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OAXACA: LIBERALISMO O COMUNIDAD

Renato F. Zárate Baños1

Introducción

Oaxaca tiene un abrupto relieve que atestigua una larga historia geológica que
inició en el precámbrico y continuó en múltiples etapas hasta la época actual.
Presenta la segunda columna geológica más completa del territorio mexicano
después de Sonora, lo que da como resultado una extraordinaria complejidad en
su geomorfología, fisiografía, edafología, clima, flora, fauna y tipos de vegetación
(García-Mendoza, et al., 2004).

Con 8 mil 431 especies de flora, Oaxaca es uno de los estados más ricos y
diversos del país, pues concentra aproximadamente el 40% de la flora y 70% de
los tipos de vegetación registrados al nivel nacional. Asimismo, se registran 4 mil
543 especies de fauna silvestre, lo hacen el estado más diverso del país en
lepidópteros, peces de agua dulce, anfibios y reptiles, aves y mamíferos (García-
Mendoza, et al., 2004).

Los vestigios arqueológicos, que en muchos casos aguardan ser estudiados,


hablan de la riqueza histórica de las culturas oaxaqueñas, expresada en las
variadas técnicas del uso del agua; en la gran diversidad de semillas nativas
manejadas por los agricultores; en las prácticas agrícolas desarrolladas para
condiciones ambientales de valles, laderas y montañas; en el desarrollo de
estrategias familiares y comunales para la apropiación del territorio y el
aprovechamiento de los recursos; así como en las complejas instituciones políticas
y religiosas. Todo ello permitió a los antiguos pobladores desarrollar sus
poderosas civilizaciones en un ambiente restrictivo, con pocos terrenos planos y
temporal errático (Joice y Flannery, 2001).

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Profesor investigador del Centro Regional Universitario Sur. crus_academica@yahoo.com.mx. El autor
expresa su agradecimiento al maestro Cirilo Julián Caballero, quien aportó notas y reflexiones que fueron
muy útiles en la elaboración de este ensayo.
A lo largo de diez mil años de historia, las civilizaciones asentadas en las
diferentes regiones de Oaxaca construyeron una herencia que, entre otros valores,
se expresa en el nivel de aprovechamiento de la flora regional por las
comunidades locales. Se estima que el número de especies de plantas útiles
oscila entre 1600 y 2800, de ellas se registran apenas 490 (Caballero, et. al.,
2004).

La complejidad y riqueza de componentes físicos y bióticos existentes en el


territorio oaxaqueño se asocia a la diversidad cultural presente, la población
indígena alcanza el 40% de los habitantes del estado, los 16 grupos culturales
registrados en la actualidad para la entidad hablan 157 lenguas diferentes.

Oaxaca se divide en ocho regiones geográficas, donde se asientan miles de


pueblos, donde la población mestiza convive con las múltiples culturas
oaxaqueñas: (1) la Costa es trópico seco hacia el pacífico, ahí se asientan pueblos
mixtecos, chatinos, amuzgos, tacuates y negros; (2) el Papaloapan es trópico
húmedo en la vertiente del Golfo, donde habitan los chinantecos, mazatecos y
mixes; (3) el Istmo cuenta con ambos trópicos por ser la cintura del país, ahí
habitan los zapotecos junto con mixes, huaves, chontales y zoques; (4) la Cañada,
insertada entre sierras, también es un pequeño trópico seco, ahí los mazatecos
constituyen el principal pueblo originario, junto con pequeños núcleos de población
náhuatl, cuicateca y mixteca; (5) la Mixteca es región templada y semicálida, aquí
los mixtecos comparten el territorio principalmente con los triquis y pequeños
asentamientos chochos; (6) al centro del estado, los Valles Centrales son
templados, ahí se ubica la ciudad capital, rodeada por muchas comunidades
donde la cultura zapoteca se mantiene fuertemente arraigada; también templadas
son las dos Sierras (7) la Norte, que es húmeda y está poblada por zapotecos y
mixes principalmente, y (8) la Sur, que es seca, también ocupada por zapotecos.

Esta descripción sintética del territorio y sus regiones, ofrece una plataforma
desde la cual podemos asomarnos a los fenómenos que acontecieron en el medio
rural durante el siglo pasado, para trazar algunas líneas que permitan interpretar la

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actualidad y proyectar la mirada en perspectiva de los retos que enfrenta la
sociedad rural oaxaqueña para desarrollarse.

El tránsito de la vida regional por los diferentes periodos del desarrollo capitalista
del último siglo, así como su vasta herencia prehispánica y colonial, imprimieron
rasgos profundos que diferencian una región de otra, no sólo en su base
ambiental, sino también en la dinámica económica y social, de manera que al
visitante foráneo le parece al principio que, al recorrer su territorio, atraviesa por
varias naciones. No obstante, a pesar de que en lo económico no ha existido una
integración completa y algunas de las diferentes regiones se vinculan más con
estados como Veracruz en el caso del Papaloapan, con Puebla la Mixteca o con
Guerrero la Costa Chica, existen fuertes rasgos culturales e integración
administrativa que han mantenido una identidad estatal.

Oaxaca en el horizonte primario exportador: plantaciones y comunidades

Para finales del siglo XIX y principios del XX Oaxaca era un estado importante en
el ámbito nacional, no sólo por ser cuna de dos de los últimos presidentes de
México, poblacionalmente era uno de los cuatro estados del país que contaba con
más de un millón de habitantes. Porfirio Díaz había impulsado la comunicación
ferroviaria hacia la capital del estado, con lo cual favorecía el boom de la minería,
para principios de siglo existían más de 30 compañías extranjeras dispuestas a
invertir en esta rama en el estado. De igual manera, en febrero de 1907 se
inauguró el Ferrocarril Nacional de Tehuantepec y en esa misma época se
construía el puerto de Salina Cruz por una compañía inglesa (Dalton, 2004).

A la par de la infraestructura ferroviaria se desarrollaron en la costa del pacífico los


puertos de Puerto Ángel y Puerto Minizo, que junto con el de Salina Cruz
constituyeron las tres terminales marítimas desde donde se comerciaron los
productos agropecuarios generados en las regiones costeras y el istmo de
Tehuantepec.

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El impulso modernizador porfirista en el caso de la agricultura, se enfocó hacia la
apertura de las oportunidades de inversión para las empresas extranjeras en las
ramas de producción de materias primas, la extracción de madera y otros recursos
naturales, principalmente en las zonas tropicales, de este modo se instalaron en el
país, primero compañías deslindadoras que repartieron parte importante del
territorio del sureste de México, y posteriormente empresas de capitales europeos
y norteamericanos que invirtieron en el establecimiento de plantaciones de cultivos
tropicales como el café, el plátano, el tabaco, el hule, el algodón, entre otros; así
como monterías para la extracción de maderas tropicales, la extracción del hule y
el chicle de las especies nativas de la selva.

