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Edicion Nº 27 Terrorismo Octubre 2009

Como una nubecita en la retina. Notas sobre


terrorismo, historia sacrificial y crisis anómica

Por Sergio Villalobos Ruminott *

El desierto crece: ¡ay de aquel que desiertos en sí cobija!


Friedrich Nietzsche

Después de los atentados del 11 de septiembre del año 2001 en Estados Unidos, y la franca puesta en escena
de la estrategia política internacional seguida por el Departamento de Estado norteamericano, bautizada
alrededor de la primera Guerra del Golfo Pérsico (1990-91) como “Guerra contra el terror”[1], un importante
debate sobre las transformaciones de la geopolítica contemporánea ha tomado lugar, tanto en el ámbito de las
relaciones internacionales, como en el campo de la filosofía política. En primer lugar, la estrategia preventiva no
debe ser confundida con una nueva política seguida por el Estado norteamericano en momentos de crisis
nacional o internacional, pues nada hay de excepcional o novedoso en dicha estrategia, salvo su formulación
doctrinaria por los neo-conservadores que desde el gobierno de Ronald Reagan (1981-1989), se han
re-articulado según sus intereses político-económicos en las diversas jerarquías institucionales. A esta
re-articulación se debe, entre otras cosas, el rumbo neo-liberal de la economía mundial desde los años 80 y la
nefasta intervención norteamericana en la guerra Irak-Irán o en Centroamérica[2]. Lo que ha ocurrido con la
Primera Guerra del Golfo, también llamada Tormenta del desierto, es que el aparato propagandístico
norteamericano por fin ha podido “lavar” las heridas y el “honor” nacional maltrecho desde la fallida incursión
militar en Vietnam; de esta forma, la intervención norteamericana en Cercano Oriente ha servido para paliar los
efectos del llamado “Síndrome de Vietnam”[3]. De ahí entonces que, junto con la propaganda exagerada en torno
a la defensa de Kuwait, Estados Unidos haya utilizado esta situación para proclamar su triunfo final por sobre la
ex Unión Soviética y el modelo de sociedad que ésta representaba en el contexto de la Guerra Fría. La llamada
post-Guerra Fría coincidiría así con la manifestación patente de un excepcionalismo invertido: la actual condición
excepcional americana nada tendría que ver con las esperanzas tocquevilleanas en la democracia republicana,
sino que se expresaría como suspensión fáctica de las garantías obtenidas por el lento progreso del derecho
internacional y el constitucionalismo occidental en el último siglo.

La condición preventiva de la política militar norteamericana, y su agudización de las estrategias


contrainsurgentes asociadas con la Doctrina de Seguridad Nacional elaborada en el apogeo de los conflictos
anti-imperialistas en el Tercer Mundo, no sólo han servido para curar la herida de Vietnam, sino para redefinir el
auto-asignado rol de liderazgo norteamericano en la conservación de la paz internacional. A su vez, esto nos
permite distinguir entre el viejo modelo imperialista europeo, inscrito en las batallas telúricas relativas al centro y
la periferia, y el neo-imperialismo contemporáneo, cuya especificidad consiste en la suspensión de la relación
entre soberanía y territorialidad (suspensión anticipada por la globalización mercantil y financiera de las últimas
décadas). Así, este neo-imperialismo se presenta como "ajusticiador" y "pacificador" de un mundo convulso y
azotado por el terrorismo, aún cuando lejos de tratarse de una Paz perpetua, basada en un cosmopolitismo
ilustrado y jurídicamente avalado, la Paz Americana es la expresión actual de la Paz metafísica (el proyecto
onto-teológico de la razón imperial occidental por colonizar la barbarie) en cuanto orden capitalista global[4]. En
este sentido, la condición fundamental para la plena instauración de esta Paz Americana consiste en el
desmontaje de la teoría moderna de la soberanía y el derecho constitucional, cuestión que produciría una
ambigua situación denominada “interregno”. Habría que pensar este interregno no sólo en su acepción jurídica,
relativa a la ausencia de soberano, sino también en su acepción radical, como interrupción del proceso de
espacialización de la temporalidad que define la colonización imperial del planeta y su conversión en imagen
(como una nubecita en la retina del ojo metafísico)

Es este interregno el que tempranamente advierte Carl Schmitt en relación al agotamiento del Jus Publicum
Europeaum, asociado al Nomos de la tierra, como código de organización del socius occidental[5]. Schmitt
concibe el proceso de desarrollo de dicho nomos articulado a través de la constitución de poderes imperiales
capaces de imponer una ley general de organización de la sociedad. Desde la Paz romana (“Veni, vide, vici”),

