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Teórico Nº 7
Secretaría de Publicaciones
Materia: Teoría y Análisis Literario
Cátedra: Rodríguez Pérsico
Teórico: N° 7 – 1 de septiembre de 2010
Dictado por Nora Domínguez
Tema: Cérsar Aira.
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terminar el capítulo anterior”. Hay una referencia muy clara a que se está escribiendo.
El narrador nos está mostrando parte de lo que está escribiendo. El texto estaría
volviendo sobre sí mismo. Hay una reflexión del texto, que se piensa como texto.
En cada capítulo el narrador plantea un cambio de nivel. Hay un cambio de nivel
de la historia, que va pasando por diferentes instancias, espacios o dimensiones de este
narrador. La primera era la escena de la heladería, la segunda era la escena del sueño,
cuando tiene fiebre y comienza a soñar o a alucinar una cantidad de historias. Y después
dice: “Paso a otro nivel”. Ese otro nivel no se sabe bien cuál es, puede ser el sueño, la
realidad, la ficción, el paso de la casa al hospital o la vuelta a la casa. Todo eso uno lo
puede poner en un sentido casi progresivo como historia de este personaje que se armó
acá. Casi podríamos decir que es como una autobiografía, porque el texto tiene un tono
de confesión. Es casi como una autobiografía, una historia de cómo se hizo narrador. No
digo “autobiográfico” por pegarlo a Aira, sino una ficción de autobiografía o una
autobiografía ficcional.
Hay otros textos de él, que también se construyen así, como por ejemplo
Cumpleaños. Pero ahí sí hay algunos datos concretos de la biografía de Aira, del
momento en que él cumple cincuenta años y escribe una novela vinculada con eso.
También está puesta en una dimensión ficcional. Porque es como que la narrativa de
Aira, una vez que comienza, nunca se queda en un mismo nivel. Siempre salta. Hay
historias que entran en una deriva de cataclismos. En realidad lo que hace él en todos
sus textos es mostrar cómo se narra.
Ese personaje que supuestamente está confesando se caracteriza por una
percepción fallida: tiene una falla en la percepción, en cómo ve el mundo. Va pasando
por todas las instituciones: por la escuela, por el hospital, por la cárcel, etc. Y en todas
estas instituciones él o ella pone esta mirada, que es absolutamente nueva. Es como una
mirada que se estrena en ese momento y ve en estas instituciones al personaje extraño.
Recuerden esa voz que se reproduce por la radio y es esa cantante. Es un mundo
bastante poblado de mujeres estereotipadas y no estereotipadas. Uno puede ver a la
madre, a la enfermera, a la enana, que son tipos. Pero él después le imprime esa
percepción fallada que tiene el personaje y muestra algo que los saca del estereotipo.
También vimos esa versión que se daba en la escuela. Él entra más tarde, es
bastante lento y no aprende a leer. Este texto del que vimos la posibilidad de tomarlo
como un texto de aprendizaje, tiene un narrador que no aprende. No aprende la
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Pregunta inaudible:
Profesora: No, entra dentro de la ambigüedad. El otro día yo leí una parte de otra
novela, que se llama El Filo, donde también alude a este momento en que se inventa la
escritura, se inventa la historia y él dice “se inventó el espacio”. El espacio es muy
importante en ese momento, porque el espacio hace que las palabras signifiquen de otra
manera. Ahí hay como una masa de letras. Lo que hay es otra manera de pensar en la
escritura, en el material con que está hecha la escritura.
Aira todo el tiempo nos está diciendo que se trata de un texto construido, que la
literatura no tiene que ver con algún referente real. La literatura es como una máquina
que puede inventarlo todo y reflexionar sobre todas esas instancias, niveles y puntos que
tienen que ver con lo literario. Arma teorías sobre cómo se lee, qué significa leer, etc.
Porque él aprende a leer con el insulto, que remite a la madre. Todas estas cuestiones
aparecen en este punto donde aprende a leer.
Hay también un discurso casi desopilante, que es el discurso de la maestra. La
maestra se siente ofendida con el niño César Aira por la demanda de la madre, que dice
que le está enseñando a leer al hijo a partir de insultos. Ella vuelve, toca la cabeza de los
niños y larga este discurso: “Yo digo siempre la verdad, yo verdo siempre la digo y yo
niño, yo soy la verdad y la vida, yo vido, la verdad, la niños. Soy la segunda mamá. La
mamura segú. Yo los quiero a todos por igual. Yo los igualo a todos por mamá”. Este
discurso que se vuelve disparatado, que se corta donde no tiene que cortarse, que
tergiversa, pervierte los sentidos.
