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Contrato social
El contrato social permite a los individuos salir del estado de naturaleza para entrar en
el estado civil. No es un hecho histórico sino una hipótesis que nos dice cómo debe ser
administrado el Estado. El contrato social es el propio de una constitución republicana
si implica la igualdad o sumisión absoluta de los individuos a una autoridad, lo cual
acerca el pensamiento kantiano a Hobbes y, al mismo tiempo, garantiza la libertad o
que el individuo es colegislador, esto es, que ninguna ley puede ser aprobada sin su
consentimiento y que, por tanto, el gobernante tiene que dictar las leyes como si
emanasen de la voluntad general, lo cual aproxima el pensamiento de Kant a Rousseau.
El contrato social originario ha de respetar también el principio de ciudadanía, que
implica la elección de representantes. Al contrario que Rousseau, para quien todos los
hombres son ciudadanos, Kant distingue entre ciudadanos activos y pasivos siguiendo
el criterio de posesión de tierras.
2. Racionalismo-empirismo.
3. Libertad jurídica.
4. Giro copernicano
Para explicar su hipótesis Kant afirma que es necesaria una “revolución filosófica”
análoga a la que dio origen a la revolución científica. Así, Kant cree que no hay más
remedio que dar a la filosofía un giro copernicano. Vamos a explicarlo despacio. El
empirismo de Hume minusvaloró el alcance de nuestro conocimiento porque afirmaba
que todo nuestro conocimiento tiene su origen en la experiencia. Esta posición era para
Kant análoga al geocentrismo astronómico (hipótesis falsa aunque muy intuitiva). El
racionalismo cartesiano sobrevaloró el alcance de nuestro conocimiento porque creía
que podía avanzar exclusivamente a partir de ideas innatas (hipótesis también falsa pero
más afín al resultado kantiano pues es análoga al heliocentrismo). Kant adopta una
postura intermedia entre empirismo y racionalismo: El conocimiento es una síntesis
entre lo dado por la experiencia y lo que pone el sujeto que conoce. El gran
descubrimiento kantiano es que el mundo es, en parte, el producto de nuestra mente.
Por ese motivo podemos formular juicios a priori sobre él. El giro copernicano
consiste, por tanto, en situar al sujeto y no al objeto (la experiencia) en el centro del
conocimiento. Kant confía en superar de este modo el escepticismo de Hume. Ahora
bien, ¿qué hace nuestra mente con la caótica información que nos llega a través de los
sentidos? Si podemos responder a esta pregunta sabremos en qué dominios podemos
alcanzar un conocimiento sobre el mundo verdadero y universalmente válido.
5. Ilusión trascendental
Lo primero que hay que saber sobre la tercera y última facultad del conocimiento es que
la razón no conoce sino que piensa. Veamos, conocer, según Kant, es lo que hace el
entendimiento en los juicios, es decir, aplicar a los fenómenos particulares conceptos
generales, algunos de ellos a priori (categorías). Hay, por tanto, en el conocimiento, dos
elementos necesarios: concepto y experiencia (fenómeno). Pues bien, pensar consiste
sólo en organizar los conceptos según sus relaciones lógicas, encajando unos dentro de
otros según sean más o menos universales. El resultado de la actividad de la razón son
los conceptos universalísimos que Kant llama Ideas de la razón:
Ahora bien, aunque mediante las ideas podemos pensar la totalidad de los fenómenos,
ellas mismas no nos dan a conocer nada pues para ello necesitaríamos tener alguna
intuición (experiencia) de las Ideas de la razón, cosa que no es posible. Por lo tanto, la
metafísica como ciencia es imposible porque el límite de nuestro conocimiento es la
experiencia sensible. Pero se da el hecho -faktum, que es la palabra que usa Kant para
ponerse serio- de que el hombre es un animal metafísico, de que el hombre posee una
tendencia natural a preguntarse ¿Quién soy?, ¿Qué sentido tiene el mundo? ¿Existe
Dios? a pesar de ser consciente de que nunca podrá obtener una respuesta. A esta
tendencia al error le llamamos ilusión -engaño- trascendental. Kant la compara con la
imposibilidad que tenemos de ver la Luna siempre del mismo tamaño: nos guste o no, la
vemos mayor cuando está más cerca del horizonte. No podemos conocer las Ideas de la
razón, pero, dice Kant, podemos atribuirles un uso regulativo en dos sentidos:
Aunque imposibles de tratar mediante la razón pura Kant cree que podemos realizar un
nuevo acercamiento a los grandes temas metafísicos a través de la razón práctica. Los
postulados de la razón práctica son presupuestos o condiciones necesarias de la
existencia de la moralidad, es decir, proposiciones que es necesario suponer si no
queremos admitir que la moral y el deber no son más que un absurdo. Así:
6. Imperativo
Kant se ocupa del tema de la moral en su obra Crítica de la razón práctica. Del mismo
modo que, en respuesta al escepticismo y el relativismo de Hume, había buscado en su
Crítica de la razón pura el fundamento del conocimiento científico (universal y
necesario) Kant busca en la ética el fundamento de una ley universal.