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pasando por el nomos oceánico del imperialismo inglés, hasta el nomos de la tierra del moderno imperialismo
europeo, el orden social habría estado asegurado por una disposición nómica que se equilibra gracias a un
contrapeso que funcionaría como Katechon o límite inmanente. De esta manera, el fin de la Segunda Guerra
mundial habría significado para Schmitt, no sólo el agotamiento del nomos clásico europeo, sino la constitución
de un nuevo orden mundial que relevaría al anterior; un nuevo nomos planetariamente articulado y
contrabalanceado que habría caracterizado a la Guerra Fría. Sin embargo, el fin de la Guerra Fría, que coincidió
con la explícita articulación de la guerra preventiva global, implicaría otra vez un agotamiento nómico o crisis
anómica, en la que resuena no sólo el agotamiento de la tradición europea de derecho internacional, sino
también el diagnóstico durkheimiano sobre la crisis de la modernidad[6]. En este sentido, Schmitt pertenece a la
tradición de pensadores conservadores que otorgan prioridad ontológica y normativa al orden y así, concibe el
Estado como monopolio exclusivo del uso de la fuerza, cuya soberanía radicaría en la decisión sobre la
excepción (“soberano es quien decide en el estado de excepción”[7]). Pero, aun cuando su lectura
excepcionalista de la violencia soberana difiera de otros pensadores modernos y revolucionarios (el caso de
Benjamin sería el eje de un debate fundamental), su atenta lectura de la situación internacional y de la realpolitik
que alimenta a dicha situación hacen que se mantenga como una referencia inexorable en los debates actuales.

Así al menos lo cree Carlo Galli, quien considera los atentados del año 2001 como un indicio de la
reconfiguración nómica del mundo[8]. El 11 de septiembre como sinécdoque de la crisis actual, iluminaría el
desencadenamiento de una transformación radical de la arquitectónica conceptual moderna, desde la noción de
soberanía, Estado, espacio político, hasta la misma idea de guerra, que ahora aparecería como una experiencia
globalizada y generalizada. Esto, además conllevaría el abandono de las nociones modernas de seguridad y
protección (relativas a la conservación de la vida propia del derecho natural), todavía ancladas en las figuras
consulares de la identidad y el enemigo externo (el hostis), de la interioridad y la pertenencia, y su reformulación
en términos de contaminación e inmunidad. En esto consiste el agotamiento del nomos de la tierra, en la
inoperancia del esquema categorial moderno para pensar el orden internacional, el espacio político y el problema
de la comunidad (la inmunidad). Pero Galli no piensa este impasse como interregno sino, y de manera
inconfesadamente kantiana, lo concibe como “nihilismo arquitectónico”[9]. Así mismo, la guerra habría pasado
por un proceso de desregulación radical que estaría expresado por la transición desde la estrategia napoleónica
de colonización imperial, hacia la estrategia de exterminio expresada en la “solución final” y su corporativización
actual. Lo que ha quedado de manifiesto con las recientes intervenciones norteamericanas en el mundo no es
sino la generalización de dicha solución final, en un proceso selectivo, biopolítico y sofisticado que, sin embargo,
no estaría plenamente resuelto. Es esa irresolución lo que permite a Galli preguntar por una nueva rearticulación
nómica del mundo, con una urgencia que no sólo nos recuerda la realpolitik de Schmitt, sino también la
solidaridad orgánica de Emile Durkheim. Así mismo, si la seguridad no está articulada en términos relativos a las
identidades modernas (clase, raza, género, etnia, nacionalidad), entonces un concepto etéreo de identidad
serviría para establecer demarcaciones necesarias para la legitimación de la violencia preventiva. Esto último es
lo que Samuel Huntington ha llamado, sintomáticamente, guerra de civilizaciones[10].

