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DAVID: LA AMBIGÜEDAD DE LA EXISTENCIA HUMANA.

Comencemos con una síntesis de Samuel (cap. 11 y 12), en


donde se describe el pecado de David con Betsabé. Literariamente
es una de las páginas más bellas del antiguo Testamento. Estos
capítulos, llamados también los "Anales de David", son
históricamente muy antiguos, escritos desde el punto de vista
estilístico con una maestría incomparable: hay una finura, un
conocimiento sicológico, un humorismo sutil que está detrás de las
palabras, verdaderamente encantador, si no existiera la
dramaticidad de la narración que nos arrastra.
David ha mandado su ejército a la guerra contra los Ammonitas,
pero él se queda en Jerusalén; una tarde se pone a pasear en la
terraza de su palacio.
"Desde la terraza vio una mujer que estaba bañándose. Esta
mujer era muy bella. David hizo que se informasen de aquella mujer,
y le dijeron: "Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías el Jeteo".
Entonces David mandó mensajeros a buscarla. Vino ella a su casa y
él se acostó con ella; ella acababa de purificarse de su impureza
menstrual. Después se volvió a su casa. La mujer concibió y mandó
a decir a David: "Estoy encinta".
Entonces comenzaron las dificultades de David: manda llamar a
Urías, el marido, que viene. Lo invita a ir a su casa, pero él duerme
ante la puerta del palacio real. David lo vuelve a llamar, trata de
embriagarlo y de hacerlo ir a su casa, pero el marido se detiene a la
puerta de su casa. Finalmente David escribe una carta, para que
cuando Urías regrese al campamento se lo ponga en el punto más
peligroso de la batalla y se lo deje solo, de tal manera que el
enemigo lo mate. Brevemente esta es la historia que todos
conocemos.
Tratemos de analizarla un poco. ¿Quién es este hombre David,
que se metió en semejante problema? ¿Quién es David en este
momento de su carrera? Es un hombre maduro, tan es así que ni
siquiera se preocupa de ir a la guerra; él, que era un gran guerrero,
manda a los otros. Está en la cumbre de su carrera, aun moral: es
un hombre fundamental piadoso, que ama mucho a Yavé, ha escrito
también muchos salmos que se le atribuyen a él.
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Uno de los más bellos es el salmo 18, en donde él habla de tú a


tú con Dios que lo ha liberado: "Oh Yavé, tú mi Roca y mi fortaleza,
mi refugio, mi Dios; tú mi Roca, a quien me acojo; mi escudo y
cuerno de mi salvación, mi asilo y mi refugio". Un hombre, pues de
una religiosidad profundísima, uno de los hombres más religiosos
de la historia del Antiguo Testamento, que escribió palabras tan
bellas que todavía nosotros usamos; un hombre piadoso en el
verdadero sentido de la palabra.
También es un hombre profundamente bueno, que no es capaz
de hacerles mal a los enemigos: pocos capítulos antes (cap. 9, 7 y
siguiente) se cuenta cómo hace buscar por todas partes a los
descendientes de Saúl y de Jonatán, lisiado de ambos pies, y lo
hace llamar. Este va lleno de miedo, cree que David lo va a matar,
en cambio le dice: "No temas, porque quiero tratarte con bondad
por amor de Jonatán, tu padre, y te restituyo todos los campos de
Saúl, tu abuelo, y siempre comerás a mi mesa". Un hombre incapaz
de odio, capaz de amar hasta el más miserable de sus enemigos.
Un hombre también profundamente leal. Entre las narraciones
más bellas de la vida de David está la de 1 S. 24, 6 y siguientes en
donde se dice cómo David, cuando huía de Saúl, tenía que vivir en
las montañas, en cuevas. Una noche logra entrar al lugar en donde
Saúl está durmiendo. "Y la gente de David le dijo: hoy es el día del
que te dijo Yavé: Yo pongo a tu enemigo en tu mano; trátalo como
bien te parezca. David se levantó y cortó calladamente la orla del
manto de Saúl. Después le latía fuertemente el corazón por haber
cortado la orla del manto de Saúl. Y dijo a sus hombres: Yavé me
libre de hacer tal cosa a mi señor, el ungido de Yavé, de poner mi
mano sobre él, porque él es el ungido de Yavé... Después se
levantó David, salió de la gruta y gritó a Saúl: ¡Oh rey, mi señor!...
¿Contra quién ha salido a campaña el rey de Israel? ¿A quién
persigues? ¡A un perro muerto, a una pulga! Que sea Yavé el
árbitro entre tú y yo. Que él examine y defienda mi causa y me haga
justicia librándome de tu mano". Por tanto, David es un hombre de
una integridad y de una lealtad que se vuelven proverbiales en la
historia de Israel.
Es también un hombre maduro, no carente de experiencias
afectivas a este punto de su vida, ha tenido lo que ha querido, sabe
qué es la vida, se conoce a sí mismo, sus limitaciones, la debilidad
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humana.
Pero he aquí que un hombre así, en pocas horas, pasa de un
instante de curiosidad a un momento de debilidad, tal vez como
consecuencia de un gesto de casi orgullo: ¿acaso no soy el rey, no
puedo hacer lo que quiero, no son todos súbditos míos? El peor pecado
y el mas recurrente desde inicios de la caída del hombre, este pecado ha
sido con lo que ha tenido que lidiar hombres y mujeres desde la
herencia de nuestros primeros ancestros.

