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CRISIS SOBERANA Y CRISIS DESTRUCTIVA

(Conversación en torno al libro Tecnologías de la crítica: entre Walter Benjamin y


Gilles Deleuze, de Willy Thayer, Metales Pesados, 2010)

Esta entrevista materializa parcialmente una larga conversación que hemos mantenido
desde hace más de diez años. Si tuviera que asignar un comienzo, diría que fue en las
frías calles de Montreal, en noviembre del año 2007, donde comenzó el diálogo más
acotado sobre el estatuto del discurso crítico y sobre la injusta recepción y olvido de
Deleuze. Este diálogo se ha mantenido gracias al correo electrónico y al intercambio
de nuestros trabajos, pero cada vez que voy a Chile aprovechamos de retomar las
hebras y sus intensidades, lo que siempre ha sido muy estimulante para mí.
Recientemente, producto de la invitación de la revista Papel máquina, decidimos darle
forma escrita a nuestros puntos de convergencia, usando como pretexto la aparición
del libro de Willy, que marca, finalmente, el rumbo del siguiente intercambio.

Villalobos: Hay en tu libro un tono subrepticio que se escucha desde una suerte de
bambalina del argumento, y tiene que ver con cierta distancia que tomas con respecto a
lo que podríamos llamar “the end of the game criticism” o “crítica de fin del juego”.
Se trataría de un cierto desplazamiento de la crítica como juicio, pero también como
patética, incluso melancólica, que te permite cohabitar con la problemática del
nihilismo sin, para citarte, abastecerla. Más que autores u obras, las pistas que
siembras en el libro tienden a ser referencias cifradas a ciertas nociones que aluden a
este desplazamiento: constelación, cita, montaje, multiplicidad, ensamblaje, Benjamin,
inmanencia, Deleuze, etc. Todo esto, sin pasarse al otro lado de la patética, es decir,
sin euforia ni entusiasmo. Esto motiva mi primera pregunta:
¿Cómo ves la relación entre este último trabajo y tu ensayo La crisis no
moderna de la universidad moderna, es decir, entre el horizonte de agotamiento
general que se desprende del predominio de la universidad telemática, y tu crítica al
principio unificador de las filosofías negativas (igualmente nihilistas)?

Thayer: La Crisis no moderna... fue escrita en unas contingencias poblacionales, un


paisaje literario, un encadenamiento de modos de producción, muy diferente al de
Tecnologías de la crítica. Creo que eso determina, en parte, gestos y testificaciones
que distancian esos trabajos. La crisis no moderna..., publicada en 1996, "testifica" el
Golpe de Estado a la universidad, el momento refundacional, el cambio de reglas, de
régimen jurídico y categorial de la universidad cifrado en 1981, con la ley de
universidades de la Dictadura; testifica también el despliegue efectivo de esa ley
durante el primer gobierno de la Concertación, despliegue en el cual el régimen
universitario fundado por la Dictadura fue "democráticamente" fomentado y

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productivizado y normalizado, ganando familiaridad en la irrupción de cerca de 60
universidades S.A. asociadas con las AFP y las ISAPRES, la nueva empresarialidad
que se creó con el primer reparto a privados de los bienes del Estado soberano. Hay
una investigación al respecto de María Olivia Mönckeberg que ilustra sustantivamente
lo que Carl Schmitt llama "distribución" (del botín) que inmediatamente sigue a la
apropiación-expropiación. El libro de Mönckeberg se titula La privatización de las
universidades y es del año 2005. En este sentido es que el título La crisis no moderna
de la universidad moderna nombra la transición de la universidad en Chile operada
por la Dictadura, y nombra también el afianzamiento, la conservación y fomento de
esa transición durante la Concertación. Lo que La crisis… nombra es la transición
estructural de la universidad desde el Estado nacional como máquina soberana
universitaria en proceso vanguardista, hacia un Estado que ensambla su soberanía a la
gestionalidad empresarial. En Chile esta transición tuvo lugar con la Dictadura. La
Dictadura es, según ese libro, la operadora de la transición del Estado nacional
soberano hacia el mercado transnacional globalizado que se consolidará con los
gobiernos de la Concertación. En tanto tránsito que disuelve al Estado soberano en la
globalización transnacional, la Dictadura es, en Chile al menos, la consumación de la
vanguardia, la consumación de la guerra fría en una facticidad ¿sin nomos?. Entonces,
hay una paradoja conjugándose en La crisis no moderna... Me refiero a lo siguiente: la
globalización gestional es el límite o un límite de la soberanía. Pero, a la vez es la
propia soberanía la que, bajo la forma de una dictadura soberana activa ese límite,
opera la transición a la globalización; como si la soberanía que muere en la
globalización neoliberal o que se ensambla con ella convirtiéndose en otra cosa,
buscara su extenuación bajo la forma dictatorial que es la máxima expresión del
paradigma soberano moderno, (teológico-político secularizado). Es la soberanía,
entonces, la que pone en crisis a la soberanía, la que hace morir a la soberanía
dejándola vivir ensamblada a la máquina gestional y burocrática de la economía
abierta trastornando el modo de producción de la decisión y de la excepción soberanas
(la decisión democrático parlamentaria y la dictatorial) cuyas instancias la máquina
gestional burocratiza y subsume neutralizándolas infinitamente. Es la Dictadura
soberana la que funda una constitución no soberana, o no simplemente soberana, y esa
es la paradoja de una constitución soberanamente fundada que ya no responde, sin
embargo, al paradigma soberano de la contención (katekhón) del mercado abierto,
acéntrico, del anticristo, como diría el ala schmitteana de la Alianza por Chile que hoy
gobierna. La dictadura soberana funda una Constitución que saca a bailar a la
soberanía en la pista ilimitada del mercado gestional-empresarial expandido.

Villalobos: Recuerdo que Renato Cristi, en su libro con Ruiz-Tagle, (La república en
Chile. Teoría y práctica del constitucionalismo democrático, LOM: Santiago, 2006),
concibe esta Constitución como fin de la tradición republicana, es decir, como
despliegue radical de la excepcionalidad jurídica asociada al Golpe, más allá del
catecismo liberal sobre nuestra ejemplar historia cívica. En este sentido, la

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Constitución del 80 es también la des-constitución del contrato social nacional y, como
fin de dicho contrato, es también el fin, el agotamiento del sistema categorial que le
servía de referencia. Ella, como sinécdoque de la operación dictatorial, es el “tema” de
fondo con el que se emplaza una nueva pista de baile.