De cualquier forma, no se trata de fetichizar el 11 de septiembre, fecha inscrita en el horizonte latinoamericano


con iguales tintes catastróficos, sino de advertir que aún cuando dichos eventos estaban inscritos en el
imaginario hollywoodense, ellos ponen de manifiesto una transformación radical de la violencia y del terrorismo
que venía tomando forma desde mucho antes. El mismo Schmitt en su texto complementario al concepto de lo
político, Teoría del partisano, establece una importante diferencia entre dicho partisano, orgánicamente vinculado
a la territorialidad, y el desarrollo contemporáneo de un tipo a-nómico o desregulado (post-fordista) de
mercenario a quien cataloga como “cosmo-pirata” y “cosmo-terrorista”[11], y el cual desvirtúa la tensión entre
amigo y enemigo, y la consiguiente teoría del hostis:

"Desde los partisanos que combatieron en España (1803-1813), Tirol y Rusia, esto es evidente. Pero también en
las luchas partisanas durante la Segunda Guerra Mundial y posteriormente en Indochina y otros países, como lo
muestra Mao Tse-Tung, Ho Chi Minh y Fidel Castro, para los que el lazo con el suelo y la población autóctona,
además de las particularidades de la tierra –montañas, bosques, junglas o desiertos- son cruciales incluso hoy”
(Theory of the Partisan 20-21).

En un sentido similar, Galli concibe el terrorismo actual como resultado de la desarticulación del vínculo
definitorio de la modernidad entre violencia y territorialidad:

"En este mundo [globalizado], el terrorismo global no equivale a la guerrilla clásica a la que se opone la
contra-guerrilla; el terrorista ya no es un comunista-nacionalista del Tercer Mundo que combate y se refugia en la
población oprimida: de hecho, está tan descontextualizado y erradicado que se siente en casa (o como
extranjero) tanto en Manhattan como en Tora Bora, en la metrópolis o en el desierto (La guerra globale 67-68)".

Habría que advertir, sin embargo, que no basta con sindicar el 11 de septiembre como una fecha sintomática de
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un proceso de transformación profundo de la geopolítica actual, es necesario, a la vez, evitar en este tipo de
análisis un excepcionalismo invertido que se expresaría en la exageración de una cierta ruptura entre el proyecto
imperial veteroeuropeo y el proyecto imperial asociado a la Paz Americana. Más que una ruptura, a lo que
asistimos hoy es a una nueva etapa en el relevo onto-teológico de la razón imperial occidental, cuestión que nos
permite advertir no sólo las novedades en la articulación del poder global y la violencia terrorista actual, sino
también sus continuidades. Por ejemplo, Peter Sloterdijk concibe el proceso de desregulación de la violencia no
como efecto de un agotamiento del modelo de soberanía estatal moderno, sino como realización de dicho
modelo en la misma implementación de la guerra química inaugurada en el contexto de los descubrimientos de
las granadas de cloro y gas mostaza, en la Primera Guerra mundial[12]. Ya al interior del imaginario bélico
moderno, estructurado en torno a la defensa telúrica del nomos, se cobijaba la superación de la tierra por un
nuevo nomos del aire que se expresaría para Sloterdijk en la noción de atmoterrosimo. De lo que se trata en
dicho nuevo tipo de terror desde el aire no es sólo del exterminio del enemigo, sino del control de las condiciones
de existencia de dicho enemigo, para hacerlo cómplice de su propia aniquilación: en la medida en que
controlamos el aire y lo administramos tóxicamente, nuestro enemigo que no puede dejar de respirar, no puede
dejar de morir: “El siglo XX pasará a la memoria histórica como la época cuya idea decisiva de la guerra ya no es
apuntar al cuerpo del enemigo sino a su medio ambiente” (Temblores de aire 45).

Por otro lado, si la Paz Americana como expresión actual de la razón imperial occidental, supone el agotamiento
del modelo telúrico-revolucionario de violencia (el “terrorismo” asociado a la cuestión de la liberación nacional,
por ejemplo), esto tampoco puede ser leído como solución a los problemas relativos a las luchas históricas por la
autonomía y la libertad. Frente al Estado canalla que opera como depredador soberano (el lobo derridiano y no el
lobo hobessiano[13]), no habría que oponer una soberanía alternativa, pues las soberanías imperialista y
liberacionista co-pertenecerían al modelo nómico territorial. Pero esto nos deja de nuevo en el interregno: ¿cómo
salir de este impasse histórico sin abastecer la violencia nómica cuando criticamos la globalización?, pues éste
pareciera ser el límite de las estrategias de resistencia a la globalización (desmontaje del nomos de la tierra), una
re-territorialización conservadora a pesar de su sentida pertinencia (movimientos identitarios, de fortalecimiento
del Estado nacional, anticapitalistas y neo-comunitarios, etc.).

