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Sujetos de
transformación social

2006
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ÍNDICE

Introducción 5

I. ¿Cuál es nuestro contexto de cambio? 8

II. Y… ¿Qué es eso del poder popular? 9

III. Protagonistas del cambio 11

IV. ¿Por qué nos definimos como sujetos de transformación? 12

V. Y ¿Cómo se construye el cambio? 16

VI. Decidir en colectivo 17

VII. De qué hablamos cuando hablamos de consenso 19

VIII. Y… ¿Qué hacemos con los que no están de acuerdo? 20

IX. Identificar el conflicto 21

X. Intervenir constructivamente los conflictos 23

XI. Resistencia al cambio 28

XII. Identificando la resistencia al cambio 29

XIII. Algunas estrategias frente a la resistencia al cambio 30

XIV. Día a día construimos y nos construimos en el cambio 34

XV. Para reflexionar a solas, en tu casa o en tu comunidad 35


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INTRODUCCIÓN

“Si queremos saber cómo daremos las batallas definitivas contra la dominación impe-
rial y el capitalismo, debemos mirarnos y ver las relaciones en nuestra vida cotidiana y
cómo sentimos desde nuestras más ancestrales raíces”.
Las comunidades al mando de la política.

Siempre ha habido en nuestras comunidades gente inquieta, esos que se entusiasman


con la idea de armar grupos culturales, los que organizan jornadas de limpieza o
recogen firmas para hacer solicitudes a las autoridades; los que trancan la calle para
que nos pongan el agua. Hace mucho rato ya que las estudiantes, los estudiantes, las
mujeres, los hombres, los campesinos, campesinas y los habitantes de los barrios nos
habíamos organizado en diferentes frentes, exigiendo nuestro derecho a decidir.

Esta revolución bolivariana que hoy vivimos es, en gran medida, fruto de las
luchas de esos grupos; es reflejo de una vieja aspiración de nuestro pueblo. La
Constitución Nacional reconoce como derecho y como deber aquella exigencia
que por diferentes vías y con diferentes voces hemos venido planteando; querer
decidir qué y cómo hacer para mejorar nuestra calidad de vida.
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Nuestra carta magna habla de corresponsabilidad, de participación protagónica,


de cogobierno, estos son conceptos hermosos por los que hemos luchado duran-
te largo tiempo y ahora tenemos la oportunidad de llenarlos de contenido, de
hacer y de equivocarnos, de volver a hacer, de reintentar y de reinventar una
nueva manera de hacer las cosas.

Desde 1999 nos afanamos por aprender a ejercer esa nueva forma de sobera-
nía desde las más diversas instancias de organización productiva, política o
comunitaria. Ya no se trata de unos cuantos, ahora somos muchas y muchos
concientes de nuestras capacidades y de nuestro derecho a ejercer eso que lla-
man poder popular.

La respuesta del pueblo al golpe de Estado en abril de 2002 y el referendo presi-


dencial de 2004 son muestras palpables de que nuestro pueblo sabe defender su
poder de decisión. Pero más allá de coyunturas y de extraordinarias urgencias
nacionales están los espacios que se construyen día a día; algunos representan la
continuidad de un esfuerzo previo incluso a la revolución bolivariana (las mesas
técnicas de agua, por ejemplo); otros responden a nuevas figuras, nacidas de este
proceso (asociaciones de economía solidaria, instancias de cogobierno, como los
consejos de planificación local). Ahora se trata de construir y de consolidar en la
práctica los postulados que sirven de base a la nueva República.

Otra vez: corresponsabilidad… participación protagónica… cogobierno… auto-


gestión… Ya no para exigir que nos devuelvan al Presidente o para reafirmar que
lo hemos elegido. Hoy tenemos que construir entre todos, desde nuestras comu-
nidades, desde los Núcleos de desarrollo endógeno (Nude), desde las múltiples
formas de organización social, un presente que haga posible el futuro bajo el
nuevo modelo de desarrollo endógeno.

Bueno… visto así, es más fácil hablar del poder popular que intentar construir-
lo. El cooperativismo ha puesto a muchas venezolanas y venezolanos a des-
aprender a ser empleados y empleadas y pasar a ser cooperativistas. Un amigo
que antes era buhonero ahora es microempresario; dos señoras que nunca habí-
an salido de su casa, ahora son lanceras, y otro vecino es miembro de un con-
sejo local de planificación.

Antes nos limitábamos a hablar pestes de las instituciones y de los funcionarios


del gobierno: ¡qué mal funciona, chico! Y de ahí nos íbamos a casa, insatisfechos
pero, al menos, con un culpable sobre el cual descargar la frustración. Ahora,

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muchas de las instituciones son nuevas o están cambiando para adaptarse al


nuevo modelo de Estado y a una nueva ciudadanía. Nos seguimos quejando de
ellas, pero sabemos que su transformación depende también de nuestras exigen-
cias. Así que unimos las quejas a la paciencia… y, sobre todo, a las propuestas.

Estamos aprendiendo también a decidir colectivamente, y qué duro resulta poner-


se de acuerdo, negociar, proponer y escuchar al otro.

La revolución es, efectivamente cambios. En plural, porque se trata de cambios


a todo nivel y en todas las esferas de nuestras vidas. Pero un cambio de tal
magnitud no se produce sin conflicto o sin resistencia, y no sólo con los adver-
sarios de la revolución; hablamos del conflicto que enfrentamos cuando inten-
tamos ponernos de acuerdo; de la resistencia que encontramos entre nuestros
propios compañeros y compañeras, o en nosotros mismos, frente a situaciones
que por ser tan nuevas asustan.

Nadie dijo que construir una nueva sociedad sería sencillo, pero lo que nos
sobra es ánimo y guáramo para emprender el reto. En este cuaderno repasare-
mos algunos elementos que alimentan ese día a día de cambio y transforma-
ción, a través de herramientas y estrategias que facilitan el manejo de las resis-
tencias al cambio y el ejercicio de la voluntad colectiva. Esto es, estrategias y
herramientas al servicio del poder popular.

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I. ¿Cuál es nuestro contexto de cambio?

Nuestro contexto de cambio es un país que rechazó el viejo modelo de democra-


cia, aquel modelo que sólo nos permitía participar para elegir a otros u otras para
que desde sus cómodos puestos, en la silla presidencial o en el congreso nacio-
nal, decidieran por nosotros sobre temas que nos afectaban directamente.

Esta profunda transformación se asienta en la Constitución de la República


Bolivariana de Venezuela, que consagra la participación como deber y como dere-
cho de todas y todos. Ahora se trata de participar para planificar y ejecutar políti-
cas; para decidir cómo se administra el dinero público y, elegir o revocar mandatos
sobre cargos públicos. Más aún, podemos intervenir en todos los poderes públicos
y hasta en la esfera económica, tanto en la propia comunidad como a escala muni-
cipal, estatal o nacional. De esta manera, dejamos de ser ciudadanas y ciudadanos
que apenas elegían a algunas autoridades del Estado, para convertirnos en ciudada-
nas y ciudadanos que deben contar con autoridades al servicio del poder popular.

Hay algo más, y es el tipo de sociedad que queremos construir a partir de la


Revolución Bolivariana: una sociedad que pone el énfasis en los individuos como
parte de un colectivo; en cada uno de nosotros, no sólo como ciudadanas y ciu-
dadanos o consumidores sino como personas. Una sociedad que se define a par-
tir de la igualdad, la equidad, la solidaridad y la justicia.

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Hacer posible estos principios es responsabilidad compartida entre el Estado y el


pueblo organizado. Por eso, la Constitución habla de cogobierno y de correspon-
sabilidad. Ya no se trata sólo de los poderes públicos, porque los poderes públicos
se subordinan directamente al poder popular.

