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En lo que hace al tema que nos convoca, antes de presentar mis ideas,
advierto que es necesario ser muy cautos acerca de la capacidad que tienen
las ciencias sociales para ofrecer una visión abarcadora de la cada vez más
compleja realidad latinoamericana sin caer en los lugares comunes tan
frecuentes en el análisis social, el discurso político y, lamentablemente,
también en las propuestas en materia pastoral. Creo que, sin renunciar a la
iluminación que podamos ofrecer los cientistas sociales, es necesario más bien
profundizar en las exigencias del mensaje y el llamado contenido en los
evangelios y en reconocimiento de los éxitos y los fracasos de la Iglesia a lo
largo de su historia, y no esperar que la ciencia resuelva problemas que
competen más a la doctrina y, sobre todo, a la identidad de la Iglesia como
comunidad de creyentes.
En este sentido, este documento está concebido como una reflexión que busca
orientar algunas de las posibles rutas de trabajo en la ruta del respeto de los
derechos humanos, de la construcción de la democracia representativa y de la
1
Licenciado, maestro y doctor en sociología. Profesor de la Universidad Autónoma
Metropolitana-Azcapotzalco. Autor de En el nombre de Dios. Religión y democracia en México
y Religión y política en América Latina, entre otros textos.
1
ampliación de los márgenes de la participación ciudadana. Estos procesos de
democratización, de respeto a los derechos humanos y de ampliación de los
márgenes del respeto a los derechos humanos, no son—ni siquiera en las
naciones más desarrolladas del planeta—asuntos cerrados.
Mi preocupación al redactar estas líneas tiene que ver con varios factores. El
más importante, es el de las experiencias previas de América Latina con la
gobernabilidad democrática. Pensar que la democracia es algo
verdaderamente novedoso en la región es algo que cualquier estudiante de
secundaria en Argentina pondría en duda cuando se considera lo que fue la
república radical. El problema, más bien, es que muchas de las experiencias
latinoamericanas con la democracia no han logrado los mejores resultados,
2
pues existieron y existen marcadas divergencias entre el carácter formalmente
democrático del régimen, como lo establecen las constituciones y las leyes que
de ellas emanan, y los resultados, tanto en el ámbito político como en el
económico o en el de los derechos, así llamados “sociales”, que producían.
Estos resultados eran más propios de regímenes oligárquicos y el aparato
formal de los estados, en no pocas ocasiones, ha encubierto dictaduras, e
incluso—en los casos más extremos—regímenes despóticos o sultanáticos.
El Paraguay de Stroessner es, a propósito de nuestra estancia, un ejemplo
paradigmático de los posibles abismos entre las formas y las prácticas de la
democracia.
3
Para dar cuenta de la manera en que ha evolucionado la comprensión del
concepto de derechos humanos en América Latina y cómo se ha vinculado con
los procesos de democratización y participación ciudadana en la región, es
importante tener en mente la distinción fundamental entre derechos “como
principio” y derechos “como práctica”. Los derechos “como principio” han
existido prácticamente ya desde la tercera o cuarta década del siglo XIX y
habría incluso quienes dirían que, gracias a instituciones como la de “justicia
mayor” del antiguo derecho español, existieron prácticamente con la redacción
de las Leyes de Indias, o incluso antes. Lo importante—sin embargo—es
pensar que la sola publicación de una ley no resuelve problemas profundos de
respeto a los derechos humanos o la democracia.
Un breve recuento
En este sentido, una primer tarea que me gustaría completar en este espacio,
es desarrollar una apresurada pero muy necesaria consideración de qué es lo
que sabemos, por una parte, acerca de las tensiones entre lo dispuesto por las
leyes y lo que los ciudadanos de a pie viven o sufren en las calles de Lima,
Buenos Aires o Tegucigalpa y, por otra parte, vincular esta reflexión con lo que
ha sido la tarea de la Iglesia.
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sociales (según la clasificación de T. H. Marshall de los derechos2) y, por otra
parte, en la codificación y observancia de los derechos civiles o individuales,
así como—sobre todo—de las transformaciones de las prácticas que explican
cómo se viven los derechos a nivel de calle.
Algo importante, que la DSI predica desde mediados del siglo XIX y que las
diócesis más activas del continente reconocen como una realidad, pero que—
en general—las conferencias episcopales de la región no reconocen con la
suficiente fuerza en sus documentos y programas de acción, es que existen
fuertes correlaciones entre el activismo de los movimientos sociales y el
respeto y la observancia de los derechos en cuestión. Por ejemplo, señalan
que los sindicatos han desempeñado un papel clave en la configuración de las
instituciones preocupadas con el respeto a los DH en distintos países. En otras
palabras, si existen sindicatos (o alguna otra forma de organización social),
suficientemente activa, la observancia de los “derechos en la práctica” será
mucho mayor.
