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Introducción
¿Os habéis fijado alguna vez la cantidad de cosas que hacemos con las manos?
Por ejemplo, durante este mismo culto. ¿Cuántas veces avisado vuestras manos? Si las
contásemos nos sorprenderíamos al ver que las hemos usado un montón de veces.
Si algo podemos afirmar sin temor a equivocarnos, es que las manos sirven para
trabajar. Ahora bien, lo que hace la diferencia es para qué están trabajando estas manos.
El texto de hoy, a pesar de ser muy conocido, nos puede ayudar a identificar las
diferentes actitudes con las que pueden trabajar nuestras manos.
En este texto vemos que Jesús se dirige a sus discípulos y les hace una pregunta:
¿De qué habéis estado hablando? Justo antes de este momento, el Señor ha estado
compartiendo con ellos que ha de morir, que el Reino se está acercando pero que es
necesario que él se vaya para que tenga un cumplimiento total. Y los discípulos quizás
no habían entendido completamente como era el reino del que hablaba Jesús. Ellos
seguían creyendo que era un reino muy terrenal. Y claro, ¿cómo no? ellos serían los
ministros de ese nuevo Reino. La cuestión era ¿quién será el Primer Ministro? Ésta es la
discusión que estaban manteniendo. Pero cuando Jesús se dirige a ellos directamente y
les pregunta de qué estaban hablando, son incapaces de exponer sus pensamientos. Se
sienten avergonzados; nadie se atreve a responderle. Este es el silencio de la vergüenza.
¡Resulta extraño que uno de los primeros resultados que se registran derivados de
la segunda predicción de la agonía de la muerte de Jesús tuviese que ser la discusión de
los discípulos concerniente a rangos! ¡Con qué rapidez la pena que les causó esta
predicción cedió su lugar a un desviado anhelo por la exaltación! ¡No obstante este fue
el tipo de hombres que Jesús eligió para ser sus discípulos! Por esta clase de hombres
habría que dar su vida. Así nos puede suceder a veces a nosotros. Tenemos muy buenas
intenciones, pero que no sabemos llevar a la práctica, o bien se quedan sólo en eso
intenciones de las que, al poco tiempo, se olvida nuestra mente. ¡Pero si aún siendo así
el Señor desea usamos!
El momento solemne ha llegado ahora para que Jesús muestre a sus discípulos
cuál debe ser la verdadera actitud de todo ciudadano del Reino.
La frase de Jesús es contundente: “si alguno desea ser primero, sea el último de
todos y siervo de todos”. La verdadera grandeza no consiste en que una persona, desde
la altura y con una actitud satisfecha de autoaprobación, tenga el derecho de mirar con
desprecio a los demás; antes bien, consiste en sumergirse, identificarse con los
problemas de los demás, compadecerse “con” ellos y ayudarles en toda forma posible.
Es interesante esta frase: identificarse con los problemas de ellos y compadecerse de
ellos.
Aquí desearía hacer una distinción. No es lo mismo sentir lástima que sentir
compasión. El Señor Jesús jamás sintió lástima al ver la necesidad de las personas que
lo rodeaban pero sí compasión. Lástima es sentir pena, es ver al otro como un
desgraciado, como algo sin solución; compasión es “ser movido en las entrañas” es que
algo se mueve en tu interior y que hace reaccionar “con pasión”, es decir, con amor. Así
es como actuó el Señor Jesús. Por eso hablamos de identificarse con los problemas de
los demás, de compadecerse con (dicho de otro modo, padecer, sufrir con) ellos y
ayudarles en toda forma posible.
De este modo, el que quiera ser grande, auténticamente grande en el Reino de los
Cielos, debe ser el último de todos, debe estar dispuesto a compadecerse “juntamente
con” cualquier persona independientemente su necesidad, de su edad, de su situación.
Pero este texto, nos muestra que hemos de ir más allá; no dice sólo que hemos de ser los
últimos, que hemos de compadecernos con los demás, sino que hemos de servir a los
demás. Ser siervo, ser esclavo que es lo que literalmente dice, significa estar al servicio
de los demás pero sin derecho a una recompensa por ello. Es este mismo Jesús el que
dice a los o fariseos que son unos hipócritas porque hacen las cosas para que la gente los
vea, ¡entonces ya tienen su recompensa! Pero, en cambio, Jesús demostró en su propia
vida que esto de lo que Él estaba hablando era algo muy diferente. Él se mostró como
un auténtico siervo, esclavo, que no buscaba una recompensa de parte de los hombres.
Durante mucho tiempo, Jesús tuvo que insistirle a sus discípulos en esta
enseñanza para que la aprendieran. Es algo difícil de hacer humanamente hablando por
que todos deseamos ser reivindicados.
Según nuestro texto, “Jesús tomó un niño y lo puso en medio de ellos”. Ahora
bien, un niño no tiene influencia alguna. Un niño no puede hacer progresar a nadie en su
carrera y aumentar su prestigio. Un niño no puede darnos cosas. Por el contrario, el niño
necesita cosas, necesita que se le hagan cosas. De modo que Jesús dice: “si alguien
recibe a las personas pobres, comunes, a las personas que no tienen influencia ir
riquezas y poder, a los que necesitan que se les hagan cosas, me recibe a mí”.
Aquí hay una advertencia. Es fácil cultivar la amistad de la persona que puede
hacer algo por nosotros, y cuya influencia puede sernos útil. Y no menos fácil es evitar
la compañía de la persona que inconvenientemente necesita nuestra ayuda. Es fácil
cortejar el favor de los grandes influyentes, y menospreciar a los sencillos, humildes y
ordinarios.