En Oaxaca se adjudicaron más de tres millones de hectáreas a cuatro


concesionarios de compañías deslindadoras, sólo a uno le tocaron más de dos
millones (Gómez, citado por Carmona, s/r); nada más en la región de la costa la
cifra alcanzó las 552,912 hectáreas deslindadas, principalmente en los distritos de
Pochutla y Juquila, donde se otorgaron a particulares gran cantidad terrenos
comunales, como fue el caso de 35 mil 521 has de San Pedro Tututepec que
contaban con títulos expedidos en 1710 por el rey de España (Peréz, 1955 citado
por Rodríguez, 1996). “La explotación de la sal igualmente fue entregada a
poderosos intereses, como las 65 salinas que en Juchitán y Tehuantepec poseían
extranjeros” (Gómez, citado por Carmona, s/r). Fue así como el trópico mexicano
se insertó como exportador de materias primas en la dinámica del capital global.

A las regiones tropicales de Oaxaca, Costa, Cañada, Istmo y Papaloapan llegaron


inversiones de capitales principalmente norteamericanos que promovieron la
cafeticultura y otras plantaciones comerciales como el tabaco y el hule. A
diferencia de lo acontecido en la región del Soconusco, donde las empresas
alemanas se personalizaron para establecer y administrar ellas mismas las
plantaciones cafetaleras, en el territorio oaxaqueño la siembra del aromático
estuvo a cargo en un primer momento de los empresarios locales, en el caso de la
región de Pluma Hidalgo por ejemplo, los inversionistas asociados provenían de
Miahuatlán y eran los antiguos comerciantes de la grana cochinilla, quienes

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buscaban oportunidades, ante la caída del negocio del colorante y que llevaron el
café no sólo a su vecina región costera, sino mas tarde también a las zonas
serranas y a la cuenca del Papaloapan.

Después de un periodo donde el financiamiento y la producción del café estuvo a


cargo de los capitalistas nacionales, el control de estas etapas del proceso pasó a
manos de las empresas extranjeras, como la Vista Hermosa Sugar and Mercantile
Co., The Indian Rubber Company, The Oaxaca Coffe Culture, el capital extranjero
estaba en ambos lados del negocio, financiando la producción y en la parte más
jugosa, la exportación del aromático hacia los grandes centros de consumo en
Europa y Norteamérica (Bartra,1996).

Para finales del siglo XIX se presentó una caída importante en los precios del café,
que pasó de treinta y cinco a seis pesos el quintal, muchas de las mejores fincas
pasaron a manos de las empresas extranjeras, principalmente alemanas, quienes
al inicio siglo XX ya aprovechaban íntegramente el negocio con un precio
recuperado entre 16 y 20 pesos por quintal (Rodríguez, 1996).

En el Istmo de Tehuantepec la construcción del ferrocarril favoreció el crecimiento


del cultivo de la caña de azúcar (Dalton, 2004). Del mismo modo, “con la
construcción del Ferrocarril Mexicano del Sur, las tierras fértiles de la Cañada
fueron puestas a producir por el capital extranjero y nacional” (Chassen y
Martínez, 1990:69), de modo que, en los años 1909-1911 esta región aportaba un
alto porcentaje de la producción estatal de caña de azúcar y sus derivados (Ruiz,
1988).

En la región del Papaloapan se desarrollaron las plantaciones tabacaleras de Valle


Nacional, con sus ya conocidos sistemas para esclavizar la mano de obra; el
plátano también vivió un ligero auge, y se estableció la piña, el algodón,
plantaciones de hule y extracción de maderas preciosas. La Costa, que fue la
principal región productora de café, también tuvo importancia por el cultivo del
algodón, el hule, el tabaco y la ganadería que constituyeron las actividades
agropecuarias vinculadas al comercio extra-regional más importantes.

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No obstante las facilidades otorgadas por el régimen porfirista para el
establecimiento de las inversiones extranjeras en el país, éstas encontraron la
resistencia de las comunidades indígenas que defendieron sus tierras con
insistencia, lo que propició que Oaxaca no fuera un estado donde dominaran los
latifundios, al ocupar éstos apenas el 8.1% del territorio en el año 1910 (Chassen y
Martínez, 1990). De los más de tres millones de hectáreas concesionadas para el
deslinde, para el año de 1913 sólo se reportaban 753 mil 736 en poder de 225
haciendas, 19% de las cuales apenas alcanzaban las 100 has. (Ruiz, 1988).

Encontrar la mano de obra para operar las plantaciones cafetaleras y del resto de
los cultivos tropicales establecidos en este periodo primario exportador fue una
tarea que se dificultó en el territorio oaxaqueño, los finqueros y hacendados
consideraban una desventaja que los indígenas poseyeran tierras y practicaran la
agricultura de subsistencia, que prefirieran trabajar lo propio que en lo ajeno.

La lucha de los pueblos por conservar la propiedad de su tierra los llevó a hacer
uso constantemente de los recursos jurídicos que estaban a su alcance en aquella
época y propició también la existencia de múltiples conflictos entre pueblos,
principalmente en la Mixteca, los Valles Centrales y la Sierra. Para la época se
afirma que más de tres cuartas partes de la población rural oaxaqueña vivía en
pueblos con tierra propia y sólo un 21% carecía de ellas (Ruiz, 1988).

Por ello se idearon las diversas maneras para “inducir” a los indígenas al trabajo
asalariado en las haciendas, el enganche para el trabajo forzado, diferentes
formas de endeudamiento, la presión de los jefes políticos, la creación de nuevos
impuestos o la elevación de los ya existentes, todo con el fin de generar la
necesidad de dinero entre las comunidades para incorporar su fuerza de trabajo a
la explotación de las fincas.

La importancia de la producción tradicional de granos básicos se refleja en las


cifras reportadas para los años 1909-1911, en ellas, sólo el valor de la producción
de maíz representa el 44% del total de los productos agropecuarios, el frijol el 6%,
la caña de azúcar y sus derivados (principalmente la panela) el 25%; mientras que

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el café aporta el 8% y el tabaco apenas el 1%. La producción de granos se
concentraba principalmente en los Valles Centrales, la Mixteca y en menor medida
en la Costa, es decir precisamente en las regiones templadas del estado y de ahí
se llevaba a las regiones donde los capitales extranjeros explotaban los cultivos
tropicales (Ruiz, 1988).