5
Es pues ahí, en las tensiones entre los “derechos como principio” y los
“derechos como práctica”, donde las nuevas luchas por los DH en la región se
han desplazado. Es en esa tensión donde es posible ubicar muchas de las
confrontaciones entre los líderes políticos y los líderes religiosos en la región,
tanto que es posible decir que, en la región, las luchas para construir
regímenes democráticos han sido las luchas para proteger y defender los DH,
pero que esas luchas están lejos de haber concluido, no sólo porque la
comprensión misma del concepto de derechos humanos cambia, sino porque
también cambian las condiciones en los que la reflexión y el análisis se realiza.
Es el caso, por ejemplo en México, de la nueva preocupación acerca del
respeto a los derechos humanos de los transmigrantes centroamericanos en
territorio mexicano, pero—sobre todo—es el caso de Venezuela que, en los
últimos 20 años pasó de ser una república democrática, la república de Punto
Fijo, a lo que quiera que sea ahora esa nación, o el caso de EU, donde se
vuelve a discutir ahora si los nacidos en ese país efectivamente tienen o no el
derecho a reclamar la nacionalidad de EU.*
6
En este sentido, es importante reconocer que aún cuando los elementos de la
doctrina de los DH estaban presentes en la región ya desde los sesenta, como
lo señala Carozza (2003), fue hasta los setenta, con la combinación de los
abusos extremos, la movilización de las organizaciones de base de distintas
iglesias y de organismos civiles preocupados por la defensa de los DH, y la
maduración de los legados antes referidos, que la promoción y el respeto a los
DH ocuparon un lugar central en la actuación de la Iglesia en la región.
7
Marotisca (1998 45) considera, en este sentido, que “la expansión de las
libertades civiles durante el periodo de transición a la democrática en la década
de los ochenta catalizó una explosión de innovación en las prácticas religiosas”.
Esta innovación, es necesario recordarlo, fue resultado del legado del Vaticano
II y de Medellín y Puebla, y permitió—entre otras muchas cosas—encontrar
nuevos mecanismos de interpelación de la Iglesia a sociedades cambiantes y
afectadas por una serie de problemas quizás más complejos que los que
enfrentamos ahora.
8
consecuencia de lo que ha sido mencionado ya, la Iglesia es un espacio para
reunir a diferentes sectores de la oposición, así como un actor por derecho
propio, capaz tanto de oponerse como de ser un interlocutor de un régimen
autoritario. Aquí es donde se encuentran las fortalezas y las debilidades de las
intervenciones desarrolladas por la Iglesia en esos contextos [Énfasis en el
original].
9
Weigel (1990 17) lo califica como “la otra revolución del siglo XX”, una
revolución que implicó la transformación de la Iglesia católica en una institución
mundial comprometida con la defensa de los derechos humanos.
GeS es importante, también, porque fija los criterios que sirven a los obispos de
AL para reconfigurar sus relaciones con la política en la región. Lo hace, al
ofrecer un marco general a partir del cual los obispos desempeñarán sus roles
siguiendo el modelo de Eisenstadt (1993 16) de desempeño de las élites
religiosas. En GeS, y los documentos que inspiró, es posible observar cómo la
3
El Concilio fue consistente con una larga tradición de la Iglesia de no ofrecer apoyo explícito a
sistema político o ideología alguna. Como se verá más adelante en este capítulo, esta tradición
fue alterada por Juan Pablo II con Centesimus Annus. Sin embargo, en los sesenta hubiera
sido impensable hacerlo, entre otras razones, porque las definiciones mismas de democracia
eran objeto de acalorados debates, pues naciones como la URSS y sus satélites en Europa
oriental, Asia, África y AL decían ser democráticas también.
