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Imponte un horario fijo de escritura. Puede ser dos horas cada tarde, las
mañanas del fin de semana, o tres horas el jueves por la noche... No importa. Lo
esencial que, una vez decidas tu horario de escritura semanal, lo respetes. Solo
alcanzarás la cima de la montaña si caminas aunque sea poco a poco.
Busca tu propia voz. No intentes escribir de forma complicada, con frases largas
o con un lenguaje complejo. Sé tú mismo/a. Ten en cuenta que el primer
propósito del lenguaje es transmitir ideas, por lo que la claridad y la sencillez
pueden ser nuestros mejores aliados, especialmente si estás escribiendo tu primer
libro. Imagina a tu futuro lector como a un amigo, no como a un juez.
Documéntate a cada paso. Necesitas la precisión, la concreción y la exactitud
para que tu libro sea interesante. Esto es así para cualquier tipo de escrito: si eres
novelista y tu personaje viaja a Londres busca nombres de calles o lugares
concretos de la ciudad. Si habla con un antropólogo, busca los términos que éstos
utilizan para expresarse. Y si escribes un libro de no-ficción reunir datos es un
paso esencial para que éste resulte útil a tus lectores.
Revisa lo escrito. Relee lo que vayas escribiendo y ve haciendo los cambios que
creas oportunos. Cuando termines el libro, déjalo reposar unos días y después
vuelve a leerlo con nuevos ojos. No temas reorganizar los capítulos, alterar frases
o expresiones o incluso recortar trozos enteros. Las palabras son tu material de
trabajo, moldéalas como necesites.