Otro elemento fundamental de nuestro contexto nacional es el cambio del modelo


económico. En el modelo capitalista, el éxito económico se mide sólo por la capa-
cidad individual para consumir y acumular dinero, tierras o medios de producción.
Los venezolanos y venezolanas nos habíamos acostumbrado a depender del petró-
leo y a medir el estado de nuestra economía únicamente por números y cifras que
nada decían sobre cómo estábamos viviendo: que si el producto interno bruto, que
si el ingreso per capita… Un país muy rico con mucha gente pobre, sin capacidad y
sin posibilidad para producir su propio bienestar. Un país en el que unos pocos pose-
ían la tierra donde la mayoría de los productos para consumir venían de afuera.

Ahora, pueblo y Estado apostamos a un modelo en el que la unión hace la fuer-


za: el desarrollo endógeno. Nosotros, con lo nuestro, produciendo juntos lo que
necesitamos para mejorar nuestra calidad de vida. Se trata, una vez más de un
camino que recién comenzamos a construir, donde no basta que yo esté bien si
mi vecino o vecina no lo está. Un camino que persigue la soberanía productiva,
tecnológica y alimentaria a través de formas solidarias de asociación económica,
como las que lanceras, lanceros y cooperativistas hemos iniciado. Una vez más
no será fácil, pero es nuestro camino y en él estamos todas y todos juntos y uni-
dos por el mismo esfuerzo.

II. Y… ¿Qué es eso del poder popular?

La misma Constitución dice que la soberanía reside en el pueblo. Eso significa


que, desde sus misiones y funciones específicas las instituciones del Estado exis-
ten para satisfacer los mandatos y necesidades de la gente.

Pero es más importante entender que, más allá del Estado y de sus instituciones,
el poder popular es la voluntad colectiva organizada y dirigida hacia el logro de
sus objetivos y la satisfacción de sus necesidades. Es “un ejercicio directo de las
mayorías y de sus organizaciones de base”. Cuando nos reunimos en asamblea
para decidir en comunidad cómo abordar problemas concretos, cuando planifi-
camos y ejecutamos decisiones colectivas estamos ejerciendo poder popular;
cuando nos ponemos de acuerdo para hacer de nuestra comunidad un espacio de

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convivencia armónico y saludable, estamos ejerciendo poder popular; cuando


montamos nuestro propio medio de comunicación comunitario y logramos
conectarlo con las cooperativas de nuestra zona, con los comités de salud, esta-
mos ejerciendo poder popular; cuando nos organizamos para exigir a las institu-
ciones que atiendan nuestras demandas, estamos ejerciendo poder popular.

Muchos decimos que “estamos con el proceso”. Es una sabia manera de recono-
cer que estamos apenas en la construcción de un camino con múltiples y varia-
das vías; que nos reconocemos como uno o una más, dentro de un verdadero
ejército de hacedores y hacedoras de una revolución posible.

Al decir esto reconocemos nuestra voluntad de compartir ese esfuerzo de construc-


ción, con sus aciertos y desaciertos. Cuando hablamos de “el proceso” reconoce-
mos también que aún falta mucho por transformar. Por eso es muy importante con-
tar con las herramientas que nos preparen para decidir y actuar en colectivo. Y para
actuar en colectivo hay que comenzar por transformarnos como individuos.

Somos, cada uno de nosotros, sujetos protagónicos de la transformación en aras


de la construcción de esa nueva sociedad. Aprender a ejercer el poder popular es
parte fundamental de este proceso.

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III. Protagonistas del cambio

“Cada quien se las juega desde el centro de su propia situación, cultura y fortalezas”.
Las comunidades al mando de la política.

Seguramente muchos de nosotros hemos escuchado alguna vez cosas como: “Yo
siempre había sido ama de casa, hasta que me metí en la Misión Vuelvan Caras y
me convertí en cooperativista” o: “Mi papá no se metía nunca en nada, hasta que
participó en la UBE; ahora está con otros más, montando una radio comunitaria”.
Así nos ha pasado a varios: nuestra propia vida se ha ido transformando a medi-
da que participamos en este proceso.

De eso se trata: cada uno de nosotros va cambiando al actuar desde la voluntad


colectiva de transformación. Así se va forjando día a día, ese nuevo ciudadano o
ciudadana capaz de participar y de ser protagonista en la construcción de una
nueva estructura social.

El modelo capitalista neoliberal pone el acento en el individuo desde la perspec-


tiva del egoísmo: cada quien busca satisfacer sus necesidades, si es preciso, a
costa de la necesidad de otros u otras. En la sociedad que queremos construir el
énfasis sigue puesto en cada individuo, pero como parte de un colectivo; en cada
uno de nosotros, no sólo como ciudadanos o ciudadanas sino como personas que
actúan colectivamente, a partir de una serie de premisas que nos definen como
sujetos de transformación.

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IV. ¿Por qué nos definimos como sujetos de transformación?

1. Porque abogamos por el amor, la solidaridad, la libertad, la ayuda mutua,


la justicia y la paz

La fuerza primaria de revolucionarios y revolucionarias es el amor. Esa es la esen-


cia del caminar de quienes apostamos por la transformación. A la luz de esa fuer-
za, se iluminan los otros valores que nos acompañan. Pero no es un amor abstrac-
to, declarativo o sólo para mi entorno familiar; es un amor que mueve y que trans-
forma, combativo, que nos obliga aquí y ahora a trabajar por los demás. Es un
amor que trabaja por la libertad del otro, por su autonomía, que se solidariza con
sus causas, y las pelea como propias. Es un amor que no entiende la injusticia y
que le sale al paso al opresor. Es un amor que desea la paz y que se moviliza con-
tra las razones estructurales de la violencia y la guerra.

2. Porque rechazamos los valores dominantes del consumo, la competencia,


el egoísmo y la violencia

La cultura de quienes nos ha dominado está basada en el egoísmo y la competen-


cia, bajo la falsa premisa de que si cada quien se preocupa sólo de lo suyo, la
sociedad mejora como un todo. Esa cultura está al servicio de quienes necesitan
vender para asegurar la prosperidad de sus grandes negocios. Por eso nos ha ense-
ñado a consumir, y a que lo que consumimos es lo que nos da un lugar en la
sociedad y en la vida. Esa cultura nos bombardea con su publicidad, nos enseña
la supervivencia del más fuerte y la verticalidad de las relaciones. Tememos otras
personas porque nos pueden quitar lo nuestro. Esa cultura quiere convencernos
de la imposibilidad de las grandes transformaciones sociales.

3. Porque nos asumimos como iguales y queremos construir una sociedad


de iguales

Somos transformadores y transformadoras cuando asumimos la igualdad de todos


y todas por encima de las razas, religiones o condición social. Quienes nos domi-
naron por mucho tiempo nos enseñaron que los blancos mandaban y que eran
mejores. También nos enseñaron que los hombres eran superiores a las mujeres;
nos convencieron de que los ricos eran ricos por ser más inteligentes, más traba-
jadores, más hábiles. Todo esto era necesario para ellos porque eran muy pocos
y tenían que explicar porqué tenían toda la riqueza y la mayoría de las tierras. Si

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no nos convencían de todas esas cosas, ¿cómo sostienen una sociedad tan injus-
ta? Las fuerzas del “orden” que siempre se usaron para reprimir la rebelión de los
más pobres, nunca habrían sido suficientes sin convencer a las grandes mayorías
de que ese orden de cosas era natural, que estaba bien, que era necesario. En
nuestras palabras y nuestra cultura se reflejan estos falsos valores. Cuando deci-
mos “tiene el pelo malo” le damos valor negativo al cabello de una determinada
raza. Cuando usamos la expresión “si eres mujercita” damos un valor negativo a
la expresión de la afectividad u otros sentimientos asociados a lo femenino.
Cuando decimos “pobre pero honrado” damos por entendido que la mayoría de
los pobres son ladrones.

Somos transformadores y transformadoras cuando estamos vigilantes para que


esos falsos valores de la dominación no subsistan en nuestras relaciones, cuando
nos tratamos de igual a igual, a la misma altura.