10
jerarquía católica enfatiza las diferencias entre los ámbitos de lo terrenal y lo
espiritual; no lo hace, sin embargo, para eliminar la distinción. Hacerlo le
permite criticar de manera más autónoma, a partir de valores y criterios que
GeS fija, el desempeño de las élites políticas. GeS es así un punto de inflexión
en la historia del pensamiento político y social del catolicismo.4
11
declaración hace de la noción de derechos humanos el criterio clave para
definir las relaciones de la Iglesia con los regímenes políticos. Casanova lo
plantea así:
De modo que ¿cuáles son las condiciones en las que los espacios autónomos
de la Iglesia se pueden constituir en espacios privilegiados para la creación de
organizaciones de la sociedad civil? Para decirlo de manera abrupta, la Iglesia
solo se convierte en una institución de la sociedad civil cuando deja de ser una
Iglesia en el sentido weberiano del término: cuando renuncia a sus
aspiraciones a ejercer un monopolio y reconoce las libertades religiosa y de
consciencia como derechos humanos universales e inviolables. Esto es lo que
pasó en la década de los sesenta con Dignitatis Humanæ, la declaración sobre
la libertad religiosa del Concilio Vaticano segundo y con la apropiación, por
parte de la Iglesia, del moderno discurso de los derechos humanos que inició
con la encíclica del papa Juan XXIII Mater et Magistra (1961). A partir de ese
momento, el discurso en material de derechos humanos será un aspecto
central de las encíclicas papales y de las cartas pastorales de las conferencias
nacionales de obispos en todo el mundo, lo que permitió superar una larga
historia de repetidas condenas oficiales y categóricas de las doctrinas de los
derechos humanos cuyos orígenes se encuentran en la condena de Pío VI de
la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano elaborada por la
Asamblea Nacional francesa en su breve Caritas (1791). Juan Pablo II, de
manera particular, ha hecho de “la sagrada dignidad de la persona humana” la
piedra angular de su prédica global (Casanova 2001 1046).
El CVII, con su compromiso con los derechos humanos, dio a las conferencias
nacionales de obispos un nuevo paradigma para analizar las realidades
12
políticas de sus países.6 Este paradigma permitió un incremento notable de la
capacidad de los obispos y las conferencias nacionales de obispos para
desempeñarse como actores clave de los procesos que han redefinido las
fronteras de la ciudadanía, los propósitos del desarrollo, la estructura de los
regímenes políticos y, de manera más general, los procesos conducentes al
respeto a los derechos humanos, civiles y políticos en la región.
Otras pistas acerca de las relaciones DH, democracia y—en un sentido más
amplio—el ámbito de la política en AL se pueden encontrar en el papel que la
Iglesia desempeñó en las guerras civiles de Centroamérica, en los 1970 y 1980
y en Chiapas, México, en los 1990, así como en los papeles que ha
desempeñado en otros conflictos en la región, incluidos los conflictos basados
en las identidades de grupos étnicos de Ecuador y Bolivia, o los conflictos
basados en condiciones socioeconómicas o de clase en el resto de la región.
Lo que es necesario tener en mente, para comprender los alcances de estos
procesos, son los argumentos de Garretón y Casanova acerca del potencial de
uso de las doctrinas de los derechos humanos y del derecho a la vida, y cómo
la Iglesia católica (y otras instituciones religiosas) pueden cumplir funciones
clave. En un sentido, competir entre sí (esto es perfectamente posible dentro
de la propia Iglesia católica dada la multiplicidad de carismas) o con otras
organizaciones, así como favorecer el fortalecimiento de organizaciones de otra
naturaleza para ofrecer espacios para el diálogo y la negociación que, en última
instancia, cierren o al menos reduzcan la brecha entre “derechos como
principio” y derechos como práctica” en nuestros países.
13
papel y puede tenerlo en el futuro de los procesos políticos de la región, si
opera como mediador de procesos de reconciliación entre los actores políticos
y sociales. El encuentra, además, valiosos ejemplos de experiencias previas de
trabajo pastoral de la Iglesia en procesos de reconciliación en AL. El caso más
notable, desde luego es el del arzobispo-cardenal de Caracas, Venezuela, José
Humberto Quintero Arce, en el Comité de Paz creado por el presidente Rafael
Caldera, en 1969. En esa oportunidad Quintero medió de manera exitosa
acuerdos con distintos grupos que planteaban retos al entonces nuevo régimen
democrático.
14
Para Newman (2001), la reconciliación es un proceso crucial para muchos
países de la región porque, hasta ahora, esos países han lidiado con
“fantasmas de su pasado”, es decir, con el legado de los abusos de los
derechos humanos de los regímenes autoritarios de la región y los excesos de
los movimientos de liberación nacional y otras organizaciones anti-sistémicas
que en algún momento participaron de los ciclos de violencia. Shelledy (2004)
enfatiza, valiéndose de un enfoque similar, el papel de la Iglesia en los
esfuerzos en el ámbito global para reducir el pago de la deuda externa de
distintos países.
15
clave, lo que desató conflictos con distintos grupos dentro de la Iglesia.7 Sin
embargo, lo hizo al mismo tiempo que internacionalizaba instancias clave de la
Iglesia como el Colegio de Cardenales y la curia romana, lo que introdujo
nuevos enfoques, sensibilidades y prácticas en la estructura de gobierno
interno de la Iglesia.8 También impulsó una renovación doctrinal.9 En lo que
hace a AL, en 1988 promovió una serie de cambios en la estructura de la
Pontificia Comisión para América Latina, que completó el año siguiente con la
reestructuración de la estructura y la reubicación física de las oficinas del
CELAM, que pasaron de Medellín a Bogotá.
