Hoy se decide la liga de fútbol, justo en la última jorna-
da. Como suele pasar casi siempre, hay que buscar los cul- pables de que la liga no se decida hasta hoy; será que los ár- bitros han ayudado o ido contra tal o cuál equipo, será que han tenido muchas bajas a última hora, la culpa será del en- trenador, etc. El caso es encontrar una excusa en lugar de admitir la situación real de los equipos.
Sería interesante hacer un estudio entre los creyentes
para ver cuánto tiempo pasamos en oración, meditando la palabra, sirviendo a nuestros hermanos, o excusándonos por lo que no hacemos.
El apóstol Pablo habla a los romanos de que no deben
escudarse o excusar su comportamiento poco cristiano en el legalismo o en cualquier otra cosa porque Cristo ha mostra- do un camino más excelente: el del amor. I. El origen de la autojustificación
• Orgullo. Este es el origen de todo pecado. El
hombre quiso hacer su voluntad en lugar de la de Dios para suplantarle y eso le llevó a pecar. es el mismo orgullo que nos hace sentir superiores al resto y no admitir nuestros fallos y equivocacio- nes. La caricatura es la exageración de los rasgos de una persona. El orgullo es una caricatura del potencial y libertad que Dios ha puesto en no- sotros. • Ansia de poder. En San Fermín se canta al aca- bar las fiestas: “Todos queremos más, todos que- remos más, más, y mucho más”. Queremos más fe, más santidad, más poder de Dios en nuestras vidas pero, ¿para qué? Cuando no tenemos más de estas cosas nos justificamos de mil maneras: soy muy joven en la fe, no tengo tiempo para orar varias horas cada día, apenas si puedo meditar la Biblia... • Espíritu de competición. Parece que estemos en unas Olimpiadas continuamente. Nos estamos comparando constantemente con nuestros herma- nos para ver quién es el mejor, quién sobresale por encima de los demás. ¡A ése lo hacemos pas- tor! Cristo desea que sea mejor cristiano, no el mejor cristiano. Es decir, desea que mejoremos en comparación con nosotros mismos, no en com- paración con mis hermanos. • Deseo de influir en los demás, de ser prominen- tes. Hasta dos discípulos del Señor intentaron usar a su madre para conseguir los dos mejores lugares en el Reino de Cristo. La influencia es muy apetecible. Pero a veces olvidamos que la influencia la ha de ejercer Cristo a través de su Espíritu que mora en nosotros.
II. Mi autojustificación ataca a mi hermano.
• Al despreciarle. (3) El que come no menospre-
cie al que no come, y el que no come no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido. Es muy fá- cil que nos sintamos superiores porque nosotros hacemos algo o dejamos que hacerlo que el otro no hace. Olvidamos que Dios mira el interior y no el exterior como nosotros. • Al descalificarle. (1) Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones. Con nuestras conversaciones a veces no pretendemos mejorar al hermano, sino simplemente queremos que piense como nosotros. Eso eleva nuestro or- gullo porque demuestra que somos mejores cris- tianos o que tenemos un mayor conocimiento. Ya te lo decía yo... Cuando actuamos así estamos descalificando al hermano aun cuando esa no sea nuestra intención. • Al criticarle. (4) Tú, ¿quién eres que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor Está en Pie o cae; Hemos de reconocer que no tenemos ningún derecho a ver la paja en el ojo de otro hasta que quitemos la viga del nuestro. Cuando estamos di- ciendo algo de otro hermano que no sirva para edificarle, estamos criticando aunque digamos una verdad, puesto que nuestra motivación no es la correcta. • Al calumniarle. (16) Por tanto, no dejéis que se hable mal de lo que para vosotros es bueno; No sólo nos exhorta a no calumniar nosotros a otros hermanos, sino a no permitir que otros hermanos lo hagan hablando de otros hermanos cosas poco edificantes. Debemos cerrar nuestros oídos. No podemos evitar que los pájaros revoloteen alre- dedor de nuestra cabeza, pero sí evitar que ha- gan su nido. • Al poner piedras de tropiezo en la vida de los hermanos. (15) Pues si por causa de la comida tu hermano es contristado, ya no andas conforme al amor. No arruines por tu comida a aquel por quien Cristo Murió. ¡Cuántas veces estamos arruinando la poca fe e nuestros hermanos por nuestras actitudes y acciones! ¡Cuántas veces so- mos más papistas que el Papa! De esta forma es- tamos enfriando nuestro amor hacia Dios y hacia nuestro hermano y estamos despreciando la obra que hizo Cristo en la Cruz. • A la condenación de uno mismo. (22) La fe que Tú tienes, tenla para contigo mismo delante de Dios. Dichoso el que no se condena a Sí mismo con lo que aprueba. Este texto es muy duro, pero muy real. Debes exigirte que tu fe te haga mejor, pero no puedes exigir que tu fe haga mejor a otro. ¡Es personal e intransferible! Tu fe sólo te sirve a ti y sólo puede modificar tu conciencia. El texto no dice que perdamos la salvación por ello, sino que dejamos de mostrar la salvación que hay en nosotros. La fe sin obras es muerta ya que la verdadera fe se demuestra con obras, no con palabras. Es más fácil hablar que actuar.
