociación Geodésica Internacional y que formaba
parte de una red de ocho estaciones distribuidas conve-
nientemente en todo el mundo para el mejor estudio del
problema de la variación de latitud (desplazamientos de
los polos). La estación suspendió los servicios en 1911
trasladándose los instrumentos a La Plata en 1913.
Desde el retiro de Porro del Observatorio (1910) hasta
la dirección de Hartmann (1921) la institución tuvo a su
frente varios directores, interinos unos, titulares otros. En-
tre éstos el norteamericano William J. Hussey, director
del Observatorio de Michigan, quien dirigió el de La Plata
desde 1911 hasta 1915. En este período el Observa-
torio inició la colaboración en las tareas internacionales,

107
así como la tercera serie de las Publicaciones del Obser-
vatorio Astronómico de la Universidad Nacional de La Pla-
ta (la segunda serie la componen algunos folletos de la
época de Porro), en cuyo primer tomo aparecen parte de
las importantes observaciones de Hussey sobre estrellas
dobles.

Por sus afinidades con la astronomía, citaremos breve-


mente ahora algunas otras actividades científicas cuyas ma-
nifestaciones se iniciaron en estas décadas del 60 al 90.
Comencemos con la geografía y geodesia.
En 1879 se funda un Instituto Geográfico Argentino,
que vivió medio siglo, y que contribuyó en gran medida
a exploraciones y viajes, patrocinándolos o estimulándolos.
Desde sus comienzos publicó un Boletín del Instituto, en
el cual colaboraron los naturalistas de la época.
Creó secciones en el interior y precisamente en una
de ellas, en la de Paraná, pronunció Scalabrini a fines de
1883 la conferencia en la que propuso la creación de un
museo en esa ciudad, que efectivamente se fundó luego
sobre la base de la donación de la colección paleonto-
lógica de Scalabrini y la zoológica de Ambrosetti.
En 1884 se fundó el Instituto Geográfico Militar, pero
durante los primeros cuatro lustros la vida de la Institución
fue precaria, pues como informaba uno de sus futuros
directores: “... los exiguos recursos y elementos escasos
con que fue dotada eran apenas suficientes para responder
a las necesidades más apremiantes: levantamientos con
propósitos militares, estudios en las fronteras, cuestiones de
límites, cartas y planos para maniobras del ejército o estu-
dios de aplicación de nuestra Escuela de guerra, y aún pro-
yectos, inspección o dirección de construcciones militares,
pues éstas figuraron también como funciones del Instituto

108
hasta el 23 de diciembre de 1904, en que fue dada al
Estado mayor del ejército su organización actual”. De
acuerdo a esta organización, el Instituto comprendía una
sección de estudios geodésicos (astronomía, triangulación,
nivelación, etc.) y otras de estudios cartográficos y topo-
gráficos, fuera de talleres gráficos propios.
En 1912 aparecen sus anuarios y organiza un vasto
plan de operaciones geodésicas, topográficas y cartográ-
ficas.

Los estudios meteorológicos argentinos se organizaron


simultáneamente y bajo la misma dirección que los estudios
astronómicos. En efecto, fue el mismo Gould quien pro-
puso la creación de un servicio meteorológico argentino,
propuesta favorablemente acogida por Sarmiento, quien
ante “la importancia teórica y práctica, científica y econó-
mica de estos estudios, que se relacionan, además, con in-
tereses valiosos y visibles” envía un proyecto de ley, que se
sanciona y promulga en 1872, según la cual se crea la
Oficina meteorológica nacional. La Oficina funcionó como
anexo del Observatorio de Córdoba y bajo la dirección de
Gould, que ejerció esa función desinteresadamente, hasta
1884, fecha en que Gould renunció. La Oficina, en 1885,
se separó del Observatorio y en 1901 fue trasladada a Bue-
nos Aires.
En 1878 apareció el primer tomo de sus Anales, en
el cual Gould reproduce y comenta una compilación que
Manuel Ricardo Trelles había publicado en un registro
oficial, casi inencontrable, en 1857, con varias series de ob-
servaciones meteorológicas realizadas en el país durante el
siglo XIX, entre las que figuraban las de Mossotti, cuyo
valor especial Gould destaca.
La estación meteorológica más austral de esa época, la

109
de las islas Orcadas, fue establecida en 1903 por una expe-
dición escocesa. La estación pasó a depender de la Argen-
tina en 1904, aunque ya desde el año anterior naves ar-
gentinas habían surcado esos mares en ocasión del viaje
de la corbeta Uruguay, con el objeto de salvar la expedi-
ción de Nordenskjöld, cuyo buque Antarctic había sido
apresado por los témpanos.

13. LA ACADEMIA DE CIENCIAS DE CÓRDOBA

Para dar cumplimiento a la ley de 1869, por la cual se


autorizaba al Poder Ejecutivo a contratar hasta 20 profeso-
res de ciencias especiales, Sarmiento encomendó al director
del Museo de Buenos Aires, Burmeister, las gestiones para
incorporar al país el primer núcleo de esos profesores.
Con el propósito de fundar en la Universidad de Cór-
doba una Facultad de ciencias, ese primer núcleo debía
componerse de dos profesores de matemáticas y una de cada
una de las especialidades: física, química, botánica, zoo-
logía, mineralogía y geología. Entre 1870 y 1873 fueron
llegando los profesores contratados (de matemática se con-
trató a uno solo) y a mediados de este último año se fun-
daba la Academia de Ciencias de Córdoba, bajo la direc-
ción de Burmeister; institución científica y docente, pues
sus miembros estaban obligados a dictar clase en la Uni-
versidad.
El reglamento de la Academia, proyectado por Bur-
meister y aprobado a principios de 1874, estatuía para la
Academia los siguientes fines: Instruir a la juventud en las
ciencias exactas y naturales, por medio de lecciones y expe-
rimentos. – Formar profesores que puedan enseñar esas mis-
mas ciencias en los colegios de la República. – Explorar y

110
hacer conocer las riquezas naturales del país, fomentando
sus gabinetes, laboratorios y museos de ciencia, y dando a
luz obras científicas, por medio de publicaciones que se
titularán “Actas y Boletín de la Academia Argentina de
Ciencias exactas” y que contendrán las obras, memorias,
informes, etc., que produzcan los profesores.
Este reglamento, que confería al director facultades
excesivamente autoritarias, las dificultades de los profe-
sores en adaptarse en un país nuevo a la doble función
científica y docente, el hecho de que Burmeister residiera la
mayor parte del tiempo en Buenos Aires, y la situación real-
mente anómala de los profesores de la Academia dentro
de la Universidad (su rector decía irónicamente que la
Academia “era una ínsula flotante en medio de la Uni-
versidad”), produjo la crisis de la institución. La mayor
parte de sus miembros se retiraron, el director renunció, la
Academia, en 1875, se incorporaba a la “Universidad
como una Facultad, y los profesores de ella formando par-
te del claustro universitario con todos los honores, derechos
y deberes correspondientes”. Pero al aprobarse los regla-
mentos definitivos, ajustados a la nueva situación, se resol-
vió, por decreto de 1878, separar totalmente la Academia,
como cuerpo científico de la Universidad, dejando en ésta
su cuerpo docente bajo forma de una Facultad de ciencias
físico–matemáticas.
De acuerdo al nuevo reglamento, la Academia Nacio-
nal de Ciencias es una corporación científica sostenida por
el gobierno de la Nación Argentina y cuyos objetos son
los siguientes: Servir de consejo consultivo al gobierno
en los asuntos referentes a las ciencias que cultiva el Insti-
tuto. – Explorar y estudiar el país en todas las ramificacio-
nes de la naturaleza. – Hacer conocer los resultados de sus
exploraciones y estudios por medio de publicaciones.

111
Como se ve, el centro de gravedad de los estudios cien-
tíficos de la Academia se desplazaba de las ciencias exactas
a las ciencias naturales, y en verdad fue en éstas donde
se concentró la labor más importante de la Academia, pues
ya sus profesores de matemáticas, física y química llegados
con el núcleo fundador, estuvieron muy poco tiempo en la
Argentina, no dejando huella evidente de su paso.
Las publicaciones de la Academia fueron iniciadas de
inmediato por su primer director Burmeister. En 1874
apareció el primer tomo del Boletín de la Academia y en
1875 el de sus Actas. Estas publicaciones aparecieron re-
gularmente hasta 1890, época en que se produce un perío-
do de decadencia en su aparición, de tal modo que en tér-
mino medio sólo aparece un Boletín cada tres años.
De las Actas aparecidas hasta 1889, el Tomo V, com-
prendiendo tres entregas publicadas entre 1884 y 1886,
incluye los Resultados científicos, especialmente zoológicos
y botánicos, de los tres viajes llevados a cabo en 1881,
1882 y 1883 a la Sierra del Tandil por Holmberg, mientras
el Tomo VI comprende la ya citada Contribución de Ame-
ghino.
Reseñemos ahora rápidamente la labor científica rea-
lizada en el país por los primeros miembros de la Acade-
mia, ya fundadores, ya sus sucesores inmediatos. El primer
“académico” que llegó al país fue el botánico Paul G. Lo-
rentz, de la Universidad de Munich y ya conocido por sus
trabajos científicos. Llegó a la Argentina en 1870 y mien-
tras esperaba la instalación de la Academia realizó durante
los años 1871 y 1872 viajes de reconocimiento botánico
por las provincias de Córdoba, Santiago del Estero, Tucu-
mán y por el Chaco, dando cuenta más adelante de sus re-
sultados en el Boletín, así como también en los Recuerdos
de la expedición al Río Negro, 1879, como miembro de

112
la Comisión científica adjunta a la expedición del general
Roca a Río Negro. Pasó luego a dictar botánica en el Co-
legio del Uruguay, donde falleció.
Las plantas recogidas por Lorentz en el centro de la
Argentina constituyen la base de los conocimientos siste-
máticos de la flora argentina.
La cátedra universitaria de botánica que Lorentz debió
dictar en Córdoba, la desempeñó su ayudante Jorge Hiero-
nymus, quien realizó en la Argentina una fecunda labor
botánica, en especial fitogeográfica, desde 1874 hasta 1883.
Sus trabajos ocupan dos tomos de Actas y gran parte de los
trabajos botánicos de los primeros cuatro volúmenes del
Boletín.
El zoólogo holandés H. Weyenbergh fue otro de los
miembros fundadores de la Academia. Estuvo pocos años
en la Argentina publicando varios trabajos en las publica-
ciones de la Academia. En 1878 fundó El Periódico Zoo-
lógico Argentino. También se ocupó de zoología (molus-
cos) Adolfo Doering, naturalista que se dedicó a diversas
ramas: Bioquímica, geología, mineralogía, participando
además de la expedición al Río Negro.
Sin duda, han sido las ciencias geológicas las que
recibieron el mayor impulso de los hombres de la Acade-
mia de Córdoba. Entre sus miembros fundadores, uno de
los primeros en llegar fue el profesor de mineralogía y
geología Alfredo Stelzner, de la Academia de minas de
Freiberg. No obstante su breve estada en la Argentina
(1871-1874), realizó dos largos viajes por el noroeste y
oeste del territorio argentino que le permitieron reconocer
las grandes unidades geológicas de los terrenos observados.
Sus Comunicaciones sobre la geología y la minería de la
República Argentina abren el primer tomo de las Actas
de la Academia. Vuelto a su patria, se propuso la publi-

113
cación de una obra lo más completa posible sobre la base
de las observaciones realizadas y de los materiales reco-
gidos en la Argentina. Esta obra, Beiträge zur Geologie
und Paleontologie der Argentinischen Republik, que apa-
reció entre 1876 y 1885, comprendió dos partes: una
primera parte redactada por Stelzner, quien se había re-
servado el estudio de la geología, mineralogía, minería y
petrografía, y una segunda parte a cargo de varios colabo-
radores a quienes Stelzner había confiado el material pa-
leontológico.
Stelzner, que era ante todo mineralogista, dejó instala-
do el museo mineralógico de la Universidad y con su
trabajo Mineralogische Beobachtungen im Gebiete der
Argentinischen Republik, aparecido en 1873, en los Mit-
teilungen de Tschermak puede decirse que se inaugura la
contribución científica en la materia.
El sucesor de Stelzner fue Luis Brackebusch, quien
estuvo en la Argentina más de diez años desde 1874. Re-
corrió, realizando estudios geológicos y mineralógicos, las
provincias de Córdoba, Catamarca, Salta y Jujuy. Es el
autor de los primeros trabajos sobre geología argentina
aparecidos en las publicaciones de la Academia, dando en
1879 el primer catálogo científico ordenado y descriptivo
de los minerales argentinos.
Regresado a su patria, en 1891 publicó el mapa geoló-
gico de la Argentina al millonésimo, valioso complemento
de la obra de Stelzner.
Una obra de mayor importancia para el país fue la
desarrollada por Guillermo Bodenbender, quizá el geólogo
que más ha recorrido el territorio argentino. Llegado a la
Argentina en 1885, permaneció en ella más de treinta
años, y, fuera de su actividad docente en la Universidad de
Córdoba, realizó numerosas investigaciones geológicas y

114
mineralógicas con preferencia en la cordillera y en las pro-
vincias centrales. Puede decirse que exploró las cordilleras
desde el límite boliviano hasta la Patagonia, pero más espe-
cialmente las sierras de Córdoba y de La Rioja.
Citemos por último a Oscar Doering, profesor de ma-
temáticas desde 1875 en la Universidad de Córdoba y lue-
go de física, y a quien se deben numerosas observaciones
meteorológicas, hipsométricas y magnéticas. Fue O. Doer-
ing quien realizó en la Argentina el mayor número de
observaciones magnéticas, proponiendo en 1882 la crea-
ción de un Observatorio Magnético Nacional de acuerdo
con las sugestiones del Congreso Internacional de Meteo-
rología de Roma de 1879.

14. LA SOCIEDAD CIENTÍFICA ARGENTINA

La Sociedad Científica Argentina nace en el ambiente


del Departamento de ciencias exactas de Buenos Aires, en
el período central de la presidencia de Sarmiento y pocos
años después de haber egresado los primeros ingenieros
argentinos.
Fruto de las inquietudes de ese ambiente, a mediados
de 1872 circula entre los diplomados y estudiantes de la
casa una invitación en la que se informaba: “Habiéndose
reunido los estudiantes de ciencias exactas con el objeto
de fundar una Asociación Científica, comisionaron a los
infrascritos para redactar las bases de la Asociación e invi-
tar a una reunión a fin de discutirlas.
“Los fines de la Asociación se reducen a llenar la falta
de una corporación científica que fomente especialmente el
estudio de las ciencias matemáticas, físicas y naturales con
sus aplicaciones a las artes, a la industria y a las necesidades
de la vida social.

115
“Para la realización de estos fines se cuenta con el con-
curso de los señores ingenieros nacionales y extranjeros,
estudiantes del ramo, en la esfera de sus conocimientos, y
demás personas científicas.”
Firmaban la invitación el profesor Rosetti, presidente
provisorio y un grupo de delegados estudiantiles, entre los
que figuraba Estanislao S. Zeballos, futuro gran juriscon-
sulto argentino y que fue no sólo uno de los promotores
de la creación de la institución, sino uno de sus miembros
iniciales más activos y autor de gran parte de las iniciativas
de la Sociedad en sus primeros años de vida.
Fue Zeballos quien proyectó los estatutos de la flamante
institución que se llamaría “Academia científica de Bue-
nos Aires”, nombre que en las discusiones del proyecto
fue transformándose en “Academia científica Argentina”,
“Estímulo científico”, para adoptarse el nombre actual.
resolviéndose en definitiva, a fines de julio de 1872, la
creación de la Sociedad con las bases siguientes: 1° Fo-
mentar especialmente el estudio de las ciencias matemáti-
cas, físicas y naturales, con sus aplicaciones a las artes,
la industria y a las necesidades de la vida social. – 2° Estu-
diar las publicaciones, inventos o mejoras científicas, espe-
cialmente los que tengan una aplicación práctica a la
República Argentina. – 3° Reunir para este objeto a los
ingenieros argentinos y extranjeros, a los estudiantes de
ciencias exactas y a las demás personas cuya ilustración
científica responda a los fines de esta cooperación.”
Estas bases traducen una evidente tendencia unilateral
hacia las ciencias exactas, la ingeniería y la técnica, fruto
de las exigencias de la época y del origen de la Sociedad;
y si bien más tarde fueron modificadas en el sentido de
dar una mayor amplitud a los fines de la institución, ésta
conservó siempre la tendencia originaria.

116
Su primer presidente fue el ingeniero Luis A. Huergo,
uno de los “doce apóstoles” y figura descollante de la inge-
niería argentina.
Desde sus comienzos la Sociedad constituyó la única
tribuna científica con que contaba el país y el único centro
de consulta de los gobiernos de la Nación y de la Provin-
cia. Sus primeras actividades fueron variadas y fecundas,
fuera de conferencias, dictámenes, discusiones, etc., sobre
temas científicos y de actualidad. En 1875 crea un Museo
de la Sociedad cuyo primer director fue Francisco P. More-
no. Ese mismo año organiza un concurso de memorias y
trabajos para promover el adelanto de las ciencias y su
aplicación a la industria nacional, en especial mediante
la utilización de las materias primas del país. Acompa-
ñando a ese concurso se organizó asimismo una exposición
industrial que fue una de las primeras muestras de este
genero realizadas en el país. (Citemos de paso que a
raíz de esta exposición un grupo de industriales cons-
tituyó el Club Industrial Argentino que en 1887 se
fusionó con el Centro Industrial Argentino, fundado en
1878, para dar nacimiento a la actual Unión Industrial
Argentina.).
También durante ese año 1875 la Sociedad, con el
apoyo del gobierno de la provincia, auspició una expedi-
ción a la Patagonia, realizada por Francisco P. Moreno,
atravesándola de océano a océano, desde Carmen de Pa-
tagones hasta Valdivia, costeando el río Negro y el Limay
y examinando el lago Nahuel Huapí. Y esta iniciativa
dejó también sus frutos, pues despertó gran interés por los
estudios geográficos que se tradujo algunos años después
de la fundación del Instituto Geográfico Argentino. Ze-
ballos, su fundador, decía en efecto: “Era de tal modo
vigoroso el impulso dado a los estudios geográficos desde

117
1874, que se sintió la necesidad de cultivar con prefe-
rencia una especialidad de la ciencia a la cual se ligaban
estrechamente los progresos materiales de la civilización;
y de ahí surgió el Instituto Geográfico, fruto espontáneo,
gajo robusto de la semilla depositada en 1872 con timidez
y desconfianza por la Sociedad Científica Argentina.”
El año siguiente (1876) se realiza otra exposición y
un nuevo concurso (en éste se presentó Ameghino, quien
obtuvo... el último premio: una modesta mención hono-
rífica). En 1877 la Sociedad patrocina una nueva expedi-
ción a la Patagonia, para explorar el territorio comprendido
entre los paralelos de 43° y 49° de latitud sur.
Otra iniciativa de consecuencias importantes y duraderas
fue la organización del Congreso Científico Latino–
Americano y que se realizó en Buenos Aires en 1898
conmemorando las bodas de plata de la Sociedad. Este
Congreso contó con más de 500 adherentes y en él se
trataron 121 comunicaciones correspondientes a las sec-
ciones: Ciencias exactas e ingeniería; Ciencias físico–quí-
micas y naturales; Ciencias médicas; Antropología y socio-
logía. Su importancia radica en el hecho de que al
terminar sus sesiones el Congreso resolvió constituirse en
entidad permanente y organizar periódicamente, en dis-
tintas repúblicas americanas, las reuniones sucesivas. Así
se realiza el II Congreso Científico Latino–Americano en
Montevideo (1901), el III en Río de Janeiro (1905) y
el IV en Santiago de Chile (1908). Este Congreso de
Chile resuelve convertirse en el I Panamericano, reali-
zándose el II Panamericano (V de los americanos), en
Washington en 1915. Recordaremos que luego se volvió a
la numeración original y que entonces el certamen siguien-
te (Lima, 1821) se designó VI Congreso Científico Ame-
ricano.

118
Los resultados del Congreso de 1898, que inaugura
esta serie que aún continúa, fueron publicados en cinco
volúmenes.
En 1910, en ocasión de celebrarse el centenario de la
revolución de Mayo, la Sociedad Científica Argentina or-
ganizó un “Congreso científico internacional americano”,
probablemente uno de los más importantes de la América
Latina. Contó con más de 1.500 adherentes, más de 500
trabajos presentados y de 200 asociaciones representadas.
Entre los concurrentes extranjeros figuró el eminente ma-
temático italiano Vito Volterra, quien pronunció dos con-
ferencias, una en el Congreso y otra fuera de él.
El congreso comprendió una sección de ingeniería y 10
secciones de ciencias distribuidas en Físicas y matemáticas;
Químicas; Geológicas, geográficas e históricas; Antropoló-
gicas; Biológicas; Jurídicas y sociales; Militares; Navales;
Psicológicas; Agrarias. Desgraciadamente la publicación
de los trabajos, que comprenderían unos veinte volúmenes,
no pudo completarse, y sólo se pudieron publicar los dos
primeros volúmenes y algunos trabajos sueltos. Las confe-
rencias de Volterra aparecieron en los Anales, una de ellas
más de diez años después.
Entre otras iniciativas de la Sociedad puede mencio-
narse la organización de los estudios y de una expedición
a los esteros del Ibera (provincia de Corrientes) en 1911,
la insistencia de la Sociedad ante los poderes públicos a fin
de que la Argentina adoptara el régimen internacional de
los husos horarios (la ley se promulgó en 1920), etc.
Desde sus comienzos la Sociedad se dio su órgano de
publicidad. En 1874 un grupo de personas, entre las
cuales figuraba Zeballos, fundaba una publicación cientí-
fica con el nombre de Anales Científicos Argentinos. Esta
publicación, de la cual aparecieron 5 números, pasó luego

119
a convertirse en órgano oficial de la Sociedad Científica
Argentina con el nombre de Anales de la Sociedad Cientí-
fica Argentina y que desde entonces hasta la fecha han
aparecido mensualmente.
Agreguemos, para terminar, que la Biblioteca de la So-
ciedad, nacida también hacia 1874, contaba en 1916 con
más de veinte mil volúmenes.