Después dice: “El niño Aira está entre ustedes y parece igual que ustedes. Quizá
ni lo han notado, tan insignificante es. Pero está, no se confundan. Yo les digo siempre
la verdad (...). Ustedes son niños buenos, inteligentes, cariñosos. Los que se portan mal
son buenos, los repetidores son inteligentes, los peleadores son cariñosos. Ustedes son
normales, son iguales, porque tienen segunda mamá. Aira es tarado. Parece igual, pero
igual es tarado. Es un monstruo, no tiene segunda mamá. Es un inmoral. Quiere verme
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“Me oculté una pequeña parte de mí y esa parte ocultó el resto. Traicioné la única
amistad que pude haber tenido. No sé cómo pude hacerlo, o quizá lo sé. Es como si me
hubiese puesto una máscara para salvaguardar detrás de ella los giros de un sujeto sin
límites”.
Uno podría pensar que estamos siguiendo las aventuras, desventuras y peripecias
de este sujeto. Es un sujeto sólo se ciñe a la idea de narrar todo el tiempo una cosa
diferente. También va a decir “yo soy la radio” y “yo soy lo inexplicable”.
Además está la idea de un continuo, que mencionábamos el otro día. Es como
que no se termina, como que hay una continuidad entre la realidad y la ficción, o entre
el sueño y la ficción. Al final del capítulo VII dice: “Pues bien, la presencia
inexplicable de esa cantante en medio de mi memoria, en medio de la radio, en medio
del universo, es lo más raro que contiene este libro”. Nuevamente marca que estamos
leyendo algo que está construyendo el yo. Luego agrega: “Lo único de lo que no estoy
en condiciones de dar la razón. Y no porque mi propósito sea explicar el tejido de
acontecimientos rarísimos que es mi vida, sino porque sospecho que en este caso la
explicación existe, existe realmente en algún lugar de la Argentina, en la mente de
algún hijo, algún sobrino, algún testigo presencial”.
Cuando habla de los radioteatros también inventa una gran cantidad de historias
acerca de ellos. Cuando comienza el capítulo VIII, donde dice que la radio lo ayudó a
vivir, leemos: “La repetición, que a veces se repetía y a veces no, me daba algo de vida,
como un regalo sorpresa, que yo desenvolvía, loca de felicidad, en el momento en que
el flujo sonoro decidía si iba a ser igual o diferente. Mi memoria exacerbada se
aplacaba entonces. Ya no era como si empezara a vivir, con la crueldad rabiosa de un
momento, sino como si siguiera viviendo”. Ese “seguir viviendo” es la repetición, que es
un procedimiento bastante habitual. Y él lo menciona y lo explica.
Dice: “No sé si mis lectores lo habrán notado, pero es un hecho que el tiempo
siempre transporta otro tiempo como un suplemento”. Otra vez, vuelta a las cuestiones
del tiempo. Hablábamos de sucesión, de continuo, de repetición. El tema del tiempo está
como un problema de la narración. La narración tiene que lidiar siempre con una
instancia de enunciación, única, homogénea, rota, cortada, multiplicada, dividida, etc.
Acá tenemos una única narración, pero todas las marcas del narrador se nos vuelven
ambiguas y borrosas. Pero otra de las cosas con las que tiene que lidiar una narración es
el tiempo narrativo y, a veces, un tiempo referencial. ¿Acá hay algún tipo de
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referencialidad en ese sentido? Hace un rato leímos una sita que hablaba claramente de
“la Argentina”. Ahí tenemos una marca de un país.
Profesora: Muy bien. Tenemos todas estas referencias a una época de la Argentina.
Podemos pensar en lo del radioteatro, en esa voz tan emblemática que habla en la radio.
Además a Aira le gusta ese momento de la Argentina peronista. Él dice que el
Peronismo es la infancia de la Argentina, y que existía esa familia peronista del padre,
la madre y el niño. Él viene a ser el niño.
