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Sujetos de
transformación social
2006
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ÍNDICE
Introducción 5
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INTRODUCCIÓN
“Si queremos saber cómo daremos las batallas definitivas contra la dominación impe-
rial y el capitalismo, debemos mirarnos y ver las relaciones en nuestra vida cotidiana y
cómo sentimos desde nuestras más ancestrales raíces”.
Las comunidades al mando de la política.
Esta revolución bolivariana que hoy vivimos es, en gran medida, fruto de las
luchas de esos grupos; es reflejo de una vieja aspiración de nuestro pueblo. La
Constitución Nacional reconoce como derecho y como deber aquella exigencia
que por diferentes vías y con diferentes voces hemos venido planteando; querer
decidir qué y cómo hacer para mejorar nuestra calidad de vida.
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Desde 1999 nos afanamos por aprender a ejercer esa nueva forma de sobera-
nía desde las más diversas instancias de organización productiva, política o
comunitaria. Ya no se trata de unos cuantos, ahora somos muchas y muchos
concientes de nuestras capacidades y de nuestro derecho a ejercer eso que lla-
man poder popular.
Bueno… visto así, es más fácil hablar del poder popular que intentar construir-
lo. El cooperativismo ha puesto a muchas venezolanas y venezolanos a des-
aprender a ser empleados y empleadas y pasar a ser cooperativistas. Un amigo
que antes era buhonero ahora es microempresario; dos señoras que nunca habí-
an salido de su casa, ahora son lanceras, y otro vecino es miembro de un con-
sejo local de planificación.
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Nadie dijo que construir una nueva sociedad sería sencillo, pero lo que nos
sobra es ánimo y guáramo para emprender el reto. En este cuaderno repasare-
mos algunos elementos que alimentan ese día a día de cambio y transforma-
ción, a través de herramientas y estrategias que facilitan el manejo de las resis-
tencias al cambio y el ejercicio de la voluntad colectiva. Esto es, estrategias y
herramientas al servicio del poder popular.
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Pero es más importante entender que, más allá del Estado y de sus instituciones,
el poder popular es la voluntad colectiva organizada y dirigida hacia el logro de
sus objetivos y la satisfacción de sus necesidades. Es “un ejercicio directo de las
mayorías y de sus organizaciones de base”. Cuando nos reunimos en asamblea
para decidir en comunidad cómo abordar problemas concretos, cuando planifi-
camos y ejecutamos decisiones colectivas estamos ejerciendo poder popular;
cuando nos ponemos de acuerdo para hacer de nuestra comunidad un espacio de
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Muchos decimos que “estamos con el proceso”. Es una sabia manera de recono-
cer que estamos apenas en la construcción de un camino con múltiples y varia-
das vías; que nos reconocemos como uno o una más, dentro de un verdadero
ejército de hacedores y hacedoras de una revolución posible.
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“Cada quien se las juega desde el centro de su propia situación, cultura y fortalezas”.
Las comunidades al mando de la política.
Seguramente muchos de nosotros hemos escuchado alguna vez cosas como: “Yo
siempre había sido ama de casa, hasta que me metí en la Misión Vuelvan Caras y
me convertí en cooperativista” o: “Mi papá no se metía nunca en nada, hasta que
participó en la UBE; ahora está con otros más, montando una radio comunitaria”.
Así nos ha pasado a varios: nuestra propia vida se ha ido transformando a medi-
da que participamos en este proceso.
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no nos convencían de todas esas cosas, ¿cómo sostienen una sociedad tan injus-
ta? Las fuerzas del “orden” que siempre se usaron para reprimir la rebelión de los
más pobres, nunca habrían sido suficientes sin convencer a las grandes mayorías
de que ese orden de cosas era natural, que estaba bien, que era necesario. En
nuestras palabras y nuestra cultura se reflejan estos falsos valores. Cuando deci-
mos “tiene el pelo malo” le damos valor negativo al cabello de una determinada
raza. Cuando usamos la expresión “si eres mujercita” damos un valor negativo a
la expresión de la afectividad u otros sentimientos asociados a lo femenino.
Cuando decimos “pobre pero honrado” damos por entendido que la mayoría de
los pobres son ladrones.
