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UN ESTIGMA QUIMÉRICO

Por: Francisco Xavier Juárez Muñoz


(1980)

“Tlaxcala fue un nido de Águilas. Su terreno escarpado en el que se


levanta majestuosa la Matlalcueyetl, creó en su regazo a los hombres
indómitos y altivos que no cejaron jamás ante el peligro, y que supieron
siempre mantener su autonomía”. Así se refirió en una importante cuanto
objetiva y clara cita que hizo sobre Tlaxcala hace tiempo un filosofo francés, y
ciertamente como lo refiere por su parte el cronista e historiador, Don Crisanto
Cuellar Abaroa, a la llegada de los españoles que encabezara el intrépido Don
Hernando de Cortés en 1519.

Los cuatro señoríos que constituían la llamada Antigua República de


Tlaxcallan, estaban gobernados por Tlahuexolotzin en Tepectipac, Maxixcatzin
en Ocotelulco, Xicohténcatl el viejo en Tizatlán y Citlalpopocatzin en
Quiahuixtlan. Desde entonces la misma Tlaxcala se veía asediada y combatida
continuamente, además de los mexicas, por otros formidables enemigos que si
eran vasallos de los mismos aztecas, tales como Cholultecas y los
Huejotzincas, quienes desde luego a través de sus constantes embates
bélicos, y por ordenes de los mexicas, siempre pretendieron incorporar a los
tlaxcaltecas al dominio del emperador de México, sin haber podido lograr jamás
su hazaña, por la bravura, astucia y el estoicismo que siempre mostraron
nuestros compatriotas. Por otra parte, hemos de recordar junto con lo anterior
también que ya la rivalidad entre tlaxcaltecas y mexicanos, era muy añeja y
obviamente también muy anticipada a la llegada de las huestes españolas que
comandó Don Hernán Cortes.

Varios han sido los historiadores que han escrito diversos artículos en defensa
de Tlaxcala, al conocer el infundio que algunos ignorantes y desorientados de
nuestra historia, le han querido colgar, señalándola como traidora. En este
breve ensayo, habremos de citar algunos de ellos, que a través de sus diversas
versiones de carácter puramente histórico e imparcial han fortalecido la
realidad exacta de lo que significó verdaderamente la alianza que realizaron los
tlaxcaltecas con las huestes de Cortés y su participación en la conquista de las
tierras de la Anáhuac.

“La Primera Ley de la Historia es no mentir, y la Segunda es no tener


miedo de decir la verdad”, nos dejó escrito la pluma de León XIII en un
atinado aforismo que hoy resulta muy a propósito de este asunto histórico que
nos ocupa.

De esto mismo, Salazar y Monrroy, nos da una importante referencia al


indicarnos que Citlalpopocatzin, quien fue el cuarto senador tlaxcalteca (y que
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por cierto se distinguió como un brillante legislador y tribuno, con referencia a
esta mutua antipatía que definitivamente desde un principio provocaron los
propios aztecas), acostumbraba a decir: “Nos retiramos de Poyahutlán por la
envidia de los Mexicas, pero la tierra que hoy pisamos, no nos será
arrebatada por la ambición de Moctezuma. Somos sus enemigos, porque
como a tales nos ha tratado”.

Esto mismo, tiempo después lo confirmaba también en su versión y con sus


propias palabras el Cronista Francisco J. Santamaría al expresar que los
Mexicanos tenían por extranjeros a los tlaxcaltecas, y por lo mismo los
consideraban como intrusos. De ahí también el considerarse recíprocamente
pueblos distintos. Pero si queremos ahondar un poco mas en las marcadas
diferencias históricas que guardaban en antaño y hasta antes de la llegada de
los españoles estos pueblos, entonces tendremos que recordar que es cierto
que tanto a tlaxcaltecas como a mexicanos, se les consideraba originarios de
Chicomoztoc (en mexicano o en náhuatl, significa “Lugar de las Siete
Cuevas”; y las ruinas de esta interesante y pasajera metrópoli, pueden verse
aún, cerca de Villanueva, en el lugar conocido con el nombre de “Los Edificios”
a 98.7 kms. al SurOeste de Zacatecas).

Una de las pruebas que podría citarse para confirmar que las 7 tribus
Nahuatlacas (llamadas así exclusivamente por hablar el Náhuatl) y a las cuales
pertenecían tlaxcaltecas y mexicanos, no tuvieron un origen común, es el
hecho de citar, que si bien todas ellas tuvieron el mismo dialecto, cada una tuvo
también sus propios giros gramaticales y su propio grado de cultura, como
atinadamente fue observado en un interesante artículo que se publicó hace
tiempo en la revista de la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Junto con lo
anterior, podemos citar también como una segunda diferencia, que desde su
movimiento migratorio, ambos pueblos ya traían rencillas y divergencias que
estallan en los llanos de Poyahutlán y las cuales obligan, no obstante ser
vencedores los propios tlaxcaltecas, a seguir su caminata con distinto
peregrinaje de los aztecas, esto es, siguiendo más al sur, hasta asentarse en la
antigua Texcaltipac, hoy Tlaxcala.

