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“Si la universidad pretende hacer formación profesional, que no abandone el lenguaje de los saberes sino que lo
integre al lenguaje más general de las competencias. ¡Que, para comenzar,rompa con la ficción de que el saber es
por sí mismo un medio de acción! ¡Que no mantenga la ilusión de que para pasar a la acción es suficiente contar
con saberes procedimentales! ¡Que reconozca que la puesta en obra de los saberes en situaciones complejas pasa
por otros recursos cognitivos! ¿Se trata de eso que se llama a veces saberes ‘prácticos’?... saberes declarativos o
procedimentales que no son producidos por la universidad ni por ninguna institución de formación, sino que forman
parte de los saberes profesionales o de los ‘saberes de la experiencia ´ Cuando se hacen cargo de la formación de
los maestros, las universidades rehusan a menudo integrar esos saberes en su currículum, se los delega... los saberes
prácticos permanecen ‘en el vacío´ y son designados no por sus contenidos sino por el tiempo y los lugares que
les son dedicados” (P. Perrenoud)1.
Hace cien años J. Dewey mostró convincentemente cómo la oposición entre conocimiento verdadero y
experiencia pierde sentido cuando el desarrollo de la ciencia exige del conocimiento su verificación
«experimental
». La experiencia, decía, «no es suma de lo que se ha hecho de un modo más o menos casual en el
pasado, es un control deliberado de lo que se ha hecho con referencia a hacer que lo que nos ocurre, y lo
que hacemos a las cosas, sea lo más fecundo posible en sugestiones (en significados sugeridos) y un
medio para comprobar la validez de las sugestiones»2 .
La educación es una reconstrucción de la experiencia que le da sentido y que aumenta la capacidad de las
personas para dirigir el curso de la experiencia subsiguiente. Ese sentido se manifiesta en la percepción
de las conexiones e interacciones entre nuestras actividades y otras, conexiones en un principio
imperceptibles. El incremento en la capacidad de dirección, a su vez, surge cuando una experiencia se
hace menos “rutinaria” y “caprichosa”, de manera que permite identificar el resultado o fin con el proceso
experiencial: “el último resultado revela así el sentido de los anteriores, mientras que la experiencia
como un todo crea una inclinación o disposición hacia las cosas que poseen ese sentido...toda educación
consiste en tener tales experiencias”3 .
El impacto del pensamiento de Dewey se hace patente cuando autores como Nonaka y Takeuchi retoman
su rechazo a una teoría del conocimiento que separe “teoría y práctica, conocimiento y acción” y valoran
la afirmación clave de que “las ideas están “desprovistas de valor” excepto si pasan a la acción que
reacomoda y reconstruye de alguna manera, sea poco o mucho, el mundo en que vivimos”4 . Así, dicen, el
pragmatismo ha concebido un modo interactivo de relacionarse entre los seres humanos y el mundo por
medio de la acción, la experimentación y la experiencia, abriendo camino a concepciones particularmente
acertadas sobre las organizaciones.
A partir del concepto deweyano de “transacción” entre sujeto y realidad, S. Meghnagi destaca que, si
bien las diversas disciplinas son vehículos potenciales de conocimiento, los contextos de vida y de trabajo
son sedes de experiencia y saber no estructurado, absorbido y elaborado permanentemente 5 . Para nuestra
tesis, estructuran lo que denominaremos “zona de innovación”, cuando son tratados según principios
y métodos que parten de la interacción comunicativa entre sujeto de experiencia e interlocutor reflexivo,
en el ambiente de una comunidad de tradiciones y normas que regulan las aperturas y productividades
de esos contextos. La “zona de innovación” es el concepto teórico y metodológico que nos permite
indicaciones sólidas de sustento a la reconstrucción del saber y de las competencias del trabajo obrero.
Para un heredero de Dewey, D. Schön, la noción de transacción permite definir la competencia práctico-
profesional de alguien como una capacidad constructiva de ajuste e interacción lingüística entre sus
esquemas de rol y el mundo de su experiencia productiva material y práctica:
Desde un punto de vista cognitivo, coincide Meghnagi, la experiencia es una adquisición de saberes que
se realiza en cada situación de vida social, donde se hacen propios conocimientos, competencias y
habilidades, vinculados sea a la vida cotidiana o a la investigación científica.