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4. Porque queremos producir en colectivo y entre iguales

La sociedad que queremos transformar tiene una economía capitalista. Por mucho
tiempo nos acostumbraron que en todo trabajo hay un dueño y un jefe, que a
veces son la misma persona. Se produce lo que ellos dicen y como ellos quieren.
Sabemos que el dueño tiene la empresa para ganar dinero y que para él, los tra-
bajadores y trabajadoras son una pieza más de la producción, como las máqui-
nas o la materia prima. Trabajamos por un salario, y sabemos que de la venta del
producto de nuestro trabajo sólo nos dan una parte. Lo que hacemos no es nues-
tro, por más que cariño que se le ponga al trabajo.

Transformamos la realidad cuando nos esforzamos en producir colectivamente y


entre iguales, cuando los dueños somos todos y todas, cuando las decisiones
importantes las tomamos en colectivo, cuando se coordina trabajo y no se obliga
a nadie, cuando lo que hacemos es nuestro, cuando nuestro fin último no es hacer
dinero, sino satisfacer nuestras necesidades y las de nuestra comunidad. También
transformamos la realidad si, siendo empleados o empleadas, nos organizamos
para mejorar nuestras condiciones laborales y aumentar la conexión comunitaria.

5. Porque ejercemos nuestro derecho a tomar la palabra

Antes sólo nos oíamos a nosotros cuando hablábamos con la familia en nuestras
casas, o con los vecinos o vecinas en la esquina del barrio o con los amigos o
amigas en la parcela. En la televisión, en la radio, en las alcaldías, en las gober-
naciones, nunca hablábamos. Pero los medios sí hablaban de nosotros, sobre
todo cuando en los barrios había muertos; a veces con suerte, nos invitaban a un
“reality show” o a aplaudir en programas sabatinos. A las comunidades campesi-
nas, indígenas o a los mineros rara vez las nombraban. Casi no existían.

Nos acostumbraron a que en los medios hablaran las personas poderosas, los y
las profesionales. A que nuestra palabra no tenía valor, pero comenzamos a ocu-
par los espacios, las calles, las paredes, las asambleas, las alcaldías, los medios
de comunicación. Nos hemos ido animando; poco a poco hemos comenzado a
expresarnos y a hacer que nos escuchen.

Ahora sabemos que de lo nuestro hay que hablar, y que lo que tenemos que decir
nosotros. Si en el pueblo se va a tomar una decisión todos y todas tenemos dere-
cho a expresar lo que pensamos. Y no importa que nos digan que no tenemos la
formación suficiente, que ese es un problema de los que saben. Nuestra opinión

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es valiosa y debe ser escuchada. Si el Concejo Municipal va a tomar una decisión


que nos importa, vamos todos y todas a exigir que hable un vocero o una vocera
nuestra. Si no nos dan espacio en los grandes medios, nos toca crear medios
comunitarios y de ser necesario, como hicimos el 13 de abril, exigirle en la calle
a estos grandes medios que nuestra posición se escuche.

Y como dicen por ahí, la ley comienza por casa. Lo que dicen nuestros hijos e
hijas tiene valor, aunque sean muy jóvenes. Debemos enseñarlos y enseñarlas a
expresar sus inquietudes, y que éstas importan, para que en un futuro nadie pueda
quitarles la palabra que tanto nos ha costado volver a tener.

6. Porque construimos la nueva sociedad desde nuestro entorno inmediato

El viejo modelo nos había acostumbrado a que otras personas decidieran por no-
sotros, desde arriba. Para proponer y para protestar aprendimos a organizarnos
como estudiantes, trabajadores, trabajadoras, campesinos, campesinas, mujeres,
hombres, como comunicadoras y comunicadores populares. Y después nos dimos
cuenta de que el mayor espacio de transformación estaba frente a nosotros: en la
plaza del pueblo, en la esquina, en nuestra comunidad.

Ahora la comunidad es espacio de debate, de asamblea, de decisión y de acción.


Sabemos que desde aquí construimos una vida digna, que se nutre del esfuerzo de todos
y todas; desde la cooperativa hasta la panadería popular; con los grupos culturales y
deportivos. La comunidad es nuestro territorio, la casa que alberga nuestra casa. Allí
aprendemos, entre todos y todas a construir acuerdos. A nadie le interesa más que a
nosotros porque de ello depende nuestro propio bienestar y el de nuestras hijas e hijos.

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Así pues, cada una y cada uno de nosotros puede ser sujeto de transforma-
ción social, al asumirse como personas que han tomado conciencia de su
protagonismo revolucionario y que, en virtud de esa conciencia, participan
de manera activa y organizada en la construcción del nuevo modelo de país,
desde instancias colectivas de decisión y de acción. Ser transformador o
transformadora implica actuar de acuerdo con los principios de justicia, soli-
daridad, igualdad y equidad, en todas las instancias de nuestro diario queha-
cer. Al definirnos como sujetos de transformación social nos definimos como
revolucionarios y revolucionarias, por eso mantenemos un enfoque que con-
juga la crítica constructiva con el afán creador y con la disposición proposi-
tiva, para evaluar cómo vamos construyendo el cambio y para proponer
alternativas que nos permitan avanzar desde cada una de nuestras trincheras.
Quien se asume a sí mismo como sujeto de transformación social sabe que
su propia lucha alimenta a otras, y se suma al esfuerzo de muchos y muchas
para forjar las bases del cambio que tiene como norte el bienestar colectivo,
fruto de la voluntad colectiva.

V. Y ¿Cómo se construye el cambio?

“Son las relaciones que establecemos, las condiciones que forjamos reflejo y prue-
ba de los cambios que proponemos. Pero no es en las grandes y evidentes relacio-
nes sino en las menudas relaciones, en las desapercibidas por la gran opinión en
las que se fragua el día siguiente de la historia humana”.
Las comunidades al mando de la política.

Bien sea que participemos en un comité de tierras, en una cooperativa o en el


grupo cultural de nuestra comunidad, existen principios comunes de organiza-
ción y de construcción que deben guiar la acción colectiva transformadora.

Los voceros, voceras, representantes, delegadas o delegados son elegidos y
elegidas directamente por todas y todos los integrantes del colectivo en
igualdad de condiciones. Por ejemplo: en las cooperativas, los cargos de
representación (presidente o presidenta secretario o secretaria, etc.) son ele-
gidos por todas y todos los cooperativistas, en asamblea.

Cuando se eligen representantes no elegimos jefes o jefas; les encargamos
una función específica, que debe responder directamente a las decisiones
colectivas. Para mantener el ejemplo anterior, ¿puede el presidente o la pre-

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sidenta de una cooperativa decidir por todos y todas? La respuesta es: no. El
presidente o la presidenta de una cooperativa debe representar y defender
frente a otros las decisiones tomadas por todos y todas.

Ningún cargo o función es eterna. El colectivo decide durante cuánto tiem-
po deben actuar sus representantes, considerando que los roles, cargos y
funciones deben asumirse rotativamente y no concentrarse en una sola per-
sona indefinidamente.

El conocimiento y la información son más valiosos mientras más se compar-
ten. La democracia del saber garantiza que nos enriquecemos con la expe-
riencia de otros y que otros aprenden de la nuestra.

La diversidad de enfoques y frentes de lucha nutre la acción transforma-
dora. Basta con que nos encontremos para comprobar cuánto tenemos
en común los luchadores y luchadoras sociales, bien sea que defenda-
mos los derechos ancestrales de los pueblos indios o formemos parte de
una mesa técnica de agua. Cada quien desarrolla experiencias específi-
cas y quizás muchas veces diferimos en los enfoques, pero el poder
popular se fortalece al respetar y aprovechar las diferencias en la cons-
trucción de objetivos comunes.

Toda propuesta o decisión debe ser debatida. La cultura del debate es qui-
zás uno de los principios que mejor define el espíritu transformador. En el
debate se forja nuestro espíritu crítico y propositivo; a partir de la discu-
sión colectiva se activa la creatividad de nuestro pueblo; en el debate nace
y se legitima la acción.

