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AMARTYA SEN: ÉTICA Y ECONOMÍA

La ruptura con el bienestarismo y la defensa de un consecuencialismo amplio y pluralista

Andrés Hernández

Profesor del CIDER e Investigador de Reunirse.


Resumen

Hernández, Andrés. “Amartya Sen: ética y economía”, Cuadernos de Economía, v. XVII, n.


29, Bogotá, 1998, páginas ¿?-¿?.

Este ensayo presenta dos aportes de Amartya Sen a las discusiones sobre ética y economía.
Primero, su ruptura con la ética utilitarista y bienestarista —fundamento de la economía
normativa— y su llamado a modificar la métrica de la utilidad, único ‘ámbito de
información’ que estas tradiciones normativas usan para juzgar el bienestar individual y
social, es decir, las oportunidades de las personas, el impacto de las políticas públicas
y el éxito de las organizaciones sociales. Segundo, su propuesta de un esquema de
valoración que trascienda la concepción estrecha del utilitarismo, que no caiga en el
relativismo ético y que incorpore el análisis de los derechos y las libertades reales sin
acoger el razonamiento moral deontológico. Con ello, se muestra que una de sus mayores
contribuciones a la economía normativa es su esfuerzo por elaborar un marco de evaluación
moral pluralista y consecuencialista (basado en las consecuencias) que abandone el
criterio de utilidad, permita evaluar el grado de libertad real de las personas y admita
la posibilidad de una moral ‘objetiva’ sensible a los planes de vida de los individuos y
al cumplimiento o incumplimiento de sus derechos.

Abstract

Hernández, Andrés. “Amartya Sen: Ethics and Economics”, Cuadernos de Economía, v. XVII,
n. 29, Bogotá, 1998, pages ¿?-¿?.

This essay presents two contributions of the Amartya Sen to the debates over ethics and
economics. First, his break with utilitarianist and welfarist ethics —the foundation of
normative economics— and his call to modify the metrics of utility, the only ‘field of
information’ that these normative traditions use to judge individual and social
welfare, that is, people’s opportunities, the impact of public policies and the success
of social organizations. Second, his proposal for a valorization scheme that transcends
the narrow conception of utilitarianism, which does not fall into ethical relativism
and which incorporates the analysis of real rights and freedoms without taking refuge
in deontological moral reasoning. With that, he demonstrates that one of his greatest
contributions to normative economics is his effort to construct a framework for
pluralist and consequentialist (based on consequences) moral evaluation, which abandons
the criterion of utility, allows the evaluation of the level of people’s real freedom,
and admits the possibility of a moral ‘objective’ sensitive to the life plans of
individuals and to the achievement or fail of their rights.

EL PROBLEMA

Este artículo comenta las limitaciones que Sen encuentra en el utilitarismo y en los ‘enfoques
bienestaristas’ cuando se usan para juzgar las ventajas de las personas,1 y expone sus argumentos en

1Para las teorías bienestaristas, “la única consideración pertinente para la asignación de bienes a los individuos es el
modo en que afectan el bienestar o la utilidad —estos términos se utilizan aquí como sinónimos— de los individuos”
[Elster 1994, 225]. Para los enfoques bienestaristas, por tanto, la bondad de los estados sociales debe juzgarse sólo en
función de la utilidad que las personas obtienen en tales estados. Las teorías del bienestar cardinal y ordinal son sus
variantes más importantes.
2 CUADERNOS DE ECONOMÍA 29
favor de una valoración moral consecuencialista más amplia.2

Sen sostiene en varios escritos que la ética utilitarista y el razonamiento moral bienestarista son
enfoques limitados e inadecuados para la valoración ética debido a las restricciones informacionales
que imponen a la hora de juzgar los intereses y ventajas de las personas.3 Pese a que han
desarrollado todo un arsenal técnico para medir y calcular el bienestar, esas visiones han avanzado
muy poco en una elaboración más amplia del bienestar en cuanto mantienen la concepción estrecha
de los seres humanos y de sus sentimientos de la tradición utilitarista [Sen 1985, cap. 1; 1987, cap. 2;
1997, 39-107; y Hahnn y Hollis 1986, 6].

También afirma que su predominio en la economía normativa ha empobrecido la valoración moral


consecuencialista, pero considera que la solución no es abandonar esta línea de argumentación y
acoger el razonamiento deontológico. Rechaza la ética utilitarista y bienestarista sin acoger las
teorías morales deontológicas basadas en los derechos y las libertades, y dedica sus esfuerzos a
elaborar un análisis consecuencialista que incorpore el cumplimiento y el incumplimiento de los
derechos y las libertades en la evaluación de los estados sociales y de las acciones institucionales, y
que admita la relatividad del evaluador al juzgar los resultados, es decir, que reconozca que
personas diferentes evalúan en forma diferente un mismo estado de cosas.

Considera posible una valoración moral consecuencialista que reconozca que la libertad y los
derechos tienen importancia intrínseca en la vida de las personas. Cree en la necesidad de una
evaluación basada en las consecuencias, que incluya los valores del agente, es decir, que acepte que
la posición del agente debe ser incluida en la valoración de los estados. También cree posible una
valoración consecuencialista que acepte que las ventajas de las personas deben ser juzgadas por la
amplitud y extensión de la libertad de que gozan y no sólo por los bienes que poseen o por la
utilidad que les proporcionan.

Este ensayo se refiere, entonces, a dos debates abiertos por Amartya Sen: el primero, relacionado con
el bienestar o utilidad como dimensión pertinente para la evaluación moral; y el segundo, con la
valoración moral consecuencialista como razonamiento moral superior al deontológico. En la
primera sección se reconstruyen los argumentos que cuestionan la validez y la pertinencia de las
corrientes utilitaristas y bienestaristas como enfoques para valorar las ventajas personales, el éxito
de las organizaciones sociales y la bondad de las políticas públicas. En la segunda se exponen
algunas razones que muestran la superioridad de la argumentación moral consecuencialista frente a
la deontológica.

Para Sen, el enfoque bienestarista y el enfoque deontológico basado en restricciones —que trata los

2 En teoría moral hay dos procedimientos básicos de fundamentación: el consecuencialista, que evalúa la bondad de
una acción o de una institución por sus consecuencias, y el deontológico, que evalúa un estado de cosas o una acción
por los principios que encarna o lo inspiran. Por ejemplo, una defensa deontológica del mercado no invoca los
resultados benéficos del mercado y no apela a la eficiencia, sino que acude a ciertos principios, como la libertad, y
afirma que la mejor cristalización de estos principios es el mercado. Las teorías deontológicas de la justicia se limitan
a establecer un conjunto de procedimientos y restricciones cuya observancia haría justa a una sociedad,
independientemente de los resultados [Ovejero 1994, 17].
3 A grandes rasgos, Sen distingue dos formas de ver los intereses de una persona y la satisfacción de sus intereses, a

los que llama ‘bienestar’ y ‘ventaja’, respectivamente. El bienestar se refiere a los logros de la persona, a qué tan bien
está realmente; la ventaja, a sus oportunidades en comparación con otras personas. Las oportunidades no se juzgan
sólo por los resultados que ésta logra y, por ende, por el nivel de bienestar que alcance. De modo que la libertad para
alcanzar el bienestar es más cercana al concepto de ventaja que al bienestar propiamente dicho [Sen 1985, cap. 1].
SEN: ÉTICA Y ECONOMÍA 3

derechos como restricciones a las acciones y considera que estas restricciones no se deben violar
aunque su violación lleve a estados mejores — son inadecuados e insuficientes porque niegan que el
cumplimiento o el incumplimiento de los derechos deben formar parte de la evaluación de los
estados de cosas y se pueden usar para analizar las consecuencias de las acciones [Sen 1982b, cap. 1].

