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Macondo: la ciudad de los espejismos

Apuntes para una antropología literaria

Por: Andrés Gordillo*

Cien años de soledad ha sido catalogada con justicia como una de las obras más
importantes de la lengua castellana de todos los tiempos. García Márquez se ha hecho
merecedor de todos los reconocimientos con esta obra-monumento. En Colombia sus
libros se venden como pan caliente: en las calles de Bogotá salen incluso antes del
lanzamiento oficial en impresiones piratas al lado de las obras de autosuperación y
demás títulos que se cotizan en el mercado. En el mundo en años pasados, incluso, por
encima de escritores como Milan Kundera, fue escogido como el mejor escritor vivo por
alguna de las revistas que se ocupan de estas curiosas clasificaciones.

Estos logros de García Márquez, este inmenso reconocimiento mundial y nacional


contrasta brutalmente con la situación original de la literatura colombiana, que se
caracterizaba más bien por su muy estrecho alcance tanto en el país como fuera de él.
Pienso no en Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera, o en el fenómeno José María Vargas
Vila, que trascendieron el ámbito nacional y tuvieron reimpresiones (sin por tanto
hacerse “universales” como GGM), sino en los primeros escritores “nacionalistas”,
surgidos en la segunda mitad del siglo XIX: José Maria Vergara y Vergara, autor de la
primera historia literaria de Colombia y del cuadro de costumbres las tres tazas, y en
Eugenio Díaz Castro, autor de Manuela, novela de costumbres campesinas y en tantos
otros autores hoy completamente olvidados, que no ganaron nunca un reconocimiento
ni nacional ni internacional. Basta con pasar por la casa de Vergara, el autor de la
primera historia literaria de Colombia, diagonal a la Biblioteca Luis Angel Arango, para
comprobar el olvido. La casa está en ruinas, sólo una plaquita manchada de ese hollín
negro que se acumula sobre Bogotá, recuerda al transeúnte un nombre que no le dice
nada, como sucede con la mayoría de las placas y monumentos de nuestra ciudad.

De Eugenio Díaz, no temo asegurar que su olvido es mayor. Cabe recordar que Manuela
fue considerada en su momento como un monumento a las letras nacionales, fue la

*
Profesor del Departamento de Antropología. Pontifica Universidad Javeriana.
primera novela “eminentemente nacional”1. La obra fue escrita tomando como fuente de
inspiración el municipio de Ambalema donde había vivido don Eugenio, en la tierra
caliente, en la frontera de la “civilizada” tierra fría; allá donde la “barbarie” azotaba con
mayor fuerza, donde el gamonal ejerce su poder arbitrario y manda sobre los cuerpos de
las campesinas y los campesinos indefensos2.

Bueno es sacar del olvido ahora que el propósito es celebrar a Macondo a estos
escritores casi anónimos que casi nadie lee ni recuerda, pero que dieron los primeros
pasos en la carrera de formar una literatura nacional3. En su momento, Eugenio Díaz, y
José Maria Vergara se quejaron a menudo de la soledad y la ingratitud con que se
cultivaban las letras en nuestro medio. El ejercicio del literato era la más ingrata de las
profesiones, pues sus lectores (lectorcitas, se decía en ese entonces a quienes leían
novelas) siempre prefirieron las lecturas francesas a la moda y les sonaba muy forzado
eso de un naturalismo criollo, porque no se comparaba el aguardiente con la champaña,
el tiple con la guitarra, y el tosco boga semidesnudo con el gondolero veneciano.

Vergara por ejemplo murió de pobreza y de soledad. Pasó de caballero hijodalgo con
haciendas en la sabana a la más espantosa ruina. No le legó a sus huérfanos sino su
biblioteca de autores colombianos, su colección de esquelas y bibliografías, que ahora
es uno de los fondos de la Biblioteca Nacional. Mucho es lo que va de estos escritores al

