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Marta Policinska
(Universidad de Sevilla)
Abstract: This article is focused on the change in the russian literature point of
view that took place within the arrival of the Revolution and the request of the new
soviet state for a new kind of literature that would be compatible with the speech of
the “new society” and that would achieve the necessary ideoligical transformations
among the population. I based this article on two very representative aspects of
how the soviet literature was submit under pressure during the 20s and 30s: on one
hand the censorship and the banning of texts that were considered damaging by the
Comunist Party leadership and physical repression of writers, and on the other
hand the increasing doctrine of the social realism beeing the motor to stimulate the
total unification in the literature in both of its aspects, formal and ideological.
Keywords: Propaganda, literature, Soviet Union, censorship, social realism
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Marta Policinska
1. Introducción
Escribió Van Dijk en su análisis de pragmática literaria que el funcionamiento o no de
un texto como texto literario depende de convenciones sociales e históricas que
pueden variar con el tiempo y con la cultura, reseñando a la vez que nuestros
sistemas de conocimiento y normas están socialmente delimitados y dependen de las
reglas, normas y valores de una cultura o comunidad (Van Dijk, 1999: 176). Respecto
a la literatura rusa no cabe duda que a lo largo del siglo XX ha sido en gran parte
definida por los hechos políticos, y más aún a partir de la Revolución de 1917; el
régimen totalitario de la Unión Soviética, aquél que controlaba todos los aspectos de
la vida social, cuestionó a la principal razón de ser de la literatura, que es la libertad
para la realización de sus metas estéticas, éticas y cognoscitivas, sirviéndose de ella
como un instrumento de adoctrinamiento y esclavización de la sociedad (Drawicz,
1992: 12).
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La literatura al servicio del estado
Entre los miembros del Partido hubo una variedad de ideas muy grande acerca de los
asuntos relacionados con la cultura en general y con la literatura en particular. Como
escribe Katerina Clark, mirando desde la perspectiva de los años 20
lo que iba a venir era mucho más difícil de prever de lo que se ha supuesto. El mundo
literario era muy complejo, se formaban constantemente nuevas alianzas y
antagonismos, y las fortunas de varios grupos literarios y escritores eran objeto de
cambios sorprendentes. Incluso el Partido estaba dividido en las cuestiones literarias
(Clark, 2000: 31).
Los bloques principales eran por un lado los viejos bolcheviques, de ideas más
moderadas y un espíritu de conciliación que encarnaba principalmente A.
Lunacharski; por otro lado estaban los más jóvenes, como los que actuaban en el
RAPP y otras organizaciones culturales de comunistas militantes, que favorecían la
politización de la cultura y el establecimiento de la hegemonía de los comunistas en
todas las ramas artísticas. El Comisariado del Pueblo para la Educación, encabezado
por Lunacharski y responsable de la implantación de las políticas en la esfera de la
educación y de las artes fue acusado en 1928 de tratar con demasiada suavidad a la
inteligencia, de falta de la “vigilancia comunista” y de no entender la significación de
la “lucha de clases en el frente cultural”; hasta este momento, y aunque los años 20
eran el período de una lucha sectaria en todas las ramas artísticas, la línea de “mano
blanda” había sido la que iba prevaleciendo sobre las demás.
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El Estado impuso también medidas que tenían como objeto controlar las imprentas,
las fábricas de papel y luego todas las editoriales de libros, revistas y diarios. Uno de
los actos del control político era la supresión de noticias incómodas para el régimen,
como por ejemplo las que trataban las hambrunas en Ucrania en 1932. En 1917 los
líderes bolcheviques suprimieron todas las publicaciones rivales y establecieron el
control personal sobre las publicaciones, justificando las expropiaciones de las
imprentas (Brooks, 2000: 4). En 1918 se nacionalizó la parte material de las
publicaciones, incluida la producción del papel. En 1920 apareció la Casa Editora del
Libro que iba a nacionalizar completamente la industria del libro, aunque en 1925 no
había alcanzado todavía su objetivo. Si al comienzo de la era NEP en Moscú había
220 editoriales privadas (muchas de ellas se convirtieron en cooperativas), en 1930
funcionaban ya sólo unas pocas, las que pertenecían a las grandes organizaciones
(como El Escritor Soviético controlada por Unión de los Escritores). Incluso las
organizaciones que tenían permitido publicar sus revistas debían tener asignado a un
representante de Glavlit que revisaba todos los textos.
