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A. Padilla Monge
Universidad de Sevilla
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permite hacer divisi€n de los bienes comunes, si los hay, y repartir el dinero entre
sus miembros. En suma: a no ser que un colegio o una asociaci€n de cualquier tipo
se re•na de acuerdo con la autorizaci€n del senadoconsulto o del emperador, ese
colegio se forma en contra del senadoconsulto y de los mandatos y constituciones
imperiales. A los esclavos tambi‚n se les puede admitir en un colegio de humildes,
si lo autorizan sus dueƒos, para que los tesoreros de esas asociaciones sepan que sin
quererlo o sin saberlo su dueƒo no los pueden admitir en un colegio de humildes, y
que en lo sucesivo quedan sujetos a la multa de 100 „ureos por cada persona
[esclava admitida indebidamente] [Dig. XLVII, 22, 3].
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T•, que quieres entrar en este colegio, lee por completo la ley y luego entra,
para que no tengas despu‚s queja alguna ni dejes litigio a tu heredero.
Ley del colegio:
Se acord€ por todos que aquel que quiera entrar en este colegio dar„ en
concepto de entrada personal [kapitularium] 100 sestercios y un „nfora de buen
vino, y tambi‚n 5 ases cada mes.
Se acord€ tambi‚n que quien no pagara durante seis meses seguidos y le
acaeciera lo que es de humana condici€n, no tendr„ derecho a su asignaci€n de
funeral, aun cuando el testamento hecho la establezca.
Se acord€ tambi‚n que a cada uno de los miembros de esta corporaci€n
nuestra que muriera teniendo al d…a sus cotizaciones, le corresponder„n 300
sestercios de la caja, suma de la que se deducir„n 50 sestercios en concepto de
donaci€n funeraria, que se distribuir„n ante la pira; ahora bien, las exequias se
realizar„n a pie […].
Se acord€ tambi‚n que si muriera alg•n esclavo miembro de este colegio y
su cuerpo, de forma injusta, no fuera entregado por su dueƒo o dueƒa para ser
sepultado, ni hubiera dejado instrucciones escritas, se le har„ un funeral ficticio
[…].
Se acord€ tambi‚n que todo esclavo miembro de este colegio que fuera
manumitido, deber„ dar un „nfora de buen vino […].
Calendario de cenas: el 9 de marzo, natalicio del padre Cesenio [...]; el 27
de noviembre, natalicio de Antinoo; el 13 de agosto, natalicio de Diana y
aniversario de la fundaci€n del colegio; el 19 de agosto, natalicio del hermano
Cesenio Silvano; el 7 [€ 9] de [...], natalicio de la madre Cornelia Pr€cula; el 13 de
diciembre, natalicio de Cesonio Rufo, patrono del municipio.
Los presidentes de las cenas, nombrados seg•n el orden de la lista, de
cuatro en cuatro hombres por ese orden, deber„n aportar cada uno un „nfora de
buen vino y tantos panes de dos ases cuantos miembros del colegio hubiere,
tambi‚n 4 sardinas por cabeza y el menaje de mesa, agua caliente y servicio […].
Se acord€ tambi‚n que si alguien quiere exponer una queja o decir algo lo
haga en la asamblea, para que en los d…as solemnes podamos comer tranquilos y
contentos [Ley del colegio de adoradores de Diana y Antinoo de Lanuvium
(selecci€n); CIL XIV, 2112].
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El concepto de finalidad religiosa expresaba algo m„s amplio que el mero objetivo
funerario, que sin duda fue muy importante entre gentes de escasos recursos econ€micos;
inclu…a el sepelio de los difuntos (de functi sepeliantur), como se indica en la inscripci€n de
Lanuvium, pero tambi‚n contemplaba el cubrimiento de las necesidades de los m„s pobres
(ad sustinendam tenuiorum inopiam), como aparece reseƒado en la carta de Trajano a
Plinio el Joven. Sobre todo el hecho de que la gran mayor…a de estas asociaciones est‚n
documentadas epigr„ficamente como adoradores (cultores) de una o varias deidades, las
cuales en su mayor…a no son directamente relacionables con el mundo funerario o con la
muerte, justifican el m„s amplio sentido de asociaci€n religiosa, que es contrario a la idea
de que las asociaciones de pobres eran •nicamente asociaciones funerarias.