15. LA “SEGUNDA ARGENTINA”

En los parágrafos anteriores hemos reseñado las activi-


dades científicas argentinas durante la segunda mitad del
siglo pasado y los primeros decenios de éste que se polari-
zaron alrededor de los grandes centros científicos: univer-
sidades, museos, observatorios, Academia de Córdoba y
Sociedad Científica que nacieron o renacieron durante las
primeras décadas de ese período.
Quedan aún por citar algunas pocas manifestaciones
científicas que se desarrollaron fuera de la órbita de esas,
instituciones, o por lo menos no directamente vinculadas
con aquellas.
Respecto de las matemáticas y la física sólo queda por
agregar que en los primeros años de este siglo, actuó en
Buenos Aires un profesor francés, Camilo Meyer, doctor
en leyes y licenciado en matemáticas, que había llegado
al país en 1895, Publicó numerosos artículos y trabajos
en revistas científicas y técnicas, y durante cinco años
(1909-1914) dictó en la Facultad un curso libre de física-
matemática ante un escaso público, revelador de la indife-
rencia del ambiente, y en la Sociedad Científica un ciclo
de conferencias sobre filosofía matemática (el conocido
libro de Brunschvicg).
En cuanto a las ciencias naturales recordemos ante

120
todo al escritor y naturalista de habla inglesa Guillermo
Enrique Hudson, nacido en la Argentina, de donde partió,
en 1874, a los 33 años de edad, para no regresar más a ella,
muriendo octogenario en Inglaterra.
Escribió en inglés los 24 volúmenes que comprenden
las obras de las que es autor, pero su vida y sus observa-
ciones en el campo argentino se reflejan vivamente en su
labor literaria (The Ombú, 1902; Far away and long ago,
1917) y científica (The Naturalist in the Plata, 1892; Idle
Days in Patagonia, 1893; Birds of the Plata, 1920, obra esta
última en dos volúmenes, reedición de una parte de una
ornitología argentina escrita en colaboración en 1888).
En cuanto a las iniciativas oficiales vinculadas con
actividades científicas, mencionamos la creación del Depar-
tamento de Agricultura, ordenada por Sarmiento en 1871,
desde el cual se comenzó a fomentar las colecciones de
semillas, frutos, maderas y plantas. Algo después (1873)
aparecen los Anales de Agricultura y más tarde también
un Boletín del departamento de Agricultura (1877).
Por otra parte, el interés oficial por los estudios vincu-
lados a las riquezas mineras del país, cuyo antecedente
precursor puede verse en la designación que en 1857
Urquiza hace de Bravard como Inspector general de minas,
se inicia en verdad en 1885 con la creación de la Sección
Minas, dependiente del Departamento de Obras públicas,
que al crearse en 1898 el ministerio de Agricultura, pasa
a depender de este ministerio, reorganizándose en 1904
con el nombre de Dirección general de Minas, Geología
e Hidrología.
Esta repartición nacional, a la cual se debe gran parte
los progresos realizados en la geología argentina, ini-
ció de inmediato sus tareas con personal en su mayoría
contratado, y sus frutos no se hicieron esperar, pues a fines

121
de 1907 una perforación que en busca de agua subterránea
se hacía en Comodoro Rivadavia (gobernación del Chu-
but) dio lugar al descubrimiento de uno de los más ricos
yacimientos petrolíferos fiscales argentinos.
La fundación de un jardín botánico en Buenos Aires
fue otra iniciativa de Sarmiento, que desgraciadamente
no prosperó de inmediato; y hay que esperar casi medio
siglo para que en 1898 se funde el actual jardín botánico,
de un riquísimo material florístico, y que desde entonces
ha prestado excelentes servicios a la enseñanza de la bo-
tánica en todas sus fases.
A la iniciativa oficial o privada, nacional o extranjera,
se debe también la organización de numerosos viajes y
expediciones realizados en esta época, para el reconoci-
miento y la exploración de todas las regiones argentinas,
especialmente las australes.
Por su importancia deben destacarse las tres expedicio-
nes enviadas a la Patagonia, entre 1896 y 1899, por la
Universidad de Princeton, con el objeto de realizar estudios
y recoger material en estas regiones, cuyo extraordinario
interés científico habían puesto de manifiesto los descubri-
mientos de los hermanos Ameghino. Las observaciones
realizadas y el estudio del material recogido aparecieron
luego en Reports of the Princeton University Expedition
to Patagonia, 1896-1899, hermosa publicación en una
docena de volúmenes costeada por el Pierpont Morgan
Publication Fund.
Entre las instituciones y periódicos de interés científico
podemos todavía mencionar una Sociedad argentina de
horticultura, que en 1879 presidía el futuro director del
Museo Carlos Berg, y que ese mismo año se fundaba una
Revista de ciencias, artes y letras, que se proponía ser un
boletín de las universidades, facultades, colegios y escuelas

122
de la República Argentina, y que en su efímera vida pu-
blicó varios trabajos científicos. En su número inicial, Sar-
miento aboga por el cultivo de los estudios etnográficos:
“Los orígenes americanos, por sus manifestaciones prehis-
tóricas los unos, por sus peculiaridades lingüísticas los
otros, y en estos dos ramos subsidiarios y como continua-
ción de la geología y paleontología, pueden los estudios
criollos contribuir al adelanto general de las ideas en el
mundo científico.”
Recordemos por último que en 1873 se había iniciado
la publicación de una revista alemana: La Plata Monats-
schrift, en la que aparecieron artículos científicos.

En esta reseña de la ciencia argentina nos ocupamos


exclusivamente de la ciencia pura, dejando de lado las
aplicaciones de la ciencia y la técnica; sin embargo nos
interesa destacar que en el último lustro del siglo pasado,
aparecen tres revistas técnicas importantes, dos de las cua-
les aún viven. En 1895 apareció la Revista técnica, que se
ocuparía de ingeniería, arquitectura, minería e industria,
como indica su portada, y que en verdad fue una tribuna
que en sus 22 años largos de vida se ocupó de todos los
grandes problemas nacionales y de las obras públicas del
país, así como de las extranjeras y de cuestiones técnicas
de actualidad y en alguna ocasión también de cuestiones
científicas.
Ese mismo año se fundaba el Centro Nacional (hoy
Argentino) de Ingenieros, que llegó a ser una de las pode-
rosas organizaciones profesionales de la Argentina y dos
años después, en 1897, inició la publicación de su órgano
oficial, La Ingeniería, que está ya cumpliendo el medio
siglo de vida.
Y finalmente en 1900 una asociación de estudiantes

123
de ingeniería que se llamaba “La línea recta”, y fundada
unos seis años antes, publica una Revista Politécnica, que
luego, al crearse el Centro de Estudiantes de la Facultad,
se convirtió en órgano del mismo con el nombre de Revista
del Centro de Estudiantes de Ingeniería, que más tarde
concretó en el de Ciencia y Técnica. Esta revista es de
carácter más científico que las anteriores, pues además
de publicar las lecciones de muchos cursos que se dictan
en la Facultad, tanto científicos como técnicos, publica
numerosos trabajos de ciencias exactas.

En 1890, cuando la Argentina es sacudida por una


crisis política (revolución del 90) y económica (desastres
financieros), podemos considerar cerrado el ciclo activo
del período científico iniciado después de Caseros y cuyo
apogeo se alcanza durante las presidencias de Mitre, Sar-
miento y Avellaneda.
Un análisis aun somero de la labor realizada durante
esos pocos lustros nos llevaría a las siguientes conclu-
siones:
1) El esfuerzo de organizar racionalmente la ciencia
tiene éxito. Pues como consecuencia de ese esfuerzo se
logran fundar o consolidar los focos de elaboración del
saber, las instituciones que den vida permanente a la labor
científica, los centros que la estimulen y apoyen, y los ór-
ganos de trasmisión y propagación del saber elaborado,
bajo forma de las universidades, los museos, los observa-
torios, las academias, las sociedades, los congresos y las
publicaciones que aun hoy subsisten.
2) Pero si dentro de la organización racional de la
ciencia, entendemos incluida la formación de los científi-
cos, cabe decir que en este período sólo quedaron organiza-
das en la Argentina las ciencias naturales en sentido estric-

124
to, pues ni la matemática, ni la astronomía, ni la física, ni
la química, ni la biología encontraron ambiente propicio
para ello. Se cultivaron los estudios matemáticos, pero con
ellos se formaron ingenieros (ya vimos cómo los primeros
doctores en ciencias fisicomatemáticas eran ingenieros con
algunas materias científicas complementarias); se realiza-
ron muchas y excelentes observaciones astronómicas, pero
no se formaron astrónomos; los primeros doctores en física
argentinos son en realidad de este siglo; en lo que respecta
a los doctores en química, también de este siglo, su forma-
ción es más profesional que científica; y en cuanto a los
estudios especializados en biología aún no están organiza-
dos en la Argentina.
No puede en cambio decirse lo mismo de las ciencias
naturales en sentido estricto: zoología, botánica, mineralo-
gía, geología, paleontología, etnografía, que no sólo se cul-
tivan con éxito, sino que producen frutos como Moreno,
Ameghino, Holmberg.
3) En gran parte este éxito en el campo de las ciencias
naturales se ha debido al “injerto cultural”, vale decir a la
introducción en el país de sabios extranjeros que cultivaron
y enseñaron esas ciencias. Por ese acto de desapego a
la propia tierra, por ese acto extrovertido, se incorpo-
raron al país numerosos especialistas, profesores y científi-
cos, llamados a fertilizar el virgen suelo nacional. No todos
esos especialistas se aclimataron, ni todos los que se aclima-
taron produjeron igual beneficio, pero en definitiva el
resultado fue bueno.
Después del 90 se produce en el proceso científico un
estancamiento, vale decir una decadencia. Ya vimos cómo
las publicaciones de la Academia de Córdoba, que cons-
tituyen su principal aporte científico, mermaron durante

125
el período 1890–1914; y cómo la Universidad de La Plata
y algunas instituciones provinciales vivieron una vida pre-
caria hasta su nacionalización. Mientras tanto, en Buenos
Aires, Ameghino, desalentado, pensaba abandonar la di-
rección del Museo ante el continuo fracaso de sus gestio-
nes tendientes a mejorar las instalaciones de un Museo
cada vez más abarrotado, y por tanto cada vez más inservi-
ble. Y si el Observatorio de Córdoba no se resintió mayor-
mente en esta época crítica, fue debido a los compromisos
internacionales que había contraído.
Si algún símbolo de este estado de cosas quisiéramos
elegir, tomaríamos el Congreso Internacional de 1910 or-
ganizado por la Sociedad Científica Argentina que no
logra publicar sus trabajos o las desiertas clases de física
matemática de Camilo Meyer, que sin ser un investigador
original, era con todo un profesor que estaba al día en los
conocimientos que impartía.
En contraste sintomático con este estado de decaden-
cia, vemos surgir a fines de siglo y con cierto impulso,
instituciones y revistas técnicas.
Es, en efecto, este hecho el síntoma revelador del cam-
bio producido. La crisis del 90 fue por ello calificada
como una crisis del progreso, entendido este término era
el sentido material, pues al compás de un aluvión inmi-
gratorio creciente (en 1906 entraron al país más de un
cuarto de millón de inmigrantes), se produce un incre-
mento de las actividades técnicas en pos de un afán utili-
tario y de un interés material, que pospone o impide las
preocupaciones por la ciencia pura o por la investigación
desinteresada.
Se cayó así en el error frecuente de adoptar y absorber
las aplicaciones de la ciencia antes que la ciencia misma,
y el de no advertir que detrás del excitante esplendor del

126
progreso industrial y técnico se oculta el trabajo científico
puro y desinteresado, que en gran medida ha contribuido
a ese progreso material.
Esta inversión del orden natural presenta también otro
aspecto que nos interesa subrayar. La preocupación exce-
siva por las aplicaciones técnicas y la correlativa despreocu-
pación por la ciencia desinteresada es también una manera
de contemplar exclusivamente las necesidades inmediatas,
es también una manera de ver sólo las cosas próximas y
por tanto de carecer de visión amplia, es también una ma-
nera de ser limitada, encerrada en sí misma introvertida.
Recién a mediados de la segunda década de este siglo,
la Argentina iniciará un nuevo cambio de postura frente
a la ciencia.

127
EL ESTADO ACTUAL

16. LA REFORMA UNIVERSITARIA

NO ES POSIBLE señalar cuáles fueron las causas directas


que provocaron tal cambio de postura, pero sí podemos
indicar algunos hechos contemporáneos con el asomar de
ese cambio.
En el orden nacional se produce en 1916 un cambio
político fundamental como consecuencia de la ley de su-
fragio universal de 1912. Asume la presidencia de la Re-
pública Hipólito Irigoyen, jefe de un partido político que
se había mantenido hasta entonces en la abstención, y
con ese advenimiento se produce un cambio en las clases
dirigentes y una nueva estructura en la fisonomía del
país.
En el orden internacional, a la natural repercusión
provocada por la primera guerra mundial debe agregarse
la impresión producida por la revolución rusa en la que,
fuera de la tendencia ideológica que encarnaba, se veía la
liberación de una gran masa humana oprimida y también
la segunda etapa de un proceso de emancipación que se
había iniciado con la China y que continuaría, así se creía,
con la India.
Ambos órdenes de hechos, el nacional y el internacio-
nal, tuvieron su influencia en el movimiento juvenil de
1918, nacido en los claustros universitarios cordobeses y
que luego se ha denominado el movimiento de la Reforma
universitaria o movimiento del 18.
En verdad no hubo tal reforma universitaria, pues la
estructura de la universidad, tanto esencial como legal, se

131
mantuvo. Hubo sí, en cambio, reformas de los estatutos,
todas tendientes a que las universidades adquirieran un
ritmo de vida más ágil y eficaz.
Pero el movimiento del 18 trajo al país una reforma
más profunda: fue una nueva tónica, un afán de renova-
ción y de reforma que bien pronto trascendió de las aula
universitarias para irradiarse por todo el continente.
Y es al abrigo de esa nueva tónica, como la ciencia
argentina adquiere un nuevo impulso y un renovado vigor.

Por lo pronto, en lo que se refiere a la enseñanza supe-


rior, en menos de veinte años se duplicó el número de
universidades nacionales, pues a las tres existentes se agre-
garon por creación o nacionalización otras tres. Sin per-
juicio de las noticias que sobre cada uno de los institutos
universitarios en los que se realiza labor científica daremos
más adelante, reseñemos desde ya algunos datos de carácter
general referentes a las universidades argentinas.
Respecto de la Universidad de Buenos Aires sólo dire-
mos que dentro de su organización general que mantuvo
y mantiene, aceleró su ritmo de progreso, limitándonos a
señalar que en 1924 modifica la estructura de su órgano
de publicidad: La Revista, dividiéndola en ocho secciones
dedicadas a especialidades distintas y publicadas indepen-
dientemente. Pero a partir de 1926 se suspenden las sec-
ciones 3 a 8, refundiendo las dos primeras en una
publicación de carácter meramente informativo y adminis-
trativo, bajo el nombre de Archivos de la Universidad de
Buenos Aires. Si traemos a colación este dato, aparente-
mente nimio, es porque él simboliza un aspecto peculiar
de las universidades argentinas, según el cual la Univer-
sidad no constituye una estructura unitaria y armónica
sino una suma de institutos o facultades en los que cifra

132
toda la labor docente y científica, mientras que el orga-
nismo universitario como tal es, a lo sumo, una oficina de
coordinación administrativa. Felizmente, en estos últimos
tiempos se notó una reacción favorable en tal sentido, y
prueba de ello es que en 1943 se resuelve publicar nueva-
mente la Revista de la Universidad de Buenos Aires (ter-
cera época), en hermosos cuadernos trimestrales, y en el
folleto de presentación se dice: “La Revista será mensaje
de la Universidad en cuanto rectora de los estudios supe-
riores. Aunque no le sea indiferente el papel que a la
Universidad corresponde en la formación de profesionales
y técnicos, ni en el sistemático acopio y transmisión de los
resultados de la indagación científica, atenderá muy espe-
cialmente al ejercicio de la ciencia misma. No olvidará
que la Universidad es escuela de crítica metódica, en que
no sólo se practica y se fomenta la investigación de la
verdad en sus diversos dominios particulares, sino que se
cultivan a la vez las fuerzas espirituales que nutren y
hasta hacen posible la investigación como tal. No olvidará
que sólo de ese modo, con visión filosófica de las propias
raíces, y con clara conciencia del puesto que le toca en el
conjunto de las actividades humanas, es como podrá la
ciencia contrarrestar el peligro cada vez más amenazador,
de la multiplicidad, fraccionamiento e inconexión de los
saberes y las técnicas.”
Y más adelante: “Para la Universidad de Buenos
Aires, la Revista quiere ser la expresión de una fecunda
unidad entre los organismos académicos, técnicos y de
enseñanza, imprescindibles en tareas como las suyas,
por fuerza solidarias y armónicas. Y quiere que se la con-
sidere también como una cordial embajada de la Universi-
dad de Buenos Aires: como si fuera la Universidad misma
que sale al encuentro de las universidades hermanas, en

133
ademán de profunda y afectuosa convivencia”. Y termina
insistiendo: “Pero cuanto más estrecho sea, y es de desear
que lo sea, el contacto de la Universidad con la técnica,
tanto más necesario resulta, por otro lado mirar desde lo
alto y abarcar un horizonte cada vez mayor. Visión uni-
taria —filosófica, humanista, y de sólida vertebración mo-
ral— que es imprescindible coronamiento del edificio todo
de la cultura: imprescindible para que la ramificación de
los problemas no acabe en mero desmenuzamiento y des-
trucción, y para que el enlace entre la investigación cien-
tífica y la vida práctica del país no decaiga en un utilita-
rismo interesado y de corto vuelo, estéril a la larga.
“La Revista de la Universidad de Buenos Aires aspira
a que cada una de sus páginas refleje ese afán de unidad,
amplia y activa. Que sus colaboraciones originales, sus re-
señas bibliográficas, sus notas y comentarios sobre la cul-
tura superior revelen expresa o tácitamente que la Uni-
versidad —manifestación de lo más profundo de nuestra
vida intelectual— procura moldear la sociedad entera con-
forme a las más altas conquistas ideales de la época, y salir,
en cabal ejercicio de su función selectiva, al encuentro del
pueblo, en busca siempre de los más capaces. Y que pro-
yectando así su luz sobre zonas cada vez más extensas y
capas sociales mayores y más profundas, no pierda de vista
la parte que le toca en la tarea de construir un mundo más
apto a la vida plena del hombre, en que encuentren patria
segura los frutos supremos de la civilización: normas de la
inteligencia y de la conducta —frágiles y preciosas— al-
canzadas tras una ruda labor de siglos.”

En cuanto a la Universidad de La Plata, citemos que


la superposición de tareas diferentes que caracterizó y
dificultó la vida, durante los primeros años, de sus dos

134
grandes institutos científicos: el Observatorio y el Museo,
dejó de subsistir.
En 1919 se separó del Museo la escuela de química y
farmacia constituyendo un organismo independiente con
el nombre de Facultad de ciencias químicas, que cambió
poco después por el de Facultad de química y farmacia,
pues es ésta la orientación de sus estudios. Por otra parte,
como en 1921 se desglosaron del Museo también los cur-
sos de dibujo que precariamente habían funcionado en
el desde su creación, quedó finalmente el Museo, con el
nombre de Instituto del Museo, reducido a sus funciones
específicas de instituto de investigación, escuela de cien-
cias naturales y establecimiento de exhibición pública.
Por su parte y en forma análoga, en 1920 se separó del
Observatorio la Facultad de ciencias matemáticas que
constituyó un organismo independiente con el nombre de
Facultad de ciencias físico–matemáticas puras y aplicadas,
que luego limitó a Facultad de ciencias físico–matemáti-
cas, quedando el Observatorio, con el nombre de Instituto
del observatorio astronómico, convertido en un estableci-
miento universitario con la doble función de instituto de
investigación y de escuela de ciencias astronómicas.
Veamos ahora las nuevas universidades. A fines de
1919 se promulga una ley por la cual se crea un instituto
univesitario denominado Universidad Nacional del Li-
toral, que además de ser la “universidad de la Reforma”,
introducía la innovación de ser una universidad, cuyas
escuelas estaban distribuidas en cuatro ciudades perte-
necientes a tres provincias que abarcan una amplia zona
del país. La nueva Universidad incorporaba a su seno la
Universidad provincial existente, así como cuatro esta-
blecimientos nacionales de segunda enseñanza; dos escue-

135
las industriales, una escuela de comercio y una escuela
normal. Su sede, así como las facultades de derecho y de
química, se establecían en la ciudad de Santa Fe, capital
de la provincia homónima; tres facultades: las de medi-
cina, de ingeniería y de ciencias económicas, en la ciudad
de Rosario, la ciudad más importante de esa provincia; la
Facultad de ciencias de la educación, en Paraná; y la Fa-
cultad de agricultura y ganadería en Corrientes, capital
de la provincia de ese nombre.
No es el caso de narrar la vicisitudes de esta Univer-
sidad, frecuentemente intervenida por el gobierno central,
y que en 1931, a raíz de una de esas intervenciones, una
de sus Facultades, la de Paraná, fue segregada de la Uni-
versidad y convertida poco después en un Instituto del
profesorado semejante al de Buenos Aires. No obstante
esas vicisitudes, la Universidad logró realizar una amplia
labor universitaria, cuyo aspecto científico destacaremos
en los parágrafos próximos.
Sólo consignemos aquí que la Facultad de Paraná lo-
gró publicar entre 1923 y 1928 sus Anales de la Facultad
de Ciencias de la Educación, en los que aparecieron tra-
bajos relativos a las ciencias que se cultivaban en aquella
Facultad: matemática, geografía, geología, etnografía, ar-
queología.

En cuanto a la Universidad, en 1935 inició la publi-


cación de una revista de carácter general, Universidad, ca-
racterizada por “... una amplia orientación humanista...
prescindiendo de los estudios especializados en las distin-
tas ramas del conocimiento, las que por ser tales, encuen-
tran su natural cabida en las publicaciones que editan las
diversas facultades e institutos que constituyen la univer-
sidad”. Dentro de esa orientación debemos señalar en esa

136
revista varios trabajos de epistemología e historia de la
ciencia.

En lo que respecta a la Universidad (provincial) de


Tucumán, inició sus publicaciones en 1914 con una serie
de ediciones muy variada y heterogénea, de la cual po-
demos destacar un excelente texto de Análisis infinitesimal
y unos Informes del Departamento de investigaciones in-
dustriales, con trabajos y estudios relacionados principal-
mente con las industrias regionales.
En 1921, por ley de presupuesto, se inicia la na-
cionalización de esa Universidad, que se formaliza ese
mismo año, por un convenio entre la nación y la provin-
cia, y sin que mediara ley alguna de nacionalización, en
1924 se inauguró oficialmente la Universidad Nacional
de Tucumán y en tal carácter ha seguido hasta el presente.
En esta Universidad se cultiva la ciencia en las Facultades
de ingeniería, hoy llamada de ciencias exactas, puras y
aplicadas, en la de farmacia y bioquímica y en varios
institutos.

La universidad argentina más reciente se ha creado


en 1939, sin ley aún, en la región cuyana, con el nom-
bre de Universidad nacional de Cuyo, y reproduce las
características de la del Litoral, en el sentido de tener
también ella distribuidos sus institutos en tres ciudades
y en tres provincias de esa región: Mendoza, San Juan y
San Luis.
La Facultad de ciencias de esta Universidad, de acuer-
do a su organización inicial, comprende tres escuelas: una
de ingeniería en San Juan, creada sobre la base de la
Escuela de minas de esa ciudad; otra de agronomía en
Mendoza, creada sobre la base de una Escuela de agri-

137
cultura y enología ya existente; y finalmente una Escuela
de ciencias económicas también en Mendoza.
Figuran también en esa Universidad un Instituto del
profesorado en San Luis, un Instituto del petróleo, uno
de lingüística y uno de etnografía americana, todos en
Mendoza.
Agreguemos, como dato final relativo a la enseñanza
superior en la Argentina, que últimamente se ha concre-
tado la creación de un instituto superior denominado Ins-
tituto Tecnológico del Sur, con asiento en la ciudad de
Bahía Blanca (puerto situado al sur en la provincia,
de Buenos Aires), y que tendrá por principales finalida-
des la investigación científica y la formación profesio-
nal, integrándolo cinco escuelas: ciencias comerciales,
ciencias químicas, ingeniería industrial, agricultura y ga-
nadería.

