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OPINION
TRIBUNA LIBRE
Las mujeres afrontan hoy en España -como en tantos lugares del mundo- una
violenta oleada criminal de ataques y asesinatos.La idea más común es que la
libertad e independencia de las mujeres es uno de los factores determinantes
de la agresión, pero no es ése el meollo de la cuestión. Los hechos son más
bien que algunos hombres atacan y matan a algunas mujeres. Incluso el hecho
de que los hombres lo hagan porque sientan que está en peligro su tradicional
condición de superioridad no debe interpretarse como que es la independencia
de las mujeres lo que está causando el problema. Es necesario poner al día esa
mentalidad anticuada -en ocasiones, considerada romántica y glorificada en
películas, novelas y medios de comunicación- que aún define a la masculinidad.
¿Cómo habría que castigar a los hombres que agreden a las mujeres? En Nueva
York surtió unos efectos saludables el que frecuentemente se viera a los
hombres en el momento de ser arrestados mientras la policía respondía a
llamadas rutinarias que denunciaban casos de violencia doméstica y que se
viera cómo a esos hombres les ponían unas esposas y la policía se los llevaba
detenidos. Los índices de violencia descendieron.
Antes que nada, me gustaría dejar claro que la alternativa a una sociedad
basada en los valores de la familia no es una sociedad pornográfica.
Personalmente, no estoy en contra de los valores familiares per se, pero
entiendo como familia el grupo tradicional del padre-dueño-y-señor y las
mujeres-a-su-servicio, sino más bien un grupo de amor en el que tanto el
hombre como la mujer colaboran el uno con el otro en la medida de sus fuerzas
y se dan mutuamente amor y apoyo.
Quizás sean las presiones que hay sobre mujeres y hombres para adoptar la
fórmula adecuada del matrimonio y sentirse satisfechos con ella la causa de
este incremento de la violencia y de los asesinatos. Es más, yo diría que la
violencia no es tanto el resultado de la mayor independencia de las mujeres
como el resultado del clima actual de presión social que, por un lado, insiste en
que las mujeres han de ser unas buenas esposas y unas buenas madres y
aceptarlo todo y, por otro, de esa presión para que los hombres se ocupen de
todo y sean los que manden.
Los defensores de los valores de la familia suelen cerrar los ojos ante hechos
como que la familia siempre ha llevado implícita la violencia doméstica y que el
divorcio fue algo generalizado en otros tiempos.
La mención del consumismo y las drogas trata de conectar con esas personas
que se sienten profundamente inquietas e inseguras, que tienen la sensación
de que a su alrededor están retrocediendo los valores del amor y del cariño,
como por ejemplo lo sienten las personas que afrontan una dinámica de cambio
en sus familias, personas que es posible que sean susceptibles a esos
argumentos irracionales porque se sienten desgraciadas en una sociedad como
la de hoy, en la que imperan los fríos valores del mercado y en la que parece
exigirse a los individuos que sean productivos.
Porque son muchas las personas que creen que Occidente ha degenerado hasta
corromperse, que las mujeres son demasiado libres y que se guían
exclusivamente por el dinero, que las relaciones sexuales son demasiado
fáciles, que en estos tiempos las mujeres deberían volver a quedarse en casa.
Por supuesto, la sociedad siempre ha preferido las explicaciones fáciles.
La pornografía, por ejemplo, no tiene nada que ver con la libertad de la mujer.
En su mayor parte, los que controlan y los que dirigen el negocio de la
pornografía son hombres y, de hecho, la pornografía representa valores de
otros tiempos en los que las mujeres no son más que perversas tentaciones
sexuales o madres ejemplares en el hogar. La pornografía reafirma la visión
demoniaca de la sexualidad femenina que tan extraordinariamente ha hecho
sufrir en el pasado tanto a mujeres como a hombres. Con el pretexto de que
versa sobre la nueva libertad sexual, la pornografía pretende sojuzgar a las
mujeres aún más que antes, al tiempo que justifica la violencia de los hombres
sobre las mujeres.
Las mujeres no han sido las creadoras de la revolución sexual, como dicen los
obispos españoles, ni de la actual pornografización de tantos sectores de la
sociedad, desde el arte a la publicidad.Echar sobre ellas la culpa de su
independencia no tiene lógica.Antes al contrario, en general las mujeres se han
movido por sus derechos, no en demanda de pornografía o de libertad sexual.
La solución no pasa por que las mujeres se vuelvan más dóciles y obedientes.
Eso fue lo que probaron a hacer los judíos en Alemania antes de que los
exterminaran, convencidos de que seguramente, si demostraban que se
estaban adaptando, terminarían por ser aceptados. Y sin embargo no lo fueron:
los eliminaron. La solución está por el contrario en que desaparezcan los
valores de la familia tradicional.
La enseñanza que todos nosotros podemos sacar de esto es que cada individuo
tiene un gran valor, el valor de ser quien es: los hombres no necesitan dominar
a las mujeres para que se les reconozca ese valor y las mujeres no necesitan
dedicarse a una familia tradicional ni tener hijos para ser valoradas.
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