El estallido de la revolución alteró de manera notoria el tipo de desarrollo


impulsado por el régimen porfirista y colocó a la sociedad local en condiciones de
empobrecimiento de una economía agrícola hasta entonces floreciente. La élite
política local vivió un clima de zozobra que llegó a su extremo cuando el 3 de junio
de 1915 la legislación local aprobó el decreto enviado por el gobernador José Inés
Dávila, que declaraba que, en tanto se restablecían los poderes de la Unión, el
estado de Oaxaca reasumía su soberanía de acuerdo a lo establecido por la
Constitución de 1857. En los hechos era una declaración de independencia
respecto al proceso central que intentaba redefinir un orden constitucional, se trata
del llamado movimiento de soberanía. Su base social principalmente se
organizaba en torno a caudillos regionales en la Mixteca, la Sierra Juárez y en el
Centro de Oaxaca y tuvo antecedentes en levantamientos agrarios de la región del
Papaloapan. No obstante, y a pesar de haber mantenido alianza con Emiliano
Zapata, los soberanistas no tuvieron entre sus demandas principales las
cuestiones agrarias. Este movimiento generó tendenciales regionales, como en los
istmeños, que trataban de fundar y obtener reconocimiento para un estado propio.

Una vez que adquirió más fuerza social, el movimiento soberanista se fraccionó en
dos partes, los líderes de la Mixteca por un lado y los de la Sierra Juárez, éstos
últimos lograron ejercer poder sobre la capital de estado, declarándolo gobernado
por la Constitución de 1857, no obstante, el movimiento se debilitó políticamente y
tuvo que negociar con Obregón el reconocimiento de la Constitución de 1917 y
posteriormente se acomodaron y quedaron incorporados al Partido Nacional
Revolucionario (Santibáñez, 2000).

En cuanto al reparto agrario, se distinguen dos periodos previos al cardenista, de


1915 a 1920 se emitieron resoluciones presidenciales que afectaron 3 mil 747 has
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a favor de mil 312 beneficiarios; y de 1920 a 1923 se emitieron resoluciones que
afectaron 7 mil 937 has a favor de mil 551 campesinos (Ruiz, 1988). La mayoría
de estas afectaciones se dieron en la región de los Valles Centrales y en menos
proporción en la Mixteca y la Cañada, a pesar de que, sobre todo en el último
periodo, se tiene registro de solicitudes de acciones agrarias en la mayoría de las
regiones del estado, en especial la Mixteca, Sierra Sur, Costa; destacan los
distritos de Putla y Jamiltepec, donde se registraron 22 y 14 solicitudes
respectivamente, para las cuales no se emitió ninguna resolución presidencial.

La acción agraria fue parte del Plan sexenal que rigió la acción del presidente
Lázaro Cárdenas, mismo que propuso, además de las acciones de reparto, tareas
de organización político-social y productiva del ejido, creación de infraestructura
para la comunicación, la irrigación, la electrificación, la educación que tuvo como
agente clave al maestro rural y la salud pública, entre las otras.

El balance del plan sexenal cardenista en el estado es relativamente pobre, más


allá del reparto agrario, el avance en algunos tramos de la carretera panamericana
y algunos avances en la educación y la salud, en el primer tercio del sexenio no
hubieron inversiones significativas, destacaron principalmente las declaraciones
en torno a los recursos mineros de fierro y carbón de la mixteca y los proyectos
nunca ejecutados de las líneas ferroviarias de Ejutla hacia algún puerto del
Pacífico y de Puebla a Chacahua, pasando por la Mixteca (Ornelas, 1988).

Fue hasta la segunda mitad del sexenio, cuando se simplificaron los trámites
agrarios, con la voluntad del gobierno estatal y el impulso organizativo de los
maestros rurales que se aceleró la reforma agraria. Durante el periodo cardenista
la superficie repartida en ejidos fue de 432 mil 869 has de tierra, cuadruplicó las
dotaciones de los diecinueve años anteriores y en el caso de las de riego, las
quintuplicó. Esta la cifra no fue igualada por todos los repartos ejidales de los
cuatro sexenios posteriores, que además se concentraron principalmente hacia
acciones de reconocimiento de la propiedad comunal (Ornelas, 1988), durante el
periodo comprendido entre 1940 y 1964 se repartieron 2 millones 326 mil 702 has,
1 millón 864 mil 919 has de propiedad comunal, que significaron principalmente el
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reconocimiento de lo poseído por las comunidades y 461 mil 782 ha de ejidos
(Segura, 1988).

Oaxaca al margen de la industrialización

A partir de la década de los cuarenta se inicia en México el periodo conocido como


sustitución de importaciones, que se caracterizó por el impulso de la
industrialización del país y en la cual el sector rural cumplió un importante papel en
el abastecimiento de alimentos para la población creciente de las ciudades,
asimismo, las comunidades rurales aportaron mano de obra para la naciente
industria y los productos agrícolas de exportación permitieron disponer de divisas
para importar bienes de capital.

La participación del sector rural en este periodo de desarrollo del capitalismo


mexicano es diferenciado de acuerdo a la región de que se trate, la región norte se
caracterizó por el desarrollo de algunos polos industriales como Monterrey y el
crecimiento de la producción agropecuaria en regiones como La Laguna, el
altiplano chihuahuense y el noroeste, donde se implantaron grandes proyectos
agropecuarios en los distritos de riego.

El centro del país concentró el desarrollo de las industrias, principalmente la


metalmecánica y automotriz, y la modernización de importantes polos de
desarrollo agropecuario, como el Bajío. En el caso del sursureste del país, el
desarrollo industrial fue escaso y la modernización agrícola a cuenta gotas, no
obstante se generaron cambios importantes que definieron la configuración actual
del medio rural de esta región, a continuación se puntualizan algunos de los más
importantes para el estado de Oaxaca.

El desarrollo de la infraestructura carretera fue uno de los fenómenos más


importantes para el estado en el periodo en cuestión, destaca la carretera
Panamericana, que comunica desde la frontera norte hasta Centroamérica,
pasando por la capital de estado y el Istmo de Tehuantepec, abriendo canales
para el comercio de los productos locales, pero principalmente para la introducción

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de productos de la naciente industria nacional, con impactos importantes en el
sistema de mercados locales. Junto con este proyecto carretero vertebral, se
construyó una red carretera que comunica a la ciudad de Oaxaca con las
diferentes regiones del estado.

