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Medito durante unos instantes en la presencia de Dios a mí alrededor y en mí. Dios creador del universo,
de la luna y las estrellas, de la tierra, de cada molécula, átomo, de todo lo que es y existe: Dios está en cada latido
de mi corazón. Dios está conmigo, ahora.
Libertad
Pido la gracia de creer en lo que podría llegar a ser y hacer si sólo le permitiera a Dios continuar su obra
en mí. Dejar que Él, quien me creó y me ama, continúe creándome, guiándome y dándome forma.
Toma de conciencia
El saber que Dios me ama sin condiciones, me permite ser honesto conmigo mismo/a. ¿Cómo ha sido mi
último día? ¿Cómo me siento ahora? Comparto mis sentimientos abiertamente con el Señor.
La Palabra
Dios nos habla a cada uno/a individualmente. Yo necesito escuchar para oír lo que me está diciendo. Leo
el texto varias veces; luego escucho.
Diálogo
¿Qué sentimientos surgen en mí al orar y reflexionar sobre la Palabra de Dios? Me imagino a Jesús mismo
sentado o de pie, cerca mío, y le abro mi corazón.
Conclusión
Si tienes algún problema para centrarte, acá tienes una serie de puntos que te pueden ayudar:
Intenta primero recordar lo que acabas de leer, si no lo recuerdas vuelve a re-leer el texto
una vez más.
Luego utiliza tu imaginación para recrear el lugar donde tuvo lugar el hecho, es decir, haz
una composición del lugar; si en una casa, si en el camino, si en el templo...
Finalmente concéntrate en cada una de las personas, escucha lo que dicen, observa lo que
hacen. Métete de lleno en la escena, como uno más del pueblo.
Si alguien te pidiera que dieses otro nombre para "Dios", podrías utilizar la palabra "Presencia", porque
eso es Dios. Cuando Moisés le preguntó a Yahvé cuál era su nombre, Yahvé le respondió: “Yo soy el que soy´, lo
cual significa ´Yo estoy presente´. Lo que Dios está diciendo realmente es : ´Yo estoy aquí, para ti´. Dios está
íntimamente presente en cada cosa, especialmente en cada uno/a de nosotros/as. El nombre de Jesús es el de
Emmanuel, que significa 'Dios con nosotros'. El evangelio de San Mateo termina con una afirmación maravillosa
Sepan que Yo estoy con ustedes siempre, sí, hasta el final de los tiempos.
Hay cosas que pueden ayudarte en esta parte de la oración:
1. Ejercicio corporal
2. Ejercicio de respiración
3. Ejercicio de escucha
4. Una oración
1. Ejercicio Corporal
Siéntate en tu silla, derecho/a pero cómodo/a, con la espalda apoyada. Deja que tu cuerpo se relaje (sin
echarse hacia delante ni hacia atrás), con los pies en el suelo delante tuyo y las manos descansando sobre los
muslos o en el regazo. Cierra los ojos o fíjalos en un punto concreto delante tuyo. Ahora deja que tu atención se
concentre en lo que vas sintiendo en tu cuerpo. Puedes empezar por los pies e ir subiendo, dejando que la
atención se fije, aunque sólo sea por unos instantes, en cada una de las partes del cuerpo que vayas recorriendo.
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Recuerda que siempre es mejor que tu atención se mantenga en una parte del cuerpo el mayor tiempo posible.
La atención está fija en 'cómo' te sientes, y no en la reflexión sobre tal sentimiento. Si no te sientes cómodo/a, o
si sientes una picazón, o lo mismo si quieres cambiar de posición, simplemente reconoce que te sientes
incómodo/a, asegúrate a ti mismo/a que estás bien, y sin moverte, sigue prestando atención a lo que sientes en
tu cuerpo.
Al hacer este ejercicio la mente raras veces nos deja en paz, sino que empieza a requerir nuestra
atención con comentarios y preguntas: Esto es una pérdida de tiempo. ¿Qué tiene que ver esto con la oración? ¿Es
una cosa hindú? ¿De qué me sirve? Con este tipo de preguntas y comentarios es bueno hacer lo que hicimos con
el picor: saber que están ahí y luego volver a cómo se está sintiendo mi cuerpo.
Si quieres cambiar hacia una oración más explícita puedes recitar repetidamente la frase de San Pablo,
"En Él me muevo, soy y tengo el ser. "
2. Ejercicio de Respiración
Este ejercicio supone concentrar toda tu atención en el sentimiento físico de la respiración, de inhalar y
exhalar, sin cambiar deliberadamente el ritmo de su respiración.
Pon toda tu atención en sentir el aire fresco al entrar por tu nariz y el aire caliente cuando lo echas hacia
fuera. Al principio puedes sentirte consciente de la respiración y darte cuenta de que ésta se hace irregular, pero
esto normalmente no suele prolongarse. Si te sucede y encuentras que te vas quedando sin respiración, entonces
este ejercicio por ahora no es para ti.