Por otra parte, y dentro del aspecto religioso, no podemos dejar de mencionar
especialmente, que en tanto los aztecas adoraban a Huichilopoxtli como a un
dios guerrero y sanguinario; los tlaxcaltecas en cambio veneraban a Camaxtli
como dios de la caza, y a quien en un principio inclusive, solo ofrendaron flores
y frutos de la temporada, y no sacrificios de vidas humanas, como los aztecas
lo acostumbraban hacer ordinariamente. Por lo que se refiere a su tipo de
gobierno, también debemos de recordar que una vez establecidos los aztecas,
crean como forma de gobierno, la monarquía hereditaria, vitalicia, absolutista y
despótica como lo refieren los libros del Gobierno de Moctezuma II; en cambio,
es Tlaxcala precisamente dentro de toda la América, el pueblo que practica

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como forma de Estado y de Gobierno, la democracia representativa, electiva y
popular en manos de 4 senadores representantes de los 4 señoríos o calpullis
de aquel entonces.

A lo anterior hay que agregar también la practica de las denominadas “Guerras


Floridas”, llamadas así por celebrarse durante los meses en que floreaba
precisamente el campo y que tenían como pretexto, el desbordar su odio
reciproco, así como por otro lado para los mexicanos, tener victimas para sus
dioses, y para los tlaxcaltecas, rehenes que les pudieran servir mas adelante
para sus operaciones de trueque. Dichas guerras fueron ahondando el odio a
tal grado, que Moctezuma II declara “La Guerra Santa” en contra de Tlaxcala,
enviando a sus guerreros al mando de su hermano Tlacahuepan para
someterla; mas sin embargo, éste muere en el combate perdiéndose así la
batalla, lo cual de tal forma enardece a Moctezuma, que altanero y herido en su
orgullo propio, se ve obligado a declarar ante sus súbditos: “¡No me tendré
por amo y Señor del Mundo, mientras no tenga sometida a Tlaxcala!”

Más desde luego, al no lograrlo nunca, ni éste ni sus aliados, inicia un bloqueo
comercial privando desde entonces a nuestro Tlaxcala, de algodón y de frutas,
pero principalmente de sal, al provocar una completa extorsión en su comercio
durante 60 años, como por otra parte también lo asegura la pluma de Don
Crisanto Cuellar Abaroa, en su obra “Tlaxcallan: 50 notas de Historia
Prehispánica”, con esto vuelve a reconfirmarse que nuestra nación y el imperio
mexicano, eran totalmente independientes, tanto en su régimen político, como
en su religión, en sus asentamientos humanos, sus costumbres y hasta en su
raza lo cual nos lleva a reconfirmar que todo lo anterior fomentó el hondo
abismo que existía entre estos dos pueblos, provocando como razón natural
que finalmente los tlaxcaltecas, se aliaran a Hernán Cortés, quien desde un
principio les prometió defenderlos del despotismo y de la mala voluntad del
Soberano Moctezuma. Por cierto, aquí cabe recordar que también Tlaxcala,
sirvió como refugio, para todos aquellos que huían del imperio tiránico de los
Aztecas, lo cual por otra parte nos viene a reconfirmar también su ambición de
poder y sometimiento con la que siempre amenazaron a todos los pueblos del
valle de México.

El historiador Don Alfredo Chavero en su monumental obra “México a través


de los Siglos”, viene a reconfirmarnos también con su pluma todo lo anterior,
al opinar por su parte, que el principal error, al considerar a los Tlaxcaltecas
como traidores, ha consistido en tomar por una sola patria la extensión que hoy
forma todo nuestro territorio actual; y que desde luego, en ese tiempo no tenía
la misma división política que hoy todos conocemos. En toda esta tierra que
hoy llamamos México, había por decirlo así muchas nacionalidades, de razas
diferentes y sin ningún punto de contacto entre sí; y también cierto es, un gran

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número de otras que aunque procedían de un origen común, constituían
gobiernos separados, y no pocas veces enemigos.

Este mismo historiador (Chavero), aprecia que Tlaxcala, no solamente era una
nación completamente diversa de México; sino contraria, constante e
incansable de los pueblos del Anahuac. Por lo que llamar a su alianza con los
españoles, traición, sería lo mismo decirle traidora a España, porque se ligó
con los Ingleses para combatir a las huestes de Napoleón.

En este mismo aspecto, no podíamos dejar de subrayar el señalamiento que


hizo precisamente Don Luis Sierra Horcasitas, quien es descendiente directo
del mismo emperador Moctezuma, al dejar escrito en una de sus importantes
obras, que no ha faltado quien le llame traidores a los tlaxcaltecas, y a los
demás aliados que tuvieron los españoles en su titánica empresa, sin
comprender que seguramente sin la ayuda de estos mismos pueblos, la
conquista no se hubiera efectuado, al menos por aquel entonces, aunque
desde luego, nos señala en otra de sus observaciones, tal imputación de llamar
traidores principalmente a los tlaxcaltecas por este hecho, es gratuita y
enteramente injusta, estando de acuerdo con Don Alfredo Chavero, al asegurar
también, que los tlaxcaltecas formaban una nación del todo distinta a los
aztecas, aduciendo además, que acaso pudiera decirse que su misma raza era
distinta; además de que en sus instituciones y en su forma de gobierno,
ninguna semejanza tenían con sus rivales. Había pues, concluye su
observación Sierra Horcasitas, un abismo entre los dos pueblos: el odio que
los tlaxcaltecas alimentaban contra sus tiranos era bien justificado.

Por todo lo anterior, como lógicamente debemos de considerar, la vanidad


imperial de los mexicanos siempre se vio herida profundamente por la dignidad
y el honor de los tlaxcaltecas al no haber podido doblegar nunca a estos, para
que le rindieran sumisión y obediencia a su poder, que abarcaba todo el valle
del Anahuac; exceptuando claro está, a nuestra antigua y leal república
tlaxcalteca.