Otro ámbito del desarrollo de la infraestructura en el estado lo constituyó la


creación de obras hidráulicas de diferente envergadura, el año 1947 se creó la
comisión del Papaloapan, con el encargo de realizar un programa de desarrollo
regional integral, en 1949 durante el periodo del Miguel Alemán se inició la
construcción una presa que al concluir en 1955 llevó su nombre, ahí se localiza el
complejo hidroeléctrico Temascal (Segura, 1988). En una etapa más tardía,
durante el periodo 1981-88 se construyó la presa Cerro de Oro, que se unió al
complejo hidroeléctrico Miguel Alemán, para controlar avenidas y elevar la
capacidad de generación de energía eléctrica.

En el Istmo de Tehuantepec, a finales de los años cincuenta y principio de los


sesenta se construyó la Presa Benito Juárez con el objetivo de irrigar más de 55
mil ha y controlar las avenidas que afectaban a las poblaciones de la región. En la
Mixteca baja, a fines de los sesenta se construyó la presa Yosocuta, que habilitó
dos mil has de riego y provee agua para la Ciudad de Huajuapan de León.

Como parte de ese impulso modernizador se abrieron nuevos terrenos al cultivo,


principalmente en las zonas tropicales, lo cual favoreció principalmente al
desarrollo de la ganadería en la costa, el Istmo de Tehuantepec y Tuxtepec, con
su ya reconocido impacto sobre el ambiente. Además, este proceso de apertura
de terrenos, sirvió para colonizar la zona de los Chimalapas, con población
desplazada de los terrenos afectados por la construcción de los proyectos
hidroeléctricos en la cuenca del Papaloapan.

En contextos aislados de comunidades indígenas, como la Sierra Sur, la parte


montañosa de la Costa, la mixteca o la zona mazateca, la apertura de las
comunidades al mercado regional se dio a la par del crecimiento de redes
comerciales controladas por “coyotes” regionales, que basaron su negocio en la

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extracción de productos como el café, en la introducción de mercancías entre las
que figuraba en primer plano el aguardiente, en la usura y en muchos casos la
violencia.

Un ejemplo ilustrativo se dio en la zona Chatina, donde la introducción del cultivo


de café generó procesos de diferenciación interna entre los comuneros, mismos
que modificaron el sentido del funcionamiento de las instituciones comunitarias,
como las mayordomías y las formas de elección de autoridades por usos y
costumbres; también se propiciaron procesos de acumulación de las tierras
comunales por personas externas que se instalaron como caciques. La historia
concluyó en un conflicto sangriento, con la represión hacia los campesinos y a la
postre, con la recuperación de tierras y la expulsión de las personas ajenas a la
comunidad (Hernández, 1980).

Otro tipo de actividad que surgió en el periodo fue la extracción de la madera de


los bosques comunales, concesionada a empresas privadas, inició a finales de la
década de los cuarenta, cuando se establecen pequeños aserraderos en las
Sierra Norte y Sur del estado. Posteriormente, en 1956, a raíz de la escasez de
papel que enfrentó México después de la segunda guerra mundial, y después de
una experiencia con una empresa canadiense, el gobierno mexicano concesiona
por 25 años la explotación de los bosques de la Sierra Juárez a la Fábrica de
Papel Tuxtepec, en condiciones muy ventajosas que lo ubicaban como cliente
único para la madera de las comunidades. En 1958 se concedió una concesión
similar a la Compañía Forestal de Oaxaca, que llevaba 10 años explotando los
bosques de la Sierra Sur (ASETECO, 2003).

Al inicio la relación con las empresas parecía conveniente para las comunidades,
en virtud de la construcción de caminos, un primer inconveniente surgió en
relación a la mano de obra de los dueños del bosque. La tecnología de punta
empleada inicialmente por la empresa demandaba pocos trabajadores y los que
laboraban eran traídos de otras regiones del país.

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Otros inconvenientes se presentaban en el precio de la madera, pues se cobraba
derecho de monte y regalías en obras y no con base en el precio del mercado,
además, el acceso de las comunidades a ese dinero requería muchos trámites.
Por otra parte, el desconocimiento de los métodos de cubicación facilitaba la
sobreexplotación del bosque por parte de las empresas.

Las malas condiciones laborales en que trabajaban los comuneros, una vez que
fueron capacitados para la corta y arrime, motivó la realización de un primer paro
el año 1966, mismo que llegó a incorporar a 14 comunidades. El movimiento se
prolongó por varios años, propiciando incluso la emigración entre los comuneros.
La búsqueda de salida a los conflictos, que garantizara el abasto de madera a la
fábrica de papel, ante el cercano fin de las concesiones, llevó a crear empresas de
participación mixta entre las comunidades y a Fábrica de Papel Tuxtepec,
FAPATUX, siendo ya esta paraestatal (ASETECO, 2003). Estos eran los
antecedentes de un importante movimiento de las comunidades forestales al cual
nos referiremos adelante.

En cuanto a la emigración, esta ha estado presente en Oaxaca desde hace mucho


tiempo, en particular para los Valles Centrales se estiman flujos migratorios
estacionales desde las comunidades rurales hacia los centros urbanos como la
ciudad de México o la propia capital del estado, esto flujos migratorios se han
presentado en mayor medida entre la población masculina en edad laboral (20 a
34 años), no obstante el movimiento de mujeres también ha sido constante, se
calcula que el promedio de la población que emigró cada década de las
comunidades de rurales de los Valles Centrales de Oaxaca durante el periodo
1890 – 1970 es entre el 11% y 19% para la población masculina y entre el 9% y el
15% (Gregory, 1990).

El recuento de los flujos migratorios marca que para 1950 el saldo neto migratorio
era de 73 mil 395 personas nacidas en el estado que cambiaron su residencia a
otro estado o país (el 17.4% de la población). Este indicador ha venido creciendo a
lo largo de los años, de modo que para el año 1990 se ubicaba en los 527 mil 272

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habitantes y para el 2 mil representaba el 19.38 % de la población oaxaqueña, es
decir, 662 mil 704 personas.

Al movimiento permanente de personas habría que agregarle la emigración


temporal, que para el año 2 mil se estimó que entre 315 mil y 325 mil oaxaqueños
en edad productiva se movilizan temporalmente en busca de trabajo, además, un
número de niños que alcanza poco más del 5% de esa cantidad, se moviliza junto
con ellos (Ortiz, 2004).

Los principales mercados laborales para los migrantes oaxaqueños los constituyen
los estados del norte y noroeste de México a donde acuden a trabajar en los
campos agrícolas donde se producen hortalizas para la exportación. Asimismo, los
Estados Unidos de Norteamérica es otro de los destinos importantes para los
migrantes, quienes se dirigen también a los campos agrícolas o hacia los centros
urbanos para ocuparse en las áreas de los servicios o la industria (Ortiz, 2004).