1
A decir del propio José María Vergara y Vergara, quien fue en el siglo XIX uno de los
principales editores de Bogotá en lo relacionado con la literatura nacional.
2
Una lectura posible de Manuela, se puede hacer interpretando en clave los nombres de
sus protagonistas: Demóstenes, el ciudadano liberal, toma su nombre del demagogo
griego, el retórico por excelencia. Manuela, tomaría su nombre de la célebre Manuela
Beltrán, la líder popular de los comuneros. A diferencia de don Demóstenes, el cachaco
ilustrado que cita a Voltaire y a Rousseau y los derechos intangibles, Manuela cita el
saber popular, los refranes y dichos del saber del pueblo, que no conoce de derechos, ni
de democracia, y si de revoluciones-para-seguir-igual, de sufrimiento y de un poder sin
cortapisas. Así la novela propone una dramatización de la contraposición entre la
Atenas Suramericana y la Tenaz Suramericana, el mismo desfase que analiza de manera
sutil Angel Rama en La ciudad letrada.
3
Acerca de Vergara y la tertulia del Mosaico pueden consultarse: Acosta, Carmen Elisa.
Lectores, lecturas y leídas: historia de una seducción en el siglo XIX. Bogotá: ICFES,
1999. También: Gordillo Restrepo, Andrés. El Mosaico (1858-1872): elites, cultura y
nacionalismo en la segunda mitad del siglo XIX en Colombia. En: Revista Fronteras de
la Historia, ICANH, Vol 8. Sobre el canon literario del siglo XIX, ver: Gordillo
Restrepo, Andrés. EL corazón y la norma: aproximaciones al canon conservador del
siglo XIX. Bogotá: Alcaldía Mayor de Bogotá, 2000.
éxito del Nobel y al boom latinoamericano. Hoy en día la literatura latinoamericana se
cotiza bien en el mercado extranjero, hay escritores colombianos traducidos a varios
idiomas, hay artistas reconocidos mundialmente que exponen en los salones
internacionales.

Ha sido necesario para esto pasar por un proceso. Uno lee la novela de José Asunción
Silva De sobremesa que es a mi juicio un fracaso literario y se da cuenta que ese
proceso pasaba por una reconciliación con la identidad, por una meditación y un ensayo
y error sobre lo que implicaba escribir en Colombia, un ensayo y error sobre las formas
literarias de resolver la pregunta que aquejaba a Silva de cómo ser moderno en este país.
Para Silva en su novela, no en su obra poética, pareciera que sólo se era moderno
estando afuera, siendo como europeo, como si sólo se pudiera ser moderno en el lugar y
por la mimesis de ese “otro” que fallamos ser y con respecto al cual el mundo
americano resultaba una pura degeneración.

Los costumbristas pensaban que había primero que empezar por nombrar con nombre
propio las cosas, lo que hicieron cuando describían “al natural” al campesino, al
jornalero, al gamonal, lo que nunca antes había sido novelado; pero su plan carecía de
ambiciones universalistas. De acuerdo a Sergio Arboleda (1822-1888) en un librito suyo
titulado Las letras, las ciencias y las bellas artes en Colombia, la hora de la modernidad
literaria no llegaría hasta cuando no se diera la modernidad científico técnica: puesto
que el mundo social se desenvolvía en la precariedad y lo premoderno en Colombia, su
reflejo literario debía por fuerza revelar esa premodernidad de manera que resultaba
imposible estar a la vanguardia de las modas literarias4. Este modo de relacionar modelo
y obra de arte, servia para justificar la inexistencia de obras universales en Colombia.
Hoy García Márquez, demostró que no es cierta la correlación5.

4
La teoría sostenía a la manera materialista que los cambios en la superestructura (las
artes p. ej.), sólo ocurrían cuando se dieran cambios previos en la estructura productiva
y social.
5
El tema ha sido más bien sobre cómo es que se ha dado un modernismo en las artes y
en las formas en general (medios de comunicación, gustos globalizados) pero sin una
modernización de las demás estructuras. Algunos desarrollos al respecto pueden verse
en García Canclini, Néstor. Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la
modernidad.
La cuestión que se planteaba entonces era por la existencia de un genio y un carácter
nacional, por la expresión popular de lo colombiano, sobre la identidad nacional en el
concierto de las jóvenes naciones modernas: ¿había que tomar el modelo francés, el
modelo español, inventar uno nuevo, seguir una tradición, inventar una tradición?

Las preguntas por la expresión de la identidad nacional no eran ni son (porque todavía
se plantean los interrogantes de Silva) exclusivas del campo estético - expresivo, sino
que atañen/ían a la historia política y cultural, a las formas en que se ha pensado “el
pueblo” en Colombia, a la manera en que se lo representa, y como se representa y
simboliza la nacionalidad en el imaginario colectivo, o en otras palabras como se ha
construido, por quienes, con qué elementos la “comunidad imaginada”6 ya que como
recuerda el titulo de un libro de Homi Bhabha, Nación es narración7.