VI. Decidir en colectivo

Si tienes este folleto en tus manos, seguramente ya has participado en espa-


cios de decisión colectiva. Así que habrás compartido largas discusiones en
las que unos pocos trataron de acaparar el derecho de palabra; asambleas en
las que algunas personas se van descontentas porque sus inquietudes o pro-
puestas fueron desatendidas o rechazadas durante una votación; reuniones en
las que un grupito logró imponer su agenda, por encima de los intereses del
colectivo. Provoca, a veces, tirar la toalla y dejar que los demás decidan, pero
a decidir en colectivo se aprende debatiendo, y quien delega su soberanía

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pierde. ¿Recuerdan cuánto nos ha costado tomar la palabra y abrir espacio a


nuestras voces? Ya no estamos dispuestos a perder el derecho a pataleo, así
que repasemos algunos elementos que sustentan la cultura del debate.

El punto de partida para debatir es la honestidad. Ser personas honestas
implica, en este caso, tener verdadera disposición para ejercer en con-
junto el poder de decisión, implica intercambiar sin agendas ocultas,
tener disposición para aceptar las reglas del juego, aunque la decisión
final no avale nuestra postura individual.

Cualquier metodología que se escoja debe garantizar que todos y todas
tengan derecho a expresarse por igual.

El equipo organizador del debate debe facilitar la comunicación, no aca-
pararla.

El equipo organizador debe también colocar en mesa toda la informa-
ción disponible y necesaria para la toma de decisiones.

La agenda de discusión es el primer punto de acuerdo. No se vale que
unos pocos impongan la agenda; todos y todas proponen y entre todos y
todas se decide sobre qué se discute.

La agenda debe considerar y diferenciar claramente los puntos de infor-
mación de los puntos de discusión.

Antes de empezar el debate, debe estar claro quiénes recogen, anotan y
sistematizan los puntos de discusión.

Si todos y todas tenemos derecho a hablar, todos y todas tenemos el
deber de escuchar a los demás. Escuchar exige tanto o más esfuerzo que
hablar porque implica ponerse en el lugar de las otras personas para
entender su posición, especialmente si es distinta a la nuestra.

A medida que avanza la discusión deben aclararse al máximo las pro-
puestas sobre las cuales se va a decidir.

El grupo también debe acordar si las decisiones se toman por consenso
o por votación.

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VII. ¿De qué hablamos cuando hablamos de consenso?

Actuar por consenso no implica que todos y todas estemos totalmente de acuer-
do en todos los aspectos de una discusión. Esa sería una aspiración vana y peli-
grosa, porque estaríamos negando la riqueza de la diversidad de opiniones en
nuestro colectivo. Un consenso es, simplemente “un acuerdo sobre lo funda-
mental”. Por ejemplo: Hace poco formamos una cooperativa agrícola y debe-
mos comenzar a producir. Los recursos no alcanzan para comprar todas las
semillas que necesitamos y hay que decidir pronto, pues se avecina el momen-
to de la siembra. Una institución financiera se ha comprometido a otorgarnos
un crédito, pero los trámites se han alargado más allá de lo previsto. Entre el
grupo hay algunos descontentos y otras cuantas desanimadas. En plena asam-
blea, las primeras voces se levantan para decir que el proyecto de cooperativa
está en veremos, que así es claro que no se va a poder producir, y que mejor
cada cual va viendo para dónde agarra; una de las compañeras propone ir a
protestar frente a la institución financiera; otros hablan de buscar presupuestos
de costos de semillas. Ahí mismo el debate se pone caliente: el primer punto a
discutir es si se abandona el proyecto de cooperativa o se sigue insistiendo.
Finalmente, dos de los cooperativistas manifiestan que quieren desistir. Los
otros siguen con la cooperativa y alcanzan un primer punto de consenso: con-
tinuar trabajando por un objetivo común y fundamental.

Luego alguien plantea que, ya que se decide seguir con la cooperativa, lo más
urgente es ver cómo se consiguen las semillas. Una vez más, todos y todas están
de acuerdo en discutir primero este punto. Se alcanza un segundo consenso.

Dejamos el ejemplo hasta aquí, por el momento, para reflexionar sobre él. El
consenso ha permitido dos cosas. Primero, el grupo se reconoce en sus obje-
tivos comunes: principalmente todas y todos quieren seguir con la cooperati-
va y ver cómo hacen para comprar las semillas. Así se genera y se refuerza el
compromiso de todas y todos con la decisión: quienes se quedan en la coope-
rativa van a luchar para que puedan comenzar a sembrar. En ese proceso, el
mismo grupo fue capaz también de ver cuáles puntos de la discusión se aleja-
ban del objetivo principal: concentrarnos en el tema de las semillas.

Alcanzar estos dos consensos fundamentales le llevó a nuestro grupo largas horas
de discusión y todavía no saben de dónde van a sacar las semillas. Alguien pro-
pone pasar por escrito las diferentes propuestas y decidir por votación pero

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¿Acaso no es preferible seguir decidiendo por consenso?

Puede que sí y puede que no. Puesto que ya hay consenso sobre lo fundamental,
decidir por votación sobre los detalles es igualmente válido, siempre que el grupo
disponga de toda la información necesaria. A lo mejor se decide por consenso
cuál será la estrategia para obtener semillas y se vota para acordar cómo se distri-
buyen las tareas. En todo caso, lo importante es visualizar cómo el consenso sirve
para afianzar el compromiso colectivo. Alcanzar acuerdos por votación es, cier-
tamente, más rápido y legítimo cuando ya hay consenso sobre lo fundamental y
todos y todas están de acuerdo en votar para decidir.

VIII. Y… ¿Qué hacemos con los que no están de acuerdo?

Hasta ahora partimos de una premisa básica: hablamos de colectivos o grupos


con objetivos comunes que discuten para decidir sobre temas de mutuo interés.
Es decir, hablamos de debatir entre nosotros, pero no estamos siempre de acuer-
do en todo y, menos mal que es así, porque lo contrario negaría la esencia de la
pluralidad del pensamiento.

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Supongamos que, en el ejemplo anterior, se decide por consenso no esperar


más y buscar los recursos por otro lado. Alguien propone hacer una verbena
para recoger fondos y, otro propone hacer una vaca. Se decide lo primero, pero
hay tres compañeras que expresan su desacuerdo con la verbena, argumentan-
do que es desviar el esfuerzo de la siembra que se avecina. ¿Qué hacemos?

La capacidad de un grupo para manejar el disenso y ejercer el respeto por las


minorías se mide en la práctica. Algunas veces, podemos expresar nuestro des-
acuerdo o disenso con una propuesta pero aceptamos participar de la decisión
colectiva. Otras, nuestro disenso nos lleva a no participar sobre el punto espe-
cífico de discusión, y el grupo debe decidir cómo se avanza, respetando esa
diferencia.

En nuestro ejemplo, una compañera decidió no participar en la verbena pero


consideró aportar un monto de dinero específico; las otras dos manifestaron su
desacuerdo pero aceptaron participar para que la discusión siguiera avanzando.
Se trata de disensos que deben ser manejados sanamente por todo el colectivo,
partiendo de la base de sus objetivos comunes.

Situaciones como la del ejemplo anterior y muchas otras de seguro más comple-
jas, forman parte del día a día de todo grupo que se esfuerce por decidir en colec-
tivo. No existe una fórmula única ni una metodología infalible. Lo único que nos
permite avanzar son la honestidad y la perseverancia del grupo. Quizás salgamos
agotados después de largas horas de discusión, pero con acuerdos claros y con la
satisfacción de haber participado de una discusión sabrosa y provechosa.

