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Confiar en las imágenes.

“¿Cómo ir hacia una imagen?”, se interroga el crítico cinematográfico francés Serge


Daney, con una pregunta que parece definir un modo de acercarse al cine y a las
imágenes en sentido amplio. En el prólogo a Cine, arte del presente, donde se reúnen
algunos de los escritos más importantes de Daney, el crítico argentino David Oubiña
ensaya, por su parte, una respuesta: “Porque no se trata de ver o interpretar o
descifrar las imágenes; se trata, más bien, de ir a su encuentro, pensar junto a ellas,
confrontar eso que muestran con el sentido que una mirada viene a instalar sobre su
superficie. Es preciso, entonces, una estrategia para aproximarse a ellas, para
obtener el mensaje que intentan pasar y que se perdería irremediablemente si no se
sabe observar”.1
Volviendo a la pregunta de Daney, “¿Cómo ir hacia una imagen?”, Oubiña responde:
“Todo consiste en escuchar el modo en que los films hablan del mundo; pero los films
no se expresan de manera directa, hay que hacerlos hablar, desmontarlos, eliminar lo
que de reconciliado hay en la imagen”. El cine no es otra cosa que fotografías
animadas, se me ocurre que la pregunta planteada por Daney y la respuesta que
ensaya Oubiña funciona perfectamente bien con las fotos fijas. En ambos casos se
trata de ir al encuentro de las imágenes y detenernos en la porción de mundo que se
nos muestra. ¿Nos dice algo sobre nosotros mismos? ¿Nos dice algo sobre el espacio
que de algún modo compartimos? ¿Qué nos dice sobre el pasado y sobre el presente
de ese espacio?
Las imágenes fotográficas o cinematográficas no pueden ser un mero pretexto para
introducir o ampliar un tema. No se trata de establecer una relación instrumental o
funcional con las imágenes. Aportan muy poco si la idea es ilustrar una serie de
saberes adquiridos por otros medios, o mejor, nos estamos perdiendo su mayor
cualidad. Por esta razón, habría que pensar con cierto cuidado porqué elegimos
transmitir mediante imágenes si luego se intenta reducirlas al régimen de la palabra. El
valor del cine y de las fotografías radica justamente en su irreductibilidad, en su
potencial poder ambiguo y polisémico. Para trabajar con imágenes lo primero que se
deba hacer es confiar en su capacidad de transmisión, por lo tanto se trata de
establecer una relación de respeto por las imágenes y por su poder de elucidación y
de pensamiento.
Por supuesto que entre las imágenes y las palabras hay puntos de contacto, existe
una zona en donde necesariamente se interrelacionan. Sin ir más lejos las fotografías
y los epígrafes. El problema es que no deja de haber cierta opacidad en las imágenes,
1
Serge Daney, Cine, arte del presente, Santiago Arcos, Buenos Aires, 2004.
las atravesamos con palabras y hay algo que no se captura. Si bien, hay imágenes
más transparentes, menos ambiguas y fácilmente traducibles, existen otras que se
resisten. Esta resistencia genera cierta incomodidad. El no poder comprender
cabalmente, plenamente lo que estoy viendo. Trabajar con imágenes es también
aceptar esa indeterminación.
Entonces, entre imágenes y palabras existe una distancia, distancia que nos
esforzamos por reducir. Suele tornarse un problema esta imposibilidad de traducir en
palabras lo que vemos. Tal vez habría que pensarlo de otra manera. Es razonable que
así sea ya que se trata de lenguajes distintos. Alguien quiere narrar lo que ve, contar
con palabras y eso implica una traducción, traducir la imagen a otro lenguaje. La
traducción es, de algún modo, creación. En ese pasaje suceden necesariamente
transformaciones. No se trata de negar las relaciones entre palabras e imágenes sino
simplemente de pensarlas bajo esta tensión. Y pensarlas dialécticamente. Pensar que
se construyen mutuamente. En el acto de escribir lo que vemos se abre un espacio
para reflexionar sobre ese objeto. En términos de Walter Benjamín; ver es crear algo,
en el ver se agitan imágenes del pasado con las imágenes del presente, como un
relámpago, la memoria encadena imágenes a lo que vemos, asociaciones inmediatas.
De este modo no hay pureza en la imagen, otras orbitan a su alrededor, es por esto
que ir a su encuentro implica también tomar riesgos, aceptar ese poder irreconciliable
y muchas veces inaprensible.

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