Para tener en cuenta que el asunto de la identidad no es exclusivamente una inquietud


literaria, recordemos como Bolívar formulaba este asunto absolutamente apremiante en
el Congreso de Angostura, al encarecer a los constituyentes de entonces que
reconocieran la singularidad de la identidad (o más bien no identidad) colombiana:

Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del


norte, que más bien es un compuesto de África y América, que una
emanación de Europa: pues que hasta la España misma deja de ser europea
por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter. Es imposible
asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos. La mayor
parte del indígena se ha aniquilado, el europeo se ha mezclado con el
americano y con el africano, y éste se ha mezclado con el indio y con el
europeo. Nacidos todos del seno de una misma madre, nuestros padres,
diferentes en origen y en sangre, son extranjeros, y todos difieren
visiblemente en la epidermis; esta desemejanza trae un reato de la mayor
trascendencia. Simón Bolívar. Discurso de Angostura, 19 de febrero de
1819.

El problema de la identidad interpelaba pues a los “intelectuales” de la época de


fundación de la nación. Era un problema a la vez jurídico (pues de él dependían las
formas de gobierno adecuadas) y literario además de político (pues la lucha ideológica
entre los partidos políticos comprometía una política de la identidad para la nación). Los

6
Ver: Benedict Anderson. Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y
difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica, 1993.
7
Bhabha, Homi (comp). Nation and narration. London: Routledge, 1990.
“intelectuales” eran los mismos: pertenecían a una sociedad en la que política, arte y
literatura se presentaban como un continuo en una sociedad muy poco especializada,
donde el título de autor solía ser intercambiable por un título de autoridad, como
señalaba el costumbrista español Ramón de Mesonero Romanos, y esto sin duda dejó
sus trazas en el lenguaje literario. El intelectual, el pensador, estaban generalmente en
función de las ideologías de partido y muy ocasionalmente superaba y separaba de ello
su quehacer literario.

De manera que la literatura (en la que se puede incluir la mal llamada “literatura oral”)
es de varias maneras un punto de partida para tener en cuenta en variados análisis de las
ciencias sociales y de la antropología en particular ya que permite comprender las
cambiantes dinámicas culturales, sociales y políticas, las creencias, la composición y
recomposición de signos… la apropiación creativa contemporánea de los arquetipos
universales… Como lo han dicho otros autores, la literatura es el reflejo de una manera
de concebir el mundo, de representarlo, es en síntesis como señala Ernest Cassirer “la
mejor revelación de la vida interior de la humanidad”8. En la obra literaria es como si se
condensara “el acontecimiento humano”. Como bien lo sugiere Antonio Blanch, desde
la antropología es posible desarrollar un enfoque interpretativo que “permita estudiar las
obras literarias con el fin de hallar en ellas las imágenes del hombre que ahí se
expresan”.

Este estudio, pienso que resultaría en una suerte de subárea de la historia del
pensamiento antropológico, que abordaría la manera en que el hombre se da a conocer
en y desde los textos literarios: “no sería un estudio del hombre histórico, sino del
hombre imaginario, del hombre simbólico”9, de las formas en que se actualiza el
pensamiento mítico por ejemplo. En este campo la antropología cuenta con algunos
faros, entre otros la sobresaliente obra de Gilbert Durand, sobre arquetipología,
mitología e imaginación simbólica o los aportes al estudio de los imaginarios que ha
hecho Marc Augé 10.

8
Citado en: Antonio Blanch. El hombre imaginario. Una antropología literaria.
Madrid: PPC, 1995.
9
Blanch. Op. cit.
10
Véanse por ejemplo: Durand, Gilbert. Las estructuras antropológicas de lo
imaginario: introducción a la arquetipologia general. Madrid: Taurus, 1982. Del
El desarrollo de la antropología literaria tiene en Fernando Poyatos11 a uno de sus
iniciadores, y hoy con el desconstructivismo y el postestructuralismo en boga parece ser
una tendencia que cobra cada vez mayor significancia. Claro que cabe anotar que la
relación entre antropología y literatura (para no hablar de la relación entre etnografía y
literatura que de por sí es ya un campo muy amplio) es anterior a su formalización por
Poyatos quien se reclama el fundador de estos estudios. Vale anotar como el análisis
textual ya fue puesto en práctica por Clifford Geertz quien, retomando a Paul Ricoeur,
cree que el antropólogo debe considerar a la cultura como un fenómeno semiótico que él
mismo convierte en un texto (mediante una inscritura)12:

“El etnógrafo - dice Geertz- "inscribe" discursos sociales, los pone por escrito, los
redacta. Al hacerlo, se aparta del hecho pasajero que existe sólo en el momento en que
se da y pasa a una relación de ese hecho que existe en sus inscripciones y que puede
volver a ser consultada...”13

Macondo: el mito
Quienquiera que habla con imágenes primordiales, habla con mil voces
Carl Jung.

