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¿Primero o último?

(Mt. 20:1-16)

Introducción

Quien más quien menos, todos tenemos nuestros planes


para el futuro. Cada uno sabe qué es lo que pide a la vida. Y
quisiera que sus planes se viesen cumplidos. Eso es lógico y
normal. Lo malo es cuando los cristianos nos damos cuenta
de que nuestros planes no coinciden con los planes del
Señor.

Esto puede ocurrir más a menudo de lo que muchos de


nosotros creemos. Pasa simplemente cuando anteponemos
nuestros intereses, ambiciones, ilusiones, a las de Dios.
Jesús no condena el ansia de superación; sólo dice que en el
Reino las cosas funcionan de una forma un tanto diferente.

I. La situación

Esta parábola puede que nos suene a una historia


puramente imaginaria, pero es de lo más real. Aparte del
método de pago, la parábola describe lo que sucedía
frecuentemente en ciertas épocas del año en Palestina. La
uva maduraba hacia finales de septiembre, y las lluvias
venían pisándole los talones. Si no se acababa la vendimia
antes de que rompieran las lluvias, se podía perder toda la
cosecha. Así que la vendimia era una carrera de locos contra
el tiempo. Cualquier jornalero era bienvenido, aunque no
pudiera trabajar más que una hora. La paga era la normal: un
denarius, o una drajma, era el jornal normal de un obrero; y,
aun contando con la diferencia en el valor adquisitivo del
dinero, 10 pesetas al día no era un jornal que dejara mucho
margen.

Los hombres que se ponían en la plaza del mercado no


eran vagos que estuvieran allí pasando el tiempo. La plaza
del mercado era donde se contrataban normalmente los
obreros. Un hombre iba allí a primera hora de la mañana con
sus herramientas, y esperaba hasta que alguien le contratara.
Los hombres que estaban todavía esperando trabajo hasta las
5 de la tarde prueban lo desesperada que era su situación.

¿Por qué esperaban hasta tan tarde para trabajar? ¿No


era mejor irse a casa al mediodía si nadie los había
contratado por la mañana? No. Estaban totalmente a merced
del empleo casual. Siempre vivían al borde del hambre.
Como ya hemos visto, la paga eran 10 pesetas al día; y, si no
trabajaban un día, los niños se quedarían con hambre en
casa, porque no se podía ahorrar mucho con 10 pesetas al
día. Un día sin trabajo era una desgracia.

II. La advertencia

En cierto sentido es una advertencia a los discípulos. Es


como si Jesús les dijera: “Habéis tenido el gran privilegio de
entrar en la comunidad del Reino muy temprano, en su
mismo principio. Otros entrarán después. No debéis
reclamar un honor ni un lugar especial por haber sido
cristianos desde antes que ellos. Todas las personas,
independientemente de cuando entraran, son igualmente
preciosas para Dios.”

Hay personas que creen que, porque son miembros de


una iglesia desde hace mucho, la iglesia les pertenece y ellos
pueden dictar su política. A tales personas les molesta lo que
les parece una intromisión de la nueva sangre o el
surgimiento de una nueva generación con planes y métodos
diferentes. En la iglesia cristiana la antigüedad no representa
necesariamente un grado.

La parábola contiene una advertencia igualmente


definida a los judíos. Ellos sabían que eran el pueblo
escogido, y por nada del mundo lo olvidarían. En
consecuencia, miraban a los gentiles por encima del
hombro. Los odiaban y despreciaban, y no esperaban más
que su destrucción. Esta actitud amenazaba con transmitirse
a la iglesia cristiana. Si se dejaba entrar a los gentiles de
alguna manera tendría que ser como inferiores. Así una de
las primeras luchas de la iglesia fue contra los judaizantes.