IX. Identificar el conflicto

El conflicto está presente en todas las esferas de la vida. En el ámbito de lo


social está estrechamente vinculado a las relaciones de poder entre diferentes
sectores, grupos y actores. Si el punto de partida de la Revolución Bolivariana
es el pueblo en ejercicio de su propio poder, es obvio que se plantean muchos
y diversos puntos de conflicto: en nuestra casa, en nuestro barrio; con la fami-
lia, con los compañeros y compañeras y con los adversarios políticos. Así que
aprender a identificar y a manejar adecuadamente el conflicto es una compe-
tencia de primera importancia para nosotros, quienes creemos y luchamos
por el bienestar colectivo.

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Un conflicto estalla cuando una persona o un grupo sienten que otras u otros le
impiden lograr sus objetivos o los ponen en riesgo. Cuando hay un choque entre
lo que hago o quiero y lo que otras personas hacen o quieren. Esto es exactamen-
te lo que pasa por ejemplo cuando, a escala personal, discutimos con nuestra
pareja porque sentimos que no participa de las tareas domésticas. O cuando no
logramos ponernos de acuerdo dentro de nuestra comunidad para decidir dónde
se coloca un contenedor de basura: yo no lo quiero cerca de mi casa y tú no lo
quieres cerca de la tuya. También es lo que pasa cuando nos enfrentamos a un
terrateniente que pretende rodar sus linderos.

¿Cuál es la diferencia fundamental entre los dos últimos ejemplos? Que en el pri-
mer conflicto se trata de un grupo con un objetivo común: tener una comunidad
más limpia, aunque todavía no consigan la fórmula que satisfaga al colectivo. En
cambio, en el segundo ejemplo no hay objetivos comunes sino un profundo con-
flicto de intereses.

Como el objetivo de este cuaderno es proporcionar herramientas para aprender a


funcionar como colectivo y actuar como sujetos de transformación social, la pri-
mera fortaleza que debemos cultivar es la actuación colectiva organizada. Por
eso, vamos a concentrarnos en el manejo de conflictos entre grupos con intereses
y/o objetivos comunes. Esto es ¿cómo resolvemos los conflictos que se presentan
entre nosotros mismos?

Lo primero que debemos identificar son tres elementos básicos: el proceso que ha
alimentado el conflicto; las personas y grupos involucrados; y los puntos que
constituyen el desacuerdo fundamental.

Cada una de las personas o grupos involucrados tienen valores, intereses,
necesidades y una perspectiva sobre el problema. De estos elementos se deri-
van su actuación y su postura. Su perspectiva se forma de acuerdo a cómo les
afectó lo sucedido, mezclando sentimientos con hechos. Esto quiere decir
que a menudo las emociones dominarán sobre la razón y ninguno percibirá
el conflicto en su totalidad. Igualmente, cada cual tiene un grado de influen-
cia o de poder específico en el conflicto. El poder que cada persona cree
tener y el que efectivamente tiene son determinantes en todo conflicto. Por lo
general, sólo del equilibrio de poder salen acuerdos satisfactorios para las
partes en conflicto. También hay que considerar la propia estima de cada par-
ticipante; quien siente lesionada su autoestima actúa defensivamente.

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El proceso es la manera en que el conflicto se desarrolla y cómo la gente
trata de resolverlo. A partir de un desacuerdo o diferencia inicial, la comu-
nicación suele empeorarse en la medida en que sube la intensidad del
conflicto; cada quien se concentra en su propia visión y escucha cada vez
menos a las demás personas. Así, la comunicación se deteriora y el con-
flicto se alimenta con nuevos episodios que dificultan cada vez más la
resolución del problema inicial.

La parte genuina del conflicto se basa en las diferencias esenciales, en pun-
tos y asuntos concretos de incompatibilidad, como por ejemplo: los intere-
ses, las necesidades y los deseos distintos de cada quien; las diferencias de
opinión sobre el procedimiento a seguir, el criterio a seguir para tomar una
decisión, la repartición de roles o responsabilidades, etc.

Otro elemento adicional que debemos identificar o definir colectivamente es


quién o quiénes cumplen el rol de mediadores cuando surge un conflicto dentro
del grupo. Así como elegimos un moderador para nuestros debates, debemos ele-
gir o identificar quién o quiénes cumplirán un rol similar para intervenir en un
conflicto.

Hasta aquí los elementos básicos a identificar antes de actuar en un conflicto.


Como ejercicio, proponemos pensar en conflictos que hayamos sufrido nosotros
mismos, tanto en nuestra interrelación personal con personas cercanas (tu pareja,
tu familia, etc.) como en conflictos que involucran nuestra visión del mundo
(puede ser uno de tus vecinos o vecinas del barrio, que no está de acuerdo con
tu postura política). En esta reflexión, hagamos también un esfuerzo por identifi-
car los tres elementos de los que hablamos arriba para poder pasar a la acción.

X. Intervenir constructivamente los conflictos

Frente a un conflicto hay al menos un escenario posible: la ruptura. En algunos


casos es válido y legítimo optar por la ruptura. Puede que uno de nuestros com-
pañeros de la cooperativa no pueda esperar más a que el proyecto comience y
decida separarse; o que alguien no esté de acuerdo con la propuesta de produc-
ción planteada por el grupo y se vaya. Pero en un mismo colectivo pueden tam-
bién coexistir variadas posturas frente a los mismos temas, y es deseable que así
sea. Así que debemos considerar otros escenarios posibles de resolución cons-
tructiva. Entre esos escenarios están:

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La negociación: esta vía consiste en identificar un mínimo necesario de
acuerdo satisfactorio para ambas partes, cada una de las cuales debe
realizar concesiones admisibles. El ejemplo más claro de negociación es
el proceso de establecimiento de precios en una operación de compra-
venta: se lanza una primera oferta; se inicia el regateo, y así sucesiva-
mente hasta que se establece el valor de la venta.

La búsqueda de colaboración: esta vía supone que veamos a nuestro
adversario o a adversaria como posible aliado o aliada para buscar alter-
nativas de mutuo provecho. Suena difícil, pero se puede llegar allí, si
somos capaces de identificar intereses u objetivos comunes, que nos per-
mitan superar el conflicto.

Aquí nos concentraremos precisamente en estrategias que nos ayuden a interve-


nir ante los conflictos, de forma tal que podamos seguir adelante con nuestros
proyectos y objetivos comunes.

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Lo primero que hay que hacer es escuchar. Cada persona involucrada en un


conflicto tiene su propia versión; su “verdad sobre los hechos”, alimentada con
sus propias subjetividades, su emotividad y por la forma en que fue afectada por
los hechos. La disposición a escuchar, colocándose en la posición de la otra
persona, es indispensable como punto de partida. Al escuchar demostramos
interés por solucionar el conflicto y, por lo demás, es la única manera de enten-
der lo que sucede. Adicionalmente, cuando una persona o grupo habla y es
escuchada puede reconsiderar y revalorar sus puntos de vista.

Otro aspecto fundamental es definir la raíz del conflicto, lo que arriba llama-
mos “la parte genuina del conflicto”. Cuando una situación estalla, está reple-
ta de episodios y acciones, y hasta es posible olvidar qué encendió la chispa
inicial. Es el momento para actuar, en tres frentes:

1. Delimitar los asuntos a tratar: como un conflicto tiende a multiplicarse,


es conveniente detenerse y poner sobre la mesa todos los puntos que han
ido acumulando, además de la raíz inicial del desacuerdo. En una coo-
perativa agrícola, comenzaron a perderse los recursos de trabajo. Muy
pronto comenzaron las acusaciones mutuas, cada vez más subidas de
tono, hasta que el grupo estuvo a punto de disolverse. Aquí, delimitar los
asuntos no sólo incluyó el uso y mantenimiento de los recursos comu-
nes, sino también reglas para la discusión, a fin de evitar irrespetos o ata-
ques personales.