La emigración es tan importante hoy en día para el estado y en particular para los
pueblos indígenas, como es el caso de los mixtecos, quienes constituyen el grupo
indígena de migrantes más importante en la frontera norte, iniciada su experiencia
de migración laboral con el programa bracero en los años cuarenta, los mixtecos
encontraron en el proceso de industrialización de la frontera norte oportunidades
de trabajo para quienes no tenían opciones para migrar legalmente a los Estados
Unidos de América.

A fines de los cincuenta llegaron a Tijuana los primeros migrantes mixtecos y a


partir de los setenta el proceso se hizo masivo, las agroindustrias de Sonora,
Sinaloa y Baja California enviaban camiones a las regiones más pobres de
Oaxaca para reclutar trabajadores para sus campos, que obtenía pagando salarios
bajos y sin tener que otorgar servicios ni prestaciones (Clark, 2008).

La mixteca junto con los Valles Centrales y la Sierra Juárez constituyen las
regiones del estado con mayor tradición migratoria, no obstante, a partir de la

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década de los noventa la migración temporal y definitiva se ha generalizado a
todas las regiones del estado.

Otro de los saldos desfavorables del periodo de sustitución de importaciones lo


constituye el fuerte deterioro de la capacidad social para autoabastecerse de
alimentos. Si bien la falta de abasto de alimentos básicos para algunas regiones
no es un fenómeno nuevo, puesto que durante la época colonial y el porfiriato se
recurría a importaciones de otros estados para solventar los déficits, la capacidad
de autoabasto ha sido también un recurso importante de las comunidades para
resistirse a la incorporación a la explotación tanto en las haciendas coloniales,
como en las plantaciones y minas del siglo XIX.

La apertura paulatina de las comunidades al mercado, inducida por el crecimiento


de las vías de comunicación, la introducción de cultivos comerciales como el café
a la unidad familiar, el crecimiento de las necesidades monetarias para la
integración de las familias y comunidades a la sociedad moderna, así como el
impacto ambiental de la deforestación, la presión demográfica sobre la tierra, el
crecimiento de la ganadería y la emigración de la mano de obra joven, han venido
desplazando a la milpa como sistema de cultivo base de la alimentación de las
familias rurales.

La superficie cultivada de maíz registrada en el estado el año 1990 fue de 454 mil
23 ha, apenas 8.4% superior que las 442 mil 475 ha registradas para el año 1950.
En cuanto a la producción, para 1990 fueron 479 mil 557 Ton del grano, 14.4%
más que en 1950, cuando se cosecharon 395 mil 888 Ton de maíz (Bautista, s/f).
Estos datos expresan un incremento de la productividad de apenas 5.6% en este
periodo de 40 años, misma que ha tenido altibajos presumiblemente atribuibles a
la inestabilidad de los temporales, para el año 70 se registran los rendimientos
más bajos por ha con 752 kg, mientras que para 1980 se reportan 1,101 Kg.

Mientras tanto, la población del estado ha tenido un incremento de 1’421,313 en


1950 a 3’128,065 habitantes en 1990, esto significa que hace seis décadas se
producían 278 kg de maíz por habitante, mientras que cuatro décadas después

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apenas se llegaba a 145 Kg por habitante. Para finales del siglo XX, se reportan
595 mil 230 ha sembradas, con una producción de 817 mil 497 ton, y se
importaban a Oaxaca alrededor de 150 mil toneladas de maíz por año (Aragón,
2006) y en el 2008 las cifras reportadas son de 421 mil 42 ha cosechadas y 519
mil 30 ton cosechadas, con rendimientos de 1.23 Ton/ha (SIAP, 2009). Lo que
representa una producción por habitante de apenas 148 kg, similar a la de 1990.

Los datos comentados se refieren sólo al maíz, si se considera que la tendencia


del sistema de cultivo es hacia el monocultivo, motivado por la introducción de
herbicidas, la mecanización donde se puede y la falta de mano de obra provocada
por la migración, la milpa tradicional, que ha sido base de la alimentación de la
población rural se ha visto también afectada y con ella la producción de frijol,
calabaza, chiles, tomates y otros arvenses fundamentales todos para la dieta
campesina.

Estrategias comunitarias y movimientos sociales

Los fenómenos del avance del capitalismo en el estado, son asimilados por la
sociedad rural oaxaqueña mediante un conjunto de ajustes que se expresan en las
estrategias económicas de reproducción familiar y en diferentes mecanismos que
implican el reto que enfrentan las comunidades de mantener el vínculo con la
tierra y la preservación de un modo de vida que proporciona identidad y cohesión
a sus pueblos.

En el caso de las estrategias de reproducción familiar, el análisis del


comportamiento del trabajo campesino en cuatro comunidades los Valles
Centrales realizado por De Teresa (1996), le permite concluir que entre 1930 y
1990, las unidades domésticas enfrentaron el creciente deterioro de sus
condiciones de vida y de trabajo mediante la integración a un espacio
socioeconómico que rebasa su territorio local, con una transformación de la
dinámica demográfica, social y económica donde la producción agrícola deja de
constituir la actividad principal del grupo doméstico, no obstante, estas

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transformaciones no restaron importancia al vínculo con la tierra, que sigue siendo
la base de la organización y cohesión comunitaria.

A partir de 1957 el ritmo de crecimiento de la población de las comunidades


estudiadas tiende a disminuir por efecto de la emigración, éste recurso es usado
por las unidades domésticas para contrarrestar la presión demográfica sobre la
tierra y la pulverización de la misma. La presión demográfica no ha derivado
entonces necesariamente en pulverización de las unidades productivas, el tamaño
de las parcelas se ha mantenido relativamente estable. La formación de núcleos
familiares marca una tendencia a integrar familias extensas, como un mecanismo
que permite explotar más intensivamente las pequeñas parcelas (De Teresa,
1996).

En cuanto a la intensificación y diversificación del trabajo familiar, de Teresa


observa que en el periodo estudiado, junto con el número de trabajadores de las
unidades familiares, aumentó en número de actividades realizadas por familia, y
que las agropecuarias pasaron a segundo plano, lo que implica que se requiere un
mayor empleo de recursos humanos para satisfacer las necesidades de consumo
familiar, identificándose diferentes patrones de empleo de la mano de obra
familiar, algunos mas orientados a la agricultura y la producción para el consumo
local, otro más hacia el empleo en las áreas urbanas cercanas o la migración.