Hay un artista plástico llamado Osvaldo Santoro, que dice que pinta el
imaginario del peronismo. Es el primer Peronismo, el de los años ’50, que forjó una
cantidad de imágenes. Una de ellas es la de que los niños eran felices; estaba la
República de los Niños, los niños iban a la escuela, salían de vacaciones en familia, etc.
Además los años ’50 es el momento en que se produce una revolución tecnológica que
permite la llegada a los hogares de una cantidad de artefactos, que producen una
modificación del hogar: la heladera, la radio, determinados autos, etc. Aira estaría
recreando algunas zonas de esa época.
Estábamos hablando de estos personajes. Él vuelve en muchos casos sobre el
tipo de personajes que le interesa. Lo que siempre trata de ver es para qué sirven
narrativamente los personajes y cuáles son los que resultan más eficaces para la
narración. Aira tiene dos libros de crítica, uno dedicado a Copi y el otro dedicado a
Alejandra Pizarnik. También escribió un Diccionario de escritores argentinos y
latinoamericanos, que él arma con los escritores que le interesan.
Si bien le interesan los estereotipos, más aun le interesan esos personajes que
son como un umbral, que están como en el medio de algo. Es el lugar que permite un
pasaje o un salto, porque eso es lo que va a permitir que cambie la narración. En una
gran porción de sus textos, sobre todo de la primera época, las madres y los niños son
generadores de ficción. Desde esta estereotipia absoluta pueden estar construyendo
diferencias. Son los personajes fronterizos, como el personaje de Asis, que aparece en
El vestido Rosa, que es una especie de indígena, algo retrasado, es expósito. Además no
tiene nombre. Es casi “un tarado”, como el niño Aira, y no sabe diferenciar lo masculino
de lo femenino.
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después de que existieron y terminaron las vanguardias. Ella ve una relación muy fuerte
de Aira con las vanguardias, que se plantearon lo nuevo y lo específicamente literario.
Si en un momento se caracterizaba a Aira como un escritor de los ’80 y ’90, que
venía a plantear algo nuevo en el panorama de la literatura argentina y se lo tildaba de
postmoderno, porque ponía el acento en la cuestión del relato y de la mezcla de niveles.
Pero Sandra Contreras va a decir que no es un postmoderno sino que, en realidad, se
está planteando cómo hacer para volver a narrar después de que existieron las
vanguardias. Por eso en Aira siempre nos vamos a encontrar esa idea del “cómo hacer”.
Recuerden la idea de las vanguardias de fabricar un texto. El texto es una máquina, algo
que funciona. Y, por lo tanto, en esa cuestión del hacer es muy importante la idea del
procedimiento.
En un artículo de Aira que se llama “La Nueva Escritura”, publicado en Boletín
Nº 8 (Rosario, octubre de 2000), dice:
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Lo que se murió son las vanguardias consideradas históricas. Primero fueron las
vanguardias de los ‘20 (el Surrealismo, el Dadaísmo, etc.), luego vinieron las
vanguardias de los ’60 y ’70; pero después se considera que las vanguardias terminaron,
que fueron absorbidas por el mercado. Lo que sí queda son los procedimientos de
vanguardia, que giraron hacia una gran cantidad de zonas, como la publicidad, etc. Y
más adelante dice:
“Los grandes artistas del siglo XX no son los que hicieron obras sino los que
inventaron procedimientos para que las obras se hicieran solas o no se hicieran. ¿Para
qué necesitamos obras? ¿Quién quiere otra novela, otro cuadro, otra sinfonía, como si
no hubiera bastantes ya?
El vanguardista crea un procedimiento propio, un canon propio, un modo
individual de recomenzar desde cero el trabajo del arte”.
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que, según Sandra Contreras, se plantea todo el tiempo. Lo que crea es un tipo de
literatura donde siempre hay una reflexión sobre el procedimiento y una idea muy
afirmativa del narrar. El texto permanentemente se presenta como una potencia y se
propone reinventar ese gesto del proceso artístico.
Lo que vemos acá es que este personaje umbral, que está en el medio, es un
sobreviviente. Podríamos decir que es un sobreviviente de esas vanguardias, que tiene
que comenzar de nuevo. Acá la idea del sobreviviente está absolutamente ficcionalizada
en este personaje, que muere comido por esa máquina de helados. Sin embargo desde
esa voz es que se puede narrar. Sandra Contreras plantea estas dos marcas, de proceso y
de supervivencia, porque es lo que determina la génesis del relato. La idea del
sobreviviente tiene que ver con que el que sobrevive es el que puede contar el cuento.