Los imperativos morales pueden ser de dos tipos: a) Máximas: principios subjetivos
de acción y b) Leyes prácticas: Son principios objetivos y universales, es decir,
válidos para todos.
Las leyes morales se hallan del lado del deber moral. Según Kant el deber moral es un
hecho (faktum) del que cualquiera es consciente: todos hemos experimentado el
conflicto entre los intereses o los impulsos de nuestro cuerpo y la voz de la “conciencia”
o el deber. Sólo somos libres cuando obedecemos a la ley moral que dicta el deber. En
cambio, cuando nos dejamos llevar por nuestros instintos estamos siendo determinados.
La libertad, paradójicamente, pertenece al campo del deber. Y, pertenece, además, al
reino de la cosa en sí, del alma.
Según Kant, a la hora de valorar una acción hay que atender exclusivamente a la
intención de la que emana esa acción y nunca a las consecuencias de la misma. No hay
nada bueno ni malo en el mundo, salvo una buena o una mala voluntad. Una voluntad
es buena cuando la guía una buena intención y una intención es buena cuando busca
cumplir el deber por respeto al deber y no por las consecuencias de la acción.
Kant distingue obrar por respeto al deber y obrar conforme al deber. Obrar
conforme a deber es, por ejemplo, “no robar” por miedo al castigo. Obrar por respeto al
deber es, asimismo, “no robar” porque se considera que nadie debería hacerlo. El
Estado nos exige solamente obrar conforme a deber pues su ámbito es el de la
legalidad. Sin embargo, la moral nos exige obrar por respeto puro al deber. Es el reino
de la moralidad.
En el reino de la moralidad sólo vale guiarse por los principios de la moral formal y el
imperativo categórico.
Kant dice que hay dos clases de moral: la moral material y la moral formal:
Una moral es material cuando sus imperativos nos dicen qué tenemos que hacer -la
norma que hay que seguir- y qué fin obtendremos si actuamos de ese modo. Un
ejemplo: “Si quieres ser feliz -fin- entonces debes elegir siempre el término medio
-norma-” Todos los sistemas morales anteriores al de Kant son “materiales”. Kant
considera que fueron incapaces de fundar deberes universales. En efecto, los
imperativos de esta moral son siempre hipotéticos, del tipo: “Si quieres…, entonces
debes…” : Por ello, el imperativo sólo obligaría a los que aceptan el fin (por ejemplo, la
felicidad), pero no a los que no lo acepten como algo deseable: no sería, pues, un deber
universal. Además, estos imperativos son siempre empíricos o materiales, ya que sólo
mediante la experiencia se puede determinar cuáles son las normas para alcanzar la
felicidad. Ahora bien, la experiencia no puede nunca fundamentar una afirmación
universal. Así, es posible que mucha gente no esté de acuerdo en que la felicidad se
encuentre en el término medio. Las morales materiales no incluyen, por tanto, leyes
prácticas sino sólo máximas. Las morales materiales son, además, heterónomas.
“Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley
universal” (Fundamentación, II).
“Obra de tal manera que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de
cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio” (Ibíd.).