La construcción de mecanismos hereditarios o de acceso a la tierra que evitan la


pulverización de las parcelas; la diversificación de actividades que incluye la
migración temporal o definitiva; la reorganización interna de la unidad de
producción, sugiere que…“si bien a nivel agregado la tierra está perdiendo peso
económico, en determinadas coyunturas y para ciertas unidades el acceso es
fundamental (para)… explicar la reproducción de los grupos genealógicos en el
largo plazo. La comunidad ha dejado de ser el espacio específico en el que se
desarrolla la producción y reproducción del trabajo campesino para convertirse en
bisagra que articula, en el tiempo y en el espacio, los diversos campos en los que
se desarrolla la vida y el trabajo del grueso de la población rural” (De Teresa
1996:235).
16
Las instituciones comunitarias tradicionales, en este contexto, tienen un doble
papel, por ejemplo, ante fenómenos como la migración presentan algunos
atributos que permiten contrarrestarla, como el tequio y la guelaguetza y otros que
la acentúan como las mayordomías y los matrimonios tradicionales
(Vásquez,1980), de ahí la importancia de los esfuerzos realizados por muchos
pueblos para ajustar el funcionamiento de las instituciones comunitarias de
manera que puedan seguir vigentes, adaptadas a las nuevas circunstancias que
presenta el mundo moderno. Las experiencias de creación de nuevos estatutos
comunales, donde se incluye la participación de las mujeres; la flexibilización en el
cumplimiento de los cargos, la reducción de fiestas patronales y los acuerdos de
asumir las mayordomías de forma colectiva, son algunos ejemplos de lo anterior.

Además de expresarse en la vida cotidiana de la familia y la comunidad, la


resistencia de la sociedad rural a los efectos del desarrollo capitalista se ha
expresado en diferentes momentos de conflicto social, en la que se enarbolan
múltiples demandas y se practican diferentes formas de organización y de lucha.

Durante la década de los setenta se produjo una oleada importante de lucha por la
tierra, que en su periodo de formación y ascenso condujo a la creación un
conjunto de organizaciones sociales que abanderaron las demandas de
campesinos y trabajadores del campo y la ciudad, entre las que destacan: la
Coalición Obrero Campesino Estudiantil de Oaxaca, COCEO, que apoya e integra
a diferentes grupos de campesinos que toman tierras en los valles Centrales
principalmente y en menor medida en la Costa, la Mixteca y el Istmo; la Coalición
Obrero Campesino e Indígena en el Istmo de Tehuantepec, COCEI, que enarbola
principalmente la lucha por el poder municipal en dicha región; el Frente
Campesino Independiente del Estado de Oaxaca, FCIEO, que tuvo su área de
influencia principalmente en la región del Papaloapan, donde realizaron diferentes
tomas de tierras; la Federación Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos
de Oaxaca, FIOACO, que abanderó la lucha de promotores bilingües, así como la
recuperación de tierras de comunidades Triquis, Amuzgos y Chatinas, así como
de otras comunidades de la Mixteca, la Costa y el Papaloapan (Piñón,1988).

17
Esta etapa de las organizaciones en el medio rural oaxaqueño se caracterizó por
su fuerte vinculación al movimiento estudiantil y aun incipiente movimiento
sindical, donde la demanda de tierras fue la más importante y la toma directa de ls
mismas la forma de lucha más importante, coincidente con el proceso vivido a
nivel nacional en esa época. El momento más álgido se vivió en la confrontación
con el gobernador Manuel Zárate Aquino, quien enfrentó al movimiento con
represión y apoyado por la movilización de las organizaciones oficialistas como la
CTM, la CNC y las patronales como la CANACO, y que fue destituido el año de
1977, ante la fuerza de la movilización popular.

Posteriormente, ya sea por conflictos internos o porque las demandas inmediatas


se habían resuelto, algunas organizaciones como la COCEO perdieron fuerza; las
luchas que llegaron a tener un nivel de sincronización estatal se regionalizaron y la
influencia de las organizaciones se localizó.

Durante el periodo de fines de los setenta y la primera mitad de los ochenta las
regiones del Papaloapan, el Istmo y la Sierra Norte fueron escenario de la lucha
agraria, con niveles mayores de violencia tanto desde el gobierno federal y estatal,
como desde los terratenientes regionales, una de las tomas más conocidas es la
de los campesinos de El Desengaño que tuvo una duración de veinte meses. En
estas luchas participaron tanto las organizaciones independientes, como
organizaciones oficialistas como la UGOCEM y algunas fracciones más radicales
de la CNC, quienes retomaron experiencias de las recientes movilizaciones de
otros grupos de campesinos de los Valles Centrales y el Istmo de Tehuantepec.
En esta última región destacaron la toma de más de mil has del terrateniente
Federico Rasgado de la Colonia Álvaro Obregón; la lucha fallida de los comuneros
de la ventosa por recuperar 25 mil has de manos de acaparadores y la de los
comuneros de Santa María Chimalapas en contra de compañías madereras. La
organización en el Istmo vivió un momento culminante el año 1980 cuando la
COCEI ganó por primera vez la presidencia municipal de Juchitán de Zaragoza
popular, que desplegó una importante labor de organización entre diferentes
sectores y enfrentó la presión del gobierno estatal que, mediante acuerdo del

18
congreso local destituyó al Ayuntamiento coceísta e impuso una Junta de
Administración Civil (Piñón, 1988).

Por otra parte, los procesos registrados en las comunidades de la Sierra Norte y
parte de la Sierra Sur, tienen un significado especial en la búsqueda de
perspectivas para la sociedad rural oaxaqueña, estas comunidades han vivido
tradicionalmente dominadas por cacicazgos locales que sustentan su poder
económico y control sobre las instituciones políticas tradicionales en el
acaparamiento del comercio y la actividad forestal, en contubernio con las
empresas madereras. Las comunidades zapotecas y mixes de la región han
emprendido la lucha recuperar el dominio de sus recursos naturales y ejercer el
gobierno comunitario con autonomía, para romper con el aislamiento de la región
mediante la construcción de vías de comunicación; así como para resolver de
manera pacífica los conflictos inter-comunitarios por límites de tierras que han
generado violencia en la región.

Uno de los ejes de las luchas comunitarias lo ha constituido la recuperación del


control sobre los recursos forestales y el persistente esfuerzo por construir
empresas forestales que funcionen de manera eficiente y sean compatibles con
las estructuras comunales. En esta empresa se han puesto en juego diferentes
recursos de lucha, que evidencian la gran fortaleza de la comunidad como
institución y la creatividad de las propias comunidades y las organizaciones de la
sociedad civil que las han acompañado en diferentes momentos.