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La sociedad que queremos transformar tiene una economía capitalista. Por mucho
tiempo nos acostumbraron que en todo trabajo hay un dueño y un jefe, que a
veces son la misma persona. Se produce lo que ellos dicen y como ellos quieren.
Sabemos que el dueño tiene la empresa para ganar dinero y que para él, los tra-
bajadores y trabajadoras son una pieza más de la producción, como las máqui-
nas o la materia prima. Trabajamos por un salario, y sabemos que de la venta del
producto de nuestro trabajo sólo nos dan una parte. Lo que hacemos no es nues-
tro, por más que cariño que se le ponga al trabajo.
Antes sólo nos oíamos a nosotros cuando hablábamos con la familia en nuestras
casas, o con los vecinos o vecinas en la esquina del barrio o con los amigos o
amigas en la parcela. En la televisión, en la radio, en las alcaldías, en las gober-
naciones, nunca hablábamos. Pero los medios sí hablaban de nosotros, sobre
todo cuando en los barrios había muertos; a veces con suerte, nos invitaban a un
“reality show” o a aplaudir en programas sabatinos. A las comunidades campesi-
nas, indígenas o a los mineros rara vez las nombraban. Casi no existían.
Nos acostumbraron a que en los medios hablaran las personas poderosas, los y
las profesionales. A que nuestra palabra no tenía valor, pero comenzamos a ocu-
par los espacios, las calles, las paredes, las asambleas, las alcaldías, los medios
de comunicación. Nos hemos ido animando; poco a poco hemos comenzado a
expresarnos y a hacer que nos escuchen.
Ahora sabemos que de lo nuestro hay que hablar, y que lo que tenemos que decir
nosotros. Si en el pueblo se va a tomar una decisión todos y todas tenemos dere-
cho a expresar lo que pensamos. Y no importa que nos digan que no tenemos la
formación suficiente, que ese es un problema de los que saben. Nuestra opinión
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Y como dicen por ahí, la ley comienza por casa. Lo que dicen nuestros hijos e
hijas tiene valor, aunque sean muy jóvenes. Debemos enseñarlos y enseñarlas a
expresar sus inquietudes, y que éstas importan, para que en un futuro nadie pueda
quitarles la palabra que tanto nos ha costado volver a tener.
El viejo modelo nos había acostumbrado a que otras personas decidieran por no-
sotros, desde arriba. Para proponer y para protestar aprendimos a organizarnos
como estudiantes, trabajadores, trabajadoras, campesinos, campesinas, mujeres,
hombres, como comunicadoras y comunicadores populares. Y después nos dimos
cuenta de que el mayor espacio de transformación estaba frente a nosotros: en la
plaza del pueblo, en la esquina, en nuestra comunidad.
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Así pues, cada una y cada uno de nosotros puede ser sujeto de transforma-
ción social, al asumirse como personas que han tomado conciencia de su
protagonismo revolucionario y que, en virtud de esa conciencia, participan
de manera activa y organizada en la construcción del nuevo modelo de país,
desde instancias colectivas de decisión y de acción. Ser transformador o
transformadora implica actuar de acuerdo con los principios de justicia, soli-
daridad, igualdad y equidad, en todas las instancias de nuestro diario queha-
cer. Al definirnos como sujetos de transformación social nos definimos como
revolucionarios y revolucionarias, por eso mantenemos un enfoque que con-
juga la crítica constructiva con el afán creador y con la disposición proposi-
tiva, para evaluar cómo vamos construyendo el cambio y para proponer
alternativas que nos permitan avanzar desde cada una de nuestras trincheras.
Quien se asume a sí mismo como sujeto de transformación social sabe que
su propia lucha alimenta a otras, y se suma al esfuerzo de muchos y muchas
para forjar las bases del cambio que tiene como norte el bienestar colectivo,
fruto de la voluntad colectiva.
“Son las relaciones que establecemos, las condiciones que forjamos reflejo y prue-
ba de los cambios que proponemos. Pero no es en las grandes y evidentes relacio-
nes sino en las menudas relaciones, en las desapercibidas por la gran opinión en
las que se fragua el día siguiente de la historia humana”.
Las comunidades al mando de la política.
