You are on page 1of 3

AL BORDE DE LA MUERTE.

TEXTO: SALMO 116.

Solamente aquellos que han visto de cerca las cuencas vacías de la muerte pueden
tener una idea más cercana a la experiencia límite por la que tuvo que pasar David.

¿Qué clase de mal aquejaba al rey de Israel? ¿Alguna enfermedad difícil de curar
que procuraba gran sufrimiento físico? ¿Alguna amenaza de muerte por parte de los
arribistas de su corte palaciega? ¿Algún trastorno sicológico? ¿O tal vez una
tentación que se estaba convirtiendo en irresistible para su vida diaria?

Fuese cual fuese su circunstancia personal de angustia y agonía, lo cierto es que se


trataba de momentos repletos de dolor y lágrimas. ¿Cúal es la magnitud de tal
tormento? En numerosas ocasiones, nos da pistas clave para entender lo inaguantable
de su situación. En primer lugar, habla de “ligaduras de muerte” (v.3a), expresando
la imagen de un animal que ha caido en el lazo del cazador. El cepo se ha cerrado en
torno a su tobillo y es imposible escapar de la certidumbre de muerte. La inmovilidad
atenaza su cuerpo y espíritu dejándolo exhausto e inerme tras luchar denodadamente
pero de forma infructuosa. No hay remedio para tal trampa. David veía su fin de
forma irremisible, y sólo quedaba quedar quieto listo para el golpe de gracia. En
segundo lugar, habla de “angustias del seol” y de “angustia y dolor” (v.3b,c). Ya no
es únicamente una cuestión sensorial, carnal y corporal. Su espíritu gime de agonía
por el sufrimiento que sigue haciendo mella en su cuerpo. La mente participa del
patetismo y la ansiedad y la tristeza nublan el rostro del rey. Las “lágrimas”(v.8b)
ensombrecen el parecer del soberano ungido por Dios. En tercer lugar, David habla
de “postración” (v.6b), por lo que podemos deducir que su dolor no permite que
pueda seguir ejerciendo integralmente sus funciones gubernativas, ya que únicamente
en su lecho puede encontrar cierto alivio a su mal. Y así, en la oscuridad de su cama,
pasan las horas repletas de miseria, incertidumbre y soledad, “afligido en gran
manera” (v.10). Y por último, el rey se considera a sí mismo un reo en “prisión”
(v.16) que necesita libertad, respirar el aire que le pueda brindar la salvación y el fin
de su cautiverio.

¿Es así tu dolor? ¿Tu situación actual? ¿Podrías describir con las mismas palabras
del salmista tu experiencia dramática hoy día?

¿Qué hacer en esta tesitura? ¿Abandonarse a la muerte, a la desesperación? David


no lo hace. No permite que eso suceda, puesto que conoce a Alguien que tiene poder
para detener este cúmulo de desgracias, Alguien que puede extender Su divina mano
y asirse de él para salir a flote. Y no sólo conocía a ese Alguien, sino que de contínuo
podía hablarle. Los dos vocablos que aquí se usan son “súplica” e “invocación”.
David suplica, esto es, humildemente pide a Dios, reconociendo Su poder y autoridad
para brindar salvación a su alma. Al dirigirse a Dios, se humilla sinceramente porque
sabe y cree de verdad en Jehová. David también, invoca el nombre del Señor, es
decir, declara solemnemente la presencia de Dios en su vida y circunstancias. Invocar
a Dios significa sin duda alguna, manifestar ante todos la acción soberana de Dios
sobre aquellos que claman por ayuda y sanidad. Por tanto, si tu dolor es indecible,
humíllate bajo la poderosa mano de Dios, confiesa tu impotencia y dependencia, y
solicita audiencia al Supremo Hacedor.

Por supuesto, no olvidemos aquí, que David no recurre a Dios de manera puntual,
como si Dios fuese un Dios de emergencias o una santa Bárbara a la que acudir
únicamente cuando escuchamos tronar. La comunión de David con Dios es contínua,
diaria y profunda: “lo invocaré en todos mis días” (v.2). Este salmo es producto de
toda una vida de íntima y hermosa relación con el Señor.

¿Y qué partido toma Dios al considerar la oración desgarradora de David? Fíjate en


la atención que Dios otorga a tales súplicas e invocaciones: “ha oido mi voz” (v.1) y
“ha inclinado hacia mí su oido” (v.2). Dios toma tan en serio el clamor que brota de
nuestra alma, que no se pierde ninguna de nuestras palabras. La imagen es la de un
padre, agachándose para escuchar la vocecita de su pequeño hijo herido tras caer en
uno de sus juegos.

Este Dios clemente, justo y misericordioso se acerca a nosotros y nos susurra


tiernamente que Él controla toda nuestra situación. Nos enseña que cuando somos
débiles, entonces somos más fuertes. Nos instruye en las excelencias de Su gracia
para después retirar la espina clavada en nuestra carne si así lo estima conveniente
para nuestra salud espiritual. Su mano protectora nos cubre para restaurarnos en la
seguridad de Su amor y providencia.

Al escucharnos y ver nuestro sufrimiento, Dios nos salva. No sólo quiere quitar las
cadenas de una enfermedad física, sino que desea dejar Su impronta en nuestro
espíritu. Nos sana, y al mismo tiempo nos perdona. Restaura nuestra salud y nuestra
relación rota con Él. Así obraba Jesús: su poder para sanar era simplemente la
respuesta a una actitud contrita y de fe ante el perdón de los pecados que ofrecía al
enfermo. Rompía las férreas cadenas que ante todo apresaban el corazón del pecador,
y la libertad se manifestaba en la erradicación del mal físico. Dios sanó, liberó,
perdonó y restauró a David.

La reacción de David ante tamaña obra de poder y liberación no podía ser otra que
amar a Dios (v. 1). Y este amor a Dios no era la consecuencia de lo que Dios había
hecho en él, sino un deleite que paladeará cada día de su vida, plasmándose en una
comunión diaria (v.2), en obediencia fiel (v.9), en una aceptación sincera de la
salvación otorgada por Dios hacia él (v.13), en el pago de sus votos y promesas
hechas en el lecho de su postración (v. 14), en el reconocimiento de su dependencia
de la soberanía gloriosa de Dios (v.16) y en la expresión gozosa y pública repleta de
alabanza y acción de gracias (v. 17). Nada sería suficiente para pagar a Dios por sus
poderosos hechos y por la acción milagrosa y piadosa de Dios para con su hijo
David.
Si tu caso se parece en algo al de David, clama a Dios y Él te atenderá, te
responderá y te restaurará. Ámale de todo tu corazón, manifiésyale tu agradecimiento
y sométete bajo la dirección sabia y providencial de tu Señor. ¡Y tu gozo será miles
de veces mayor que la angustia que te asedia hoy!

You might also like