Lo que Jesús dice aquí es que debemos buscar, no aquellos que pueden hacer
cosas para nosotros, sino aquellos para quienes nosotros podemos hacer algo, porque al
hacerlo buscamos la compañía de Jesús mismo. Esa es nuestra recompensa. Es otra
manera de decir: “por cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeños, a mí
lo hicisteis”.
Podemos estar toda la vida intentando ser buenas personas, mejorar nuestras
relaciones, actuar como debemos, para darnos cuenta de que por mucho que nos
esforcemos no podemos conseguirlo. Por eso es tan interesante la imagen que usa aquí
Pablo: habla de despojarse, desvestirse de lo viejo, para vestirse con lo nuevo. En
ocasiones predicamos que hemos de revestirnos de Cristo para llegar a todos los
hombres. Y es cierto. Pero hay una idea que ha cautivado mi mente: la palabra hebrea
labash. Literalmente significa “vestirse de...” o “vestirse con...”. Pero en sentido
figurado se usa en el AT para “vestirse” de ciertas cualidades abstractas. Así Job podía
vestirse de justicia, o Dios de misericordia. Pero un uso muy importante es cuando se
usa la frase que se tradujo al español “el espíritu de Jehová vino sobre...”que
literalmente dice que Jehová se vistió de Gedeón, de David... ¡Así se reviste Dios de
nosotros y se humaniza y se hace accesible a los hombres! Y es muy interesante notar
esta idea de Pablo: no se trata de esforzarse, sino de dejar que Cristo se revista de
nosotros para mostrar así al mundo sus virtudes y no las nuestras
Pablo empieza por recordarnos otra vez quiénes somos en Cristo: escogidos de
Dios, santos y amados. Esto es muy interesante porque Pablo empieza así también su
carta a los Colosenses, recordando quiénes somos.
Por eso no es extraño que Pablo empiece diciéndonos que mostramos a Cristo al
mundo cuando tenemos una “entrañable misericordia”. Nosotros que hemos
experimentado la misericordia de Dios en nuestras propias vidas y que somos
conscientes de ello, ¡somos los primeros que hemos de mostrar la misericordia hacia los
demás! Ya hemos explicado en otras ocasiones lo que significa misericordia: sentir
dolor en el corazón (en las entrañas según el pensamiento judío) al ver la miseria de los
demás (misere, cardía). Así actuó Dios en Cristo al ver la miseria de nuestra vida: le
dolió el corazón y de humanó para hacerse palpable al hombre. Así actuó Jesús mientras
estuvo en esta tierra y así actúa Cristo ahora a través de nosotros. Y esto no es una
obligación. Es algo entrañable, que sale de lo profundo de nuestro ser de una forma
natural, especialmente ahora que Cristo es nuestra vida.
La benignidad también manifiesta a Cristo. Esto es mucho más que ser bueno.
Los antiguos la definían como la virtud del hombre para quien el bien de su prójimo es
tan caro como el propio. Y esto nos debe hacer reflexionar sobre el esfuerzo que
hacemos para alcanzar un bien para nosotros y el que hacemos para alcanzar un bien
para los demás. Jesús sacrificó literalmente su vida para darla en rescate de la vida de
muchos. Con esta palabra define Jesús cómo es su yugo; Mateo 11:30 literalmente dice
mi yugo es benigno. Esta apalabra es también la que se usaba para referirse al vino que
con los años se suaviza perdiendo su aspereza. ¡Qué imagen tan bonita! Con el tiempo
nosotros vamos perdiendo esa aspereza propia de nuestra anterior vida y adquirimos la
bondad del Señor. La bondad a secas puede ser severa, pero cuando se convierte en
benignidad es una bondad amable y ¡cuánto aprecia y necesita el mundo la bondad
amable!
Pero por encima de todas estas cosas “vestíos del amor que es el vínculo
perfecto”. ¡Qué interesante lo que afirma Pablo aquí! Cuando la situación se hace casi
insoportable, cuando la cerrazón de los demás es demasiado grande como para
soportarla, cuando la ineptitud acampa a sus anchas, cuando cada uno hace lo que le da
la gana, entonces es cuando es necesario con mayor motivo el amor. Sin el amor nada
somos:
1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no
tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo
que retiñe. 2 Y si tuviese profecía, y entendiese todos los
misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera
que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. 3 Y si
repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y
si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor,
de nada me sirve. (1Co. 13:1-3)
Y por último, la paz. Literalmente le apóstol está diciendo: “que la paz de Dios
arbitre en vuestros corazones”. El verbo que emplea se refería a la arena de los campos
atléticos; es la palabra que aplicaba el árbitro que con su decisión restablecía el orden en
caso de disputa. De la misma forma, si Jesucristo hace de árbitro en el corazón de cada
hombre entonces, cuando entren en conflicto los sentimientos y seamos arrastrados en
dos direcciones al mismo tiempo, o cuando el amor cristiano esté en conflicto con la
irritación y el enojo, la decisión de Cristo nos llevará por el camino del amor, del perdón
y de la restauración.
Conclusión
Ésta ha de ser nuestra actitud de servicio en la vida; todos hemos de ser unos
diáconos, la iglesia ha de ser una comunidad diacónica, es decir, de servicio. Pero de
servicio en los términos de Jesús: movidos por la compasión y sin buscar ninguna
recompensa de ningún tipo aunque, paradójicamente, la recibamos.
Una vez más quiero daros las gracias a vosotros como expresión de mi gratitud a
Dios por haberme enseñado tan extraordinaria lección; gracias a todos aquellos que,
después de una semana de trabajo duro, os ponéis al servicio de la iglesia ofreciendo
vuestras manos, vuestro tiempo y vuestros talentos para honrar a Dios. Esta actitud
ciertamente honra a Dios y a vosotros.