En particular, critica los enfoques deontológicos que no consideran las consecuencias en la


valoración de las acciones, cuyas visiones de los derechos son más estrechas o cuestionables, como la
teoría de la justicia de Nozick, una teoría de títulos basada en una serie de derechos de propiedad,
transferencias y rectificación que juzga correctos los resultados (independientemente de que sean
justos o injustos) si se respetan las reglas de propiedad y transferencia. Más en general, critica todos
los enfoques deontológicos que imponen restricciones inflexibles a las acciones sin importar las
consecuencias y resultados de dichas acciones. Se pregunta, por ejemplo, si la distribución de
posesiones sería moralmente aceptable aunque tuviera consecuencias desastrosas y considera
inadmisible una respuesta positiva. Los enfoques deontológicos que rechazan la incorporación del
análisis de los efectos en el razonamiento moral —como el de Nozick— se diferencian de otras
teorías deontológicas, como la de Rawls, para quien es necesario:

señalar que las teorías deontológicas se definen como no teleológicas, es decir, no como teorías que
caractericen la corrección de las instituciones y de los actos independientemente de sus consecuencias. Todas
las doctrinas éticas dignas de atención toman en cuenta las consecuencias al juzgar la corrección. Si alguna
no lo hace así, sería irracional [Rawls 1979, 48].

Así, aunque Rawls se inscribe en la tradición deontológica, cree que para que una doctrina ética sea
aceptable, debe tomar en cuenta las consecuencias al juzgar los principios y las acciones. Su teoría
considera las consecuencias; por ello, lo que Sen cuestiona en Rawls es la métrica que propone para
juzgar el bienestar de las personas: los bienes básicos.4

¿ES EL BIENESTARISMO ADECUADO PARA LA VALORACION MORAL? DEFICIENCIAS


DEL BIENESTARISMO Y DE LA ÉTICA UTILITARISTA

Una de las contribuciones de Sen a la economía normativa y a la filosofía moral es la crítica que hace
a los enfoques utilitaristas y bienestaristas: que han empobrecido el razonamiento moral
consecuencialista, el cual constituye el fundamento de la economía normativa y de las teorías de
evaluación económica y social bienestaristas. En esta sección se intenta reconstruir algunos de los
argumentos que lo llevan a concluir que tales enfoques son inadecuados, insuficientes y poco
pertinentes para la valoración moral y económica.

¿La principal debilidad de la ética utilitarista y bienestarista es la imposibilidad de realizar


comparaciones interpersonales de utilidad?

La tradición económica del bienestar ordinal rechaza el supuesto utilitarista de la posibilidad de


hacer comparaciones interpersonales de bienestar. Su principal crítica al utilitarismo consiste en
afirmar que no es posible medir con una misma escala la utilidad que individuos diferentes
atribuyen a opciones diversas. Puesto que no se puede medir la intensidad de la utilidad que las

4 Debo a Jorge Iván González la sugerencia de esta aclaración sobre los enfoques deontológicos.
4 CUADERNOS DE ECONOMÍA 29
personas atribuyen al consumo de bienes y servicios, para la economía ordinal es también imposible
hacer comparaciones interpersonales de utilidad al evaluar moral y económicamente los estados
sociales resultantes del intercambio económico y de las acciones del gobierno.

Igual que los teóricos de la economía del bienestar ordinal, Sen juzga inadecuada la tradición
utilitarista clásica porque se fundamenta en dos creencias falsas: el supuesto de que cualquier placer
o utilidad se puede medir y cuantificar, y la creencia en que los placeres se pueden valorar y
comparar de acuerdo con sus intensidades respectivas. Coincide con la teoría ordinal en la tesis de
que una gran debilidad de la ética utilitarista es la imposibilidad de obtener la información necesaria
para hacer comparaciones interpersonales de utilidad, por cuanto es imposible medir las
intensidades de utilidad que los individuos experimentan con el consumo de los diferentes bienes y
servicios [1997, 46-48]. Pero se distancia de la teoría ordinalista en dos aspectos: el primero, es que a
diferencia de ella, da importancia a las comparaciones interpersonales cuando se juzga el impacto de
las políticas públicas y se elige la política económica; y, además, la critica afirmando que el rechazo
a la posibilidad de realizar comparaciones interpersonales empobrece aún más la ética bienestarista
y la argumentación consecuencialista.5 Sen considera que si se cambia la métrica de bienestar de las
personas (abandonando las preferencias como métrica valida) es posible introducir comparaciones
interpersonales.

Afirma, además, que si bien es válida la tesis de que es imposible hacer comparaciones
interpersonales de manera ‘científica’ sin que intervengan los juicios de valor, también ha llevado a
que muchos economistas creyeran, erróneamente, que la ética y los valores no son más que
proposiciones ‘sin sentido’ o ‘absurdas’ y que deben ser desterradas de la economía normativa.
Considera que este recelo a utilizar la ética en la economía ha encerrado a la economía del bienestar
en una caja demasiado estrecha y ha afectado los resultados de la economía predictiva, por cuanto
no permite que las ideas de la economía del bienestar influyan en ella, dado que supone que el
comportamiento humano sólo se basa en el egoísmo, sin que sea afectado por consideraciones éticas
[Sen 1987, cap. 2].

En cuanto defiende la necesidad de las comparaciones interpersonales, rechaza la solución de la


economía del bienestar ordinal de remplazar la métrica de la ‘utilidad cardinal’ por la métrica de las
‘preferencias ordinales’ para juzgar el bienestar de las personas. Y propone una nueva métrica para
juzgar el bienestar y hacer comparaciones interpersonales: las realizaciones, funcionamientos y
capacidades de los individuos.6

También se distancia de las teorías ordinalistas en que no comparte la tesis de que la imposibilidad
de hacer comparaciones interpersonales es la principal y mayor debilidad de la ética utilitarista.
Aceptar que ésta es su mayor debilidad significa ignorar y no cuestionar las restricciones
informacionales que impone el concepto de utilidad —independientemente de cómo se lo defina:
placer, felicidad, satisfacción de preferencias— al evaluar el bienestar y los intereses de las personas.
Considerar que las preferencias de los individuos son la métrica correcta para evaluarlos implica
adoptar una visión muy pobre y estrecha del bienestar, y lleva a ignorar muchos aspectos
relevantes.

5 Sen dice que a pesar del ataque que Lionel Robbins dirigió contra las comparaciones interpersonales en la década de
los treinta “estaba más interesado en mostrar que las comparaciones interpersonales no pueden hacerse
‘científicamente’, que en afirmar que tales comparaciones no tienen sentido por el hecho de ser comparaciones
‘normativas’ o éticas” [Sen 1987, 48-49].
6 En este ensayo no se expone la propuesta de Sen, tan sólo se presenta su crítica a la ética utilitarista y bienestarista.
SEN: ÉTICA Y ECONOMÍA 5

¿El problema de los gustos ofensivos y caros es la principal limitación de la ética utilitarista?

Una de las objeciones de Rawls al utilitarismo y al bienestarismo, que se conoce como crítica de los
gustos ofensivos, dice que la principal limitación del utilitarismo es su falta de respeto por los
individuos cuando se juzga el bienestar social. Para el utilitarismo clásico, una persona no es valiosa
y digna de protección por derecho propio; es, más bien, sólo una “gota en el océano de la utilidad
social” [Elster 1995, 239]. Respecto al utilitarismo, Rawls afirma que:

Al calcular el balance máximo de satisfacción, no importa —excepto indirectamente— cuál sea el objeto de
su deseo. Debemos organizar las instituciones de modo que obtengamos el mayor total de satisfacciones; no
hacemos preguntas acerca de su origen o cualidad, sino sólo cómo afectaría su satisfacción el total de
bienestar... Así, si los hombres obtienen placer discriminándose mutuamente, o sometiendo a los demás a un
grado menor de libertad como medio para aumentar su propia estima, entonces debemos considerar la
satisfacción de estos deseos en nuestra deliberación junto con los demás, valorándolos según su intensidad u
otro criterio [Rawls 1971, 30-31].

De ese modo, Rawls dice que la mayor debilidad del utilitarismo es la de considerar válidos, para la
maximización del bienestar social, a los ‘gustos ofensivos’, como por ejemplo al placer de las
‘privaciones ajenas’. Y sostiene que la satisfacción de una persona cuando discrimina a otras no debe
ser equiparada a otras satisfacciones en el cálculo de la justicia. Desde el punto de vista de la justicia,
ese placer merece ser condenado. Por esta limitación, la ética utilitarista queda conceptualmente
incapacitada para distinguir entre deseos legítimos e ilegítimos.