17. LAS INSTITUCIONES CIENTÍFICAS DE CARÁCTER


GENERAL

Para reseñar ahora el panorama actual de la ciencia


argentina y partiendo del hecho que hoy, en toda nación
moderna el investigador aislado ya no existe, y que por
tanto la investigación científica está como nucleada alre-
dedor de ciertos grupos humanos: universidades, acade-
mias, institutos de investigación, sociedades científicas,
etc., estimamos que una nómina de las instituciones
argentinas vinculadas con la investigación científica, com-
pletando cuando sea necesario las indicaciones respec-
to de sus finalidades, así como la enumeración de las
publicaciones en las que aparecen y se transmiten los fru-

138
tos de esa investigación, podrá dar una idea suficiente-
mente objetiva, aunque algo esquemática y un tanto
deshumanizada, del estado actual de la ciencia en la Ar-
gentina.
Antes de entrar a considerar las instituciones y sus
publicaciones, relacionadas con los diversos sectores cien-
tíficos, recordemos aquellas de carácter general y común
a todos esos sectores.
La Sociedad Científica Argentina continuó realizando
su labor aunque en cierto sentido reduciendo su esfera
de acción, por cuanto se fueron creando en el país socie-
dades científicas especializadas, algunas surgidas del seno
de aquella.
De las iniciativas de la Sociedad de estos últimos tiem-
pos, cabe destacar dos de ellas vinculadas con el desarrollo
de los estudios científicos en la Argentina.
En 1922, con motivo de cumplirse el primer cincuen-
tenario de la Sociedad, se resolvió la publicación de una
serie de monografías destinadas a reseñar el desarrollo, en
la Argentina, de las distintas ciencias (puras y aplicadas)
durante el primer medio siglo de existencia de la Sociedad.
De esta colección, que lleva el título genérico Evolución
de las ciencias en la República Argentina, han apareci-
do las monografías destinadas a los estudios botánicos
(1923), a la física (1924), a las matemáticas (1924), a la
mineralogía y geología (1925), a la higiene pública y
las obras sanitarias (1925), a la meteorología (1925) y a
la astronomía (1926). Se habían proyectado siete mono-
grafías más, que no han aparecido aún, y que debían
ocuparse respectivamente del desarrollo de la zoología,
de la paleontología, de la antropología (antropología físi-
ca, etnografía, filología y lingüística, folklore, prehistoria
y arqueología), de la medicina, de la estadística, de la in-

139
dustria y, finalmente, de la Sociedad misma. (Diez años
después la Sociedad editó un folleto con la Síntesis históri-
ca de la obra realizada durante sus sesenta años de vida.)
En 1928 la Sociedad proyectó un ciclo de conferen-
cias y estudios de vasto alcance, sobre el conocimiento del
cielo y suelo argentinos, así como de la zona atlántica con-
tigua, desde el descubrimiento de América hasta nuestros
días. El plan comprendía en su primera parte la labor
realizada hasta hoy, dividida en los cinco períodos si-
guientes: Los descubridores (1515 a 1615); los explora-
dores (1615 a 1770); los grandes exploradores científi-
cos (1770 a 1835); los geógrafos (1835 a 1872) y los
investigadores (1872 a 1900); y en su segunda parte la
acción para profundizar en el futuro dicho conocimien-
to, ya por obra de las grandes instituciones científicas del
país, ya por la de las sociedades científicas.
Este plan tuvo principios de ejecución, pues entre
1928 y 1931 se desarrollaron conferencias sobre las obras
de las grandes figuras que realizaron viajes o expediciones
por ámbitos argentinos: Azara, Bonpland, D’Orbigny,
Darwin, Malaspina, etc., y sobre la labor astronómica,
geológica, meteorológica, etc., en el país.
Otra interesante iniciativa de la Sociedad fue la cons-
titución, en 1937, de un “Comité argentino de biblioteca-
rios de instituciones científicas”, que se instaló en la sede
de la misma y cuyo primer fruto fue un excelente Catá-
logo de publicaciones periódicas científicas y técnicas
recibidas en las bibliotecas de las instituciones adheridas
al Comité, y que en 1942 editó la Comisión Nacional de
Cultura.
En 1934 la Sociedad se instaló en un nuevo y amplio
local social que brindó generosamente a numerosas ins-
tituciones culturales de la ciudad; así, esta benemérita

140
sociedad, con sus tres cuartos de siglo de existencia, su bi-
blioteca de más de 50.000 volúmenes, su mesa de revistas
de más de 600 publicaciones periódicas y sus 70.000 pá-
ginas de Anales, continúa realizando su labor en favor
de la ciencia.

También en 1934 la Sociedad Científica Argentina


inició la constitución, en el interior del país, de filiales
con idénticas finalidades, organizándose sucesivamente las
de Santa Fe (1934), Mendoza (1938), La Plata (1939)
y Tucumán (1940).
En verdad, la filial Santa Fe no fue sino la continua-
ción de una entidad local ya existente. En efecto, en
1927 un grupo de estudiosos de esa ciudad, en su mayoría
pertenecientes a la Facultad de química local, después de
infructuosos intentos de constituir una agrupación quí-
mica, primero, y de ciencias naturales, luego, organizó la
Sociedad Científica de Santa Fe con el fin de “elevar el
nivel científico y cultural... mediante el estímulo y difu-
sión del estudio de las ciencias puras y aplicadas”. Esta
institución, antes de afiliarse a la Científica Argentina rea-
lizó una fecunda labor puesta de manifiesto en los cinco
tomos aparecidos de su publicación periódica, Anales de la
Sociedad Científica de Santa Fe (1929 a 1933).

Pasemos a las academias. La Academia de Ciencias


de Córdoba, superado el período de decadencia, 1890-
1914, recobró cierto ritmo en sus publicaciones, aparecien-
do desde 1915 con más frecuencia las Actas, el Boletín,
así como una nueva publicación, Miscelánea, de la cual
aparecieron cuatro tomos entre 1920 y 1928, con trabajos
especialmente bibliográficos y de geografía cultural.
Mientras tanto, en Buenos Aires, un decreto del Po-

141
der Ejecutivo de 1925 concedía autonomía a las acade-
mias, entonces incorporadas a la Universidad, y que hasta
1906 habían ejercido la función directiva en las faculta-
des. Refiriéndonos especialmente a la futura Academia
Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de
Buenos Aires, debemos señalar que recién hacia 1916
pudo iniciar sus actividades, como cuerpo exclusivamente
científico, y que no obstante las numerosas e interesantes
iniciativas que surgieron de su seno, no pudo lograr ma-
yores resultados prácticos debido a la absoluta falta de
recursos. Con la autonomía la situación económica mejoró
algo, de tal modo que en 1928 pudo iniciar la publicación
de sus Anales, en las páginas de los Anales de la Sociedad
Científica Argentina, situación que mantuvo hasta 1933,
fecha desde la cual los Anales de la Academia tienen vida
propia.
Una iniciativa interesante de la Academia, que tuvo
éxito, pues logró el apoyo oficial, fue la que tuvo por obje-
to el estudio de la utilización de las mareas de la costa
patagónica. La comisión designada al efecto realizó estu-
dios en la Argentina, en especial en la bahía de San José
y en la ría de Deseado, y también fuera del país, y en el
informe presentado en 1929 llegaba a la conclusión de
que las mareas de las costas patagónicas pueden ser uti-
lizables, constituyendo una fuente valiosa de riqueza, por
lo cual debe prestarse el mayor apoyo a su estudio y explo-
tación, recomendando finalmente la realización de una
serie de trabajos.

Existen, por último, en la Argentina instituciones


entre cuyas finalidades esenciales o accesorias, parciales
o totales, figura el progreso de la ciencia. Citemos en pri-
mer lugar la Asociación Argentina para el Progreso de las

142
Ciencias, creada en 1933 y entre cuyos fines figura: ‘‘Pro-
pender en toda forma al progreso y expansión de la inves-
tigación científica en la República, mediante la consoli-
dación y adelanto de los institutos existentes, creación de
los que fueren necesarios, como así de todo organismo
que se considerara indispensable a los fines propuestos, y
fomentar e impulsar el desarrollo de todas las ramas de
la ciencia e iniciar las inexistentes... Propender a la crea-
ción permanente de becas en el país o en el extranjero,
de perfeccionamiento, de investigación y de aprendizaje...
Ayudar al sostén de los investigadores destacados que no
tengan medios para realizar su labor... Subvencionar estu-
dios especiales...” En tal sentido ha realizado una obra
eficaz, pues desde su creación ha acordado 43 becas exter-
nas, 48 internas y ha otorgado 87 subsidios que importan
más de 25.000 pesos, contando para ello con los recursos
propios, varias fundaciones y las rentas de un fondo de un
millón de pesos que se le otorgó por ley en 1934.
Con los mismos fines ha publicado diversos folletos,
entre los cuales un Primer informe sobre el estado actual
de las ciencias en la Argentina y sus necesidades más ur-
gentes (1935); y los resultados de una encuesta: Qué debe
hacerse para el adelanto de la matemática en la Argenti-
na (1942).
Desde 1945 la Asociación patrocina una revista men-
sual, Ciencia e investigación, cuyo objeto es “despertar el
interés por la Ciencia y estimular el desarrollo de la inves-
tigación científica”. La revista, que se inspira en la más
sana tradición del periodismo científico, y que ya ha con-
quistado un merecido prestigio, expone “en forma com-
prensible a toda persona ilustrada temas científicos de
actualidad”, da “a conocer en notas breves los adelantos
científicos más recientes”, y hace “la crítica de la biblio-

143
grafía reciente”. Además, “Otro de sus fines, y no el me-
nos importante, es familiarizar a los lectores con la manera
del pensar científico: la costumbre de considerar los proble-
mas en forma objetiva y desapasionada, de exigir una de-
mostración de toda afirmación, y de no quedarse satis-
fecho con palabras eufónicas pero vacías de sentido, de
saber reconocer el límite del conocimiento, pues lo igno-
rado es mucho más que lo sabido.”
Otra institución privada que sin proponerse como me-
dio exclusivo la investigación científica propende a su
adelanto y desarrollo, es el Colegio Libre de Estudios Su-
periores de Buenos Aires (con varias filiales en el inte-
rior del país), fundado en 1930 por iniciativa de un grupo
de intelectuales, quienes con el lema inicial “Ni Univer-
sidad profesional, ni tribuna de vulgarización”, crearon
un organismo “destinado al desarrollo de los estudios supe-
riores” mediante “un conjunto de cátedras libres, de materias
incluidas o no en los planes de estudio universita-
rios, donde se desarrollarán puntos especiales que no son
profundizados en los cursos generales o que escapan
dominio de las Facultades”. Si bien la obra de este colegio
en el que han intervenido ya cerca de 500 profesores, está
más vinculada con los estudios sociales, políticos y econó-
micos, en las páginas de su publicación mensual Cursos y
Conferencias, que edita desde 1931, han aparecido nume-
rosos trabajos de matemática, física, química y ciencia
naturales, sin contar las clases y conferencias sobre temas
científicos que se han dictado y no se han publicado.

Dos palabras sobre los premios a la producción cien-


tífica. En 1933 la ley de régimen legal de la propiedad
intelectual creaba la Comisión Nacional de Cultura, com-
puesta de manera asaz heterogénea por dirigentes y

144
presentantes de instituciones oficiales, culturales y gre-
miales, y que actúa como jurado en la asignación de pre-
mios y becas. Dos años después, otra ley instituía un fondo
permanente de la misma, del cual se dedicaban 240.000
pesos anuales para premios a la producción nacional o
regional en ciencias, bellas artes y letras; y 120.000 pesos
para la creación de becas de perfeccionamiento científico,
artístico y literario. De acuerdo a la nueva reglamentación
que empezó a regir en 1936 y sustituyó la del anterior
“Premio Nacional de Ciencias”, se instituyeron para cada
grupo de ciencias afines (o no), tres premios de 20,000,
12,000 y 8,000 pesos cada tres años, para la producción
de autor argentino y en castellano aparecida durante los
tres años anteriores en el campo de esas ciencias. En cuan-
to a la producción regional, el país se divide en seis zonas,
para cada una de las cuales se instituyen anualmente tres
premios de 2,000 pesos y edición de la obra, uno de los
cuales corresponde a “la mejor obra sobre temas cientí-
ficos de la zona”.
La experiencia realizada hasta el presente no permite
abrigar mayores esperanzas sobre la eficacia de estos pre-
mios. Si en principio es discutible el otorgamiento de
premios en efectivo y en cantidad tan elevada, en este caso
se agregan como factores negativos la composición del ju-
rado, heterogéneo y no del todo libre de influencias polí-
ticas o gubernamentales, y hasta la misma distribución del
saber científico en que se han agrupado, por ejemplo,
matemática con química, historia con filología: parejas
muy mal avenidas para eventuales comparaciones.
Es posible que si los fondos destinados a premios se
aplicaran a becas, subsidios o directamente al sostenimien-
to o creación de institutos de investigación, el resultado
sería más provechoso para la ciencia.

145
Otras instituciones argentinas, oficiales o privadas,
otorgan premios a la producción científica. Citemos úni-
camente el premio creado en 1927 por la Municipalidad
de Buenos Aires con el nombre de Eduardo L. Holmberg,
en homenaje al 75 aniversario del ilustre naturalista, con-
sistente en 2,000 pesos para el mejor trabajo en ciencias
naturales del año, de autor argentino o extranjero con
más de dos años de residencia, y cuya organización y
discernimiento están encomendados a la Academia de
Ciencias de Buenos Aires.

18. LOS ESTUDIOS MATEMÁTICOS

Los estudios matemáticos, por su carácter abstracto y,


desinteresado, son los que mejor se prestan a valorar el
esfuerzo realizado por la ciencia argentina desde los pri-
meros balbuceos de la época de Vértiz hasta el momento
actual.
Belgrano y Gutiérrez, espíritus egregios, dieron impul-
so a los estudios matemáticos en la Argentina durante la
primera y segunda mitad del siglo pasado, pero ellos no
vieron en la matemática la ciencia pura y desinteresada,
sino el útil e indispensable instrumento para dar vida a
las aplicaciones y a la técnica, que debían contribuir al
nacimiento y desarrollo del incipiente progreso material
del país.
Pero cuando Belgrano crea sus escuelas, ya Gauss ha-
bía proclamado a la aritmética como reina de las ciencias;
y cuando Gutiérrez crea el Departamento de ciencias exac-
tas, que tan opimos frutos debía producir, ya Jacobi había
declarado aquello que “la única finalidad de la ciencia
es el honor del espíritu humano y que en consecuencia

146
una cuestión de la teoría de los números tiene un valor
tan grande como una cuestión de los sistemas de los mun-
dos.”
De ahí las conclusiones a las que, en 1923, arriba el
estudio editado por la Sociedad Científica sobre la evolu-
ción de la matemática en la Argentina, y en las que su
autor, C. C. Dassen, con un tono más bien pesimista,
comienza declarando que: “La Argentina no ha producido
aún cerebros creadores en la rama matemática”, para ter-
minar esperando que “a su hora, aparezcan las lumbreras
llamadas a dar lustre y originalidad a la ciencia matemáti-
ca argentina”.
Mas tampoco se trata de eso. Si la ciencia no es mera
aplicación, tampoco es sólo deslumbrante inspiración. La
ciencia es una tarea humana en la que, claro es, los genios
son útiles, pero en la que no lo son menos los artesanos
que se dedican a ella con el amor con que el poeta escribe
sus versos y el pintor pinta sus cuadros.
Y en la Argentina, convertir la matemática de una
doncella de la ingeniería en una escuela de artesanía, en
un ambiente de maestros y discípulos, ha sido la obra de
estas últimas décadas que se inició con el arribo en 1917
del eminente maestro español Julio Rey Pastor.
He aquí lo que escribimos en ocasión de las bodas de
plata de ese hecho: “Hace veinticinco años, en estos me-
ses, llegaba a nuestro país Julio Rey Pastor, invitado para
dictar desde la cátedra de cultura hispánica de la Institu-
ción cultural española dos ciclos de conferencias sobre
matemática moderna. A esas primeras conferencias, verda-
deras clases magistrales que versaron sobre Sistematiza-
ción de la geometría y Los fundamentos de la matemática
actual, siguieron otros cursos y conferencias, dictados en
diversos centros científicos de la Argentina y del Uru-

147
guay, regresando luego Rey Pastor a su patria, de donde,
después de breve estada, volvió a la Argentina, esta vez
para radicarse definitivamente, con el objeto de organizar
y dirigir los estudios matemáticos en la Universidad Na-
cional de Buenos Aires.
“Los que seguimos de cerca la labor que desarrolló Rey
Pastor en estos veinticinco años entre nosotros y nos apro-
ximamos a él desde su llegada, primero como estudiantes
algo temerosos ante el sabio profesor, luego como discí-
pulos tranquilos y confiados bajo el seguro apoyo del maes-
tro, y más tarde como amigos, vinculados a él con sólidos
lazos de afecto cordial; sabemos que la acción y labor
científica desplegadas por Rey Pastor han sido tan valio-
sas, extraordinarias y beneficiosas, que podemos conside-
rar que su arribo a la Argentina señala un momento im-
portante en el desarrollo de los estudios matemáticos en
los países del Plata y marca el principio de una nueva
etapa de los mismos.”
En efecto, hoy el nombre de Rey Pastor está vincula-
do con institutos de investigación, sociedades y revistas
matemáticas argentinas. Inició su labor en la Universidad
de Buenos Aires con la creación de un centro de estudios
en la Facultad de ciencias exactas, primero con el nom-
bre de Seminario matemático, luego con el de Instituto
de matemática.
Por su parte, en la Universidad de La Plata, en la
que también se realizan estudios sistemáticos de matemá-
tica, existe un centro de investigación y de formación en
el Departamento de matemáticas de la facultad de cien-
cias físico–matemáticas; mientras que en la del Litoral ya
existen dos centros de investigación matemática, ambos
en Rosario. El primero es el Instituto de matemática, de-
pendiente de la Facultad de ciencias matemáticas de esa

148
ciudad y creado a fines de 1938 en virtud de una resolu-
ción del cuerpo de profesores de la casa por la cual se con-
sideraba necesaria la creación de un Instituto que tuviera
“por finalidad la enseñanza e investigación de la matemá-
tica pura, en sus distintas ramas”, a cuyos efectos organi-
zaría “un ciclo sistemático de estudios y la dotación biblio-
gráfica indispensable para la investigación”. El Instituto
inauguró sus funciones en 1940 y limitó su acción a la
investigación, como su mismo reglamento lo indica al decir
que “cumple funciones de investigación en el campo de
las matemáticas puras y aplicadas, y de difusión y eleva-
ción de la cultura matemática en el país”.
El segundo es el Instituto de matemática aplicada,
creado en 1942 y dependiente directamente de la Uni-
versidad. Es un instituto especializado, pues son sus fun-
ciones: “Realizar estudios e investigaciones originales de
carácter biométrico, actuarial y sobre cuestiones de cálcu-
lo de probabilidades y análisis matemático que le son
afines.”
En cuanto a las instituciones privadas que estimulan
los estudios matemáticos, debemos citar ante todo, como
más antigua, al Círculo matemático del Instituto Nacio-
nal del Profesorado Secundario de Buenos Aires, creado
en 1923 con el fin de intensificar el estudio de la mate-
mática y que agrupa a profesores, ex alumnos y alumnos
de ese Instituto.
El año siguiente, 1924, un grupo de estudiosos reco-
nociendo que: “El ambiente intelectual argentino está ya
bien preparado para dar impulso al estudio desinteresado
de la ciencia matemática por sí misma, sin la constante
preocupación de sus aplicaciones inmediatas a diversas
técnicas o ciencias”, funda la Sociedad Matemática Ar-
gentina; pero por lo visto había habido un exceso de opti-

149
mismo, pues a los pocos años la Sociedad deja de existir, y
hay que esperar hasta 1936, año en el que, con tono más
seguro y firme, se crea la Unión Matemática Argentina
con el propósito de “fomentar el evidente progreso de la
investigación matemática en la Argentina, mediante re-
uniones científicas, concursos, etc., y coordinar la labor
de los diversos grupos de estudiosos que en el país se
ocupan de matemática superior, y de los investigadores
dispersos en las naciones latinas de América.”
La institución tiene su sede en Buenos Aires, pero con
delegaciones en las diversas ciudades del interior del país
y del extranjero. Además, desde 1941 es miembro del Pa-
tronato de la Mathematical Reviews norteamericana.
En 1945 organizó dos reuniones científicas que deno-
minó “Jornadas matemáticas”: la primera, en julio, de ca-
rácter nacional; y la segunda, en septiembre, de carácter
internacional y en coincidencia con otras reuniones cien-
tíficas de física y de historia de la ciencia.
Digamos por último que a raíz de la donación que los
herederos de Claro C. Dassen hicieron a la Sociedad
Científica, de parte de la biblioteca de este profesor con-
sistente en unos 1.200 volúmenes, entre los cuales un cen-
tenar de libros antiguos (siglos XVI, XVII y XVIII), la Socie-
dad organizó una institución permanente: Seminario
Matemático doctor Claro C. Dassen, en la que se realizan
periódicamente reuniones científicas.
A este nutrido conjunto de institutos e instituciones
consagrados a la matemática, corresponde un buen núme-
ro de publicaciones periódicas dedicadas total o parcial-
mente a esa ciencia.
Las primeras revistas matemáticas fundadas durante
este siglo, así como su precursora del siglo pasado: la revis-
ta de Balbín, no lograron prosperar. Así, en 1916 un grupo

150
de profesores de la Facultad de Buenos Aires publica la
Revista de matemáticas, que logra sacar a luz dos tomos;
en 1919 se renueva el intento con la Revista de matemá-
ticas y físicas elementales, con la que se trata de extender
la acción de la revista a las aulas secundarias, y la publica-
ción aparece durante cinco años; a la que sigue casi in-
mediatamente otra revista: la Revista Matemática, órgano
de la Sociedad Matemática Argentina, y que nace y muere
con ésta. Todos estos intentos, a los que deben agregarse
algunas publicaciones del Seminario de la Facultad, apa-
recidas entre 1928 y 1933, demuestran la existencia de
un interés constante en la empresa, pero también la caren-
cia del vigor necesario para lograr mantener la vida de
esas publicaciones.
Pero tal situación ya ha cambiado, y entre las revistas
existentes podemos mencionar la más antigua: el Boletín
Matemático fundado en 1928, dentro de la orientación
del periódico de 1919, y la Revista de la Unión Matemá-
tica Argentina, órgano de esta institución, que inició su
aparición en forma permanente en 1936. La misma insti-
tución, además de algunas otras publicaciones menores,
edita desde 1942 una colección de Memorias y monogra-
fías.
En Rosario el esfuerzo en este sentido no es menos in-
tenso. El Instituto de matemática edita dos series de pe-
riódicos. Las Publicaciones del Instituto, aparecidas en
1939, que comprenden monografías que se reúnen en vo-
lúmenes anuales, y un Boletín que denomina Mathema-
ticae Notae, iniciado en 1941, de un carácter preferente-
mente didáctico y dedicado al estudio de cuestiones
metodológicas mediante notas históricas, biográficas, crí-
ticas, bibliográficas, anecdóticas, etc., con el agregado de
problemas a resolver, común en este tipo de revista. Agre-

151
guemos que dos de los últimos volúmenes de las Publi-
caciones constituyen el homenaje del Instituto a Rey
Pastor con motivo de sus bodas de plata con la Argentina
y contienen más de medio centenar de memorias cientí-
ficas que dedican al maestro sus discípulos, colegas y ad-
miradores.
Además de las publicaciones del Instituto, la Facultad
edita Monografías en la que se incluyen trabajos y libros
matemáticos. Por su parte el Instituto de matemática
aplicada ha iniciado en 1942 sus Publicaciones.
En la Facultad de La Plata los trabajos matemáticos
aparecieron en la Serie matemáticofísica de su Contribu-
ción hasta 1935, en que se dedicó exclusivamente a ellos
una Serie matemática. Desde 1940 la Facultad publica una
Revista de la Facultad de ciencias fisicomatemáticas, en
la cual aparecen los trabajos pertenecientes a los distintos
departamentos de la institución. Por lo demás, la Facultad
ha publicado varios textos y libros sobre cuestiones de
matemática.
La Universidad de Tucumán dedica, desde 1940, la
Serie A. Matemáticas y física teórica de su Revista, a reunir
en ricos volúmenes trabajos inéditos y originales exclusi-
vamente de matemática y de física de autores nacionales y
extranjeros, publicando anualmente un volumen en dos
fascículos.
Por último mencionemos que el Círculo Matemático
de Buenos Aires, que ya citamos, edita desde su creación,
pero sin periodicidad fija, Publicaciones que consisten en
monografías sobre temas matemáticos.
Cabe ahora formular aquí una observación general vá-
lida, no sólo para los estudios matemáticos, sino para todos
los estudios científicos; y es que a la producción científica
aparecida en las publicaciones periódicas especializadas que

152
detallamos, debe agregarse la que aparece en las revistas
de carácter general, en las publicaciones dedicadas a las
actividades profesionales afines, y en las publicaciones es-
tudiantiles que en la Argentina son numerosas, gozando
muchas de ellas de una sólida y bien ganada reputación.