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sidenta de una cooperativa decidir por todos y todas? La respuesta es: no. El
presidente o la presidenta de una cooperativa debe representar y defender
frente a otros las decisiones tomadas por todos y todas.
Ningún cargo o función es eterna. El colectivo decide durante cuánto tiem-
po deben actuar sus representantes, considerando que los roles, cargos y
funciones deben asumirse rotativamente y no concentrarse en una sola per-
sona indefinidamente.
El conocimiento y la información son más valiosos mientras más se compar-
ten. La democracia del saber garantiza que nos enriquecemos con la expe-
riencia de otros y que otros aprenden de la nuestra.
La diversidad de enfoques y frentes de lucha nutre la acción transforma-
dora. Basta con que nos encontremos para comprobar cuánto tenemos
en común los luchadores y luchadoras sociales, bien sea que defenda-
mos los derechos ancestrales de los pueblos indios o formemos parte de
una mesa técnica de agua. Cada quien desarrolla experiencias específi-
cas y quizás muchas veces diferimos en los enfoques, pero el poder
popular se fortalece al respetar y aprovechar las diferencias en la cons-
trucción de objetivos comunes.
Toda propuesta o decisión debe ser debatida. La cultura del debate es qui-
zás uno de los principios que mejor define el espíritu transformador. En el
debate se forja nuestro espíritu crítico y propositivo; a partir de la discu-
sión colectiva se activa la creatividad de nuestro pueblo; en el debate nace
y se legitima la acción.
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Actuar por consenso no implica que todos y todas estemos totalmente de acuer-
do en todos los aspectos de una discusión. Esa sería una aspiración vana y peli-
grosa, porque estaríamos negando la riqueza de la diversidad de opiniones en
nuestro colectivo. Un consenso es, simplemente “un acuerdo sobre lo funda-
mental”. Por ejemplo: Hace poco formamos una cooperativa agrícola y debe-
mos comenzar a producir. Los recursos no alcanzan para comprar todas las
semillas que necesitamos y hay que decidir pronto, pues se avecina el momen-
to de la siembra. Una institución financiera se ha comprometido a otorgarnos
un crédito, pero los trámites se han alargado más allá de lo previsto. Entre el
grupo hay algunos descontentos y otras cuantas desanimadas. En plena asam-
blea, las primeras voces se levantan para decir que el proyecto de cooperativa
está en veremos, que así es claro que no se va a poder producir, y que mejor
cada cual va viendo para dónde agarra; una de las compañeras propone ir a
protestar frente a la institución financiera; otros hablan de buscar presupuestos
de costos de semillas. Ahí mismo el debate se pone caliente: el primer punto a
discutir es si se abandona el proyecto de cooperativa o se sigue insistiendo.
Finalmente, dos de los cooperativistas manifiestan que quieren desistir. Los
otros siguen con la cooperativa y alcanzan un primer punto de consenso: con-
tinuar trabajando por un objetivo común y fundamental.
Luego alguien plantea que, ya que se decide seguir con la cooperativa, lo más
urgente es ver cómo se consiguen las semillas. Una vez más, todos y todas están
de acuerdo en discutir primero este punto. Se alcanza un segundo consenso.
Dejamos el ejemplo hasta aquí, por el momento, para reflexionar sobre él. El
consenso ha permitido dos cosas. Primero, el grupo se reconoce en sus obje-
tivos comunes: principalmente todas y todos quieren seguir con la cooperati-
va y ver cómo hacen para comprar las semillas. Así se genera y se refuerza el
compromiso de todas y todos con la decisión: quienes se quedan en la coope-
rativa van a luchar para que puedan comenzar a sembrar. En ese proceso, el
mismo grupo fue capaz también de ver cuáles puntos de la discusión se aleja-
ban del objetivo principal: concentrarnos en el tema de las semillas.
Alcanzar estos dos consensos fundamentales le llevó a nuestro grupo largas horas
de discusión y todavía no saben de dónde van a sacar las semillas. Alguien pro-
pone pasar por escrito las diferentes propuestas y decidir por votación pero
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Puede que sí y puede que no. Puesto que ya hay consenso sobre lo fundamental,
decidir por votación sobre los detalles es igualmente válido, siempre que el grupo
disponga de toda la información necesaria. A lo mejor se decide por consenso
cuál será la estrategia para obtener semillas y se vota para acordar cómo se distri-
buyen las tareas. En todo caso, lo importante es visualizar cómo el consenso sirve
para afianzar el compromiso colectivo. Alcanzar acuerdos por votación es, cier-
tamente, más rápido y legítimo cuando ya hay consenso sobre lo fundamental y
todos y todas están de acuerdo en votar para decidir.