2. Aclarar los intereses de quienes hacen parte del conflicto: Los intereses
de cada persona o grupo involucrado en un conflicto explican por qué
cada cual actúa de una determinada forma. Así que la pregunta adecua-
da es por qué cada cual prefiere determinada solución. En una comuni-
dad costera, una cooperativa planteó un proyecto de turismo ecológico,
que fue inmediatamente rechazado por la asociación de pescadores de
la zona. Cuando ambos grupos se sentaron en la mesa de discusión, los
pescadores expusieron que temían que el proyecto afectara su actividad
económica. A la vez, las y los cooperativistas de turismo acusaban a los
pescadores de tener métodos que afectaban el equilibrio ecológico de la
zona. Luego de un arduo trabajo de mediación se logró un acuerdo que
integró a varios pescadores en un proyecto de formación y se delimita-
ron claramente las áreas de pesca y de turismo en la zona.

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3. Concretar las necesidades básicas de cada quien: En el ejemplo anterior


¿Cómo pescadores y cooperativistas lograron llegar a un acuerdo? Porque la
estrategia de mediación se concentró en las necesidades básicas de cada
grupo: tanto pescadores como cooperativistas necesitaban trabajar. A partir de
esa necesidad, se planteó una solución de colaboración en la que cada parte
se beneficiara de la actividad de la otra, en vez de amenazarse mutuamente.

Una vez que logramos definir claramente el conflicto, así como los intereses y
las necesidades básicas de las partes podemos avanzar al siguiente paso:
replantear el conflicto.

Replantear el conflicto supone abrir las perspectivas. Cada parte involucrada sólo
es capaz de ver lo que le afecta. Desde una perspectiva de construcción colecti-
va, si nos interesa resolver un conflicto y fortalecer los objetivos comunes, lo pri-
mero es lograr que percibamos las distintas aristas de un conflicto desde otras
perspectivas. Existen varias estrategias para replantear los conflictos:

Dar a cada cosa su justo valor: en medio del enojo, tendemos a magnificar
las cosas, una insinuación puede convertirse en un gran agravio y un de-
sacuerdo en diferencia insalvable. Al mediar en un conflicto es importante
lograr que cada parte llegue a ver el problema en su justa dimensión.

Resaltar los puntos en común como punto de partida: en medio de un con-
flicto también olvidamos lo que nos une con nuestro adversario o adversaria.
Es importante recordar esto cuando estemos a punto de tirar por la borda
nuestro esfuerzo en la cooperativa, en el consejo comunal, en la asamblea de
barrio o en nuestra casa con nuestra propia pareja.

Desgranar los puntos de conflicto: en el ejemplo de la cooperativa agrícola,
donde se perdían los instrumentos de trabajo, desgranar los puntos del con-
flicto consistió en centrar la discusión del grupo en dos puntos: cómo garan-
tizar el correcto uso y la conservación de los equipos comunes y, cómo esta-
blecer normas para la resolución de conflictos en el grupo. De esta manera
la discusión se concentra en lo fundamental.

Lograr ponerse en el lugar del otro: esta estrategia ayuda a ver la perspectiva de
mi adversario o adversaria como propia, por lo tanto resulta más fácil encontrar
soluciones que satisfagan a ambas partes, en vez de pensar en la anulación del
otro, que es nuestro primer impulso cuando estamos en medio de un conflicto.

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Enfocar el problema desde sus posibles soluciones: esta estrategia implica
preguntarse ¿qué hacer? En todo conflicto cada cual piensa en cómo satisfa-
cer sus exigencias, aún a costa del otro. Por lo tanto una primera respuesta
puede ser: no hacer nada. Al plantear que todo siga como está, cada parte en
el conflicto puede sopesar cómo se sentiría: simplemente, no se lograría satis-
facer las exigencias de ninguno. Todos perdemos. A partir de allí, es posible
flexibilizar las exigencias de cada cual, y avanzar hacia el último punto:
generar soluciones.

Como hemos dicho anteriormente, en todo conflicto cada parte ha pensado ya


una solución particular o individual. En el ejemplo de nuestra cooperativa agríco-
la, algunos pensaron excluir del grupo a dos personas a quienes creían culpables
de la pérdida de los equipos. Otras, hartas por la pérdida de tiempo de trabajo y
la proliferación de conflictos, pensaron irse ellas. Unos más sugirieron buscar la
intervención de instituciones externas que fiscalizaran a la cooperativa. La clave
para resolver constructivamente este conflicto fue buscar soluciones distintas a
todas las planteadas.

Ahora nos detendremos brevemente en la metodología de discusión que manejó


este grupo en particular, para aprovechar su aprendizaje: para iniciar el debate, el
equipo moderador de la discusión hizo una lista con todas las propuestas de posi-
bles soluciones. Luego, se dio un tiempo adicional para que se plantearan otras
alternativas. La lista se fue ampliando, hasta incluir alternativas que satisfacían las
expectativas de la mayoría. Enseguida, se definieron las reglas de la discusión,
excluyendo explícitamente ataques personales. Las alternativas fueron debatidas
largamente, hasta alcanzar un acuerdo básico: los equipos debían permanecer en
la sede de la cooperativa, salvo excepciones aceptadas por el colectivo.

Cada grupo debe decidir cómo generar sus propias soluciones. Algunos prefieren
ir resolviendo punto por punto, otros por el contrario prefieren definir primero un
acuerdo macro, que permita resolver luego los detalles. Sin embargo, estos pun-
tos de partida enunciados aquí de seguro serán de utilidad, sobre todo para ana-
lizar y visualizar el conflicto desde una perspectiva más rica y compleja que la
simple riña entre adversarios. Ponernos en el lugar del otro nos permite también
entender el conflicto desde su punto de vista, y tal vez descubrir que la raíz de
los conflictos no necesariamente es la oposición de posturas. En la esfera de lo
social muchos conflictos se originan en eso que llaman resistencia al cambio.

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XI. Resistencia al cambio

En la introducción hablábamos de las incertidumbres y los temores que pue-


den despertarse ante el proceso de construcción en el que estamos inmersos
como venezolanos y venezolanas. Tenemos nuevos roles y nuevas responsa-
bilidades: ¿cómo es que yo, que hasta hace poco fui ama de casa, ahora par-
ticipo en un debate para decidir dónde ponen un nuevo tanque de agua para
mi comunidad? ¿Qué significa no ser empleado sino socio y, por tanto,
dueño del producto de mi trabajo en la cooperativa?

La transformación que vivimos en nuestro país nos alcanza a todos y todas,


con sus beneficios y sus desventajas. Los cambios generan incertidumbre;
“nos mueven el tablero y nos cambian las piezas de lugar”. Y ahí se produ-
ce lo que llaman “Resistencia al cambio”. Vamos a extendernos un poco
sobre este concepto, antes de ver cómo puede manifestarse en nuestros afa-
nes colectivos.

Se habla de resistencia al cambio para agrupar un conjunto variado de con-


ductas, posturas y respuestas que se manifiestan frente a una situación nove-
dosa o situación de cambio. Obviamente, no todos los cambios son buenos,
así que habrá ocasiones en que la resistencia al cambio será una respuesta
no sólo válida, sino legítima.

Por ejemplo, recordaremos que entre las décadas de los 80 y los 90, los
patrones comenzaron a desconocer conquistas laborales como la estabilidad
en los puestos de trabajo y el derecho a agruparse en sindicatos. Comenzó a
hablarse de flexibilización laboral y proliferaron las maquilas y el subem-
pleo, entre otros males. Entonces se hablaba de resistencia al cambio para
explicar por qué los empleados y empleadas rechazaban algunas de esas
prácticas que, para hacer “más eficientes” a las empresas, desmejoraban
nuestras condiciones laborales.

Ahora bien, hoy en día hay quienes hablan indistintamente de resistencia al


cambio para explicar algunos actos de quienes adversan el proceso boliva-
riano o simplemente para descalificar a algunas personas que, estando con
el proceso, mantienen posturas críticas frente a determinados hechos o situa-
ciones. O sea, todo aquel que levante la voz o frunza el ceño frente a una
propuesta novedosa puede ser visto como resistente al cambio; como si resis-
tirse al cambio fuese negativo en sí mismo.

