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LA CRISIS DEL LIBERALISMO

Michel Foucault
No hay que considerar la libertad como una condición universal, que con el paso del tiempo se desarrollaría
progresivamente o mediante variaciones cuantitativas o amputaciones más o menos graves, u ocultamientos
más o menos importantes. No es un universal que se particularice con el tiempo y la geografía. La libertad no es
una superficie blanca con casillas negras más o menos numerosas. La libertad nunca es poca cosa o algo sin
importancia —aunque eso en el mundo de los conceptos ya es en sí algo importante—, es una relación actual
entre gobernantes y gobernados, en la cual el grado mínimo de libertad que existe está en función el necesario,
que la sociedad demanda.
En consecuencia, cuando digo "liberal" no estoy refrendando una forma de gubernamentalidad que dejaría
más casillas blancas a la libertad. Me refiero a otra cosa. Si empleo la palabra "liberal" es primeramente porque
esta práctica gubernamental que se puede situar en el siglo XVIII no se conforma con garantizar tal o cual
libertad. En el fondo, ella misma es consumidora de libertad, ya que sólo puede funcionar en la medida en que
haya efectivamente un cierto número de libertades: de mercado, del vendedor y del comprador, libre ejercicio
del derecho a la propiedad, libertad de discusión y eventualmente, de expresión, etcétera.
La nueva razón gubernamental tiene entonces necesidad de libertad. El nuevo arte de gobernar la consume, es
decir, está efectivamente obligado a producirla y a organizaría. El nuevo arte de gobernar va entonces a
presentarse corno-gestor" de la libertad, no en el sentido del imperativo sé libré, con la contradicción inmediata
que este imperativo puede traer consigo. No es el sé libre lo que formula el liberalismo. El liberalismo propone
simplemente: "Yo voy a producirte eso con lo que es libre. Yo voy a obrar de tal manera que tú seas libre de ser
libre." Y al mismo tiempo, si el liberalismo no es realmente el imperativo de la libertad y no es más que la
gestión y la organización de las condiciones bajo las cuales se puede ser libre, se darán cuenta muy bien que se
instaura, en el corazón mismo de esta práctica, una relación problemática, siempre diferente, siempre móvil
entre la producción de la libertad y los liberales, los que produciéndola, corren el peligro de limitarla y destruirla.
Al liberalismo, en el sentido en el que yo lo entiendo, se puede categorizar como el nuevo arte de gobernar del
siglo XVIII: implica en su núcleo una relación de: producción-destrucción con respecto a la libertad. Hace falta,
por un lado, producir la libertad, pero ese mismo gesto implica que del otro lado se establezcan limitantes,
controles, coerciones, obligaciones apoyadas en amenazas, etcétera.

Así pues, la libertad, en el régimen del liberalismo no es algo dado: la libertad no es una región ya hecha que se
deba respetar, y si lo fuese, no lo es más que parcialmente, regionalmente, según el caso. La libertad es algo que
se fabrica a cada instante. El liberalismo no es eso que acepta la libertad, es eso que se propone fabricarla a cada
instante, suscitarla y producirla junto con todos, se entiende bien que con los problemas de coacción, se
plantean los problemas de costos de dicha fabricación. ¿Cuál va a ser entonces el principio de cálculo de esta
libertad? Será necesario proteger los intereses individuales, contra todo lo que pudiera aparecer en relación con
éstos, como una usurpación proveniente del interés colectivo, Falta todavía que la libertad de los procesos
económicos no sea un peligro para las empresas, para los trabajadores. Es necesario que la libertad de los
trabajadores no se vuelva un peligro para la empresa y para la producción. No hace falta que los accidentes
individuales, que todo aquello que pueda ocurrir en la vida de alguien —así sea la enfermedad o de esto que
llega, irremediablemente, que es la vejez— constituya un peligro para los individuos y para la sociedad.
En resumen, todos esos imperativos que se encargan de velar que la mecánica de los intereses no provoque
peligros —ya sea para los individuos, ya sea para la colectividad— deben responder a las estrategias de
seguridad, que son en cierta manera lo opuesto y la condición misma del liberalismo. Libertad y seguridad, es
esto lo que animará desde el interior, en cierta forma, los problemas de lo que yo llamaría la economía de poder
propia del liberalismo.

En general, se puede decir lo siguiente: en el antiguo sistema político existía entre el soberano y el sujeto toda
una serie de relaciones jurídicas y relaciones económicas que comprometían y obligaban incluso al mismo
soberano a proteger al sujeto. Empero, esta protección era en cierta medida exterior. El sujeto podía pedir a su
soberano ser protegido contra el enemigo exterior o contra el enemigo interior.

En el caso del liberalismo, es algo completamente diferente. Ya no se trata simplemente de esta especie de
protector exterior del mismo individuo que debe ser asegurada. El liberalismo se compromete en un mecanismo
donde tendrá a cada instante una necesidad de arbitrar la libertad y la seguridad de los individuos alrededor de
esta noción de peligro. En el fondo, si por un lado el liberalismo es un arte de gobernar que manipula
fundamentalmente los intereses, no puede —y este es el revés de la moneda— manipular los intereses sin ser al
mismo tiempo gestor de los peligros y de los mecanismos de seguridad-libertad que debe asegurar que los
individuos o la colectividad estarán lo menos posible expuestos a los peligros.