La restricci€n de limitar las reuniones a una al mes se refiere a las que podemos
considerar oficiales, durante las que los miembros pagaban la cuota mensual (stip
menstrua). Sin embargo, se celebraban otras reuniones durante el mes prescritas en los
propios estatutos (comidas de hermandad, ceremonias de culto, etc.); pues uno de los
elementos esenciales de estas asociaciones eran las reuniones comunitarias y de
confraternidad de sus miembros, sobre todo las comidas en com•n, que estrechaban los
lazos entre sus miembros, de modo que estas asociaciones cumpl…an en muchos casos las
funciones de familia para muchos pobres. As…, muchos ep…grafes transmiten una
terminolog…a familiar: padre (pater) y madre (mater) para el patrono o la patrona,
hermanos (fratres) y hermanas (sorores) para los miembros corrientes de la asociaci€n,
etc.
En un fragmento de Tertuliano puede observarse la similitud de caracter…sticas que,
seg•n el autor cristiano, definen estas comunidades cristianas y las de las asociaciones de
pobres, esto es, presidentes de la asociaci€n, la finalidad religiosa, la caja com•n, la cuota
mensual, la asistencia funeraria y la atenci€n a los pobres.
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La autoridad romana podía utilizar contra cualquier asociación el elemento
restrictivo implícito en la finalidad religiosa, acusándola de objetivos ilícitos bajo esa
apariencia (de lo que se quejaba Tertuliano, pues consideraba que no había ilicitud en los
objetivos de las asociaciones de pobres cristianos) y seguramente fue la justificación
esgrimida por los emperadores que decretaron persecuciones:
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encuentra carne de las víctimas, para la que hasta hace poco con dificultad se
encontraba un comprador. Por todo lo cual, es fácil deducir la multitud de personas
que podrían enmendarse si se les diera oportunidad para el arrepentimiento [Plinio
el Joven, Cartas X.96; traducción de F. Gascó Lacalle, Historia del Mundo Clásico
a través de sus textos, Madrid, 1999, pp. 147-148].
Trajano a Plinio:
Hiciste lo adecuado, Secundo mío, a la hora de resolver las causas de estos
que te delataron como cristianos. Pues no se puede establecer algo con valor
universal que tenga una formulación inmutable. No se les debe buscar; si son
delatados e inculpados, deben ser castigados, sin embargo, de forma que quien
niegue ser cristiano y lo ponga de manifiesto -a saber, por medio de la súplica a
nuestros dioses-, aunque en lo pasado haya sido sospechoso, halle perdón una vez
arrepentido. Pero, a las denuncias anónimas no se les debe prestar atención en
ningún procedimiento judicial. Pues para nuestra época son pésimos ejemplos
[Plinio el Joven, Cartas X.97; traducción de F. Gascó Lacalle, Historia del Mundo
Clásico a través de sus textos, Madrid, 1999, p. 148].
Como hemos visto, la organización de los colegios cristianos era la misma de las
restantes asociaciones populares, pero, un elemento del contenido específico del
cristianismo se expresaba en el postulado paulino de que toda autoridad establecida
provenía de Dios. Por ello, el principio de autoridad tuvo un gran peso desde los primeros
momentos, de forma que los elementos democráticos no prevalecieron sobre los
monárquicos y autoritarios. Como indica G. le Bras, desde mediados del siglo II, las
asociaciones cristianas conformaban monarquías episcopales, con un clero estable, un
culto regulado y una disciplina impuesta desde arriba. Este principio de autoridad no sólo
continuó actuando hasta el triunfo definitivo de la Iglesia a fines del siglo IV, sino que ha
seguido funcionando hasta la actualidad.
El conocimiento del origen del cristianismo hispano se encuentra con una dificultad
fundamental: la falta de documentación contemporánea a los hechos. En efecto, no quedan
fuentes literarias directas de los seis primeros siglos de la era que hagan referencia a los
orígenes del cristianismo en Hispania. Además, el material arqueológico cristiano más
antiguo de Hispania no es en ningún caso anterior al siglo III.
En el siglo VII comenzó a sentirse en Hispania el deseo de vincular los orígenes del
cristianismo hispano con los apóstoles y con Roma. Con este objetivo, surgieron tres
tradiciones que dieron lugar a una abundante literatura de liturgias, oraciones, apologías,
etc.
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si aludiera a Hispania. Pero esto es a todas luces arbitrario. Aparte de esto, no hay
documentación que relacione a Santiago con España hasta el siglo VII. Hay un documento
titulado De ortu et obitu patrum, fechado antes de 612 y que M. C. Díaz y Díaz supone
escrito por Isidoro de Sevilla, en el que, por primera vez en la literatura, se relaciona a
Santiago con Hispania. Sin embargo, en otros documentos contemporáneos se ignora por
completo esta relación. Teniendo en cuenta el silencio de la literatura patrística anterior al
siglo VII y la datación de la documentación anterior, podemos, como indica M. C. Díaz y
Díaz, «honestamente prescindir de esta tradición en el momento de analizar los orígenes
del cristianismo en la Península».