Por este tipo de circunstancias y por otras de carácter comercial y político,


según nos refiere por su lado el historiador Don Mariano Veytia, alguna vez los
tlaxcaltecas mandaron una embajada a los mexicanos, con el fin principal de
reiterarles los perjuicios y daños que sufrían por las siniestras informaciones de
otros grupos rivales, quienes aseguraban que Tlaxcala deseaba apoderarse de
las provincias marítimas del golfo, con la intención de aumentar su poderío, lo
cual dio motivó a que respondieran los mexicanos que: “el rey de México era el
señor universal de todo el mundo”, y que los tlaxcaltecas debían prestarle
obediencia. Ante tales circunstancias, entonces los mismos tlaxcaltecas se
vieron obligados a (según nos explica el mismo Veytia) responder en los
siguientes términos: “Poderosísimo señor: Tlaxcallan no hoz debe

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homenaje alguno, ni desde que sus antepasados salieron de los países
septentrionales para habitar estas tierras, han pagado los tlaxcaltecas
tributos a ningún príncipe. Siempre se han conservado libres; y no
conociendo la esclavitud a que pretendéis reducirlos; antes que
someterse a vuestro poder, derramarán más sangre que la que
derramaron sus mayores en la batalla de Poyahutlán”

Pero pasándonos a referir al arribo de los españoles a tierras tlaxcaltecas,


diremos que habiendo acaecido ésta, hacia el año de 1519, fue precisamente
el viernes santo de esta fecha, cuando el destino histórico de Tlaxcala quedó
sellado en su primera parte, al desembarcar Hernán Cortés en la playas de lo
que iba a ser la villa rica de la Vera Cruz, porque? porque al iniciar Cortés su
marcha hacia México, escuchó y aceptó los consejos de los Caciques de
Zempoala, para no continuar, como tenía pensado inicialmente, por el rumbo
de Cholula, la ruta que lo había de conducir a la gran Tenochtitlán, sino
entonces, decidir seguirla por Tlaxcala.

La Historia nos dice que habiendo llegado Cortés a Ixtacamachitlán, fue


recibido por el cacique Olintetl a quien inmediatamente interrogó acerca del
mejor camino para llegar a México, habiendo sido respondida su pregunta con
estas palabras: “Debes continuar por un pueblo muy grande que se dice
Cholula”, a lo que inmediatamente entonces, los moradores de Cempoala
dijeron: “Señor, no vayas por Cholula porque son muy traidores, y tiene allí
siempre Moctezuma sus guarniciones de guerra”. Fue así como entonces,
Cortés decidió seguir por el camino de Tlaxcala, dejando sellado así su
compromiso histórico, principalmente por lo que se refiere a lo acaecido
durante la conquista.

A esto debemos agregar que después, desde Xalatzingo, Cortés mandó a


Tlaxcala 2 mensajeros de los de Cempoala con una carta y un sombrero
velludo de seda, color carmesí de Flandes, ofreciendo su amistad y su ayuda
contra los Mexicanos. Mas sin embargo, en vista de que no volvían los
mensajeros, el mismo Cortés, ya impaciente después de 3 días de espera,
decidió marchar personalmente hacia Tlaxcala, habiendo pisado así sus tierras
el día 31 de agosto de 1519.

Entre tanto, los 4 señores de Tlaxcala: Maxixcatzin de Ocotelulco, Xicohténcatl


(el viejo) de Tizatlán, Tlahuexolotzin de Tepectipac y Citlalpopocatzin del
señorío de Quiahuixtlan, quienes se unían para asuntos comunes, cada uno
supremo en su señorío, deliberaban para dar contestación a Cortés, siendo
aprobada entonces la proposición de Xicohténcatl el viejo, quien exigió se
combatiera al invasor, recordando el deber de morir “por la patria y por los
dioses”, habiendo sido designado en este histórico momento y después de

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haberse aprobado lo anterior, al aguerrido y patriota Xicohténcatl el joven, para
fungir desde aquel momento como capitán general del ejército tlaxcalteca.

Fue así como Tecpacxochihuilli, quien fuera héroe y señor de Tecoac, con
inteligente táctica militar condujo al enemigo español, hasta donde ya estaban
en celada las fuerzas de Xicohténcatl, con su divisa roja y blanca, trabándose
así el combate con el grueso de las fuerzas españolas y sus aliados. Cabe
subrayar muy especialmente que en esta primera pelea, los tlaxcaltecas echan
mano de la lanza del famoso jinete Pedro Morón, a quien derriban de una
cuchillada para después degollar a su yegua. Más adelante, los tlaxcaltecas
ofrecen a su Dios Camaxtli, en acción de gracias por la victoria obtenida, tanto
el chapeo o sombrero velludo que les enviara Cortés, como los pedazos de la
piel arrancada a la yegua de Morón; que después, principalmente enseñan ante
sus hermanos de raza para demostrarles que los invasores no eran seres
inmortales y monstruosos; sino hombres mortales como todos.

Alfonso Romero Rezendiz, en su mismo artículo sobre la batalla de


Tecoatzingo, también nos señala que la mayoría de los historiadores no
coinciden puntualmente respecto a detalles complementarios de este hecho de
armas: pero lo cierto y fundamental es que los tlaxcaltecas nunca le ofrecieron
vasallaje a título gracioso al invasor, ni le enviaron obsequios de oro, ni alhajas,
ni alimentos, ni mujeres como lo hicieron otros pueblos y señoríos sin combatir
previamente, como lo fue a ojos vistos, el caso del mismo Moctezuma.