Sen, por su parte, afirma que si bien este argumento es válido contra el utilitarismo y contra la
suficiencia de la información sobre la utilidad para hacer juicios morales —y, por ende, contra el
bienestarismo en general— utiliza “un principio innecesariamente fuerte”; y cree posible rechazar el
bienestarismo aun en el caso de que se acepte que los placeres de la ‘privación ajena’ no sean
intrínsecamente malos y ni siquiera se tengan en cuenta. Aun en este caso, se puede rechazar el
bienestarismo a partir de la crítica planteada por la teoría ordinalista: la falta de paridad entre las
distintas fuentes de utilidad o la imposibilidad de realizar comparaciones interpersonales de
utilidad [Sen 1988, 146].

En suma, Sen considera válida la crítica de Rawls al utilitarismo por su menosprecio de los derechos
humanos y las responsabilidades y compromisos personales,7 pero sostiene que el bienestarismo
tiene deficiencias aún mayores.

7 Rawls tiene otras dos grandes divergencias con el utilitarismo: primera, en vez de la ‘utilidad’, propone como eje de
valoración de las ventajas individuales a los ‘bienes primarios’, que para él son condiciones contextuales y medios
necesarios para conformar una concepción del bien y buscar su realización. Con esta métrica, las personas poseen el
“poder moral de tener una concepción del bien” y son “agentes racionales de construcción”; a diferencia del
utilitarismo, Rawls piensa que los individuos son responsables de modificar y ajustar sus fines y preferencias una vez
disponen de los bienes primarios. Segunda, el principio de diferencia se ocupa de la distribución de los bienes
primarios mientras que el principio de maximización de la utilidad no se ocupa de la distribución del bienestar sino
de su medición, sin importar cómo se distribuye. Rawls centra la atención en la suerte de los más desfavorecidos, a
los que se debe asegurar la igualdad de oportunidades. Esta prioridad hace que su teoría sea intuitivamente más
aceptable que el utilitarismo [Van Parijs 1993, cap. 3].
6 CUADERNOS DE ECONOMÍA 29
La principal limitación del bienestarismo: las restricciones informacionales

Para Sen, la mayor limitación del bienestarismo proviene de adoptar la métrica de la ‘utilidad’ como
único “ámbito de información moral” para evaluar las ventajas de las personas, la justicia de las
instituciones y la bondad de las políticas públicas. Esta métrica impone restricciones al uso de
información distinta del placer, la felicidad y la satisfacción de los deseos cuando se juzga el
provecho de las personas y se valoran las consecuencias de las acciones institucionales. La mayor
limitación normativa de estos enfoques proviene, entonces, de su metodología ‘monista’, que define un único
‘ámbito de evaluación’: el bienestar o la utilidad. La imposición arbitraria de esta metodología
excluye muchos aspectos importantes en la vida de las personas.

Como se muestra a continuación, esta uniformidad valorativa es común a todas las corrientes y
variantes del utilitarismo y del bienestarismo: para el utilitarismo clásico, el bienestar agregado —o
utilidad total— es el criterio principal para juzgar la bondad de las políticas y el éxito de las
instituciones sociales; la suma de las utilidades individuales mide el bienestar social y los estados
sociales alternativos se ordenan según el valor de esa suma. Para esta tradición, el ‘ámbito de
evaluación’ pertinente para las comparaciones interpersonales es la utilidad y el criterio de elección
entre estados y políticas es ‘la maximización de la utilidad del mayor número’. La importancia de
otros valores, como la igualdad o la libertad, es sólo instrumental, se deriva de la maximización del
bienestar social y queda subordinada a la utilidad como ‘ámbito de evaluación’ o información
moralmente relevante.

Por su parte, la economía del bienestar ordinal —que abandona las comparaciones interpersonales
de utilidad— también supone la uniformidad descriptiva de lo que se valora, pese a que propone
nuevos criterios de elección social: el óptimo de Pareto, los test de compensación y las funciones de
bienestar social. Todos ellos se definen en el ‘espacio de las utilidades’, ignorando así los ámbitos de
las ‘oportunidades’, las ‘libertades’ y los ‘derechos’. También ignoran otros aspectos morales
relevantes en la vida de las personas a la hora de hacer elecciones sociales, como la autonomía y la
autoestima.

El criterio de Pareto como norma de la optimalidad social es una estrategia que lleva al extremo la
lógica utilitarista y, con ella, la estrecha y pobre concepción para valorar las ventajas de las personas
en función exclusiva de la utilidad que les deparan los bienes que consumen.8 El criterio de Pareto,
como toda la tradición utilitarista, supone que el único ámbito de valor relevante para las
evaluaciones económicas y sociales es la utilidad individual. La idea de que el óptimo social exige el
óptimo de Pareto se basa en la idea de que si un cambio es provechoso para cada individuo —en
cuanto aumenta su utilidad— es bueno para la sociedad, para el bienestar social. Así, cuando se
cuestiona la identificación del provecho y de la ventaja personal con la ‘utilidad’, el criterio de
Pareto pierde su carácter de condición necesaria para la optimalidad social [Sen 1987, cap. 2].

En este contexto, se puede afirmar que la uniformidad valorativa que asume la ética paretiana como
criterio de elección y ordenamiento social constituye una limitación importante que se suma a las

8 “Se puede considerar que, por sí mismo, el criterio paretiano sólo se refiere a un aspecto concreto del bienestar
basado en la utilidad, a saber, una ordenación unánime de las utilidades individuales debe ser adecuada para la
ordenación social global de los respectivos estados. De hecho, el empleo práctico del criterio de Pareto va más allá del
bienestar basado en la utilidad y abarca también al consecuencialismo, ya que se requiere que todas las elecciones de
acciones, instituciones, etc., satisfagan la optimalidad de Pareto, de forma que el consecuencialismo se exige de forma
implícita, pero firme” [Sen 1989, 57].
SEN: ÉTICA Y ECONOMÍA 7

demás críticas que se le han hecho. Sen, igual que otros críticos del óptimo de Pareto, muestra las
limitaciones de este criterio para definir el óptimo social. Afirma que es muy limitado para valorar
el óptimo social en la medida en que centra completamente la valoración en la utilidad sin prestar
atención a las consideraciones distributivas.9 Reconoce, sin embargo, que al oponerse a las
comparaciones interpersonales e imponer como regla única de elección social el ‘óptimo de Pareto’,
la tradición ordinalista obtuvo un resultado tan interesante como el de la formulación de los dos
teoremas de la economía del bienestar; pero que a pesar de este éxito y de su importancia general, el
su contenido ético es escaso.10

De esa manera, Sen introduce una innovación a las críticas usuales al óptimo de Pareto como criterio
de elección social, y destaca las que cuestionan la uniformidad valorativa que éste asume a la hora
de juzgar el bienestar individual y social. La importancia del planteamiento de Sen consiste,
entonces, en que advierte que muchas de las disputas sobre la validez y la pertinencia de la
eficiencia paretiana como condición necesaria para la optimalidad social llevan a rechazar la
prioridad que ésta asigna al ‘espacio de las utilidades’ como ‘espacio valorativo’ más relevante y
legítimo para evaluar los intereses y las ventajas de las personas y para juzgar el óptimo social.

Sen dice que las críticas al óptimo de Pareto no cuestionan la idea de que la optimalidad social
requiere mejoras dominantes en algún ‘espacio valorativo’ elegido; por ejemplo, la idea de que una
sociedad avanza hacia el óptimo social si algunos ganan mayor libertad y nadie ve disminuida la
suya, es decir, si algunos mejoran sus oportunidades sin perjudicar a nadie. Lo que cuestionan es
que ese espacio valorativo sean los niveles de utilidad de los individuos, es decir, que el óptimo de
Pareto se defina en términos de utilidad. En esa forma, la idea de que el óptimo social exige, entre
otras cosas, el óptimo de Pareto (que un cambio provechoso para cada individuo es bueno para la
sociedad) sería correcta en algún sentido. Por ejemplo, todo cambio que dé más autonomía a unos
sin reducir la de otros sería bueno.