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La resistencia al cambio no es más que una respuesta posible ante una situa-
ción que genera incertidumbre y que se presenta asociada a conflictos de
diversa naturaleza y de diverso orden, sobre todo cuando hablamos de cam-
bios sociales. Para analizarla sirven los tres elementos que enumeramos antes
para hablar de la identificación de conflictos, a saber: los participantes, el pro-
ceso, y la raíz del conflicto (en este caso, la resistencia al cambio).

También es necesario evaluar, como lo hicimos al hablar de conflictos, si se


trata de una situación que se da en el seno de un grupo o colectivo con objeti-
vos y/o intereses comunes; puede que identifiquemos conductas o actitudes de
resistencia al cambio entre adversarias y adversarios políticos, vecinas, vecinos,
compañeras, compañeros o miembros de nuestra familia. En cualquier caso, no
es razonable descalificar a priori la resistencia al cambio ni valorarla fuera de
contexto. Lo que sí es razonable es identificar cómo se manifiesta y cómo pode-
mos trabajarla, en el seno de nuestros colectivos.

XII. Identificando la resistencia al cambio

Dentro de una cooperativa industrial se planteó invertir el excedente societa-


rio en la construcción de un taller y en la compra de una nueva maquinaria,
que permitiría automatizar el proceso manual de ensamblaje de piezas.
Después de largas y acaloradas discusiones, la propuesta se aprobó: todos los
socios y las socias participarían de la construcción del taller mientras llegaba
la máquina. Pero luego alguien propuso invertir primero parte del dinero de la
compra en otra cosa más urgente. Cada vez que se planteaba comenzar a
construir el taller muchos integrantes de la cooperativa tenían otras cosas que
hacer, otros fingían que ni se acordaban de la propuesta. Mientras tanto, cre-
cían las murmuraciones respecto a la conveniencia o no de comprar la nueva
máquina, y los chismes sobre las intenciones “reales” de los que propusieron
la idea. El tiempo pasaba y nada que avanzaban.

Existen dos tipos de resistencia al cambio, que podemos evidenciar en los


dos ejemplos anteriores:

Resistencias pasivas. Son actitudes o conductas que enmascaran o disi-
mulan el desacuerdo o la resistencia al cambio. Se resumen en la frase
“no hago nada en contra pero tampoco a favor”. Es el caso de quienes,
aunque participaron de la decisión de comprar la máquina, en el ejem-

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plo de la cooperativa, luego no hicieron nada para ejecutar la decisión.


La resistencia pasiva puede manifestarse como silencio, como bloqueo o
como indiferencia frente a un cambio.

Resistencias activas. Como su nombre lo indica, comprenden acciones con-
cretas que buscan impedir o entorpecer el cambio. Desacreditar, descalificar
o burlarse de la iniciativa de cambio es una de esas actitudes, como hicieron
quienes murmuraban y desacreditaban la idea de comprar la maquinaria, en
el ejemplo anterior. Otras actitudes de resistencia activa pueden ser: el des-
crédito o la descalificación personal de quien propone el cambio, el manejo
intencionado de la información o la desinformación; la negativa frontal a
considerar o debatir sobre el cambio; el sabotaje o entorpecimiento del cam-
bio (como hicieron quienes se negaban a construir el taller).

A veces sucede así cuando planteamos algo nuevo ¿Por qué? Porque un cambio
supone abandonar nuestras costumbres, lo que ya conocemos, para enfrentarnos
a un proceso de aprendizaje y adaptación. Por lo tanto, hay que poner en marcha
estrategias que disminuyan los temores y la incertidumbre y revelen claramente
las ventajas del cambio propuesto.

XIII. Algunas estrategias frente a la resistencia al cambio

La primera estrategia se resume en una sola idea: comunicación suficiente, opor-


tuna y adecuada.

Cuando finalmente los impulsores de la compra de la máquina convocaron al


grupo para indagar porqué la idea resultaba tan conflictiva, dos personas manifes-
taron su inquietud: ¿la nueva máquina dejaría sin trabajo a alguna o a alguno de
ellos? Esa experiencia la habían vivido ya como empleadas y empleados, por lo
tanto no querían repetirla en la cooperativa, otros dijeron que nunca habían ope-
rado una máquina así y que no sabían si podrían hacerlo, otras pensaban que el
grupo no estaba preparado para un cambio como ése.

Si los promotores y promotoras de la idea hubiesen comunicado su idea adecua-


damente, explicando los detalles con claridad y abriendo espacio para el debate,
quizás no habrían enfrentado tanta resistencia inicial. Comunicar con honestidad
y claridad implica también compartir las propias dudas y temores, y poner sobre
la mesa las posibles desventajas de nuestra idea.

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En términos similares a la comunicación oportuna, es preciso desmontar posibles


elementos de desinformación o de distorsión de la información respecto al cam-
bio. Esto es lo que hacemos cuando por ejemplo, comentamos con nuestros veci-
nos y vecinas la información que presentan algunos medios masivos, señalando
la intencionalidad y la distorsión que introducen.

Una segunda estrategia es monitorear el proceso de cambio, resaltando los logros y


sometiendo a la consideración del colectivo los tropiezos e inconvenientes, así
como sus posibles soluciones. En nuestro ejemplo, la verdad es que nadie sabía
operar la nueva máquina, ni siquiera quienes propusieron su compra. Una vez reco-
nocido este obstáculo, acordaron informarse y recibir capacitación antes de tomar
la decisión definitiva. Durante tres meses se reservó un espacio en las asambleas de
socios y socias para discutir y evaluar cómo se trabajaba con los nuevos equipos.

Una tercera estrategia es brindar atención particular a quienes tienen mayor difi-
cultad para asumir el cambio. En otra cooperativa, cada integrante poseía una
pequeña porción de tierras para el cultivo. En asamblea, decidieron aportar sus
tierras y un poco de dinero para comprar semillas. El colectivo cooperativista tra-
bajaría todas las tierras por igual. Varios manifestaron su desconfianza, pues sen-
tían que iban a perder sus tierras sin certeza de que el grupo tuviese fuerza sufi-
ciente para emprender el trabajo colectivo. La decisión fue trabajar primero pre-
cisamente las tierras de los más recelosos, que sobre la marcha terminaron por
convencerse de la factibilidad de la idea.

Hemos dicho antes que los cambios generan incertidumbre, y frente a la incerti-
dumbre pueden aparecer expresiones de pesimismo, prejuicios o desconfianza
respecto a los resultados. Al respecto, la estrategia debe apuntar a plantear las
posibles dificultades de manera abierta y honesta, sin enmascararlas o disimular-
las, y desplegando alternativas creativas para enfrentarlas, en colectivo.

En un barrio se planteó la posibilidad de obtener financiamiento para construir


nuevas viviendas en sustitución de las que tenían, precariamente hechas. Varios
vecinos y vecinas habían constituido una asociación civil que tenía varios años de
funcionamiento y gozaba de gran legitimidad en la comunidad. A través de esta
asociación, habían obtenido la titularidad de las tierras y tramitaron los servicios
básicos ante las instituciones competentes, pero la consolidación de las viviendas
acarreaba una exigencia importante: los trabajos de remodelación o construcción
debían ser realizados por gente de la misma comunidad, agrupados bajo una figu-

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ra jurídica que bien podía ser la misma asociación civil u otra, según lo acordaran
colectivamente. La misma institución que otorgaba el financiamiento propuso dic-
tar dos talleres de formación técnica para diez miembros de la comunidad.
Cuando se discutió el tema en la asamblea comunitaria, hubo consenso en propo-
ner a cuatro hombres con experiencia en albañilería, para realizar los talleres e ini-
ciar las obras, pero también se postularon varias mujeres y otros hombres, que
nunca habían tenido contacto con este tipo de labores. Muchos protestaron y dije-
ron que preferían traer a gente de otras comunidades, pero con experiencia; otros
dijeron que preferían construir por su cuenta. Pero los postulantes argumentaron
que el taller de construcción de bloques era nuevo para todos y todas y que todos
podían aprender. Añadieron que las obras serían monitoreadas para detectar y sol-
ventar las fallas oportunamente. Finalmente, el grupo de talleristas se completó con
dos hombres y cuatro mujeres más, sin experiencia previa.