Esto, por supuesto, conlleva un cierto número de consecuencias. Se puede decir, después de todo, que la
consigna del liberalismo es vivir peligrosamente. Es decir, que los individuos están expuestos perpetuamente a
una situación de peligro o más bien, están condicionados a poner a prueba su situación, su vida, su presente, su
porvenir, etc., como siendo portadores de peligro. Y es esta especie de estímulos del peligro lo que va a ser, creo
yo, una de las implicaciones mayores del liberalismo. Toda una educación del peligro, toda una cultura del
peligro aparece, en efecto, en el siglo XIX, que es muy diferente de esos grandes sueños o de esas grandes
amenazas del Apocalipsis, como la peste, la muerte, la guerra, etc., de cuya imaginación política y cosmológica
del medioevo y del siglo XVII, todavía se alimentaba. Desaparición de los caballeros del Apocalipsis y, al
contrario, aparición, emergencia, invasión de los peligros cotidianos, de los peligros cotidianos perpetuamente
animados, reactualizados, puestos en circulación por lo que entonces se podría llamar la cultura política del
peligro en el siglo XIX y que tiene toda una serie de características.
Por ejemplo, ustedes toman al mundo rural de principios del siglo XIX en relación a las cajas de ahorro, y
encuentran al mismo tiempo la aparición de la literatura policiaca y el interés periodístico por el crimen de
mediados del siglo XIX. Si toman en cuenta todos los mundos rurales con respecto a las enfermedades y la
higiene, observarán también todo lo que sucede alrededor de la sexualidad y del miedo a la degeneración del
individuo, de la familia, de la raza, de la especie humana.
Es decir, por todos lados ustedes pueden ver este estímulo del miedo al peligro que es en cierta medida la
condición, el correlativo psicológico y cultural interno del liberalismo. No hay liberalismo sin cultura del peligro.
Por supuesto, la segunda consecuencia de este liberalismo y de este arte liberal de gobernar es la formidable
extensión de los procedimientos de control, de miedo, de coerción que van a constituir como la contraparte y el
contrapeso de las libertades. He insistido suficientemente en el hecho de que esas famosas grandes técnicas
disciplinarias que se encargan del comportamiento de los individuos día con día y hasta su más fino detalle son
exactamente contemporáneos en su desarrollo, en su explosión, en su diseminación a través de la sociedad,
contemporánea exactamente de la edad de las libertades).
Libertad económica, liberalismo en el sentido que acabamos de ver y técnicas disciplinarias; ahí todavía las dos
cosas están perfectamente ligadas. Y ese famoso Panóptico, que al inicio de su vida, es decir hacia 1792-1795,
Bentham presentaba como lo que debería ser el procedimiento por el cual se iba a poder —en el interior de-
instituciones determinadas como las escuelas, los talleres, las prisiones, etc. —vigilar) la conducta de los
individuos —aumentando la rentabilidad, la productividad incluso de su misma actividad—, al final de una vida
de tentativas, en su proyecto de codificación general de la legislación inglesa. Bentham lo presenta como lo que
debería ser la fórmula de todo el gobierno entero, arguyendo: el Panóptico es la fórmula misma de un gobierno
liberal, porque en el fondo, ¿qué es lo que debe hacer un gobierno? Debe, por supuesto, dar cabida a todo eso
que puede ser la mecánica natural de los comportamientos y de la producción. Debe dar un lugar a esos
mecanismos y no debe tener sobre ellos ninguna forma de intervención, al menos en primera instancia, más que
la de vigilancia. Y es únicamente cuando el gobierno —limitado, en principio, a su función de vigía— detecta
que, alguna cosa no sucede como lo requiere la mecánica general de los comportamientos, de los intercambios,
de la vida económica, etc., que tendrá que intervenir.
El panoptismo no es una mecánica regional limitada a las instituciones. El panoptismo, para Bentham, es en
efecto una fórmula política general que caracteriza un tipo de gobierno.