La censura no se limitaba a las obras concretas, sino que podía provocar la completa
desaparición de algunos autores de la vida literaria. En los manuales de historia de la
literatura rusa, en la Enciclopedia Literaria y otras obras de carácter parecido, los
nombres de los escritores que perecieron en los campos de trabajo o prisiones, o de
otros que sufrieron represión, no eran mencionados ni siquiera en el índice, lo que
falsificaba completamente el panorama literario de la época.
No hay que perder de vista también el hecho de que a algunos escritores, los que
mostraban en sus obras unas claras tendencias contrarrevolucionarias, se les aplicaba
medidas disciplinarias, como arresto, cárcel, exilio o muerte. En los años 20 los casos
de aniquilación física de escritores no eran muy comunes y el número de las víctimas
fue relativamente pequeño, pero lo que sí se daba con mayor frecuencia era el
ostracismo profesional o un silenciamiento que quitaba a los afectados la posibilidad
de vivir de su oficio de escritor. Sin embargo en los años 30 los escritores soviéticos
no se libran de destino común de la sociedad, que pierde alrededor de diez millones
de sus miembros en las grandes purgas de Stalin. Las cifras hablan por sí mismas: de
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los 700 escritores que asistieron al I Congreso de Escritores Soviéticos en 1934, tan
sólo 50 sobrevivieron para poder reunirse en el II, celebrado en 1954.
Por tanto, se consideraba que la función principal del arte era la educación de las
masas en el “espíritu socialista”; dicha función sólo podía cumplirse cuidando un fácil
acceso a la literatura e insertando en las obras una ideología inequívoca, siempre de
acuerdo con la política actual del estado y del partido (Fast, 1991: 15).
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comunidad, un hombre sin dudas acerca del futuro del comunismo y sin tachaduras
morales. Se debía anticipar la futura forma del hombre, hacer de él un héroe,
exagerarlo, hacerlo romántico y monumental. “El héroe positivo” tenía que ser la
encarnación de las virtudes bolcheviques, alguien a quien los lectores pudieran
imitar, un líder de la masa con una gran autoridad.
El realismo socialista se basaba en una serie de clichés que movían al héroe positivo.
Uno de ellos era la pertenencia a la “familia”, no en sentido natural, sino a la gran
familia de luchadores por la misma causa. Otro era el martirio y el sacrificio: como
mínimo el héroe positivo debía llevar un estilo de vida ascético, con una dedicación
total a la construcción del comunismo. También se repetía mucho el motivo según el
cual una persona relativamente asocial es guiada por un mentor que le hace ver la luz
de la nueva realidad, que refleja el ritual de la iniciación.
También existían ciertos clichés referentes a las acciones de los héroes o el medio en
el cual se desarrollaban. Una de las premisas básicas era la actualidad, referirse sólo a
los hechos del presente, como si el pasado prácticamente no existiera. Otra premisa
era narodnost o el espíritu del pueblo, que exigía que las obras describieran
únicamente los hechos importantes para el pueblo, y siempre desde el punto de vista
de la ideología bolchevique. El optimismo era obligatorio – había que presentar la
realidad como una especie de paraíso, un mundo idealizado, en el que era posible
conseguir todo lo que se deseaba con mucha fuerza. A veces para conseguir el objetivo
había que vencer muchos obstáculos, como enemigos de toda clase (en algunos casos
podían ser burócratas, personas hostiles al régimen, o personas que no creían en la
posibilidad de conseguir el objetivo), las fuerzas de la naturaleza, etc. No se dudó
tampoco en describir de forma entusiasta el sistema de esclavitud de los campos de
trabajo: por iniciativa de Maxim Gorki una brigada de 130 escritores hizo el viaje a la
construcción del Canal Mar Blanco – Mar Báltico donde trabajaban centenares de
miles de prisioneros; el efecto fue la historia de la construcción escrita por 35 autores
(Owsiany, 1992: 165). Muchas veces la trama o los personajes de las novelas del
realismo socialista tenían una misma fuente: el periódico Pravda. Con estas
características se hace patente que el realismo socialista se refería más al contenido
de la obra literaria que a su forma.
