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El valor del debate

Desde hace un tiempo ha habido un cambio en la forma de hacer política en Venezuela.


Los discursos han cambiado cualitativa y cuantitativamente, y la diversidad política es ahora
vista con cierta desconfianza por sectores que ven en la unidad, y hasta en la uniformidad, el
único medio de ganar terreno frente a los adversarios. Se le ha tratado de buscar una lógica al
actuar de los actores políticos venezolanos, y sobre todo a las reacciones de la población
electoral frente al discurso ofrecido por candidatos y demás personas que hacen vida política en
el país. Pero para poder sentar bases sobre las cuales tratar de encontrar explicaciones y posibles
remedios a este fenómeno, primero habría que saber qué hace que la gente tenga ciertas
tendencias y actitudes, en este caso me enfocaré en principio a lo que son valores.

Un valor es una característica moral, una actitud que consideramos valiosa y preferente
frente a otras. Los valores aparecen y se reproducen a medida que confieren ventajas a quienes
los adoptan, y se posicionan en lugares más altos o más bajos a medida que la persona perciba
que ciertos valores confieren más o menos ventajas que otros, todo esto siguiendo los estudios de
Inglehart, Almond y Axelrod sobre valores en distintas sociedades.

Uno de los valores necesarios para vivir en democracia es indudablemente la tolerancia a


la diversidad. Siendo la democracia un sistema de gobierno donde se elogia la diversidad,
entonces es de suponer que no trata de imponer un solo modo de vida como el correcto o el
mejor, sino que permite la convivencia entre gente con distintos modos de vida, los cuales
pueden llegar a ser todos buenos pero no necesariamente compatibles, como muy bien lo expuso
Locke en su obra sobre este tema. Esto en lo que concierne a la libertad de cada quien de elegir
lo que es mejor para sí según el modo de vida que considere correcto, los valores que tenga en
más alta consideración como guía de comportamiento y la aceptación o no de que puede haber
diversos modos de vivir bien que podrían chocar con su concepción de buen vivir.

La diversidad política, también necesaria en un buen ambiente democrático, va más allá


de lo considerado buen vivir. Al agregar el adjetivo “política”, ya impregnamos al término con
algo que puede hacer que la tolerancia pase a posiciones inferiores de valoración. Los actores
políticos pueden o no tomar la tolerancia como un valor necesario en su obrar porque son, ante
todo, actores políticos, es decir, uno de sus intereses principales es alcanzar posiciones políticas.
Bajo ésta premisa, un actor puede sentirse obligado a adoptar una determinada conducta o actitud
si observa que es efectiva cuando otros actores la usan, aún cuando dicha conducta entre en
conflicto con la tolerancia. Esto estaría generando una preferencia general a usar ciertas técnicas
discursivas por sobre otras, como lo sería el ejemplo de la descalificación, la demagogia y la
búsqueda de un líder mesiánico que tan buenos resultados electorales han procurado a muchos
actores políticos de la actualidad.
En el debate político venezolano actual hay un aire de confrontación, incluso entre
partidarios de una misma ideología o hasta de un mismo partido político. La tolerancia a la
diversidad sigue siendo un valor presente en muchos actores políticos, pero hay acciones y
actitudes incompatibles con la tolerancia que han probado ser más ventajosas en la práctica, aún
cuando siga formando parte esencial de sus discursos y esto ha puesto a la tolerancia en un lugar,
si bien no muy bajo en la escala de valores, inferior con respecto a otros más eficaces en la
contienda política. Pero en los últimos doce años, los actores han encontrado que es más efectivo
agregar un matiz de intolerancia, moderado o profundamente radical, a sus discursos. Y esto
puede explicarse en que los políticos han observado que los más exitosos son los que han
adoptado una posición totalmente excluyente frente a las demás líneas ideológicas, preferencias
políticas, y hasta sectores de la sociedad.