Thayer: Sí, la irrupción de esa "nueva" pista consiste, antes que nada, en que se hace
visible que el contrato social republicano, la "larga tradición democrática" desde hace
mucho era, dicho en código benjaminiano, excepcionalidad vuelta regla, violencia
jurídica naturalizada: costumbre, modo de vida, tradición, normalidad institucional y
política. La vanguardia, el gobierno popular de Salvador Allende, ya había operado,
una desfetichización de esa larga y "ejemplar" tradición democrático-jurídico-
económica, haciéndola visible como régimen opresivo y violento. Violento no porque
uno de sus recursos a la mano sea el uso ocacional de las armas, de la fuerza de las
armas o de las fuerzas armadas; sino como un régimen armado, y en ese sentido, un
régimen estructuralmente violento, es decir, que usa las armas siempre, porque el uso
de las armas no se define por un disparo o dos, sino por la tenencia de las armas. Y
esto es inevitablemente así, cuando se cae en la cuenta de ello, porque en tanto
violencia fundadora la democracia soberana tiene que conservar lo fundado, conservar
lo apropiado, reproducir su acumulación originaria, la propiedad producida, distribuida
y fomentada, propiedad que incluye como botín suyo también, lo que excluye, lo que
excluye en su inclusión. Es cierto que la democracia sobre todo parlamenta, es
parlamentaria, conversadora, dialogadora; pero conversa siempre con las armas, no
digamos en la mano, pero si con las armas a la mano. Creo que la política de masas de
la Unidad Popular hizo visible el orden democrático como un artificio particular que
instauraba y conservaba permanentemente un orden jurídicamente naturalizado de
propiedad que consideraba estructural, paradigmáticamente, la expropiación de
muchos —expropiación constitutiva de ese paradigma, tautológicamente acompañado,
por lo mismo, de los paternalismos y humanitarismos solidarios, el fetiche de los
"grandes benefactores" buenas personas— de esos muchos que la democracia
esencialmente incluía como exclusión, que incluía como no circulación, como
reprimido sine qua non; hizo visible la historia, la posibilidad de la democracia
chilena, como estructura de opresión. La vanguardia popular puso a circular, sacó a
bailar en democracia, como democracia de masas, las masas oprimidas por la
democracia, radicalizándo la democracia, sin romper el verosímil constitucionalista
soberano. Aunque, cabe consignarlo, entre la multiplicidad de vectores que se
desplegaban como gobierno popular, no todos iban a dejarse contener en el marco
constitucional estructuralmente excluyente, sobre todo después de haberlo visto. La
Unidad Popular en su multiplicidad de vectores parlamentarios, vanguardistas y
anarquistas o izquierdistas, averió rotundamente el fetiche de la democracia, la exhibió
como regimen armado de expropiación, hizo visible que la paz democrática se
sustentaba principalmente, si bien no exclusívamente, en la tenencia de las armas, es
decir, en la tenencia del poder de fuego; hizo visible que el que tiene el poder de fuego
tiene la paz, es propietario de la paz, propietario de la democracia, del fetiche de la

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democracia como paz. La "tradición de los oprimidos" que circuló como Unidad
Popular nos enseña... pero sobre todo el Golpe de Estado nos enseña ... que la tenencia
de las armas (que es la tenencia del fetiche de la paz, la tenencia del factum de la
regla, la tenencia del factum de la propiedad, expropiados incluidos) era la tradición
de paz y democracia en que vivíamos.

Villalobos: y ese sería, para mí, uno de los problemas con el argumento de Cristi y
Ruiz-Tagle pues para ellos el Golpe todavía aparece como interrupción de la tradición
republicana y como salto a la globlización. El Golpe, y en eso tiene razón Cristi, se
mostró desde el principio como volunad de diseño y fundación de un nuevo escenario
jurídico, de hecho Cristi afirma que ya desde el mismo 13 de septiembre de 1973, la
Junta se plantea la necesidad de constituir una comisión para revisar el marco
constitucional averiado por el abuso de la Unidad Popular. Sin embargo, la
organización cronológica del argumento, su énfasis en un cierto momento republicano
originario, da la ambigua impresión de una sobrevaloración de la “tradición”
democrática. En este sentido, el Golpe como fin de la república no interrumpe un
proceso de progreso continuo sino que lo visibiliza en su condición de fetiche. Este
fetiche, esta operación efectiva del derecho, reaparece en la serie de discursividades
dispuestas a comprender el pasado nacional, la dictadura, la transición, la democracia.
Por ejemplo, en las ciencias sociales.

Thayer: Cuando las ciencias sociales proponen que el Golpe de Estado no es una más
de las tantas crisis de la democracia, sino su derrumbe por largo tiempo (derrumbe del
que luego nos recuperaríamos democráticamente otra vez), y que ese derrumbe tiene
lugar a causa de la instauración de un gobierno autoritario, siguen trabajando para el
fetiche de la democracia tradicional, pre-Golpe, pre-vanguardia. Quiero decir que esa
lectura deja de lado que el derrumbe de la "larga tradición democrática", más que la
instauración de un régimen autoritario por un tiempo, como propone Manuel Antonio
Garretón, es la visibilización de que la democracia, la constitución republicana, el
paradigma soberano en que se traza esa democracia, es estructuralmente
excepcionalidad vuelta regla, excepción fundante y también conservación de lo
fundado mediante la violencia. El derrumbe, para usar el término de Garretón, aunque
a contrapelo de Garretón, más que en la instauración de un gobierno antidemocrático,
consistió en la visibilización del fetiche de la democracia soberana como forma
estructuralmente violenta de gobierno. Del instante de visibilización del fetiche no es
posible olvidarse ni con los mayores esfuerzos de refetichización, lo cual no quita que
se den (a granel) las complicitaciones con el fetiche. Si en alguna parte se puede
experimentar privilegiadamente los efectos de esa visibilización es en la nihilización
del régimen de afectos, categorías, doxas, conflictos y liturgias soberanas que
comprendían la universidad, el parlamento, el lenguaje, las estructuras cotidianas de
reconocimiento en las que "naturalmente" se vivía la tradición democrática: crisis no
moderna de las categorías soberanas modernas, crisis no moderna de la democracia
moderna, de las instituciones e institutos moderno-soberanos. El lenguaje de la

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Concertación (cuando la Concertación habla de Estado, de universidad, de historia,
gobierno, de país, de democracia, justicia, memoria) está siniestrado, nihilizado por la
transición-visibilización que operó la Dictadura respecto de la democracia soberana. Y
la Concertación lejos de asumir esa nihilización como estado de cosas, como modo de
producción a partir del cual debía ejercer su posibilidad, reestetizó con el lenguaje
republicano de la democracia y la soberanía, la democracia y el Estado S.A. fundado
por la Dictadura y, estetización mediante, fomentó los desplazamientos estructurales
que la Dictadura había avanzado en términos de introducir el modo de producción, el
paradigma gestional empresarial para las universidades, la educación, la salud, el agua,
las comunicaciones, el parlamento, etc. El emblema de esa nihilización es la bandera
empresarial postnacional de 70 metros con que la Alianza por Chile cubre la moneda
37 años después de haberla bombadeado, después de haber bombardeado
soberanamente la soberanía nacional. De cualquier modo, la nihilización no es
simplemente la desaparición de las categorías, institutos e instituciones republicanas
soberanas, sino su desvanecimiento en cuanto valores de uso y al mismo tiempo su
supervivencia estetizada para múltiples oportunismos bajo el nihil del valor de cambio.
La crisis no moderna, dice relación, entonces, con esta nihilización, y el libro la
testificaba. Testificaba más que una "verdad de la crisis" una crisis, una
desfetichización del régimen de verdad y categorialidad de la democracia soberana-
republicana, crisis que pasa, en parte, por la depotenciación de su fetiche, y que pasa
también por la potenciacion del modo de producción gestional de una democracia y
una universidad ya no soberanas, no republicanas, sino corporativas, de sociedades
anónimas, y el gobierno de poblaciones (no de ciudadanos) que se pone en curso con la
Constitución política de 1980.
A partir de aquí se podría percibir otra diferencia con Tecnologías de la crítica, que se
mueve, creo, en un registro afirmativo (deleuziano) y no negativo de la crisis.

