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Un valor es una característica moral, una actitud que consideramos valiosa y preferente
frente a otras. Los valores aparecen y se reproducen a medida que confieren ventajas a quienes
los adoptan, y se posicionan en lugares más altos o más bajos a medida que la persona perciba
que ciertos valores confieren más o menos ventajas que otros, todo esto siguiendo los estudios de
Inglehart, Almond y Axelrod sobre valores en distintas sociedades.
Pasemos ahora a lo que puede estar sucediendo con la población electoral venezolana.
Durante más de cuarenta años, los políticos han usado la aparentemente ilimitada cantidad de
capital proveniente del petróleo venezolano para prometer abundancia sin parangón a todo aquél
que apoye su proyecto político. Por otro lado, a Venezuela siempre se le ha conocido como un
país fértil, donde no ha habido nunca la necesidad de “guardar para después”. No ha habido
hambruna o escasez en ninguna época y, en cuanto entró a la era de la modernidad, fue
bendecida por el regalo del rentismo petrolero, lo cual no hizo necesario la aparición de valores
tales como esfuerzo mayor para una recompensa mayor, ahorro previendo futuras carencias,
pragmatismo académico y laboral como base de una economía eficiente, y varios otros valores
presentes en países con economías fuertes. En cambio, otros valores como la preferencia de un
Estado fuerte y paternal, la repartición de la abundancia que corresponde a todos los ciudadanos
y la seguridad de siempre estar asistidos sin importar lo que suceda, se han arraigado fuertemente
en la sociedad venezolana haciendo que los discursos de tendencia más liberales sean
considerados casi ofensivos por la mayoría.
En su libro El Ataque Contra la Razón, Al Gore discute muchas de las posibles causas de
que esto esté pasando, y podemos además ver que no es un problema exclusivo de nuestra
sociedad. Al parecer, las sociedades en principio liberales también están resultando afectadas por
este mal. Entre las muchas causas de esto, resalta que el debate político está siendo limitado a los
medios unidireccionales, por donde la gente es desanimada a participar debido a la dificultad de
obtener tiempo en los medios para poder ser parte del debate. Así, sólo personas con grandes
recursos tienen la capacidad de emitir opiniones y participar en el debate político. Gore propone
entonces una vuelta al viejo debate cara a cara donde, como en un ágora, todos podamos
participar en un debate siguiendo y respetando ciertos lineamientos para evitar caer en los vicios
en que caen nuestros representantes políticos. La mayoría estará de acuerdo con que sin un
debate justo y equilibrado la diversidad política no tendrá cabida en nuestra sociedad, porque es
más fácil actualmente ridiculizar a los contrincantes que llegar a consensos, pero los discursos
políticos seguirán siendo los mismos mientras un debate de calidad no confiera ventajas políticas
tangibles. Esto tiene que hacerse estableciendo reglas y lugares de debate predeterminados que
sean respetados por los participantes pero, por supuesto, jamás será suficiente hasta que los
mismos ciudadanos exijan el respeto de dichas reglas y lugares por parte de los contendores. Para
esto cabría preguntarnos si hay una forma de hacer que ese respeto al debate, a las reglas y a la
argumentación válida, confiera ventajas tangibles para los actores políticos. Esto significaría
crear o replicar el valor de la argumentación, el respeto y la tolerancia a la diversidad, política o
no, y hacer que poco a poco suban en la escala de valoración de la gente y sean ellos mismos
quienes legitimen a los actores políticos que los pongan en práctica.
Inglehart dice que los nuevos valores son difíciles de aceptar por la gente que ya ha
alcanzado cierto grado de madurez, pero son fáciles de interiorizar por las generaciones nuevas,
las cuales ocuparán cargos administrativos en el futuro. Aquí es donde se ve que todos los
caminos conducen a Roma, y observamos que la solución está, como siempre, en la educación de
nuestros jóvenes. Dieter Nohlen dijo una vez que había que sustituir la cultura de la opinión por
la cultura del argumento y, a mi parecer, no debe aplicarse sólo a las ciencias y a los estudiosos,
sino que nuestros estudiantes tienen que ver ventajas tangibles cuando argumentan
respetuosamente, para que cuando crezcan, sus representantes políticos vean una ventaja en la
tolerancia y el respeto a la diversidad tan necesarios para una democracia.