19. LOS ESTUDIOS FÍSICOS Y QUÍMICOS

Los estudios físicos en la Argentina adquirieron nuevo


vigor durante estos últimos años.
Como acontecimiento de interés científico vinculado
con estos estudios, recordemos ante todo la visita que en
1925 realizó Einstein a la Argentina, invitado por la Uni-
versidad de Buenos Aires y la colectividad israelita de esta
ciudad. Además de un ciclo oficial de siete conferencias
que, sobre su teoría, dictó en la Facultad de ciencias exac-
tas, habló en la Facultad de filosofía y letras, y pronunció
dos conferencias en la Universidad de Córdoba. La Aca-
demia de Buenos Aires realizó una sesión en su honor en
la que varios físicos y químicos argentinos plantearon a
Einstein distintas preguntas y cuestiones relacionadas con
su teoría.
El incremento y mayor impulso hacia los estudios de
física pura, nacieron de esfuerzos privados, pues hasta
ahora sigue siendo el Instituto de física de La Plata la
única institución oficial dedicada a esos estudios. En
1942, con motivo de una reunión científica celebrada al
inaugurarse la Estación astrofísica de Bosque Alegre, sur-
gió la idea entre un grupo de físicos profesionales, estu-
diantes de física, astrónomos, matemáticos e ingenieros, de
constituir un Núcleo de Física (así se llama al principio
la agrupación) con el objeto de estimular los estudios so-

153
bre la orientación moderna de la física y realizar perió-
dicamente reuniones científicas. La idea tuvo éxito y el
Núcleo de Física realizó reuniones en Córdoba (1943),
en Buenos Aires (1944) y en La Plata (1944). Y en esta
reunión de La Plata los asistentes resolvieron fundar la Aso-
ciación Física Argentina y adoptar como órgano de publici-
dad la Revista de la Unión Matemática Argentina, que
por otra parte ya había publicado todos los trabajos e in-
formes presentados a las reuniones del Núcleo de Física.
La Asociación Física Argentina ha continuado reali-
zando con éxito creciente sus reuniones periódicas en las
últimas de las cuales han intervenido destacados científi-
cos extranjeros.
En cuanto a las publicaciones dedicadas total o par-
cialmente a la física y, fuera de las ya mencionadas: Serie
matematicofísica de la Contribución de La Plata (hasta
1935), luego Serie física y actualmente los trabajos de la
Revista de esa Facultad dedicados al Instituto de física,
y la Serie A. de la Revista de Tucumán; sólo podemos
mencionar las Publicaciones del Departamento de Física
de la Facultad de Ingeniería de Tucumán, en las que se
incluyen también textos.

La química dispone en la Argentina de varios centros


de estudios superiores: Buenos Aires (doctorado en quí-
mica, doctorado en bioquímica y farmacia); La Plata (doc-
torado en química y farmacia); Santa Fe (ingeniería quí-
mica); Rosario (doctorado en bioquímica y farmacia);
Tucumán (doctorado en farmacia y bioquímica).
En cuanto a los institutos de investigación, el más
importante es sin duda el Instituto de investigaciones cien-
tíficas y tecnológicas, dependiente (desde 1940) de 1a
Facultad de química de esa ciudad. Fue creado en 1929,

154
dependiendo sus primeros años de la misma Universidad
del Litoral, con el objeto de “realizar investigaciones que
contribuyan al adelanto de las ciencias fisicoquímicas, y sus
aplicaciones a la industria y a la agricultura”. Está total-
mente desligado de la enseñanza y en sus dos secciones,
científica y tecnológica, se realizan, sin discriminación
neta, trabajos de química pura y aplicada, respectivamente.
También de la Universidad del Litoral depende un
Instituto de investigaciones microquímicas, que funciona
en Rosario desde 1936 y dedicado exclusivamente a ese
campo especializado de la química.
Pero es importante señalar que la investigación y estu-
dios químicos han sido en gran medida estimulados por
una institución privada: la Asociación (antes Sociedad)
Química Argentina, que agrupa a los químicos en su do-
ble aspecto científico y profesional. Nacida en 1912 bajo
el calor y apoyo de la Sociedad Científica Argentina, ha
realizado una vasta labor; en 1919 ha organizado el Pri-
mer Congreso Nacional de Química, y en 1924 el Segun-
do Congreso Nacional y Primero sudamericano.
Por lo demás, existen en el país numerosos y excelentes
laboratorios químicos que cumplen una labor científica
dentro de su finalidad específica de fiscalización, de con-
trol o de análisis; muchos de los cuales disponen de órga-
nos de publicidad donde aparecen los resultados o estudios
realizados. Los hay en las Obras Sanitarias de la Nación,
en la Dirección Nacional de Vialidad, en los Yacimientos
Petrolíferos Fiscales, en los Ferrocarriles del Estado, en las
Oficinas Químicas Nacionales, provinciales o municipa-
les, en la Dirección de Industrias de Mendoza, etc.; sin
contar los de algunas empresas privadas que, aún mante-
niendo en reserva sus resultados, trabajan científicamente.
En cuanto a las publicaciones en que aparecen los fru-

155
tos de la investigación química, los dos Institutos del Lito-
ral publican respectivamente Anales del Instituto de in-
vestigaciones científicas y tecnológicas (desde 1932) y
Publicaciones del Instituto de investigaciones microquími-
cas (desde 1937).
Por otra parte la Facultad de La Plata publica, desde
1923, la Revista de la Facultad de Ciencias Químicas,
mientras la de Santa Fe hace lo mismo, desde 1930, con la
Revista de la Facultad de Química Industrial Agrícola
y algunos libros.
La Asociación Química Argentina realiza un vasto
plan de publicaciones; a su órgano más antiguo y de ca-
rácter científico, los Anales de la Asociación Química Ar-
gentina, que publica desde 1913, agregó más tarde un su-
plemento: Bibliografía química argentina (antes Temas
de química y luego Temas de química y bibliografía quí-
mica argentina) y hace pocos años otra revista, pero de
carácter aplicado: Industria y Química.
Agreguemos, por último, que trabajos vinculados a la
química se publican también en revistas como Anales de
farmacia y Bioquímica, Revista de la asociación bioquími-
ca argentina, etc.

Con la física y la química está vinculado el vasto cam-


po de la técnica, en el cual no entramos en esta reseña.
Cabe, sin embargo, destacar que muchas instituciones y
organismos, cuya finalidad mediata o inmediata es alguna
aplicación técnica, realizan también investigaciones cien-
tíficas; y que muchas publicaciones de esas u otras insti-
tuciones incluyen trabajos de índole científica. A las pu-
blicaciones de este tipo ya mencionadas, agreguemos las
Publicaciones técnico–científicas de las Facultades de in-
geniería de Buenos Aires y de Rosario, respectivamente.

156
Así aparecen trabajos de valor científico (edafología,
mineralogía, geología, etc.), en las Publicaciones técnicas
de la Dirección Nacional de Vialidad, así como de esta
especialidad, en la excelente Revista electrotécnica, edita-
da por la Asociación Argentina de Electrotécnicos y el
Comité Electrotécnico Argentino.
Entre los organismos técnicos que realizan labor cien-
tífica, citemos al Instituto de Estabilidad que funciona
desde 1939 en la Facultad de ciencias matemáticas de
Rosario, y una de cuyas finalidades es “realizar estudios
de investigación científica en el campo de su especialidad”.
Ya han aparecido varios números de la Publicaciones de
este Instituto.
En Santa Fe funciona un moderno y bien montado
Instituto Experimental de Investigación y Fomento Agrí-
cola-ganadero, fundado en 1935, que tiene como “misión
investigar todos aquellos factores que influyan directa o
indirectamente sobre la producción agrícola–ganadera de la
provincia y, especialmente, la de fomentarla por todos los
medios sobre bases científicas”. De los tres departamentos
que lo integran: química agrícola y edafología; agro-
nomía; economía rural y geografía agrícola; el primero
de ellos ocupa la mayor parte de su actividad en las deter-
minaciones científicas (constantes físicas, análisis mecáni-
co y determinación química) que tienden a un mejor co-
nocimiento del suelo. El Instituto edita Publicaciones
técnicas con los resultados de las investigaciones que en él
se realizan.
En Tucumán funciona una Estación Experimental
Agrícola que estudia, desde el punto de vista científico,
todo lo pertinente a la producción de azúcar, editando la
Revista industrial y agrícola de Tucumán, así como un
Boletín y otras publicaciones.

157
Citemos, por último, un Centro Argentino de Quimur-
gia creado últimamente (1945) para realizar estudios refe-
rentes al aprovechamiento industrial de productos y sub-
productos agrícolas.
Actualmente están a consideración del Parlamento
Nacional tres proyectos, dos de ellos de, gran envergadura,
destinados a crear institutos de investigación científica
vinculados principalmente con estos estudios. Por el pri-
mero de ellos, emanado del Poder Ejecutivo, se crea el Ins-
tituto Nacional de Investigaciones Fisicoquímicas que de-
penderá del Ministerio de Guerra. Tendrá por finalidad
realizar e impulsar el desarrollo de las investigaciones cien-
tíficas y en especial de las que se relacionan con la energía
atómica, estudiar los recursos naturales del país que pue-
dan interesar a sus fines, asesorar al Poder Ejecutivo, pro-
mover la formación de personal técnico y científico, ayu-
dar a los investigadores científicos del país y promover el
ingreso al mismo de hombres de ciencia y técnicos extran-
jeros. Se le fija un presupuesto de diez millones de pesos
durante los primeros cinco años y otra suma igual durante
dicho período para subsidio a las universidades nacionales
a los efectos de que éstas puedan formar personal técnico
y científico, ayudar a los investigadores y promover el
ingreso al país de hombres de ciencia.
El segundo proyecto crea un Instituto Superior de
Investigaciones Científicas, como ente autárquico y depen-
diente directamente del Presidente de la Nación. Tendrá
una Dirección de investigación pura, de la cual depen-
derán un Departamento matemático y físico, uno biológi-
co y bioquímico y uno social. Una Dirección de investi-
gación aplicada tendrá a su cargo los departamentos médicos
y de salud pública, de defensa nacional, de ingeniería y
tecnología, de educación, de publicaciones y propagan-

158
da y de aplicaciones. El presupuesto mínimo del Instituto
se fija en 30 millones de pesos anuales y se autoriza un
gasto de 200 millones para su instalación.
El tercer proyecto, más modesto que los anteriores pero
quizá por eso mismo más factible, crea el Instituto nacio-
nal de investigaciones físicas y químicas, dependiente del
Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, para promo-
ver y realizar estudios en ciencia pura y aplicada en las
ramas de física, química y afines, y constituido por siete
departamentos: física, fisicoquímica, química, electricidad,
física aplicada, química aplicada, metrología y normas.
Además de poder contar con los ingresos que obtenga por
trabajos diversos que pueda realizar, se le fija una partida
de cinco millones de pesos anuales, que el Poder Ejecutivo
puede ampliar hasta el doble.

20. LOS ESTUDIOS ASTRONÓMICOS Y AFINES

La labor astronómica argentina continúa desarrollán-


dose en gran parte alrededor de sus dos grandes observa-
torios.
El Observatorio de Córdoba, en 1842, ha inaugurado
una Estación Astrofísica situada en Bosque Alegre, en las
Sierras Chicas, a unos 50 kilómetros de la ciudad de Cór-
doba y que dispone del telescopio más grande de Suramé-
rica (es un reflector de 154 cms. de diámetro).
El observatorio, además de la tarea ya mencionada del
relevamiento de precisión del cielo austral, se ocupa ac-
tualmente en la búsqueda de estrellas “enanas blancas”,
en el estudio de los espectros de estrellas con atmósfera
incandescente, en el estudio de las nubes de Magalla-
nes, etc.

159
Ese observatorio, con personal constituido actualmente
de un grupo de astrónomos y físicos con dedicación exclu-
siva, se ha convertido en un centro científico de primer
orden. Posee un seminario científico y una escuela para
empleados, a fin de mejorar constantemente la preparación
de su personal científico y técnico.
Por su parte el Observatorio de La Plata inició una
nueva era en su vida científica al convertirse en Instituto
del Observatorio astronómico y llamar al profesor Juan
Hartmann para dirigir las investigaciones y orientarlas
hacia su especialidad: la astrofísica. La investigación cien-
tífica del observatorio, así como la labor docente de la Es-
cuela superior de ciencias astronómicas y conexas, com-
prende estudios relativos a la astronomía, a la astrofísica, a
la geofísica y a la meteorología.
Citemos, entre las investigaciones de Hartmann, el
descubrimiento de dos nuevos asteroides, uno de los cuales
fue bautizado con el nombre de “La Plata.”
Además de sus Publicaciones, el observatorio inició la
publicación de los estudios e investigaciones sísmicas en
Contribuciones geofísicas, hasta que en 1936 refundió sus
publicaciones en tres series: Serie astronómica (las ante-
riores Publicaciones); Serie geofísica (las anteriores Con-
tribuciones) y Serie geodésica.
A los dos grandes centros de investigación y de estudio
astronómicos constituidos por los observatorios de Córdoba
y La Plata, debe agregarse el Observatorio Naval, instala-
do en Buenos Aires, dependiente del Ministerio de Marina
y encargado de dar la hora oficial al país y, como nuevo
centro de estudios, el Observatorio de Física Cósmica de
San Miguel (pueblito situado a unos 30 kilómetros de Bue-
nos Aires) que se fundara en 1935 por la iniciativa del
Consejo Nacional de Observatorios. Se levanta dentro de

160
los terrenos del Colegio Máximo de San José, que allí posee
la Compañía de Jesús, y aunque perteneciente a la misma
Compañía, se halla revestido de carácter oficial. No se
ocupa de astronomía de posición, sino de estudios espe-
ciales: astrofísica (y en especial, de rayos cósmicos), elec-
trometeorología y geofísica. Edita Publicaciones.
Por último, el país cuenta con una próspera Sociedad
de Amigos de la Astronomía, fundada en Buenos Aires en
1929, y que desde entonces edita una Revista Astronó-
mica y un suplemento anual: Almanaque astronómico y
manual de aficionado.

Los estudios meteorológicos en la Argentina adquirie-


ron un renovado vigor a raíz de la ley de 1935 por la que
se creó la Dirección de Meteorología, Geofísica e Hidro-
logía (continuadora de la antigua Oficina Meteorológica
Nacional) que al mismo tiempo que centraliza toda la ac-
tividad meteorológica nacional, coordina su labor hidro-
lógica y geofísica con la que realizan otras instituciones
del país.
En el orden meteorológico se ha ampliado la red de
observatorios y estaciones que van desde La Quiaca a los
22° hasta regiones australes a los 64°, desde el Atlántico
hasta las proximidades del monumento del Cristo Reden-
tor en la cordillera a 3,830 metros de altura. Publica desde
1902 una Carta del tiempo, una de las más completas en
su género, y desde 1916 un Resumen (antes Boletín)
mensual de la carta del tiempo.
Ha centralizado los servicios aerológicos para facilitar
la navegación aérea, instalando estaciones de sondaje con
globos pilotos y tomando a su cargo la organización, des-
arrollo y control de los estudios respectivos, así como la
confección de cartas aerológicas, etc.

161
La Dirección ha creado servicios de climatología, me-
teorología marítima, meteorología agrícola, etc.
En lo que se refiere a sus servicios geofísicos, los más
importantes son los sismométricos, para los que se dispone
de un observatorio especial, el Observatorio de Buenos Ai-
res (antes Villa Ortuzar) y los geomagnéticos, respecto de
los cuales existe, desde 1904, en Pilar (provincia de Cór-
doba), un observatorio magnético, que fue dirigido entre
1915 y 1922 por el físico norteamericano Bigelow, y que
se ocupa de la determinación sistemática de los diferentes
componentes del magnetismo terrestre, así como de electri-
cidad atmosférica y de radiación solar.
Los servicios hidrológicos, finalmente, tienen a su car-
go en especial los de carácter pluviométrico e hidrometría,
así como la coordinación de su labor con las de otras repar-
ticiones que realizan estudios similares. Últimamente se
encomendó a estos servicios la confección de la Carta de
Aguas del país. Vinculados con estos servicios existen los
estudios hidrográficos, cuyos centros en la Argentina son
el Servicio Hidrográfico dependiente del Ministerio de
Marina y que publica Anales hidrográficos, así como Al-
manaque náutico y Tablas de mareas.; y la Dirección Ge-
neral de Navegación y Puertos, dependiente del Minis-
terio de Obras Públicas, que publica, además de otras
publicaciones, un Anuario Hidrográfico.
Vinculados con los servicios geofísicos están los estu-
dios que realiza el ya mencionado Instituto Geográfico
Militar, entidad que representa a la Argentina en la Unión
Geodésica y Geofísica Internacional, en virtud de la im-
portancia de su labor gravimétrica. Últimamente (1941),
al ser aprobada la llamada “ley de la Carta”, se encomen-
daron al Instituto los “trabajos geodésicos fundamentales

162
y el levantamiento topográfico de todo el territorio de la
Nación”.

21. LA MEDICIÓN DE UN ARCO DE MERIDIANO

Vinculada con los trabajos geodésicos se está actual-


mente realizando en la Argentina una empresa científica
de gran importancia: la medición de un arco de meridiano
dispuesta por ley nacional de fines de 1936, pero cuyo
iniciador y propulsor fue el ingeniero Félix Aguilar, as-
trónomo y profesor argentino que tuvo a su cargo la esta-
ción de Oncativo y fue director del Observatorio de La
Plata en los períodos 1919–1921 y desde 1934 hasta su
muerte. En 1934 el ingeniero Aguilar solicitó de la Uni-
versidad de La Plata que prestara su auspicio a un proyec-
to de ley que acompañaba, y por el cual se resolvía “la me-
dición de un arco de meridiano a lo largo de todo el
territorio nacional, destinada a satisfacer las necesidades
prácticas de las obras públicas y de la investigación de la
forma y dimensiones de la Tierra”, y cuyos trabajos se de-
claraban “de utilidad pública”.
Obtenido el apoyo de la universidad, el proyecto fue
finalmente convertido en ley. De acuerdo a la misma, la
Dirección científica y administrativa de los trabajos está
a cargo de una comisión autónoma formada por repre-
sentantes del Servicio Hidrográfico de la Marina, el Ins-
tituto Geográfico Militar, las Universidades de Buenos
Aires, La Plata y Córdoba y el Museo de La Plata (su pri-
mer presidente fue el ingeniero Aguilar), pero la colabora-
ción efectiva en la obra con “todo el personal y material
disponible” está a cargo del Instituto Geográfico Militar,
el Servicio Hidrográfico y las universidades de Buenos
Aires y de La Plata.

163
Tal obra representará la contribución argentina al co-
nocimiento de la forma y dimensiones de la Tierra, y re-
vestirá singular importancia por las excepcionales condi-
ciones que brinda la situación geográfica de la Argentina;
su parcial ubicación al sur del paralelo 40 del hemisferio
austral, región en la que hasta ahora no existen mediciones
de arco, la condición favorable de la región central y orien-
tal del territorio argentino uniformemente llana y con
amplia plataforma submarina, y sobre todo, la especia-
lísima circunstancia de ser la Argentina el país que se
extiende hacia las latitudes australes más bajas. Pero, ade-
más de satisfacer una finalidad científica de carácter inter-
nacional, la medición del arco de meridiano se propone
servir múltiples fines científicos, culturales y económicos
dentro de la órbita nacional.
El trabajo proyectado se desarrolla a lo largo de todo el
país, a través del meridiano 64, desde la frontera norte
hasta el paralelo 40, continúa por éste hacia el Occidente
y luego sigue hacia el Sur por el meridiano 70 hasta llegar
al confín del territorio nacional. Será como la columna
vertebral del esqueleto geodésico del territorio y facilitará
la vinculación con los trabajos ya existentes, sirviendo de
apoyo a las futuras operaciones que impongan las necesida-
des locales.
La medición del extenso arco de unos 4.400 kilóme-
tros de desarrollo, comprenderá toda una serie de trabajos
científicos en los que se emplearán los instrumentos más
modernos y los métodos más exactos, tanto en los trabajos
geodésicos (mediciones angulares y de bases en la trian-
gulación, nivelación geodésica de alta precisión que en la
Patagonia se vinculará a estaciones mareográficas), como
en los astronómicos (medidas de latitud, longitud y azi-
mut), gravimétricos y magnéticos.