Villalobos: Si, pero antes de ir a esto, también se trataba en ese primer libro de pensar
la crisis no moderna como predominio de la habladuría de la reconciliación, como la
llamaba Patricio Marchant; es decir, como universalización de la ideología
modernizante de la transición, en cuyo caso la transición no sólo operaba reestetizando
las categorías de la doxa democrática, sino dejando intacto el pacto entre teoría de la
modernización (historicismo) y capitalismo mundial integrado (globalización), lo que
tú llamarías hundimiento en la gestionalidad infinita.

Thayer: La crisis no moderna... expone también el pasaje de la Dictadura a la


Concertación. Pero en este pasaje no hay crisis, no hay ruptura, no hay refundación, no
hay transición. Lo que hay es reajuste burocrático, comisarial, aseo y ornato,
conservación y fomento de lo expropiado, distribuido, fundado por la Dictadura, de lo
firmado por Pinochet, firma que continúa firmando. ¿Firmando qué? El ensamble entre
el Estado soberano nacional y la gestión empresarial transnacional, o el pacto entre
teoría de la modernización (historicismo) y capitalismo mundial integrado
(globalización), como indicas. Firma Pinochet que continuó firmando la estructura de

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los desenvolvimientos de los gobiernos soberano-gestionales de la Concertación, y en
que se desempeña ahora el gobierno de la Alianza por Chile, que asume el relevo
concertacionista de lo firmado por Pinochet, es decir, bueno, por ellos mismos, en
silencio o a voces. La crisis o transición no moderna de la universidad moderna, se
desplegó, por lo mismo, a contrapelo de las doxas cientistas sociales que camuflaron la
transición que hizo la Dictadura endosándosela a la Concertación, ocultando voluntaria
o involuntariamente que la firma de Pinochet, más allá de las intenciones del
personaje, signó la pista constitucional de los Gobiernos de la Concertación. Esto es
algo que piensan y dicen los pinochetistas cuando exigen que se reconozca que fue
Pinochet el que cambió el país, y ahí no se equivocan (salvo que piensan en la
persona, en el señor Pinochet, no en la firma de muerto que sigue firmando). Y no fue
difícil que la Concertación se plegara a la doxa cientista-social, que en gran medida le
donó la lengua que la hace comparecer activa y agente de la recuperación de la
democracia. Pero ¿qué democracia recuperó la concertación? En cualquier caso no
recuperó ninguna, ni mucho menos la democracia republicana. Lo que hizo la
Concertación fue poner en ejercicio la máquina empresarial transnacional de gobierno
poblacional fundada acá por Pinochet, un parlamento gestional de corporaciones S. A.
en que se decide no por soberanía sino según indicadores de riesgo, de seguridad y
vulnerabilidad empresarial o poblacional (misma cosa, no) administrando
oportunistamente ideologías según liturgias mediáticas de glorificación o fetichización
del "nuevo" modo de producción, de este modo de producción sin modo que constituye
el paradigma gestional que ensambla en su burocracia al paradigma soberano. Como
dice Guattari: nada es esencial al neoliberalismo, no tiene canon, carece de modo de
producción y opera oportunistamente con cualquiera.
En cualquier caso, el prefijo trans referido al capitalismo mundial integrado,
prefijo presente en sintagmas comunes como transnacional, transcultural,
transdiciplinar, transversal, etc, no nombra un movimineto deconstructivo de la
identidad –nacional, cultural, disciplinar–, no nombra un flujo que ni viene de una
identidad ni va hacia otra identidad, más saturada o rala, y que tendría lugar sólo
erosionando la identidad, las topologías, sin fundar "nuevas" ni devastar "viejas". El
prefijo trans, en transnacional es sobre todo esencialmente homogeneidador,
taxonómico, identitario, regularizador, catastrófico en este sentido, como el valor de
cambio, que si bien puede metaforizarse infinitamente y es la metaforicidad infinita a
distintas velocidades y tiempos, lo es en términos de capitalización, a lo satélite
universal que como el viejo sol artesanal es siempre el mismo y no se pierde, no se
descapitaliza en la variedad que ilumina.

Villalobos: Si, porque el Capitalismo Mundial Integrado aparece fomentando las


diferencias, incluyéndolas y patrocinándolas (de ahí el éxito académico de las identity
politics, y de ahí también la flexibilidad curricular de la Universidad neoliberal, ya
desujetada del pesado canon humanista occidental). Se trata, sin embargo, de un
aparecer o, mejor aún, de un parecer que vela la espacialización del tiempo en una
imagen del mundo multidimensional o post-cartográfica; su secreto es su condición

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contingente, axiomática, post-normativa, así, no puede ser diagnosticado, señalado,
remitido a la lógica del juicio categirial moderno, funciona como el fetiche del fin de
los fetiches, la ideología de fin de las ideologías. En este sentido, las ciencias sociales
chilenas operaron espacializando las dinámicas sociales según una endémica teoría de
la modernización y así, pensaron el Golpe y la Dictadura desde un irrenunciable
historicismo desde el cual tanto el Golpe como la Dictadura no parecían ser más que
interrupciones de un cierto progreso republicano, largas interrupciones que habrían
comenzado con la Unidad Popular y su vocación populista. Por eso, la pérdida de
potencia crítica de éstas disciplinas no tiene que ver con una traición simple o con un
problema moral, sino con su ceguera constitutiva y su co-pertenencia al horizonte
temporal del capitalismo, su inadvertida complicidad con un concepto vulgar de
temporalidad. Pero, lo que asombra no es sólo esto, sino el predominio irreflexivo de
un cierto principio evolucionista de comprensión más allá incluso de estas ciencias
sociales, en los discursos historiográficos y en los culturales, literarios y estéticos en
general. Digamos que dicho principio evolucionista está a la base de la operación
efectiva del derecho que consiste en producirse a sí misma como ficción soberana. De
ahí entonces que el Golpe más que una interrupción de la continuidad republicana, sea
la puesta en escena de la excepcionalidad que alimenta, desde bambalinas, la doxa
democrática. Ni acontecimiento ni catástrofe hay en el golpe, sino repetición de la
catastrófica condición de la historia.