En lo que hace a AL, un aspecto clave del trabajo de Juan Pablo II y Ratzinger
fue el tratamiento que debía darse a la teología de la liberación. En este
sentido, la Congregación para la Doctrina de la Fe desarrolló dos documentos.
El primero, en 1984, fue la Instrucción sobre ciertos aspectos de la “teología de
la liberación”10 y, más tarde, en 1986, la Instrucción sobre la liberación cristiana
y la libertad.11 Después de la caída del muro de Berlín, en 1989, no fue
necesario insistir en estos temas.
7
Puede decirse, empero, con Barraclough (1968 93-101) que el papado trata de centralizar sus
poderes desde el nacimiento mismo de la institución.
8
Desde una perspectiva institucional, Juan Pablo II completó el proceso de renovación iniciado
por el CVII, al promulgar un nuevo Código de Derecho Canónico (CDC) (1983), un nuevo
Catecismo de la Iglesia (1992), y nueva legislación que abordaba distintos problemas de
organización y práctica de las funciones de la Santa Sede, como en el caso del procedimiento
para elegir futuros papas, o el papel de las conferencias nacionales de obispo como instancias
generadoras de documentos como los que se analizan en esta investigación. Juan Pablo II,
finalmente, resolvió problemas de infraestructura de la Iglesia con una apuesta temprana y
exitosa por la difusión del pensamiento y la palabra de la Iglesia por medio de Internet y la
construcción de un hotel dentro de la Ciudad del Vaticano que facilitara las visitas de los
cardenales y los obispos a la Santa Sede, lo que complementaba la lógica de
internacionalización.
9
La renovación doctrinal fue desarrollada por Juan Pablo II y su prefecto para la Congregación
de la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, quien fue nombrado en el cargo en 1981.
Juntos se embarcaron en un ambicioso programa que incluyó la elaboración de un nuevo
catecismo de la Iglesia, dado a conocer en 1992, y la publicación de un vasto corpus de
encíclicas, cartas apostólicas y otros documentos. Además, desarrollaron un programa de
crítica de los excesos percibidos en los trabajos de teólogos como Hans Küng, Gustavo
Gutiérrez y Leonardo Boff, entre otros. Ratzinger desempeñó un papel clave al apoyar los
esfuerzos de Juan Pablo II para lograr la preservación de la identidad y el legado de la Iglesia,
cerrando incluso la posibilidad de abrir una discusión a futuro de temas como la ordenación de
mujeres. Además, tendieron puentes con las alas tradicionalistas de la Iglesia.
10
Más adelante, ese mismo año, el entonces cardenal Ratzinger llamó a Gustavo Gutiérrez y a
Leonardo Boff a Roma a defender su trabajo antes de publicar la segunda instrucción.
11
Ambos documentos enfatizan las profundas diferencias entre el método marxista del
materialismo histórico y la DSI, aunque es importante enfatizar algunas contribuciones de los
liberacionistas, especialmente su preocupación por los pobres de AL y su interés en promover
la defensa de los derechos humanos.
16
Pero incluso antes del final de la batalla con la teología de la liberación, Juan
Pablo II desarrolló un nuevo discernimiento de la relación entre la noción
católica de solidaridad y las posibilidades de la gobernabilidad democrática. En
este sentido, es importante ver cómo Juan Pablo II no percibió a la
globalización como un riesgo para la Iglesia, sino como una oportunidad para
globalizar la solidaridad, que era una extensión lógica y necesaria del trabajo
desarrollado en la lógica de la sacralización de la doctrina de los DH. Ello en la
medida que es en ese tipo de respuestas y esfuerzos en donde se encuentran
algunas de las más importantes ventajas discursivas del catolicismo frente a
otras confesiones. Es la tesis sostenida por Weigel (1999, 34) en un texto en el
que señala que:
…el catolicismo aparece mucho más capaz, hoy, de elaborar genuinas
argumentaciones acerca de la manera correcta de ordenar las sociedades y la
conducta de la vida pública internacional que ningún otro cuerpo religioso del
mundo. Sin abandonar los compromisos teológicos que la distinguen, la Iglesia
católica ha desarrollado, a lo largo de los últimos 35 años, una capacidad para
alentar un argumento de moral pública internacional en el cual aquellos que no
comparten las convicciones teológicas del catolicismo pueden participar
plenamente.
17
El pontífice encuentra, sin embargo, una fuente de tensión en el hecho que…
Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la
filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas
democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se
adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático,
al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable
según los diversos equilibrios políticos.