La tercera tradición es la cuenta que, en 53, 57 ó 62, siete santos varones, después
de haber sido consagrados en Roma por Pedro y Pablo, desembarcaron en Abdera-Adra
(Almería) o en Carthago Nova-Cartagena, llegaron a Acci-Guadix (Granada) y allí
predicaron y convirtieron al pueblo. Después se repartieron y fundaron los siete primeros
obispados: Torcuato en Acci, Tesifonte en Bergi, Indalecio en Urci, Segundo en Abula,
Eufrasio en Iliturgi, Cecilio en Iliberri y Hesiquio en Corcesa. La documentación sobre
esta tradición no es en ningún caso anterior al siglo VIII y refleja un estado de cosas que en
absoluto se corresponde con lo que hoy sabemos acerca de la difusión del cristianismo en
los siglos I y II.
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lado, los intransigentes con los lapsos eligieron jefe al obispo africano Novaciano. Entre
los lapsos se hallaban los obispos de M‚rida y Astorga-Le€n, Marcial y Bas…lides, que
fueron depuestos por sus respectivas comunidades. Una vez muerto Cornelio, Bas…lides
procur€ recuperar su sede episcopal buscando apoyo en otra sede de autoridad moral
reconocida, Roma, ocupada en aquel momento por Esteban (254-257). Las comunidades
cristianas envueltas en el asunto hicieron otro tanto con otra sede episcopal, la de Cartago.
Se envi€ una carta a Cipriano, quien respondi€ con otra sinodial (Cipriano, Epist. 67), por
la que conocemos los elementos fundamentales del problema. La carta debi€ de ser
enviada en la primera mitad del 255, cuando a•n no hab…an surgido desavenencias
importantes entre Cipriano y Esteban (Cipriano, Epist. 67, 5, afirma que Esteban fue
engaƒado por Bas…lides), pues los enfrentamientos se plantearon a partir de 255, en
relaci€n con la validez que se deb…a conceder al bautismo realizado por los obispos
considerados herejes, controversia que se interrumpi€ con la persecuci€n de Valeriano y la
muerte de Cipriano en 258. Como subraya M. Sotomayor, la actitud de Bas…lides y de las
comunidades cristianas hispanas respond…a a la b•squeda de apoyos en otras Iglesias
locales de reconocida autoridad moral, como Alejandr…a, Roma, Antioqu…a o la misma
Cartago.
Por otro lado, las influencias art…sticas y cultuales norteafricanas atestiguadas a
partir de los aƒos finales del siglo IV han sido ponderadas en sus justos t‚rminos por M.
Sotomayor, quien, adem„s, pone al descubierto la existencia de influencias norteafricanas
en el Sur de Francia y la costa adri„tica, sin que se pueda deducir de ellas el origen
africano del cristianismo de ambas zonas. Este mismo autor realiza una detenida cr…tica de
los principales argumentos que han servido de asiento a la hip€tesis del origen africano del
cristianismo hispano. As…, la autoridad moral de Cipriano tambi‚n era tenida muy en
consideraci€n por obispos de otras sedes no relacionadas, ni relacionables con las Iglesias
africanas, como el de Lugdunum-Lyon; por su lado, las coincidencias entre el Acta de San
Cipriano y el Acta de San Fructuoso no son sino consecuencia del empleo en ambos
interrogatorios de un mismo cuestionario oficial utilizado en todo el Imperio durante la
persecuci€n; asimismo, las similitudes entre textos religiosos y actos lit•rgicos hispanos y
africanos s€lo puede mantenerse en pie como argumento olvidando las relaciones con otras
liturgias, como la de Mil„n y la de Alejandr…a, y, por •ltimo, las influencias art…sticas
africanas, que en todo caso no son las •nicas ni exclusivas de Hispania, s€lo son
atestiguables a partir del siglo IV. Cabe finalmente destacar, con E. Gozalbes, la debilidad
del cristianismo en la v…a de penetraci€n natural desde Cartago a la B‚tica e Hispania, es
decir, en la Mauritania Tingitana, en momentos en que era un fen€meno poderoso en
nuestra provincia.
Si, en Oriente, el cristianismo se hab…a convertido en un fen€meno esencialmente
heleno, en Occidente, se convirti€ en un fen€meno fundamentalmente romano y como tal
los cristianos mostraron una gran fidelidad a usos y costumbres que les eran propios. Esta
circunstancia se comprueba no s€lo en el fen€meno del asociacionismo cristiano a trav‚s
de colegios de pobres, del que ya hemos tratado, sino tambi‚n en el culto a los difuntos y
m„rtires que durante mucho tiempo no se diferenci€ en nada de la tradici€n romana
pagana. En l…neas generales, las regiones m„s prontamente romanizadas fueron tambi‚n las
primeras en el surgimiento de las comunidades cristianas; y no es vano recordar que la
romanizaci€n de la B‚tica fue muy temprana, tanto como la de la regi€n cartaginesa.