164
Pero fuera de esos trabajos relacionados directamente
con la medición del arco, se realizarán investigaciones sis-
temáticas en el dominio de las ciencias naturales, que se
llevarán a cabo simultáneamente con los anteriores en la
vasta zona de operaciones de 200.000 kilómetros cuadra-
dos en los que se desarrollará la empresa.
Por lo pronto, los naturalistas encargados de las inves-
tigaciones en sus respectivas especialidades, participarán
de los medios de movilidad y de los campamentos con que
cuentan las comisiones geodésicas; además, como las ope-
raciones de éstas exigen el recorrido del terreno en diversas
estaciones del año, ciertos estudios, como los botánicos, que
requieren la observación continuada durante un ciclo
anual, se verán favorecidos notablemente.
Fuera de los trabajos de índole general, de simple re-
colección de ejemplares faunísticos, florales y mineralógi-
cos, que por su número y procedencia podrían constituir
una excelente base para trabajos futuros más amplios, po-
drán realizarse en el campo de las ciencias naturales una
serie de trabajos especiales, entre los cuales los especialis-
tas del Museo de La Plata han propuesto:
Los estudios zoológicos podrán realizarse con una
orientación ecológica y zoogeográfica. Por otra parte, se
podrá subsanar la deficiencia en el conocimiento de la
fauna, en especial ictiológica, de la región central del país,
y se podrá explorar y caracterizar biológicamente la vasta
zona de la Patagonia y de la Tierra del Fuego, cuya riqueza
faunística no figura mayormente en los museos argentinos,
por cuanto la mayor parte de las expediciones antárticas
han sido extranjeras.
En botánica, el estudio sobre él terreno abarcará todas
las grandes zonas de vegetación argentina, y delimitadas
como están las formaciones fitogeográficas resulta de inte-

165
res biológico muy grande estudiar la infiltración mutua
de las zonas, sobre todo en relación con la naturaleza del
suelo. Por otra parte se considera necesario el estudio
renovado de las dos zonas naturales de vegetación de Tie-
rra del Fuego, que jamás podría realizarse con tanta pro-
lijidad como en esta ocasión.
Desde el punto de vista geológico se podrán realizar
los estudios de las plataformas continentales y el de las re-
giones montañosas de origen reciente, así corno el de los
troncos de antiguas formaciones, en las zonas pampeanas,
en las del norte argentino y en la patagónica. En estas dos
últimas las investigaciones geológicas podrán orientarse ha-
cia la ubicación de nuevos yacimientos petrolíferos. Por
otra parte, la interpretación de los hechos geológicos será
ayudada por las determinaciones gravimétricas y magnéticas.
El arco atravesará zonas que aún no han sido estu-
diadas paleontológicamente, y por tanto, las operaciones
permitirán poner en descubierto su riqueza en fósiles.
Y finalmente, desde el punto de vista antropológico
y etnográfico, se podrán efectuar estudios en condiciones
excepcionalmente ventajosas en la región chaqueña en la
que aún quedan centros de población indígena, con sus
usos y costumbres, así como se podrá extraer de la región
pampeana que atravesarán las comisiones medidoras del
arco, material de los indígenas de esa región, que irá a
enriquecer las colecciones del museo.
Para esta vasta obra se había previsto una duración de
doce años, pero sin duda ha de durar más, pues la guerra
mundial entorpeció e impidió la adquisición de materiales
e instrumentos necesarios. Los resultados obtenidos hasta
ahora pueden compararse con los de las más afortunadas
operaciones geodésicas europeas y norteamericanas.

166
22. LOS ESTUDIOS BIOLÓGICOS

Al entrar en el dominio de las ciencias biológicas, debe


destacarse, en primer lugar, a la fisiología, que es en la
Argentina “la más vigorosa de las ciencias biológicas”, al de-
cir de uno de sus cultores. Esto se debe en gran parte a la
labor, como investigador y como maestro, realizada por
el profesor Bernardo A. Houssay, Premio Nobel de Fisio-
logía y Medicina (1947), fundador del Instituto de fi-
siología de la Facultad de ciencias médicas de Buenos
Aires, primer director del mismo en 1919, y que bajo su
dirección ha adquirido un prestigio científico de renombre
universal. Fuera de la función docente, se realizan en el
Instituto investigaciones científicas a cargo de más de cin-
cuenta médicos y químicos. La labor del profesor Hous-
say y de sus colaboradores, se ha puesto en evidencia en
más de mil trabajos sobre la función de la hipófisis y de
las glándulas suprarrenales, sobre el mecanismo de la hiper-
tensión de origen renal, sobre la patogenia de la diabetes,
etc. Además, el Instituto es una escuela de investigadores
y de hombres de estudio: de el han salido los profesores
de fisiología de las Facultades de veterinaria de Buenos
Aires y de medicina de Rosario y de Córdoba, existiendo
en estas dos últimas facultades Institutos de fisiología, en
los que se realizan investigaciones científicas. El centro
de discusión y de difusión de los trabajos de las ciencias
biológicas relacionadas con la medicina, es la Sociedad
Argentina de Biología fundada por el profesor Houssay
hacia 1921 y que es filial de la Société de Biologie de
París, y que, a su vez, tiene filiales en Rosario y en Córdo-
ba. La sociedad y sus filiales editan la Revista de la So-
ciedad Argentina de Biología, publicándose además los

167
resúmenes de los trabajos en los Comptes Rendus de la
Société de Biologie.
De las demás ramas de la biología vinculadas con los
estudios médicos, podemos citar los siguientes institutos
especiales de investigación: Instituto de histología gene-
ral y embriología, e Instituto de anatomía patológica
“Telémaco Susini”, que dependen de la Facultad de me-
dicina de Buenos Aires y el Instituto de farmacología, el
primero en el país, existente en la Facultad de medicina
de Rosario.
Los estudios microbiológicos están bastante desarro-
llados en la Argentina. Su centro principal es el Instituto
bacteriológico, dependiente del Ministerio del Interior y
que realiza investigaciones sobre inmunidad, entomología
médica, parasitología, además de la preparación de sueros
y vacunas. La importancia científica del Instituto data
del año 1913; los trabajos que en él se realizan aparecen
en la Revista del Instituto Bacteriológico del Departamento
Nacional de Higiene y en Folia Biológica.
El Ministerio de Agricultura dispone también de un
Instituto de bacteriología, aunque más dedicado a los
problemas vinculados con la ganadería y la agricultura.
Por último, citemos que recientemente los cultores de estos
estudios se han agrupado en una Sociedad Argentina de
Microbiología.
También se ocupa de parasitología, aunque más espe-
cialmente de enfermedades tropicales, la Misión de Estu-
dios de Patología Regional Argentina, que sostiene en
Jujuy la Universidad Nacional de Buenos Aires y que
realiza estudios sistemáticos sobre la tripanosomiasis ameri-
cana (enfermedad de Chagas). Edita Monografías; Pu-
blicaciones y Reuniones de la Sociedad Argentina de Pato-
logía Regional (del norte).

168
También se ocupa de enfermedades tropicales el Ins-
tituto de Medicina Regional dependiente de la Univer-
sidad Nacional de Tucumán.
En la Academia de Medicina, la vieja academia de la
época de Rivadavia, y que en las últimas décadas sufrió
una evolución semejante a la de su compañera la de Cien-
cias Exactas, y que por tanto desde 1925 es una institución
autónoma, también se realizan estudios biológicos. Depen-
diente de la academia funcionó un instituto dedicado es-
pecialmente al estudio del cáncer, el Instituto de medicina
experimental para el estudio y tratamiento del cáncer,
que luego pasó a depender de la Universidad Nacional de
Buenos Aires y que hace conocer sus trabajos en su propio
Boletín. De la Academia depende actualmente el Instituto
de investigaciones físicas aplicadas a la patología huma-
na, creado en 1938, y que realiza interesantes trabajos so-
bre estos temas.
Para terminar con las instituciones en las que se rea-
lizan investigaciones biológicas vinculadas a la medicina,
citemos dos instituciones privadas. La más antigua es el
Laboratorio de Histología Normal y Patológica que fundó
y dirigió el profesor español Pío del Río Hortega. Está
sostenido por la Institución Cultural Española y edita una
Revista con los trabajos que se realizan en el laboratorio.
Las otras dos instituciones deben su origen a circunstancias
políticas.
En 1943 el gobierno dispuso la cesantía de un grupo
de intelectuales (entre los cuales figuraban los directores de
los tres institutos de fisiología del país) firmantes de un
manifiesto en el que se expresaban anhelos de democracia
efectiva y de solidaridad americana. A raíz de este hecho
surgió por iniciativa privada nacional, a la que se agregó
una importante ayuda de la Rockefeller Foundation, el

169
Instituto de Biología y Medicina Experimental, que por
la acogida que en el encontraron el profesor Houssay y
sus colaboradores se convirtió bien pronto en un centro
de investigación científica. En 1945 el profesor Houssay
volvió a su cátedra, aunque por poco tiempo, pero el Ins-
tituto continuó desarrollando su actividad científica, dan-
do ese mismo año a conocer su primer Memoria en la que
se describen las circunstancias que dieron origen a su fun-
dación y la labor científica realizada.
Origen y finalidad semejantes tiene otro instituto crea-
do recientemente (1947) en Córdoba; es el Instituto de
investigación médica para promoción de la medicina cien-
tífica.

Los estudios oceanógraficos y de biología marina se


cultivan en la Argentina por distintos organismos, el más
importante de los cuales es la Estación Hidrobiológica
Marina establecida en 1938 por el Museo de Buenos Ai-
res en Quequén (provincia de Buenos Aires). Otras esta-
ciones de este tipo tiene instalada la Dirección de Pisci-
cultura y Pesca, dependiente del Ministerio de Agricultura
en distintas regiones del país. Los estudios de físicoquími-
ca del mar están a cargo, casi totalmente, del Servicio Hi-
drográfico del Ministerio de Marina, mientras que estudios
de esta índole realiza también las Obras Sanitarias de la
Nación, dependientes del Ministerio de Obras Públicas
y que dispone para la publicación de sus trabajos de un
Boletín. Por último, tales estudios están estimulados por
una institución privada: el Instituto Oceanógrafico Ar-
gentino.

A los estudios de genética vegetal y fitotecnia así como


a los de fitopatología y parasitología vegetal se dedican

170
especialmente el importante Instituto de fitotecnia de
Santa Catalina, dependiente de la Universidad de La Pla-
ta y el Departamento de agronomía del Instituto experi-
mental de Santa Fe, ya citado (ambos poseen campos
experimentales). Por otra parte, el Ministerio de Agricul-
tura dispone de numerosas dependencias, laboratorios y
estaciones experimentales con fines semejantes. Esos es-
tudios, así como los de zootecnia, se cultivan también en las
Facultades respectivas de Buenos Aires y La Plata, que edi-
tan: Fascículos, para cada uno de los institutos de la Facul-
tad, y la Revista de la Facultad de Agronomía y Veterinaria,
la de Buenos Aires; y Revista de la Facultad de Agronomía
y Revista de la Facultad de Medicina Veterinaria, la de
La Plata.
Por otra parte, trabajos de esa naturaleza, así como de
botánica, aparecen en la Revista Argentina de Agrono-
mía que desde 1934 edita la Sociedad Argentina de Agro-
nomía fundada con el objeto de estimular “la investigación
científica de las ciencias agronómicas, problemas científi-
cos y técnicos”. También cuenta la Argentina con una
Revista zootécnica dedicada a la ganadería, agricultura,
ciencia veterinaria, agronomía y bacteriología.

23. LAS CIENCIAS NATURALES EN SENTIDO ESTRICTO

Es sin duda en este campo donde la investigación cien-


tífica argentina se halla más desarrollada, y ya vimos y
conocemos las causas. Es la brillante tradición iniciada ya
desde fines del siglo XVIII por naturalistas como Azara,
D’Orbigny y Darwin; es la obra realizada por los natura-
listas extranjeros radicados en el país o contratados para
fundamentar en él esos estudios; es la pléyade de naturalis-

171
tas argentinos que se iniciara desde lejana época con Mo-
reno, Ameghino, Holrnberg...
La labor científica en el campo de las ciencias natu-
rales que aquí consideramos (botánica, zoología, minera-
logía, geología y geografía) sigue polarizada en los dos
grandes museos, aunque en las últimas décadas se ha exten-
dido ampliamente a través de instituciones oficiales y pri-
vadas. Como en los parágrafos anteriores, pasaremos en
revista esas instituciones y sus publicaciones, señalando
algunos naturalistas que se destacaron por su labor cientí-
fica en esas instituciones. (Como habrá advertido el lec-
tor, en esta reseña y por razones obvias, no citamos, salvo
contadísimas excepciones, sino a científicos fallecidos.)
Al fallecer Ameghino, le sucede en la Dirección del
Museo de Buenos Aires otro naturalista argentino de valor
excepcional: Ángel Gallardo, ingeniero civil y luego doc-
tor en ciencias naturales, se ha ocupado en el campo de la
biología y de las ciencias naturales de problemas de
herencia, de la cariocinesis, sentando su hipótesis de la
división celular como un fenómeno bipolar de carácter
electrocoloidal, y de entomología, en especial de hormigas.
Se inició en la docencia universitaria en 1895, para llegar
en 1932 al rectorado de la Universidad. Ha actuado en
forma destacada en todas las instituciones científicas y sus
trabajos exclusivamente científicos superan el centenar.
Fue además hombre público, ocupando elevados cargos di-
plomáticos.
Al frente del museo, fuera de su labor científica, se le
deben las gestiones que permitieron que esa institución
ocupe actualmente un amplio local, que ha hecho posible
la cómoda ubicación e instalación de las colecciones y
materiales del mismo.
En 1923, al conmemorarse el primer centenario de la

172
fundación del Museo, el Poder Ejecutivo dio un extenso
decreto cuyo primer artículo establecía: “El Museo Nacio-
nal de Historia Natural de Buenos Aires es la Institución
sostenida por el Gobierno federal para todo lo que se rela-
cione con la investigación científica del territorio nacional
en su condición física presente y pasada, para la exposición
de los materiales y métodos de trabajo de las ciencias na-
turales (en el sentido amplio de esta expresión) y para la
difusión directa e indirecta de tales conocimientos entre
el pueblo, y, en homenaje a su fundador, llevará desde la
fecha el nombre de Museo Nacional de Historia Natural
Bernardino Rivadavia.” (Diez años después el adjetivo
“nacional” fue sustituido por “argentino”.)
En los restantes artículos se encomienda al Museo la
confección de una obra de conjunto titulada Historia
Natural de la República Argentina, en colaboración con
otras instituciones oficiales o privadas; crea el título de
“benefactores” o “protectores” del Museo para los ciudada-
nos que contribuyan con donaciones pecuniarias o con
materiales científicos o de estudio de importancia; y se
fijan asimismo otras disposiciones tendientes todas a lo-
grar un mayor y mejor desenvolvimiento de la institución.
Además de la contribución a los estudios oceanógrafi-
cos que ya mencionamos, el Museo comprende secciones
y colecciones de Mineralogía y Geología (incluyendo
meteoritos); Paleontología (Vertebrados e invertebrados
fósiles, Paleobotánica; Botánica; Zoología (Protozoología,
Moluscos e invertebrados marinos, Insectos, Peces, Batra-
cios y reptiles, Aves y mamíferos); Antropología; Etnolo-
gía; Musicología indígena y Arqueología. El museo además
ha conservado tradicionalmente la colección de monedas
y medallas que se iniciara en la época de Rivadavia y que
constituye en la actualidad, muy incrementada, su sección

173
Numismática. Como secciones auxiliares, el Museo posee
biblioteca, laboratorios de taxidermia y osteología, talleres
de modelado, dibujo, fotografía, imprenta y encuadema-
ción, así como carpintería y herrería.
La publicación más importante del museo continúa
siendo sus Anales, de los que han aparecido ya más de 40
tomos. Además, como Publicaciones extras, edita una serie
de trabajos publicados por los miembros del personal del
museo en otras revistas. Por último, desde 1919 publica
el Catálogo de Numismática, del que han aparecido ya
varios tomos.
Por su parte el Museo de La Plata, convertido en
Instituto del Museo y Escuela Superior de Ciencias Na-
turales, continúa realizando su labor de investigación y
docente. En sus aspectos científicos cumple su labor me-
diante los departamentos siguientes: Antropología, ar-
queología y etnografía (que incorporó en 1940 una mag-
nífica Sala Peruana); Botánica (cuya sección Micología,
la constituye el Instituto de Botánica “Spegazzini”, del que
pronto hablaremos); Geología y geografía física; Minera-
logía y petrografía; Paleozoología (invertebrados) y Pa-
leobotánica; Paleozoología (vertebrados); Zoología (in-
vertebrados) y Zoología (vertebrados).
Posee además el museo una biblioteca con más de
100,000 piezas bibliográficas y las dependencias necesarias
para el mejor desenvolvimiento de la institución.
El plan de publicaciones del museo se ha ampliado
notablemente. Además de los Anales, ya citados, y que
se destinan a memorias de carácter monográfico de espe-
cial importancia y extensión, desde 1935 la Revista inició
una nueva serie que consta de seis secciones: Antropolo-
gía, Botánica, Geología, Paleontología, Zoología y oficial,
que se publican en tomos separados y en los que se reúnen

174
todas las contribuciones científicas (memorias, monogra-
fías, notas, etc.) de los colaboradores del Museo; creán-
dose ese mismo año una nueva publicación Notas del
Museo de La Plata, de formato pequeño, destinada a ser
el órgano de información rápida para fijar fechas y ase-
gurar prioridades. A esa lista de publicaciones se agrega-
ron: en 1937 una nueva serie Publicación didáctica y de
divulgación científica del Museo de La Plata, destinada
a contener trabajos de divulgación sobre temas científicos
de interés general tratados en forma sintética y accesibles
al público, y en 1939 las Tesis del Museo de La Plata, des-
tinadas a contener exclusivamente publicaciones de esta
índole, que en razón del trabajo de investigación realizado
merezcan tal distinción.
Fuera de los dos grandes museos argentinos, existen
en el país otros museos que, aunque de menor importan-
cia, realizan también una obra de estímulo y de difusión
de los conocimientos relativos a las ciencias naturales.
Iniciemos su enumeración con el de Paraná, ciudad de
brillante tradición a este respecto, pues ya había alber-
gado en 1854 y 1884 los museos que habían dirigido Bra-
vard y Scalabrini, respectivamente.
En 1917, un grupo de estudiantes secundarios se agru-
pó bajo el nombre de Asociación Estudiantil: Museo Po-
pular, con el fin de dotar a Entre Ríos de un museo pú-
blico que reflejara en sus colecciones la naturaleza y la
historia de la provincia. La asociación progresó suficien-
temente (en 1920 el museo ya contaba con 1.200 ejem-
plares) como para que en 1924 se convirtiera en ins-
titución oficial: Museo Escolar Central, dependiente del
Consejo General de Educación de la Provincia, que acre-
centó enormemente su material y en 1929 inició la publi-
cación de Memorias del Museo de Paraná. Finalmente,

175
en 1934, el Museo volvió a elevarse de categoría, pues se
transformó en el Museo de Entre Ríos, con una organiza-
ción moderna. A sus cuatro secciones: Zoología, Botá-
nica, Antropología (Arqueología, etnología y folklore) e
Historia y Numismática, se incorporó en 1936 el Institu-
to “Martiniano Leguizamón”, formado sobre la base de las
colecciones históricas, folklóricas y demás materiales que
pertenecieran al escritor e historiador entrerriano Marti-
niano Leguizamón, y que fueran donados por sus herede-
ros a esos efectos.
Dependientes de las respectivas provincias existen
también museos en Mendoza (Museo General Regional),
en Córdoba (Museo Provincial de Ciencias Naturales), en
Santa Fe (Museo Escolar “Florentino Ameghino”), en Sal-
ta (Museo Provincial), etc.

De las ramas de las ciencias naturales es, probable-


mente, la botánica la más cultivada en la Argentina. Tres
legados importantes, vinculados a tres hombres de ciencia,
han constituido el núcleo de tres importantes institutos
especialmente destinados a estudios botánicos.
Carlos Spegazzini, “la figura más excelsa de la botá-
nica argentina”, al decir de uno de sus biógrafos, llegó a la
Argentina en 1879 con un flamante título de enólogo
italiano, pero también con una labor científica ya pro-
misoria realizada en el campo de la micología con su maes-
tro el célebre micólogo Saccardo. El año siguiente, Puíg-
gari lo incorpora al Gabinete de historia natural de la
Facultad de ciencias físiconaturales, pasando luego en
1885 a residir en La Plata, en cuya Universidad actuó ofi-
cialmente hasta 1912. Su labor botánica fue extraordi-
naria: “no existe un solo grupo ni familia de nuestra flora
que no deba a Spegazzini alguna contribución”, dice

176
Hickem, pero es sin duda la micología la especialidad que
más cultivó. Cuando Spegazzini llega a la Argentina se
conocen 39 especies de hongos, cuando él muere se co-
nocen 4,000, casi todas determinadas por él.
En 1925 editó una Revista Argentina de Botánica,
cuyas cuatro entregas redactó íntegramente.
En su testamento hizo donación de sus colecciones y
biblioteca, con su casa, al Museo de La Plata, con la con-
dición de que se creara un Instituto de botánica que
llevara su nombre. Por eso el Instituto de Botánica “Spe-
gazzini” constituye hoy la Sección de micología del Depar-
tamento de botánica del Instituto del Museo de La Plata.
Cristóbal M. Hicken es otra vida consagrada a la in-
vestigación científica. Doctorado en 1900 y poco después
profesor universitario, ha publicado numerosos trabajos
y realizado muchos viajes, habiendo recorrido toda Amé-
rica. Fruto de sus trabajos y de sus viajes fue la organiza-
ción del Museo y Biblioteca que denominó “Darwinion”
en el que reunió más de 10,000 libros dedicados en su
mayor parte de la flora suramericana, y cerca de 150,000
ejemplares de plantas (más de 50,000 especies distribuidas
taxonómica y fitogeográficamente). En 1922 inició la pu-
blicación de Darwiniana. Carpeta del “Darwinion” (Labo-
ratorio particular del doctor Cristóbal M. Hicken “Darwi-
nion”) y que hoy ha modificado este subtítulo por el de
Revista del Instituto de Botánica “Darwinion” (Institu-
to de Botánica “Darwinion”, San Isidro. Academia Na-
cional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Buenos
Aires.).
En 1924 Hicken expresó el deseo de donar al Estado
su “Darwinion” con las colecciones botánicas en herbarios
y sus envases, la biblioteca botánica, el edificio y el terre-
no, con la condición que el “Darwinion” se dedicara exclu-

177
sivamente a investigaciones científicas relativas al ramo,
con exclusión de todo lo concerniente a la enseñanza,
para lo cual quedaría bajo la administración y superinten-
dencia científica de la Academia de Ciencias de Buenos
Aires.
Esta donación se concretó posteriormente, y en la ac-
tualidad, el “Darwinion” está instalado en un nuevo local
en San Isidro, pueblito de las proximidades de Buenos
Aires.
Otra figura excelsa de la botánica argentina es la de
Miguel Lillo. Autodidacto, se inició al lado de Schicken-
dantz, consagrándose en su ciudad natal, Tucumán, a las
ciencias naturales. Fuera de la botánica, en la que desco-
lló, en especial en dendrología, se ocupó de zoología y de
meteorología (durante más de 40 años hizo observaciones
pluviométricas y termométricas en la ciudad de Tucumán).
Al fallecer, Lillo legó a la Universidad Nacional de
Tucumán sus ricas colecciones botánicas, ornitológicas y
entomológicas, así como su importante biblioteca y la casa
quinta en que están instaladas y una importante suma de
dinero para su debida conservación. Sobre la base de ese
legado la Universidad creó el Instituto “Miguel Lillo” (de
Investigaciones Botánicas) que ha desarrollado una inten-
sa actividad no sólo en el campo botánico sino en el de
todas las ciencias naturales.
Fuera de artículos de divulgación, el instituto edita
dos publicaciones periódicas de carácter científico: Lilloa,
revista de botánica de la que han aparecido más de diez
tomos, y Acta Zoológica Lilloana, revista de zoología, de la
que han aparecido ya varios tomos. Además ha iniciado
la publicación en grandes tomos suntuosamente ilustra-
dos de la Genera et Species Plantarum Argentinarum, de
la cual ya ha aparecido el segundo tomo.