Entonces, tan lleno de sí, ahí lo tenemos en poco tiempo metido en


una situación que rápidamente se vuelve insostenible.
Probablemente, antes del anuncio de Betsabé, David tenía
todavía esperanzas: todo quedará oculto, nadie sabrá nada. Pero
cuando Betsabé le dice: he concebido, se siente perdido, aturdido,
sorprendido en su lisonjera negosiacion con el pecado y piensa:
¿qué hice? ¿Cuándo paso todo esto?No sólo perjudiqué a una mujer,
sino que perjudiqué a su marido penetrando en su matrimonio;

además quedaría expuesto a la vergüenza pública: el gran rey, el


piadoso, el que no hace mal ni siquiera a sus enemigos... La gente
comenzaría a murmurar: él es también como todos nosotros. Entonces
siente miedo y vergüenza.
Reflexionemos un poco sobre la situación del hombre David: en el
fondo es un hombre bueno, que ama a Betsabé y no quiere hacer
nada contra ella, ama al niño que va a nacer, por tanto no quiere
hacer nada contra él; también ama a Urías, que es uno de sus
soldados más fieles, y tampoco quiere hacer nada en contra de él;
pero también se ama a sí mismo, su nombre y su fama de rey: pero
estas cuatro cosas no van todas juntas. Así se encuentra en una
situación dramática porque, muy a pesar suyo, no logra evitar
cometer el mal, no logra salir de este problema en el que se ha
metido, primero por orgullo, luego por algo de ignorar su relación con su
Dios.

No sabe qué hacer.


Esta es, pues, la situación descriptiva de la fragilidad del hombre,
que puede pasar rápidamente de la tranquilidad, de la posesión, del
dominio de sí, a una situación en la que cualquier decisión es
dramática desde cualquier punto que se la tome.
Pero David es también un hombre astuto, es un hombre que ha
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combatido en muchas guerras, que conoce todos los vericuetos


políticos para llegar a donde él quiere. Es inteligente y piensa:
lo que voy a hacer(plan B): llamaré a Urías, a escondidas lo haré
regresar a casa y todo quedará arreglado, oculto. En su astucia trata de
salvarse por sí mismo, de hallar el camino honorable para todos,
pero la solución no le resulta. Podemos imaginar la rabia cuando,
después de la primera noche, el siervo que mandó a vigilar todos
los movimientos de Urías le informa: durmió aquí a la puerta de tu
palacio real, junto con sus soldados.
Se llena de ira al verse burlado en su astucia; tal vez Urías se dio
cuenta, es más astuto que él, tal vez se siente como una pulga ante
el poder del rey, pero piensa: tampoco yo voy a ceder. Entonces el
rey refuerza su astucia, pasa a la falsedad, abraza a Urías: lo llama,
lo hace beber, lo embriaga. Vean cómo aquí un hombre leal
comienza a llenarse de astucia, de maldad, de doblez, obligado por
la situación, pero no logra salir borracho, es llevado casi a la fuerza
a su casa, pero luego reacciona y se acuesta en la puerta con sus
soldados, y el rey nuevamente queda burlado.