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el siglo II. Como en el resto del Imperio, estos cristianos viv…an sus creencias religiosas
generalmente reunidos en collegia tenuiorum de cuya existencia no hay constancia en
Hispania, pero que podemos suponer, con toda verosimilitud. S… est„n bien atestiguadas,
por el contrario, las asociaciones de pobres no cristianos, localizadas en las zonas donde
tambi‚n se testimonian las primeras comunidades cristianas.
La aparici€n de las primeras asociaciones de pobres cristianas en Hispania debe
ponerse en relaci€n directa con cristianos llegados a la pen…nsula, por motivos diversos,
desde distintos puntos del Imperio, antes que con una actividad proselitista programada.
Los propagadores de la nueva religi€n en Hispania debemos buscarlos entre aquellos que
sol…an viajar m„s asiduamente, es decir, entre los comerciantes, sus empleados y agentes,
as… como entre otros viajeros circunstanciales. En este sentido, se ha puesto de relieve en
m•ltiples ocasiones que las principales comunidades cristianas estuvieron situadas en
puertos y en grandes n•cleos de comunicaciones hispanos (M‚rida, Astorga, Zaragoza,
Valencia, Barcelona, Tarragona, Le€n, Gerona, Calahorra, Toledo, Alcal„ de Henares,
C€rdoba y Sevilla), circunstancia que viene a confirmar la importancia de los comerciantes
en la difusi€n del cristianismo, tambi‚n en Hispania. Y no cabe duda de que, en buena
medida, muchos de estos comerciantes eran jud…os, pues en la difusi€n del cristianismo en
Hispania representaron un papel fundamental los jud…os “convertidos” y sus actividades
proselitistas en las “sinagogas cristianas”.
La mayor…a de los testimonios referentes a orientales han aparecido en localidades
costeras y en aquellas del interior situadas a lo largo de los r…os navegables, circunstancia
que refuerza la impresi€n de que se dedicaban al comercio, especialmente al de las
salazones, como, al parecer, tambi‚n ocurr…a en el Norte de Œfrica.
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eran un buen botín. Pero no pueden ser olvidados los motivos religiosos de las
persecuciones, pues probablemente estos emperadores pretendían evitar el arraigo del
cristianismo, una religión que en aquellos momentos se enfrentaba a la consolidación de la
mística imperial y de una fe colectiva de base romano-pagana. En efecto, en opinión de
ciertos emperadores y sus consejeros, el cristianismo planteaba agudos problemas
políticos, en cuanto que, por su extensión y arraigo, dificultaba el reforzamiento de la
mística imperial y la implantación definitiva de una religión de Estado nacional de base
romano-pagana. Sin embargo, el cristianismo, por sus tendencias universalistas y
proselitistas, características que derivaban de la posesión de un Libro Sagrado cuyo texto
estaba fijado con una escritura alfabética, era la única religión del Estado romano que
presentaba las condiciones adecuadas para su conversión en religión de Estado nacional.
La política anticristiana de Maximino I, sobre todo centrada en los amigos de
Alejandro Severo, entre los que abundaban los cristianos, dio paso poco después a la gran
persecución de Decio, iniciada en 249 e interrumpida en marzo de 251 y de la que M.
Sordi subraya el carácter propagandístico y demagógico y los diferentes grados de
intensidad que alcanzó según los momentos y las zonas, en función de la popularidad
alcanzada por la persecución entre la población no cristiana.
En la misma línea de actuación que los anteriores emperadores, Valeriano llevó a
cabo su correspondiente campaña persecutoria contra los cristianos. Valeriano podía
utilizar contra cualquier asociación el componente restrictivo implícito en la finalidad
religiosa -que era la única permitida por el Estado romano a las asociaciones populares
como justificación de su existencia-, acusando a la asociación de objetivos ilícitos bajo esa
apariencia y probablemente fue la justificación legal esgrimida por dicho emperador para
decretar la persecución contra los cristianos.
Los primeros mártires cristianos hispanos de la persecución decretada por
Valeriano en agosto de 257 nos son conocidos por las fuentes literarias: Fructuoso, obispo
de Tarragona, y sus diáconos, Augurio y Eulogio. La persecución fue iniciada por
Valeriano en 257, aprovechando la situación de cierta tranquilidad -salvo la insurrección
bereber en el Norte de África, que iba siendo controlada por sus generales-, para dedicarse
a cuestiones de índole interna, entre ellas al problema de los cristianos. Contra éstos firmó
Valeriano dos edictos, uno en 257, otro un año después, dirigidos sobre todo contra el
clero, los cristianos más ricos y aquellos otros enquistados en la administración imperial y
en el ejército.
