Quien más quien menos, todos tenemos nuestros planes
para el futuro. Cada uno sabe qué es lo que pide a la vida. Y quisiera que sus planes se viesen cumplidos. Eso es lógico y normal. Lo malo es cuando los cristianos nos damos cuenta de que nuestros planes no coinciden con los planes del Señor.
Esto puede ocurrir más a menudo de lo que muchos de
nosotros creemos. Pasa simplemente cuando anteponemos nuestros intereses, ambiciones, ilusiones, a las de Dios. Jesús no condena el ansia de superación; sólo dice que en el Reino las cosas funcionan de una forma un tanto diferente.
I. La situación
Esta parábola puede que nos suene a una historia
puramente imaginaria, pero es de lo más real. Aparte del método de pago, la parábola describe lo que sucedía frecuentemente en ciertas épocas del año en Palestina. La uva maduraba hacia finales de septiembre, y las lluvias venían pisándole los talones. Si no se acababa la vendimia antes de que rompieran las lluvias, se podía perder toda la cosecha. Así que la vendimia era una carrera de locos contra el tiempo. Cualquier jornalero era bienvenido, aunque no pudiera trabajar más que una hora. La paga era la normal: un denarius, o una drajma, era el jornal normal de un obrero; y, aun contando con la diferencia en el valor adquisitivo del dinero, 10 pesetas al día no era un jornal que dejara mucho margen.
Los hombres que se ponían en la plaza del mercado no
eran vagos que estuvieran allí pasando el tiempo. La plaza del mercado era donde se contrataban normalmente los obreros. Un hombre iba allí a primera hora de la mañana con sus herramientas, y esperaba hasta que alguien le contratara. Los hombres que estaban todavía esperando trabajo hasta las 5 de la tarde prueban lo desesperada que era su situación.
¿Por qué esperaban hasta tan tarde para trabajar? ¿No
era mejor irse a casa al mediodía si nadie los había contratado por la mañana? No. Estaban totalmente a merced del empleo casual. Siempre vivían al borde del hambre. Como ya hemos visto, la paga eran 10 pesetas al día; y, si no trabajaban un día, los niños se quedarían con hambre en casa, porque no se podía ahorrar mucho con 10 pesetas al día. Un día sin trabajo era una desgracia.
II. La advertencia
En cierto sentido es una advertencia a los discípulos. Es
como si Jesús les dijera: “Habéis tenido el gran privilegio de entrar en la comunidad del Reino muy temprano, en su mismo principio. Otros entrarán después. No debéis reclamar un honor ni un lugar especial por haber sido cristianos desde antes que ellos. Todas las personas, independientemente de cuando entraran, son igualmente preciosas para Dios.”
Hay personas que creen que, porque son miembros de
una iglesia desde hace mucho, la iglesia les pertenece y ellos pueden dictar su política. A tales personas les molesta lo que les parece una intromisión de la nueva sangre o el surgimiento de una nueva generación con planes y métodos diferentes. En la iglesia cristiana la antigüedad no representa necesariamente un grado.
La parábola contiene una advertencia igualmente
definida a los judíos. Ellos sabían que eran el pueblo escogido, y por nada del mundo lo olvidarían. En consecuencia, miraban a los gentiles por encima del hombro. Los odiaban y despreciaban, y no esperaban más que su destrucción. Esta actitud amenazaba con transmitirse a la iglesia cristiana. Si se dejaba entrar a los gentiles de alguna manera tendría que ser como inferiores. Así una de las primeras luchas de la iglesia fue contra los judaizantes.
III. El carácter de Dios
Aquí encontramos igualmente la infinita compasión de
Dios. Brilla un elemento de ternura humana en esta parábola. No hay nada más trágico en este mundo que una persona que se pasa la vida en el paro, cuyos talentos se están enmoheciendo en la inactividad porque no se le ofrece ninguna oportunidad. En el mercado de contratación algunos estaban esperando porque nadie los había contratado; en su compasión, el propietario les dio trabajo. No podía soportar verlos ociosos. Además, en estricta justicia, cuantas menos horas trabajara un hombre, menos paga debía recibir. Pero el amo sabía muy bien que 10 pesetas no era un gran sueldo; sabía muy bien que, si un jornalero llegaba a casa con menos, se encontraría con una mujer preocupada y con chicos hambrientos; y por consiguiente fue más allá de la justicia y les dio más de lo que les correspondía.
Aquí está también la generosidad de Dios. Estos
hombres no hicieron todos el mismo trabajo, pero recibieron el mismo jornal. Aquí hay dos grandes lecciones. La primera es, como ya se ha dicho: “Todo servicio cuenta lo mismo para Dios.” No es la cantidad de servicio lo que cuenta, sino el amor con que se presta. La segunda lección es aún más grande: Todo lo que Dios da es pura gracia. Nunca podríamos ganar lo que Dios nos da; no podemos merecerlo; Dios nos lo da movido por la bondad de Su corazón. Lo que Dios da no es paga, sino regalo; no es un salario, sino una gracia.
Lo más importante del trabajo es el espíritu con que se
hace. Los siervos estaban divididos naturalmente en dos clases. Los de la primera habían llegado a un acuerdo con el propietario, tenían un contrato; dijeron: “Trabajaremos para ti si nos das tal jornal.” Como mostró su comportamiento, todo lo que les interesaba era recibir lo más posible por su trabajo. Pero los que se incorporaron después, no se menciona ningún contrato; lo que querían era la posibilidad de trabajar, y dejaron todo lo referente al jornal al criterio del propietario. Llegados a este punto cabe preguntarnos si nosotros deseamos ser los primeros o los últimos. Y la respuesta es... depende.