Hay otro crítico, llamado Mariano García, escribió sobre Aira un libro completo,
que se llama Degeneraciones Textuales (Beatriz Viterbo, 2006). Ahí plantea que una de
las marcas de esta voz, de este personaje, es que toma el nombre del escritor. De hecho
hay una novela que se llama Las curas del doctor Aira. Pero eso también lo podemos
ver en La costurera y el viento, que es otra de las novelas que tienen allí para leer. En
muchas obras encontraremos este juego del nombre propio, encarnado en una gran
cantidad de personajes diferentes.
Lo que dice Mariano García es que otra marca de los narradores de Aira es la
androginia. Acá es muy claro, que se trata de un andrógino; se trata de un varón que se
ve a sí mismo como mujer y que, por lo tanto, puede actuar como uno o como otro. Esta
especie de andrógino, de híbrido o de monstruo es alguien que desafía el orden de la
naturaleza de los sexos. Pero es un personaje muy eficaz para la literatura, porque
permite moverse en dos niveles. Hay muchísimos personajes andróginos en la historia
de la literatura.
Muchas veces en los textos de Aira todo se genera a partir de una frase. La
novela no se genera desde una realidad externa sino que la matriz es una frase. En Cómo
me hice monja podemos decir que la novela se genera a partir de un malentendido. En
“El tiempo y el lugar de la literatura”, que aparece en la revista Otra Parte, en 2009,
dice:
“Uno de los nombres con los que se debate la consideración puramente estética
de la obra de arte es el Formalismo. La mirada formalista ante un cuadro hace a un
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Vean el lugar que le da a la literatura hoy en día, cuando parece regir un miedo a
la extinción del libro y demás. Lo que hace es fijarse en un texto nuevo, que salió en
2006, 2007 y 2009. Se trata de un texto que escribe un chico joven, que se llama Pablo
(...), que agarra el Martín Fierro, lo da vuelta y lo ordena alfabéticamente. Así escribe el
Martín Fierro ordenado alfabéticamente. Es un texto divertido, pero no es más que el
procedimiento de ordenarlo alfabéticamente. De este modo el sentido original, nacional,
del Martín Fierro queda absolutamente diluido. Entonces él se pregunta si con este otro
texto se podrá crear algún otro tipo de nacionalidad:
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Esto es lo que hace con la A. Nos obliga a una cantidad de mecanismos, como
tratar de recordar dónde apareció esa frase, etc. Y así vemos cómo se diluye todo lo que
podía tener que ver con la historia del gaucho.
Y termina con la Y. Dice:
Aira se fija en esto que hace este joven escritor que, hasta ahora, no tiene más
obras que esta en la que toma un texto central de la literatura nacional y lo da vuelta
para fijarse en un procedimiento. Lo otro que hace es escribir “El Aleph” de Borges y lo
llama El Aleph engordado. Lo que hace es mantener el mismo texto, la misma
estructura, pero agregando algunas cuestiones. En este mero procedimiento es en lo que
se fija Aira.
Otra cosa que le interesa es la idea del mito de escritor. Sería el mito de una idea
de autor. Recuerden cuando vino Diego Vecchio que, en Egocidios, analizaba la obra de
Macedonio Fernández. Allí el gesto crítico y teórico era pensar esta figura de autor en el
conjunto de la obra y ver como la obra en sí misma iba construyendo esta idea del autor.
No es la biografía del autor. Ni Aira, ni Diego Vecchio están hablando de la biografía o
la psicología del autor, sino de un mito que el propio autor construye en esa relación
entre los libros, las ficciones y algunos datos de cómo se va ubicando él en relación con
esos libros.
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Aira dice: “El mito de escritor podría ser una novela de artista. Es decir, una
combinatoria donde podrían entrar a pesar y a incidir lo que podrían ser líneas
familiares, sus sistemas de invenciones”, pero también el sistema de las lecturas, porque
en todo escritor aparece, velada o específicamente, el sistema de las lecturas, las
referencias a otros escritores. Hay muchas literaturas que hacen muy evidente la idea de
que la literatura proviene de la literatura.