La economía neoutilitarista ordinal (Bergson y Samuelson) también defiende la uniformidad


valorativa; esta tradición dirá que así como un individuo elige conjuntos de bienes para maximizar
su utilidad, la sociedad debe elegir una distribución de bienes entre los individuos que maximice su
bienestar. Así como el bienestar individual depende de que los individuos elijan en forma coherente
las canastas de bienes, el bienestar social depende de la ordenación agregada de esas canastas de
bienes, es decir, de la construcción de funciones de bienestar social (FBS). La teoría de las funciones
de bienestar intenta evaluar las opciones sociales en términos de la ordenación de las preferencias

9 “Un cambio implica una mejora Pareto si nadie se encuentra en peor situación y alguien se encuentra en mejor
situación. El óptimo de Pareto sólo garantiza que no es posible realizar ningún cambio para que alguien se encuentre
en mejor situación sin que nadie se encuentre en peor situación. Si la suerte de los pobres no puede mejorarse sin
reducir la opulencia de los ricos, la situación será un óptimo de Pareto a pesar de la disparidad entre ricos y pobres”
[Sen 1972, 19-20].
10 “En la pequeña caja en la que se confinó a la economía del bienestar, donde la optimalidad de Pareto era el único

criterio de valoración y el comportamiento egoísta la única base de elección económica, las posibilidades de decir
algo interesante se hicieron extremadamente pequeñas. Una proposición importante en este reducido territorio es el
dominado ‘teorema fundamental de la economía del bienestar’, que pone en relación los resultados de mercado en
situación de competencia perfecta con la optimalidad de Pareto... Éste es un resultado extraordinariamente elegante
que proporciona una visión profunda sobre la naturaleza del funcionamiento del mecanismo de precios, explicando
la naturaleza mutuamente beneficiosa del comercio, de la producción y del consumo dirigidos a la consecución del
propio interés” [Sen 1987, 52].
8 CUADERNOS DE ECONOMÍA 29
individuales. Así, la tarea de la teoría económica sería encontrar una función que, para cualquier
conjunto de preferencias individuales entre opciones dadas, asigne un orden único que se pueda
interpretar como preferencias de la sociedad.

La uniformidad valorativa lleva a que el éxito de las políticas públicas y de las reformas
institucionales se valore exclusivamente en función de su capacidad para ampliar el conjunto N de
canastas de bienes de que disponen los consumidores, ignorando, una vez más, su impacto sobre la
libertad y los derechos de las personas.11 La uniformidad valorativa de las funciones de bienestar
social también lleva a que dichas funciones sólo centren su atención en los objetivos alcanzados, por
ejemplo, en la satisfacción de las preferencias, es decir, en ordenar las opciones sociales
considerando sólo las preferencias de los consumidores, sin cuestionar su legitimidad ni su valor y
sin reconocer información diferente a las preferencias para guiar la elección social.

Para Sen, la crítica a la uniformidad valorativa como base de la elección social es también válida, en
cierta medida, para la elección social de Arrow, que concentra la atención en las preferencias
individuales acerca de los estados de cosas y no en la libertad de elegir entre distintos estados de
cosas. Reconoce, sin embargo, que algunos de sus desarrollos recientes tratan de tomar en cuenta
consideraciones de libertad en el marco de evaluación ordinalista. El mismo Sen ha hecho esfuerzos
por integrar la libertad en la estructura de la teoría de elección social [Sen 1995, cap. 2].

Finalmente, es necesario señalar que los enfoques que aceptan el principio leximini —según el cual la
bondad de una situación se juzga por el nivel de utilidad de los menos favorecidos— también
suponen la uniformidad descriptiva de la métrica de valoración y consideran que para evaluar si
una política o una institución maximiza el bienestar social hay que evaluar si maximizan la utilidad
de las personas peor situadas. Por tanto, las teorías no utilitaristas basadas en el bienestar, como las
que afirman que los bienes deben asignarse de modo que se logre el mayor nivel de igual bienestar
para todos o se maximice el bienestar de quienes tienen el nivel más bajo, también terminan
desconociendo la diversas de categorías de información relevantes desde el punto de vista ético para
juzgar la situación de las personas.

En síntesis, la principal debilidad de las corrientes utilitaristas y bienestaristas es la adopción de un


solo ‘ámbito de evaluación’ para juzgar las ventajas e intereses de las personas, es decir, la
restricción informacional que imponen a la valoración económica y social. La adopción de este
supuesto implica que todas las corrientes del utilitarismo comparten una concepción estrecha y

11 Uno de los enfoques que se usa en teoría económica para valorar los ingresos reales de las personas es el de la

preferencia revelada, propuesto por Samuelson. Sen dice que este enfoque no da importancia a la libertad de elección
en sí misma. Sigamos su argumento. El enfoque de la preferencia revelada usa la comparación de ‘opciones de
elección’ para deducir la función de utilidad de una persona a partir de sus elección entre distintos conjuntos de
canastas de bienes. Así, para valorar los ingresos reales, se debe prestar atención al “conjunto de todas las canastas de
bienes que podría comprar con esos ingresos. ¿Ofrece el presupuesto de A un conjunto de opciones mejor que el
presupuesto de B?” Esta forma de comparar los ingresos reales recurre a la utilización de “los datos de precios y
compras para realizar una comparación concreta de la libertad de elegir, a saber, si en A uno puede elegir lo que
eligió en B”; compara las opciones de elección de una persona para definir su utilidad pero no otorga importancia a la
libertad de elección en sí misma. Samuelson no da “valor alguno a la libertad como tal y se la juzga en términos
meramente instrumentales, en términos de la canasta seleccionada”. Este enfoque se diferencia de aquel que
considera que la valoración de los ingresos reales consiste la valoración del beneficio que una persona recibe cuando
adquiere una canasta determinada de bienes: ¿es X una canasta mejor para esta persona que Y? Este enfoque centra la
atención en el contenido concreto de los bienes adquiridos y el cálculo no compara las oportunidades de elección
como tales [Sen 1995, 48-50].
SEN: ÉTICA Y ECONOMÍA 9

pobre de los seres humanos. Y todas defienden la uniformidad descriptiva del objeto de valor,
comparten una visión monista y una concepción unificada de la bondad ética [Sen 1989, 79].

Hay otros tipos de información no relacionada con la utilidad intrínsecamente importantes para
juzgar las ventajas de las personas

El monismo informacional de la ética utilitarista ignora que las personas son agentes, es decir, que
tienen objetivos, propósitos y metas propios cuando buscan el bienestar económico (u otro tipo de
bienestar); que actúan y modifican sus preferencias, adquieren y cumplen obligaciones de acuerdo
con sus valores y principios éticos y políticos; que establecen fidelidades según sus creencias y que
definen su propia concepción del bien; es decir, que son personas responsables. Este desinterés de la
ética utilitarista por la ‘faceta de agente’ de las personas obedece a que la concibe en forma estrecha,
únicamente como seres egoístas.

Para Sen, como para otros enfoques éticos, el análisis moral no puede concebir a las personas en una
forma tan limitada que ignore la importancia intrínseca de su carácter de agentes. Es necesario
reconocer esa faceta de agente porque las personas además de buscar su bienestar son seres
responsables. Ignorar este aspecto es desconocer que los individuos son agentes ‘racionales en
construcción’ con capacidad para “respetar términos de cooperación equitativos” y “decidir, revisar
y perseguir racionalmente una concepción del bien” [Rawls 1986, 192-193]. En suma, el hecho de ser
agentes es tan crucial en su vida que no puede ignorarse en el cálculo moral.

