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Introducción
Para comenzar, es necesario destacar la innegable realidad actual en la que nos hemos
acostumbrado a manejar un campo semántico de conceptos, cuya comprensión se nos escapa
visiblemente. Modernidad y Posmodernidad pertenecen a este universo, en el que numerosos
pensadores continúan discutiendo sobre si somos privilegiados testigos de una nueva etapa, o
simplemente asistimos a la crisis de la anterior. Es en la torsión a la que sometemos nuestras reflexiones
y rizamos nuestros rizos, en la que nos encontramos al hablar de crisis de la modernidad. Pero, ¿qué
modernidad y qué crisis específicas? Hablaremos, pues, de cómo la extensión entera del siglo XX ha
contenido un pensamiento crítico sobre el coletazo final decimonónico; y de cómo esa visión
autorreflexiva se particularizó en la cultura argentina a través -en este caso- de Leopoldo Marechal.
El poeta mismo hace referencia a un tiempo no muy lejano en el que los pedestales vacíos
fueron completados con la racionalidad, la ciencia y los avances tecnológicos vestidos de dioses, en
donde se terminó de delinear el espejismo del progreso ilimitado como respuesta a los múltiples
interrogantes de la humanidad.2
Espejismo que comenzó a perder su visibilidad con el derrumbe de los trofeos de un futuro
que se convertía en un presente dramático y desdibujado. Esta criatura dio a luz una etapa marcada por
la fragmentación, la multiplicidad de significados y el relativismo; la mutación del individuo en
consumidor y una creciente apatía ética.
Santiago Kovadloff, filósofo y ensayista argentino (profesor honorario de la Universidad
Autónoma de Madrid), en Sentido y riesgo de la vida cotidiana sentencia: “La posmodernidad es la crisis
1 Filóloga (UCA). Máster en Gestión Cultural (UC3M) y Filosofía (UCM). Doctoranda del Departamento de
Antropología Social y Pensamiento Filosófico Español de la Universidad Autónoma de Madrid.
2 MARECHAL, Leopoldo. “Poema del Robot”, en Heptamerón. Buenos Aires: Sudamericana, 1966. Passim.
de la modernidad”, situándonos frente a la idea de que asistimos a la simple prolongación de esta
última; lo que se nos manifiesta como post sería entonces intra. “Que haya dejado la modernidad de ser
lo que en gran medida fue –hiperacionalista- no significa que haya inmolado la razón en el altar del
descrédito, ni que se haya extinguido con su propio exceso”, explica.
De este modo, una vez superado el Siglo de las Luces, muerto el positivismo redentor y
sepultadas “...las aspiraciones del progreso lineal en los campos de exterminio, no es la modernidad la
que ha muerto, sino sus configuraciones clásicas”, concluye Kovadloff. 3
Bien podría Marechal secundar estas afirmaciones, especialmente en su juventud vanguardista.
Sin embargo, con el correr de los años y con el desarrollo de su pensamiento y su poética, la conciencia
de una crisis profunda del mundo en general y del hombre en particular, lo guiará hacia una militancia
fervorosa en contra de la ciencia más deshumanizada y de la tecnología más vacua, de cuyos avances fue
entristecido testigo. Por consiguiente, de la esperanza ética y estética de las primeras décadas del siglo
XX, el poeta pasará a encarnar la necesidad urgente de la lucha por recuperar esa misma esperanza que
se había hecho añicos contra la muerte y la negación del ser.
3 KOVADLOFF, Santiago. Sentido y riesgo de la vida cotidiana. Buenos Aires: Emecé, 2004. pp. 74 y ss.
4 MARECHAL, Leopoldo. Heptamerón. Buenos Aires: Sudamericana, 1966. p. 27.
5 Para una biografía completa referimos a: MARECHAL, Leopoldo. “Memorias”, en Revista Atlántida, Nº 40, agosto 1970;
ANDRÉS, Alfredo. Palabras con Leopoldo Marechal. Buenos Aires: Carlos Pérez, 1968. Passim y MATURO, Graciela.