Thayer: En relación al Golpe, a las nociones catedralicias de acontecimiento,


catástrofe, excepción, violencia, siento que es necesario decir algo sobre confusiones
en curso que fomentan, queriéndolo o no, fetichizaciones. Estas nociones tienen, creo,
al menos, un doble uso. Uno que responde al paradigma soberano, y entonces cuando
se habla del Golpe como acontecimiento, como catástrofe, como estado de excepción,
como violencia, se lo hace siempre referenciando el carácter fundacional: el golpe, el
instante golpe, interrumpe la representación jurídica, los contratos a todo nivel, para
fundar nuevos contratos. El acontecimiento del Golpe, su excepcionalidad, es un retiro
de la ley, de la representación, en función de reafirmar la ley en otra fantasmática; la
catástrofe (etimológicamente cisión profunda) de la cotidianeidad, de la familiaridad,
que se pone en curso con el Golpe es a la vez la catástrofe de la cotidianeidad, la
familiaridad, en que terminamos habitando como tersa llanura en que se vive sin
extrañeza. La excepcionalidad, la violencia del Golpe deviene la constitución del 80 y
la institucionalidad gestional. Este creo es el uso apropiado para referirse al Golpe
como acontecimiento en la soberanía, con la soberanía y, a la vez, contra la soberanía
en la medida en que el Golpe depotencia la soberanía al visibilizarla potenciando el
paradigma de la gestionalidad. Por otro lado, las nociones de "verdadero estado de
excepción", de violencia no fundante o violencia pura, respiración pura, de
acontecimiento como pura interrupción no fundante, que no se deja contratar, y que
desde esa desincripción crispada en medio de los contratos con los que rompe y
difiere, abre instantes de visibilidad, desfetichizaciones, de virtualidad como puro
devenir, y no como devenir esto o estotro, no son aplicables al Golpe de Estado, ni a la

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Unidad Popular, ni a la vanguardia popular, ni a la revolución, ni a fenómeno soberano
alguno; independientemente de que siempre es posible que en la multiplicidad
articulada, los modos de producción o regímenes de representación en curso, las
potencias constituyentes (para decirlo con Jon Beasley-Murray), las rupturas de
contratos, las desfetichizaciones, tengan lugar, y sólo allí tengan lugar.

Villalobos: De acuerdo, supongamos que le restamos el nombre de acontecimiento


tanto al Golpe, como a la vanguardia popular, aún así, esas dos “tecnologías” o
“filosofías” del acontecimiento, del tiempo, no son tan claramente distinguibles o
separables, se yuxtaponen y confunden permanentemente, porque ambas están
referidas a la cuestión de la narración: ¿Cómo dar cuenta de esto? ¿Cómo evitar la
sustantivación en la narración? ¿Cómo no hablar la lengua teológica del advenimiento
ni la lengua mesiánica de la redención y, sin embargo, permanecer abierto al porvenir?
Y esto no es tan fácil. Abandonar la noción de acontecimiento para referir al Golpe y a
la vanguardia popular (ese otro verdadero acontecimiento en la historia de Chile, como
quiso Marchant), todavía no resuelve el problema de fondo, el problema de la relación
entre soberanía y acontecimiento. En este sentido, la tecnología soberana como
fundamento de la crítica, como plano desde el cual la crítica se jerce y adquiere sentido
es siempre una referencialización de la crítica, opera siempre como una válvula o un
esfinter que abre la problemática sólo a condición de haberla cerrado, referencializado,
previamente.

Thayer: Lo que hay que quitarle al acontecimiento es cualquier forma de presentación


o representación, porque no tiene presente, como el montaje. El Golpe no es
simplemente fundacional en el sentido vanguardista de inaugurar una nueva escena de
la historia dejando atrás una vieja. El Golpe hace visible el viejo paradigma de la
soberanía en que se desenvolvieron por igual la democracia formal y la vanguardia
crítica de la democracia formal. Al hacerse visible en el Golpe ese viejo paradigma, el
viejo paradigma comparece como algo nuevo, algo no visto pero que ya estaba y venía
de tan lejos, como dice la Mistral. El Golpe tiene un efecto deshistoriador. Quiero
decir que en el instante Golpe, como desmayo o límite del sujeto, como retiro
hiperbólico de la representación, se hacen visibles las máquinas historiadoras, las
ficciones que operaban como naturaleza universal de las cosas. Entre esas máquinas
historiadoras está el paradigma soberano como forma de la democracia, como fetiche
en el que todo circulaba sin circular el mismo, fetiche que el Golpe pone en
circulación, saca a bailar (otra vez) bajo la pista de la democracia gestional en que ese
Golpe deviene declinándose como acontecimiento soberano. Saca a bailar al
paradigma soberano como accesorio para diversos tipos de gestión empresarial. En
este sentido no es que simplemente vuelva la representación luego del Golpe. Vuelve,
efectivamente, pero siniestrada. Vuelve la representación autoritaria cuando la
dictadura se instituye, se hace consistente, plano de consistencia. Vuelve la
representación soberana ensamblada a la representación gestional hecha cotidianeidad.
Y entonces ahí se producen homonimias de todo tipo que engendran mitos como por

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ejemplo que la representación que vuelve es la de la democracia soberana con su
régimen de categorías e institutos. Es como en las relaciones amorosas. Mucho o poco
vuelve simplemente en ellas luego de un golpe, una traición, una infamiliarización
súbita que retira la fantasmática en la que el amor circulaba hasta entonces como
familia y reconocimiento. Y aunque prontamente vuelva la relación (normalmente por
impotencia, repetición compulsiva) la representación está siniestrada porque ya se vió
la cosa, o se vió una virtualidad, una potencia de la cosa que desatando un clima
infamiliar se dispone ahora como "nueva" familiaridad, una familiaridad que nunca se
repondrá de la maldición del haber visto (la muerte), o haber experimentado que la
familiaridad en que se habitada no era más que un embeleso, un fetiche de vida. Y tal
como suele ocurrir en las relaciones amorosas, que la impotencia aferra al fetiche
siniestrado y subordina el afecto a oportunismos de todo tipo, así ha ocurrido con la
Concertación, su impotencia la subordinó a la firma Pinochet, a las ISAPRES, las
AFP, la privatización de la educación, la democracia S.A, fetichizándola como su viejo
amor, como democracia soberana.