Más aún, continúa una larga tradición que disocia a la DSI de las ideologías…
…la Iglesia tampoco cierra los ojos ante el peligro del fanatismo o
fundamentalismo de quienes, en nombre de una ideología con pretensiones de
científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombres su
concepción de la verdad y del bien. No es de esta índole la verdad cristiana. Al
no ser ideológica, la fe cristiana no pretende encuadrar en un rígido esquema la
cambiante realidad sociopolítica y reconoce que la vida del hombre se
desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas. La Iglesia, por
tanto, al ratificar constantemente la trascendente dignidad de la persona, utiliza
como método propio el respeto de la libertad.
12
Este modelo de Shmuel Noah Eisenstadt (1993 y 1999) ha sido discutido con mayor detalle
en Soriano 1999 y 2010. Asume que las élites de la religión o, por lo menos los sectores más
heterodoxos de éstas, desarrollan una suerte de programa de crítica del desempeño de las
autoridades políticas, no para subordinarlas, competir con ellas o, en última instancia, erradicar
las diferencias entre las esferas de la política y de la religión, sino más bien para enfatizar las
diferencias. El resultado de ello es, al menos en teoría, la mejora del desempeño de las
instituciones y las prácticas de la política.
18
reconocer la “verdad” como el criterio último del desempeño en la vida
pública:13
La libertad, no obstante, es valorizada en pleno solamente por la aceptación de
la verdad. En un mundo sin verdad la libertad pierde su consistencia y el
hombre queda expuesto a la violencia de las pasiones y a condicionamientos
patentes o encubiertos. El cristiano vive la libertad y la sirve (cf. Jn 8, 31-32),
proponiendo continuamente, en conformidad con la naturaleza misionera de su
vocación, la verdad que ha conocido. En el diálogo con los demás hombres y
estando atento a la parte de verdad que encuentra en la experiencia de vida y
en la cultura de las personas y de las naciones, el cristiano no renuncia a
afirmar todo lo que le han dado a conocer su fe y el correcto ejercicio de su
razón.
La Iglesia respeta la legítima autonomía del orden democrático; pero no posee
título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o
constitucional. La aportación que ella ofrece en este sentido es precisamente el
concepto de la dignidad de la persona, que se manifiesta en toda su plenitud en
el misterio del Verbo encarnado.
13
Centesimus Annus relaciona esa condición de “verdadero” con el ejercicio de la libertad.Una
libertad ceñida por el límite al respeto de los derechos humanos y la dignidad humana y, en
última instancia, a la aceptación del evangelio. Fue en la construcción de este puente entre
democracia, libertad y la aceptación de este criterio para definir lo “verdadero” de la
democracia, donde emergen fuertes tensiones entre la teoría católica de la gobernabilidad
democrática y otros discernimientos (liberales o agnósticos) de la democracia.
19
derechos humanos y aquellos que no lo hacen.14 Más en la medida que las
nuevas realidades sociales, dejan ver la existencia de una constelación de
posibles ámbitos en los que las violaciones pueden ser promovidas, facilitadas
o simplemente toleradas desde estructuras de poder político, aparentemente
democráticas, que sin embargo operan como rehenes de intereses
económicos.15
14
Ciertamente podría argumentarse que ningún régimen puede ser democrático si no respeta
los DH, pero hay casos que prueban lo contrario, especialmente cuando se consideran las
políticas que naciones como Estados Unidos, Francia e incluso México aplican para controlar
y/o deportar a las poblaciones de migrantes en sus territorios. Piénsese en la fallida iniciativa
de Nicolás Sarkozy, presidente de Francia, para forzar a los médicos galos a llevar registros de
los migrantes basados en muestras de ácido desoxirribonucleico (ver de Pierre Micheletti
“Pauvreté-immigration” en Le Monde, 25 de octubre de 2007 y de Doreen Carvajal “French
council approves DNA testing for immigrants” en The International Herald Tribune, 15 de
noviembre de 2007, se encuentra en http://www.iht.com/articles/2007/11/15/europe/france.php,
visitado el tres de enero de 2008), o en el artículo 33 de la Constitución General de la
República en México.
15
Considérese, por ejemplo, el caso de la emigración tolerada e incluso conducida desde
América Latina a Estados Unidos o desde África a Europa, o la responsabilidad que
instituciones de educación e investigación y empresas de la biotecnología tienen no sólo en los
experimentos genéticos con seres humanos. Está el caso también de los así llamados
productos transgénicos o genéticamente modificados que ocurren con animales y vegetales a
los que, con el fin de incrementar la productividad o la tasa de ganancia de las empresas
agropecuarias, se introducen modificaciones genéticas que se ha demostrado que tienen
efectos negativos en la calidad de vida de las personas. De igual modo, considérense las
responsabilidades en que incurren los estados al renunciar a su potestad para proteger los
derechos de los trabajadores.