Por otro lado, es también Melitón Salazar y Monrroy, quien en su obra


“Monografías Tlaxcaltecas”, insiste en reconfirmarnos la infantil sumisión que
mostró el emperador Moctezuma (o Motecuzoma) ante la presencia de los
ejércitos españoles, al señalar que la llegada de Hernán Cortés a Tlaxcala en el
año de 1519, provocó en su senado serias y acaloradas deliberaciones.
Tlahuexolotzin consideró que la república estaba en grave peligro, no solo por
las condiciones de lucha constante a que la tenia sujeta (como ya lo dijimos)
los mismos mexicas, huejotzincas y cholultecas; sino también por la sumisión
que venía mostrando el mismo Moctezuma, al enviarle al conquistador grandes
embajadas con variados y valiosos obsequios, que obviamente en lugar de
contenerlo, lo atraían aun más.

En los Informes enviados por el propio Hernán Cortés a España, que ahora
conocemos como “Cartas de Relación”, confirmamos todo lo anterior a través
de sus propias palabras, las cuales dejó escritas con el siguiente texto: “El
embajador, enviado por Moctezuma, inició la platica diciendo algo que nos dejó
sin habla tanto a mí, como a doña Marina Aguilar: “Dios nuestro y señor
nuestro, sed muy bien venido que desde largo tiempo os esperábamos
nosotros, tus siervos y vasallos. Moctezuma, nuestro amo y tu vasallo,
nos envía a tu presencia para que en su nombre te saludemos, y dice que

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seas muy bienvenido, y te suplica recibir estos ornamentos que usabas
entre nosotros cuando te teníamos por rey y señor. Así (continua Cortés),
tres de estos indios empezaron a ponerme los ornamentos y adornos de
Quetzalcóatl, agregando más adelante: Fue así como a la salida del valle,
encontré una muralla de piedra seca como estadio y medio de alto (más
de 3 metros) que atravesaba el valle de una sierra a otra y tan ancha como
de 20 pies y a todo lo largo, un pretil de pie y medio de ancho para pelear.
Al preguntar la causa de aquella muralla, me dijeron los naturales que la
tenían porque eran fronteros con los Tlaxcaltecas, los cuales eran
enemigos de Moctezuma y tenían guerra siempre con ellos”.

Pero aquí cabe insistir: ¿porqué en ese tiempo, el gran emperador


Moctezuma, no envió sus ejércitos para auxiliar a los tlaxcaltecas a fin de
combatir a quien ya se sentía como un enemigo común de todos los pueblos
del Anahuac? ¿Acaso fue realmente por el odio ancestral que les tenían, y que
pudo más que la salvación de un interés nacional? ¿Acaso fue por cobardía?

(“Moctezuma, si bien extendió las fronteras del imperio hasta Honduras, jamás
pudo dominar a los tlaxcaltecas; absolutista y despótico, sembró el descontento
en parte de sus súbditos; por eso al llegar Cortés a México, halló muchos
aliados... y fueron sus propios gobernados, quienes indignados por la
pusilanimidad mostrada por Moctezuma, le arrojaron flechas y piedras (27-
Jun.1520), hiriéndolo gravemente; falleció a los 3 días”. Pag. 2,492, Tomo VIII
del Gran Diccionario Enciclopédico Ilustrado de México)

Eso es lo que alegó Tlahuexolotzin, dando a entender con ello, cual era
finalmente su partido. El de la paz y la alianza con Cortés. Resolución de última
hora, cuando ya todos los medios de defensa con que se contaba, se habían
puesto en juego, sin poder evitar, lo que ya era inevitable. Por eso, son sin
duda los tlaxcaltecas del siglo 16, combatiendo a las huestes extranjeras de
Cortés, los que inclusive forman el primer ejército que trata de detener esta
invasión, que los hispanos precisamente inician al encontrar desguarnecida la
entrada de su muralla por el lado oriente.

Es el abogado e historiógrafo tlaxcalteca, Germán George Hernández a quien


le corresponde señalarnos en su obra: “Tlaxcala en la Historia y en el Arte
virreynal” algunas referencias sobre la organización militar, tanto del ejército
español, como del tlaxcalteca, asegurándonos que los hombres que
comandaba Hernán Cortés, se encontraban dividios en infantería, caballería y
artillería con el poder destructor de sus armas, el puñal, toledanos, lanzas y
saetas en sus ballestas; los falconetes y culebrines que arrojaban piedras y
fuego, además de estar protegidos con cascos y armaduras de acero y usando
tácticas de combates diferentes a las que usaban los aborígenes; mismas que

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finalmente lograban destrozar los compactos batallones de los tlaxcaltecas,
ocasionándoles numerosos muertos y heridos.

Esto en comparación o como contraparte de la actividad de los nativos con sus


macanas y hondas, cubriéndose los pechos con pétalos de algodón y rodelas
del mismo material sus cuerpos. No obstante el mayor número de combatientes
y su belicosidad finalmente fue natural que perdieran en las contiendas
importantes jefes e incontables guerreros, unos lanceados, otros degollados y
muchos heridos que junto con los moribundos eran recogidos inmediatamente
de los campos de batalla para atenderlos de sus lesiones o bien sepultarlos;
como especial táctica de guerra que empleaban los nativos tlaxcaltecas para
que el enemigo no comprobara las victimas que les ocasionaban.

Además de lo que hemos mencionado, debemos agregar que también la fuerza


de que disponían los invasores, estaba constituida por 400 peones, 16
caballos, 6 piezas de artillería y 3 mil totonacos aliados, esta, era relativamente
reducida pero bien organizada. En tanto que el historiador Fernando Ramírez,
afirma que la población total de Tlaxcala no excedía 80 mil habitantes, en
consecuencia, su ejército no debe de haber sido mayor de 20 mil guerreros, lo
cual pondera su fuerza combatible, si sabemos que supo resistir en unión de
sus únicos aliados, los Otomíes, las constantes acometidas de sus enemigos,
que por distintos puntos de la república los asediaban.