178
Otro importante centro botánico, pero en especial de
estudios de materia médica, es el Instituto de botánica y
farmacología, existente en la Facultad de ciencias médi-
cas de la Universidad de Buenos Aires, y que se creó en
1900 con el nombre de Museo Farmacológico. También
desde principios de siglo edita una publicación periódica
hoy titulada Trabajos del Instituto de Botánica y Farma-
cología.
Además de los varios jardines zoológicos y de los ya
numerosos jardines botánicos con que cuenta el país, de
los cuales algunos especializados, agreguemos que en 1945
se ha constituido la primera Sociedad Botánica Argentina
con sede en La Plata y que se propone agrupar a todos
los botánicos y aficionados a la botánica, estimular la pro-
tección de la vegetación indígena, coordinar la termino-
logía botánica y los demás fines científicos de las agrupa-
ciones de esta índole. En el mismo año apareció su Boletín
con trabajos científicos relativos a todas las ramas de la
botánica, notas históricas, noticias, etc.

La intensidad de los estudios zoológicos en la Argenti-


na se pone de manifiesto a través de la existencia de sus
instituciones que agrupan a especialistas y aficionados
en diversas ramas de esa ciencia. Así, desde 1916 existe en
Buenos Aires la Sociedad Ornitológica del Plata, que des-
de el año siguiente publica su órgano periódico El Horne-
ro, revista especialmente destinada al estudio y protección
de las aves, y desde 1925 existe, también en Buenos Aires,
la Sociedad Entomológica Argentina, cuya Revista, que
inició su aparición el año siguiente, tiene carácter exclusi-
vamente entomológico. Y últimamente (1944) se fundó
la Asociación Argentina de Artropodología, que se propone
fomentar el estudio y conocimiento de los diversos grupos

179
que constituyen el Phyllum Arthropoda pertenecientes a
la fauna argentina en particular y a la neotrópica en ge-
neral. Se propone editar la revista Arthropoda.

Los estudios mineralógicos y geológicos en la Argen-


tina están centralizados en los grandes museos y en la
repartición del Ministerio de Agricultura ya citada, y que
hoy lleva el nombre de Dirección de Minas y Geología.
Esta repartición, además de un Boletín edita Publicaciones
que refunde las anteriores: Dirección de Minas, Geología
e Hidrología.; Estadística minera de la Nación y Estadís-
tica de petróleo de la República Argentina.
Como institutos especiales citemos el Instituto de fisio-
grafía y geología de la Facultad de ciencias matemáticas
de Rosario, creado en 1936 con el objeto, entre otras fina-
lidades, de realizar investigaciones fisiográficas, geológi-
cas, mineralógicas, petrográficas y paleontológicas, y que
en sus Publicaciones hace conocer memorias científicas
sobre esos temas; el Instituto de geología, de reciente crea-
ción (1945), que funciona en la Facultad de ciencias de
Buenos Aires y que tiene la doble función de Escuela
de Enseñanza Superior de las ciencias geológicas, y de
Instituto de investigación en esas mismas ciencias: y el Ins-
tituto de mineralogía y geología de la Universidad de
Tucumán que edita Cuadernos de mineralogía y geología.
Estos estudios cuentan, además, con dos instituciones
privadas. En 1929 se fundó en Buenos Aires la Sociedad
Argentina de Minería y Geología que se propone realizar
estudios científicos de carácter geológico y mineralógico,
un inventario general de los recursos minerales, una des-
cripción científica y tecnológica, así como estudiar los mé-
todos de exploración, explotación e industrialización de los
yacimientos minerales, realizar estudios hidrogeológicos

180
y de geología aplicada a las construcciones, etc.; y que
desde ese mismo año edita la Revista Minera. Mientras
esta asociación, como se ve, se ocupa con preferencia de
estudios mineros, la otra institución: Sociedad Geológica
Argentina de muy reciente creación (1945), tiende a una
finalidad más científica, pues su objeto primordial es pro-
pender al progreso de las ciencias geológicas estimulando
las investigaciones académicas especialmente en lo que se
refiere al mejor conocimiento de la estructura geológica
del suelo de la Argentina y de las regiones vecinas de
América, y que el año siguiente ya hizo conocer su publi-
cación periódica, Revista de Sociedad Geológica Argentina,
dedicada exclusivamente a trabajos sobre la geología en sen-
tido amplio: mineralogía, petrografía, geología general e
histórica, paleontología, etc.
Aunque persiguen una finalidad práctica, tienen valor
científico los estudios que en la Argentina se realizan
vinculadas con el petróleo. Ya en 1911 la explotación
del petróleo (de Comodoro Rivadavia), dio lugar a la
creación de una sección especial en la Dirección de mi-
nas y geología, sección que en 1922 se independizó cons-
tituyendo la importante Dirección General de Yacimientos
Petrolíferos Fiscales (conocida como Y. P. F.), dependiente
del Ministerio de Agricultura, y en la que se realizan estu-
dios geológicos, claro es, aplicados a la prospección y ex-
plotación de yacimientos petrolíferos. Es también impor-
tante su publicación periódica actualmente denominada
Boletín de informaciones petroleras. Por lo demás, Y. P. F.
contribuye al sostenimiento de un Instituto del petróleo,
dependiente de la Universidad Nacional de Cuyo.
Agreguemos, por último, que algunas de las investiga-
ciones de carácter edafológico que se realizan en el De-
partamento de química agrícola y edafología del Instituto-

181
experimental de Santa Fe, tienen interés geológico, pues
contribuyen al estudio del cuaternario.

Los estudios geográficos cuentan en la Argentina con


dos institutos oficiales y una institución privada.
En la Facultad de filosofía y letras de Buenos Aires
funciona un Instituto de investigaciones geográficas, fun-
dado y dirigido en 1917 por Outes. Edita Publicaciones
en dos series: Series A, con memorias originales y docu-
mentos, y Serie B, con documentos cartográficos, planimé-
tricos e iconográficos.
En la Facultad homónima de Tucumán existe también
un Instituto de estudios geográficos que edita Mono-
grafías.
El meritorio Instituto geográfico argentino, cuya vida
languideció, fue sustituido en 1922 por la Sociedad Argen-
tina de Estudios Geográficos “Gaea”, que se propone esti-
mular los estudios e investigaciones geográficos y afines,
en lo que se refiere a: geodesia, topografía y cartografía,
biogeografía, geología, geofísica y morfología, climatolo-
gía y didáctica. En 1931 organizó la Primera Reunión
Nacional de Estudios Geográficos. Desde 1925 edita
sus Anales, más conocidos por el nombre de la institu-
ción: Gaea.

24. LOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS

Los estudios antropológicos en sentido estricto (antro-


pología física, arqueología, etnografía, lingüística y folk-
lore) que en la Argentina se vinculan con los de las cien-
cias naturales, disponen de numerosos centros.
Fuera de la labor que se realiza en los museos de cien-
cias naturales, en especial en los de Buenos Aires y de

182
La Plata, el centro de estudios especializado más impor-
tante es también el más antiguo: el ya citado Museo et-
nográfico de la Facultad de filosofía y letras de Buenos
Aires.
Este Museo, que originariamente fue organizado sobre
la base de las colecciones y de la biblioteca de su fundador
y primer director, Ambrosetti, a quien sucedió en la direc-
ción su discípulo Salvador Debenedetti, realizó, por obra
de estos dos especialistas, una amplia labor, iniciada en el
país con criterio estrictamente científico, la explotación
arqueológica, para lo cual se llevaron a cabo, hasta 1930,
veinticuatro expediciones a distintas regiones del territorio,
en alguna de las cuales, como en Tilcara, se hicieron
excavaciones prolongadas y sistemáticas.
En 1930 asumió la dirección del Museo el eminente
americanista Félix F. Outes, etnógrafo y arqueólogo, tras-
ladándose entonces a un más amplio edificio indispensable
para la institución, que entonces ya poseía más de 60.000
piezas. Outes renovó también las publicaciones del Mu-
seo, que desde entonces edita sus Publicaciones en dos
Series (A y B), y además una revista de divulgación que
denomina Solar.
En Córdoba, existe un Museo colonial al cual el lin-
güista e historiador Monseñor Pablo Cabrera donó sus
colecciones etnográficas, y un Instituto de arqueología,
lingüística y folklore “Dr. Pablo Cabrera”, dependiente
de la Universidad, fundado en 1942 y que en 1943 inició
la edición de sus Publicaciones.
En Tucumán, dependientes de la Universidad, existen
un Instituto de antropología que edita su Revista y un
Instituto de historia, lingüística y folklore que también
edita Publicaciones.
Ya dijimos que a la flamante Universidad de Cuyo,

183
entre sus departamentos, ha creado un Instituto de lin-
güística y un Instituto de etnografía americana que edita
Anales.
En 1940 el gobierno de Santa Fe creó en la ciudad
capital un Departamento de estudios etnográficos y co-
loniales, con el objeto de realizar investigaciones origina-
les de carácter etnográfico, histórico, arqueológico y folk-
lórico vinculados con la provincia. Este Departamento ha
inaugurado en 1943 un Museo etnográfico y ha iniciado
sus Publicaciones, bajo forma de monografías, en 1940, y
desde 1945 agregando un Boletín periódico.
Y en Santiago del Estero el Museo arqueológico de la
provincia ostenta sus ricas colecciones con el abundante
material excavado en los yacimientos pertenecientes a lo
que se ha dado en llamar la “cultura chaco–santiagueña”.
También poseen museos arqueológicos, sobre la base de
elementos indígenas regionales, las ciudades de Catamarca
y La Rioja.
En cuanto a las instituciones privadas, la Argentina
cuenta desde 1937 con una Sociedad Argentina de An-
tropología, que realiza congresos científicos anuales con el
nombre de “Semana de Antropología” y que edita Rela-
ciones.

25. LA HISTORIA DE LA CIENCIA

En este panorama de la ciencia argentina, nos hemos


ocupado hasta aquí de las instituciones y publicaciones
vinculadas con la ciencia, entendida ésta en el sentido
más estricto y común del vocablo: vale decir de las ciencias
exactas y de las ciencias naturales (en sentido amplio). Se
ha excluido, por tanto, toda referencia a los demás sectores
del conocimiento: a la psicología, ciencia difícil de ubicar,

184
a las ciencias sociales (sociología, derecho, economía, polí-
tica, educación) y al amplio campo de las disciplinas huma-
nistas: filosofía, letras e historia.
Sin embargo, daremos fin a esta reseña dando algunas
noticias respecto del desarrollo en la Argentina de los
estudios vinculados a un sector del saber que por su esen-
cia es histórico, pero por su contenido es científico: la
historia de la ciencia.
Hasta 1939 existían en la Argentina, fuera de algunos
cultores aislados, dos cátedras especializadas de historia de
la medicina, una de las cuales, la de Buenos Aires, edita
desde 1938 Publicaciones de la cátedra de historia de la
medicina (vinculada con esta cátedra apareció en 1942
una Revista Argentina de Historia de la Medicina), y al-
gunas otras cátedras universitarias en las que la historia de
la ciencia integra parcialmente sus asignaturas. Con el
propósito de impulsar tales estudios, la Universidad Nacio-
nal del Litoral creó en 1938 el Instituto de historia y filo-
sofía de la ciencia, cuyas finalidades principales eran las
de realizar investigaciones originales, organizar seminarios
para contribuir a la formación de investigadores y elabo-
rar un repertorio bibliográfico de historia de la ciencia,
poniendo a su frente al profesor Aldo Mieli, eminente
historiador de la ciencia, entendida no como suma o yuxta-
posición de las historias de las ciencias particulares o de las
biografías de los sabios individuales, sino como una disci-
plina autónoma, con método y finalidades propios que
analiza y critica históricamente una específica actividad
humana: la científica.
En 1919 Mieli había fundado la revista Archivio di
storia della scienza, que luego denominó Archeion, y en
1928 había promovido la creación de una Academia Inter-

185
nacional de historia de la ciencia, que se organizó en 1929,
designando a Mieli secretario perpetuo de la misma.
Con la creación del Instituto argentino y la competen-
cia de su director, que había traído de Europa su valiosa
biblioteca particular, los estudios de historia de la ciencia
adquirieron un nuevo impulso que se tradujo: a) en la
transformación y ampliación del Grupo argentino de his-
toria de la ciencia, filial de la Academia internacional,
integrándolo con numerosos estudiosos de la Argentina,
vinculados directa o indirectamente con los estudios de
historia de la ciencia;
b) la iniciación en el Instituto de una vasta labor de
índole bibliográfica, que constituía una de las finalidades
del mismo; y
c) la reaparición de Archeion, de la cual se publicaron
en tierra americana cuatro volúmenes, después de veinte
años de labor europea. Una labor interesante que se
proponía la revista, era hacer conocer el desarrollo histó-
rico de las bibliotecas, museos, colecciones, sociedades
científicas de Latinoamérica, habiendo iniciado la serie con
una reseña histórica de la Sociedad Científica Argentina.
El Instituto estaba empeñado en su promisoria labor,
cuando en 1943 una de las primeras intervenciones univer-
sitarias puso término a la misma, suprimiendo el Instituto,
separando a su director y suspendiendo la publicación de
Archeion.
No obstante, ese breve, pero activo período de la vida
del Instituto no fue del todo estéril.
Lo prueba el hecho de haberse constituido en la Insti-
tución Cultural Española, que brindó generosa hospitali-
dad a la biblioteca de Mieli, un nuevo centro de estudios,
que en 1945 realizó su primer coloquio de historia y filo-

186
sofía de la ciencia. Lo prueba el hecho de haberse multi-
plicado en la Argentina la edición de obras clásicas cien-
tíficas, así como de libros que tratan de la historia de la
ciencia, destacándose la producción del mismo Mieli,
quien tiene actualmente en curso de publicación una obra
de vasto alcance que comprenderá una docena de volúme-
nes: Panorama general de historia de la ciencia, en la que,
entendida la ciencia como específica actividad humana,
se da de su historia una visión unitaria y orgánica, en la
que las ciencias particulares se encuadran dentro del mar-
co del pensamiento científico total, en conexión con el
panorama histórico y, como telón de fondo, con la atmós-
fera cultural de cada época.

26. CONCLUSIÓN

Al dar término a esta breve reseña de la ciencia argen-


tina, creemos conveniente señalar la doble limitación que
ella comporta. En primer lugar, este panorama se refiere
únicamente a la matemática y a la ciencia natural, en sen-
tido amplio; se refiere, por tanto, al sector del saber que
comúnmente se considera científico por antonomasia, aun-
que, a nuestro entender, no debe ni puede negarse carácter
científico a otros sectores. Tal limitación, a su vez, supone
una doble exclusión: por un lado, este panorama no se
ocupa ni del saber filosófico, ni de los estudios históricos
y sociológicos, ni de las investigaciones relativas a las acti-
vidades más específicamente humanas: derecho, econo-
mía, educación, lenguaje, etc. Por otro lado, ha quedado
también excluida de este panorama toda consideración
sistemática relativa al vasto campo de la técnica, en sentido
lato; vale decir a toda aplicación científica que no persiga
una finalidad teórica. De ahí que sólo en forma indirecta

187
o circunstancial nos hemos referido a la medicina o a la
ingeniería.
En segundo lugar, este panorama no muestra el desa-
rrollo y estado actual de la ciencia argentina a través de
sus hombres de ciencia o de las ideas y corrientes de pen-
samiento que pueden haber influido en aquel desarrollo,
sino que lo hace, con preferencia, a través de las institu-
ciones y publicaciones científicas, considerando que estos
órganos de elaboración y trasmisión del saber reflejan
mejor el estado de las ciencias reseñadas, de acentuado
carácter objetivo y menos afectas, por eso, a la influencia
de escuelas o ideologías.
En cambio, influyeron en el desarrollo de la actividad
científica argentina los acontecimientos políticos y socia-
les que afectaron a las ciencias que reseñamos, más que
en su orientación o contenido, en sus posibilidades y ma-
nifestaciones exteriores. De ahí que, a modo de conclu-
sión, quisiéramos destacar esa influencia que, en el breve
lapso de un siglo y medio de vida científica argentina, se
tradujo en períodos que hemos calificado, con un símil
psicológico, de períodos introvertidos y extravertidos; pe-
ríodos en los que el país parece, respectivamente, cerrarse
en sí mismo y abrirse hacia el mundo, y a los que corres-
ponden épocas de inactividad y actividad científicas, dadas
las características de la ciencia, tarea humana, por esencia,
internacional y universal.
En el panorama que hemos desarrollado creemos ad-
vertir claramente varios de esos períodos, que imprimen al
andar científico, no ya una marcha uniforme en sentido
ascendente, sino un movimiento oscilatorio, un ritmo cí-
clico, como si dos tendencias culturales en pugna obtu-
vieran alternativamente la victoria.
Así, mientras a lo largo de casi todo el período colonial

188
la Argentina, aislada del mundo, no cobija prácticamente
actividad científica alguna, al finalizar el siglo XVII y en
especial con el advenimiento de la Revolución, se inicia
para la ciencia un primer movimiento ascendente. La
Argentina abre por primera vez sus puertas al mundo y,
traída por vientos europeos, penetra en el país una co-
rriente científica. No es una corriente vigorosa, no obs-
tante figurar en ella cabales hombres de ciencia corno Bon-
pland y Mossotti, no obstante presidir en ella el espíritu de
Rivadavia y de la Universidad de Buenos Aires, no obs-
tante contar con el apoyo y la voluntad de cierto sector de
la población que ansía incorporar a su seno los beneficios
de “la iluminada Europa” y de “la ilustración”, y los
‘‘progresos del conocimiento”.
Las luchas políticas que sobrevienen demasiado pronto
impiden que esta débil atmósfera se fije y arraigue, y la
tiranía termina por cegar esta fugaz etapa científica. Poco
a poco la actividad científica decrece y al promediar el
primer tercio del siglo XIX la Argentina, desde este punto
de vista, ha regresado a la colonia.
Con la caída de la tiranía cesa este período de inacti-
vidad, pues el impulso extraordinario que los hombres
de la organización nacional imprimirán al país, significará
también para la ciencia un nuevo movimiento de ascenso,
esta vez con paso más seguro y firme. Nuevamente las
miradas se dirigen hacia el exterior, que ya no es sólo
Europa, en demanda de hombres de ciencia que acudan a
fertilizar el suelo científico argentino. Y esta vez el injerto
tuvo éxito, por cuanto en algunos sectores el espíritu cien-
tífico arraigó firmemente y fructificó, si bien tal feliz resul-
tado no se debió únicamente a la bondad de la planta y a
la fertilidad del suelo, sino también a la existencia de favo-
rables factores de ambiente, mesológicos. Se explica así

189
cómo el más grande naturalista de la época: Ameghino,
no es un producto directo de los naturalistas extranjeros
contratados.
Las décadas que van del 60 al 90 representan un pe-
ríodo de asombrosa actividad científica que culmina hacia
el 72, y en el que surge la investigación científica orgánica
y organizada; en él se fundan centros de estudios, se crean
institutos de investigación, nacen publicaciones científicas,
etcétera.
Mas, hacia el 90, se inicia otro período que, en cierto
sentido, muestra signos de decadencia científica. Los fac-
tores económicos, pero también el espíritu de la época, des-
vían el impulso originario del período anterior y la activi-
dad científica se dirige hacia otros rumbos: hacia las
aplicaciones, hacia la técnica. El “progreso material” des-
lumbra y no deja ver sino la ciencia aplicada, el afán utili-
tario priva sobre el desinterés de la ciencia pura; los insti-
tutos científicos vegetan y durante unos lustros, a ese
respecto, la Argentina vuelve a encerrase en sí misma.
Hasta que, ya en este siglo, nuevos factores sociales y po-
líticos contribuyen a que la ciencia recobre su ritmo ascen-
dente; las instituciones y las publicaciones se multiplican,
un activo e incesante intercambio científico fluye entre Ar-
gentina y el mundo; y ante el estado actual puede afirmarse
que la Argentina está, o puede llegar a estar, a la altura de
las naciones más antiguas y de sólida tradición científica.
Y la Argentina ha de continuar sin duda con este rit-
mo, interviniendo con intensidad y eficacia crecientes en
el desarrollo de esta admirable y algo desconcertante acti-
vidad que es la ciencia de hoy, que muestra hasta en sus
crisis y en sus contradicciones aquella elevada dosis de
humanidad que la asiste y que constituye su mejor aporte
a la solidaridad y fraternidad humanas.

190
BIBLIOGRAFÍA PRINCIPAL

Historia de la Nación Argentina (Desde los orígenes hasta la orga-


nización definitiva en 1862), publicada por la Junta de Historia
y Numismática Americana bajo la dirección de Ricardo Levene.
En especial las monografías: Vida intelectual del virreinato del
Perú, por Felipe Barrera Laos (vol. III, Buenos Aires, 1937).
El Tucumán de los siglos XVII y XVIII, por Manuel Lizondo Borda
(vol. III, Buenos Aires, 1937).
Los gobernadores de Buenos Aires (1617-1777), por José Torre
Revello (vol. III, Buenos Aires, 1937).
Las misiones jesuíticas, por Guillermo Furlong Cardiff, S. J.
(vol. III, Buenos Aires, 1937).
La Imprenta, por Juan Carter (vol. IV, Segunda sección, Buenos
Aires, 1938).
El periodismo, por Juan Pablo Echagüe (vol. IV, Segunda sección,
Buenos Aires, 1938).
Las letras, por Juan Pablo Echagüe (vol. IV, Segunda sección,
Buenos Aires, 1938).
La enseñanza primaria desde sus orígenes hasta 1810, por Juan
Probst (vol. IV, Segunda sección, Buenos Aires, 1938).
Real Colegio de San Carlos, por Antonino Salvadores (vol. IV,
Segunda sección, Buenos Aires, 1938).
La Universidad de Córdoba, por Antonio Salvadores (vol. IV,
Segunda sección, Buenos Aires, 1938).
La enseñanza de la filosofía, por Raúl A. Orgaz (vol. IV, Segunda
sección, Buenos Aires, 1938).
La enseñanza de la medicina durante el momento histórico del
virreinato, por Félix Garzón Maceda (vol. IV, Segunda sec-
ción, Buenos Aires, 1938).
Cartografía colonial, por Guillermo Furlong Cardiff, S. J. (volu-
men IV, Segunda sección, Buenos Aires, 1938).
Evolución de las ciencias en la República Argentina, publicada
por la Sociedad Científica Argentina. En especial:
II. La evolución de la física, por Ramón Loyarte (Buenos
Aires, 1924).