La mayoría de la gente encuentra que al hacer este ejercicio, su forma de respirar se hace más profunda
y lenta y empieza a sentirse adormilada. En sí, esta es una buena forma de relajarse, pero si tú buscas una forma
más explícita de orar, entonces deja que el respirar hacia dentro exprese todo lo que más deseas en la vida,
aunque en la práctica te parezca imposible; y deja que el echar el aire afuera exprese tu entrega total a Dios,
toda tu vida con sus preocupaciones, pecados, culpabilidad y pesares.
Es importante hacer esto sin juzgarte a ti mismo/a, sin aprobación ni desaprobación. Mantén la atención
fija en tu deseo de entregar todas estas preocupaciones, y no te agarres a ellas como si fueran una posesión de
gran valor.
3. Ejercicio de Escucha
Siéntete en una silla, derecho/a pero cómodo/a, con la espalda apoyada en un espaldar.
Ahora sólo haz caso de los sonidos que escuches, sonidos lejanos. Simplemente óyelos, no intentes
ni siquiera darles nombre....
Hazte consciente de los sonidos más ligeros, y luego de los sonidos que se hallan más cerca. Sólo
escucha, hazte consciente de ellos...
Y ahora escucha el sonido de tu propio corazón, un sonido bajo, que es el sonido de tu propia vida....
4. Una oración
Esta oración nos ayuda a ponernos a disposición de Dios. San Ignacio describe esta ´Oración Preparatoria'
como pedir la gracia para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en
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servicio y alabanza de su Divina Majestad (Ejercicios Espirituales [46]). Quizá puedas también utilizar estas
palabras (o las tuyas propias):
Es verdad que Dios está presente en cada detalle de nuestras vidas. Pero, ¿cómo empezamos a darnos
cuenta de su acción y de nuestra reacción?
Al terminar el día, sobre todo antes de acostarnos, la mente, sin esfuerzo consciente por nuestra parte,
suele presentarnos algunos de los sucesos del día tan vivamente que si el día ha sido particularmente activo
puede resultarnos difícil dormirnos. A veces nos encontramos reviviendo una discusión, pensando en las cosas
inteligentes y cortantes que podríamos haber dicho si hubiésemos sido más rápidos de genio, etc.
El Examen de Conciencia se basa en esta tendencia natural de nuestra mente. Éste puede ayudarnos a
ser más conscientes de la presencia de Dios y de su acción en nuestra vida diaria, a la par que nos permite estar
más atentos y sensibles a los momentos en que cooperamos con la gracia de Dios, y a los momentos en que la
rechazamos.
Tras la acción de gracias, el siguiente paso es rememorar los movimientos y los sentimientos interiores,
anotando, si es posible, que te llevó a ellos, pero nuevamente sin juzgarte a ti mismo/a. Estate con Cristo mientras
miras estos movimientos interiores y pídele que te muestre las actitudes que subyacen en ellos. Lo importante es
no analizar la experiencia, sino contemplar la presencia de Cristo y dejarle que nos muestre en qué momentos le
hemos dejado ser Él en nosotros y dónde lo hemos rechazado.
Agradécele por las veces que haz dejado que ´su gloria brille a través tuyo' y pídele perdón por las veces
que has rechazado su presencia. Él nunca nos rehúsa su perdón. Conoce nuestras debilidades mejor que nosotros
mismos/as. Sólo tenemos que mostrárselas y Él puede transformar nuestra debilidad en fuerza. Podemos concluir
con una breve oración, que además mire hacia el día siguiente y pida la ayuda de Dios.
Ayúdame a que en este día venidero reconozca tu presencia en mi vida, para que me abra a Ti. Para que Tú obres
en mí, para tu mayor gloria. Amén.
Escucha de la Palabra
Lee el pasaje, despacio, varias veces, y observa si hay alguna palabra o frase que te llame la atención.
Quédate con esa frase cuanto tiempo quieras y después puedes dirigir tu atención a otra frase.
Este proceso es parecido a cuando chupamos un caramelo. No intentes analizar la frase, de la misma
manera que normalmente no se rompe un caramelo y se analiza para ver su composición química antes de
saborearlo.
A menudo alguna frase capta la atención de nuestro subconsciente mucho antes de que nuestra mente
consciente se dé cuenta del por qué de esta atracción. Por eso se recomienda permanecer con la frase el mayor
tiempo posible, sin intentar analizarla.
Quizá yo me encuentre con toda clase de distracciones en mi cabeza, pero algunos pensamientos, lejos
de ser distracciones, pueden llegar a ser materia de oración. Es como si la frase de la Escritura fuera iluminadora
de todo el caudal de mi conciencia, con mis pensamientos, recuerdos, reflexiones, sueños, esperanzas,
ambiciones, miedos... Y yo oro con esta mezcla de la Palabra de Dios con mis pensamientos y mis sentimientos
más profundos.