Villalobos: De acuerdo, el ejemplo me parece muy bueno, pero me gustaría insistir en


una dimensión todavía sólo sugerida. Si es cierto que el Golpe no es un
acontecimiento, y esa es tu crítica a la tecnología del acontecimiento como
inauguración, diseño y fundación, también habría que problematizar la misma idea de
plano de inscripción donde el acontecimiento se ejercería como ruptura o como
excepción, pues no hay continuidad o normalidad pre-acontecimental, así como
tampoco hay acontecimiento como tal, único, irrepetible. Como si el desengaño en la
escena amorrosa arruinara la familiaridad de embeleso, cuando la escena amorosa es,
al igual que la historia, pliegue y trastocación, diferencia y repetición, acontecimientos,
rupturas, escanciones, es, por asi decirlo, una serie de quiebres y reconciliaciones, y no
sólo repeticiones compulsivas, sino también reinvenciones creativas e ingenuas. El
acontecimiento, el muy astuto, quiere confundirnos y hacernos creer que es único,
como el Dios monoteista de Nietzsche, cuando en realidad la familiaridad de la historia
acontecida, de la relación amorosa ya es relato, ya es narración, es decir, exorcismo de
la dislocada condición del tiempo. En este sentido, el golpe gatilla el fin de la ficción
democrática precipitado por la globalización, desmontando el mito acerca de la
convergencia entre capitalismo y democracia, es decir, mostrándolo como mito
(narración, escena amorosa familiar). Así, el Capitalismo Mundial Integrado, para
volver a Guattari, es precisamente capitalismo flexible, intensivo, sin ideología.
Política sin política, amor si escena.

Thayer: Si el acontecimiento es de difícil formulación. No porque su formulación,


sea altamente exigente; sino porque es informulable, y eso informulable es la
exigencia paradójica de su formulación. El acontecimiento se dice de muchas
maneras. Se dice de muchas porque no se dice de ninguna en sentido "propio". Y no
se dice de ninguna en sentido propio, porque carece de sentido propio, porque
destruye lo que se tiene por propio. Dicho a lo Deleuze, erosiona por el medio los

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contratos propietarios del decir, del representar, de modo que "resplandece" (y
comienzan los fuegos artificiales) indirectamente en el calidoscopio o el montaje de
astillas de diverso tipo en que su erosión indirectamente se avista en una especie de
simultaneidad heterocrónica de imágenes que no se dejan capturar por el discurso ni
por contexto de uso alguno. No es presentable ni representable porque carece de
presente, de presencia. Pero tampoco es simplemente trascendente a ese resplandor de
astillas que funciona, efímeramente como el caleidoscopio, como inscripción. Los
efectos de erosión como inscripción Sólo así, como pura erosión, ni simplemente
inmanente ni simplemente trascendente a las astillas, escapa al discurso, a la imagen
como cliché, hundiéndose en la imagen como irreductibilidad discursiva, como cifra.
En todo caso, y para recaer en lo que ibamos, en Guattari, a quién nunca, creo, hago
referencia en Tecnologías de la crítica, y tal vez injustamente, el hecho de que el
Capitalismo Mundial Integrado carezca de política quiere decir que opera ciegamente
sin verosímil, sin modo de producción, sin ideología pero usando, gestionando los
modos de producción, las ideologías, según requerimientos del caso. Gestionando, por
ejemplo, el fetiche del continuum historicista entre democracia republicana y
democracia gestional S. A., firmada por Pinochet y fomentada por las ciencias
sociales como metafísica del sentido común que habla la Concertación y la Alianza
por Chile, metafísica en que se habla y fuera de la cual parece que ya no hablas, y más
bien suenas en el doble sentido de sonar.

Villalobos: Si, porque el acontecimeinto “es” (si se me permite este uso de la partícula
atributiva) desoperación de la lengua, crisis no soberana de la soberanía que condena al
lenguaje a la comunicación y, por lo tanto, a la circulación; es cesura de la concepción
burguesa de la lengua (Benjamin), abismación de la significación irrecuperable por
ninguna cadena significante (de ahí entonces la diferencia entre acontecimiento y
contingencia, tal y como aprece en el pragmatismo contemporáneo o en la teoría de la
hegemonía). Pero volviendo a la instaciación de nuestro intercambio, me parece que
hay, por lo menos, dos elementos que deberían enfatizarse en lo que dices, y es que
aún cuando la retórica schmittiana no es preponderante todavía en La crisis… sí
irrumpe fuertemente en El fragmento repetido (2006). Me refiero a esta operación
dictatorial de autodisolución soberana, de puesta en crisis del nomos territorial y de
obliteración del Katekhón en función de un mercado global trans-estatal y trans-
soberano, que llamas anticristo...

Thayer: ...Que Schmitt, o que la fracción más fóbica de la teología política católica
chilena llama anticristo, y es saludable consignarlo, consignar las tensiones que se
cruzaron en la discusión constitucionalista entre 1977 y 1980, entre la veta schmittiana
o hispano-schmittiana (Donoso Cortés, Vásquez de Mella, Escrivá de Balaguer),
representada por Guzmán, y la veta neoliberal de los Chicago Boys, Friedman y
Hayek. Según Mónica Madariaga, Ministra de Justicia de Pinochet, en esos tironeos
ganaron los Chicago, el paradigma empresarial, gestional, gubernamental, pastoral,
biopolítico, para decirlo con Foucault. Pero el acomodo entre la política soberana

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katekhóntica de los schmittianos y la biopolítica o el neoliberalismo se dio por el lado
de Guzmán. Según Cristi y Ruiz-Tagle, si mal no recuerdo, en el libro que citabas
recién, fue Guzmán el que tradujo el concepto de persona desde su comprensión como
"alma o sustancia con destino eterno" que se debe directamente a Dios y no al Estado,
en PYME autogestional y autosustentable, abriendo una fístula entre catolicismo
katekhóntico y la gubernamentalidad neoliberal sin contención...

Villalobos: Ésta es la tensión que marca también el declive del pensamiento


conservador y la ruptura entre los viejos y Guzmán, entre Lira, Eyzaguirre, y Góngora
y la nueva intelligentsia neoliberal, intelligentsia a la que también pertenece toda la
ingeniería social de la modernización y de la transición. Y pienso que es importante
enfatizar esto porque varias veces he escuchado que la operación crítica de La crisis…
era, en cierta medida, una prolongación de la crítica a la postmodernidad como
agotamiento categorial y des-historización generalizada del pensamiento crítico en la
mercantilización de la cultura, al estilo del trabajo de Fredric Jameson o incluso, de
Lyotard (de su recepción sociológica). Llamar la atención sobre este fin soberano de la
soberanía, de la ficción soberna (y de la soberanía de la ficción) es pues distinguir el
montaje de aquel libro tuyo respecto de lo que circula como crítica de la cultura. La
crisis no moderna muestra, precisamente, para decirlo de otra manera, el agotamiento
de la crítica cultural en la misma medida en que hace comparecer la transición operada
por la dictadura a la globalización con el desocultamiento de la crítica no sólo como
juicio, sino también como función soberana (performance). En última instancia, la
dictadura soberana en su operación de autodisolución del horizonte soberano-telúrico
moderno, realizó el horizonte de la crítica moderna, desterritorializando la inscripción
telúrico-simbólica de su aparataje convencional.