III. El carácter de Dios

Aquí encontramos igualmente la infinita compasión de


Dios. Brilla un elemento de ternura humana en esta
parábola. No hay nada más trágico en este mundo que una
persona que se pasa la vida en el paro, cuyos talentos se
están enmoheciendo en la inactividad porque no se le ofrece
ninguna oportunidad. En el mercado de contratación algunos
estaban esperando porque nadie los había contratado; en su
compasión, el propietario les dio trabajo. No podía soportar
verlos ociosos. Además, en estricta justicia, cuantas menos
horas trabajara un hombre, menos paga debía recibir. Pero el
amo sabía muy bien que 10 pesetas no era un gran sueldo;
sabía muy bien que, si un jornalero llegaba a casa con
menos, se encontraría con una mujer preocupada y con
chicos hambrientos; y por consiguiente fue más allá de la
justicia y les dio más de lo que les correspondía.

Aquí está también la generosidad de Dios. Estos


hombres no hicieron todos el mismo trabajo, pero recibieron
el mismo jornal. Aquí hay dos grandes lecciones. La primera
es, como ya se ha dicho: “Todo servicio cuenta lo mismo
para Dios.” No es la cantidad de servicio lo que cuenta,
sino el amor con que se presta. La segunda lección es aún
más grande: Todo lo que Dios da es pura gracia. Nunca
podríamos ganar lo que Dios nos da; no podemos merecerlo;
Dios nos lo da movido por la bondad de Su corazón. Lo que
Dios da no es paga, sino regalo; no es un salario, sino una
gracia.

Lo más importante del trabajo es el espíritu con que se


hace. Los siervos estaban divididos naturalmente en dos
clases. Los de la primera habían llegado a un acuerdo con el
propietario, tenían un contrato; dijeron: “Trabajaremos para
ti si nos das tal jornal.” Como mostró su comportamiento,
todo lo que les interesaba era recibir lo más posible por su
trabajo. Pero los que se incorporaron después, no se
menciona ningún contrato; lo que querían era la posibilidad
de trabajar, y dejaron todo lo referente al jornal al criterio
del propietario.
Llegados a este punto cabe preguntarnos si nosotros
deseamos ser los primeros o los últimos. Y la respuesta es...
depende.

IV. Siendo los primeros en...

En el servicio. Éste es el énfasis del Señor Jesús; hemos


de procurar los primeros puestos en servir a los demás. Esta
es la conclusión del propio Señor Jesús y su lógica es
aplastante: si Él vino para servir y no ser servido ¡cuánto
más nos hemos de aplicar eso sus discípulos!

En la oración. Mientras algunos duermen, nosotros los


que queremos ser los primeros, hemos de estar orando. Ocio
y negocio. Estamos en la cultura del ocio (35 horas
semanales) y el trabajo es la negación del ocio (negocio). Y
los cristianos pasamos del trabajo al descanso (ocio) sin ni
siquiera plantearnos el negocio celestial.

La oración es algo que se hace en privado mayormente,


pero a veces necesitamos hacerlo en público también para
mostrar a los demás la importancia de la oración. ¿Qué
habríamos aprendido nosotros acerca de nuestra relación con
el Padre si Jesús lo hubiese hecho todo en secreto?

En la lectura de la palabra. Se puede decir


prácticamente lo mismo que de la oración. El peligro
consiste en ser algo demasiado “personal”. Pero si no
leemos la Palabra para buscar la voluntad del Señor para
nuestras vidas y no oramos para obtener el discernimiento
necesario para reconocer esa voluntad, ¿cómo podemos
desarrollar nuestra vida cristiana?

En dar un testimonio correcto. Debemos buscar ser un


ejemplo digno de imitar por los demás, especialmente los no
creyentes o los hermanos débiles en la fe; a unos para que
crean en el Señor, y a los otros para animarles en sus luchas
diarias. ¡En cuántas ocasiones esto no es así sino todo lo
contrario! Hablar habla bien, pero...