Al intentar orar de este modo, puede pasar que la mente se llene de preguntas y de aparentes
distracciones. ¿Cómo sé yo que no me estoy engañando? ¿Cómo saber que estas palabras son verdad, que Dios
realmente se me comunica a través de ellas? ¿Realmente tengo fe en Dios? Estas son preguntas válidas, pero de
momento vamos a dejarlas de lado.
Cuando un niño está asustado de noche, su madre va, lo levanta en sus brazos y le dice: 'No pasa nada',
y el niño poco a poco se tranquiliza. Pero si tiene un niño prodigio entre las manos que le contesta: Mamá, ¿pero
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qué razones epistemológicas tienes, y qué se asume metafísicamente en esa frase, y qué evidencia empírica se
puede añadir para apoyar este caso?, entonces la madre tiene un gran problema entre sus brazos. En la oración
muchas veces somos como ese niño imposible, nos negamos a escuchar a Dios hasta que hemos medido y
sopesado los criterios que se nos ofrezcan por respuesta. Primero nos comunicamos con él en nuestro corazón. El
corazón no está falto de sentido: tiene razones, mucho más profundas de lo que podemos percibir a primera vista
con nuestra mente consciente.
Tras haber dejado de lado estas preguntas, ¿qué hago yo con todas las demás que inundan mi mente?
Puede que empiece a preguntarme si me he dejado el gas encendido, o recuerdo que se me ha olvidado enviar un
E-mail. Si es urgente, como lo del gas, lo más seguro es ir a comprobarlo. Con otro tipo de cosas que pueden
esperar, quizás sea mejor anotarlas para más tarde. Todo lo demás que nos venga a la mente, lejos de ser una
distracción, puede ser materia de oración.
El primer verso de la Biblia, La tierra era un enorme vacío, había oscuridad en lo profundo y el Espíritu de
Dios se mecía sobre las aguas, no describe un acontecimiento pasado, sino la realidad presente; por eso, cuando
oro desde la Escritura estoy dejando que el Espíritu de Dios se mezcle sobre el caos y la oscuridad que hay en mi
ser.
Cuando dejo que la Palabra de Dios se mezcle sobre mis preocupaciones, entonces puede ocurrir algo
imprevisible, porque Dios es el Dios de las sorpresas. Entonces, es importante no esconder mi caos interior ni a la
Palabra de Dios ni a mí mismo/a. Estamos tan mal acostumbrados/as que pensamos que no está bien dejar que los
sentimientos negativos entren en nuestra oración, especialmente si estos sentimientos negativos son referentes a
Dios. Tenemos que dejar a un lado esa costumbre y poder expresar libremente nuestros pensamientos y
sentimientos ante Dios, confiando en que Dios es lo suficientemente grande para aguantar nuestros enfados. No
tiene sentido disimular ante Dios que me conoce mejor que yo a mí mismo/a.
No hay pensamiento, sentimiento o deseo en ti que no pueda hacerse materia de oración a la luz de la
Palabra de Dios, ya que sabemos que Dios ama el caos en nosotros y que su Espíritu, que obra en nosotros, es
capaz de hacer más de lo que uno puede pensar o imaginar.
Imagínate que ves a Jesús sentado a su lado. Al hacer esto estás poniendo la imaginación al servicio de tu
fe. Jesús no está aquí de la forma que tú te lo imaginas, pero ciertamente está aquí y tu imaginación te ayuda a
hacerte consciente de ello. Ahora háblale a Jesús... Si no hay nadie alrededor, háblale con voz suave... Escucha
cómo te responde Jesús, o lo que tú te imaginas que te dice... Esta es la diferencia entre pensar y orar. Cuando
pensamos, generalmente hablamos con nosotros mismos. Cuando oramos, hablamos con Dios. (Anthony de Mello
SJ, Sadhana ps 78-79)
San Ignacio llama ´coloquio´ a esta conversación y dice: "el coloquio se hace propiamente hablando así
como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor, cuando pidiendo alguna gracia, cuando culpándose por algún
mal hecho, cuando comunicando sus cosas y queriendo consejo de ellas..." En el coloquio debemos conversar y
pedir según la materia de nuestra oración, esto es según yo me sienta tentado o consolado, según yo desee
poseer una virtud u otra, o disponerme de una manera u otra, o experimentar dolor o alegría sobre la materia que
estoy contemplando. Y finalmente debo pedir aquello que más ardientemente deseo con relación a materias
concretas. (Ejercicios Espirituales [54], [199])
Quizá le ayude tener en su pantalla alguna de estas imágenes: un icono de Cristo, un Crucifijo o una
imagen de Cristo Resucitado.
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