M. Sordi defiende que, a partir de los decretos persecutorios de Valeriano, el
Estado romano consideró oficialmente, por primera vez, la existencia de la Iglesia como
organización eclesiástica -hasta entonces había existido legalmente, al amparo de la
legislación general sobre asociaciones- y fue declarada ilegal junto con el cristianismo.
Ello significó, en opinión de la investigadora italiana, una especie de reconocimiento
oficial, obviamente negativo, de la Iglesia y una premisa esencial para su reconocimiento
positivo, pues la persecución sólo podía cesar con la revocación de los dos edictos
anticristianos, es decir, con el reconocimiento formal de la Iglesia. Sin embargo, es
sumamente difícil, por no decir imposible, que el Estado romano reconociese la existencia
de una única Iglesia, con una sola organización eclesiástica, por algo tan elemental y
evidente como que nunca, hasta hoy día, ha existido una sola Iglesia, a pesar de los
intentos de los sucesivos patriarcas de Roma. Si podemos asumir, por el contrario, que, al
derogar, en 260, el edicto de Valeriano y al restituir las propiedades eclesiásticas
confiscadas, Galieno consideraba lícito, de hecho y de derecho, el cristianismo y hacía de
las Iglesias particulares sujetos de derecho y de sus líderes, los obispos, sus representantes
legales. El edicto de tolerancia de Galieno venía a producirse cuando el Imperio se hallaba
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en momentos más angustiosos si cabe, como consecuencia de la agudización de los
problemas interiores y exteriores desde el 259.
El cristianismo, a partir del edicto de tolerancia de Galieno, pudo desarrollarse
pacíficamente hasta convertirse en religión oficial del Estado romano, con la sola
interrupción de la persecución tetrárquica.
La ofensiva contra el cristianismo no fue la única batalla librada por Diocleciano en
favor de la religión estatal por él elegida. En efecto, los maniqueos, a los que Diocleciano
relacionaba con Persia, potencia que se hallaba por aquellos años en estado de guerra
abierta contra los romanos, fueron objeto de persecución, con castigos y penas que nada
tenían que envidiar a las que fueron dirigidas contra los cristianos. En 303, se promulgaron
tres edictos consecutivos que acentuaban gradualmente las disposiciones anticristianas. El
primero ordenaba la demolición de los edificios eclesiásticos y la quema de los libros
religiosos; el segundo imponía el encarcelamiento de todas las personas dedicadas al culto
-desde obispos a ostiarios y lectores- y el tercero mandaba castigar con suplicios a los
cristianos encarcelados que no sacrificaran a los dioses, mientras que los que así lo hacían
serían liberados.
La persecución fue interrumpida en Occidente en 305: no fue continuada por
Constancio I, que había mantenido una actitud contemporizadora en Galia y Britania y sólo
había aplicado el primer edicto; ni por Severo, que quizá no tuvo tiempo para ocuparse del
cristianismo mientras lo hacía del problema sucesorio; ni por Majencio, que garantizó la
paz religiosa en África e Italia para no debilitar su exiguo dominio frente a las presiones de
Galerio, Maximino II y Constantino I, ni por este último, que continuó la actitud paterna
frente a los cristianos. Oriente hubo de esperar a 311 para que Galerio interrumpiera la
persecución y a 313 para que Maximino II, que la había recomenzado y cuyas ideas
tendentes a la creación de una Iglesia nacional pagana tuvieron eco en Juliano, diera por
finalizadas las actividades anticristianas poco antes de su muerte.
La persecución de 303-305 debió de traer consecuencias trágicas e irreparables
para bastantes individuos cristianos que resultaron víctimas de la aplicación del edicto
publicado en 304. De hecho, nos han llegado nombres de mártires más o menos
atestiguados históricamente: Acisclo, Zoilo, Fausto, Genaro y Marcial, todos ellos
cordobeses. Pero, la persecución no consiguió acabar con el cristianismo, ni con sus
comunidades e Iglesias locales.
El “concilio” de Iliberri
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Occidente, sino que fueron resultado de la recopilación de una serie de cánones con
procedencias diferentes.