Con esta posición, Sen no intenta negar que el bienestar sea importante para el análisis moral, sino
rechazar la creencia de que es lo único [Sen 1997, 62-64]. Reconocer la importancia del bienestar no
debe cerrar la puerta a la valoración de la importancia de otras facetas de las personas. Por ello,
defiende un enfoque normativo que distinga claramente el “aspecto del bienestar” y “la faceta de
agente” al evaluar el impacto de las políticas públicas y el éxito de las instituciones. Reconocer la
faceta de agente implica la necesidad de una cuidadosa evaluación de los objetivos, propósitos o
fidelidades de las personas, así como de su concepción del bien cuando se juzga su bienestar.

Cuando Sen exige incorporar la ‘faceta de agente’ en las evaluaciones, exige valorar el éxito de las
instituciones y de las políticas públicas en función de los ‘resultados de agencia’ que alcanzan. Los
‘logros de agencia’ se refieren al éxito de la persona en la búsqueda de la totalidad de sus metas y
objetivos. Evaluar los logros de agencia de las políticas públicas implica evaluar los estados sociales
resultantes a la luz de los objetivos, propósitos y metas de los propios agentes, por cuanto los logros
de agencia no se pueden examinar a partir de un propósito previamente especificado.

Si una persona pretende conseguir... la independencia de su país, o la prosperidad de su comunidad, o


alguna meta de este tipo, su realización como agente implicaría valorar los estados de cosas a la luz de los
objetivos y no sólo a la luz de la medida en que esos logros contribuyan a su propio bienestar [Sen 1995, 72].

El hecho de dar importancia al ‘aspecto agencia’ de las personas no implica adoptar una visión
subjetiva o relativa de la ética, en la cual las decisiones y los estados subjetivos de las personas son
las variables adecuadas para evaluar sus ventajas. Para las visiones subjetivas y relativas de la ética,
es valioso todo aquello que las personas consideran importante cuando se comparan las ventajas de
las personas. Para Sen, reconocer la importancia de la ‘faceta de agente’ de las personas —su
10 CUADERNOS DE ECONOMÍA 29
capacidad para establecer valores— no supone adoptar un enfoque que acepte en forma
incondicional cualquier cosa que las personas consideren valiosa. Implica construir un enfoque que,
por un lado, acepte la conveniencia de ir mas allá de la ‘faceta de bienestar’ de la persona y
considere sus compromisos, comportamientos y fines; y por otro, evalúe su pertinencia y validez.
Así, el hecho de tener en cuenta el ‘aspecto agencia’ no implica abandonar la valoración de las metas
y valores de las personas ni sus concepciones de lo bueno [Sen 1989, 59-60].

El monismo informacional de la ética utilitarista también ignora la libertad de las personas para
alcanzar el bienestar y lograr sus propósitos de agencia. Puesto que los enfoques utilitaristas y las
teorías del bienestar sólo prestan atención a los ‘logros de bienestar’, ignoran la importancia de la
libertad. En su valoración de la situación de las personas, no distinguen entre los “logros de
bienestar” y la “libertad para alcanzarlos” [Sen 1995, 45-46]. La ética utilitarista omite la libertad de
las personas para alcanzar su bienestar, ignora sus condiciones objetivas de vida y no compara la
desigualdad de capacidades y oportunidades entre los individuos para conseguir el bienestar y
definir autónomamente sus metas, valores y compromisos.12

Sen no sólo cuestiona que se ignore la libertad, sino que se la valore en forma exclusivamente
instrumental, como hacen todas las variantes de la tradición bienestarista, al no reconocerle una
importancia intrínseca sino una importancia derivada, dependiente de otros fines, es decir, por su
capacidad para lograr buenas consecuencias.

Afirma que los enfoques libertarianos han contribuido a despertar el interés por los derechos y la
libertad, y que a pesar de ser arbitrariamente limitados, son valiosos porque dan a la libertad una
importancia intrínseca y, así, admiten información no relativa a la utilidad en la valoración del
provecho de las personas. Estos enfoques han ejercido una influencia creativa en la economía y han
planteado un importante desafío a la tradición utilitarista [Sen 1989, 64-68]. Pero, como para él, el
reconocimiento de los derechos no implica que sea éticamente adecuado ejercerlos mediante
comportamientos egoístas, sugiere la necesidad de considerar los derechos en forma menos estrecha
que la tradición libertariana, la cual define a una sociedad justa como una sociedad que no permite
que nadie arrebate a un individuo lo que le corresponde en un sentido ‘predefinido’ y considera que
la injusticia consiste en quebrantar los entitlements o derechos de propiedad definidos previamente a
cualquier orden social [Van Parijs 1993, 200].

Contra la identificación del bienestar como utilidad

Ya vimos que Sen cuestiona la concepción del bienestar como utilidad, en cualquiera de sus formas:
elección, satisfacción de preferencias o felicidad debido a su visión incompleta y sesgada del
bienestar, independientemente de que se defina como elección, felicidad, placer o satisfacción de
deseos y preferencias [Sen 1985, 5-14]. Esta sección particulariza sus argumentos.

La teoría de la preferencia revelada concibe el bienestar como elección y supone una concepción limitada del ser
humano

La idea del bienestar o de la utilidad como elección está más difundida entre los economistas que

12 Así, además de los logros de agencia, la valoración utilitarista desconoce otras dos categorías pertinentes de

información relevantes: la libertad o capacidad de las personas para obtener bienestar (libertad de bienestar) y la
libertad o capacidad de las personas para definir sus principios, valores y planes de vida en forma autónoma.
SEN: ÉTICA Y ECONOMÍA 11

entre los filósofos. La teoría económica de la preferencia revelada concibe a las personas como
individuos racionales, coherentes y capaces de ordenar jerárquicamente sus preferencias. Para esta
teoría si un individuo elige X y rechaza Y, declara que ese individuo revela su preferencia por X
frente a Y. Supone que el individuo racional no puede dejar de maximizar su utilidad y que siempre
tendrá un ordenamiento de preferencias. La justificación de este enfoque se basa en la idea de que la
preferencia real de una persona sólo puede conocerse examinando sus elecciones efectivas, de modo
que su valoración de las opciones no es independiente de sus elecciones.

La teoría del bienestar como elección de conjuntos de canastas de bienes enfrenta el problema de que
así la motivación de bienestar sea dominante en muchas elecciones, no lo es en todas. La elección
puede ser el resultado de una tensión entre diferentes consideraciones, entre ellas el bienestar
personal. Como la elección de una persona está guiada por varias motivaciones, la mezcla de
motivaciones hace difícil evaluar su bienestar considerando únicamente la información que
proporciona la elección de una canasta de bienes [Sen 1997, 65].

Diversos estudios sobre el comportamiento del consumidor y las actividades productivas señalan
los complejos problemas psicológicos implícitos en la elección. La idea de bienestar como elección
coherente entre varias canastas de bienes para maximizar la utilidad no puede captar estas
características del comportamiento. Además, hay “fuentes de información sobre la preferencia y el
bienestar, diferentes de las elecciones” [Sen 1986, 182-183].

La tesis de que el bienestar equivale a la satisfacción de preferencias y deseos también tiene problemas

El concepto de bienestar entendido como satisfacción de preferencias no capta la privación de las


personas que sufren grandes carencias o están en condiciones de pobreza absoluta o enfermedad,
pero que se adaptan con paciencia y conformismo al sufrimiento y al dolor que les produce esta
situación.

La métrica del bienestar no tiene en cuenta los mecanismos de adaptación que desarrollan las
personas para vivir en condiciones de privación e ignora que la gente aprende a ajustarse a los
horrores existentes por la necesidad de llevar una vida tranquila o porque no tiene otra alternativa
inmediata [Sen 1982, 308-309]. La necesidad de perdurar y sobrevivir puede llevar a que las
personas en situación de pobreza se reconcilien con su ‘rol social’ y sus privaciones, tengan deseos
‘realistas’, saquen placer de cosas pequeñas y, en suma, se ‘conformen’ con lo posible [Sen 1983]. En
palabras de Sen:

el indigente desesperado que sólo desea seguir vivo, el jornalero sin tierra que concentra toda su energía en
conseguir su próxima comida, el criado que busca algunas horas de respiro, el ama de casa sometida que
lucha por un poco de individualidad; todos pueden haber aprendido a tener los deseos que corresponden a
sus apuros. Sus privaciones están amordazadas y veladas por la métrica interpersonal de la satisfacción del
deseo. En algunas vidas, las cosas pequeñas cuentan mucho [Sen 1997, 69].