IV. Siendo los primeros en...
En el servicio. Éste es el énfasis del Señor Jesús; hemos
de procurar los primeros puestos en servir a los demás. Esta es la conclusión del propio Señor Jesús y su lógica es aplastante: si Él vino para servir y no ser servido ¡cuánto más nos hemos de aplicar eso sus discípulos!
En la oración. Mientras algunos duermen, nosotros los
que queremos ser los primeros, hemos de estar orando. Ocio y negocio. Estamos en la cultura del ocio (35 horas semanales) y el trabajo es la negación del ocio (negocio). Y los cristianos pasamos del trabajo al descanso (ocio) sin ni siquiera plantearnos el negocio celestial.
La oración es algo que se hace en privado mayormente,
pero a veces necesitamos hacerlo en público también para mostrar a los demás la importancia de la oración. ¿Qué habríamos aprendido nosotros acerca de nuestra relación con el Padre si Jesús lo hubiese hecho todo en secreto?
En la lectura de la palabra. Se puede decir
prácticamente lo mismo que de la oración. El peligro consiste en ser algo demasiado “personal”. Pero si no leemos la Palabra para buscar la voluntad del Señor para nuestras vidas y no oramos para obtener el discernimiento necesario para reconocer esa voluntad, ¿cómo podemos desarrollar nuestra vida cristiana?
En dar un testimonio correcto. Debemos buscar ser un
ejemplo digno de imitar por los demás, especialmente los no creyentes o los hermanos débiles en la fe; a unos para que crean en el Señor, y a los otros para animarles en sus luchas diarias. ¡En cuántas ocasiones esto no es así sino todo lo contrario! Hablar habla bien, pero...
Edificar a los demás. Esta es una tarea difícil pero
fundamental. No podemos contentarnos simplemente con decir la verdad, sino buscar el crecimiento de la otra persona al escuchar nuestras palabras. Hemos de ser creativos y buscar conversaciones edificantes, relaciones edificantes, lecturas edificantes... ¡para los demás! En muchas ocasiones nuestra conversación se reduce a una retahíla de quejas.
Aquí hay otros muchos puntos en los que podemos
pensar juntos...
V. Siendo los últimos en...
Buscar el reconocimiento y la gloria. Dios no comparte
su gloria con nadie; delega su autoridad en nosotros, pero no su gloria. Nos capacita para que realicemos correctamente nuestra misión, pero no para ser halagados. Y aunque decimos que “lo hacemos para el Señor” en ocasiones deberíamos añadir “y para que nos vean lo buenos cristianos que somos”.
Hacer valer nuestros derechos. En muchas ocasiones
esto no es edificante porque vamos “en contra de” y la actitud de Jesús es “ir a favor de” bien sea la justicia, los desvalidos, los que tienen menos que nosotros o los que necesitan más que nosotros.
Creernos superiores a los demás. El orgullo es el “gran
pecado” como alguien lo ha definido. Y es cierto en el sentido que nos induce a cometer otros pecados. Esta es una batalla que se lucha en nuestra mente. Si nos creemos superiores a los demás, obraremos en consecuencia; es decir, los hechos son un reflejo e nuestros pensamientos. Y si estamos convencidos de que esto es así, buscaremos cualquier justificación para nuestros hechos. Hitler. Según Jesús, el que tiene mente de siervo actúa como en servicio a los demás. “El que sirve, sirve; el que no sirve, no sirve”.
Juzgar a los demás. El que esté libre de este pecado que
tire la primera piedra. El juicio no se emite sólo con nuestras palabras, sino también con nuestras actitudes. El no saludar puede significar menosprecio, falta de cariño. La indiferencia, en ocasiones, produce más daño que una bofetada.
Conclusión
Amigo mío, hoy el Señor te está llamando a participar
de su viña, a trabajar con Él. Si nunca has recibido su invitación, si nunca has considerado la posibilidad de entrar a Su servicio, ahora es el momento de que lo hagas. Recuerda que no te va a pagar justamente, sino que te va a dar más de lo que está escrito en el contrato: te va a dar Su vida que no es de este mundo y hará posible que te remontes por encima de las dificultades de la vida.
Se cuenta de una señora que estaba acostumbrada a
muchos lujos y a que la trataran con respeto. Se murió y, cuando llegó al Cielo, vino un ángel para guiarla a su casa. Pasaron por delante de muchos palacios estupendos, y la mujer esperaba que cualquiera de ellos fuera el suyo. Salieron de la calle principal del Cielo y recorrieron las afueras, donde las casas eran mucho más modestas; y por último llegaron a una que no era mucho más que una chabola. “Esa es tu casa”, le dijo el ángel guía. “¿Qué? -protestó la mujer-. ¡Esa no puede ser mi casa! Lo siento -le dijo el ángel, pero eso es todo lo que pudimos construirte con los materiales que nos mandaste desde abajo.”
Hermano, uno no es cristiano si no tiene interés nada
más que en la paga. Pedro preguntó: “¿Qué vamos a sacar nosotros de todo esto?” El cristiano trabaja por el gozo de servir a Dios y a sus semejantes. Por eso es por lo que los primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros. Muchas personas que han obtenido grandes galardones en este mundo tendrán un lugar poco importante en el Reino si en lo único en que pensaban era en las recompensas. Muchos que, según lo valora el mundo, son pobres, serán grandes en el Reino, porque nunca pensaron en términos de compensaciones, sino trabajaron por la ilusión de trabajar y por la alegría de servir. Es la paradoja de la vida cristiana que el que trabaja por la recompensa, la pierde; y el que olvida la recompensa, la encuentra.