Eso en Aira lo vemos más que nada en los textos críticos. Sandra Contrera habla
de “el mito de artista de Aira” y lo construye a partir de los autores que a él le han
interesado. Los principales son Copi, Alejandra Pizarnik, Osvaldo Lamborghini (del que
era muy amigo y, además, albacea) y Arlt, de donde saca la teoría del monstruo.
Entonces el mito de autor se forma con una combinatoria especial, de algunas
cosas biográficas, mezcladas con las lecturas, con los modos en que puede mostrarse u
ocultarse en los textos. Todos estos lugares combinados son como una suerte de
depósito o de generador de ideas y de ficciones.
El nombre propio es una de las marcas fundamentales del nombre de autor. ¿Qué
hace cada escritor con su nombre propio? Algunos se han ocultado detrás de un
seudónimo, muchas veces por estrategias de sobrevivencia. También hubo muchas
mujeres que debieron escudarse detrás de un nombre de varón para poder ser leídas. El
primer best-seller que tuvimos en la literatura argentina se llamaba Estela y estaba
escrito por una mujer que no aparecía con nombre de mujer. Son estrategias alrededor
del nombre propio que también inciden cuando pensamos el nombre de autor. El
nombre de autor no es sólo una cuestión de un nombre propio que firma y aparece como
referente de autoridad y de propiedad. En Copi también aparece muy fuerte la idea del
nombre propio.
El niño va a aparecer como monstruo, pero no en un sentido peyorativo o
excluyente sino en un sentido ficcional, en un sentido de potencia. Por eso destaca que
son los niños los que saben pintar y escribir, porque están antes de haber aprendido. Por
eso dice que el procedimiento de as vanguardias es el de empezar a narrar después de
que ya todo pasó. Luego dice:
“En el texto de Copi hay una frase de Picasso. Las frases de Picasso hay que
pensarlas. ‘Me llevó toda la vida aprender a dibujar como un niño’, dijo Picasso. En
efecto, los niños dibujan maravillosamente. Se diría que detentan el secreto de un arte
que sólo se vuelve secreto cuando, junto con todo lo demás que hay en la infancia, (...)
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se pierde esta felicidad improvisatoria, ese don, que es lo de todos los niños, de hacer
arte antes de las consecuencias, ante de la obra de arte. Es esa pura actividad que
puede hacernos artistas y que nos hace artistas sin posibilidad previa, como premio
automático a nuestra vida”.
Hacer arte antes de tener los conocimientos del arte. Es hacer funcionar la
palabra, los sonidos, los colores. Aira todo el tiempo nos está diciendo que el texto se
autorefiere. Los textos de Aira son especiales para buscar la autoreferencia de la que
hablaba Foucault. Son textos reflexivos, que vuelven a pensar cada una de las instancias
que hacen a la literatura. También dice:
“Los escritores son mitos. No el mero escritor como sujeto biográfico sino el
complejo que forma su vida y su obra, su fórmula, su estilo. He ahí una función para el
escritor, un modo de servir a la historia”. Y más adelante agrega: “Creo que es por la
radicalidad definitoria del arte. Lo que distingue el arte de verdad del simulacro es que
el arte vuelve al comienzo cada vez”.
Lo que crea también ese mito del escritor es la relación del escritor con el mundo
y la relación con una escritura. Uno podría pensar que en Aira hay la puesta en escena
de una voz. También tiene un texto sobre Puig, llamado “El Sultán”, donde dice que
Puig es un escritor que pone voces en el mundo. Porque las novelas de Puig están
hechas de voces, de diálogos de personajes que sólo hablan en los textos. También hay
discursos de cartas, de voces radiales. Aira dice que eso es un estilo materno, porque las
madres ponen niños en el mundo. Esto materno para mí en Aira aparece muy
fuertemente.
También está el uso de una primera persona, que podría analizarse como el
recurso retórico de la prosopopeya. La prosopopeya implica hacer que tome la voz
alguien que no hablaba. Puede ser, por ejemplo, hacer hablar a un animal en el texto. En
Cómo me hice monja también hay una voz que no sabemos de dónde viene pero toma la
palabra. Hay otros textos de Aira que toman esta primera persona, como Cumpleaños y
la serie de Yo era una chica moderna (2004), de Yo era una nena de siete años (2005),
de Yo era una mujer casada (2010). Son tres historias que tienen que ver con inventarse
una voz. Aira ha sido leído como el anti-Piglia o el anti-Sáer. Eso lo hace Sandra
Contreras.
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