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Situaciones como la del ejemplo anterior y muchas otras de seguro más comple-
jas, forman parte del día a día de todo grupo que se esfuerce por decidir en colec-
tivo. No existe una fórmula única ni una metodología infalible. Lo único que nos
permite avanzar son la honestidad y la perseverancia del grupo. Quizás salgamos
agotados después de largas horas de discusión, pero con acuerdos claros y con la
satisfacción de haber participado de una discusión sabrosa y provechosa.
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Un conflicto estalla cuando una persona o un grupo sienten que otras u otros le
impiden lograr sus objetivos o los ponen en riesgo. Cuando hay un choque entre
lo que hago o quiero y lo que otras personas hacen o quieren. Esto es exactamen-
te lo que pasa por ejemplo cuando, a escala personal, discutimos con nuestra
pareja porque sentimos que no participa de las tareas domésticas. O cuando no
logramos ponernos de acuerdo dentro de nuestra comunidad para decidir dónde
se coloca un contenedor de basura: yo no lo quiero cerca de mi casa y tú no lo
quieres cerca de la tuya. También es lo que pasa cuando nos enfrentamos a un
terrateniente que pretende rodar sus linderos.
¿Cuál es la diferencia fundamental entre los dos últimos ejemplos? Que en el pri-
mer conflicto se trata de un grupo con un objetivo común: tener una comunidad
más limpia, aunque todavía no consigan la fórmula que satisfaga al colectivo. En
cambio, en el segundo ejemplo no hay objetivos comunes sino un profundo con-
flicto de intereses.
Lo primero que debemos identificar son tres elementos básicos: el proceso que ha
alimentado el conflicto; las personas y grupos involucrados; y los puntos que
constituyen el desacuerdo fundamental.
Cada una de las personas o grupos involucrados tienen valores, intereses,
necesidades y una perspectiva sobre el problema. De estos elementos se deri-
van su actuación y su postura. Su perspectiva se forma de acuerdo a cómo les
afectó lo sucedido, mezclando sentimientos con hechos. Esto quiere decir
que a menudo las emociones dominarán sobre la razón y ninguno percibirá
el conflicto en su totalidad. Igualmente, cada cual tiene un grado de influen-
cia o de poder específico en el conflicto. El poder que cada persona cree
tener y el que efectivamente tiene son determinantes en todo conflicto. Por lo
general, sólo del equilibrio de poder salen acuerdos satisfactorios para las
partes en conflicto. También hay que considerar la propia estima de cada par-
ticipante; quien siente lesionada su autoestima actúa defensivamente.
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El proceso es la manera en que el conflicto se desarrolla y cómo la gente
trata de resolverlo. A partir de un desacuerdo o diferencia inicial, la comu-
nicación suele empeorarse en la medida en que sube la intensidad del
conflicto; cada quien se concentra en su propia visión y escucha cada vez
menos a las demás personas. Así, la comunicación se deteriora y el con-
flicto se alimenta con nuevos episodios que dificultan cada vez más la
resolución del problema inicial.
La parte genuina del conflicto se basa en las diferencias esenciales, en pun-
tos y asuntos concretos de incompatibilidad, como por ejemplo: los intere-
ses, las necesidades y los deseos distintos de cada quien; las diferencias de
opinión sobre el procedimiento a seguir, el criterio a seguir para tomar una
decisión, la repartición de roles o responsabilidades, etc.
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La negociación: esta vía consiste en identificar un mínimo necesario de
acuerdo satisfactorio para ambas partes, cada una de las cuales debe
realizar concesiones admisibles. El ejemplo más claro de negociación es
el proceso de establecimiento de precios en una operación de compra-
venta: se lanza una primera oferta; se inicia el regateo, y así sucesiva-
mente hasta que se establece el valor de la venta.