Entrando un poco más personalmente en la narración,


preguntémonos qué hubiéramos hecho nosotros en el puesto de
David, qué le hubiéramos aconsejado. David no sabe cómo salir de
este lío y finalmente piensa: alguien tiene que pagar. No quiero que
se perjudique la mujer, ni el niño, tampoco yo quiero perjudicarme,
uno tiene que pagar: será Urías. Siguiendo su astucia, nuevamente,
no quiere matarlo abiertamente, ni hacerse reo de la sangre de
nadie, pero se inventa una situación para que los enemigos lo
maten.
Todos los capítulos anteriores sobre David quedan aquí por el
suelo: un hombre leal, honesto, justo, que no se atreve a tocar a
ningún enemigo, como a Saúl mientras dormía, lo encontramos aquí
transformado en un hombre hipócrita, injusto, deshonesto, desleal,
que manda asesinar a su propio soldado, se ha puesto de parte del
enemigo.
¡He ahí la paradoja a la que puede llegar el hombre en poco
tiempo! Ha quedado revelada su verdad de hombre, que antes
estaba oculta aun para él. Si pocos días antes le hubieran dicho: tú
te pondrás de parte del enemigo contra un súbdito fiel tuyo, lo
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habría tomado como un insulto; pero en realidad ha llegado a este


punto.

El texto continúa más adelante: "El Señor envió el profeta Natán a


David. Se presentó a él y le dijo...". Natán es también muy astuto,
conoce al rey y no lo afronta directamente, sino que ante todo trata de
que David juzgue él mismo sobre un hecho en sí, y luego le dice
claramente: "Tú eres ese hombre".
Como sabemos, Natán le dijo que había dos hombres, uno rico y
uno pobre; el rico tenía mucho ganado, y el pobre solamente una
ovejita, que había crecido en su casa junto con los hijos, comía de
su pan y bebía en su copa, dormía en su cama. Al hombre rico le
llega un huésped, y para atenderlo le roba la ovejita al pobre para
no gastar nada de lo suyo. David se llenó de ira y dijo: "Vive Yavé
que el que ha hecho tal cosa es digno de muerte, y pagará cuatro
veces el valor de la corderilla por haber hecho esto y haber obrado
sin piedad. Entonces Natán dijo a David: ¡Tú eres ese hombre!".
Ante la palabra de Dios que le revela su verdad (por sí solo no
hubiera podido) David comprende y dice: "He pecado contra Dios".
Noten: aquí David reconoce que en todo lo que ha hecho, en todos
esos embustes de relaciones humanas, es a Dios a quien ha
ofendido. Dios fue quien puso este orden, estas relaciones
humanas en la verdad.
David, pues, es hombre que ante Dios vuelve a encontrar la
verdad de sí mismo, y al reencontrarla ya no le teme a nada de lo
que antes lo tenía como sofocado. No tiene miedo de reconocer
públicamente su pecado, ni de aceptar que él es el perdedor: el
Señor haga de mí lo que quiera, porque yo soy un pecador. No
tiene miedo de que se sepa públicamente lo que él ha hecho; si
nosotros conocemos esta narración, fue porque se divulgó
públicamente.
Vemos que un hombre, que en defensa de sí había llegado hasta
matar a un hermano, cuando renuncia a esta pretendida honestidad
y se reconoce pecador ante Dios, recupera su libertad, la fuerza de
aceptar la situación, de mirar con la frente alta a los demás, de
reconstruir, de dejarse purificar por el Señor.
¡Qué no habría dado este hombre, cuando todavía no sabía
resolver el problema, para lograr salir de esa situación! Si hubiera
tenido que dar de comer a todos los pobres de Jerusalén durante
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un año, lo habría hecho, con tal que el Señor lo librara de ese lío.
Pero no se atrevía a hacer la única cosa verdadera, es decir,
reconocer su pecado. A un cierto punto tiene que hacerlo, pero
porque el Señor ha permitido que terminara en un homicidio:
entonces abre los ojos y se revela por lo que es.
Respecto de esto podemos meditar: Señor, nosotros no nos
conocemos, no sabemos que hay situaciones que en poco tiempo
pueden arrollarnos y llevarnos a donde no podemos ya hacer nada.
Sabemos que si seguimos considerándonos justos en estas
situaciones, sin aceptar nuestro pecado, no hacemos sino
endurecerlas.