191
III. Las ciencias químicas, por Enrique Herrero Ducloux
(Buenos Aires, 1923).
IV. Las matemáticas en la Argentina, por Claro Cornelio
Dassen (Buenos Aires, 1924).
V. La evolución de la astronomía durante los últimos cin-
cuenta años (1872-1922), por Enrique Chaudet (Bue-
nos Aires, 1926).
VI. Nuestra mineralogía y geología durante los últimos cin-
cuenta años (1872-1922), por Franco Pastore (Buenos
Aires, 1925).
VII Los estudios botánicos, por Cristóbal M. Hicken (Bue-
nos Aires, 1923).
XIII La evolución de la meteorología, por Guillermo Hox-
mark (Buenos Aires, 1925).
Catálogo de publicaciones periódicas científicas y técnicas, publi-
cado por el Comité argentino de bibliotecarios de instituciones
científicas y técnicas, Buenos Aires, 1942.
José Babini, La investigación científica en la Argentina (en Re-
vista de la Universidad de Buenos Aires, Tercera época,
Tomo II, pág. 7, Buenos Aires, 1944).
Nicolás Besio Moreno, Sinopsis histórica de la Facultad de Cien-
cias Exactas, Físicas y Naturales de Buenos Aires y de la
enseñanza de las matemáticas y la física en la Argentina, Bue-
nos Aires, 1915.
Nicolás Besio Moreno, Sociedad Científica Argentina. Fundada
en 1872. Reseña histórica (en Archeion, vol. xxv, pág. 172,
Santa Fe, 1943).
Martin Doello-Jurado, Pretérito y destino de nuestras ciencias
naturales (en Suplemento de La Nación del 1-1-1939).
Guillermo Furlong, S.J., Los jesuitas y la cultura rioplatense,
Montevideo, 1933.
Juan María Gutiérrez, Origen y desarrollo de la enseñanza pública
superior en Buenos Aires, Buenos Aires, 1915.
Alberto Palcos, Nuestra ciencia y Francisco Javier Muñiz. El sabio
– El héroe, La Plata, 1933.
Julio Rey Pastor, La ciencia y la técnica en el descubrimiento de
América, Buenos Aires, 1942.
Mariano Picón-Salas, De la conquista a la independencia, Colec-
ción “Tierra Firme”, F. C. E., México, 1944.

192
TABLA CRONOLÓGICA

I. HASTA 1850

1577 El maestro Pedro de Vega, primero de quien se tienen noti-


cias, enseña primeras letras en Santa Fe.
1614 Se instalan en Córdoba los cursos del Colegio de Montserrat.
1622 Gregorio XV autoriza a la Universidad de Córdoba a confe-
rir grados.
1700 Fecha del primer libro impreso en la imprenta de las Mi-
siones.
1706 El padre Buenaventura Suárez inicia sus observaciones astro-
nómicas.
1766 Fecha de los primeros impresos de la Imprenta del Colegio
de Montserrat.
1779 Se crea el Protomedicato del Río de la Plata.
1781 Fecha de los primeros impresos de la Real Imprenta de los
Niños Expósitos de Buenos Aires.
1781 Llega a la Argentina Félix de Azara, quien recorre las regio-
nes del Plata durante 20 años.
1783 Se inaugura en Buenos Aires el Real Colegio de San Carlos.
1787 Manuel Torres desentierra y envía a Europa el esqueleto
de un megaterio.
1799 El Consulado crea la Escuela Náutica, que funciona hasta
1806.
1801 En el protomedicato se dictan cursos de medicina.
1801 Aparece el Telégrafo Mercantil, primer periódico del Plata.
1810 Se crea la Escuela de Matemáticas, que funciona hasta 1812.
1810 Aparece la Gaceta de Buenos Aires, primer periódico poste-
rior a la Revolución.
1810 Moreno crea la Biblioteca Pública.
1815 Se funda el Instituto Médico que funciona hasta 1820.
1816 Se crea la Academia de matemáticas y arte militar.
1818 Llega a la Argentina el naturalista Bonpland con plantas y
semillas.
1821 Se crea la Universidad de Buenos Aires.

193
1822 Se funda la Sociedad de ciencias físico-matemáticas.
1824 Se crea la Academia de Medicina de Buenos Aires, que el
año siguiente inicia la publicación de sus Anales.
1825 Rivadavia funda el Museo Público, ya creado por la Asam-
blea del año 12.
1826 Rivadavia crea el Departamento de ingenieros y el Departa-
mento topográfico y estadístico.
1829 Alcides d’Orbigny inicia sus viajes por América del Sur, que
prolonga hasta 1833.
1830 Román Chauvet inaugura un curso de cálculo infinitesimal.
1831 Octavio Fabricio Mossotti dicta el primer curso de física ex-
perimental.
1832 Charles R. Darwin toca tierra argentina, que recorre entre
ese año y 1835.
1844 Francisco Javier Muñiz descubre el Smilidon bonaerensis
(Muñiz).

II. DESDE 1850 HASTA 1916

1851 Urquiza funda en Concepción del Uruguay el Colegio “His-


tórico” del Uruguay.
1854 Se funda en Paraná el Museo de la Confederación, que
luego dirigirá Bravard.
1854 Se funda en Buenos Aires la Asociación de Amigos de la
Historia Natural del Plata.
1858 La Asociación Farmacéutica de Buenos Aires edita la Revista
Farmacéutica, aún existente.
1860 Se publica la Description physique de M. de Mussy, con-
tratada por Urquiza.
1866 Burmeister se hace cargo de la dirección del Museo de Bue-
nos Aires.
1867 Mitre funda el Colegio Nacional de Buenos Aires, que diri-
girá Jacques.
1868 Aparecen los Anales del Museo de Buenos Aires.
1869 Gracias a los esfuerzos de Gutiérrez se crea en la Universi-
dad de Buenos Aires el Departamento de ciencias exactas.
Se crean las aulas para enseñanza de facultades mayores en
el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe.

194
1869 Se autoriza por ley al Poder ejecutivo a contratar hasta
20 profesores para la enseñanza de las ciencias.
1873 Egresan los primeros ingenieros argentinos (los “doce após-
toles”).
1874 Llega Gould a la Argentina e inicia sus observaciones astro-
nómicas.
1875 Sarmiento inaugura el Observatorio de Córdoba, que inicia
ese mismo año sus publicaciones.
1876 Se funda la Oficina Meteorológica Nacional (hoy Dirección
de Meteorología, Geofísica e Hidrología) en Córdoba, que
se traslada a Buenos Aires en 1901.
1875 Se funda la Sociedad Científica Argentina.
1876 Se funda la Academia de Ciencias de Córdoba, que inicia
sus publicaciones el año siguiente.
1877 Aparecen los Anales de la Sociedad Científica Argentina.
1878 Se crea la Escuela de Ingenieros de San Juan.
1879 La Universidad de Buenos Aires inicia sus publicaciones.
1880 Sobre la base de las donaciones de Francisco Moreno se fun-
da el Musco antropológico y arqueológico de Buenos Aires.
1881 Primeros intentos de revistas de ciencias naturales: El Natu-
ralista Argentino y El Periódico Zoológico Argentino.
1882 Se funda el Instituto Geográfico Argentino, que vivió medio
siglo.
1882 Se funda el Observatorio de La Plata.
1884 El Museo antropológico de Buenos Aires se traslada a
La Plata y se convierte en el Museo de La Plata.
1884 En Paraná se funda el Museo provincial, que luego dirigirá
Scalabrini.
1884 Aparece Filogenia de Ameghino.
1886 Se funda el Instituto geográfico militar.
1887 Se crea la sección Minas del Ministerio de Obras Públicas,
hoy Dirección de Minas y Geología.
1885 Se promulga la “ley Avellaneda” del régimen universitario.
1890 El Observatorio de La Plata inicia sus publicaciones.
1891 Se funda el Jardín zoológico de Buenos Aires.
1892 Se crea por ley la Universidad provincial de La Plata, que
recién se instala en 1897, y se nacionaliza en 1905.
1889 Se funda la Universidad provincial de Santa Fe.

195
1891 Primer intento de revista matemática: la revista de Balbín.
1892 El Museo de La Plata inicia sus publicaciones.
1898 La Sociedad Científica Argentina organiza el Congreso
Científico Latino–Americano, primero de la serie de los ac-
tuales Congresos Científicos Americanos.
1898 Se funda el Jardín botánico de Buenos Aires.
1900 Se crea en la Facultad de medicina de Buenos Aires el
Museo farmacológico, hoy Instituto de botánica y farma-
cología.
1904 Se funda el Observatorio magnético de Pilar.
1907 Se funda el Instituto Nacional del Profesorado Secundario
de Buenos Aires.
1908 Se instala la Estación Astronómica de Oncativo, que en
1908 pasa a depender del Observatorio de La Plata y que
en 1911 suspende sus servicios.
1909 Se funda el Museo etnográfico de la Facultad de filosofía
y letras de Buenos Aires.
1909 El Instituto de física de La Plata se organiza bajo la direc-
ción de Bose.
1910 La Sociedad Científica Argentina organiza un Congreso
Científico internacional americano.
1913 Se funda la sociedad de ciencias naturales Physis, que el
año siguiente inicia la publicación de su revista.
1914 Nace la Sociedad (hoy Asociación) Química Argentina,
que inicia el año siguiente la publicación de sus Anales.
1915 Se crea la Universidad provincial de Tucumán.
1916 El Instituto bacteriológico argentino inicia una era de labor
científica.
1917 La Facultad de La Plata inicia la publicación de su Contri-
bución a las ciencias fisicomatemáticas.
1914 La Universidad de Córdoba inicia sus publicaciones.

III. DESPUÉS DE 1916

1916 Se funda la Sociedad Ornitológica del Plata y su revista:


El Hornero.
1916 Se realiza en Tucumán la primera Reunión nacional de
naturalistas.

196
1917 Llega al país Rey Pastor, con quien se inicia una era en los
estudios matemáticos argentinos.
1917 En Paraná, un grupo de estudiantes se reúnen con el fin
de dotar a Entre Ríos de un Museo público. Tal es el origen
del actual Museo de Entre Ríos.
1920 En la Facultad de filosofía de Buenos Aires se funda el
Instituto de investigaciones geográficas.
1921 La Reforma universitaria.
1922 Se crea por ley la Universidad Nacional del Litoral.
1919 En la Facultad de medicina de Buenos Aires se funda el
Instituto de fisiología.
1919 Se realiza en Buenos Aires el Primer Congreso Nacional de
Química.
1921 Se inicia la nacionalización de la Universidad de Tucumán.
1923 Se fundan la Sociedad Argentina de Biología y su Revista.
1924 Nace la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos “Gaea”.
1922 De la Dirección de minas y geología se desprende Y.P.F.
(Yacimientos Petrolíferos Fiscales).
1924 Por intermedio de la Academia de Ciencias de Buenos
Aires, Hicken hace donación al estado de su laboratorio
particular “Darwinion”.
1925 Inicia su aparición Gaea, revista de la Sociedad homónima.
1925 Se concede autonomía a las academias universitarias.
1927 Se funda la Sociedad Entomológica Argentina, que el año
siguiente edita su Revista.
1928 Nace el Boletín Matemático de Buenos Aires.
1928 Con el legado Spegazzini se crea en el Museo de La Plata
el Instituto de botánica “Spegazzini”, especialmente destina-
do a estudios micológicos.
1929 Nace en Santa Fe la Sociedad Científica de Santa Fe, pri-
mera de esa índole en el interior del país.
1929 Se crea el Instituto de investigaciones científicas y tecno-
lógicas en Santa Fe, que inicia sus publicaciones en 1932.
1929 Se funda en Buenos Aires la Sociedad Argentina de Mine-
ría y Geología y su Revista minera.
1931 Se funda la sociedad Amigos de la Astronomía.
1932 Se funda en Buenos Aires el Colegio Libre de Estudios
Superiores.

197
1931 Con el legado Lillo se funda en la Universidad de Tucu-
mán el Instituto “Miguel Lillo” (de investigaciones botá-
nicas).
1931 Se realiza la Primera Reunión Nacional de Estudios Geo-
gráficos.
1933 Se funda la Asociación Argentina para el Progreso de las
Ciencias.
1933 Se crea por ley la Comisión Nacional de Cultura que, entre
otros fines, concede becas para perfeccionamiento y otorga
premios a la producción científica.
1935 Se funda en Santa Fe el Instituto experimental de inves-
tigación y fomento agrícola-ganadero.
1935 Se instala el Observatorio de física cósmica en San Miguel.
1936 Se funda la Unión Matemática Argentina y su órgano de
publicidad, actualmente órgano también de la Asociación
Física Argentina.
1936 Se crea en Rosario el Instituto de investigaciones microquí-
micas, que el año siguiente inicia sus publicaciones.
1936 Se crea en Rosario el Instituto de fisiografía y geología.
que inicia el año siguiente sus publicaciones.
1936 Se promulga la ley por la cual se procede a la medición de
un arco de meridiano.
1937 Se funda la Sociedad Argentina de Antropología.
1938 Se crea en Rosario el Instituto de matemática, que inicia
sus publicaciones el año siguiente.
1939 Se crea en Santa Fe el Instituto de historia y filosofía de
la ciencia.
1939 Se crea la Universidad Nacional de Cuyo.
1940 Se crea el departamento de estudios etnográficos y colo-
niales en Santa Fe, que inicia ese año sus publicaciones.
1940 Aparece la Revista de la Universidad Nacional de Tucumán
(Serie A. Matemáticas y física teórica).
1941 La “ley de la Carta” encomienda al Instituto geográfico
militar los trabajos geodésicos y el relevamiento topográfico
del país.
1942 Se funda la Estación astrofísica en Bosque Alegre. En esa
ocasión se organiza el Núcleo de Física.

198
1942 Se crea en Rosario el Instituto de matemática aplicada, que
inicia ese año sus publicaciones.
1942 Se crea en Córdoba el Instituto de arqueología, lingüística
y folklore “Dr. Pablo Cabrera”, que inicia el año siguiente
sus publicaciones.
1943 Se funda el Instituto de biología y medicina experimental,
instituto privado de investigación científica,
1944 El Núcleo de Física se convierte en la Asociación Física
Argentina.
1945 Se realizan las Primeras Jornadas Matemáticas Argentinas.
1945 Se funda la Sociedad Geológica Argentina, que edita el año
siguiente su Revista.
1945 Se funda la Sociedad Botánica Argentina y su Revista.
1945 Se realiza el Primer Coloquio de Historia y Filosofía de la
Ciencia.

199
ÍNDICES DE NOMBRES, INSTITUCIONES Y
PUBLICACIONES PERIÓDICAS CITADOS
El número indica el parágrafo

A. NOMBRES

Acosta, José (1539-apt. 1600), 3 Bacon, Roger (1217-1292), 3


Agassiz, Louis J. R. (1807- Balbín, Valentín (1850-1901),
1873), 12 10, 18
Aguilar, Félix (1884-1943), 21 Barba, Alvaro Alonso (1569-
Alberdi, Juan Bautista (1810- después de 1659), 1
1884), 10 Barco Centenera, Martín del
Albertus Magnus (1193-1280), (1535-1602), 2, 5
3 Bedoya, José María (1789-
Alboff, Nicolás (n. 1897), 11 1840), 8
Álzaga, Martín de (1756-1812), Belgrano, Manuel (1770-1820),
9 5, 7, 8, 9, 18
Ambrosetti, Juan B. (1866- Berg, Carlos (1843-1902), 11, 15
1917), 11, 12, 24 Beuf, Francisco (m. 1899), 12
Ameghino, Carlos (1865-1936), Bigelow, Francisco H, (1867-
11 1934), 20
Ameghino, Florentino (1853- Bodenbender, Guillermo (1857-
1911), 3, 6, 11, 13, 14, 15, 1941), 13
23, 26 Bonpland, Aimé (1773-1858),
Andonaegui, José de (1685- 6, 9, 11, 17, 26
1761), 6 Bose, Emil Hermann (1874-
Angelis, Pedro de (1784-1854), 1911), 10
5, 11 Brackebusch, Luis (1849-
Arago, Francois J. D. (1786- 1908), 13
1853), 8 Bravard, Augusto (m. 1861),
Argerich, Cosme (1758-1820), 11, 15, 23
9 Bruch, Carlos (1873-1943), 11
Aristóteles (384-322 a. c.), 3, 8 Brunschvicg, León (1869-
Avellaneda, Nicolás (1837- 1944), 15
1885), 10, 12, 15 Bucarelli y Ursúa, Francisco de
Azara, Félix de (1746-1821), 3, Paula (m. después de
6, 9, 17, 23 1770), 6

201
Burckhardt, Carlos (1868- Dassen, Claro C. (1873-1941),
1935), 11 9, 18
Burmeister, Carlos G. C. (1807 Darwin, Charles R, (1809-
-1892), 11, 23 1882), 2, 6, 17, 23
Debenedetti, Salvador (1884-
Cabello y Mesa, Francisco A. 1930), 24
(siglos XVIII/XIX), 5 Descartes, René (1596-1650), 8
Cabrera, Pablo (1857-1936), 24 Díaz, Avelino (apr. 1800-1831),
Calvino, Juan (1509-1564), 8 8, 9
Cané, Miguel (1851-1905), 10 Díaz de Guzmán, Ruy (1554-
1629), 5
Capellín, Juan (siglo XVI), I
Doering, Adolfo (1848-1925),
Carlos III (1716-1788), 3, 7
13
Carta Molina, Pedro (siglo
Doering, Oscar (1844-1917), 13
XIX), 8, 9
Duarte y Quirós, Ignacio (1619
Cauchy, Augustin Louis (1789-
-1703), 7
1857), 9
Du Gratry, Alfredo M. (siglo
Cevallos, Pedro de (1715-
XIX), 11
1778), 9
Dupotet, Jean H. J. (1777-
Cisneros, Baltasar Hidalgo de
1852), 6
(1755-1829), 7
Colón, Cristóbal (1451-1506), 1
Echeverría, Esteban (1805-
Concolorcorvo (Calixto Busta-
1851), 10
mante Carlos Inca) (siglo
XVIII), 6 Einstein, Alberto (n. 1879), 19
Condillac, Étienne Bonnot de Euler, Leonhard (1707-1783), 8
(1715-1780), 7
Coni, Pablo Emilio (1826- Feijóo y Montenegro, (Padre)
1910), 11 Benito J. (1676-1765), 8
Copérnico, Nicolás (1473- Felipe II (1527-1598), 12
1543), 8 Ferraris, Carlos (siglo XIX), 8, 9
Cuvier, Georges (1769-1830), Franklin, Benjamín (1706-
3 1790), 8, 12
Chamisso, Adalberto (1781- Funes (El Deán), Gregorio
1838), 6 (1749-1829), 8, 9
Chauvet, Román (siglos XVIII/ Furlong Cardiff, Guillermo (n.
XIX), 9 1889), 3
Chorroarín, Luis José (1757- Galilei, Galileo (1564-1642), 8
1823), 8

202
Gallardo, Ángel (1867-1934), Humboldt, Alexander von
23 (1769-1859), 3, 8, 9, 12
Gans, Richard (n. 1880), 10 Hussey, William J. (n. 1862),
Gassendi, Fierre (1592-1652), 12
8
Gauss, Karl Friedrich (1777- Ihering, Hermann von (1850-
1855), 12, 18 1930), 11
Gervais, Paul (1816-1879), 6, Irigoyen, Hipólito (1850-1933),
11 16
González, Joaquín V. (1861-
1923), 10, 11 Jacobi, Karl G. J. (1804-1851),
Gould, Benjamín A. (1824- 18
1826), 12 Jacques, Amadeo (1813-1865),
Gregorio XV (m. 1623), 8 10
Güiraldes, José Lorenzo (1778- Jefferson, Thomas (1743-
1861), 7 1826), 12
Gutenberg, Johann (1400?-
1468), 4 Kircher, Atanasio (1601-1680),
Gutiérrez, Juan María (1809- 3
1878), 5, 7,8, 9, 10, 11, 18 Krueger, Félix (n. 1874), 10

Haenke,Tadco (1761-1817), 5, Lacroix, Silvestre F. (1765-


6, 9 1843), 9
Hartmann, Juan (m. 1936), Lafinur, Juan Crisóstomo (1797
12, 20 -1824), 8
Hernández, Pero (siglo XVI), 5 Lafone Quevedo, Samuel A.
Hicken, Cristóbal M. (1876- (1835-1920), 11
1933), 10, 23 Lahille, Fernando (1861-1940),
Hieronymus, Jorge (m. 1920), 11
13 Lancaster, José (1778-1838), 7
Holmberg, Eduardo L. (1852- Lanz, José (entre 1770 y 1823),
1937), 10, 11, 13, 15, 17, 23 9
Houssay, Bernardo A. (n. Larroque, Alberto (1819-1881),
1887), 22 10
Hudson, Guillermo E. (1841- Lavoisier, Antoine-Laurent
1922), 15 (1743-1794), 9
Huergo, Louis A. (1839-1913), Leguizamón, Mardniano (1858
14 -1935), 23

203
Lehmann-Nitsche, Roberto Moreno, Manuel (1781-1857),
(1872-1938), 11 7, 8, 9
Leibniz, Gottfried Wilhelm Moreno, Mariano (1778-1811),
(1646-1716), 8 5, 9
Lillo, Miguel (1862-1931), 23 Morse, Samuel F. B. (1791-
Locke, John (1632-1704), 8 1872), 12
López, Vicente Fidel (1814- Mossotti, Octavio Fabricio
1903), 7 (1791-1863), 8, 9, 12, 26
Lorentz, Paul G. (1835-1881), Moussy, Martín de (1810-
13 1869), 11
Loreto, Cristóbal del Campo, Müller, Gustav (n. 1851), 12
marqués de (siglo XVIII), 9 Muñiz, Francisco Javier (1795-
Lund, Peter W. (1801-1880), 1871), 3, 6, 11
11
Lutero, Martín (1483-1546), 8 Née, Luis (siglo XVIII), 6
Lyell, Charles (1797-1875), 6 Nernst, Walter (1864-1941),
Lynch Arribalzaga, Enrique 10
(n. 1935), 11 Newton, Isaac (1643-1727), 8
Nieremberg, Juan Eusebio
Magallanes, Fernando de (1595-1658), 4
(1480?-1521), 1 Nollet, Jean-Antoine (1700-
Malaspina, Alejandro (1754- 1770), 8
1809), 6, 17 Nordernskjold, Otón Gustavo
Malebranche, Nicolás (1638- (1869-1928), 12
1715), 8 Núñez Cabeza de Vaca, Alvar
Mantegazza, Paolo (1831- (1507-1559), 5
1910), 10
Meyer, Camilo (1854-1918), 15 O’Donell, Carlos (siglos XVIII/
Mielí, Aldo (n. 1879), 25 XIX), 9
Mitre, Bartolomé (1821-1906), O’Gorman, Miguel (1749-
4, 10, 11, 15 1819), 9
Monardes, Nicolás (1507- Orbigny, Alcides d’ (1802-
1588), 1 1857), 6, 17, 23
Montenegro, Pedro (siglos Orgaz, Raúl A. (n. 1887), 8
XVII/XVIII), 3 Outes, Félix F. (1878-1939), 23
Mora, José Joaquín (1783-
1864), 5
Parish, Woodbine (siglo XIX), 6
Moreno, Francisco P. (1852-
Pellegrini, Carlos Enrique
1919), 11, 14, 15, 23
(1800-1875), 10

