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La Jornada semanal
México
Un filósofo en la Polis
–De acuerdo, pero aun así, ¿nunca entraron en colisión ambos ámbitos?
Dicho de otra manera, ¿no tiene algo de traumático el tránsito del estudio del
Nietzsche de Heidegger a la discusión de los presupuestos para el dragado de
los canales de Venecia, pongamos por caso?
–Sí, aunque debo decir que no es en absoluto necesario que un filósofo sea
diputado o alcalde, pero cuando él piensa, ciertamente hace política. Incluso el
más solitario, Leopardi, concluye su vida con una grandiosa poesía, La ginestra
[La retama], que expresa un anhelo de federación entre los hombres, de
amistad entre ellos, de solidaridad. Otro tanto sucede con Nietzsche. ¿Cuál es
la figura humana que se exalta en Así hablaba Zaratustra? La de aquel que es
capaz de dar sin esperar recibir nada a cambio. Aun los más solitarios son
acogedores; no se trata de una soledad abstracta y absoluta. En nuestra
civilización, hasta los más solitarios tuvieron una pasión política y han dirigido
su filosofía a pensar una sociedad en la que las relaciones humanas sean más
ricas, más completas, más solidarias.
–Pues que Vattimo es un amigo muy inteligente pero poco proclive a leer los
libros que comenta. Yo no soy apocalíptico y jamás lo he sido, en absoluto, y en
política obviamente soy concreto, pragmático, reformista, pero sin que exista
ninguna contradicción con mi filosofía. La diferencia que tengo con Vattimo es
que pienso que la filosofía tiene todavía mucho que aprender de la gran
tradición metafísica clásica, y que en ella puede aún encontrar el fundamento
de su discurso. Es lo opuesto de lo apocalíptico. A ambos nos separa el juicio
sobre la importancia actual de la metafísica clásica, y también las distintas
interpretaciones que tenemos de Heidegger o Nietzsche. Yo atiendo al
Nietzsche lógico-filosófico, positivo, no al desconstructivo. Y recupero al
Heidegger que después de Ser y tiempo busca un nuevo inicio, no al que se
dedica a la crítica disolutiva de la tradición metafísica occidental. Si usted
quiere, intento desesperadamente un pensamiento fuerte, justamente para
evitar el apocalipsis.
–Me parece interesante que Marcello Veneziani diga que soy un aristocrático
conservador: queda claro al menos que no soy un apocalíptico. Me reconozco
más en la definición de Veneziani que en la de Vattimo… Lo que ocurre es que
yo he tratado de leer e introducir en Italia, desde hace ya muchos años, a
grandes autores de la derecha europea, como Carl Schmidt, que hoy están en
el centro del debate político. ¿Por qué? Porque tienen una visión realista y
desencantada y ayudan a que nosotros cultivemos una mirada más distante. A
mí me sirven estos autores porque su visión desilusionada sobre nuestros
mecanismos representativos, sobre nuestro parlamentarismo, contribuye a
hacernos ver nuestros problemas.
Autores como Schmidt o Jünger enseñan todavía muchísimo sobre esta crisis
de la democracia, que es fundamental comprender si queremos encontrarle
remedio. En esta dirección de investigación, yo he encontrado grandes autores
de derecha –vamos, de derecha total–, que me dejan más enseñanzas que
ciertos liberales que sobrevuelan los problemas y utilizan las palabras sin
significados concretos. Nada ganamos con hacer, como a menudo hacemos,
vagas y vacuas exaltaciones de la libertad, de la democracia, de la igualdad,
sin ver la crisis que están atravesando estos principios. Hoy todas estas
grandes palabras se han vuelto vacías, hay que redefinirlas y precisarlas
haciendo un gran esfuerzo de higiene en el lenguaje, porque si los conceptos
quieren decir todo, es que ya no significan nada. Por eso nos encontramos con
que hoy todos somos demócratas; también los fascistas han devenido
demócratas: es el caso de Gianfranco Fini, el vicepresidente del Gobierno
italiano, por ejemplo.
EVA REBELDE ITZCUINTLI
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