Jesús nos hace una descripción de lo que es el hombre, diciendo


que no son las cosas externas las que contaminan al hombre, sino
que la verdadera contaminación está dentro: "De dentro del corazón
del hombre proceden los malos pensamientos". Puede parecer
extraño que Marcos no diga: las malas acciones, en realidad
muchas veces éstas no aparecen, porque las circunstancias son
tranquilas. Si David no se hubiera encontrado en esa circunstancia,
nunca hubiéramos sabido que era capaz de matar a un hombre;
pero la situación hizo emerger aquella profundidad de miseria que
estaba presente en su corazón.
Jesús dice, pues, en este capítulo que... "de dentro, del corazón
del hombre proceden los malos pensamientos ("las malas
intenciones" dice el texto griego): las fornicaciones, robos,
homicidios, adulterios, codicias, maldades, engaño, intemperancia,
envidia, blasfemia, soberbia, insensatez. Todas esas malas cosas
salen de dentro y hacen impuro al hombre". Tenemos aquí, pues,
una doctrina sobre la negatividad del hombre, la respuesta a la
pregunta: ¿por qué, Señor, no somos capaces de amar
verdaderamente al prójimo?.
Sugiero reflexionar aquí sobre estos doce potenciales negativos
que llevamos dentro de nosotros, sin decir demasiado fácilmente
que algunos no tienen nada que ver con nosotros; en el fondo sí
nos atañen, porque nosotros somos capaces de todas estas
cosas.
Comencemos por la última, y veamos sólo algún ejemplo: la
insensatez. La palabra griega "afrosüne", o mejor el adjetivo
"afros", insensato, se encuentra también en esa narración de Lucas
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(/Lc/12/20) en la que se dice que un hombre había tenido un buena


cosecha ese año, y entonces se dijo: construiré enormes graneros,
pondré todo en el granero, así tendré asegurado todo mi bienestar.
¡Alma mía, come, bebe, diviértete, pues ya estás segura! Y Dios le
dijo: insensato, esta noche se te pedirá tu vida. Esta insensatez es,
pues, la propiedad del hombre de hacer proyectos sin Dios, de
hacerse un proyecto seguro, tranquilo, en el que puede navegar
bien, sin tener en cuenta que él no es sino un pajita en la historia y
que una nonada puede hacerla desaparecer. ("palitos de romero
seco", decía la Madre Teresa de Jesús)
David, en el fondo, era insensato, cuando paseaba en la terraza y
decía: yo soy el rey, ¿quién puede venir contra mí, quién me puede
decir algo? Ya tengo asegurada mi fama de Israel, soy el más santo,
el más justo, el más piadoso.
El penúltimo, la soberbia, es afín a la insensatez: es la pretensión de
salvarse por sí mismos, de poder caminar solos y decir: ya he logrado
un cierto estadio de seguridad, de tranquilidad, soy capaz de formar
comunidad, tengo una experiencia espiritual, pastoral, ya puedo
calificarme. Es la situación de quien no hace sus cuentas con Dios.
Vean, yendo un poco más atrás, lo que aquí el texto griego llama
"blasfemia", esto es, cuando no logramos soportar el bien del
prójimo, cuando tenemos que hacernos valer destruyendo un poco
al otro, cuando restablecemos el equilibrio entre lo menos que no
tenemos y lo más que el otro tiene, con algún pequeño engaño,
alguna alusión conflictual que restablece, según nuestro parecer,
nuestra integridad. Así podemos examinar cada una de estas
palabras y ver cómo el hombre está presente en estas realidades.

-Las antítesis del discurso de la montaña.


Finalmente, la reflexión última que les propongo (la oración los
pondrá ante Dios tal como el Espíritu Santo les inspire) es el trozo
de /Mt/05/20-48 sobre la antítesis del discurso de la montaña. No
voy a examinarlo exegéticamente, pues sería demasiado largo. Aquí
tenemos cinco antítesis; todas comienzan con las palabras: "Se os
ha dicho"; por tanto, se os ha propuesto una cierta norma moral, se
os ha dicho qué debe hacer el hombre para ser honesto, "pero yo
os digo" que eso no basta. Todo esto está resumido en el v. 20: "Os
digo que si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos
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no entraréis en el Reino de los cielos".