Junto con esto último que hemos expresado, no resulta por demás recordar,
que la primera batalla campal que libraron los tlaxcaltecas contra los hispanos,
tuvo lugar un 2 de Septiembre de 1519 en un lugar conocido como
Tzompantzingo, donde el conquistador Don Hernán Cortés, afecto a los
formulismos jurídicos y siguiendo las costumbres de la época, debió haber
ordenado leerles por medio de un interprete el famoso bando de la conquista
que decía: “Caciques e Indios de este continente: Hoz anunciamos que
existe un dios y un rey de castilla, el cual también lo es de estas tierras,
mientras que el Papa es representante de Dios en la tierra, y él ha
concedido estos territorios al rey de Castilla con la condición de
cristianizar a sus moradores, para que después de su muerte, sean
admitidos en el reino de los cielos. Venid a nosotros, caciques e indios,
abandonad vuestros falsos dioses y rendid tributo al rey de castilla, como
vuestro soberano y dueño. Se declara la guerra a quien ofrezca
resistencia, y de acuerdo con las leyes bélicas será muerto, vendidos
como esclavos los prisioneros, y les serán confiscados sus bienes”.

Lo anterior desde luego, resultaba generalmente inaudible y poco comprensible


para las tribus autóctonas. La historia nos dice que después de esta primera
batalla, se retiraron los tlaxcaltecas, tras haber sostenido varias horas de lucha,
para posteriormente continuar esta contienda el 5 del mismo mes de

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septiembre, y la tercera, la noche del mismo día, por recomendarle los
agoreros que si los hispanos eran hijos del sol, podrían vencerlos por la noche;
lo que tampoco lograron, porque los invasores siempre tuvieron guardias
nocturnas, y ante el peligro de ser sorprendidos nunca se separaron de sus
armaduras.

El padre Fray Diego Durán, en su “Historia de los Indios de la nueva España


e Islas de Tierra Firme”, nos dice que fue la resistencia de los hispanos los
que fueron asediados por los tlaxcaltecas varios días sin vencerlos, la que hizo
comprender a los jefes de los señoríos ante la numerosa cantidad de muertos y
heridos, que más convenía aceptarlos como amigos que tenerlos como
enemigos, además de conocer las constantes embajadas de Moctezuma
enviándoles regalos; misma situación que finalmente consideraron, podría
comprometer la libertad que por tantos años habían defendido. Este
significativo hecho fue reconocido transcurridos infinidad de años en la tribuna
de la Cámara Federal de Diputados, por el representante popular, Don
Herminio Ahumada Jr., cuando siendo presidente del congreso nacional
contestó el primero de septiembre de 1944 el informe presidencial del General
Manuel Ávila Camacho, diciendo textualmente:

“El historial del ejército mexicano, como corresponde al de un pueblo


joven, es corto pero glorioso. Desde sus más remotos orígenes, nuestro
ejército defensivo nace y se congrega al impulso de un ideal libertario que
tiene su antecedente en las huestes de Xicohténcatl Axayacatzin”. Opinión
que compartimos y aceptamos, porque la acometida de los guerreros
tlaxcaltecas estuvo a punto de hacer fracasar la arriesgada empresa de la
conquista; ya que afirma Bernal Díaz del Castillo (el soldado cronista), que los
españoles habían perdido 45 soldados muertos en las batallas, todos estaban
heridos y otros enfermos de calenturas y dolencias, incluyendo al conquistador.

Por cierto que sobre el indómito guerrero Xicohténcatl Axayacatzin, es el


historiador William H. Prescott (1796-1859), quien imparcialmente en su obra
“Historia de la Conquista de México” (1843), nos asegura que: “mucho hay
que ADMIRAR en esta elevada e indómita alma, que como una magnifica
columna se levanta sola y llena de majestad y grandeza sobre los
fragmentos y las ruinas que “circuían” a la antigua Tlaxcala; Xicohténcatl
Axayacatzin –nos asegura- que dio muestras de perspicacia y sagacidad,
puesto que rompiendo el transparente velo de la insidiosa amistad
ofrecida por los españoles, y penetrando en el porvenir entrevió las
miserias en la que iba a ser envuelta su patria y desplegó el noble
patriotismo de quien intenta salvarla a cualquier precio; y en medio del
abatimiento universal, procura influir en toda la nación, el intrépido valor
que a él le anima y alentarla, a un último esfuerzo por conservar su
independencia”.

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A todo esto, el también historiador Don Lucas Alemán nos vuelve a reconfirmar
que fue Xicohténcatl el joven, uno de los guerreros más celebres de las
naciones americanas, que no se fascinó jamás con la falsa política que por
medio de la división arrastraba a su patria al abismo de la servidumbre.

Por eso volvemos a insistir: nada tenían, ni tuvieron ni han tenido de traidores
los tlaxcaltecas y otros muchísimos indios que únicamente (como ya se ha
explicado en parte), se unieron a Cortés para luchar contra sus tiranizadores,
los aztecas.