16
El caso de la Iglesia en Argentina, considerado en Soriano (2010) ofrece el mejor ejemplo de
los riesgos que genera el silencio en situaciones de este tipo y/o la confianza excesiva de los
obispos en los acuerdos con las élites políticas.
20
Un tema crucial cuando se habla de los derechos humanos, que deberían
considerar tanto los episcopados como las organizaciones de laicos de toda la
región, es el del aborto. No es sólo por la gravedad del asunto en sí, sino—
sobre todo—para advertir algunas de las debilidades de las estrategias que
históricamente se han privilegiado en América Latina para hacer valer los
puntos de vista de la Iglesia y la DSI en distintos temas.
En este tema, como en otros que dominan las agendas públicas nacionales de
nuestros países, la Iglesia necesita voltear la vista a los casos en los que estas
batallas ideológicas se han librado y advertir que los fracasos casi siempre han
ocurrido en aquellas naciones en las que las élites religiosas (católicas o no)
han apostado el futuro de sus propuestas a los acuerdos interelitarios (Bélgica,
España, Italia por citar algunos de los casos más cercanos), mientras que los
éxitos (Estados Unidos) han ocurrido en las naciones en las que las élites
religiosas, sea por su propia atomización (la ausencia de una iglesia
“dominante”) o por otras razones, optan por la movilización social y política de
sus bases y le apuestan a la capacidad de movilización de esas bases para el
logro de sus objetivos. El aborto no es, en modo alguno, el único caso. En EU
la capacidad de movilización de las bases de la Iglesia católica y su capacidad
para construir coaliciones con otras iglesias, además de organizaciones
sociales de distinto signo, han sido efectivas para defender los derechos de los
inmigrantes en ese país, para imponer códigos de conducta de los medios de
comunicación, entre otros temas. El modelo ciertamente no es infalible, como lo
demuestran los fracasos en temas como el control de armas o la imposición de
la pena de muerte, pero esos fracasos no anulan los éxitos.
En todos estos temas será necesario que la jerarquía redefina sus estrategias,
operativas y argumentativas, para promover el reconocimiento de sus
demandas en esos ámbitos específicos. Lo que es fundamental es que las
realidades políticas creadas por las transiciones a la democracia han
configurado realidades con una multitud de centros de poder, en las que
distintos tipos de pluralidad, incluida la religiosa, son dominantes. Estas
realidades hacen crecientemente difícil la negociación interelitaria y hacen más
necesaria la construcción de un denso tejido social, que efectivamente
21
represente los intereses de aquellos grupos u organizaciones cercanos a la
Iglesia.
En este sentido, creo que un primer factor clave que es necesario considerar es
el de cómo articulan los episcopados y las organizaciones laicales sus
intervenciones en las esferas públicas de nuestros países. Me parece, sin tratar
de imponer un modelo único, que el elemento que tendría que primar en la
construcción del discurso del catolicismo social latinoamericano en materia de
derechos humanos es el de la libertad religiosa o libertad de conciencia.
Este valor ya fue identificado por el Concilio Vaticano II como un elemento
fundamental para el desarrollo del catolicismo, pero—me parece—que muchas
veces se pierde ante la tentación de trabar, más bien, acuerdos interelitarios
que garanticen una suerte de primacía de la Iglesia católica en la vida pública,
aunque en realidad no haya la capacidad para hacer realidad esa primacía. Es
una situación, por cierto, parecida a la que se ocurre en el modelo de derechos
como principios y derechos como prácticas.
22
desarrollemos, donde no existan, las habilidades necesarias para formular
propuestas viables de políticas públicas. Dejar esta responsabilidad a los
partidos o a los posibles acuerdos, públicos o privados, entre las élites de la
política y de la religión, equivale a renunciar a la nuestra capacidad para
articular propuestas, defender nuestros puntos de vista y luchar por ellos. Esta
responsabilidad, por otra parte, no puede ser descargada en los partidos
políticos.
Las razones por las que no conviene dejar esto en manos de los partidos son
muy variadas y se agravan en función de las características de cada uno de
nuestros países. Lo que es necesario recordar a partir de lo que Max Weber
nos dice es que los políticos—incluso aquellos que dicen ser católicos—están
fundamentalmente preocupados por el problema de la conservación o la
adquisición del poder y, al hacerlo, están dispuestos a sacrificar muchas cosas
en el camino. Se necesita, en este sentido, de reflexiones y propuestas que, sin
perder rigor técnico, estén fundamentalmente preocupadas por la defensa de
los intereses y puntos de vista de la DSI.