Muchos dudaban de los resultados de este grupo. Los miembros que no tenían
experiencia fueron objeto de chistes y de bromas pesadas por parte de varios de
sus vecinas y vecinos. Algunos descalificaban a las mujeres, poniendo en duda su
capacidad para oficios supuestamente “propios de los hombres”. Pero el grupo
siguió adelante, sin detenerse ante los prejuicios y las dudas de los demás.
Conformaron una cooperativa y aprendieron a fabricar tanto los bloques como las
casas. La cooperativa trabajaba en estrecha coordinación con la asociación civil,
y ambas rendían cuentas a la asamblea vecinal. Los talleristas experimentados
acompañaban el aprendizaje de sus compañeras y compañeros.

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La asamblea acordó realizar un sorteo para decidir cuáles serían las primeras
casas a construir. No todos los vecinos participaron, pues no creían que el grupo
fuese capaz de realizar bien las obras. Los más reacios se resistían “a que unas
mujeres les construyeran las casas”. Pese a todo, fueron seleccionadas las prime-
ras tres familias. Pero tuvieron que esperar dos meses más de lo previsto para que
se iniciaran los trabajos porque los recursos se retrasaron. El tema era objeto de
discusiones cada vez más agrias en las asambleas. El grupo de cooperativistas
enfrentaba esta vez, dudas y cuestionamientos sobre el retraso de los recursos.
Pero llegaron finalmente y los cooperativistas construyeron sus primeros bloques
y las primeras tres casas quedaron muy bien. Ahora nadie dudaba del desempe-
ño y de la transparencia de la cooperativa. La próxima asamblea debía realizar
el segundo sorteo para construcción de viviendas.

La cooperativa de nuestro ejemplo logró vencer la resistencia al cambio, el pesi-


mismo y los prejuicios, gracias a su disposición a aprender, a comunicarse con
honestidad y a no detenerse ante las posibles dificultades.

Después vendrían otros conflictos en el barrio. Cuando se agotaron los recursos


del financiamiento, aún quedaban familias por atender, y la comunidad debía
buscar alternativas para concluir las viviendas restantes. Algunos dijeron que de
nada había servido, entonces, todo el esfuerzo previo, salvo para favorecer a
unos cuantos y crear divisiones entre los vecinos y vecinas. Pero otras voces
sugirieron valorar los logros que habían obtenido: con la conformación de la
cooperativa y el primer financiamiento, habían logrado construir más del 70%
de las casas de la comunidad; los primeros talleristas compartieron sus conoci-
mientos con la comunidad, y ahora eran más quienes sabían de albañilería y
construcción de bloques. Tenían su propia bloquera y herramientas comunes
para la construcción, contaban con dos organizaciones comunitarias sólidas, y
con experiencia en los trámites ante las instituciones. Lo que faltaba era reco-
ger el saldo positivo de lo que habían alcanzado hasta entonces y prepararse
para proponer alternativas ante la nueva situación.

Hasta aquí dejamos este último ejemplo, que sirve también para ilustrar una situa-
ción común en los espacios de acción colectiva. En ocasiones nos detenemos o
nos paralizamos frente a un conflicto puntual, sin valorar lo que hemos cosecha-
do a lo largo del camino. Cada vez que resolvemos un conflicto, adquirimos
herramientas para resolver muchos otros, que nos esperan en la ruta de construc-
ción de la revolución posible.

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XIV. Día a día construimos, y nos construimos en el cambio

Así es, día a día transformamos y nos transformamos en la práctica. Ya hemos visto
algunos de los afanes que nos esperan, en la brega cotidiana. Como reflexión
final, es bueno recordar una vez más que los disensos, los conflictos o las resis-
tencias al cambio los enfrentamos en todos los ámbitos de nuestra vida, y a toda
escala: con nuestros hijos, hijas, madres, padres, nuestros oponentes políticos y
nuestros compañeros y compañeras de lucha. Del conflicto se nutre el cambio, y
del cambio se nutre la vida. Nuestro compromiso revolucionario debe apuntar en
lo posible hacia la resolución constructiva, incluso con quien no comulga con
nuestra postura política o ideológica, pero sobre todo entre nosotros, quienes sí
compartimos este ideal de transformación social.

Gran parte de las ideas expuestas en este cuaderno provienen de las reflexiones
y las experiencias de teóricos latinoamericanos en Educación para la Paz. En su
mayoría hacen vida en países hermanos del continente, que durante largos años
han sufrido –y todavía sufren– las consecuencias de guerras internas o externas.
Como revolucionarios y revolucionarias tenemos la responsabilidad de preparar-
nos para defender nuestras conquistas y nuestra posibilidad de futuro, incluso en
escenarios de violencia, si es el caso.

Pero por sobre todo, tenemos el deber de prepararnos para vivir construyendo la
paz; día a día, desde la práctica cotidiana en nuestros espacios de organización
colectiva. Ser revolucionarios y revolucionarias es amar la vida; la vida que que-
remos es paz con justicia, equidad e igualdad para todos y todas.

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XV. Para reflexionar… a solas, en tu casa o en tu comunidad



¿Alguna vez has sido objeto de chistes o comentarios que te descalifiquen por
tu condición racial, económica o de género? ¿Has hecho tú chistes o comen-
tarios de este tipo sobre ti mismo o sobre otros u otras?

Piensa en el aparte Protagonistas del cambio ¿Cuáles cambios has experimen-
tado tú, a escala personal, en el marco de tu participación en la Misión
Vuelvan Caras o en otras instancias de actuación colectiva? ¿Cuáles cambios
han experimentado como colectivo?

Piensa en tus relaciones cercanas: con tu familia, tus amigos, amigas, veci-
nas, vecinos o tus compañeros y compañeras de la Misión Vuelvan Caras.
¿Cómo se reflejan en esas relaciones los valores de solidaridad, tolerancia,
igualdad, equidad?

En espacios de actuación colectiva ¿Cuál es tu rol? ¿Eres participante activo o
pasivo? ¿Activa o pasiva? ¿Ejerces funciones de mediación?

Piensa en un conflicto que hayas tenido dentro de tu casa ¿cuál fue tu prime-
ra reacción? Ahora trata de analizar y replantear el mismo conflicto, a partir
de los elementos expuestos en este cuaderno. Escribe diferentes escenarios
de resolución a partir de estrategias de negociación o colaboración.
Reflexiona sobre la forma de comunicar tus posiciones.

Piensa en un conflicto que se haya presentado dentro de tu grupo.
Descríbelo desde cada una de las posiciones enfrentadas. Como en el ejer-
cicio anterior, escribe escenarios de resolución a partir de estrategias de
negociación o colaboración. Reflexiona sobre la forma en que los y las par-
ticipantes comunicaron sus posiciones.

Piensa en una situación de cambio que hayas experimentado a escala per-
sonal. ¿Cuál fue tu primera reacción? ¿Cuáles fueron tus estrategias de
adaptación?

¿Puedes identificar actitudes de resistencia al cambio en ti o en otras per-
sonas, frente a situaciones probablemente favorables? Si la respuesta es sí,
escribe al menos tres alternativas de actuación diferentes que pudieran des-
plegarse frente a la misma situación.

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Piensa en situaciones que ameriten tomar decisiones en colectivo, o haz el
ejercicio de decidir colectivamente con tu grupo. Trata de identificar, en el
desarrollo de la discusión, actitudes y estrategias que obstaculicen o favorez-
can la toma de decisiones y la búsqueda del consenso.

¿Crees que tu comunidad tiene poder real de decisión sobre temas que le
afectan? Si no lo tiene ¿Cuáles son las causas? ¿Qué propondrías para estimu-
lar la organización?

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