El largo periodo de paz disfrutado por los cristianos desde el reinado de Galieno,
sólo interrumpido por la inútil persecución de Diocleciano, permitió que las Iglesias
locales conocieran un gran desarrollo que hizo necesaria la búsqueda de nuevas
soluciones organizativas. Tanto el aumento numérico de prosélitos, como la acumulación
de un patrimonio eclesiástico creciente habían terminado por complicar la labor de guía
espiritual y la gestión de tales bienes y generaban asimismo tensiones de toda índole que
debían ser reducidas o, a ser posible, anuladas. Entre dichas tensiones, no eran menos
importantes las surgidas a la hora de interpretar las Escrituras consideradas Sagradas, pues
enfrentaban a los obispos entre sí y daban paso a la aparición de partidos entre los fieles,
defensores de una u otra interpretación.
Un camino que aseguraba en buena medida la consecución de ambos objetivos
marchaba en dirección a la organización jerárquica de los obispos que superara el
particularismo de las diversas Iglesias locales. Ello era posible partiendo de los mismos
presupuestos organizativos vigentes en cada una de dichas Iglesias y elevándolos a un
plano superior; es decir, situando un obispo por encima de sus colegas dentro de una
demarcación territorial suficientemente definida, la provincia.
El primer paso hacia la estructuración de una jerarquía eclesiástica más compleja
que superara la autoridad de los obispos de las Iglesias locales se dio siguiendo el
principio de preeminencia que emanaba de la antigüedad en el cargo. Así, el canon 58 del
llamado Concilio de Iliberri hace referencia a la primera sede episcopal constituida
(prima cathedra constituta episcopatus) como cabeza de las iglesias locales de una
provincia.
En el extremo opuesto, los jefes de las comunidades pequeñas, recientes y alejadas
de la ciudad eran considerados, según el canon 77 del concilio iliberritano, simples
diáconos que guiaban a la plebe (diaconi regentes plebem).
El “decreto” de Milƒn
Buena parte del siglo IV fue escenario del enfrentamiento entre poderosas
corrientes cristianas, fundamentalmente las constituidas por homousios, homoiusios,
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homeos y anhomeos, que se correspondían con los credos trinitarista (nicenos) y unitarista
(arrianos) y con posturas intermedias.
Constantino I mantuvo en sus últimos años de vida una clara actitud unitarista,
esto es, arriana. Esta fue la misma orientación marcada por Constancio II a su política
religiosa, circunstancia que lo enfrentó al augusto de la parte occidental, Constante,
defensor del credo trinitarista o niceno. Tales diferencias y el intento de solventarlas
dieron paso al concilio de Sérdica, reunido en 343 bajo la presidencia de Osio de
Córdoba, a los de Sirmio de 347 y 351, al sínodo de Arlés y al concilio nuevamente
reunido en Sirmio en 357, uno de los últimos triunfos de la corriente arriana.
Este último concilio fue, además, el origen de algunos problemas en las Iglesias
béticas, a partir de que Potamio de Lisboa y otros obispos arrianos occidentales, sobre
todo Valente y Ursacio, consiguieran que Osio de Córdoba asumiera el credo de marcado
carácter unitarista sancionado en el concilio de Sirmio de 357 e intentara imponerlo a las
Iglesias hispanas, con lo que el obispo cordobés sólo consiguió que, tras su muerte
acaecida pocos años después, las Iglesias hispanas defensoras del credo trinitarista no lo
incluyeran en la lista de los conmemorados en la eucaristía.
El concilio de Rímini de 359 nuevamente supuso una victoria ideológica del
arrianismo, algunos de cuyos postulados fueron refrendados por una cantidad no
despreciable de obispos occidentales, frente a la actitud intransigente y plenamente
trinitarista mantenida por Lucifer, obispo de Cagliari, y por Gregorio, obispo de Iliberri,
entre otros. A estos grandes problemas de índole interna vendría a sumarse poco después
la nueva orientación religiosa postulada por Juliano.
La imposición a todo el Imperio del credo trinitarista niceno se produjo a la vez
que procuraban darse los últimos toques a la conformación de la estructura organizativa
de la Iglesia en función de la administración provincial estatal, con la definitiva
implantación de la figura del obispo metropolitano, situado al frente de cada una de las
provincias del Imperio. En efecto, tanto el concilio de Nicea, celebrado en 325, como el
de Antioquía, reunido en 341, confirman la progresiva implantación de la institución
metropolitana. El primero de ellos estableció el principio general de acomodación de la
geografía eclesiástica a la administración provincial civil, en el canon 6, pero también,
como indica Ch. Pietri, definió las excepciones que se derivaban de las prácticas
consuetudinarias sólidamente establecidas en la vida eclesiástica. El canon 9 del concilio
de Antioquía incluye, asimismo, una inequívoca referencia al obispo metropolitano. Por
último, el concilio de Constantinopla, de 381, sancionó el triunfo de una corriente
trinitarista protegida por el Estado, a cuya jerarquía se imponía estructura organizativa a
imagen y semejanza de la administración provincial estatal, aunque su definitiva
implantación a nivel supraprovincial fue origen de agrias disputas en torno a la primacía
absoluta de una sede, reivindicada concienzudamente por Roma y cuestionada por otras
poderosas sedes patriarcales.