III. Mi justificación me cerca a mi hermano
• Al aceptar al otro, al débil. (1) Recibid al débil
en la fe, pero no para contender sobre opiniones. Mi deseo es aceptar al hermano tal y como es. Pero no basta el deseo; es necesaria la acción. Yo quiero ser millonario, pero para eso he de trabajar muy duro. La Lotería no existe en la vida cris- tiana. Eso sería muy injusto por parte de Dios. • Al quitar los obstáculos. (21) Bueno es no co- mer carne, ni beber vino, ni hacer nada en que tropiece tu hermano. Los cristianos no hemos de conformarnos con hacer cosas buenas, sino las cosas buenas que son oportunas. Lo único que excede a hacer lo justo es ser justo. Y con la jus- ticia que Dios ha puesto en nosotros. Podemos hacer cosas buenas en un mal momento que las convierten injustas porque nuestras motivaciones no sean las correctas. Regar en exceso las plan- tas o hacer 50 días de ayuno total. • Al buscar la paz. (19) Así que, sigamos lo que contribuye a la paz. Nuestro objetivo no ha de ser agradar a la gente, o que todos pensemos igual, sino que haya una verdadera paz entre nosotros. Y la verdadera paz no es la ausencia de conflictos, sino la forma correcta de enfrentar los conflictos. • Al buscar la edificación mutua. (19) ...y a la mutua Edificación. Así conseguiremos enriquece- remos mutuamente y que se eliminen muchas ba- rreras que hay entre nosotros para que de verdad nos podamos considerar unos iguales o los otros a pesar de las diferentes capacidades, de los dife- rentes dones, de las diferentes opiniones, etc., porque somos conscientes de que somos un cuer- po que va creciendo armoniosamente y no quere- mos ser una caricatura del Cuerpo de Cristo, sino el hermoso Cuerpo de un hermoso Salvador. • Al hacer todo para la honra del Señor. (6) El que hace caso del Día, para el Señor lo hace. El que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y da gracias a Dios. Esto es posible cuando lo ha- cemos todo para la honra del Señor, cuando Él es lo importante y nosotros lo secundario, cuando Él es el Señor y nosotros los esclavos, cuando él es Dios Omnipotente y nosotros simples hombres, cuando él es nuestro Salvador y nosotros sus redi- midos. Conclusión
• ¿Cuánto tiempo pasamos justificándonos a noso-
tros mismos? • Decir que no hacemos más porque la iglesia está mal, es una excusa. Yo soy parte de la iglesia y funcionará bien o mal en función de lo que yo haga. Debo preocuparme de mi vida, porque ésa es la vida de la iglesia. • Como iglesia queremos funcionar para la gloria de Cristo. Pero para ello también nos hemos de acercar más a Dios, y eso se consigue acercándo- nos a nuestros hermanos. Debo preocuparme por la vida de mis hermanos, porque ésa tam- bién es la vida de la iglesia. • No debo perder el tiempo intentando justificarme porque Dios ya me ha justificado, sino que he de invertir mi tiempo en que se manifieste en mí esa justificación para que otros puedan poseer- la.