O es que acaso podemos ofender al gran pueblo veracruzano llamándole


traidor por el simple hecho de que el cacique gordo de Cempoala, cansado de
los latrocinios y humillaciones de Moctezuma, se alió también a Hernán Cortés,
tratando de devolverle a los totonacas su libertad? ¿Cómo llamaríamos
también el hecho de que en Tabasco le regalaran al conquistador 20 indias,
entre las cuales se encontraba doña Marina, que por cierto no era tabasqueña
sino que nacida en un pequeño pueblo veracruzano llamado Painalá?. ¿Son
acaso también traidores los poblanos y los moradores del estado de México,
que al igual que los tlaxcaltecas querían quitarse el yugo que los esclavizaba?

El Historiador Don Alfonso Junco en su obra: “Lo que fue y lo que no fue
Cuauhtémoc”, apoya también nuestras apreciaciones al señalar que los
tlaxcaltecas vieron la oportunidad de libertarse de sus opresores y la tomaron;
porque además era dentro de los límites de su minúscula patria ¡respectivos
patriotas!. Así también lo consideró en definitiva el congreso mexicano de
historia, en una especial e importantísima sesión que llevó a cabo en la ciudad
de Xalapa con fecha 28 de Junio de 1951, y cuyo acuerdo fue después dado a
conocer a través de su secretario del consejo permanente, Don Antonio Pompa
y Pompa, ya con fecha 26 de Junio de 1961, al dar respuesta a una
correspondencia girada el 17 de Noviembre de ese mismo año por el Lic.
Germán George Hernández en ese entonces, presidente de la asociación de
tlaxcaltecas “Xicohténcatl”, residentes en la ciudad de México, y quien solicitó
oficialmente se emitiera la opinión histórica que en justicia debía de darse a la
participación del pueblo y autoridades tlaxcaltecas en la conquista del Anahuac,
y territorios aledaños respondiendo finalmente tan autorizada representación
que:
“1.- El pueblo y gobierno tlaxcaltecas constituían unidad absolutamente
independiente de CUALQUIER OTRO PUEBLO y autoridades mexicanas: con
quienes no tenían pacto ni alianza política, religiosa o militar. 2.- Que la
Alianza que los 4 señoríos tlaxcaltecas hicieron en representación de sus 4
señoríos con el conquistador Hernán Cortés, la llevaron a cabo en uso de sus
propios derechos como pudieron hacerlo con cualesquiera otro pueblo o grupo
militar en defensa de un enemigo común. 3.- Que la nobleza del pueblo
tlaxcalteca manifiesta en la colonización del territorio de la Nueva España, le

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enaltece por su calidad de miras y de grandes servicios a la organización de la
nueva nacionalidad de un pueblo que entraña la unidad de oriente y occidente.
4.- Que la misión colonizadora del tlaxcalteca, es reconocida por múltiples
testimonios históricos y por estudiosos de esta obra, que se proyectó desde la
región norteña de Texas, los grandes territorios de la Nueva España y al sur
hasta las regiones del Ecuador, y 5.- Que por consiguiente, cualquier
apreciación que suponga falta de lealtad o traición en la actitud de alianza entre
el pueblo tlaxcalteca y los conquistadores españoles, ES CARENTE EN
ABSOLUTO DE FUNDAMENTO HISTORICO.

Ahora bien, si, sin la recurrencia de alguna fuente o argumento histórico se


quiere extender por el lado más natural y lógico la actitud que asumieron los
tlaxcaltecas con la llegada de Cortés a sus dominios; porqué no entonces,
sometemos la palabra “traición” o “traidor”, al sencillo análisis de la propia
lengua de castilla o castellana, buscando y entendiendo su significado. La
respuesta que se manifiesta en el diccionario, nos indica claramente que
“traición” es “el delito que se cometa quebrantando la fidelidad que se debe
guardar o tener”, y ¿qué es el delito? sino el hecho que también se comete
cuando se quebranta una ley?.

Así, a la llegada de Hernán Cortés, podemos asegurar que la única ley que
conocían los tlaxcaltecas, era la suya; y tan la conocían y la respetaban, que
antes de pactar alianza con el conquistador, como ya lo dijimos y
reconfirmamos, se enfrentaron en batallas sangrientas a sus tropas; y todavía
aun después deliberaron democráticamente y justamente como acostumbraban
hacerlo en su senado, el delicado asunto de la alianza; lo cual nos determina
¡no existió delito alguno!. Ya dijimos también, que Tlaxcala por todas las tribus
era asediada y amenazada; con todos guerreaba porque eran súbditos
doblegados al poder de Moctezuma y Tenochtitlán; dentro de la actual patria
¡esta era una patria independiente!. Luego entonces, al pactar con los
españoles, no quebrantaron ninguna fidelidad y sí hicieron lo propio y lo justo,
al recibir la promesa de que si se unían con aquellos hombres venidos del
oriente, iban por fin a ver derrotados a sus eternos enemigos: los aztecas.

Cabe mencionar también con lo anterior, que algunos historiadores aseguran


que las guerras entre los tlaxcaltecas y los mexicanos, se llevaban a cabo para
el adiestramiento de ambos ejércitos y para que el imperio mexicano tuviera
con los prisioneros que hacia, victimas que inmolar ante el ara de sus ritos;
pero tal aseveración viene por tierra cuando leemos en la obra de Guedea, que
el ataque realizado a Tlaxcallan en el año de 1504, sacrificó a Tlacahuepantzin,
guerrero en jefe de los mexicas y además, hijo de Moctezuma II; además de
que como ya lo dijimos, los tlaxcaltecas no capitularon sus armas de manera
inmediata, sino que combatieron a los españoles durante 20 días consecutivos.