23
perspectiva discursiva, la Iglesia ha tenido un desempeño impecable ya desde
la incorporación, de manera explícita, del concepto de Derechos Humanos en
la DSI. No sólo eso. Se podría argumentar que discursivamente la Iglesia fue
pionera en el desarrollo del actual concepto radical de Derechos Humanos con
el que operan prácticamente todas las instituciones del sistema de Naciones
Unidas, así como organizaciones no gubernamentales de alcance global,
regional, nacional y local. El problema, desafortunadamente es que muchas
veces, como ocurre en el ámbito político, la Iglesia se conforma con suponer
que basta con formular las declaraciones sin darle el seguimiento necesario
para hacer que las palabras se conviertan en instituciones, en acciones.
24
Y precisamente porque nos enfrentamos a los dolorosos efectos de este déficit,
que compete tanto a la democracia como actitud como a la democracia como
arreglo o diseño institucional, es importante recuperar lo señalado por Berger
(1999b 530 y ss) a propósito del papel que las instituciones, cualquiera de
ellas, incluidas las de carácter religioso, pueden desempeñar como
polarizadoras o mediadoras de los conflictos sociales, incluidos—desde luego
—los que se desprenden de la observancia o no de los Derechos Humanos.
Berger señala que la clave para ello se encuentra en la capacidad que las
instituciones puedan desarrollar o no para articular las ideas y los valores que
las inspiren, pero también el reconocimiento de que “esos contenidos ideativos
[valores]…estarán característicamente vinculados a intereses creados
específicos.”
25
de vista inteligentes que faciliten la conciliación de intereses, y para hacer valer
la superioridad de su razonamiento en contextos de intenso intercambio de
ideas, en los que la calidad de sus argumentos, la congruencia de su
testimonio y la oportunidad de sus actos de comunicación, serán los factores
críticos para la asimilación o el rechazo de sus propuestas.
No está por demás enfatizar, sin embargo, el papel que la congruencia debe
desempeñar y reconocer, en este sentido, la severa hipoteca que han impuesto
sobre nuestra Iglesia la tolerancia excesiva con la que obispos y autoridades
del Vaticano han abordado casos como el de los legionarios de Cristo en
México, el del presbítero Cristián von Wernich (que es representativo de los
abusos cometidos y tolerados desde la Iglesia en la última dictadura argentina),
o el del también presbítero Fernando Karadima en Chile. En este sentido, más
allá de los daños patrimoniales a la Iglesia que, por sí mismos son
suficientemente graves, todavía estamos a la espera de conocer cuáles serán
los costos en términos del prestigio y de la autoridad moral de la Iglesia. Insistir
en que son casos aislados, por cierto, puede ser verdad, pero no resulta
suficiente en una realidad como la que vivimos en la actualidad en la que,
objetivamente, la Iglesia enfrenta severas críticas por la pasividad,
aquiescencia e incluso complicidad con la que se actuó en los casos ya
referidos que no son, por cierto, los únicos.
26
Frente a esto, desde una perspectiva de derechos y deberes, la Iglesia
cometería un error lamentable si se cierra sobre sí misma y desconoce sus
propios pecados. Lejos de ello, lo que se necesita es una Iglesia que, al mismo
tiempo que haga un delicado trabajo de construcción de espacios en los que
los católicos puedan ejercer su ciudadanía, fortalezca los espacios internos en
los que los católicos nos hagamos responsables de la conducción y la
disciplina de la Iglesia como tal.
27
manera más clara y precisa por lo que hace a temas más inmediatos como la
observancia y el respeto de los DH.
28
naturaleza y enfrentada élites de la política que no sólo se han
descristianizado, sino que—además—se han desnacionalizado, es decir, han
perdido los referentes de los proyectos de construcción del Estado nacional
que en algún momento hicieron posible una cierta comunicación entre las élites
de la política y de la religión en AL.*
De mi parte, más que tratar de decir qué hacer o no a la Iglesia, sus jerarquías
y organizaciones de laicos, me parece que lo más importante es formular una
serie de preguntas que traten de dar cuenta de la complejidad a la que, como
Iglesia nos enfrentamos.
29
capacidad para incorporar demandas y símbolos de protesta, incrementando su
potencial para la transformación. (Trad. de RSN)
30
humana, el que asegura el compromiso de la Iglesia con el “método de
persuasión”, tanto en la evangelización como en la política. Entre más
profundamente “católica” sea la Iglesia, será más sólido su compromiso con el
logro de un genuino pluralismo en el mundo (Trad. de RSN).