Hoy la literatura en Colombia con García Márquez el primero ha contribuido a que los
flujos culturales no sean unidireccionales como ocurría en el siglo XIX: el realismo
mágico forma parte de lo que se suele llamar cultura general de japoneses,
estadounidenses y europeos con algún grado de curiosidad literaria.

En relación con esto dos hechos me parecen sobresalientes. Por un lado, lo que
Macondo ha venido significando para la reelaboración de la identidad colombiana. Por
otro lado, la manera en que Macondo se ha convertido en un estereotipo.

mismo autor: La imaginación simbólica. Buenos Aires, Amorrortu, 1971. Augé, Marc.
La guerra de los sueños. Ejercicios de etno-ficción. Barcelona, Gedisa, 1998.
11
De Fernando Poyatos puede consultarse: Literary anthropology: toward a new
interdisciplinary area.
12
Ver: Adam Kuper. Cultura: la versión de los antropólogos. Barcelona: Paidós, 2001.
13
Ver: http://www.difusioncultural.uam.mx/revista/oct2000/salazar.html, página
consultada el 24 de mayo de 2005.
Partiendo de la comparación de Gabriel García Márquez con los escritores
decimonónicos, puede verse un desplazamiento importante y una realización del mismo
objetivo que ellos dejaron planteado. Para la segunda mitad del siglo XIX, época
fundacional de las letras colombianas, los hitos de la nacionalidad, del genio
colombiano, estaban no muy lejos de la sabana de Bogotá y si muy lejos del Caribe.
Entonces se decía que el bambuco era el aire nacional14. Incluso Eduardo Posada Carbó
clasifica esta época como la república andina, pues la identidad nacional excluía al
Caribe, lo invisibilizaba, como lo hacía con el Pacífico, la amazonía y las regiones que
aun hoy están en el borde de nuestro imaginario nacional.

Así que Cien años de Soledad es en gran medida para la tradición de las letras andinas
la voz de “otro”, la irrupción de lo impensado (parafraseando a Michel de Certeau),
porque Macondo sería impensable desde una aldea de los Andes, aunque sea cierto que
Macondo como mito del abandono tiene vigencia en cualquiera de los más de mil
municipios de la geografía colombiana, incluyendo al Distrito Capital, pero sobre todo
en Toribío y Bojayá para dar ejemplos que tocan nuestra sensibilidad. No por nada
Alfonso López M. caracteriza a Colombia como el Tíbet de América del Sur.

Y aquí sin duda llaman la atención los nombres de nuestra geografía que tanto nos
recuerdan nuestro ser excéntrico, es decir que el centro está afuera, pues Bogotá es
también Santa Fe y Atenas, Colombia es también el Tíbet y la Nueva Granada; así como
hay nuevos Madrid, Líbano, Cartagena, Antioquia… Solo parecería que Macondo es
Macondo y esto en cierta medida nos centra, pues ahora Colombia es Macondo.
Macondo ha empezado a constituir para el imaginario colectivo una imagen de
Colombia.

García Márquez puede decirse que consiguió el objetivo que en un principio se


plantearon los primeros costumbristas: hacernos ver al mundo como un pueblo con una
voz propia. Como señala Renato Ortiz, partiendo de Pierre Bourdieu: “El sujeto
hablante además de emitir un enunciado, lo hace envuelto en determinadas situaciones
en las cuales su discurso posee un valor desigual. Una lengua no es solamente
instrumento de comunicación, es también instrumento de poder. El habla, para ser
tenida en consideración (o sea, para ser escuchada) debe revestirse de legitimidad.
Existe por lo tanto un mercado de los sentidos en el cual las hablas disfrutan de valores
diferenciados”15. García Márquez entre otros escritores del boom ayudó a dar esa
legitimidad esquiva al español de América Latina.