La demanda de suspensión de las concesiones a la Compañía Forestal de


Oaxaca y a Fábrica de Papel Tuxtepec, para quienes el gobierno de López Portillo
pretendía extenderla a perpetuidad, propició la creación de la Organizaciones de
Defensa de los Recursos Naturales y Desarrollo Social de la Sierra Juárez,
ODRENASIJ, y un poco antes las primeras experiencias de aserraderos
comunales que a la postre y después de muchos aprendizajes se convertirían en
empresas forestales con administraciones supervisadas por la comunidad y con
programas de manejo técnicamente bien planeados, muchos de ellos con
certificados de madera verde.
19
La experiencia de las comunidades forestales constituye un ejemplo de la
posibilidad de construir opciones viables de economía social para las
comunidades indígenas del estado, su existencia se ha ganado el reconocimiento
no solo de los pueblos de las regiones en que existen, sino también de los
habitantes de la ciudad que adquieren sus productos o que visitan los proyectos
turísticos que han construido.2

Exclusión, despojo y resistencia

La exclusión y marginación sociales que dominan el panorama rural en Oaxaca,


son producto del modelo social y las políticas de desarrollo que se han practicado
a nivel nacional y estatal, que históricamente han favorecido la concentración del
ingreso, la explotación de recursos de las comunidades a favor de unos cuantos
caciques regionales y compañías, principalmente extranjeras.

Hoy en día las cosas se complican, a los intereses regionales que en el pasado
han estado en juego en la configuración de las mismas, se sobrepone los más
poderosos representados en los planes regionales que le abren cancha al interés
de las empresas transnacionales, que ponen sus ojos en la riqueza de recursos
que existen en el territorio oaxaqueño.

El fenómeno de expulsión de la población es, desde la perspectiva de algunos


investigadores, parte de una estrategia deliberada de debilitamiento de las
estructuras comunales, con el fin de apropiarse de los importantes recursos

2
Además de la experiencia de las comunidades forestales y sus empresas se han desarrollado en
los años recientes múltiples experiencias a las que no nos podemos referir con detenimiento en
este ensayo por razones de espacio. Una de las más destacadas es la de las organizaciones de
productores de café orgánico, que nacieron por iniciativa de las comunidades indígenas agrupadas
en la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI), animadas por los agentes
de la pastoral social de la Diócesis de Tehuantepec. Esta iniciativa propició la creación de
importantes organizaciones en el estado como CEPCO y MICHIZA entre otras de Oaxaca y
Chiapas, mismas que son líderes del movimiento de producción orgánica y del comercio justo a
nivel de América Latina. Siguiendo este ejemplo, se han desarrollado también organizaciones que
incursionan en la producción orgánica de jamaica, ajonjolí, miel, y otros productos; un rasgo
importante de la mayoría de estas experiencias es que no se limitan a la producción de un
producto para el mercado, sino que buscan construir un proyecto de desarrollo social para los
pueblos y las regiones donde habitan los campesinos.

20
naturales depositados en estas regiones: minerales, diversidad de plantas, agua
(Barreda, 2005).

Grandes reservas de hierro, de manganeso, carbón y otros metales, se


encuentran almacenadas en territorios hoy todavía en manos de las comunidades
indígenas, el despoblamiento y los conflictos agrarios inter-comunitarios, propician
condiciones favorables para que los intereses de las compañías mineras,
nacionales y extranjeras, se instalen en esas regiones para explotar esos
recursos.

La globalización, tal como se ha venido desarrollando para nuestro país, ha


significado fuertes amenazas y golpes para la sociedad rural de la región, el
deterioro generalizado de las condiciones de vida de la población, la
desarticulación y el rompimiento del tejido social familiar, comunitario y regional, la
destrucción de las relaciones sociales de cooperación y solidaridad, y la tendencia
a la pérdida de la capacidad de defensa cultural y de reproducción social; hoy en
día plantea con mayor claridad el riesgo de un nuevo despojo de los recursos
almacenados en sus territorios.

Ante este complejo panorama, se ha revelado en Oaxaca la imaginación popular,


la creatividad y la voluntad social para resistir y construir alternativas a la
modernidad impuesta por las grandes empresas transnacionales.

En el marco de esta coyuntura nacional y estatal, se alteran y se modifican las


estructuras y el comportamiento de las unidades de producción, se definen nuevas
dinámicas productivas a nivel de productores en lo individual, a nivel de pequeños
grupos, comunidades y organizaciones sociales, con la finalidad de plantear
estrategias de sobrevivencia en un contexto social en crisis.

Existe la aspiración y el intento de fortalecer la economía familiar, mejorar el


modelo de desarrollo comunitario, definir nuevas rutas para fortalecer las
capacidades humanas, que permitan garantizar la defensa de la cultura propia y la

21
reproducción social, para lograr una inserción equitativa en la sociedad
globalizada.

En Oaxaca estos esfuerzos se han expresado por ejemplo, en diferentes


proyectos de organización regional y comunitaria que incursionan en manejo
comunal sustentable de los recursos forestales; en la construcción de
organizaciones para la producción y comercialización de productos orgánicos y el
comercio justo; en propuestas educativas que rescatan la cultura de los pueblos
originales del estado; y en diversos proyectos locales, muchas veces
desconocidos para las instituciones gubernamentales y académicas, pero que
ayudan a mitigar los efectos de la pobreza.

Estos procesos han sido producto de la lucha que las comunidades han mantenido
durante décadas, por la defensa de sus recursos forestales, por mejorar las
condiciones de venta de sus productos, por la defensa de los derechos humanos y
el territorio y muchas otras demandas. En ellos intervienen diversos organismos
civiles, religiosos, universitarios, etc., todos con el afán de encontrar condiciones
más justas para el desarrollo de los pueblos.

No obstante, y a pesar del éxito de esas iniciativas y empresas sociales, el


impacto en la vida de los campesinos no ha sido el deseado, paradójicamente, el
cafetalero orgánico de la sierra sur, que exporta su producto ecológico al mercado
gourmet europeo, tiene que consumir maíz transgénico comprado en la tienda
comunitaria e importado por DICONSA, porque su producción es poca, su tierra se
está deteriorando o, aunque cuente con terrenos descansados, no puede rozarlos
sin que se arriesgue a que lo acusen de daños al patrimonio ecológico (Zárate y
Sosa, 2006).