31
ámbito de competencia. Esto es así porque la propia apuesta por la democracia
presente en Centesimus Annus y otros documentos de la DSI ya representa un
cambio en la valoración original de la Iglesia sobre la democracia. Cualquier
énfasis en la necesidad de cambio hecho por los obispos en estos temas
llevaría a sus consecuencias lógicas el desarrollo de la DSI.18 Uno puede ver
ese desarrollo en el argumento global que presentó primero el parágrafo 74 de
GeS, en el que el Concilio considera de manera expresa los rasgos
institucionales de la gobernabilidad democrática aun cuando no lo identifica de
manera expresa como una democracia, en Christifidelis Laici (no. 42) y, más
específicamente, en Centesimus Annus (no. 46). Si Centesimus Annus expresa
de manera clara las preferencias de la Iglesia por un diseño institucional (la
democracia), ahora el problema es si debe presionar en los ámbitos nacionales
en los que actúa por el desarrollo de propuestas que mejoren las oportunidades
para la supervivencia y la consolidación de la democracia.
18
Y uno podría asumir que será siguiendo también el desarrollo misma de la Iglesia. Después
de todo, la Iglesia católica se ha distinguido de otras denominaciones cristianas por el
desarrollo de complejos arreglos institucionales propios, el complexio oppositorum (véase
Schmitt 1996 7-8) con balances y contrapesos y con normas escritas como el Código de
Derecho Canónico que no contradicen los llamados que la Iglesia hace de manera cotidiana y
sistemática para lograr la conversión personal.
19
Véase el material de Evans, Rueschemeyer y Skocpol (1985).
32
concentra en el análisis de las raíces institucionales del pobre desempeño
político y económico de los estados y mercados latinoamericanos.20 Además, la
tradición de formular llamados a la conversión personal no es incompatible ni
se opone a las propuestas o sugerencias de cambios en los diseños
institucionales de los países. Los obispos, en tanto líderes de un credo
religioso, deben enfatizar esa dimensión de la conversión personal como
necesaria para lograr el cabal desarrollo de los ciudadanos de cada país. Lo
que es necesario desarrollar, además de los llamados a la conversión personal,
son sofisticados análisis de las fuentes del pobre desempeño de los estados y
los mercados en la región, pues es ahí donde se encuentran las fuentes de
penosos problemas como la inestabilidad y tienen efectos importantes en la
perpetuación de la desigualdad y la pobreza que diezman a nuestras
sociedades y alienta la emigración, en muchos casos masiva, a las grandes
ciudades de la región, a Estados Unidos, Canadá, Europa y Australia.
33
dicho por Landmann es posible ver en AL que muchos de los retos a la
democracia provienen, precisamente, de la creciente insatisfacción asociada
con las consecuencias inesperadas de los procesos de ajuste estructural que
son más difíciles de controlar o de ocultar para un régimen democrático que
para uno autoritario o despótico.21
Es importante que los obispos desarrollen, en este sentido, análisis más
complejos y matizados de las realidades políticas y económicas de sus países
y de la región. Al hacerlo, es necesario que eviten asumir que hay una relación
de mutuo apoyo entre las reformas políticas y las reformas en materia
económica y aceptar que se trata de procesos distintos entre sí, que generan
resultados contradictorios y que necesitan también de distintos tipos de
políticas.
A pesar de las muchas diferencias que uno pudiera encontrar entre los
proletarios de finales del siglo XIX y los grupos sociales que se movilizan en las
ciudades latinoamericanas de principios del siglo XXI, hay más similitudes entre
ambos grupos que diferencias. La erosión del débil Estado de bienestar
desarrollado en AL en los sesenta y setenta, la incapacidad del Estado para
obligar al cumplimiento de las leyes en material laboral y ecológica, la
emigración—en algunos casos masiva—así como la emergencia de lo que
Lambert (1999 304) ha llamado una “nueva era axial” en la región, contribuyen
a una acelerada reconfiguración de la esfera pública, de los movimientos
sociales y, en última instancia, de los sistemas políticos en las afueras de
Ciudad de México, Caracas y Buenos Aires. La protesta social y la
organización que se necesita para desarrollarla, como ocurría en el siglo XIX,
es un juego abierto. En muchos sentidos sin reglas y que refleja, a su vez, la
erosión de las reglas y los criterios en muchos otros ámbitos de la vida pública.
21
Véanse los resultados de las encuestas de Latinobarómetro que la revista británica The
Economist publica anualmente.
34
Más aún, es justamente en los barrios pobres de las afueras de las grandes
metrópolis de la región (México, Santiago, Buenos Aires, Río de Janeiro,
Caracas, Santa Fe de Bogotá, etc.) donde franquicias religiosas marginales
compiten en el mercado espiritual y religioso de la región sin las formalidades
que caracterizan al catolicismo, donde el futuro religioso de la región será
decidido.
35
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