Marechal, el camino de la belleza. Buenos Aires: Biblos, 1999. pp. 25-33 y 255-276; entre otros.
nueva novela latinoamericana, calificada posteriormente por la crítica con una palabra inglesa: boom.6
Esta pretensión de orden va desde 1900 a 1970. Ahora bien, podemos decir con cierta razón que
Marechal se sitúa protagónicamente en la encrucijada de estas tres rupturas. Se inicia con aportes
modernistas, es un vanguardista convicto y confeso, y su obra narrativa dispara las dislocaciones que
configuran las innovaciones de la nueva novela latinoamericana.
No es casual que Julio Cortázar dedicara en 1949 una de las breves reseñas elogiosas a su
primera novela, Adán Buenosyares, cuyo punto neurálgico es el lenguaje. “Esta prosa inaugura una
nueva letra argentina. Estamos haciendo un idioma, mal que les pese a los necrófalos...”. 7 En estas
décadas, Marechal forma parte intermitente del grupo vanguardista denominado Florida (en
contraposición al grupo literario de Boedo) o, si se prefiere, Martín Fierro, identificando ambos grupos
en un proyecto colectivo que buscaba, según las palabras del poeta, “...no una estética común, sino una
voluntad renovadora, un imperativo de poner al día las letras y las artes de nuestra patria”. 8 Lo
acompañan en esta gesta intelectuales como Borges, Girondo, Lanuza, Bernárdez, Molinari, Mallea,
entre otros. Muchos de ellos se posicionarán de forma clara ante la irrupción y el desarrollo del
peronismo en los años que van del 43 al 55, lo que conllevará profundas consecuencias en el
pensamiento argentino del siglo XX.
Sus experiencias, que son muchas y variopintas, le permiten a Marechal configurar y
desarrollar su imago mundi que oscila, con los años, entre un desbordante vitalismo areligioso y un
humanismo cristiano-metafísico, según el cual el arte pone en evidencia lo dislocado, a través de la
introducción de una cuña, el humor, que genera las condiciones de posibilidad de una lógica “digna de
otro siglo”, ya que, “si en la modernidad son imposibles la epopeya, la metafísica y la trascendencia, el
arte que las practique generará una forma de humor crítico y paródico, y así una crítica al estado mismo
de cosas”.9
De este modo, el humanismo marechaliano que indaga en y por la palabra el sustrato
trascendente de la existencia, conduce la atención del poeta hacia el carácter concreto, específico e
histórico de los problemas humanos, abriendo su obra a una dialéctica visible de lo individual con lo
colectivo en dos niveles: la civilización humana y la comunidad nacional. Desde Adán Buenosayres
(1948), Marechal manifiesta, dentro y fuera de la ficción, una oposición férrea a lo que llama
6 CAVALLARI, Héctor. “Leopoldo Marechal: de la metafísica a la revolución nacional”. Revista Ideologies & Literature,
Universidad de Minnesota. Vol. II, Nº 9, enero 1979.
7 CORTÁZAR, Julio. “Adán Buenosayres”, en Revista Realidad. Nº 14, marzo-abril 1949.
8 Andrés, Alfredo. Op. Cit. p. 59.
9 Marechal, Leopoldo. “Claves de Adán Buenosayres”, en Cuadernos de Navegación. Buenos Aires: Sudamericana, 1966. p.
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“mentalidad burguesa en sus expresiones más nefastas”: el culto a la nada y al vacío, el carácter solipsista
y escéptico, el fetichismo de la ciencias parceladas y sus productos tecnológicos, la deformación
esteticista del arte, los escapismos de toda índole. El poeta destaca como base de dicha mentalidad, el
aspecto materialista del capitalismo, atacando de pasada al marxismo concebido como consecuencia del
pensamiento burgués.10
En su búsqueda, Marechal encuentra una figura que contendrá las condiciones de posibilidad
de una plenitud humana, desde cuya vitalidad se producirá la revolución esencial que reubique al
hombre en una armonía estética y ontológica con el mundo que lo cobija. El Hombre Nuevo nacido en
plena Edad de Hierro (la actual, según nuestro poeta) se contrapone al hombre robot que nuestra
modernidad en crisis ha dado a luz en los hornos de la industria. Este nuevo hombre es producto
asimismo, de la recuperación del equilibrio en tres ejes semánticos que traspasan el corpus marechaliano:
externo/interno, aparente/real, viejo/nuevo. Esta última dicotomía podría resolverse retornando a la
noción esencial de equilibrio, mediante la trasposición artístico-literaria del hombre armonioso con el
mundo y con sus potencias más profundas. En un ámbito teórico, dicha resolución podría darse en una
filosofía social basada en un justo equilibrio entre las fuerzas del capital, el trabajo y el Estado. Es decir,
es una armonía entre la conciencia y la realidad, la materia y el espíritu, la comunidad y el individuo.