Se admite comúnmente que la implantación definitiva de la institución
metropolitana se produjo antes en las provincias orientales que en las occidentales. Como
afirma D. Mansilla, si nos dejamos guiar por las fuentes textuales, habría que admitir que,
hasta la segunda mitad del siglo V, las provincias hispanas no contaron con sus
correspondientes metrópolis eclesiásticas. Es probable, pues, que durante el siglo IV e
inicios del V, y a pesar de los cánones suscritos en los concilios de Nicea, Antioquía y
Constantinopla, la figura del obispo metropolitano no se impusiera, por variados motivos,
en Hispania y que las Iglesias provinciales siguieran rigiéndose por el principio de
autoridad de la primera silla episcopal constituida. Entre dichas razones, cabría destacar la
carencia de un poder monárquico eclesial plenamente reconocido y con la autoridad
suficiente para contrarrestar la fuerza de la tradición, imponiendo el principio de la
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autoridad ministerial, de más marcado carácter burocrático, en detrimento del principio de
autoridad carismática, fuertemente arraigado en el cristianismo primitivo.
El conflicto priscilianista
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luciferianos en la misma Bética, donde el presbítero Vicente había sido denunciado al
gobernador de la provincia y cuyos fieles fueron expulsados de la Iglesia y maltratados,
algunos de ellos muertos, hallándose a la cabeza de los enemigos del luciferiano Vicente,
Lucioso, de sede desconocida, e Higino de Córdoba, por otro lado inmerso en el agudo
conflicto priscilianista que por aquellos momentos estaba plenamente convertido en un
problema político.
Como subraya A. Rousselle, las interferencias entre jurisdicciones e instancias
civiles o eclesiásticas y las incertidumbres surgidas en la jurisprudencia, en la aplicación
de las leyes o en la misma legislación canónica, a la hora de juzgar el caso de Prisciliano,
acabaron por permitir que el conflicto se transformara en un campo de batalla de las
disputas entre los cargos más elevados de la administración estatal. El movimiento
priscilianista creaba tales inconvenientes en este sentido que la desaparición de sus líderes
parecía lo más útil. Finalmente fue el usurpador Magno Máximo quien juzgó por lo civil y
ejecutó a los cabecillas de la secta. El mismo Higino de Córdoba, que había mantenido
relaciones demasiado amistosas con los priscilianistas desde 380, sería desterrado, como
resultado del proceso celebrado en Tréveris, en 385. Esta es la última referencia al
conflicto priscilianista por lo que se refiere al Sur de Hispania, pues esta corriente
religiosa no arraigó aquí con el mismo vigor que en la zona noroccidental de Hispania,
donde su pervivencia se atestigua durante el dominio suevo.
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actuar como incentivos de gran peso específico las ventajas fiscales y jurídicas que hemos
indicado. El poder económico y el prestigio social alcanzados dieron paso al ejercicio del
patronato sobre ciudades por parte de muchos obispos, una actividad que la Iglesia
propició porque venía a reforzar aún más el poder conquistado.
Todas las ventajas jurídicas y privilegios fiscales concedidos a la Iglesia y sus
ministros tuvieron muy presumiblemente la finalidad esencial, en términos muy similares
a los que podemos vislumbrar en el desarrollo de las relaciones del Estado con los
corpora nauiculariorum, de ligar estrechamente la Iglesia a los intereses estatales e
incluirla dentro de la estructura del Estado como una rama más de la administración,
aunque de suma importancia.
Así pues, en el reforzamiento de los poderes aristocráticos, tuvo una importancia
crucial la ampliación de su esfera de influencia y poder al terreno religioso, con la
consolidación del episcopado como autoridad local, fenómeno que algunas zonas de
Hispania tuvo su máxima expresión, en cuento que, en ocasiones, los obispos constituían
la única concreción del poder en una comunidad ciudadana, sobre todo si su autoridad
moral se veía acompañada del enriquecimiento progresivo de las iglesias de la diócesis.