Thayer: La crisis no moderna.... en la coexistencia de modos de producción en que


fue escrita, lo que dice es que la Dictadura es la transición, y por tanto que la
transición es la consumación de la vanguardia en el mismo sentido en que El
fragmento propone el golpe como consumación de la vanguardia, como
desfetichización del paradigma soberano de la democracia y de la vanguardia.

Villalobos: Si, lo que hace comparecer a ambos modelos de tranformación, a ambas


políticas del diseño para decirlo con Groys, en una cierta copertenencia al plano
bidimensional de la representación (lo que aparece y lo que permanece oculto), de ahí
que la tarea de la vanguardia política y estética sea la de ajustar (y hacer justicia,
ajusticiar) la representación. La puesta en evidencia de esta copertenencia cierra el
ciclo del liberacionismo telúrico moderno, y de su economía simbólica (de ahí que el
fin de la ficción soberna sea también el fin de la sobernía de la ficción –sobre todo de
la epopeya emancipatoria à la Neruda y de odisea narrativa del realismo mágico-. Pero
esto me lleva a la segunda cuestión. Me lleva a la Jenny (fragmento 23 de Tecnologías)
como figura-máquina de un despliegue tecnológico contenido en la problemática del
valor en la producción capitalista. Antes de La crisis… ya circulaba un texto publicado

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en el número dos de Los cuadernos de la invención y la herencia, y que después
apareció en El fragmento repetido (2006) me refiero al texto sobre el fin idealista-
capitalista de la división del trabajo, texto que anticipa tu lectura sobre el agotamiento
de la crítica, mediante la indiferenciación entre trabajo intelectual y trabajo material
que la valoración ampliada del capital imponía como facticidad. Sin diferencia entre
facticidad y crítica, todo quedaría remitido a la subsunción del trabajo al capital. Aquí
es donde tu lectura tomaba distancia del pesimismo jurídico de Schmitt (para quién la
crisis del nomos de la tierra debía dar paso a una reorganización nómica del mundo o
al predominio del Eskathón sobre el Katekhón, del anticristo sobre la cristiandad); y
también se distanciaba del “optimismo” de Antonio Negri, para quién la cualificación
del trabajo operada por el capitalismo contemporáneo no sólo resultaba en la
indiferenciación entre trabajo material e intelectual (de ahí la constitución del general
intellect), sino también en un proceso de autovaloración del obrero social.
Todo esto, por supuesto, suponía una confrontación con el texto-Marx, con sus
trabajos sobre teorías de la plusvalía y con el famoso capítulo VI Inédito del Capital,
pero ahora además supone una relación post-crítica con su firma, de lo contrario Marx
termina siendo un crítico del fetichismo de la mercancía y un desenmascarador de la
ideología, así como Benjamin para muchos es un lector de la escena cultural asociada
con el shock cinematográfico moderno. En este sentido, hay en Tecnologías un doble
movimiento relativo a Marx (por ejemplo, fragmentos 6 y 26). Por un lado, éste sería
quien, continuando la tradición cartesiano-kantiana inmanentiza la crítica y transforma
el juicio en praxis. Pero, por otro lado, dicha inmanentización de la crítica termina por
allanar el terreno; es decir, termina por mostrar la historia como teatro sin espectador.
No se trataría sólo de un cambio de énfasis, sino también de un desplazamiento en
términos de tu relación con su texto.

Thayer: Tal vez la fórmula en que la teoría del valor de Marx adquiere una cifra
densa, monádica, la encontramos en el sintagma "valor uso de valor". Traducida a un
lenguaje más coloquial esta fórmula dice, más o menos, que en una región en que
impera el modo de producción específicamente capitalista, es decir, en que los
diversos modos y tecnologías de producción y reproducción de vida, de trabajo, de
objetos de consumo, de intercambio, son inmediatamente subsumidos en la red de
valorización ampliada del capital, en esa superficie, hagas lo que hagas, sea cual sea la
actividad usuaria o especialidad en que te desempeñes, sea el retail, la producción de
fruta orgánica, el robo de cajeros automáticos, la empresa de seguridad, la educación
subvencionada, la presidencia de la república, o el sabotaje de variado signo, sólo te
desempeñarás en esa especialidad en tanto "valor uso de valor", valor uso de capital, es
decir, sólo gestionarás trabajo abstracto, valor abstracto, tiempo abstracto, inespecífico.
Hagas lo que hagas tu quehacer abastecerá máquinas de finalización capitalista. Y
aunque estas máquinas proliferen cada vez más diversas y dispersas estarán
ensambladas, en cada caso, según dialécticas finalizadoras, productivas, parciales.
Según el régimen de verdad de la ley del valor, en una sociedad en que impera el modo
de producción específicamente capitalista, la exuberante diversidad de actividades

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diferenciadas y mercancías en que se presenta la riqueza de una región, se reduce
finalmente a una y la misma cosa, al valor en proceso, al valor uso de valor, valor uso
de capital. Ese principio homogeneizador "todo es una y la misma cosa" constituye el
esquema primero de la ontología, sea que se diga que todo es agua, o que es fuego, o
espectáculo, o un patchwork de muchas cosas, lo que la ontología dice finalmente es
que "todo es una y la misma cosa". Valor uso de valor, en este caso. Este gesto que
iguala lo desigual en un principio que todo lo subsume y agota, que nihiliza la
multiplicidad en el fetiche de una sóla y misma cosa, constituye la operación básica de
lo que regularmente se denomina filosofía, en el peor sentido. A la filosofía le interesa
básicamente ver el bosque en vez de los árboles. Reducir los singulares al concepto, al
universal, al nihil. Esta operación no es una operación exclusiva de esos raros que se
denominan filósofos. Incluso puede serla mucho más de los super normales cientistas
sociales que operan conceptos y técnicas de medición generales y construyen lenguas
francas, bosques, doxas matriciales, por ejemplo, la de la Concertación. La crisis...
testificó el nihil de manera insistente, sobre todo el nihil del concepto cientista social
de transición, así como el universal implícito en el uni de la universidad, y en este
sentido recepcionó un cierto Marx, el Marx de la ley del valor, del trascendental
fáctico. Recepcionó la reducción del valor de uso en valor; expuso el fin de la división
del trabajo entre valor uso y valor, aunque dejó rondando, creo, una especie de "mal de
uso", en el sentido de "mal de imagen", irreductible a valor, una especie dimensión
anasémica. La crisis... operó ese nihil como exigencia negativa, por así decirlo, para
abrir una conversación no meramente sociológica sobre la universidad y sobre la
política, e iniciar consideraciones críticas a su respecto, exigida por la ley de
universidades del 81 y la Constitución del 80, datas estas que marcaran el tiempo
económico-jurídico de la Concertación, hasta su actual entierro. Y si bien el nihilismo
termina siendo una doxa más entre las doxas, es una doxa en que las doxas se
desauratizan, incluyendo al propio nihilismo que se nihiliza. La crisis... expuso ese
nihil como facticidad de las máquinas de sentido, las ideologías, pero ya no como
principios auráticos de la acción, sino como recursos desauratizados inmanentes para
gestiones y estetizaciones de sobrevivencia y valorización. Expuso una planicie de
acciones y actores sin teatro, sin marco, sin escena; o donde se multiplican los teatros
sin teatro general. Y sin teatro quiere decir, sobre todo, sin relato, sin fábula, sin
historia. Acciones inmediatas, finalizadas, más o menos urgentes, más o menos
diferidas, que persiguen su propia valoración o supervivencia cambiaria sin "alma", sin
centro. En esa inmanencia las acciones —y sobre todo esa acción o peripecia
privilegiada del drama o del teatro que es la crisis— la revolución, el punto de quiebre,
se convierte en una pequeña o mediana empresa de autosustentabilidad en el mercado
infinito, abierto, cambiante, heterocrónico, un quehacer gestional más entre otros. Sin
teatro que revolucionar la peripecia crítica, revolucionaria, pierde su coeficiente
dramático, político, revolucionario, nivelándose en el agregatum de acciones que
gestionan cotidianamente la vida según el menú de modos de sobrevivencia permitidos
o no por el derecho o las doxas mediáticas. Derecho y doxas mediáticas que no dan