Los proyectos a los que le han apostado esas comunidades para obtener los
recursos que le ayuden a lograr sus aspiraciones se ha convertido en botín de las
mismas empresas transnacionales que controlan los mercados globales. El café
orgánico oaxaqueño, por ejemplo, queda cada vez más en manos de las
empresas AMSA, porque en algunos ciclos ofrece unos centavos más por el

22
quintal; que el sello del comercio justo aparezca en empresas como Starbuks o
Mac Donalds no puede dejar de despertar profundas dudas. Pareciera que para
que se puedan obtener precios justos que retribuyan el trabajo campesino, se
necesita agregar cada vez mas sellos, que hagan al producto “sustentable”,
“amigo de las aves” o con sabor especial; la cultura de la “exclusividad”,
¿exclusión?, que aleja a los más pobres del desarrollo.

Luego de más de 30 años de lucha por el control de sus bosques y la construcción


de empresas forestales modelo, los jóvenes de la Sierra Juárez y la Sierra Sur
tienen que seguir saliendo de braceros para ayudarse a construir la familia o
contribuir a mantener vivas las tradiciones e instituciones comunitarias.3

El problema –según lo expresó en 2004 el Presidente del Comisariado de Bienes


Comunales de San Pedro el Alto, Zimatlán- es que los jóvenes, después de haber
salido a estudiar en las escuelas de la capital del estado, al regresar no se
adaptan a las condiciones de la comunidad, ya no quieren cumplir con los cargos y
entrarle al trabajo físico, de modo que no se acomodan en la empresa comunal y
tienen que irse a buscarle por otro lado. En otro testimonio, “mientras más
estudian los muchachos, peor cumplen con los cargos y el trabajo comunitario”
(Aquino, 2007).

La mayor parte de estas comunidades se incorporaron a la protesta social del año


2006, participaron con el movimiento magisterial, aunque no sin desconfianzas
bien fundadas, para tratar de romper con una cadena de gobiernos estatales que
manejan los recursos naturales y financieros del estado como su propiedad
particular y que han implantado la corrupción mas bárbara que se conoce hasta
ahora en Oaxaca.

3
Los Pueblos Mancomunados de la Sierra Juárez crearon empresas comunitarias: aserradero, mina,
embotelladora de agua, empacadora de hongos, y aunque existe el orgullo comunitario por ello, los viejos
comuneros no dejan de preguntarse porque no mejoran sustancialmente sus ingresos. Cerca de ahí, la
comunidad de Macuiltianguis ha construido con los recursos del bosque un buen gimnasio de básquetbol,
pero en él casi se juega sólo en el mes de marzo, cuando regresan los jóvenes hijos de migrantes a
competir en la copa Juárez.

23
Esas mismas comunidades le dieron su voto a la oposición en las elecciones
federales del 2006 y se lo retiraron al año siguiente, al percatarse que de nada les
ha servido que ganara nueve de las 11 diputaciones federales, no salieron a votar
para diputados locales el año 2007, ni por federales en 2008, pero sin duda no
están desatentas al curso de la política estatal y federal, a la vez que piensan en
formas más efectivas para seguir luchando.

Hoy en el escenario rural oaxaqueño destacan diferentes proyectos de


construcción de infraestructura carretera, hidroeléctrica, de explotación de la
energía eólica por empresas españolas, junto con otros que se desarrollan mas
soterrados, como la exploración que hace Monsanto de los recursos fitogenéticos
de las comunidades, o de registro del conocimiento del territorio que tienen las
comunidades que patrocina el Pentágono.

Ante la insistencia de los gobiernos en turno de abrir la explotación de los recursos


naturales a la inversión del capital transnacional y al enterarnos de que, por
ejemplo, el 70% de las utilidades mineras lo concentran empresas canadienses,
con el 18% de inversión en el ramo, no podemos dejar de evocar el discurso de
Porfirio Díaz, pronunciado en noviembre de 1892:

“¿Qué nos importa, por ejemplo, la depreciación de la plata, si nuestro


café, nuestro cacao, nuestro carbón y nuestro fierro magnético pueden
atraer al oro del mundo? ¿Acaso no es el fierro, la base fundamental de
todas las industrias y el carbón su alimento indispensable y cotidiano?
[…]

Señores: como condensación de todo lo dicho, y por cumplir, suplico a


ustedes que brinden conmigo porque un día no muy lejano mil cubilotes
cargados con fierro y con carbón mixteco alumbren al mundo desde los
altares de Yucucundo y Saniza, hemos de levantar a la industria del
siglo, a la industria del fierro y del carbón, base y pan de todas las
industrias” (Revista vía Ancha, s/f. p. 44. Citado por: González, 1990).

Conclusión

La sociedad rural oaxaqueña, sus comunidades campesinas, sus pueblos


indígenas, se han resistido por diferentes medios a aceptar cualquier proyecto
modernizador, posee una larga experiencia que le indica cómo las propuestas

24
adornadas de promesas de progreso y bienestar quedan en mayor saqueo de sus
recursos, más pobreza, desengaños. Las crecientes expresiones de protesta ante
esos proyectos anuncian una etapa de difícil confrontación social, que ya tuvo una
primera versión en el conflicto del 2006.

Ante este panorama, nos queda recordar que han sido las instituciones y los
valores de la comunidad los han permitido a los pueblos sobrevivir a los diferentes
embates de los proyectos liberales que se renuevan ciclo a ciclo para tratar de
imponer la lógica de la ganancia en todos los ámbitos de la vida social.

Los años recientes, se ha profundizado la apertura hacia otros conocimientos,


extraídos de largas jornadas como migrantes, de intercambios con otras
comunidades del estado, de la nación y del mundo que luchan al igual que ellas,
de la interacción con organizaciones civiles y religiosas que se han comprometido
con el caminar de los pueblos para encontrar opciones técnicas y organizativas a
los problemas de sobrevivencia. Con ello, se ha fortalecido la convicción de que la
perspectiva de futuro se tiene que construir desde dentro de los pueblos, desde su
raíz, superando las imperfecciones de las tradiciones heredadas, adaptándolas a
las nuevas circunstancias, alimentando la cultura propia con la experiencia útil de
la cultura del otro.

El reto de construir un proyecto de vida comunitaria moderno, viable, que respete


al ser humano y a la naturaleza, que ponga a estos por encima de los intereses
dominantes del lucro, es asumido por un número creciente de comunidades
oaxaqueñas, desde su propio ámbito, étnico, religioso, político. Entre los negros
nubarrones de la crisis neoliberal, se puede percibir, aun muy tenue, la posibilidad
de un proyecto de comunidad que sea viable no sólo para las comunidades
rurales, sino para la sociedad entera. Se requiere mucho trabajo para que florezca.

25
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