Sin llegar a tales extremos, el fenómeno fue muy acusado en zonas donde la vida urbana
se mantenía floreciente, pero sin que se produjera el desplazamiento de los grupos
aristocráticos por los obispos, sino una alianza plena entre ambos. En regiones de menor
tradición urbana, donde la aristocracia terrateniente difícilmente podía volver la espalda a
la ciudad, porque, en realidad, nunca la había contemplado plenamente como centro de
sus relaciones sociales, el poder y la autoridad que emanaba de los obispos establecidos
en las pocas ciudades existentes producía reticencias y rechazos entre los grandes
propietarios, que procuraban sustraerse a la autoridad de los obispos construyéndose
iglesias propias en sus grandes dominios.
A medida que los grandes propietarios agrícolas fueron cristianizándose a lo largo
del siglo IV, el control sobre las sedes episcopales mediante la ubicación de sus elementos
en la cúpula jerárquica de las Iglesias locales debió de convertirse en un objetivo usual
para muchas familias aristocráticas. Podemos suponerlo y admitirlo porque las fuentes de
mediados del siglo V presentan una situación plenamente consumada, que no se explica
sin una evolución previa en esa dirección.
El siglo V
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(Enarrat. in psalm. 54.13, Ep. 58, 89, 112.3) que estaba convencido de que era obligación
de los cristianos desterrar el paganismo mediante la imposición del credo cristiano.
Paralelamente a la entrada de ricos hacendados en las filas de la jerarquía
eclesiástica, y como contrapunto necesario de dicho fenómeno, se fue produciendo el
paulatino enriquecimiento, a nivel corporativo, de la Iglesia y, a nivel individual, de los
grandes jerarcas eclesiásticos.
La documentación anterior al siglo VI es muy poco explícita en relación a la
existencia de monasterios con grandes dominios, pero es evidente que se formó durante
los siglos IV y V un creciente patrimonio monástico que desembocó en los grandes
dominios del siglo VI. Dos leyes fueron fundamentales en este sentido; la primera, de
434, permitía que los bienes de los monjes fallecidos sin testar quedaran en propiedad del
monasterio (CTh. V, 3, 1= CI I, 3, 20); la segunda, de 455, autorizaba legar o testar en
favor de los monasterios a diaconisas y religiosas en general (Nov. Marc. V).
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de los siglos V y VI, se establecieron en tierras malagueƒas y que a ellos se debe la
llegada de tradiciones cultuales, lit•rgicas y formas de practicar el cristianismo tan
arraigadas en el Norte de Œfrica como el monacato.
En esta misma l…nea, J. Pascual ha relacionado el establecimiento de los
norteafricanos con top€nimos de la B‚tica como Mor€n de la Frontera (Sevilla), caser…o
de Mor€n (Co…n, M„laga) y Maur€n, nombre que recib…a, en los siglos XV-XVII, la
fortaleza granadina hoy conocida como Torres Bermejas. Seg•n este investigador, el
top€nimo Mor€n/Maur€n derivar…a de *Maurorum, es decir, de “lugar de moros o gente
procedente del Norte de Œfrica” (*Maurorum > *Mauroro > Mauror > Mor€n), y se
relaciona con el establecimiento de romanos del Norte de Œfrica, huidos de la presencia
de los v„ndalos y de la presi€n de los “b„rbaros” (bereberes) norteafricanos, a fines del
siglo V o en los inicios del VI. En este sentido, J. Pascual reseƒa que, unos ocho
kil€metros al Sur de Mor€n de la Frontera, en el cortijo de Balbu„n, se fabricaron, desde
al menos el siglo VI, ladrillos estampados con simbolog…a cristiana de claro influjo de la
regi€n de Cartago, lo que hace veros…mil que los norteafricanos asentados en Mor€n
procedieran de esta zona, antes que de Marruecos. Asimismo J. Pascual destaca la
probable participaci€n en la facilitaci€n del establecimiento de las colonias de
comerciantes norteafricanos establecidos en Malaca, Hispalis y otras ciudades, cuya
presencia est„ documentada epigr„ficamente. Seg•n J. Pascual, la llegada de los africanos
pudo producirse por las costas de M„laga a trav‚s de la v…a romana que atravesaba la
sierra de Las Yeguas, lo que estar…a apoyado por la existencia del top€nimo Mauror cerca
de Co…n.
A pesar de la reconquista del Œfrica romana por el Imperio romano oriental en
533, la inseguridad existente en la zona sigui€ provocando, en opini€n de J. Pascual, hasta
finales del siglo VI, la emigraci€n a Hispania de numerosos grupos de habitantes del
Norte de Œfrica, de algunos de cuyos asentamientos por dichas fechas se poseen
testimonios significativos en la zona de Sevilla, M„laga, M‚rida y Levante. De esta
forma, a lo largo de los siglos V y VI, Hispania recogi€ la cultura, tambi‚n en los aspectos
religiosos, del Norte de Œfrica.
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