El hombre nuevo se presenta, pues, como un nuevo Adán, ese Adán Buenosayres de su
primera novela que despertaba al mundo nombrando de nuevo las cosas que lo configuran. Este
nombrar-inventar al que aludimos, no es otro que el lenguaje de la belleza como trascendental. El poeta-
Adán, en un ejercicio de póiesis más profunda, se rehace como hombre para armonizar los esquemas
conceptuales que lo rodean y salir así de la Edad de Hierro.
En Meditaciones del Quijote, Ortega y Gasset dice que los grandes hombres españoles se
caracterizan por una psicología de adanes. “Goya es Adán, un primer hombre. Hombre sin edad, ni
historia, Goya representa, como acaso España, una forma paradójica de la cultura (…), la cultura en
perpetua lucha con lo elemental. En suma, cultura fronteriza”. 11 En España como posibilidad, nos dice
que en historia, vivir no es dejarse vivir, sino ocuparse muy seriamente del vivir como si fuera un
oficio.12 Y en Pasado y Porvenir del hombre actual, reza “Hemos llegado a un momento en el que no
tenemos otra solución que inventar, e inventar en todos los órdenes. No cabe proponer tarea más
deliciosa”.13
14 MARECHAL, Leopoldo. Descenso y ascenso del alma por la belleza. Buenos Aires: Vórtice, 1994. pp. 70 y ss.
15 Ibídem, p. 147.
16 Para una completa relación de las obras de Marechal, reunidas o no en sus Obras Completas, ver MATURO, Graciela.
Marechal, el camino de la belleza. (Bibliografía) Buenos Aires: Biblos, 1999.
obstáculos particulares de una modernidad dislocada; y c) el mundo como “laberinto” de esencias
simbólicas y congnoscibles, que a través de la belleza se expresa y recrea las configuraciones de un nuevo
hombre. De la interacción de estos tres campos surge, o puede llegar a surgir, el equilibrio entre las
esferas celeste y terrestre, fundamento de la armonía como expresión máxima de una libertad humana
posible y alcanzable.
Conclusiones
En Megafón o la guerra, Marechal dice lo siguiente de su protagonista: “Entendía que los
conflictos del hombre no son muchos en lo esencial y que se repiten a través de las edades con el mismo
común denominador pero con diferentes numeradores, encarnados en los mismos paladines angélicos o
demoníacos, aunque bajo formas distintas y muchas veces despistantes en su modernidad”. 17
Asimismo, en El poema del robot, nos canta:
El ingeniero de Robot; se dijo:
"Hagamos a Robot a nuestra imagen
y nuestra semejanza".
Y compuso a Robot, cierta noche de hierro,
bajo el signo del hierro y en usinas más tristes
que un parto mineral.
Sobre sus pies de alambre la Electrónica,
ciñendo los laureles robados a una musa,
lo amamantó en sus pechos agrios de logaritmos.
Pienso en mi alma: "El hombre que construye a Robot
necesita primero ser un Robot él mismo,
vale decir podarse y desvestirse
de todo su misterio primordial".18
En el ensayo Autopsia de Creso nos remonta a la historia económica del hombre, actualizando
la figura del homo oeconomicus que tiende a una peligrosa “mística de lo material” y a una difícil
“sacralidad de los beneficios del confort”.19
Estos textos nos muestran que la conciencia de crisis fue para nuestro poeta un sustrato
constante y visible en toda su obra (poética, narrativa y dramática, ficcional o no). Una preocupación
esencial caracteriza una búsqueda personal -que lo llevará hacia el cristianismo- y otra colectiva -que lo
20 Ortega y Gasset. “La Pampa... promesas”, en El Espectador IV (1936), O.C., 1983, pp 635-663.
21 Marechal, Leopoldo. “Descubrimiento de la Patria”, en Heptamerón. Op. Cit.
22 ANDRÉS, Alfredo. Palabras con Leopoldo Marechal. Buenos Aires: Carlos Pérez, 1968. p. 78.
23 Marechal, Leopoldo. “El poema del robot”, en Revista Americalee, Nº 17, 1966.