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tampoco para teatro general, porque se visibilizan no como instancias de constitución
del espacio público, sino como recursos privativos de determinadas empresas. Derecho
o medios de comunicación que protegen o disparan contra tu PYME de sobrevivencia
según el gueto poblacional y el tipo de tecnología en que se ubique tu autogestión de
sobrevivencia; derecho y medios de comunicación, y policía, habría que añadir, que ya
no consiguen fetichizarse como momentos constitutivos del espacio o el orden público,
sino que visiblemente gestionan, como lo visibilizó para siempre la Dictadura,
intereses empresariales particulares. Grado cero del sujeto de la política. Grado cero de
la política, o si se quiere, más precisamente, lo político ensamblado a la gestión, lo
político, la decisión, como momento de la gestión.
Más que del fin o indiferenciación de valor de uso y valor de cambio, del fin de
la división del trabajo entre acción finalizada y coeficiente de interrupción, entre
acción finalizada y revolución, respiración, coeficiente de artisticidad o de
pensamiento, Tecnologías de la crítica se expone desde la división sin fin, entendiendo
división en el sentido del pliegue, la erosión, el devenir, y estas son nociones
deleuzianas. El fragmento sobre la Jenny no hace otra cosa que alegorizar el
movimiento deconstructivo, ya no negativo, del pliegue. Movimiento deconstructivo al
que Benjamin denominó verdadero estado de excepción, justamente contra Schmitt,
contra la soberanía, contra la política katekhóntica del anticristo, pero también contra
el continuum indiferenciante del agregatum, de lo inorgánico. En este sentido
Tecnologías de la crítica acerca a Marx a Deleuze y a Benjamin, al Benjamin del
Drama barroco, de las Tesis de filosofía de la historia y de los Pasajes. Y aleja a Marx
de Frankfurt.

Villalobos: Claro, me parece que ese es el desplazamiento posibilitado por


Tecnologías… es decir, el abandono de los trascendentales epistémicos: capitalismo,
división del trabajo, ideología, conciencia, nihilismo, etc., y su respectivo rendimiento
patético, su operación de clausura o transposición de un cierto principio organizador
como horizonte de sentido último con el que contrastar las formas de vida. Pues, si la
cuestión del valor está pensada no desde la indiferenciación generalizada (que podría
ser otro trascendental) sino desde la división sin fin, desde la curva asintótica del ser en
su caída libre, desde la elipsis del eterno retorno de lo otro; desde la imposibilidad de
la imagen del mundo, etc.; entonces, la erosión, el pliegue, los micro-agenciamientos,
los devenires minoritarios (que nada tienen que ver con las políticas identitarias),
suponen no la reconstitución de un horizonte normativo del pensamiento, sino
interrupciones diversificadas del proceso de valoración ampliada, o de finalización
capitalista. Como el fragmento benjaminiano (Dirección única) que no necesita
desmontar todo el edificio del poder, sino minar algunos puntos para causar
confusión… Pero el acercamiento de Marx a Deleuze, al Benjamin anti-culturalista, y
su alejamiento de Frankfurt y de las filosofías de la conciencia, nos lleva a un
problema fundamental que en Tecnologías… aparece, por ejemplo, en la discusión
sobre la violencia en Derrida leyendo a Benjamin y en Benjamin leyendo a Sorel (por
ejemplo, fragmentos 30 al 34). Quisiera preguntarte por eso ahora: ¿Cómo percibes la

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relación entre la problemática de la destrucción productiva de valor en Marx, con la
cuestión de la destrucción en Benjamin?

Thayer: En cierta manera la destrucción productiva en Marx había asomado en lo que


anteriormente referíamos respecto a la circulación ampliada del valor, la nihilización
del valor de uso en el valor de cambio: hagas lo que hagas sólo gestionarás trabajo
abstracto, valor abstracto, tiempo abstracto, valor uso de valor. Ese es un primer
estrato destructivo en Marx, una instancia de interrupción que abre visibilidades, un
estrato destructivo que es a la vez fundacional, y lo que establece es la ontología del
valor, el factum trascendental del valor, del tiempo abstracto, del trabajo abstracto, del
capital abstracto, del "todo es una y la misma cosa". Un segundo estrato destructivo, en
Marx, en un cierto Marx, lo constituye la desfetichización del esquema teleológico, de
modo que al movimiento del valor, al valor en proceso de valorización, se le resta
ahora la finalidad, la función centrante, la sucesividad, la unidimencionalidad,
abriéndose entonces como plano múltiple de valorizaciones heterocrónicas en proceso
sin totalidad, sin teleología, sin marco, sin contemporaneidad o época, que nos dispone
en la inmanencia de un montaje de múltiples modos de valorización que co-existen a
destiempo, crispándose sin contención (katekhón), sin modo de producción general.
Aquí la cuestión de criticar la época, el presente, el modo de producción, las relaciones
de producción, ya no van más. No va más la comprensión del a priori material en cuya
inmanencia nos desenvolvemos, como época o presente homogéneo que ahora es, un
tiempo estuche, uniforme, general. Benjamin, cierto Benjamin, el Benjamin que me
importa, se situa aquí, en la inmanencia del collage, la constelación, el mosaico, la
coexistencia heterocrónica de modos de producción, regímenes de verdad o de
intencionalidad en cruce, ensamble y crispación. Es en una apertura de este tipo donde
Tecnologías de la crítica plantea la cuestión de la destrucción, del coeficiente de
interrupción, del instante de legibilidad. La cuestión de destrucción, en Benjamin, dice
relación a cómo, en ese plano de coexistencia y multiplicidad heterocrónica, no
abastecer simplemente las tecnologías, los regímenes de verdad o de intencionalidad
sin interrumpirlos, sin destruirlos en la medida de lo posible, y destruirlos de modo tal
que dicha destrucción no funde regímenes de verdad o de intencionalidad. La
destrucción, en este sentido, es la muerte de la intención. Y esto tiene que ver en
Tecnologías... con el verdadero estado de excepción, con la excepción que no
pertenece al círculo de la soberanía, el paradigma soberno schmmiteano. Ese instante
de interrupción, de destrucción, de verdadero estado de excepción, instante de
legibilidad, es inmanente a los regímenes de intencionalidad pero no pertenece a
ninguno de ellos: lejos de las corrientes, pero en el cruce de muchas. Benjamin habla
también del "despertar", que no significa pasar de una condición de durmiente a una
condición de vigilia. Tal cosa equivaldría a pasar de una tecnología, de un régimen de
intencionalidad a otra, de un estado de excepción vuelto regla a otro. Despertar
consiste en un perseverar vacilante en la frontera de ambas tecnologías, sin enajenarse
en ninguna, y sin quedarse, a la vez, fuera de ambas. El despertar no se localiza ni en la