Edificar a los demás. Esta es una tarea difícil pero


fundamental. No podemos contentarnos simplemente con
decir la verdad, sino buscar el crecimiento de la otra persona
al escuchar nuestras palabras. Hemos de ser creativos y
buscar conversaciones edificantes, relaciones edificantes,
lecturas edificantes... ¡para los demás! En muchas ocasiones
nuestra conversación se reduce a una retahíla de quejas.

Aquí hay otros muchos puntos en los que podemos


pensar juntos...

V. Siendo los últimos en...

Buscar el reconocimiento y la gloria. Dios no comparte


su gloria con nadie; delega su autoridad en nosotros, pero no
su gloria. Nos capacita para que realicemos correctamente
nuestra misión, pero no para ser halagados. Y aunque
decimos que “lo hacemos para el Señor” en ocasiones
deberíamos añadir “y para que nos vean lo buenos cristianos
que somos”.

Hacer valer nuestros derechos. En muchas ocasiones


esto no es edificante porque vamos “en contra de” y la
actitud de Jesús es “ir a favor de” bien sea la justicia, los
desvalidos, los que tienen menos que nosotros o los que
necesitan más que nosotros.

Creernos superiores a los demás. El orgullo es el “gran


pecado” como alguien lo ha definido. Y es cierto en el
sentido que nos induce a cometer otros pecados. Esta es una
batalla que se lucha en nuestra mente. Si nos creemos
superiores a los demás, obraremos en consecuencia; es decir,
los hechos son un reflejo e nuestros pensamientos. Y si
estamos convencidos de que esto es así, buscaremos
cualquier justificación para nuestros hechos. Hitler. Según
Jesús, el que tiene mente de siervo actúa como en servicio a
los demás. “El que sirve, sirve; el que no sirve, no sirve”.

Juzgar a los demás. El que esté libre de este pecado que


tire la primera piedra. El juicio no se emite sólo con nuestras
palabras, sino también con nuestras actitudes. El no saludar
puede significar menosprecio, falta de cariño. La
indiferencia, en ocasiones, produce más daño que una
bofetada.

Conclusión

Amigo mío, hoy el Señor te está llamando a participar


de su viña, a trabajar con Él. Si nunca has recibido su
invitación, si nunca has considerado la posibilidad de entrar
a Su servicio, ahora es el momento de que lo hagas.
Recuerda que no te va a pagar justamente, sino que te va a
dar más de lo que está escrito en el contrato: te va a dar Su
vida que no es de este mundo y hará posible que te remontes
por encima de las dificultades de la vida.

Se cuenta de una señora que estaba acostumbrada a


muchos lujos y a que la trataran con respeto. Se murió y,
cuando llegó al Cielo, vino un ángel para guiarla a su casa.
Pasaron por delante de muchos palacios estupendos, y la
mujer esperaba que cualquiera de ellos fuera el suyo.
Salieron de la calle principal del Cielo y recorrieron las
afueras, donde las casas eran mucho más modestas; y por
último llegaron a una que no era mucho más que una
chabola. “Esa es tu casa”, le dijo el ángel guía. “¿Qué?
-protestó la mujer-. ¡Esa no puede ser mi casa! Lo siento -le
dijo el ángel, pero eso es todo lo que pudimos construirte
con los materiales que nos mandaste desde abajo.”

Hermano, uno no es cristiano si no tiene interés nada


más que en la paga. Pedro preguntó: “¿Qué vamos a sacar
nosotros de todo esto?” El cristiano trabaja por el gozo de
servir a Dios y a sus semejantes. Por eso es por lo que los
primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros.
Muchas personas que han obtenido grandes galardones en
este mundo tendrán un lugar poco importante en el Reino si
en lo único en que pensaban era en las recompensas.
Muchos que, según lo valora el mundo, son pobres, serán
grandes en el Reino, porque nunca pensaron en términos de
compensaciones, sino trabajaron por la ilusión de trabajar y
por la alegría de servir. Es la paradoja de la vida cristiana
que el que trabaja por la recompensa, la pierde; y el que
olvida la recompensa, la encuentra.

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