Quizás lo que se necesita sea una revisión radical y sostenida de la misma tradición del derecho occidental, no
para negarlo desde un orientalismo jurídico invertido, sino para descentrar su autoreferencialidad europea más
allá de la geo-filosofía fundante del logos imperial. Dicha revisión pasa, inexorablemente, por lo que Boaventura
de Sousa Santos ha llamado un nuevo sentido común legal, y democratizado[14], pero no termina acá. Debe
igualmente incorporar formas heteróclitas de la imaginación que trascienden la relación sacrificial entre violencia
y redención, una relación que habita en el corazón antropomórfico de la filosofía jurídica y política occidental. Se
trata de pensar una forma de la convivencia y de la justicia que no quede presa de la lógica del sacrificio y la
recompensa, lógica partisana que mancha, incluso, las militancias revolucionarias modernas. Cómo en los
cuentos de Borges, no importa quien ejerce la violencia, pues lo que perdura es la memoria del crimen.

Fayetteville, septiembre del 2009.

* Sergio Villalobos Ruminott es profesor de la Universidad de Arkansas.

NOTAS

[1] Esta estrategia continúa con la Doctrina de Seguridad Nacional del periodo de la Guerra Fría, y su
consiguiente política del Containment y resistencia de la difusión del comunismo, pero ahora con un énfasis en el
carácter ofensivo de la política exterior norteamericana. Esta “pre-emptive war” no es solo una “guerra
preventiva” en general, sino que implica unas modificaciones específicas asociadas a la llamada Doctrina Bush
(en referencia a Georges W. Bush). El documento central, National Security Strategy of the Unites States, fue
publicado el 17 de septiembre del año 2002, y destacaba por dos puntos centrales, la legitimación de los ataques
a grupos y Estados terroristas, definidos así por representar una amenaza para Estados Unidos y, por lo tanto,
para la humanidad occidental democrática y civilizada; y, por la referencia a una cierta tradición excepcional que
permitía al Estado norteamericano hacer uso de la fuerza de manera unilateral y más allá de las
recomendaciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

[2] David Harvey. The New Imperialism. Cambridge: Oxford University Press, 2005

[3] William V. Spanos. America’s Shadow. An Anatomy of Empire. Minneapolis: University of Minnesota Press,
2000. “El anuncio del fin de la historia y del advenimiento de un Nuevo Orden Mundial no hizo más que
desocultar la voluntad de la cultura dominante de olvidar Vietnam” (XVIII).

[4] Spanos, 2000.


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[5] Carl Schmitt. The Nomos of the Earth in the International Law of the Jus Publicum Europeaum. New York:
Telos Press Publishing, 2006.

[6] Emile Durkheim. La división del trabajo social. Madrid: Akal ediciones, 1987.

[7] Carl Schmitt. Political Theology. Four chapters on the concept of sovereignty. Cambridge: The MIT Press.
1988. Pág. 15.

[8] Galli, Carlo. La guerra globale. Roma: Laterza, 2002.

[9] Nihilismo arquitectónico, categorial o postmoderno. Carlo Galli. Lo sguardo di Giano. Saggi su Carl Schmitt.
Bologna: il Mulino, 2008. “En suma, la guerra global y la globalidad como violencia, es una propiedad del espacio
global, un conjunto caótico de todas las relaciones (principalmente, económicas y tecnológicas) internas e
internacionales; es un proceso que en realidad no está controlado por nadie, por lo que el conflicto hoy es
“automático”. La guerra global es nihilismo postmoderno” (162).

[10] Samuel Huntington. The Clash of Civilizations and the remaking of the World Order. New York: Simon &
Schuster, 1998. Este es el tipo de propaganda denunciada por Spanos. También es recomendable la crítica
radical de Edward W. Said. “The Clash of Ignorance”. The Nation, Octubre 4, 2001:

[11] Carl Schmitt. Theory of the Partisan. Intermediate Commentary on the Concept of the Political. New York:
Telos Press Publishing, 2007. Pág. 80.

[12] Peter Sloterdijk. Temblores de aire. En las Fuentes del terror. Valencia: Pre-Textos, 2001.

[13] Jacques Derrida. Rogues. Two Essays on Reason. California: Stanford University Press, 2005. En español:
Derrida, Jacques. “Canallas. Dos ensayos sobre la razón”. Trotta, Madrid, 2005.

[14] Boaventura de Sousa Santos. Toward a New Legal Common Sense. USA: Northwestern University Press,
2003.

Ilustración: "The Dictator" de Ben Heine.


URL original en: http://www.flickr.com/photos/benheine/2674166747/

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