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Destacando por cierto aquí también, la invaluable participación de un
Chiautempense, primer diplomático y evangelizador de América; y todavía
fundador de la actual población de Tlalcuapan, Don Diego Martín Tzontlimatl
Chichimecateutli, quien (según nos señala la historia) fue el primero en
aconsejar a Xicohténcatl Axayacatzin para combatir a los españoles; peleando
por otra parte con Bizarria, en los encuentros que se sostuvieron en la
Covadonga, Xaltianquizco y Tzompantepec, donde precisamente los
tlaxcaltecas hicieron refugiarse a los españoles en el Teocali que se
encontraba en la cima del cerrito de Tzompantzinco; en este lugar fue donde
precisamente Chichimecateutli, arrebata al ejército español su estandarte de
guerra, demostrando con ello, un arranque de gran sentido patriótico.

Después de la paz entre los tlaxcaltecas y los españoles, se dice también que
fue el mismo Chichimecatetutli, quien salvó la vida del conquistador en
Xochimilco y que siendo éste caudillo militar, un hombre activo, cuando no
tenía la macana en las manos, tenía la voz de mando; y así lo vemos subir y
bajar de la majestuosa Matlalcueyetl (o Malintzi), trayendo madera para la
construcción de los 13 bergantines, que se utilizaron para la invasión de la
antigua Tenochtitlán, un 13 de septiembre de 1519. Pero no podemos llegar
aun a la conclusión de este prologo, sin antes destacar, que no solo para los
estudiosos de nuestra historia, sino inclusive también para brillantes filósofos,
humanistas y psicólogos de nuestro tiempo, Tlaxcala ha sido ubicada en el
lugar que su estatura patriótica y nacionalista, le ha erigido a través de estos
cientos de años que han transcurrido, desde el arribo de los hombres rubios y
zancudos que comandó don Hernando de Cortés.

Tal es el caso del intelectual mexicano Don José Vasconcelos , cuya pluma
dejó escrita una verdad trascendental dentro del devenir histórico de nuestra
patria, al señalar enfáticamente: “era Tlaxcala el reino más civilizado de
México, se regía por una especie de senado y no abusaba de los
sacrificios”. Con esta última cita, podemos sacar en conclusión que sin duda
alguna todas las raíces de nuestro pasado, nos demuestran que antes de la
conquista de los españoles, aquí en Tlaxcala, como en ninguna otra parte de
este continente, se vio florecer una estructura republicana, compuesta por
cuatro senadores que representaron a los 4 señoríos que ya señalamos; siendo
así como esta pequeña república, antecedente de lo que hoy somos todos los
tlaxcaltecas, supo mantener su independencia y su libertad, sin que jamás
hayamos sabido que por sus venas haya corrido sangre esclava o esclavizante.

Nuestra Tlaxcala, se mantuvo siempre ajena al sometimiento del imperialismo


azteca, que válganos también señalarlo, siempre exigió sumisión y tributo
desde mesoamérica, hasta la meseta norte del país, de una costa a la otra; con
un vasto dominio sobre todo lo que hoy es actualmente la República Mexicana.

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Y así, hubo un pueblo, solo uno, que nunca se doblegó ante las armas
mexicanas; ni ante aquel imperialismo que nuestra historia registra; Y ESE
PUEBLO FUE EL TLAXCALTECA, pueblo sin sal, pueblo aislado, pueblo
aguerrido y fiero, que hizo todo, hasta entregar su sangre como Tlahuícole,
antes de capitular sus armas o permitir el desprecio de su origen y el
desmantelamiento de su estructura política.

Junto con lo anterior, nunca debemos de olvidar también, que nuestra forma de
gobierno del ayer, fue muy superior en todo y por todo, a la que los
emperadores aztecas habían establecido en el valle del Anahuac; y en esa
forma de vida nos encontró el conquistador, guerreando, peleando por nuestra
independencia ante el emperador azteca. Sabiendo mantenernos libres y
erguidos como nuestra montaña: ¡de pie, mirando al sol, retando al horizonte! Y
así, en ese territorio, en esta parte del país, que como ya lo dijimos, nunca
logró ser dominada por los aztecas, en este, tal vez único reducto de libertad,
dentro de todas las latitudes de la tierra, los tlaxcaltecas teníamos nuestra
pequeña república.

Sacamos una conclusión nuevamente entonces, que México no era una nación
estructurada como lo es hoy, mientras que los tlaxcaltecas ya lo éramos; y que
nuestros antepasados supieron valientemente defender nuestra libertad frente
a las agresiones del imperialismo azteca. Aunque como de todos es sabido,
andando el tiempo, ahora es cuando detractores gratuitos, envidiosos tal vez
de nuestra trascendencia o ignorantes también de nuestra historia, se han
empeñado en sostener una ficticia traición que los verdaderos anales históricos
no registran; y es aquí donde yo creo que nuevamente todos los tlaxcaltecas,
niños, jóvenes y personas adultas, debemos de imitar a la Matlalcueyetl,
nuestra montaña secular, para mostrarnos siempre de pie, con la frente limpia y
el corazón honesto; mirando al sol y retando el horizonte; porque ya es
imperdonable que se detracte a nuestro verdadero pasado y que se quiera
seguir sembrando con guijarros punzantes nuestro futuro. ¡No somos
Traidores!. ¡No lo hemos sido!. ¡No lo seremos jamás!

¡Siempre luchamos contra nuestros adversarios por nuestra supervivencia!,


¡Por mantener a nuestro suelo en la libertad!; y si a la llegada de los españoles
nos aliamos a ellos, fue porque también tal vez sospechamos que Quetzalcoatl,
la serpiente emplumada, tenía razón; y que este era el inicio de una época
diferente para nuestro derrotero; y que si aliados a los españoles, podíamos
vencer a nuestros enemigos seculares, seguiríamos manteniendo nuestra
independencia y nuestra libertad.