Sobre el punto mencionado del estereotipo, este ha sido ya destacado por los críticos de
García Márquez. El boom ha corrido en paralelo con el desarrollo de una imagen
internacional de “lo latino”, pero se trata de una imagen muy vaga, indiferenciada,
además de inmóvil, a la cual las nuevas generaciones de escritores latinos tratan de
escapar como si se tratara de una prisión. ¿En que medida Macondo contribuyó a
configurar y reforzar el estereotipo de la América Latina donde lo fantástico y lo
exótico se mezclan y se confunden, como ocurría ya inclusive en las representaciones
americanas de las crónicas de la Conquista y en el imaginario barroco?

La principal critica que se hace del universo garciamarquiano, del cual Macondo es la
construcción más representativa tiene que ver justamente con la manera como complace
la mirada exotista usual sobre América latina, crítica que se puede hacer extensiva por
ejemplo al colorido universo pictórico de Fernando Botero.

Pensar América Latina sin el realismo mágico parece hoy el desafío de las nuevas
generaciones. Macondo se ha convertido en una especie de “arquetipo conceptual”, una
“matriz metafórica”16 para pensar la periferia y el abandono. El estilo y las referencias a
Macondo abundan en las descripciones casi cotidianas en Colombia de las apariciones
de la virgen, y en las crónicas de la cultura popular17. Estas consideraciones son todavía
mayores cuando se trata como ocurre con Cien años de soledad de una novela con
fuerza y caracteres tan evidentemente míticos.

14
Gordillo Restrepo, Andrés. Op. cit.
15
Ortiz, Renato. Mundialización y cultura. Bogotá: Convenio Andrés Bello, 2004, p.
104.
16
Victor Turner. Dramas, fields and metaphors. Symbolic action in human society.
Ithaca and London: Cornell University Press, 1974.
17
Es curioso que algunos antropólogos usen también el realismo mágico para
caracterizar la mentalidad colombiana. Fabián Sanabria propone por ejemplo “pensar la
virgen sin realismo mágico”.
Sospecho que uno podría realizar una lectura estructuralista de la novela, identificando
sus “mitemas” (para usar el lenguaje de Gilbert Durand) hallando correspondencias con
la “sintaxis” de otros mitos, en particular con el Antiguo Testamento bíblico18.

Para concluir, quisiera dejar formulada una pregunta y una respuesta parcial a ella, no
acerca de cómo se puede superar el realismo mágico (teniendo claro que la “salida” del
realismo mágico ya se está dando o ya se dio y sus alternativas no pueden ser planteadas
en términos análogos a los de Sergio Arboleda, o creyendo que para alcanzar la
universalidad haya que adoptar un vanguardismo excéntrico), sino por la manera en que
este mundo simbólico de Macondo, esa metáfora de la vida misma, termina
convirtiéndose en “universal”.

Como siempre, no hay una sola manera de responder la pregunta. Pero creo que una
parte importante de la respuesta posible atañe directamente a la obra en sí misma:
porque en Macondo se encuentra ordenada una experiencia vital, de amarguras y
alegrías “que se han repetido infinidad de veces en nuestra historia primitiva”19. Es una
forma estética de ordenar el caos de la experiencia humana cotidiana en el Caribe y en
América latina y por extensión la experiencia moderna. La experiencia de recibir todo
tarde, (hasta la muerte, como decía el poeta Julio Flores20), la del desplazamiento y la
fundación del paraíso, la enfermedad y la locura, la división fratricida y la guerra, la
experiencia del abandono sobre todo, se encuentran condensadas y “narradas
patéticamente como en las narraciones míticas”, en la historia apenas centenaria y en el
destino fatídico de Macondo.

18
Así el huracán que termina con Macondo equivaldría al diluvio universal, solo que en
Macondo no hay segunda oportunidad: no hay Noé que asegure la continuidad de la
estirpe condenada por el destino y por sus pecados. Para una lectura más profunda
sobre el tema: Figueroa, Cristo Rafael. “Cien años de soledad: reescritura bíblica y
posibilidades del texto sagrado”, en: XX Congreso Nacional de Literatura, Lingüistica y
Semiótica. Cien años de soledad. 30 años después. Bogotá: Universidad Nacional de
Colombia - Instituto Caro y Cuervo, 1998. p.113 – 121.
19
Carl Jung, citado en Antonio Blanch, op. cit.
20
Esta referencia se encuentra en un excelente libro inédito de Gabriel Restrepo titulado
Fiesta, caridad y ahorro. Debo agradecerle no sólo esta referencia sino muchas otras
ideas que recojo continuamente de su obra y de nuestras frecuentes conversaciones.

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