La memoria juega una particular función organizativa, individual y general, en este proceso. Ella no sólo
es importante en relación a las categorías personales de elaboración de lo nuevo, sino que tiene
implicaciones -más que cognitivas, emotivas y afectivas- proporcionales a la fuerza con que la
experiencia se ha radicado. La adquisición de conocimiento supone una continuidad entre patrimonio
cultural adquirido y nuevo saber, entre lo que es parte de la memoria y lo que es aprendido y entrará en
ella: «ningún aprendizaje tiene el carácter de novedad absoluta...el conocer es, siempre, un construir y
reconstruir el propio saber »8 .
Cada persona lleva a cabo esa reconstrucción a través de una mediación social favorecida por sujetos más
competentes, que le ofrecenelementos de reflexión, análisis y reconocimiento. Es la figura del
interlocutor significativo, la que compondremos más adelante siguiendo una investigación de N.
Roelens. La interacción, el diálogo y eventualmente la contraposición, son determinantes en la
adquisición de competencias.
Todo esto reafirma una relación privilegiada entre comunicación y competencia profesional obrera. Ser
experto, es decir, haber adquirido una experiencia socialmente reconocida en términos de profesionalidad,
significa ser capaz de explicar la propia competencia. Dado que en la realidad los problemas están “mal
estructurados”, sostiene Meghnagi, se presentan como ausencia de consenso mínimo y de solución por
parte de los expertos. El hecho de redefinirlos, que da lugar a “representaciones” diversas a priori no
formalizables, “consiste más bien en una ‘argumentación’, una explicación de las razones que el sujeto
provee a sí mismo y a otros para convalidar lo correcto de la solución propuesta y aplicada” 10 .
Por otro lado, la posibilidad de practicar sistemáticamente “injertos de experiencia” en el saber general,
es condición para que los conocimientos sean utilizables en situaciones distintas de aquellas en que han
sido adquiridos, posibilitando la solución de problemas y la toma de decisiones.
Pero como la capacidad de resolver problemas es con frecuencia capacidad de plantearlos correctamente,
entonces es claro su vínculo a las competencias lingüísticas del sujeto, a sus habilidades argumentativas
de interacción y comunicación.
Dewey designa el ambiente directamente vinculado a las personas como de “sentido común” o “mundo”.
El término “común” define lasconcepciones y creencias comúnmente aceptadas que tienen, para un
grupo, la misma inmediatez e indiscutibilidad que la “sensación” y el “sentimiento” tienen para un
individuo en contacto con los objetos que le rodean. Por esto, asumen funciones regulativas y normativas”
respecto a creencias y juicios específicos y, en consecuencia, permiten “juzgar acerca de la significación
de las cosas y de los hechos, acerca de lo que es necesario hacer” y proporcionan “las ideas a utilizar
para dirigir y justificar las actividades y los juicios”11 .
Esta noción del sentido común permite a Dewey rechazar cualquier distinción substancialista entre
conocimiento “común” experiencial y conocimiento científico. Se abre así un amplio espacio para que la
ciencia- acción, como veremos más adelante, desarrolle ideas y métodos para una práctica reflexiva del
trabajo, que hace del propio actor un investigador en condiciones de generar conocimiento válido. De esta
tesis deweyana surgen dos conclusiones particularmente importantes: 1) la materia y los procedimientos
científicos nacen de los problemas y métodos del sentido común, adaptados a sus usos y utilidad práctica,
y 2) actúan sobre el sentido común, al que refinan y amplían haciendo más ágiles los contenidos y las
posibilidades de acción de que dispone. Para la lógica de Dewey y Vygotsky, la confrontación del saber
de la experiencia con la racionalidad del interlocutor significativo, permite a éste desarrollar el potencial
de organización productiva y de creatividad del primero. Ampliando esta noción, hemos sostenido que los
aprendizajes en una “zona de desarrollo próximo” en situación de trabajo y, por consiguiente, sometida a
reglas técnicas de control y de productividad configuran una zona de desarrollo de tecnología12