Al evaluar el bienestar en función de los niveles de satisfacción de los deseos, el cálculo utilitarista es
insensible a esos mecanismos de adaptación y, por tanto, desconoce y distorsiona el grado de
privación real de las personas. Sen sostiene que se debe evaluar la pérdida de bienestar que les
causan las privaciones, independientemente de su capacidad para ajustarse a esas privaciones [1985,
12 CUADERNOS DE ECONOMÍA 29
21-22].

El bienestar no se agota en la felicidad

La interpretación del bienestar como felicidad también tiene problemas. La felicidad es una
realización importante y puede ser una parte valiosa del bienestar, pero hay otras realizaciones que
no son congruentes con la felicidad. La felicidad suele entenderse como un estado mental, pero hay
otros estados mentales, como la ‘autoestima’, que determinan el bienestar de una persona.

En síntesis, Amartya Sen considera limitada la concepción del bienestar como elección, satisfacción
de preferencias o felicidad. El bienestar entendido en cualquiera de esas formas no admite otros
‘niveles de realización’ ni la capacidad de las personas para alcanzar esas realizaciones. Rechaza
explícitamente la identificación del bienestar con la utilidad en cualquiera de sus formas y afirma
que la característica esencial del bienestar es la “capacidad para conseguir realizaciones valiosas”.
Por ello, aunque la valoración del impacto de las políticas públicas y del éxito de las instituciones
debe incluir la felicidad, la satisfacción del deseo y la elección, no puede ni debe excluir o dejar de
valorar las ‘realizaciones’ y las ‘capacidades correspondientes’.

CONSECUENCIALISMO Y LIBERTAD: LA RUPTURA CON LA ÉTICA UTILITARISTA Y LA


MORAL BIENESTARISTA

Las restricciones informacionales impuestas por la ética utilitarista y la economía del bienestar han
llevado a que muchas consideraciones éticas relevantes sean inadmisibles en la evaluación
económica de las políticas e instituciones o en la predicción del comportamiento; han empobrecido
el análisis consecuencialista y lo han reducido a un análisis económico meramente utilitario. El
utilitarismo y la moral bienestarista se han convertido en los principales paradigmas de la
valoración moral consecuencialista imponiéndole su visión limitada de las personas, su defensa
arbitraria de la uniformidad valorativa, su visión incompleta del bienestar, su valoración
instrumental de la libertad, su despreocupación por el aspecto agencia de las personas, su estrecha
evaluación de la desigualdad, su desconfianza por consideración éticas diferentes a la utilidad, y su
defensa arbitraria de una ordenación completa y transitiva en la elección social, en síntesis, su
inadecuado enfoque de evaluación de los estados de cosas.

Muchos escritores de economía normativa y filosofía moral consideran que la alternativa a la


tradición utilitarista consiste en acoger los nuevos desarrollos surgidos en el campo del
razonamiento moral deontológico. Para los defensores de la argumentación deontológica, teorías
como las de Rawls, Dworkin, Nozick, Walzer, Ackerman, entre otras, son las únicas que pueden
proponer una visión más amplia de las personas y de su bienestar; incorporar los derechos y las
libertades en la evaluación del éxito de las políticas, instituciones y organizaciones sociales; defender
el pluralismo valorativo; hacer una defensa incondicional de la libertad; y proponer enfoques más
adecuados y admisibles de evaluación de los estados de cosas. Todos estos enfoques coinciden en
que es un error considerar que el único móvil del comportamiento de las personas sea el egoísmo.

Sen reconoce la importancia de estos enfoques deontológicos porque enriquecen la economía


normativa, en la medida en que amplían las evaluaciones del bienestar de las personas, alimentan
con nueva información la valoración de la desigualdad mostrando las diversas métricas con que
puede ser analizada, y sugieren al análisis económico normativo estrategias para incorporar los
SEN: ÉTICA Y ECONOMÍA 13

derechos y libertades en la evaluación de los estados de cosas.13 A pesar de que reconoce la


importancia de las teorías deontológicas, considera, sin embargo, que estas son perspectivas
inadecuadas, particularmente en casos complejos de interdependencia multilateral. Veamos un
ejemplo: la única forma de evitar que B secuestre a A podría ser que C llegara rápidamente al lugar
en que se encuentra A en un carro que robó a D, quien no está a favor del secuestro pero no quiere
meterse en problemas con los secuestradores. Para un enfoque deontológico basado en restricciones
nada justifica la violación de los derechos de D para evitar resultados negativos, como el secuestro
de A, por cuanto se viola la propiedad de D sin su consentimiento. La justificación de la acción de C
requiere un análisis consecuencialista que compare y balancee los pros y los contras de los efectos de
las interdependencias multilaterales, que compare la maldad de permitir que se viole la libertad de
A, al no evitar que lo secuestren, con la maldad de violar el derecho de propiedad y la libertad de
elegir de D, al robarle el carro y usarlo sin su consentimiento para evitar el secuestro de A.

Otro ejemplo de interdependencias multilaterales difíciles de evaluar con visiones deontológicas es el


caso de la entrega de propiedades de miles de ahorradores ante su imposibilidad de pagar las altas
tasas de interés del sistema financiero. En esta situación, a la hora de evaluar las consecuencias de la
pérdida de propiedades y posesiones para la vida de los ahorradores, una perspectiva deontológica
termina defendiéndola como algo legítimo por las obligaciones y derechos contraídos libremente
(independientemente cuántos años hayan cumplido con sus obligaciones) a pesar de que sea terrible
e injusto. Cuando estos casos son muy frecuentes se socava la legitimidad de los enfoques
deontológicos que hacen caso omiso de cualquier análisis de consecuencias [Sen 1982b, cap. 1 y 2];
por ello, Sen considera necesario juzgarlos desde una perspectiva consecuencialista.

Sen considera, entonces, que los razonamientos y las teorías deontológicas pueden ser inadecuados
para tratar los complejos problemas que plantea la interdependencia subyacente a la moralidad
social, y en casos como los que mencionamos, estas teorías ofrecen respuestas inadmisibles.
Enfoques contemporáneos de los derechos como los de Nozick y Buchanan son muy limitados y
cuestionables por cuanto no pueden hacer justicia a los derechos asociados a la libertad positiva de
las personas. Ante esta, propone definir los derechos y deberes con base en un sistema
consecuencialista (liberado de la ética utilitarista y de la moral bienestarista) y no en términos de

13En varias obras, Sen afirma que las discusiones y teorías éticas pueden contribuor a la economía predictiva y descriptiva
y no sólo a la economía normativa. El supuesto del egoísmo ha restringido el campo de acción de la economía predictiva
y ha impedido analizar una serie de relaciones económicas importantes ligadas a otros móviles del comportamiento.
Por esta razón, es posible contribuir a la economía predictiva si se da más cabida a consideraciones de la economía
del bienestar y de la filosofía moral en la determinación del comportamiento: “un paso parcial y limitado en esa
dirección puede sacudir los cimientos de la teoría económica convencional” [Sen 1997, cap. III]. Reconoce la
importancia de los nuevos enfoques deontológicos para la economía predictiva, en la medida en que la aceptación
moral de los derechos, la defensa no instrumental de la libertad y el reconocimiento de que las personas tienen fines y
propósitos diferentes a la maximización de la utilidad implica desviaciones sistemáticas del comportamiento egoísta
y obliga a la economía predictiva a ser sensible a móviles diferentes al egoísmo. Además, manifiesta que la exclusión de las
motivaciones y valoraciones no limitadas al egoísmo tiene una base empírica dudosa y es difícil de justificar desde
una perspectiva interesada en ganar poder predictivo o explicativo. Por ello propone examinar la importancia
predictiva de los diferentes tipos de consideraciones éticas. Aboga, entonces, por un mayor contacto entre la ética y la
economía. Si bien éste es uno de sus mayores aportes, en este ensayo, tan sólo se deja planteado; en la medida en que
se desea enfatizar en otra de sus grandes contribuciones generalmente descuidada: el enriquecimiento de la teoría
normativa y de sus debates internos a través de su propuesta de ampliar la valoración moral consecuencialista
sacándola de la estrecha camisa que le ha impuesto la ética utilitarista y la moral bienestarista.
14 CUADERNOS DE ECONOMÍA 29
restricciones deontológicas.