204
Piñero, Norberto (1858-1938), Salvadores, Antonino (n.
11 1898), 7
Porro de Semenzi, Francisco (n. San Martín, José de (1778-
1861), 12 1850), 7, 10, 11
Ptolomeo (siglo II), 1 Sarmiento, Domingo F. (1811-
Puíggari, Miguel (1827-1889), 1888), 6, 10, 11, 12, B, 14,
10, 23 15
Scalabrini, Pedro (1849-1916),
11, 12, 23
Quiroga, José (1707-1784), 3
Schickendantz, Federico (1837-
1896), 11, 23
Ramorino, Juan (1840-1876),
Schmidl, Ulrico (entre 1511 y
10
1562), 5
Rey Pastor, Julio (n. 1888), 18
Senillosa, Felipe (1794-1858),
Río-Hortega, Pío del (1882- 5, 9
1945), 22
Stentenach, Felipe de (m.
Rivadavia, Bernardino (1780- 1812), 9
1845), 4, 7, 8, 9, 10, 22, 23,
Serrano, José (siglo XVIII), 4
26
Spegazzini, Carlos (1858-
Rivadeneyra (Padre) (siglo 1926), 23
XVII), 4
Spcíuzzi, Bernardino (m.
Roca, Julio A. (I843-Í914), 13 1898), 10, 11
Rodríguez Francia, José Gaspar Stelzner, Alfredo (1840-1895),
(1776-1840), 9 13
Rodríguez, Martín (1771- Strobel, Pelegrino (1821-1895),
1844), 8 10
Romanzoff, Pedro Alejandro- Suárez, Buenaventura (1679-
vich, conde de (1725-1796), 6 -1750), 3, 4, 9
Romero, Francisco (n. 1891), 1 Suárez, Francisco (1548-1617),
Romero, José Luis (n. 1909), 8
10
Rosas, Juan Manuel de (1793- Thome, Juan W. (1843-1908),
1877), 6, 9, 10, 12 12
Rossetti, Emilio (1839-1908), Tomás de Aquino (Santo)
10, 14 (1226-1274), 3
Torres, Luis María (1878-
Saccardo, Pietro A. (1845- 1937), 11
1920), 23 Torres, Manuel (siglo XVII), 3
Sáenz, Antonio (1780-1825), 8

205
Trejo y Sanabria, Fernando Voigt, Woldemard (1850-
(1552-1614), 8 1919), 10
Trelles, Manuel Ricardo (1821- Voltaire, F.-M. Arouet de
1893), 11, 12 (1694-1778), 8
Volterra, Vito (1860-1940), 14
Uriburu, Juan N. de (n. 1805),
10
Wernicke, Edmundo (n. 1867),
Urquiza, Justo José de (1801- 5
1870), 10, 11, 15
Weyenbergh, H. (n. 1885), 13
Wheelwright, William (1798-
Vega, Pedro de (siglo XVI), 7
1873), 11
Vértiz y Salcedo, Juan José
(1719-1784), 4, 7, 9, 18
Zeballos, Estanislao S. (1854-
Vieytes, Hipólito (1762-1815), 1923), 11, 14
5

B. INSTITUCIONES

Academia (Nacional) de Cien- Asociación Argentina de Elec-


cias de Córdoba, 10, 13, 17 trotécnicos, 19
Academia (Nacional) de Cien- Asociación Argentina para el
cias Exactas, Físicas y Natu- Progreso de las Ciencias, 17
rales de Buenos Aires, 17 Asociación Estudiantil “Museo
Darwinion, 23 Popular” (Paraná), 23
Academia de Matemáticas (Tu- Asociación Farmacéutica (y
cumán), 8 Bioquímica Argentina), 10
Academia de Matemáticas y Asociación Física Argentina, 19
Arte Militar, 9 Asociación Química Argentina,
Academia (Nacional) de Medi- 19
cina de Buenos Aires, 9, 22 Aulas mayores (Santa Fe), 10
Instituto de Investigaciones Fí- Biblioteca Pública (La Plata),
sicas Aplicadas a la Patología
Biblioteca Pública de Buenos
Humana, 22
Aires 9, 11
Amigos de la Astronomía, 20
Centro Argentino de Ingenie-
Asociación de Amigos de la
ros, 15
Historia Natural del Plata,
11 Centro Argentino de Quimur-
gia, 19
Asociación Argentina de Artro-
podología, 23 Centro Estudiantes de Ingenie-
ría (Buenos Aires), 15

206
Círculo Matemático del Insti- Observatorio de Buenos
tuto Nacional de Profesorado Aires, 20
Secundario, 18 Observatorio Magnético de
Colegio de Ciencias Morales, 7 Pilar, 20
Colegio de la Inmaculada Con- Dirección de Minas y Geología,
cepción (Santa Fe), 10 15,23
Colegio Libre de Estudios Su- Dirección Nacional de Viali-
periores, 17 dad, 19
Colegio de la Merced (Cata- Dirección de Navegación y
marca), 10 Puertos, 20
Colegio Nacional de Buenos Dirección de Piscicultura del
Aires, 10 Ministerio de Agricultura,
Colegio de la Provincia de 22
Buenos Aires, 7
Colegio Real de Nuestra Seño- Escuela de Ingenieros (San
ra de Montserrat, 7, 10 Juan), 10, 16
Colegio Real de San Carlos, 7 Escuela Náutica, 9
Colegio de San Miguel (Tucu- Escuela de Matemáticas, 9
mán), 10 Escuela Práctica de Agricultura
Colegio de la Santísima Trini- y Ganadería de Santa Catali-
dad (Mendoza), 7, 8, 10 na, 10
Colegio de la Unión del Sud, 7 Estación Experimental Agrícola
Colegio (“Histórico”) del Uru- (Tucumán), 19
guay, 10
Comisión Nacional de Cultu- Facultad de Agronomía y Vete-
ra, 17 rinaria (La Plata), 10
Facultad de Jurisprudencia y
Departamento de Estudios Et- Ciencias Políticas (Tucu-
nográficos y Coloniales (San- mán), 10
ta Fe), 24 Facultad de Medicina de Bue-
Departamento de Ingenieros y nos Aires, 6, 10
Arquitectos, 9 Ferrocarriles del Estado, 19
Departamento Topográfico y Fraternidad, La (Concepción
Estadístico, 8, 9, 10 del Uruguay), 10
Dirección de Industrias (Men-
doza), 19 Gaea, Sociedad Argentina de
Dirección de Meteorología, Estudios Geográficos, 23
Geofísica e Hidrología, 12, Grupo Argentino de Historia de
20 la Ciencia, 25

207
Imprenta Coni, 11 Jardín Botánico (Buenos Aires),
Imprenta de los Niños Expósi- 15
tos, 4 Jardín Zoológico (Buenos
Institución Cultural Española, Aires), 11
18, 22, 25
Museo Argentino de Ciencias
Laboratorio de Histiología
Naturales "Bernardino Riva-
Normal y Patológica, 22
davia", 6, 8, 9, 11, 15, 23
Instituto de Bacteriología del
Estación Hidrobiológica Ma-
Ministerio de Agricultura,
rina, 22
12
Museo Antropológico y Arqueo-
Instituto Bacteriológico del De- lógico de Buenos Aires, 11
partamento Nacional de Hi-
Museo Arqueológico (Santiago
giene, 22
del Estero), 24
Instituto de Biología y Medicina
Museo Colonial de Córdoba,
Experimental, 22
24
Instituto Experimental de In-
Museo de la Confederación
vestigación y Fomento Agrí-
(Paraná), 11
cola-Ganadero (Santa Fe)
Museo de Corrientes, 11
Departamento de Agrono-
mía, 19, 22 Museo de Entre Ríos, 23
Museo Escolar Central de Pa-
Departamento de Edafología,
raná, 23
19, 23
Museo Escolar “Florentino
Departamento de Estadística,
Ameghino” (Santa Fe), 23
19
Museo General Regional (Men-
Instituto Geográfico Argentino,
doza), 23
12, 14, 23
Museo de Paraná, 11
Instituto Geográfico Militar, 12,
20, 21 Museo Provincial de Ciencias
Naturales (Córdoba), 23
Instituto de Investigación Mé-
Museo Provincial (Salta), 23
dica (Córdoba), 22
Instituto Médico, 9 Observatorio Astronómico Ar-
Instituto Nacional del Profeso- gentino de Córdoba, 12, 15.
rado Secundario (Buenos 20
Aires), 10 Estación Astrofísica de Bos
Instituto Oceanógrafico Argen- que Alegre, 19, 20
tino, 22 Observatorio de Física Cósmica
Instituto Tecnológico del Sur, (San Miguel), 20
16 Observatorio Naval del Minis
terio de Marina, 20

208
Obras Sanitarias de la Nación, Sociedad Matemática Argenti-
19, 22 na, 18
Sociedad Ornitológica del Pla-
Physis, Sociedad Argentina de ta, 23
Ciencias Naturales, 11
Sociedad Paleontológica, 11
Protomedicato del Río de la Pla-
ta, 9
Unión Matemática Argentina,
Servicio Hidrográfico del Mi- 18
nisterio de Marina, 20, 21, Universidad (Nacional) de
22 Buenos Aires, 5, 8, 9, 16, 21,
Sociedad Argentina de Agrono- 26
mía, 22 Departamento de ciencias
Sociedad Argentina de Antro- exactas, 8, 9, 10, 14
pología, 24 Departamento de ciencias sa-
Sociedad Argentina de Biolo- gradas, 8
gía, 22 Departamento de jurispru-
Sociedad Argentina de Horti- dencia, 8, 10
cultura, 15 Departamento de medicina,
Sociedad Argentina de Micro- 8, 10
biología, 22 Departamento preparatorio,
Sociedad Argentina de Minería 7, 8, 9, 1O
y Geología, 23 Departamento de primeras le-
Sociedad Botánica Argentina, tras, 7, 8
23 Facultad de Ciencias Exac-
Sociedad de Ciencias Fisicoma- tas, Físicas y Naturales, 10,
temáticas, 9 19
Sociedad Científica Argentina, Instituto de Geología, 23
14, 15, 17, 19, 25
Instituto de Matemática,
Seminario Matemático Claro 18
C. Dassen, 18
Facultad de Ciencias Físico-
Sociedad Científica de Santa naturales, 10, 23
Fe, 17
Facultad de Ciencias mate-
Sociedad Entomológica Argen- máticas, 10
tina, 23
Facultad de Filosofía y Le-
Sociedad Geológica Argentina, tras, 10, 19
23
Museo Etnográfico, 11, 24
Sociedad Lancasteriana, 7
Instituto de Investigaciones
Sociedad Literaria, 5 Geográficas, 23

209
Facultad de Ciencias Médi- Instituto de Física, 10, 19
cas,
Facultad de Química y Far-
Instituto de Anatomía Pa- macia, 16, 19
tológica “Telémaco Susi-
Instituto de Fitotecnia, 22
ni”, 22
Instituto del Museo, 10, 11,
Instituto de Botánica y Far-
16, 21, 23
macología, 23
Instituto de Botánica “Spe-
Instituto de Fisiología, 22
gazzini”, 23
Instituto de Histología Ge-
neral y Embriología, 22 Instituto del Observatorio As-
tronómico, 10, 12, 15, 16,
Instituto de Medicina Ex- 20
perimental para el trata-
miento del Cáncer, 22 Estación astronómica de
Oncativo, 12
Misión de Estudios de Pa-
tología Regional, 22 Universidad Nacional del Lito-
ral, 10, 16
Universidad (Nacional) de
Córdoba, 8, 10, 13, 19,21 Facultad de Agricultura y Ga-
nadería, 16
Facultad de Ciencias Exactas,
Físicas y Naturales, 13 Facultad de Ciencias de la
Educación, 16
Facultad de Ciencias Médicas
Instituto de Fisiología, 22 Facultad de Ciencias Mate-
máticas, 19
Instituto de Arqueología, Lin-
güística y Folklore “Dr. P. Instituto de Estabilidad, 19
Cabrera”, 24 Instituto de Fisiografía y
Universidad Nacional de Cuyo, Geología, 23
10, 16 Instituto de Matemática,
Instituto de Etnografía Ame- 18
ricana, 16, 24 Facultad de Ciencias Médi-
Instituto de Lingüística, 16, cas, Instituto de Far-
24 macología, 22

Instituto del Petróleo, 16, 23 Instituto de Fisiología, 22


Instituto del Profesorado, 16 Facultad de Química Indus-
trial y Agrícola, 17, 19
Universidad (Nacional) de La
Plata, 10, 11, 12, 16, 21 Instituto de Investigacio-
nes Científicas y Tecno-
Facultad de Ciencias Físico-
lógicas, 19
Matemáticas, 12, 16
Departamento de Matemá- Instituto de Historia y Filo-
ticas, 18 sofía de la Ciencia, 25

210
Instituto de Investigaciones Instituto de Antropología, 24
Microquímicas, 19 Instituto de Historia, Lingüís-
Instituto de Matemática Apli- tica y Folklore, 24
cada, 18 Instituto de Medicina Regio-
Universidad (Nacional) de Tu- nal, 22
cumán, 10, 16 Instituto “Miguel Lillo” (de
Facultad de Ciencias Exac- Investigaciones botánicas),
tas, puras y aplicadas, 16, 23
19 Instituto de Mineralogía y
Departamento de Física, 19 Geología, 23
Facultad de Farmacia y Bio- Universidad provincial de San-
química, 16 ta Fe, 10, 16
Facultad de Filosofía y Le-
tras Yacimientos Petrolíferos Fisca-
Instituto de Estudios Geo- les, 23
gráficos, 23

C. PUBLICACIONES PERIÓDICAS

Abeja Argentina, La, 5, 10 Anales Científicos Argentinos,


Actas de la Academia de Cien- 14
cias de Córdoba, 11, 13, 15, Anales de la Facultad de Cien-
17 cias de la Educación (Para-
Acta Zoológica Lilloana, 23 ná), 16
Almanaque astronómico y Ma- Anales de farmacia y bioquími-
nual del aficionado, 20 ca, 19
Almanaque náutico y tablas de Anales hidrográficos, 20
mareas, 20 Anales del Instituto de Etnogra-
Amigos de la patria y de la ju- fía Americana, 24
ventud, Los, 5, 9 Anales del Instituto de Investi-
Anales de la Academia de Me- gaciones científicas y tecnoló-
dicina de Buenos Aires, 9 gicas, 19
Anales de la Academia Nacio- Anales del Museo Argentino de
nal de Ciencias Exactas, Fí- Historia Natural “Bernardino
sicas y Naturales, 17 Rivadavia”, 11, 23
Anales de Agricultura, 15 Anales del Museo de La Plata,
11,23
Anales de la Asociación Quími-
ca Argentina, 19 Anales de la Oficina Meteoro-
lógica Nacional, 12

211
Anales de la Sociedad Científi- Boletín de las Obras Sanitarias
ca Argentina, 11, 14, 17 de la Nación, 22
Anales de la Sociedad Científi- Boletín de la Sociedad Botáni-
ca de Santa Fe, 17 ca Argentina, 23
Anales de la Universidad de
Carta del tiempo, 20
Buenos Aires, 10
Catálogo de Numismática del
Anuario Hidrográfico, 20
Museo de Buenos Aires, 23
Anuario del Instituto Geográfi-
Ciencia e investigación, 17
co Militar, 12
Ciencia y técnica, 15
Anuario del Observatorio de La
Plata, 12 Contribución al estudio de las
ciencias fisicomatemáticas,
Archeion, 25 10, 18, 19
Archivos de la Universidad de Serie física, 19
Buenos Aires, 16
Serie matemática, 18
Argos, El, 5
Serie matematicofísica, 10,
18, 19
Bibliografía química argentina, Serie técnica, 10
19 Correo de Comercio, 5
Boletín de la Academia de Cien- Crónica política y literaria de
cias de Córdoba, 11, 33, 15, Buenos Aires, 5, 8, 9
17
Cuadernos de mineralogía y
Boletín del Departamento de geología, 23
Estudios Etnográficos y Co-
Cursos y conferencias, 17
loniales, 24
Boletín de la Dirección de Mi- Darwiniana, 23
nas y Geología, 23
Boletín de la Estación Experi- Fascículos de la Facultad de
mental Agrícola (Tucumán), Agronomía y Veterinaria, 22
19 Folia biológica, 22
Boletín de informaciones pe-
troleras, 23 Gaceta de Buenos Aires, 5, 9
Boletín del Instituto Geográfi- Gaceta mercantil, 6
co Argentino, 12 Gasa, Anales de la Sociedad Ar-
Boletín del Instituto de Medi- gentina de Estudios Geográ-
cina Experimental para el ficos, 23
tratamiento del Cáncer, 22
Hornero, El, 23
Boletín Matemático, 18
Boletín mensual del Departa- Industria y química, 19
mento de Agricultura, 15 Informes del Departamento de

212
Investigaciones Industriales Publicaciones del Círculo Mate-
(Tucumán), 16 mático del Instituto Nacional
del Profesorado, 18
Ingeniería, La, 15
Publicaciones del Departamen-
Labrador Argentino, 11
to de Estudios Etnográficos y
La Plata Monatsschrift, 15 Coloniales, 24
Lilloa, 23 Publicaciones del Departamen-
to de Física (Tucumán), 19

Mathematicae notae, 18 Publicaciones didácticas y de


divulgación científica del
Memorias del Museo de Entre Museo de La Plata, 23
Ríos, 23
Publicaciones. Dirección de Mi-
Memorias y monografías de la nas y geología, 23
Unión Matemática Argenti-
Dirección general de Minas,
na, 18
Geología e Hidrología, 23
Miscelánea, Academia nacional
Estadística minera de la Na-
de ciencias (Córdoba), 17
ción, 23
Monografías de la Facultad de
Estadística de petróleo de la
Ciencias Matemáticas, 18
República Argentina, 23
Monografías del Instituto de
Publicaciones extra del Museo
Estudios Geográficos (Tucu-
de Buenos Aires, 23
mán), 23
Publicaciones del Instituto de
Monografías. Misión de Estu-
Arqueología, Lingüística y
dios de patología regional ar-
Folklore “Dr. Pablo Cabre-
gentina, 22
ra”, 24
Publicaciones del Instituto Et-
Naturalista Argentino, El, 11 nográfico de la Facultad de
Notas del Museo de La Plata, Filosofía y Letras,
23 Serie A, 24
Serie B, 24
Periódico Zoológico Argentino, Solar, 24
El, 13
Publicaciones del Instituto de
Physis. Revista de la Sociedad Estabilidad (Rosario), 19
Argentina de Ciencias Natu-
Publicaciones del Instituto de
rales, 11
Fisiografía y Geología (Rosa-
Plata científico y literario, El, rio), 23
11
Publicaciones del Instituto de
Publicaciones de la Cátedra de Historia, Lingüística y Folk-
Historia de la Medicina, 25 lore, 24

213
Publicaciones del Instituto de Resultados del Observatorio Na-
Investigaciones Geográficas cional Argentino, 12
Buenos Aires), Resumen mensual de la carta
Serie A, 23 del tiempo, 20
Serie B, 23 Reuniones de la Sociedad Ar-
gentina de patología regional
Publicaciones del Instituto de
(del norte), 22
Investigaciones Microquími-
cas, 19 Revista argentina de Agrono-
mía, 22
Publicaciones del Instituto de
Matemática (Rosario), 18 Revista argentina de Botánica,
23
Publicaciones del Instituto de
Matemática Aplicada, 18 Revista argentina de Historia
de la Medicina, 25
Publicaciones del Observatorio
Astronómico de La Plata, Revista argentina de Historia
Serie astronómica, 12, 20 Natural, 11
Revista de la Asociación Bioquí-
Serie geofísica, 20
mica Argentina, 19
Serie geodésica, 20
Revista Astronómica, 20
Publicaciones del Observatorio
Revista de ciencias, artes y le-
de Física Cósmica, 20
tras, 15
Publicaciones. Misión de estu-
Revista de Electrotécnica, 19
dios de patología regional ar-
gentina, 22 Revista de la Facultad de Agro-
nomía, 22
Publicaciones técnicas. Direc-
Revista de la Facultad de Agro-
ción Nacional de Vialidad,
nomía y Veterinaria, 22
19
Revista de la Facultad de Cien-
Publicaciones técnicas. Institu-
cias Físico-Matemáticas, 18,
to Experimental de Investiga-
ción y Fomento Agrícola-ga- Revista de la Facultad de Cien-
nadero, 19 cias Físico-Matemáticas, 18
19
Publicaciones técnico-científicas
de la Facultad de Ciencias Revista de la Facultad de Quí-
Exactas, Físicas y Naturales mica Industrial y Agrícola,
(Buenos Aires), 19 19

Publicaciones técnico-científicas Revista de la Facultad de Vete-


de la Facultad de Ciencias rinaria, 22
Matemáticas, 19 Revista Farmacéutica, 10
Revista Industrial y Agrícola
(Tucumán), 19
Relaciones de la Sociedad de
Antropología, 24 Revista del Instituto de Antro-
pología, 24

214
Revista del Instituto Bacterio- Revista técnica, 17
lógico, 22 Revista de la Unión Matemáti-
Revista del Jardín Zoológico ca Argentina, 18, 19
(Buenos Aires), 11 Revista de la Universidad de
Revista del Laboratorio de His- Buenos Aires, 10, 16
tología Normal y Patológica, Revista de la Universidad Na-
22 cional de Córdoba, 10
Revista Matemática, 18 Revista. Universidad de Tucu-
Revista de Matemáticas, 18 mán. Serie A. Matemáticas
Revista de Matemáticas ele- y física teórica, 18, 19
mentales, 10, 18 Revista zootécnica, 22
Revista de Matemáticas y Físi-
ca elementales, 18 Semanario de Agricultura, In-
Revista minera, 23 dustria y Comercio, 5, 7
Revista del Museo de La Plata,
11, 23 Telégrafo Mercantil, 5
Revista de la Sociedad Argenti- Tesis del Museo de La Plata,
na de Biología, 22 23
Revista de la Sociedad Entomo- Trabajos del Instituto de Botá-
lógica Argentina, 23 nica y Farmacología, 23
Revista de la Sociedad Geológi-
ca Argentina, 23
Universidad, 16

215

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