Pasemos ahora a lo que puede estar sucediendo con la población electoral venezolana.
Durante más de cuarenta años, los políticos han usado la aparentemente ilimitada cantidad de
capital proveniente del petróleo venezolano para prometer abundancia sin parangón a todo aquél
que apoye su proyecto político. Por otro lado, a Venezuela siempre se le ha conocido como un
país fértil, donde no ha habido nunca la necesidad de “guardar para después”. No ha habido
hambruna o escasez en ninguna época y, en cuanto entró a la era de la modernidad, fue
bendecida por el regalo del rentismo petrolero, lo cual no hizo necesario la aparición de valores
tales como esfuerzo mayor para una recompensa mayor, ahorro previendo futuras carencias,
pragmatismo académico y laboral como base de una economía eficiente, y varios otros valores
presentes en países con economías fuertes. En cambio, otros valores como la preferencia de un
Estado fuerte y paternal, la repartición de la abundancia que corresponde a todos los ciudadanos
y la seguridad de siempre estar asistidos sin importar lo que suceda, se han arraigado fuertemente
en la sociedad venezolana haciendo que los discursos de tendencia más liberales sean
considerados casi ofensivos por la mayoría.

El resultado de esto es que hay aparentemente facciones contrarias con diferencias


irreconciliables, pero que comparten un mismo piso ideológico y un discurso similar en muchos
casos. El debate político es un debate de micrófono o de medios, y es frecuente que una de las
partes, o ambas, no conteste los argumentos de la otra sino que se limita a desacreditar fuentes o
a encontrar otros puntos del discurso del contrario que le permitan ganar el debate sin tener que
contraargumentar ya que muchos de los actores políticos parecen estar conscientes que sus
argumentos no soportarían un examen riguroso a las premisas y conclusiones a las que ellos
llegan, y la gente tiende a apoyar a aquél que suene más agresivo, más avasallante y más
protector, sin importar los argumentos usados y esto es potenciado cuando los debatientes no
tienen a nadie como moderador y se rehúsan a discutir públicamente entre ellos, la gente tiene
que esperar generalmente un día o dos por una respuesta generalmente fuera de contexto.

En su libro El Ataque Contra la Razón, Al Gore discute muchas de las posibles causas de
que esto esté pasando, y podemos además ver que no es un problema exclusivo de nuestra
sociedad. Al parecer, las sociedades en principio liberales también están resultando afectadas por
este mal. Entre las muchas causas de esto, resalta que el debate político está siendo limitado a los
medios unidireccionales, por donde la gente es desanimada a participar debido a la dificultad de
obtener tiempo en los medios para poder ser parte del debate. Así, sólo personas con grandes
recursos tienen la capacidad de emitir opiniones y participar en el debate político. Gore propone
entonces una vuelta al viejo debate cara a cara donde, como en un ágora, todos podamos
participar en un debate siguiendo y respetando ciertos lineamientos para evitar caer en los vicios
en que caen nuestros representantes políticos. La mayoría estará de acuerdo con que sin un
debate justo y equilibrado la diversidad política no tendrá cabida en nuestra sociedad, porque es
más fácil actualmente ridiculizar a los contrincantes que llegar a consensos, pero los discursos
políticos seguirán siendo los mismos mientras un debate de calidad no confiera ventajas políticas
tangibles. Esto tiene que hacerse estableciendo reglas y lugares de debate predeterminados que
sean respetados por los participantes pero, por supuesto, jamás será suficiente hasta que los
mismos ciudadanos exijan el respeto de dichas reglas y lugares por parte de los contendores. Para
esto cabría preguntarnos si hay una forma de hacer que ese respeto al debate, a las reglas y a la
argumentación válida, confiera ventajas tangibles para los actores políticos. Esto significaría
crear o replicar el valor de la argumentación, el respeto y la tolerancia a la diversidad, política o
no, y hacer que poco a poco suban en la escala de valoración de la gente y sean ellos mismos
quienes legitimen a los actores políticos que los pongan en práctica.

Inglehart dice que los nuevos valores son difíciles de aceptar por la gente que ya ha
alcanzado cierto grado de madurez, pero son fáciles de interiorizar por las generaciones nuevas,
las cuales ocuparán cargos administrativos en el futuro. Aquí es donde se ve que todos los
caminos conducen a Roma, y observamos que la solución está, como siempre, en la educación de
nuestros jóvenes. Dieter Nohlen dijo una vez que había que sustituir la cultura de la opinión por
la cultura del argumento y, a mi parecer, no debe aplicarse sólo a las ciencias y a los estudiosos,
sino que nuestros estudiantes tienen que ver ventajas tangibles cuando argumentan
respetuosamente, para que cuando crezcan, sus representantes políticos vean una ventaja en la
tolerancia y el respeto a la diversidad tan necesarios para una democracia.

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