Ahora bien, esta palabra nos asusta, porque la justicia de los
Escribas y Fariseos era muy grande: es la de los hombres honestos
en todas las relaciones de la vida, de hombres-piadosos, devotos,
deseosos de dar a Dios y al prójimo lo que les pertenece. Pero
Jesús dice que no es suficiente y en estas antítesis dice el porqué.
¿Por qué no bastan las obras de caridad y de justicia que
practicaban los Escribas? Porque, si el hombre no se abre a la
potencia de Dios y sólo quiere hacerse honesto por sí mismo, no
logra ni siquiera llegar al límite decente, justo, de honestidad.
Jesús lo especifica todavía más diciendo: "Se os ha dicho: no
matar"; pero si el corazón no se ha purificado interiormente, por
medio de la benevolencia, no se cumple el mandamiento. David no
lo cumplió, porque su corazón estaba lleno de preocupación por sí
mismo, por el miedo de la humillación, por la defensa del propio
orgullo.
Dice la segunda antítesis: "No cometer adulterio". No basta
observar esto, dice Jesús, si el corazón no está purificado de la
codicia interior. Me parece ver en las palabras que siguen, aquí en
el v. 29: "sácate el ojo, córtate la mano", casi una tentativa
desesperada del hombre que dice: yo quiero observar la ley, pero
es más fuerte que yo! Es decir, a un cierto punto el hombre llega a
reconocer: si Dios no me salva, yo no puedo observar la ley sólo
con mi buena voluntad.
Sigue la tercera antítesis en el v. 33: "No jurar en falso". Jesús
dice: no basta no jurar falsamente, si el corazón no está purificado
de la continua doblez que lo anima, del deseo de aparecer ante los
demás por lo que no es, de basarse siempre en las palabras, de
hacer ver las cosas como no son, esto es, de la continua mentira de
la vida. David tuvo miedo de que el pueblo viera quién era él y
entonces recurrió a todos los subterfugios posibles.
Jesús dice: no basta, no llegarás a no jurar en falso, si no quitas
de tu vida la mentira y tu continua preocupación por ocultar a los
demás tu verdadero yo, por miedo de perder la estimación, de ser
marginado, abandonado, por el afán de hacer ver lo que no eres.
Añade Jesús: "Se ha dicho: no exageres en la venganza,
conserva la justa medida de la justicia". Pero no se llega a esto, dice
Jesús, si el corazón no está listo a ceder. Aquí nos vemos
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verdaderamente desconcertados... si el corazón no abandona todas


las defensas ante el prójimo: me hace caminar un kilómetro y yo
camino dos; me quita el vestido y yo le doy el manto, me pega en la
mejilla y yo le pongo la otra... ¿Cómo es posible? Son palabras que
todos escuchamos continuamente como un reproche, porque
sabemos que no somos capaces de hacer esto. Pero Jesús quiere
decirnos: es inútil que trates de conservar la medida de la justicia en
todas las relaciones, si en el fondo tienes un gran deseo de
defenderte; siempre miras a los demás como posibles agresores y
nunca aceptas la perspectiva de someterte algún día.
Aquí aparece ya, oscuramente, la sombra de la Cruz: esto no se
puede entender sino en el Señor crucificado. El Señor nos dice: tú
crees poder obrar por ti mismo, pero no es posible, porque dentro
de ti hay un gran deseo de resaca tan potente y violenta que a un
cierto punto surgirá.
Finalmente dice Jesús: "Se os ha dicho: hay que amar al prójimo",
pero no es suficiente, si tú no logras dar el primer paso hacia quien
te explota, hacia el que abusa de ti, es decir, hacia el enemigo. Es
muy hermoso hablar del enemigo en abstracto, pero en el fondo el
enemigo es cualquiera que me causa daño, a quien de cualquier
modo trato siempre de alejar. También aquí nos parece estar en la
paradoja y solamente en el camino de la Cruz podremos
comprender algo.
Claro que Jesús no quiere decirnos que vivamos de manera
imposible; nos presenta un modelo ideal, pero realizable de
humanidad, y nos lo presenta de un modo tal que nos abofetea,
diciendo: tú pretendes saber amar al prójimo, saber formar
comunidad; pero si a un cierto punto no sabes también convivir con
quien te da fastidio, con quien te es hostil, es inútil que digas que
amas al prójimo, tienes que reconocer tu incapacidad para formar
verdadera- mente comunidad. Aquí aparece la crisis salvífica,
saludable, de la comunidad en la que el hombre dice: Señor,
solamente tú eres la salvación.
Creo que aquí tenemos que llegar a nuestra oración, la oración
penitencial que nos pone delante de Dios, no como quien dice:
Señor, haré esto o aquello y seré perfecto; sino: Señor, cualquier
cosa que yo haga, sé que no será perfecto, no lograré tener
buenas relaciones. Tal vez logre tenerlas, cuando todo esté
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tranquilo, como cuando el mar está tranquilo, y casi todos pueden


conducir una barca. Pero la vida no es un mar tranquilo, y,
entonces, en cualquier momento estallará la contradicción
conflictual que hay en nosotros. El señor nos invita a reconocerla
ante él, en la oración penitencial: Señor, tengo necesidad de tu
misericordia.
Esta fue la diferencia de David quien no le importó sus tesoros o perder
el poder o perderlo todo al reconocer su pecado, sino que rogo para que
Dios no quitara su misericordia y presencia de Él, eso sí sería perderlo
realmente todo. Por eso Dios exclamo que tenía un corazón de acuerdo
a Dios.

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