Una tercera consecuencia es la aparición, en el nuevo arte de gobernar, de mecanismos que tienen por función
producir, insuflar, aumentar las libertades, introducir un plus de libertad a través de un poco más de control y de
intervención.
Es decir, que ahí el control no es simplemente como en el caso del panoptismo, el contrapeso necesario a la
libertad. Este es el principio motor. Y ahí uno también encontrará buenos ejemplos: no sería más que por lo que
sucedió en Inglaterra y Estados Unidos en el transcurso del siglo XX, digamos en el transcurso de los años
treinta, a media crisis económica, se percibieron irremediablemente no sólo las consecuencias económicas, sino
las consecuencias políticas de esta crisis económica, y ahí se vio un peligro para un cierto número de libertades
consideradas como fundamentales. Y la política del Welfare, puesta en marcha por Roosevelt, por ejemplo, a
partir de 1932, fue una manera de garantizar y producir, en una situación peligrosa de desempleo, más libertad
de trabajo, de consumo de libertad política, etc. ¿A qué precio? Al precio, precisamente, de toda una serié de
intervenciones, intervenciones artificiales, voluntarias, económicas directas en el mercado, que constituyeron
las medidas fundamentales del Welfare y que, a partir de 1946, serán, de hecho, caracterizadas como si ellas
mismas fuesen amenazas de un nuevo despotismo.
No se garantizan las libertades democráticas, en ese caso, más que por medio de un intervencionismo
económico que es denunciado como una amenaza para las libertades, de manera que se llega, si ustedes
quieren —y ahí también tenemos un punto que habrá que recordar—, con esta idea cuyo arte liberal de
gobernar finalmente, introduce a sí mismo o es ¡víctima en el interior de lo que uno podría llamar crisis de
gubernamentalidad.
Son crisis que pueden deberse al aumento, por ejemplo, del costo económico del ejercicio de las libertades.
Luego entonces, problemas, crisis o conciencia de la crisis a partir de la definición del costo económico del
ejercicio de las libertades.

Ustedes pueden tener otra forma de crisis que se deberá a la inflación de los mecanismos compensatorios de la
libertad. Es decir, que para el ejercicio de ciertas libertades como la libertad del mercado y la legislación
antimonopolista, ustedes pueden tener la formación de una sujeción legislativa que será puesta a prueba por los
socios del mercado y que resulta en un exceso de intervencionismo y un exceso de restricciones y de coerción.
Tienen ustedes, entonces, a un nivel mucho más local, todo lo que puede aparecer como revuelta, intolerancia
disciplinaria. Tienen, por último, y sobre todo, procesos de obstaculización y entorpecimiento que hacen que los
mecanismos productores de la libertad, esos mismos que fueron convocados para asegurar y fabricar esta
libertad, van a producir de hecho efectos destructores que arrastrarán incluso a quienes lo producen. Es el
equívoco de todos los dispositivos que uno podría denominar como liberógenos, destinados a producir la
libertad y que, eventualmente, pueden correr el peligro de producir exactamente lo contrario.
Esta es precisamente la crisis actual del liberalismo: es decir, que el conjunto de estos mecanismos —que en
general desde los años 1925-1930, intentaron proponer fórmulas económicas y políticas que garantizasen a los
Estados contra el comunismo, el socialismo, el nacional-socialismo, el fascismo: los mecanismos, garantías de
libertad, implantados para producir ese plus de libertad o para reaccionar en todo caso a las amenazas que
pesaban sobre esta libertad— fueron todos del orden de la intervención económica, es decir, la puesta en
sujeción o en todo caso de la intervención coercitiva en el campo de la práctica económica.
Ya sea que se trate de los liberales alemanes de la escuela de Friburgo, a partir de 1927-1930, o de los liberales
estadounidenses actuales denominados libertarianos. Tanto en un caso como en el otro, desde que hicieron sus
análisis, el problema secando, esto es: para evitar ese menos de libertad que sería arrastrado por el paso al
socialismo, al fascismo, al nacional-socialismo, es que se pusieron los mecanismos de intervención económica.
Ahora bien, en efecto, estos mecanismos de intervención económica, ¿no introducen subrepticiamente tipos de
intervención, ) es que acaso no introducen ellos, modos de acción —que son en sí mismos al menos tan
comprometedores para la libertad— que estas formas políticas visibles y manifiestas se quieren evitar? Dicho de
otra manera, son precisamente las intervenciones del tipo keynesiano las que van a estar de todo en el centro
de estos diferentes debates.

Todas estas intervenciones llevaron a algo que se le puede denominar una crisis del liberalismo y es en esta
crisis del liberalismo que se manifiesta en un cierto número de reevaluaciones, reestimaciones, nuevos
proyectos en el arte de gobernar formulados en Alemania antes de la guerra e inmediatamente después de la
guerra, y formulados actualmente en Estados Unidos.
Para resumir, o para concluir, quisiera decir lo siguiente. Si es cierto que el mundo contemporáneo, es decir, el
mundo moderno del siglo XVIII, ha sido sin duda constantemente traspasado por cierto número de fenómenos a
los que se les puede llamar crisis del capitalismo, ¿no se podría decir también que hubo crisis del liberalismo,
que, por supuesto, no son independientes de las crisis del capitalismo? El problema de los años treinta que yo
evoqué anteriormente es una prueba de ello.- Pero la crisis del liberalismo no es simplemente la proyección
pura y simple, la proyección directa de estas crisis del capitalismo en la esfera de la política.
La crisis del liberalismo, pueden hallarlas en el enlace con la crisis de la economía del capitalismo. Ustedes
pueden encontrar también un desfase cronológico respecto a esas crisis, y de todos modos la manera misma en
la cual estas crisis se manifiestan, se administran, llaman a reacciones, provocan reacomodos, no son
directamente deducibles de la crisis del capitalismo. Esta es la crisis del dispositivo general de la
gubernamentalidad y me parece que se podría llevar a cabo el estudio de la historia de estas crisis, del
dispositivo general de gubernamentalidad, tal cual se instauró en el siglo XVIII.

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