El gran mérito de Sen consiste no sólo en que amplía el razonamiento moral consecuencialista
abandonando las restricciones informacionales que impone la ética utilitarista y bienestarista sino en
que propone un enfoque consecuencialista que incluya en forma no instrumental el cumplimiento o
incumplimiento de los derechos y las libertades en la evaluación de los estados de cosas, y que
incorpore una ‘amplia variedad de categorías de información’ en la valoración económica y social,
de modo que se valore toda la diversidad de aspectos importantes en la vida de las personas:
bienestar, libertad de alcanzar el bienestar, agencia y libertad para lograr sus objetivos, metas y
fines, etcétera. Aquí no se expone en detalle esa propuesta, sólo se presentan sus argumentos en
favor de una argumentación consecuencialista más amplia y pluralista.

A diferencia de Sen, pensadores como Rawls, Nozick, Akerman y Dworkin, en sus debates sobre el
procedimiento más idóneo de argumentación moral, manifiestan su desconfianza y rechazo frente al
razonamiento consecuencialista y sostienen que si se abandona la visión de los derechos como
restricciones deontológicas que no se pueden relajar se corre el riesgo de pecar por exceso. Para
ellos, “la importancia intrínseca de los derechos puede verse comprometida por las
contraargumentaciones secuenciales de la valoración consecuencialista” y es posible que esos
compromisos sean éticamente indefendibles pues pueden debilitar los derechos y hacerlos
excesivamente contingentes [Sen 1987, 90]. Otros autores critican la valoración consecuencialista
porque no permite la valoración normativa ex ante de valores tales como la libertad y los derechos,
no les reconoce un valor intrínseco y sólo los valora en función de sus consecuencias y
oportunidades ex post, lo que ignora alguna “intuiciones ético-personales y ético-sociales que
parecen básicas” [Domenech s.f., 7-8].

Distanciándose de estos seguidores de la tradición deontológica, Sen se mantiene en la tradición


consecuencialista, pues piensa que las dudas mencionadas y la desconfianza ante los argumentos de
dicha tradición son infundadas y poco convincentes, y que es posible un razonamiento
consecuencialista que, sin estar limitado por el estrecho marco de la ética utilitarista y bienestarista,
incorpore en forma no instrumental el valor del cumplimiento o incumplimiento de los derechos y
de la libertad de las personas en la evaluación de los estados sociales.

A continuación se exponen algunas de las razones que Sen esgrime para mostrar que las dudas y
temores ante al razonamiento consecuencialista son infundadas. Sostiene, en primer lugar, que la
valoración moral consecuencialista no tiene por qué reducirse al marco estrecho del bienestarismo o
del utilitarismo —es decir, limitarse a evaluar la bondad de las acciones, instituciones y políticas por
sus efectos sobre la utilidad del mayor número de personas— e ignorar otro tipo de información
intrínsecamente relevante en la vida de los individuos. Considera posible formular un
consecuencialismo que juzgue las consecuencias en términos más amplios, es decir, que no sólo
evalúe las consecuencias sobre el ‘aspecto de bienestar’ sino también los efectos sobre ‘aspectos
morales’, como la autonomía, la integridad, la autoestima y los derechos de las personas. Estos
aspectos se pueden ver afectados en forma negativa si se emprenden, por ejemplo, acciones sin su
consentimiento, independientemente de que sufran o no una pérdida de bienestar. Valorar las
consecuencias de las políticas y de las acciones sobre los aspectos morales de las personas implica un
análisis consecuencialista y no bienestarista [Elster 1995, 226].

En segundo lugar, la valoración consecuencialista se justifica porque “las actividades tienen


consecuencias”, y es un error que la evaluación económica y social las ignore aunque se trate de
SEN: ÉTICA Y ECONOMÍA 15

objetos intrínsecamente valiosos. No analizar los resultados de las acciones “es dejar una historia
ética a medio contar” [Sen 1987, 91]. Sen argumenta que es erróneo ignorar el valor intrínseco de las
políticas y de las acciones cuando se evalúa su papel instrumental o se valoran sus consecuencias
sobre el bienestar de las personas. Considera posible una argumentación consecuencialista que
reconozca que las acciones y las instituciones tienen un valor intrínseco positivo o negativo
independiente de sus resultados. Por ello, Sen defiende una perspectiva consecuencialista que
incluya el “valor de las acciones realizadas” dentro de las consecuencias, para liberarse de las
limitaciones impuestas por el marco bienestarista:

El bienestarismo filtra toda información que no sea la utilidad en la valoración de los estados; y precisamente
en razón de esa restricción informacional, el consecuencialismo tiene en tal sistema el efecto de ignorar todo
lo que no sean las utilidades (de los estados consecuentes) al valorar las acciones. Si no se le hubiera impuesto
el bienestarismo, el consecuencialismo podría haber coexistido con el hecho de tener en cuenta cosas tales
como ‘los valores de las acciones’ a través de ‘los estados que incluyen tales acciones’ [Sen 1997, 56-57].

Liberado del limitado marco bienestarista, el consecuencialismo puede ser sensible a ‘los valores de
las acciones’ mediante el reconocimiento de la importancia de “los estados que incluyen tales
acciones”. Si el consecuencialismo deja de estar subordinado al esquema bienestarista no tiene
porqué restringir informacionalmente (ignorar) la valoración de las acciones. Sen reconoce así el
valor intrínseco de la políticas y amplía el rango de información sobre las consecuencias que es
posible evaluar.

Sin embargo, considera erróneo creer que reconocer el valor intrínseco de toda actividad o política
pública es un motivo para ignorar su papel instrumental [Sen 1987, 91]. El sistema de evaluación
consecuencialista que propone, caracterizado por la incorporación del cumplimiento y el
incumplimiento de los derechos en la evaluación de los estados sociales, no niega la importancia
instrumental de los derechos. De hecho, pueden existir derechos que se justifican en términos
instrumentales, como el derecho a participar en la formulación de las políticas públicas. Este
derecho se ha venido justificando en forma instrumental, es decir, como instrumento óptimo para
agregar preferencias. Igualmente, la violación de un derecho, como la libertad de asociación, puede
ser vista como una acción que empeora el resultado, tanto por la violación misma del derecho como
por sus efectos negativos sobre otros objetivos.

Otro argumento en favor de la valoración consecuencialista es que puede incorporar los ‘valores
relativos’ del agente en su marco de evaluación, es decir, que se puede combinar con los enfoques
que dan importancia a la ‘relatividad de la posición’ en la evaluación de los estados sociales. Según
estos enfoques, las personas con posiciones diferentes evalúan un mismo estado social en forma
diferente. Para Sen, la relatividad del agente puede encajar en un sistema consecuencialista que
defienda un ética objetiva y universal. En contra de la ética utilitarista, Sen considera erróneo creer
que cada persona puede y debe tener la misma función de evaluación de resultados F(x),
independientemente de sus posiciones frente a las acciones, beneficios y similares [Sen 1982b, cap. 5
y 6; 1990, 97-102; 1997, 92-94].