La búsqueda de colaboración: esta vía supone que veamos a nuestro
adversario o a adversaria como posible aliado o aliada para buscar alter-
nativas de mutuo provecho. Suena difícil, pero se puede llegar allí, si
somos capaces de identificar intereses u objetivos comunes, que nos per-
mitan superar el conflicto.
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Otro aspecto fundamental es definir la raíz del conflicto, lo que arriba llama-
mos “la parte genuina del conflicto”. Cuando una situación estalla, está reple-
ta de episodios y acciones, y hasta es posible olvidar qué encendió la chispa
inicial. Es el momento para actuar, en tres frentes:
2. Aclarar los intereses de quienes hacen parte del conflicto: Los intereses
de cada persona o grupo involucrado en un conflicto explican por qué
cada cual actúa de una determinada forma. Así que la pregunta adecua-
da es por qué cada cual prefiere determinada solución. En una comuni-
dad costera, una cooperativa planteó un proyecto de turismo ecológico,
que fue inmediatamente rechazado por la asociación de pescadores de
la zona. Cuando ambos grupos se sentaron en la mesa de discusión, los
pescadores expusieron que temían que el proyecto afectara su actividad
económica. A la vez, las y los cooperativistas de turismo acusaban a los
pescadores de tener métodos que afectaban el equilibrio ecológico de la
zona. Luego de un arduo trabajo de mediación se logró un acuerdo que
integró a varios pescadores en un proyecto de formación y se delimita-
ron claramente las áreas de pesca y de turismo en la zona.
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Una vez que logramos definir claramente el conflicto, así como los intereses y
las necesidades básicas de las partes podemos avanzar al siguiente paso:
replantear el conflicto.
Replantear el conflicto supone abrir las perspectivas. Cada parte involucrada sólo
es capaz de ver lo que le afecta. Desde una perspectiva de construcción colecti-
va, si nos interesa resolver un conflicto y fortalecer los objetivos comunes, lo pri-
mero es lograr que percibamos las distintas aristas de un conflicto desde otras
perspectivas. Existen varias estrategias para replantear los conflictos:
Dar a cada cosa su justo valor: en medio del enojo, tendemos a magnificar
las cosas, una insinuación puede convertirse en un gran agravio y un de-
sacuerdo en diferencia insalvable. Al mediar en un conflicto es importante
lograr que cada parte llegue a ver el problema en su justa dimensión.
Resaltar los puntos en común como punto de partida: en medio de un con-
flicto también olvidamos lo que nos une con nuestro adversario o adversaria.
Es importante recordar esto cuando estemos a punto de tirar por la borda
nuestro esfuerzo en la cooperativa, en el consejo comunal, en la asamblea de
barrio o en nuestra casa con nuestra propia pareja.
Desgranar los puntos de conflicto: en el ejemplo de la cooperativa agrícola,
donde se perdían los instrumentos de trabajo, desgranar los puntos del con-
flicto consistió en centrar la discusión del grupo en dos puntos: cómo garan-
tizar el correcto uso y la conservación de los equipos comunes y, cómo esta-
blecer normas para la resolución de conflictos en el grupo. De esta manera
la discusión se concentra en lo fundamental.
Lograr ponerse en el lugar del otro: esta estrategia ayuda a ver la perspectiva de
mi adversario o adversaria como propia, por lo tanto resulta más fácil encontrar
soluciones que satisfagan a ambas partes, en vez de pensar en la anulación del
otro, que es nuestro primer impulso cuando estamos en medio de un conflicto.
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Enfocar el problema desde sus posibles soluciones: esta estrategia implica
preguntarse ¿qué hacer? En todo conflicto cada cual piensa en cómo satisfa-
cer sus exigencias, aún a costa del otro. Por lo tanto una primera respuesta
puede ser: no hacer nada. Al plantear que todo siga como está, cada parte en
el conflicto puede sopesar cómo se sentiría: simplemente, no se lograría satis-
facer las exigencias de ninguno. Todos perdemos. A partir de allí, es posible
flexibilizar las exigencias de cada cual, y avanzar hacia el último punto:
generar soluciones.