Éramos enemigos de todos porque así nos trataban.¡Que ya no se hable más


de que vendimos a la patria, pues no había patria! ¡Nuestra patria era la
nuestra: Tlaxcala! Que se acabe esta leyenda, no somos traidores y muy por el

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contrario, sí somos colonizadores y culturizadores, de infinidad de pueblos que
hoy ya son grandes metrópolis; pues la sangre generosa del tlaxcalteca
alimentó las raíces de muchas regiones que partieron especialmente desde la
región norteña de Texas, a los grandes territorios de la Nueva España; y al sur
hasta las regiones del ecuador; abarcando también casi todo el territorio de
nuestro país actual, con excepción de los estados de Yucatán y Quintana Roo
y sí comprendiendo aquellos otros que perdimos en la guerra de 1847; y
extendiéndose, todavía inclusive, a varios puntos de Filipinas, Alaska, Canadá,
Cuba y República Dominicana; y todavía por el sur hasta el Salvador,
Honduras, Guatemala, el Ecuador y Perú.

Aunque de esta invaluable aportación nunca esperamos recibir sinceramente


ningún provecho, aplauso o lisonja ajena; a pesar de que en honor de todas las
verdades y después de todos nuestros antecedentes históricos que han sido
comprobados fehacientemente, así lo merezcamos.

Aunque yo si les pido que en contraposición de todas estas ingratitudes,


Bástenos con que la voz del viento siga llevando por el mundo aquel grito
prehispánico de libertad y de dignidad humana, que aún continua retumbando
en todos nuestros valles y entre todos los nudos verdosos de nuestras
montañas para bifurcarse hacia los 4 brazos cardinales que apuntan nuestro
planeta. Bástenos también saber que nuestros ancestros fueron los grandes
maestros de los cuales hoy aprenden todos los alumnos de todas las latitudes
del país, y tal vez del mundo, a practicar civilmente la democracia. Bástenos
sentir un orgullo definido, palpitante y amplio al saber también que nuestra
tierra, la tierra de Tlahuícole, de Xicohténcatl, de Chichimecateutli, de Arrieta y
de Lira, fue y seguirá siendo sobre el cauce de los años, la cuna de la cultura
por haber sido el escenario principal, donde se encontraron cara a cara dos
culturas, dos civilizaciones distintas, representadas por el hierro español y el
barro autóctono, y que al fusionarse, dieron por resultado el nacimiento de una
nueva.

Bástenos saber también que esta, nuestra Tlaxcala, fue el horizonte de cuyo
fondo eternamente azul, nació la aurora del cristianismo, predicado por primera
vez en toda la América, desde el púlpito que aun se conserva en la hermosa
Catedral de la Asunción. Bástenos en fin, saber que este es el motivo de
nuestro orgullo, ”La heroica, imponderable y eterna Tlaxcala”, brillando
como el crisol de la religión, la cultura y la democracia en toda la América
Latina; sin dejar de recordar también a nuestros detractores, y a quienes
pretenden aparentar ser ignorantes de nuestras trascendencias, que también
en las entrañas de nuestra tierra se dio origen al nacimiento del primer ejército
mexicano, con las aguerridas huestes que encabezó Xicohténcatl Axayacatzin
para combatir al ejército español; y que fue también aquí, en Tlaxcala, donde
se abolió por primera vez en todo México la esclavitud 273 años antes que lo

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hiciera Miguel Hidalgo y Costilla en Valladolid, al concederse la libertad a todos
los esclavos indios que había en esta provincia, hacia el año de 1537.

Es necesario exigir a todos los tlaxcaltecas, a que ya no nos invada la


vergüenza cuando el mexicano de otra latitud nos quiera volver a colgar el
infundio de traidores; porque con educación, pero convencidos, debemos de
contestar así, claramente: ¡que quizá los traidores al final de cuentas no somos
nosotros, sino ellos!. Porque que se entienda bien: si hubo un acto reprobable
en la conquista, fue precisamente el de ellos mismos en la sangre de los
aztecas, quienes (demostrado ya está) doblegaron sus armas y permitieron que
los conquistadores españoles entraran fácilmente a la gran Tenochtitlán,
demostrando históricamente con esto, que no supieron mantener su suelo
contra el invasor español, ni tampoco contra sus enemigos los tlaxcaltecas; y
que en todo caso, nosotros al final, realmente fuimos ¡los que ganamos la
lucha!.

Tlaxcala nunca ha sido una nación. Más bien prehispánicamente debe


entenderse como una confederación indígena con sus raíces democráticas.
Sobre la erección de su provincia en estado, podemos decir que el 16 de enero
de 1824 presentó la comisión de constitución el dictamen que proponía que
Tlaxcala formara por si sola un estado de la federación y el 20 siguiente al ser
discutido lo impugnaron los diputados Covarrubias, Bárcenas y Carlos N. De
Bustamante; pero habiéndolo apoyado los diputados Guridi y Alcocer, y
González Caramuru finalmente fue aprobado. Tan grata nueva, fue recibida
con grandes demostraciones de jubilo por los descendientes de los viejos
republicanos y de la diputación provincial, interprete leal de los justos deseos
del pueblo que anhelaba la reivindicación de su patria y de su raza. Así,
podemos decir entonces, que será memorable para Tlaxcala el 20 de Enero de
1824, porque desde este día, datará la época de su prosperidad pública.

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