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tecnología del sueño ni en la tecnología de la vigilia, ni en ese tercer espacio
autónomo del primero y del segundo, que suponga a los anteriores como aquello de lo
cual se diferencia. El despertar persevera en la zona indecidible, vacilante e infectada,
entre el primero, el segundo y el tercero, que no hace síntesis ni suma los anteriores; ni
tampoco constituye una mera resta. Zona indecidible que relanza los términos unos
sobre otros desestabilizando su homogeneidad, su identidad, su propiedad; zona
hamletiana de virtualidad e inminencia, de vacilación e indecisión topológica, de
sistemática destrucción de la identidad, lo simple, lo homogéneo, lo propio, remolino
en devenir que es la cita o la imagen dialéctica como escena primordial de la
performática crítica, la destrucción benjaminiana. Si técnicamente lumpfen es lo que
prolifera como virtualidad no simplemente subsumible en el choque de máquinas
heterocrónicas en devenir, el lumpfen, lo lumpérico, como mal de subsunción, mál de
inclusión exclusiva, podría figurar como nombre para esa destrucción o virtualidad
que, siendo inmanente a las máquinas no pertenece a ninguna, y más bien crece entre
ellas, erosionándolas. En este sentido la destrucción es lumpérica.

Villalobos: Creo que aquí llegamos a un punto decisivo, al menos para mí, en tu nuevo
libro. Este acercamiento de Marx a Benjamin, y de ambos a Deleuze está preñado de
consecuencias fundamentales, aunque no fundacionales, referidas a la cuestión con la
que inaugurábamos nuestra conversación, es decir, la cuestión del tono. La exposición
de la relación entre crítica y juicio, entre performance y monumento categorial, teatro
y representación, hace posible concebir estas formas de vida liminares, (lumpéricas)
entre el sueño y la vigilia, la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, el sujeto y el
objeto, sin caer en ninguna tecnología, en ningún plano de consistencia...

Thayer: Sí, te interrumpo muy breve, pero no lo puedo dejar pasar, porque está muy
bien, es aclaratorio que traduzcas el término tecnología por plano de consistencia. Y lo
tomo porque tuve dudas respecto del título del libro, de si llamarlo tecnologías de la
crítica o si nombrarlo genealogías de la crítica. Y el título fue finalmente tecnologías
de la crítica, es decir, planos de consistencia de la crítica, de modo que la pretensión
de una o unas genealogías de la crítica quedaba como operación del libro. Tecnologías
de la crítica sería entonces un intento de hacer una o unas genealogía(s) de los planos
de consistencia de la crítica. También la incierta división del libro en dos partes,
cuestión que introduje al final (porque siempre la exposición del libro había sido
pensada como una especie de tobogán sin interrupciones), tiene que ver con el modo
en como se ensamblan en el texto los planos de consistencia de la crítica con su
destrucción. Ahora estoy seguro, sobre todo luego de una objeción lúcida de Alejandra
Castillo que interpeló esa división, creo que la división es ilusoria, o que le introduce
al libro una ilusión efectiva de estar dividido en dos partes, una más cargada a la
consistencia y otra a la destrucción. Pero ya está, esa partición es ahora parte del libro
y éste, en su primera parte, se expone más como planos de consistencia de la crítica
que se van desmontando sucesivamente siempre en el plano de la negatividad; pero, en

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la segunda parte, si bien continuan los planos de consistencia de la crítica, asoma más
la operación genealógica o destructiva, puramente afirmativa, algo así como la
virtualización del plano de consistencia.

Villalobos: Claro, el libro firma y borra su firma. Habita liminarmente, él mismo, ahí,
en ese espacio indecidible, en el “entre” que desactiva toda arquitectónica
monumental, interrumpiendo el flujo de los verosímiles. Así, la resistencia de la
soberanía a perderse en el “entre” de una nueva forma de vida aparece como historia y
finalidad, como destino y salvación, pero también, como filosofía de la sospecha y
melancolía. Pues, la destrucción pensada como actitud (intención) y como reserva no
escapa a la performance de un sujeto que no puede renunciar a su posición soberana.
Por eso, Tecnologías… no repite la patética que caracteriza las concepciones trágicas
del mundo (se desmarca, por ejemplo, de la patética marchantiana que todavía
“aparece” como disconformidad frente a la “barbarie” de la modernización). Y
tampoco invierte la patética en euforia o entusiasmo, que es, precisamente, lo que
alimenta a las discursividades críticas orgullosas de su eficacia y de su objeto.
Su postulación sería comprender la destrucción como muerte de la intención,
sin poder remitirla ni a la soberanía ni al sujeto; En este sentido, la destrucción como
verdadero estado de excepción, alude a una genealogía desatendida por los énfasis de
la filosofía académica: en ella resuena la proliferación viral deleuzinana, el montaje
benjaminiano, el ensamblaje maquínico de formas de vida segregadas bio-
políticamente, pero que no sólo son renuentes a su inscripción, capitalización,
funcionalización en los diversos planos de consistencia de la crítica, en sus diversas
tecnologías, operaciones, verosímiles, sino que ejercen sobre ellos una cierta erosión
desactivante, interruptiva, como el moho que prolifera carcomiendo la materia. La
destrucción como crítica de la operación efectiva del derecho, del poder, del
historicismo, parte por reconocer este dato fundamental, toda vida es siempre forma de
vida, de ahí el vértigo de la inmanencia, el interregno (Benjamin visitando Moscú
después de la revolución) que tu llamas verdadero estado de excepción. Se trata de un
espolonazo no sólo contra el fetiche averiado de la doxa democrática, sino también
contra el discurso filosófico moderno, contra la gran política y el gran fracaso, pero
también contra las diversas formas en que el discurso crítico se rearticula mediante
nuevas auratizaciones y monografías diversas.

Fayetteville, Santiago, 2010.

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