Cada grupo debe decidir cómo generar sus propias soluciones. Algunos prefieren
ir resolviendo punto por punto, otros por el contrario prefieren definir primero un
acuerdo macro, que permita resolver luego los detalles. Sin embargo, estos pun-
tos de partida enunciados aquí de seguro serán de utilidad, sobre todo para ana-
lizar y visualizar el conflicto desde una perspectiva más rica y compleja que la
simple riña entre adversarios. Ponernos en el lugar del otro nos permite también
entender el conflicto desde su punto de vista, y tal vez descubrir que la raíz de
los conflictos no necesariamente es la oposición de posturas. En la esfera de lo
social muchos conflictos se originan en eso que llaman resistencia al cambio.
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Por ejemplo, recordaremos que entre las décadas de los 80 y los 90, los
patrones comenzaron a desconocer conquistas laborales como la estabilidad
en los puestos de trabajo y el derecho a agruparse en sindicatos. Comenzó a
hablarse de flexibilización laboral y proliferaron las maquilas y el subem-
pleo, entre otros males. Entonces se hablaba de resistencia al cambio para
explicar por qué los empleados y empleadas rechazaban algunas de esas
prácticas que, para hacer “más eficientes” a las empresas, desmejoraban
nuestras condiciones laborales.
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La resistencia al cambio no es más que una respuesta posible ante una situa-
ción que genera incertidumbre y que se presenta asociada a conflictos de
diversa naturaleza y de diverso orden, sobre todo cuando hablamos de cam-
bios sociales. Para analizarla sirven los tres elementos que enumeramos antes
para hablar de la identificación de conflictos, a saber: los participantes, el pro-
ceso, y la raíz del conflicto (en este caso, la resistencia al cambio).
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A veces sucede así cuando planteamos algo nuevo ¿Por qué? Porque un cambio
supone abandonar nuestras costumbres, lo que ya conocemos, para enfrentarnos
a un proceso de aprendizaje y adaptación. Por lo tanto, hay que poner en marcha
estrategias que disminuyan los temores y la incertidumbre y revelen claramente
las ventajas del cambio propuesto.
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Una tercera estrategia es brindar atención particular a quienes tienen mayor difi-
cultad para asumir el cambio. En otra cooperativa, cada integrante poseía una
pequeña porción de tierras para el cultivo. En asamblea, decidieron aportar sus
tierras y un poco de dinero para comprar semillas. El colectivo cooperativista tra-
bajaría todas las tierras por igual. Varios manifestaron su desconfianza, pues sen-
tían que iban a perder sus tierras sin certeza de que el grupo tuviese fuerza sufi-
ciente para emprender el trabajo colectivo. La decisión fue trabajar primero pre-
cisamente las tierras de los más recelosos, que sobre la marcha terminaron por
convencerse de la factibilidad de la idea.
Hemos dicho antes que los cambios generan incertidumbre, y frente a la incerti-
dumbre pueden aparecer expresiones de pesimismo, prejuicios o desconfianza
respecto a los resultados. Al respecto, la estrategia debe apuntar a plantear las
posibles dificultades de manera abierta y honesta, sin enmascararlas o disimular-
las, y desplegando alternativas creativas para enfrentarlas, en colectivo.
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ra jurídica que bien podía ser la misma asociación civil u otra, según lo acordaran
colectivamente. La misma institución que otorgaba el financiamiento propuso dic-
tar dos talleres de formación técnica para diez miembros de la comunidad.
Cuando se discutió el tema en la asamblea comunitaria, hubo consenso en propo-
ner a cuatro hombres con experiencia en albañilería, para realizar los talleres e ini-
ciar las obras, pero también se postularon varias mujeres y otros hombres, que
nunca habían tenido contacto con este tipo de labores. Muchos protestaron y dije-
ron que preferían traer a gente de otras comunidades, pero con experiencia; otros
dijeron que preferían construir por su cuenta. Pero los postulantes argumentaron
que el taller de construcción de bloques era nuevo para todos y todas y que todos
podían aprender. Añadieron que las obras serían monitoreadas para detectar y sol-
ventar las fallas oportunamente. Finalmente, el grupo de talleristas se completó con
dos hombres y cuatro mujeres más, sin experiencia previa.