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El realismo socialista cambió también la relación del propio autor con su obra. Los
escritores ya no eran creadores de textos originales, sino unos contadores de cuentos
ya preconfigurados por el Partido. Habían perdido también la autonomía del artista
sobre su propia creación: ahora eran los editores y críticos los encargados de velar por
la pureza de lo que se contaba en el texto y el seguimiento del canon. Los escritores
eran presionados para reescribir sus obras de acuerdo con las políticas actuales del
Partido, y en muchos casos los cambios los llevaban al acabo los propios editores, sin
el consentimiento del autor que se enteraba de ellos ya publicada la obra. Por otro
lado, seguían existiendo escritores que no adaptaban a sus obras al imperante
realismo socialista. Estos escritores estaban fuera de la circulación literaria del
momento, pero a la vez sus obras respondían o reaccionaban a las obras “oficiales”
del canon literario soviético. Así, muchos de ellos se dedicaban a escribir “para el
cajón”; de esta manera se crearon muchas obras que, publicadas años después,
conforman la segunda cara de los años 30. Estas obras son resultado de una protesta
interior de los autores en contra de las obligaciones de la política cultural oficial.
4. Conclusiones
El sistema totalitario de la Unión Soviética reprimió el curso natural del desarrollo de
la literatura del momento y la puso al servicio del Estado y del Partido Comunista. La
ideología comunista pretende cambiar el mundo, llevar a los seres humanos por la
senda que les conducirá a un paraíso terrenal. Se creará una sociedad nueva en la que
ya no habrá injusticia ni diferencias sociales: todos serán iguales, todos tendrán las
mismas posibilidades, todos vivirán cómodamente. Para llevar a cabo estos
propósitos había que convencer de ello la población de la Unión Soviética, y esto se
hizo a través de dos mecanismos muy potentes: el primero era el aparato del terror
creado por el estado, muy eficaz para acallar todas las protestas que pudieran darse, y
el segundo, la propaganda, a través de la cual se adoctrinaba al pueblo para que
aceptara con absoluta normalidad este intento de crear una sociedad completamente
nueva, con los valores diferentes de los que existían anteriormente.
Los escritores en la Unión Soviética se encontraron entre las ruedas de estos dos
mecanismos. El terror era la garantía de que no se publicaría nada indeseable. La
censura no dejaba publicar ni exhibir nada que atentara de alguna manera en contra
de los ideales del comunismo y, desde los años 30, el desafío al régimen podía tener el
precio más alto: la misma vida, precio que pagaron muchos escritores soviéticos,
entre ellos Mandelshtam, Babel o Pilniak. Por otro lado, con la proclamación en 1934
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
BROOKS, Jeffrey (2000): Thank You, Comrade Stalin! Soviet Public Culture from
Revolution to Cold War. Princeton University Press
CLARK, Katerina (2000): The Soviet Novel. History as Ritual, Indiana University
Press
DRAWICZ, Andrzej, (1992): “Nowe czasy, nowe klopoty, nowe nadzieje”, en:
BOBILEWICZ – BRYS, Grazyna, DRAWICZ, Andrzej (eds.), Literatura
rosyjska XX wieku. Nowe czasy, nowe problemy, Warszawa, Polska Akademia
Nauk, Instytut Slawistyki, Slawistyczny Osrodek Wydawniczy, pp. 9-14
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