En cuanto a la naturaleza de la evaluación de los resultados, Sen rompe, entonces, con la ética
utilitarista que supone una visión neutral del evaluador. La teoría utilitarista no admite que personas
diferentes evalúen un mismo estado en forma diferente. Por ejemplo, en caso de que un campesino
16 CUADERNOS DE ECONOMÍA 29
A mate al jefe militar B por la masacre cometida en su municipio; una evaluación utilitarista
insistiría en que tanto los familiares del jefe militar B como los del campesino A deben mirar y
juzgar ese estado de cosas exactamente en la misma forma; tan bueno o tan malo como otros lo verían
por su impacto en la utilidad del mayor número de personas afectadas con dicha venganza. Sen se
distancia del consecuencialismo utilitarista que impone una moral que no permite incorporar en los
juicios valorativos la relatividad asociada a de la posición del agente y que cree en la posibilidad del
evaluador neutral.14

En varias obras, Sen rechaza la neutralidad valorativa y considera legítimo incorporar los valores del
agente en la evaluación de resultados. Esta legitimidad obedece al reconocimiento de que “la acción
y la condición de agente son partes integrantes del estado”, y de que “la propia condición de agente
del evaluador ha de marcar una diferencia en su valoración”.

Sería extraño exigir que una persona tuviese menos en cuenta su propia condición de agente al valorar un
estado que otras personas y que sea posible hacer una evaluación del estado de modo tan singularmente
distanciado que sea moralmente relevante [Sen 1997, 98].

La introducción y la aceptación de la ‘dependencia de la posición’, o relatividad del evaluador, tiene


grandes ventajas: por un lado, relaja las estrictas restricciones informacionales de la ética
bienestarista, y abre la posibilidad de juicios menos ciegos en la valoración social; por otro lado,
permite captar las consideraciones deontológicas de los individuos en su actuar. Un ejemplo que
ilustra la importancia de la relatividad del agente en la evaluación de resultados es el que ofrecen
Williams y Smart. En ese ejemplo, Jim debe decidir si mata a una persona para salvar nueve vidas,
sabiendo de antemano que la que él matara será asesinada de todas maneras. Mientras que la visión
utilitarista arraigada en la mayoría de las personas tendría razones para aconsejarle que el mayor
bienestar social se obtendría si él matara a esa persona; Jim no tiene otra opción que considerar en
serio su propia responsabilidad en ese estado de cosas y su condición de agente que mata a alguien.
La dependencia de la posición será suficiente para establecer una clara asimetría entre la posición de
Jim y la de los demás, incluso en una evaluación consecuencial [Williams y Smart 1981].

Su decisión puede ser clara para una valoración consecuencialista no utilitarista. En el estado
resultante de que decidiese matar a esa persona se salvarían nueve personas, y la que él mató,
moriría de todas maneras. Para que Jim concluya que la diferencia de valor entre el caso de que él
mate a esa persona y el caso de que lo mate otro compensa la ganancia de que nueve personas
salven la vida de una muerte segura, se necesitaría que estuviera completamente convencido de su
propia posición de agente, ya que para él no es fácil tomar una decisión debido a sus convicciones
deontológicas: por principio, no justifica matar a nadie. De todas formas, Jim podría seguir
preguntando: “¿Será correcto que mate a ese hombre sólo porque el estado resultante sea mejor
(incluso después de tener en cuenta la maldad de mi acción, juzgada como una parte del estado?)”
[Sen 1997, 101].

En síntesis, otra razón en favor del razonamiento consecuencialista es que puede incluir la
dependencia de la posición del agente en la valoración de los estados. Con ello se rompe la
restricción informacional del utilitarismo y su concepción, más ‘monista’ que ‘pluralista’, de la

14La neutralidad valorativa se conoce con el nombre de ‘restricción de invarianza’ que insiste en la “invarianza
posicional; es decir, la exigencia de que, dentro de una concepción moral dada, la valoración de un estado sea
independiente de la posición del evaluador en relación con ese estado, incluida su condición de agente” [Sen 1987,
97-98].
SEN: ÉTICA Y ECONOMÍA 17

evaluación moral y económica. Sen aboga, entonces, por una valoración moral consecuencialista
pluralista. Este pluralismo lo caracteriza de dos modos diferentes: uno, en términos de pluralidad de
variables informacionales a la hora de juzgar las ventajas y oportunidades de las personas o de
definir su bienestar (pluralismo informacional). El otro, en términos de pluralidad de principios, que
en alguna forma pueden quedar integrados bajo un principio más general, como árbitro entre ellos
(pluralismo de principios).

Sen rechaza la identificación del consecuencialismo pluralista con el intuicionismo ético, porque cree
en la posibilidad de que cuando se presenten conflictos entre principios y valores diferentes surja
una moralidad de mayor nivel que permita valorar las moralidades con las que operan las personas
y los métodos evaluativos [Sen 1982b, cap. 6; 1987, cap. 2 y 3]. Es posible encontrar valores morales
de mayor nivel que puedan juzgar favorablemente la relatividad del evaluador expresada en
personas con intereses distintos.15 Expresa así su rechazo al intuicionismo:
la sugerencia de que si hay muchos principios últimos y no se presentan jerárquicamente, entonces la
competencia entre ellos ha de ser resuelta por la intuición, no tiene naturalmente ninguna base. John Rawls,
que limita el uso del término ‘intuicionismo’ a las teorías morales pluralistas, deja claro al menos que ‘una
concepción de la justicia puede ser pluralista sin requerir que sopesemos sus principios con la intuición’ [Sen
1997, 49].

Sen defiende un consecuencialismo pluralista que conjugue el pluralismo informativo y el


pluralismo de principios. Considera erróneo ignorar el papel permanente de los principios y de las
evaluaciones plurales en el ordenamiento y la valoración final de las acciones, estados y políticas.
Cree posible integrar las diversas valoraciones morales de los agentes acerca de los estados sociales
y de las políticas públicas en un sistema consecuencialista objetivo que permita sugerir criterios para
determinar la credibilidad y validez de los distintos principios reflejados por esas valoraciones.

En síntesis, Sen cree que si la valoración consecuencialista se libera de las limitaciones impuestas por
la ética utilitarista y por los supuestos de la teoría económica neoclásica, puede proporcionar una
estructura sensible y robusta para la valoración normativa de los derechos y las libertades [Sen 1987,
94]. Enumera varias limitaciones de los enfoques bienestaristas que es necesario superar. Dice que la
evaluación no se puede reducir al cálculo del impacto de las políticas sobre el bienestar económico;
que se debe rechazar la indiferencia y la despreocupación de la ética utilitarista y de la economía del
bienestar por los aspectos intrínsecos de las acciones, las instituciones y las políticas; que no se
puede aceptar la neutralidad valorativa de la economía del bienestar y que se debe superar la
negación a incluir los principios morales de los agentes en la valoración de las consecuencias de las
políticas. Y considera necesario e inevitable el reconocimiento del pluralismo de principios e
informacional, y advierte que hay que evitar caer en una visión subjetiva de la ética.

A pesar de que tiene razón en muchos de sus argumentos en favor del razonamiento
consecuencialista, no es convincente su respuesta a una de las mayores dificultades de las
argumentaciones consecuencialistas, la relacionada con los problemas para establecer una relación

15 En filosofía moral, el intuicionismo ético es una tesis sobre cómo derivar y fundar la estructura moral. Para la

tradición ética intuicionista el único criterio para elegir entre principios y evaluaciones en conflicto es el de acudir a
las intuiciones de las personas, por ende, no existe la posibilidad de acudir a ningún ‘árbitro’. Se trata de una visión
subjetivista de la ética según la cual cualquier cosa que valore una persona debería considerarse precisamente porque
ésta lo valora.
18 CUADERNOS DE ECONOMÍA 29
causal clara y directa entre acciones y resultados. Lo cual lleva a preguntar ¿si aún subsiste esta
dificultad, cómo juzgar la bondad de las acciones en función de sus consecuencias?

En esta dirección, algunos autores —como Elster y Ovejero— sostienen que las ciencias sociales no
están lo suficientemente desarrolladas (pese al desarrollo de la teoría económica) como para evaluar
con certeza las consecuencias de las acciones. La “falta de teorías sólidas que vinculen acciones con
resultados, la diversificación de secuencias causales, su interdependencia” dificulta las afirmaciones
rotundas sobre las consecuencias, logros, y los buenos o malos resultados de las acciones, los
cambios institucionales y las políticas públicas [Ovejero, 1994, 63; Elster 1994, cap. 4]. En síntesis, el
razonamiento consecuencialista puede ser el mejor camino, pero aún tiene problemas de
indeterminación.

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