Muchos dudaban de los resultados de este grupo. Los miembros que no tenían
experiencia fueron objeto de chistes y de bromas pesadas por parte de varios de
sus vecinas y vecinos. Algunos descalificaban a las mujeres, poniendo en duda su
capacidad para oficios supuestamente “propios de los hombres”. Pero el grupo
siguió adelante, sin detenerse ante los prejuicios y las dudas de los demás.
Conformaron una cooperativa y aprendieron a fabricar tanto los bloques como las
casas. La cooperativa trabajaba en estrecha coordinación con la asociación civil,
y ambas rendían cuentas a la asamblea vecinal. Los talleristas experimentados
acompañaban el aprendizaje de sus compañeras y compañeros.
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La asamblea acordó realizar un sorteo para decidir cuáles serían las primeras
casas a construir. No todos los vecinos participaron, pues no creían que el grupo
fuese capaz de realizar bien las obras. Los más reacios se resistían “a que unas
mujeres les construyeran las casas”. Pese a todo, fueron seleccionadas las prime-
ras tres familias. Pero tuvieron que esperar dos meses más de lo previsto para que
se iniciaran los trabajos porque los recursos se retrasaron. El tema era objeto de
discusiones cada vez más agrias en las asambleas. El grupo de cooperativistas
enfrentaba esta vez, dudas y cuestionamientos sobre el retraso de los recursos.
Pero llegaron finalmente y los cooperativistas construyeron sus primeros bloques
y las primeras tres casas quedaron muy bien. Ahora nadie dudaba del desempe-
ño y de la transparencia de la cooperativa. La próxima asamblea debía realizar
el segundo sorteo para construcción de viviendas.
Hasta aquí dejamos este último ejemplo, que sirve también para ilustrar una situa-
ción común en los espacios de acción colectiva. En ocasiones nos detenemos o
nos paralizamos frente a un conflicto puntual, sin valorar lo que hemos cosecha-
do a lo largo del camino. Cada vez que resolvemos un conflicto, adquirimos
herramientas para resolver muchos otros, que nos esperan en la ruta de construc-
ción de la revolución posible.
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Así es, día a día transformamos y nos transformamos en la práctica. Ya hemos visto
algunos de los afanes que nos esperan, en la brega cotidiana. Como reflexión
final, es bueno recordar una vez más que los disensos, los conflictos o las resis-
tencias al cambio los enfrentamos en todos los ámbitos de nuestra vida, y a toda
escala: con nuestros hijos, hijas, madres, padres, nuestros oponentes políticos y
nuestros compañeros y compañeras de lucha. Del conflicto se nutre el cambio, y
del cambio se nutre la vida. Nuestro compromiso revolucionario debe apuntar en
lo posible hacia la resolución constructiva, incluso con quien no comulga con
nuestra postura política o ideológica, pero sobre todo entre nosotros, quienes sí
compartimos este ideal de transformación social.
Gran parte de las ideas expuestas en este cuaderno provienen de las reflexiones
y las experiencias de teóricos latinoamericanos en Educación para la Paz. En su
mayoría hacen vida en países hermanos del continente, que durante largos años
han sufrido –y todavía sufren– las consecuencias de guerras internas o externas.
Como revolucionarios y revolucionarias tenemos la responsabilidad de preparar-
nos para defender nuestras conquistas y nuestra posibilidad de futuro, incluso en
escenarios de violencia, si es el caso.
Pero por sobre todo, tenemos el deber de prepararnos para vivir construyendo la
paz; día a día, desde la práctica cotidiana en nuestros espacios de organización
colectiva. Ser revolucionarios y revolucionarias es amar la vida; la vida que que-
remos es paz con justicia, equidad e igualdad para todos y todas.
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E J E D E F O R M A C I Ó N S O C I O P O L Í T I C A
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Piensa en situaciones que ameriten tomar decisiones en colectivo, o haz el
ejercicio de decidir colectivamente con tu grupo. Trata de identificar, en el
desarrollo de la discusión, actitudes y estrategias que obstaculicen o favorez-
can la toma de decisiones y la búsqueda del consenso.
¿Crees que tu comunidad tiene poder real de decisión sobre temas que le
afectan? Si no lo tiene ¿Cuáles son las causas? ¿Qué propondrías para estimu-
lar la organización?
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