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Es Kearney quien divide las fases de la antropología en cuatro. Esto no indica que tal historia se
reduzcan a solamente cuatro. De hecho aquí tenemos el problema del universalismo y la universalidad
frente al particularismo y lo particular –de la ciencia. El autor enumera secuencialmente una historia de la
antropología universal sin tomar en cuenta los desarrollos particulares de las “otras” antropologías. Antes
hago una aclaración, la antropología como tal, desde su nacimiento como práctica anticuaria, fue
practicada y pensada por personas provenientes de países noratlánticos. Hasta aquí vamos bien. Es un
crédito justo para los fundadores de la antropología. Pero una vez llegando al periodo moderno y global
de la antropología, es decir cuando se ‘globaliza’ y ‘glocaliza’ la antropología ya no se incorporan las
prácticas y pensadas antropologías locales. Kearney habla de la ambigüedad a la que ha llegado el
concepto de campesino, pero no de la ambigüedad de la definición categorial de la antropología como
ciencia ya desbordada sobre sí. Amén de olvidarse de la categoría indígena.
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pero paradójicamente constituyendo un eslabón de los orígenes de la civilización
contemporánea. La conceptuación del objeto de estudio se fijaba bajo lo ‘primitivo’,
aislado, estático, salvaje, y no civilizado2.
En reacción a los excesos del evolucionismo surgen las corrientes del
particularismo cultural y el funcionalismo (periodo clásico). Su contexto es del periodo
de entre guerras mundiales. Su principal distinción es el trabajo de campo y el
desarrollo de una metodología más sistemática por parte de Malinowski. La categoría de
primitivo sigue formando parte de la jerga antropológica. Las principales características
consisten en: (1) recolección directa de datos empíricos, (2) la continuidad del marco
epistemológica de la dualidad, (3) que nos lleva a la diferenciación del yo (self) y el otro
(other), (4) la humanización de los sujetos-objetos de estudio, (5) pero la increíble
descontextualización del coloniaje en los textos antropológicos. Por otro lado, a
diferencia del periodo formativo, en este se los ‘primitivos’ todavía no pertenecían –en
la mentalidad del antropólogo- al tiempo real de la historia pero se encontraban más
cerca de esto. Además los mismos títulos de las etnografías personalizan a los otros,
pero se mantiene la generalización.
Las etnografías de este periodo mantienen explicita la idea de la separación
tempo-espacial de los ‘primitivos’ respecto de la sociedad colonizadora. La metáfora-
concepto de ‘frontera’ bien puede ayudarnos a explicar tal forma de proceder. La
frontera más que una supuesta división geográfica entre dos puntos, es una barrera
epistémica que se convierte en método científico; de allí nace la mentada objetividad
científica: el estar allí y el estar afuera. Para Kearney, la presencia de europeos
desaparece en las etnografías, y esto les permite representar a los ‘nativos’ como si no
tuvieran contacto alguno con el mundo moderno. El acercamiento de los occidentales
con los ‘primitivos’ dio lugar al nacimiento (?) de tipologías ambiguas que devinieron
en categorías como la de campesino.
En el periodo moderno de la antropología, la definición de los ‘otros’ fue más un
problema de seguridad nacional para los EE.UU. que una propuesta directa del gremio
antropológico. Esto es el periodo de la posguerra. Pero aquí la categoría campesino
parecía no encajar a varios grupos humanos cuyas características no cuajaban. Tal
categoría tuvo serias dificultades para ser reconocida por los antropólogos quizá por su
utilización esencialista o absoluta y hasta peligrosa con los campesinos convertidos al
comunismo. Un acercamiento histórico a la categoría de campesino presentaba
dificultades analíticas. Es decir, la actividad ‘campesina’ se remontaba a tiempos muy
remotos, pero igualmente estaba presente en sociedades contemporáneas que se
dedicaban a la agricultura. La diferenciación se daba en términos de tradicional-
moderno, pero el debate no parecía cerrarse por completo.
Las premisas de dualismo-diferenciación-teleológica siguieron vigentes hasta el
concepto (político) de ‘desarrollo’. Del genérico ‘primitivo’ sin historia se pasó al re-
genérico con historia, pero no la suya sino que forma parte de la historia del imperio. El
nuevo genérico es la categoría de Tercermundista acompañada con la categorización
antropológica de subdesarrollado. En esto, la tercera categoría de campesino
representaba una seguridad y control sobre la diversidad de grupos humanos. El
justificante de tal conceptuación politizada, según Kearney, radica en la supuesta
desaparición de los ‘primitivos’.
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Aquí bien habría cabido el ejercicio propuesto por Durkheim para abordar un problema de investigación,
la primera regla del método sociológico: “librarnos de nuestras prenociones”. Dicha dificultad no es
propia de premisas positivistas, sino incluso afecta a tendencias hermenéuticas y posmodernas aunque
con distintos niveles de análisis de la realidad social.
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Kearney es claro cuando nos dice que la categoría campesino no puede englobar
a las diferentes tipologías de ‘primitivos’. La categoría campesino no deja de ser un
genérico, pero adquiere, en el pensamiento científico, la necesaria inestabilidad
semántica. El debate queda abierto. A mi entender el problema radica en la posición
política del que define científicamente –no por ello empíricamente- al ‘otro’. No hay
una emancipación del pensamiento metafísico heredado en la antropología. Primero
porque sigue siendo un noratlántico quien tiene la voz, y es él habla en nombre de los
‘otros’. (Me refiero al análisis que hace Kearney no a la situación actual de la
antropología). La pregunta es sencilla: ¿qué pasa cuando alguien que fue campesino se
profesionaliza como antropólogo? ¿Dónde queda la conversión epistémica de la frontera
como método científico? ¿Quiénes son los otros en estas etnografías? Y lo más
importante: ¿quién representa a quién en el formato final de las etnografías?